Saturday, September 3, 2016

La Veneración De La Theotokos Madre de Dios... ( San Juan Maximovich )



No hace muchos años, la abadesa de un convento de la Iglesia Ortodoxa Rusa, una mujer de vida recta, estaba dando un sermón en la iglesia del convento, en la fiesta de la Dormición de la Santísima Madre de Dios. Con lágrimas le suplicaba a sus Monjas y los  peregrinos que habían ido a la fiesta de aceptar completamente y de todo corazón lo que la Iglesia nos había legado, soportando tantos sufrimientos para preservar esta tradición sagrada durante todos estos siglos, y no eligiendo para sí mismo lo que es “Importante” y lo que es “Prescindible”; por creerse más sabio que la tradición, uno puede terminar por perder la tradición. Por lo tanto, cuando la Iglesia nos dice a través de sus himnos e iconos que los apóstoles se reunieron milagrosamente desde los confines de la tierra con el fin de estar presente en el reposo y el entierro de la Madre de Dios, nosotros, como cristianos ortodoxos, no somos libres de negarlo o reinterpretarlo, sino que debemos creer lo que la Iglesia nos ha legado, con sencillez de corazón.
Un joven converso occidental, que había aprendido ruso, estaba cuando se pronunció este sermón. Él mismo había pensado en este mismo tema después de haber visto iconos en el estilo iconográfico tradicional que representan a los Apóstoles mientras son transportados en las nubes para contemplar la Dormición de la Madre de Dios; * y se hizo a sí mismo la pregunta: ¿debemos entender realmente esto “literalmente”, como un acontecimiento milagroso, o es sólo una manera “poética” de expresar la llegada de todos los Apóstoles para este evento … o tal vez incluso una representación imaginativa o “ideal” de un evento que nunca ocurrió en realidad? (Tales son, de hecho, algunas de las preguntas con las que “los Teólogos Ortodoxos” se ocupan en nuestros días). Y por tanto, las palabras de la recta abadesa le golpeaban el corazón, y comprendió que había algo más profundo a la recepción y comprensión de la Ortodoxia de lo que nos dicen nuestra propia mente y nuestros propios sentimientos. En ese instante, la tradición le estaba siendo transmitida a él, no desde los libros, sino desde el recipiente vivo que lo contenía; y que fue recibido, no sólo con la mente o los sentimientos, sino con todo el corazón, que de esta manera comenzaba a recibir su formación más profunda en la Ortodoxia.
Más tarde este joven converso encontró, en persona o a través de la lectura, muchas personas que habían recibido formación en teología ortodoxa. Eran los “teólogos” de nuestros días, los que habían estado en escuelas ortodoxas y  se habían convertido “expertos” teólogos. Por lo general estaban muy ansiosos de hablar sobre lo que era y no era Ortodoxo, lo que era importante y lo que era secundario en la Ortodoxia misma; y varios de ellos se enorgullecían de ser “conservadores” o “tradicionalistas” en la fe. Pero en ninguno de ellos se sentía la autoridad de la sencilla abadesa que le había hablado a su corazón, indocta como lo era en esa “teología”.
Y el corazón de este converso, todavía dando sus primeros pasos en la Ortodoxia, deseaba saber cómo creer, que quiere decir también a quién creer. Él era una persona demasiado de su tiempo y de su propia educación para poder simplemente negar su propia capacidad de razonar y creer ciegamente todo lo que se le decía; y es muy evidente que la Ortodoxia no pide en absoluto esto. Los mismos escritos de los Santos Padres son un memorial vivo del funcionamiento de la razón humana iluminada por la gracia de Dios. Pero también era evidente que había algo muy carente en los “teólogos” de nuestros días, que a pesar de su lógica y de su conocimiento de los textos patrísticos, no transmiten la sensación o sabor de la Ortodoxia, así como una simple en ignorante teológicamente abadesa.
Nuestro converso encontró el final de su búsqueda; la búsqueda del contacto con la verdadera tradición viviente de la Ortodoxia en el Arzobispo San Juan Maximovic. Pues aquí se encontró que aprendió teología en la “vieja” escuela y al mismo tiempo era muy consciente de todas las críticas teológicas que habían sido hechas por los críticos teológicos de nuestro siglo, y que fue capaz de usar su aguda inteligencia para encontrar la verdad allí donde había un conflicto. Pero él también tenía algo que ninguno de los “teólogos” sabios de nuestro tiempo parecen poseer: la misma sencillez y autoridad que la piadosa abadesa había transmitido al corazón del joven buscador de Dios. Su corazón y su mente estaban ganados: no porque el Arzobispo San Juan Maximovic se convirtió para él en un “experto infalible”, pues la Iglesia de Cristo no reconoce nada parecido, sino porque vio en este santo archipastor un modelo de Ortodoxia, un verdadero teólogo cuya teología procedía de una vida santa y del total arraigo a la tradición Ortodoxa. Cuando hablaba, podías confiar completamente en sus palabras, aunque él distinguía cuidadosamente entre la enseñanza de la Iglesia, que es verdadera, y su propia opinión personal, en la que podría errar, y en consecuencia no obligaba a nadie en esta última. Y nuestro joven converso descubrió que, a pesar de la agudeza intelectual del Arzobispo Juan y su capacidad crítica, sus palabras estaban mucho más a menudo de acuerdo con las de la sencilla Abadesa que con las de los sabios teólogos de nuestro tiempo.
