Lo que conocemos sobre María de Egipto se basa en la
Vita escrita por Sofronio, Arzobispo de Jerusalén, en el siglo VII, y en otras
leyendas Palestinas.
Según Sofronio María nació en Egipto,
en el siglo IV.
A los doce años se escapó de su
casa paterna, movida por un desmedido deseo de libertad, estableciéndose en
Alejandría.
Durante los diecisiete años siguientes vivió con
desenfreno. Su entrega al placer y a otros pecados capitales la llevó a
escandalizar y corromper a numerosas personas.
Por un afán de aventuras y cambio se unió a un grupo
de peregrinos que iban de Egipto a Jerusalén para «Adorar
la Santa Cruz».
Consiguió el dinero para su viaje ofreciendo su
cuerpo a otros peregrinos y, por un corto periodo de tiempo, continuó su
habitual estilo de vida en Jerusalén.
El santo día de la Exaltación de la Cruz quiso
entrar en la iglesia del Santo Sepulcro, pero una mano invisible se lo impidió.
Por tres veces intentó acceder, pero esa fuerza la
detenía en el pórtico del Templo. Entonces una voz le Dijo:
“Tú no Eres digna de entrar en este
sitio sagrado, porque vives Esclavizada por el Pecado”.
Santa María Egipcíaca Comenzó a llorar, lamentarse y
a suspirar desde las Profundidades de su corazón. Y entonces se produjo el Gran
Milagro que le hizo arrepentirse de sus faltas. Levantando los ojos vio cerca
de la entrada la estatua de la Theotokos ‒de la Santísima Virgen‒, que parecía mirarla con gran bondad y compasión, con
ese amor que siempre había buscado, y presa de una intensa emoción, se arrodilló
y le dijo: “Madre, si me es Permitido entrar en el
Templo Santo, yo te Prometo que (Dejaré esta
Vida de Pecado) y me dedicaré a una vida de
Oración y Penitencia”.
Intentó entrar de nuevo en la iglesia, y esta vez le
fue permitido. Después de venerar la reliquia de la cruz, lloró amargamente por
sus pecados durante muchas horas. Regresó para dar las gracias ante la imagen
de la Virgen, y Escuchó una voz que le dijo:
“Si cruzas el Jordán, encontrarás en el Desierto
el descanso más Glorioso”.
Sin pensarlo acudió a la ribera del río Jordán y en
el monasterio de San Juan Bautista, recibió la comunión. A la mañana siguiente
cruzó el Jordán y se retiró al desierto para vivir como eremita el resto de su
vida.
Antes de partir hacia Jerusalén había recibido tres
monedas de plata con las que adquirió tres panes. Al principio se alimentaba
con estos panes y luego vivió de lo que encontraba en la naturaleza: dátiles,
raíces y langostas.
María vivió en el Desierto, Rezando, Meditando
y haciendo Penitencia. Durante
cuarenta y siete años no se relacionó con ningún ser humano.
Un Santo Sacerdote llamado Zósimo,
después de haber pasado muchos años de Monje en un convento de Palestina, quiso
terminar sus días en el desierto de Judá, junto al río Jordán.
Un día vio por allí una figura humana, que más
parecía un esqueleto que una persona. Se le acercó y le preguntó si era un
monje, y recibió esta respuesta: “Yo soy una mujer
que he venido al desierto a hacer Penitencia por mis Pecados”.
Después relatarle su historia, pidió al Monje que le
trajera la Santa Eucaristía. Administrada la comunión el Jueves Santo, la
penitente lo emplaza para que, un año después, en el mismo lugar donde se
encontraron por primera vez, se presentara a orillas del Jordán portando
«El Cuerpo del Señor». Zósimo da la
Eucaristía a María
Al año siguiente, Zósimo fue nuevamente a la cita y
se encontró muerta a María, envuelta en una manta que Zósimo le había dado la
primera vez que se vieron. Junto a ella había una inscripción:
"Padre
Zósimo, entierra el cuerpo de la humilde María; devuelve a la tierra
lo que es de la tierra, junta el polvo con el polvo y ruega a Dios por mí. He
muerto en el mes de Pharm del calendario egipcio (este mes corresponde a abril
en el calendario romano), la noche de la Pasión de Nuestro Señor, después de
haber participado con Él en una comida mística".
Zósimo recogió el cuerpo de María, que llevaba
muerta un año, o sea, desde la noche del año anterior en el que se vieron y el
monje le había dado la Comunión, y se dispuso a darle sepultura, pero no
encontraba ningún utensilio para cavar. Entonces se llevó una sorpresa al ver
que llegaba un león, y con sus garras abría una sepultura en la arena. Terminado
el trabajo se fue. El Monje cubrió con tierra el cuerpo
de María y retornó a su Monasterio donde contó toda la historia a los Monjes.
Pronto, junto
a aquella tumba, Empezaron a obrarse milagros y prodigios y la fama de la Santa
Penitente se Extendió por Muchos Países.
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