"El camino de la reconciliación" Homilía del Rvdo.
(Padre Daniel Bedrán)
El Evangelio de hoy resalta la palabra perdón “si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también os perdonará a ustedes, pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes...” (Mt. 6:14)
La Iglesia nos pone estas lecturas del Evangelio de hoy, para hacernos ver que la cuaresma es una llave para conseguir el perdón de nuestras deudas de nuestros pecados.
Cuando uno toma conciencia de su deuda, y de los beneficios que el pecado le hace perder, tales como: La tranquilidad, la paz, el libre movimiento, la autenticidad, la alegría, y hasta el sueño, viviendo angustiados, preocupados; es que ya es hora de replantearnos nuestra relación con Cristo, de replantearnos nuestra posición frente al pecado, y comenzar nuestro camino de regreso hacia la virtud, hacia Dios, pero para lograrlo, la Iglesia pone una condición ineludible, El Perdón, y nos dice, «si ustedes perdonan, serán perdonados», y una vez liberados de las ataduras del pecado, podrán experimentar la alegría de sentirse libres y en paz.
El perdón de los pecados a nuestro prójimo es la llave para entrar en la cuaresma, y el fin de la cuaresma es recuperar los beneficios perdidos a causa del pecado, es un intento serio de reconciliarnos, de comunicarnos con Dios, de pedirle ayuda para obedecer sus mandamientos.
Esta abstinencia a que nos sometemos, libre y voluntariamente, no impuesta, no ayuno por temor, ni por obligación, sino que recurro a ello, como el enfermo que harto de sufrir y padecer, busca en el médico una solución a sus males, aunque esto implique tomar remedios o abstenerme de comidas que me apetecen, a fin de achicar la onda de dolor que produce la enfermedad, y que afectando el cuerpo, indefectiblemente terminará por afectar el alma.
Dios como médico de las almas y de los cuerpos, opta por el mismo método, nos ayuda a que tomemos conciencia de nuestros pecados, y nos sugiere abstenernos de, por ejemplo: las maldades que estamos cometiendo, de los malos pensamientos, de las habladurías, es decir que haciendo un profundo examen de conciencia, nos demos cuenta, que a raíz de éstos, y otros muchos pecados, hemos perdido la libertad, el ser humano no es más libre, se transforma a causa del pecado en un esclavo de los placeres dolorosos, de los vicios que nos perjudican la salud del alma y del cuerpo. Y ¿Qué es en definitiva el pecado? Es el mal uso de la libertad que Dios nos dio, y que nos lleva hacia una cadena interminable de dolores y sufrimientos, a un mar de dudas que nos desconciertan, nos llevan a cometer cada vez más errores, a aumentar más nuestra deuda, y a obtener cosechas negativas, frutos amargos; más angustias, más confusión, más dolor, más desolación interior, alejándonos cada vez más del camino al Reino de los Cielos, del camino de la Salvación y de la Vida Eterna.
Esta relación permanente entre el creyente y Dios es necesaria para adquirir o recuperar el conocimiento de la voluntad de Dios en m vida, para que me escuche cuando le ruego: Señor, enséñame a cumplir Tus Mandamientos, para no perder mi alma, para no vivir extraviado buscándote donde no estás.
Mañana comienza un intento personal y comunitario, un intento libre y voluntario de abstenerme de tal o cual cosa porque me hace daño, la comida no es mala, el dinero no es malo, la ropa no es mala, tener una casa no es algo malo, tener un auto no es malo, pero si no damos gracias a Dios por todo ello, si no lo utilizamos para el bien, si me olvido de quién es el verdadero dueño de todo, allí está el pecado, allí está lo malo que me impide disfrutar plena y cristianamente de esos bienes, con paz y alegría.
Cuando el hombre se aleja de Dios, comienza a creer que todo lo que tiene es suyo, que le pertenece total y completamente, y se olvida que es un préstamo de Dios, y si además se obstina en no reconocerlo, diciendo como un niño caprichoso, ¡Esto es mío y solamente mío! Está perdido. Va a seguir acumulando deudas con Dios, no va a ser feliz, no va a lograr ser feliz ni disfrutar plenamente de esos bienes que Dios le ha prestado, y en cambio va a ir acumulando amarguras en su alma y un insaciable apetito de poder y cosas materiales que no lo van a dejar ser feliz nunca.
Todo depende de cada uno de nosotros, de la forma correcta o incorrecta que tengamos de pensar que queramos o no aceptar las verdades de Cristo. Si tenemos la fe suficiente, o si ponemos el empeño necesario para creer que la receta de Dios es lo mejor para nuestra vida presente y futura, no dudemos, compremos el remedio que la madre Iglesia nos indica, y tomémoslo en tiempo y forma, para que el mismo actúe en el organismo y podamos recuperar la paz, la tranquilidad, alejando el dolor de nuestras vidas y recibiendo la gracia de gozar de la salud del cuerpo y del alma.
Hermanos, este es el fin de la abstinencia que llamamos cuaresma, abstenemos durante cuarenta días de las cosas malas, de lo que me daña a mí y a mi prójimo, acostumbrarme al buen uso de las cosas que Dios me ha prestado, ese Padre Eterno del que Jesús nos dice: mi Padre que está en los cielos verá el efecto del ayuno de ustedes y les dará la recompensa, no hagan nada en el nombre del hombre, ni en el suyo propio, sino en el nombre de Mi Padre, dándole constantemente gracias por todo y por todos.
San Pablo, nos dice: todo lo que tenemos son medios que Dios nos da para nuestra salvación y hay que saber usarlos bien, porque el pecado en definitiva, es el mal uso de la libertad que Dios nos dio. El mal uso de las cosas se llama Pecado.
Que Cristo, el misericordioso, nos conceda en esta cuaresma, la claridad de pensamientos necesaria, para reconciliarnos definitivamente con Dios, el dueño de todo, con nuestro prójimo, medio para nuestra salvación y con nosotros mismos, templos del Espíritu Santo. Amén.
Rvdo. Padre Daniel Bedrán
Catecismo Ortodoxo
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