Los escritos teológicos del Arzobispo Juan no pertenecen a ninguna distintiva “escuela”, y no revelan la extraordinaria “influencia” de ningún teólogo del pasado reciente. Es cierto que el Arzobispo Juan fue inspirado a teologizar, así como para hacerse monje y entrar en el servicio de la Iglesia, por su gran maestro, el Metropolita Antony Khrapovitsky; y también es cierto que el estudiante hizo suyo el énfasis del maestro en el “retorno a los Padres” y en una teología más estrechamente ligada a la vida espiritual y moral, que académica. Pero los escritos teológicos del Metropolitan Antony son muy diferentes en el tono, la intención y el contenido: estaba muy involucrado con el mundo teológico académico y con la intelectualidad de su tiempo, y muchos de sus escritos se dedicaban a argumentos y disculpas que serían comprensibles a estos elementos de la sociedad que él conoció. Los escritos del arzobispo Juan, por su parte, son bastante carentes de este aspecto apologético y disputable. No discutió, simplemente presentó la enseñanza Ortodoxa; y cuando era necesario refutar falsas doctrinas, como era el caso de dos largos artículos sobre la sofiología de Bulgakov, sus palabras eran convincentes, no por la virtud de la argumentación lógica, sino por el poder de su presentación de la enseñanza patrística en sus textos originales. Él no habló al mundo académico o erudito, sino a la conciencia ortodoxa incorrupta; y no habló de un “retorno a los Padres”, porque lo que él mismo escribió era simplemente un pronunciamiento de la tradición patrística, sin ningún intento de pedir disculpas por ello.
Las fuentes de la teología del Arzobispo San Juan Maximovic son muy simples: la Sagrada Escritura, los Santos Padres (especialmente los grandes Padres de los siglos cuarto y quinto), y muy particularmente de los servicios divinos de la Iglesia Ortodoxa. La última fuente, raramente utilizada en tal medida por los teólogos de los últimos siglos, nos da una pista sobre el enfoque práctico y no-académico del arzobispo Juan a la teología. Es obvio que estaba inmerso totalmente en los servicios divinos de la Iglesia y que su inspiración teológica vino principalmente de esta fuente patrística primaria que absorbió, no en las horas de su tiempo libre apartado para hacer teología, sino en su práctica diaria de estar presente en cada servicio divino. Prestaba especial atención en la teología como parte integral de la vida diaria, y sin duda alguna, esto aportó mucho más que sus estudios teológicos formales con los cuales llegó a ser teólogo.
Es comprensible, pues, que uno no pueda encontrar en el arzobispo Juan ningún tipo de “sistema” teológico. Para estar seguros, no protestó contra las grandes obras de la “teología sistemática” que el siglo XIX produjo en Rusia, y las uso en su trabajo misionero de los catecismos sistemáticos de este período (como, en general, los grandes jerarcas de los siglos XIX y XX hicieron, tanto en Grecia como en Rusia, viendo en estos catecismos una excelente ayuda para el trabajo de iluminación Ortodoxa entre la gente); respecto a esto, estaba por encima de las modas y los partidos de teólogos y estudiantes, tanto en el pasado como en el presente, que están demasiado apegados a la forma particular en que se presenta la teología Ortodoxa. Mostró el mismo respeto por el Metropolita Antonio Khrapovitsky con su énfasis “antioccidental”, y por Metropolita Pedro Mogila con su supuestamente excesiva “influencia occidental”. Cuando los defectos de uno u otro de estos grandes jerarcas y defensores de la ortodoxia se le presentaron, hizo un gesto de desaprobación con la mano y dijo: “sin importancia” porque siempre tenía a la vista en primer lugar la gran tradición patrística que estos teólogos estaban entregando exitosamente a pesar de sus defectos. En este sentido, tiene mucho que enseñar a los teólogos jóvenes de nuestros días, que se acercan a la teología ortodoxa en un espíritu que a menudo es a la vez demasiado teórico y demasiado polémico y partidista.
