Cuando un hombre renace a la vida por la sabiduría divina, que siempre busca nuestra salvación, debe volver su mirada hacia Dios para escapar de la perdición, debe seguir el camino del arrepentimiento, practicar las virtudes contrarias a los pecados cometidos y esforzarse, actuando en Nombre de Cristo, para adquirir el Espíritu Santo que, en nuestro interior, prepara el Reino celestial. No es en vano que el Verbo dijo: "El reino de Dios está en medio de vosotros ... El reino de los cielos se obtiene con esfuerzo, y los que hacen esfuerzo lo arrebatan" (Lk. 17:21, Mt. 11:12). Si bien los lazos del pecado mantienen al alma cautiva, impidiéndole con nuevas iniquidades volverse hacia el Salvador con perfecta contrición, todos aquellos que se hubieran esforzado por romper esos lazos, llegarán, finalmente, ante el Rostro de Dios, más blancos que la nieve, purificados por su gracia. "Luego vengan y discutamos - dice el Señor - Aunque sus pecados sean de un rojo intenso, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana blanca" (Is. 1:18). Revela el Apóstol San Juan el Teólogo en el Apocalipsis que vio a tales hombres vestidos de blanco, arrepentidos y perdonados, portando palmas en sus manos en señal de victoria y cantando Aleluyas. La belleza de su canto era incomparable. El Ángel del Señor dijo hablando de ellos: "Estos son los que vienen de la gran persecución, los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero" (Ap. 7:14).
San Serafim de Sarov
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Catecismo Ortodoxo
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