Conviene no olvidar que si los preceptos de Cristo, y entre ellos los principales que conciernen al amor por Dios y por los hombres, - no son mandatos exteriores sino llamamientos, son sin embargo los que constituyen las leyes internas de la vida espiritual del hombre, creado a la imagen y semejanza de Dios.
Fuera del amor no hay vida, sino sólo la muerte, el sufrimiento infernal, la nada. Es por eso que, aunque los preceptos evangélicos no son en sí mismos mandatos, en efecto, no es posible no vivir de acuerdo con ellos. Es el Señor mismo quien los cumple en nosotros por la fuerza de su gracia (por ejemplo, cuando se trata del amor por los enemigos); por supuesto, nada se rehace nunca sin nuestro consentimiento, pero nada se exige tampoco que sea mayor que nuestras fuerzas. El amor del hombre por Dios nunca queda sin respuesta. Y es la ley de la vida humana: vivir siempre con Dios.
La vida Cristiana no está constituida solamente por una buena conducta respondiendo a ciertas reglas exteriores observadas por temor de castigos particularmente crueles más allá de la tumba. Es una vida efectivamente divina y humana a la vez, vivida con Dios, semejante a una unión conyugal. Si el hombre pide, Dios responde; si el hombre se aflige, Dios le consuela; si el hombre yerra, Dios le enseña el camino.
La vida Cristiana es la vida en la gracia, y en eso está la diferencia radical de toda otra vida aún moralmente elevada de los hombres que viven fuera de la Iglesia. Es por eso que el Señor nos dice: ''Mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mateo 11:30).
Obispo Alejandro Mileant
Catecismo Ortodoxo
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