Para el arzobispo Juan las “categorías” teológicas de incluso el más sabio de los estudiosos de la teología también eran “poco importante” o más bien, eran importantes sólo en la medida en que comunicaban un significado real y de ninguna manera merecían ser una cuestión de aprender de memoria. Un incidente durante sus años en Shanghai revela vivamente la libertad de su espíritu teológico: Una vez, cuando asistía a los exámenes orales de la clase de catecismo principal de la escuela de su catedral, interrumpió la perfectamente correcta exposición de un alumno de la lista de los Profetas Menores del Antiguo Testamento con la brusca y tajante afirmación: “¡No hay profetas menores!” El profesor-sacerdote de esta clase quedó incomprensiblemente ofendido de este aparente menosprecio de su autoridad para enseñar, pero probablemente hoy en día los estudiantes recordarán esta extraña interrupción de las “categorías” normales del catecismo, y, posiblemente algunos de ellos entiende el mensaje que el arzobispo Juan trató de transmitir: con Dios todos los profetas son grandes, son “mayores”, y este hecho es más importante que todas las categorías de nuestro conocimiento de ellos, aunque de por sí sean aceptables (todas las categorías de nuestro conocimiento). En sus escritos teológicos y en sus sermones también, el arzobispo Juan a menudo da un sorprendente giro a su discurso con el cual nos descubre algún aspecto inesperado o significado más profundo de la materia que está discutiendo. Es obvio que para él la teología no es un simple disciplina humana y terrenal cuya riqueza está agotada por nuestras interpretaciones racionales, o por la cual podemos llegar “expertos” satisfechos de nosotros mismo, sino más bien algo que apunta hacia el cielo y que debería llevar nuestras mentes a Dios y a las realidades celestiales, que no son captadas por los sistemas lógicos de pensamiento.
Un notable historiador de la Iglesia Rusa, N. Talberg, sugirió (en la Crónica del obispo Sawa, cap. 23) que al arzobispo Juan ha de entendersele en primer lugar como “un loco en Cristo, que se mantuvo como tal incluso en su rango episcopal,” y en este sentido le compara con San Gregorio el Teólogo, que tampoco se ajustaba, de forma similar al Arzobispo Juan, con la “imagen” estándar de un obispo. Esta “locura” (para los estándares del mundo) es lo que le da un tono característico a los escritos tanto de San Gregorio como del arzobispo Juan: un cierto distanciamiento de la opinión pública, lo que “todo el mundo piensa” y por lo tanto a la no pertenencia a
ningún “partido” o “escuela”; el enfoque a las cuestiones teológicas desde un punto de vista y no académico y con ello la evasión saludable de pequeñas disputas y del espíritu pendenciero; los originales giros inesperados de pensamiento que hacen de sus escritos teológicos sobre todo una fuente de inspiración y de verdadera y profunda comprensión de la revelación de Dios.
Tal vez, en lo que más se siente uno impresionado es de la absoluta simplicidad de los escritos del Arzobispo Juan. Es obvio que él acepta la tradición ortodoxa de forma directa y enteramente, sin pensamientos “dobles” en cuanto a cómo uno puede creer en la tradición y seguir siendo un “sofisticado” hombre moderno. Era consciente de la moderna “crítica”, y si se le pregunta, podía dar razones de peso para no aceptar la crítica en la mayoría de los puntos. Estudió a fondo la cuestión de la “influencia occidental” en la ortodoxia en los últimos siglos y tenía una vista equilibrada de la misma, distinguiendo cuidadosamente entre lo que debe ser rechazado como ajeno a la ortodoxia, lo que se debe evitar, pero sin “hacer un problema mayor” de ello, y lo que puede ser aceptado como algo que conduce a la verdadera vida ortodoxa y a la piedad (punto que es especialmente revelador de la falta “opiniones preconcebidas” del Arzobispo Juan Maximovic , y su comprobación mediante la profunda ortodoxia). Pero a pesar de toda su el conocimiento y el ejercicio del juicio crítico, continuó creyendo en la tradición ortodoxa de forma simple, justo como nos fue legada por la Iglesia. La mayoría de los teólogos ortodoxos de nuestro tiempo, incluso si han escapado de los peores efectos de la mentalidad protestante-reformista, todavía ven la tradición ortodoxa a través de los espectáculos del ambiente académico en el que están en casa, pero el arzobispo Juan estaba “en casa”, ante todo, en los servicios de la iglesia en los que pasó muchas horas cada día, y por lo tanto el tinte del racionalismo (no necesariamente en el mal sentido) de incluso el mejor de los teólogos académicos era totalmente ausente en su pensamiento. En sus escritos no hay “problemas”; por lo general sus numerosas notas a pie de página son únicamente para informar correctamente sobre donde encontrar la enseñanza de la Iglesia. Con respecto a esto, el Arzobispo Juan Maximovic es absolutamente uno con la “Mente de los Padres”, y aparece en medio de nosotros como uno de ellos, y no como un mero comentarista de la teología del pasado.

Los escritos teológicos del
Arzobispo Juan Maximovic, impresos en varias revistas de la iglesia durante cuatro décadas, aún no se han recogido en un solo libro. Aquellos que actualmente están disponibles el St. Herman of Alaska Brotherhood llenarían un volumen de algo más de 200 páginas. Sus escritos más largos pertenecen en su mayoría a sus primeros años como hieromonje en Yugoslavia, donde ya destacó como sobresaliente entre los teólogos ortodoxos. Especialmente valiosos son sus dos artículos sobre la sofiología de Bulgakov, uno de ellos revela convincentemente, de una manera muy objetiva, la total incompetencia de Bulgakov como erudito patrístico, y el otro es incluso de mayor valor como una exposición clásica de la verdadera doctrina patrística sobre la Divina Sabiduría. Entre sus últimos escritos se debe mencionar su artículo sobre la iconografía ortodoxa (donde, por cierto, se muestra mucho más consciente que su maestro, el Metropolita Antony, en la cuestión sobre la “influencia occidental” en el estilo iconográfico); la serie de sermones titulada “Tres Fiestas evangélicas”, donde se descubre el sentido profundo de algunas de las “menores” fiestas de la iglesia; y el artículo “La Iglesia: Cuerpo de Cristo”. Sus artículos cortos y sermones son también profundamente teológicos. Uno de los sermones comienza con un “Himno a Dios” de San Gregorio el Teólogo y continúa, en el mismo elevado tono Patrístico, como una acusación contra la impiedad de la inspiración contemporánea; otro sermón oral sobre el Viernes de Pasión, en 1936, nos traslada a Cristo yaciente en el sepulcro, en un tono digno del mismo Santo Padre.
Comenzamos esta serie de traducciones con la clásica exposición del Arzobispo Juan sobre la veneración ortodoxa de la Madre de Dios y los principales errores con los que la han atacado. Su capítulo más largo es una refutación clara y llamativa del dogma latino de la “Inmaculada Concepción”.
La Veneración de la Theotoko Madre de Dios durante su vida terrena
DESDE tiempos apostólicos y hasta nuestros días todos los que verdaderamente aman a Cristo veneran a Aquella que le dio a luz, lo levantó y lo protegió en los días de su juventud. Si Dios el Padre la eligió, Dios el Espíritu Santo descendió sobre ella, y Dios el Hijo habitó en Ella, sometido a Ella en los días de Su juventud y se preocupó por Ella cuando pendía en la Cruz ¿no debería todo el que confiesa la Santísima Trinidad venerarla?
Ya en los días de la vida terrenal de la Virgen María, los amigos de Cristo, los Apóstoles, manifiestaron una gran preocupación y devoción por la Madre del Señor, especialmente el Evangelista Juan el Teólogo, que, cumpliendo la voluntad de su Divino Hijo, la tomó para sí mismo y se hizo cargo de ella como una madre desde el momento en que el Señor pronunció para él desde la Cruz las palabras: He ahí tu madre”.
El evangelista Lucas pintó una serie de imágenes de ella, algunos junto con el Niño Pre-eterno, otros sin Él. Cuando las sacó y se las mostró a la Santísima Virgen, Ella las aprobó y dijo: “La Gracia de Mi Hijo estará con ellos”, y repitió el himno que una vez cantó en la casa de Elizabeth: “Engrandece mi alma el Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.
Sin embargo, la Virgen María durante su vida terrenal evitó la gloria que le pertenecía como la Madre del Señor. Prefirió vivir en silencio y prepararse para la partida a la vida eterna. Para el último día de su vida terrena Ella se encargó de probar que era digna del Reino de su Hijo, y antes de morir, rezó para que su Hijo liberase su alma de los espíritus malignos que van al encuentro de las almas de los hombres de camino al cielo y se esfuerzan por apoderarse de ellas con el fin de llevarlas con ellos al Hades. El Señor cumplió la oración de su madre y en la hora de su muerte Él mismo vino del cielo con una multitud de ángeles para recibir su alma.
Dado que la Madre de Dios también había rezado para poder despedirse de los Apóstoles, el Señor reunió en su muerte a todos los Apóstoles, excepto a Tomás, y fueron llevados por un poder invisible en ese día hasta Jerusalén desde todos los confines de la tierra habitada, donde  estaban predicando, y de esta manera estuvieron presentes en su bendito traslado a la vida eterna.
Los Apóstoles dieron sepultura a su Cuerpo Purísimo con himnos sagrados, y al tercer día se abrió la tumba con el fin de venerar una vez más los restos de la Madre de Dios junto con al apóstol Tomás, que acababa de llegar a Jerusalén. Pero no encontraron el cuerpo en la tumba y con perplejidad se dieron la vuelta y se volvieron a ir. Más tarde, durante la comida, la misma Madre de Dios se les apareció en el aire, brillando con una luz celestial, y les informó que su Hijo había glorificado su cuerpo también, y que Ella, resucitada, permanecía ante el Trono de su Hijo. Al mismo tiempo, ella prometió estar siempre con ellos, los Apóstoles.
Los Apóstoles saludaron a la Madre de Dios con gran alegría y comenzaron a venerarla, no sólo como a la Madre de su amado Maestro y Señor, sino también como su ayudante celestial, como protectora de los cristianos e intercesora de toda la raza humana ante el Justo Juez. Y en todas partes donde el Evangelio de Cristo fue predicado, su Purísima Madre también comenzó a ser glorificada.
Los Primeros Enemigos de la Veneración de la Theotoko Madre de Dios.
Cuanto más se difundía la fe de Cristo y más se glorificaba el Nombre del Salvador del mundo en la tierra, y junto a él más se le otorgaba también a Ella el ser la Madre del Dios-Hombre; más se incrementaba hacia ella el odio de los enemigos de Cristo. María era la Madre de Jesús. Ella manifestó un inaudito ejemplo de pureza y rectitud, y por otra parte, habiendo partido de esta vida, también fue un apoyo poderoso para los cristianos, incluso siendo invisible a los ojos corporales. Por lo tanto, todos los que odiaban a Jesús Cristo y no creían en Él, que no entendían Su enseñanza, o para ser más precisos, no deseaban entenderlas como  la Iglesia las entiende, que deseaban sustituir las enseñanzas de Cristo por sus propios razonamientos humanos, todos éstos transfirieron su odio por Cristo, por el Evangelio y por la Iglesia, a la Purísima Virgen María. Deseaban menospreciar a la Madre, para que de esta manera pudiesen destruir también la fe en Su Hijo, creando una falsa imagen de ella entre los hombres con la finalidad de tener la oportunidad de reconstruir toda la enseñanza cristiana sobre una base diferente. En el vientre de María, Dios y el hombre se unieron. Ella fue la que sirvió a modo de escalera por la que el Hijo de Dios descendió del cielo. Arruinar la veneración a la Madre de Dios significaría arruinar el cristianismo desde la raíz, para destruirlo desde sus cimientos.
Desde el mismo comienzo, Su gloria celestial fue marcada en la tierra por un estallido de la malicia y el odio hacia Ella por los incrédulos. Cuando, después de Su santo reposo, los Apóstoles llevaban su cuerpo para ser enterrado en Getsemaní, al lugar que Ella misma había elegido, Juan el Teólogo iba a la cabeza llevando la rama del paraíso que el Arcángel Gabriel le había traído a la Santísima Virgen tres días antes de Su dormición cuando vino del cielo para anunciarle la proximidad de Su partida a las mansiones celestiales.
“Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de entre un pueblo bárbaro”,
cantó San Pedro del Salmo 113; “Aleluya”, cantó toda la asamblea de los Apóstoles junto con sus discípulos, como por ejemplo Dionisio el Areopagita, quien igualmente había sido transportado milagrosamente en ese momento a Jerusalén. Y mientras se estaba cantando este himno sagrado, que fue llamado por los judíos el “Gran Aleluya”, es decir, la gran “Alabanza al Señor”, un sacerdote judío, Athonius (1), saltó hasta el féretro y quiso volcarlo y tirar al suelo el cuerpo de la Madre de Dios.
El descaro de Athonius fue castigado de inmediato: el Arcángel Miguel con una espada invisible cortó sus manos, que quedaron colgando en el féretro. El atónito Athonius, experimentando un dolor atormentador, consciente de su pecado, se sumió en la oración a Jesús, a quien había odiado hasta entonces y fue sanado inmediatamente. No tardó en aceptar el cristianismo y confesarlo ante sus antiguos correligionarios, por medio de los cuales recibió una muerte como mártir. Por lo tanto, el intento de ofender el honor de la Madre de Dios sirvió para su mayor glorificación.
Los enemigos de Cristo resolvieron no manifestar su falta de veneración por el cuerpo de la Toda Santa desde ese momento en adelante por medio de cruda violencia, pero sin embargo no cesó su maldad hacia ella. Al ver que el cristianismo se estaba extendiendo por todas partes, comenzaron a extenderse varias viles calumnias sobre los cristianos. Para ello no perdonaron el nombre de la Madre de Cristo, y se inventaron la historia de que Jesús de Nazaret venía de un ambiente vulgar e inmoral, y que su madre se había asociado con cierto soldado romano.
Pero aquí la mentira era demasiado evidente para que esta ficción pudiera atraer seria atención. Toda la familia del prometido José, y de María misma, era bien conocida por los habitantes de Nazaret y toda la campiña de los alrededores en su tiempo. ¿De dónde tiene Éste la sabiduría esa y los milagros? ¿No es Éste el hijo del carpintero? No se llama su madre María, y sus hermanos: Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y sus hermanas, no están todas entre nosotros? (Mateo 13:54-55, Marcos 6:3, Lucas 4:22), dijeron sus compatriotas en Nazaret, cuando Cristo reveló ante ellos en la sinagoga Su sabiduría de otro mundo. En los pueblos pequeños los asuntos de familia de todo el mundo son bien conocidos; se mantenía una vigilancia muy estricta en aquel entonces, sobre todo la pureza de la vida matrimonial.
¿Realmente se habría comportado la gente con respeto hacia Jesús y Le habrían llamado a predicar en la sinagoga, si Él hubiera nacido de una cohabitación ilegítima? A María se le habría aplicado la ley de Moisés, la cual mandaba que tales personas fueran apedreadas  hasta la muerte; y los fariseos habrían aprovechado la oportunidad de reprochar numerosas veces a Cristo la conducta de Su Madre. Pero el caso fue justamente lo contrario. María gozaba de gran respeto; en Caná la Virgen María fue una invitada de honor en la boda, e incluso cuando Su Hijo fue condenado, nadie se permitió ridiculizar o censurar a Su Madre.
(1)Llamado más comúnmente en Español “Jefonías”. Esta parte procede el Evangelio Apócrifo de San Juan el Evangelista sobre la dormición de la Madre de Dios.

Los intentos de los Judíos y herejes por deshonrar  la Perpetua virginidad de María
Los judíos calumniadores se convencieron pronto de que era casi imposible deshonrar la  Madre de Jesús, y basándose en la información que poseían, era mucho más fácil de probar que la vida de María era digna de elogio. Por lo tanto, abandonaron esta calumnia, que ya había sido cogida por los paganos (Orígenes, Contra Celso, I), y se esforzaron por demostrar al menos que María no era virgen cuando dio a luz a Cristo. Incluso dijeron que las profecías referentes al nacimiento del Mesías por medio de una virgen nunca existieron, y que por lo tanto era totalmente en vano que los cristianos quisieran exaltar a Jesús por el hecho de que una supuesta profecía se estuviera cumpliendo en Él.
Se encontraron judíos traductores (Aquila, Símaco, Teodoción) que realizaron nuevas traducciones del Antiguo Testamento al Griego, y en estas traducciones, la conocida profecía de Isaías (Is. 7:14) la tradujeron de la siguiente forma: He aquí que la mujer joven concebirá. Afirmando que la palabra hebrea Aalma significaba “mujer joven” y no “virgen“, como se puso en la Sagrada traducción de los Setenta Traductores [Septuaginta], donde este pasaje había sido traducido como “He aquí que la virgen concebirá”.
Por esta nueva traducción querían demostrar que los cristianos, sobre la base de una traducción incorrecta de la palabra Aalma, pensaron atribuir a María algo completamente imposible, un nacimiento sin mediar un hombre, mientras que en realidad el nacimiento de Cristo no había sido en nada diferente al de otros nacimientos humanos.
Sin embargo, la maléfica intención de los nuevos traductores se reveló con claridad porque al comparar varios pasajes de la Biblia se hizo evidente que la palabra Aalma significaba precisamente virgen“. Y, de hecho, no sólo los judíos, sino también los paganos, sobre la base de sus propias tradiciones y diversas profecías, esperaban que el Redentor del mundo naciera de una Virgen. Los Evangelios afirmaron claramente que el Señor Jesús había nacido de una Virgen.
¿Cómo será eso, pues no conozco varón? preguntó María, que había dado la promesa de su virginidad, al Arcángel Gabriel, que le había informado del nacimiento de Cristo.
Y el ángel respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:34-35).
Más tarde, el ángel se apareció también al justo José, que quería echar a María de su casa, al ver que Ella había concebido sin entrar en convivencia conyugal con él. A José, el Arcángel Gabriel le dijo: No temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo, y el ángel le recordó la profecía de Isaías sobre que una virgen concebiría (Mateo 1:18 -25).
La vara de Aarón que germinó, la roca arrancada del monte sin manos, vista por Nabucodonosor en un sueño e interpretado por el Profeta Daniel, la puerta cerrada vista por el Profeta Ezequiel, y muchas otras cosas en el Antiguo Testamento que prefiguran el nacimiento de la Virgen. Al igual que Adán fue creado por el Logos de Dios desde la tierra virgen y sin labrar, así también el Logos de Dios creó carne para sí de un vientre virgen cuando el Hijo de Dios se convirtió en el nuevo Adán a fin de enmendar la caída en el pecado del Primer Adán (San Ireneo de Lyon, libro III).
El nacimiento sin semilla de Cristo puede y pudo ser negado sólo por aquellos que niegan el Evangelio, mientras que la Iglesia de Cristo desde el principio confiesa que Cristo “se encarnó del Espíritu Santo y de la Virgen María”. Sin embargo, el nacimiento de Dios de la Siempre Virgen fue una obstáculo para los que querían llamarse a sí mismos cristianos pero no querían humillarse en su mente y aceptar con celo la pureza de la vida. La vida pura de María fue un reproche para todos aquellos que eran impuros incluso en sus pensamientos. De manera que con el fin de mostrarse a sí mismos como cristianos, no se atrevieron a negar que Cristo nació de una Virgen, pero comenzaron a afirmar que María permaneció virgen sólo hasta que dio a luz a su hijo primogénito, y llamó su nombre Jesús…..(Mateo1:25).
“Después del nacimiento de Jesús”, dijo el falso maestro Helvidio en el siglo IV, al igual que otros muchos dijeron antes y después de él, “María entró en la vida conyugal con José y tuvo de él (José) niños, que son llamados en los Evangelios los hermanos y hermanas de Cristo”. Pero la palabra “hasta” no significa que María permaneciera virgen sólo hasta un momento determinado. La palabra “hasta”, así como otras  palabras similares, a menudo significan
“Eternidad”. En la Sagrada Escritura se dice de Cristo: En sus días florecerá la justicia y abundancia de paz hasta que no haya luna (Sal. 71:7), pero esto no quiere decir que cuando no haya luna en el fin del mundo, cesará la justicia de Dios; más bien, será precisamente entonces cuando la justicia de Dios triunfará. Y ¿qué quiere decir cuando dice: Porque es necesario que Él reine hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies? (I Cor. 15:25). ¡¿Es que el Señor reinará sólo durante el tiempo hasta que Sus enemigos estén bajo sus pies?! Y David, en el cuarto Salmo de la Ascensión dice: Como los ojos de los siervos están fijos en las manos de sus señores; como los ojos de la sierva en las manos de su señora, así nuestros ojos están fijos en el Señor nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros (Sal. 122:2), por lo tanto, el Profeta tendrá sus ojos puestos en el Señor, hasta que obtenga la misericordia, pero después de haberla obtenido, va a dirigirla a la tierra? (San Jerónimo “Sobre la Perpetua Virginidad de Santa María”). El Salvador en el Evangelio dice a los apóstoles (Mateo 28:20): “Y mirad que yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo.” ¿Acaso el Señor, después de que el mundo llegue a su fin, abandonará a sus discípulos, y luego, cuando han de juzgar a las doce tribus de Israel sobre doce tronos, estarán privados de la comunión prometida con el Señor? (Bendito Jerónimo, op. Cit.)
Asimismo, es incorrecto pensar que los hermanos y hermanas de Cristo eran los hijos de Su Santísima Madre. Los nombres de “hermanos” y “hermanas” tienen varios significados. Estas palabras quieren dar a entender que hay un cierto parentesco entre las personas o una cercanía espiritual; se utilizan a veces en un sentido amplio, y otras veces en un sentido más estricto. En cualquier caso,  a la gente se le llama hermanos o hermanas si tienen un padre y una madre comunes, o si sólo tienen en común un padre o una madre; o incluso si tienen diferentes padres y madres, si sus padres (habiendo enviudado) han entrado en un matrimonio (Hermanastros); o si sus padres están ligados por un cercano grado de parentesco.
En el Evangelio no se puede ver en ninguna parte que los que son llamados hermanos de Jesús fueran o se les pudiera considerar como hijos de su Madre. Por el contrario, se sabía que Santiago y otros fueron los hijos de José, el desposado con María, que era un viudo con hijos de su primera esposa. (San Epifanio de Chipre, Panarion, 78.) De igual manera, la hermana de Su madre, María, mujer de Cleofás, que estuvo con ella al pie de la Cruz del Señor (Juan 19:25), también tuvo hijos, que a la vista de tal parentesco cercano con pleno derecho podrían llamarse también hermanos del Señor. Que los llamados hermanos del Señor no eran los hijos de su madre es claramente evidente por el hecho de que el Señor confió a Su madre antes de Su muerte a su amado discípulo Juan. ¿Por qué habría de hacerlo si Ella tuviera otros hijos aparte de Él? Ellos mismos se habrían ocupado de ella. Los hijos de José, el supuesto padre de Jesús, no se consideraban obligados a hacerse cargo de alguien que consideran como su madrastra, o al menos no tenían para Ella tanto amor como los hijos de sangre tienen por sus padres, y eso es lo que el Juan adoptado tenía por Ella.
Por lo tanto, un cuidadoso estudio de la Sagrada Escritura revela con toda claridad la insustancialidad de las objeciones contra la Siempre Virginidad de María y ponen en evidencia a los que enseñan de manera diferente.
La Herejía Nestoriana y el Tercer Concilio Ecuménico
Cuando todos esos que se habían atrevido a hablar en contra de la santidad y la pureza de la Santísima Virgen María se silenciaron, entonces se dirigieron sus ataques en un intento de destruir su veneración como Madre de Dios. En el siglo quinto, el Arzobispo de Constantinopla, Nestorio, comenzó a predicar que María había dado a luz sólo al hombre Jesús, en quien la Divinidad había tomado morada y en quien habitó como en un templo. Al principio Nestorio permitió a su presbítero Anastasio predicar tal enseñanza y más tarde él mismo comenzó a enseñar abiertamente en la iglesia que a María no se le debería llamar “Theotokos” (Madre y Deípara de Dios), ya que no había dado a luz al Dios-Hombre.
Consideraba denigrante para él, el tener que adorar a un niño envuelto en telas y acostado en un pesebre.
Tales sermones evocaron, al principio, una perturbación y un malestar general por la pureza de la fe, sobre todo en Constantinopla, pero más tarde se extendió el rumor de la nueva enseñanza por todas partes. San Proclo, el discípulo de San Juan Crisóstomo, que era entonces obispo de Cícico y más tarde fue Arzobispo de Constantinopla, dio un sermón en la iglesia, en presencia de Nestorio, en el que confesó que el Hijo de Dios nació en la carne de la Virgen, quién en verdad es la Theotokos (Deípara y Madre de Dios), pues ya en el seno de la Purísima, en el momento de su concepción, la Divinidad se unió con el niño concebido del Espíritu Santo; y este Niño, a pesar de que nació de la Virgen María sólo en Su naturaleza humana, ya nació como verdadero Dios y verdadero Hombre.
Nestorio se negó obstinadamente a cambiar su doctrina, diciendo que había que distinguir entre Jesús y el Hijo de Dios, que María no debería ser llamada la
Theotokos, sino Cristotokos (Deípara de Cristo), ya que el Jesús que nació de María fue sólo el Cristo hombre (que significa Mesías, el ungido), al igual que a los ungidos de Dios de la antigüedad, los profetas, sólo siendo superior en la plenitud de la comunión con Dios. La enseñanza de Nestorio por lo tanto constituía una negación de toda la economía de Dios, porque si de María no nació más que un hombre, entonces no fue Dios quien sufrió por nosotros, sino un hombre.
San Cirilo, Arzobispo de Alejandría, al enterarse de la enseñanza de Nestorio y de los trastornos evocados en la iglesia por dicha enseñanza en Constantinopla, escribió una carta a Nestorio, en la que trató de persuadirlo para que aceptase la enseñanza que la Iglesia había confesado desde sus orígenes, y a no introducir nada nuevo en esta enseñanza. Además, San Cirilo escribió al clero y al pueblo de Constantinopla animándoles a que fueran firmes en la fe ortodoxa y a no temer las persecuciones por Nestorio contra los que no estaban de acuerdo con él. San Cirilo también escribió  informando de todo a Roma, al santo Papa Celestino, quien con todo su rebaño fue entonces firme en la Ortodoxia.
San Celestino por su parte escribió a Nestorio y le pidió que predicase la fe Ortodoxa, y no la suya. Pero Nestorio se mantuvo sordo a toda persuasión y respondió que lo que él predicaba era la fe Ortodoxa, mientras que sus oponentes eran herejes. San Cirilo escribió de nuevo a Nestorio y le compuso doce anatemas, es decir,  un enunciado en doce párrafos sobre las principales diferencias con respecto a la enseñanza Ortodoxa de la doctrina predicada por Nestorio, declarando la excomunión de la Iglesia para todo aquel que rechazase incluso uno sólo de los párrafos que había compuesto.
Nestorio rechazó la totalidad del texto compuesto por San Cirilo y escribió su propia exposición de la doctrina que predicaba, igualmente en doce apartados, anatemizando (es decir, excomulgando de la Iglesia) a todo aquel que no los aceptase. El peligro hacia la pureza de la fe fue creciendo todo el tiempo. San Cirilo escribió una carta a Teodosio el Joven, que estaba reinando por aquel entonces, a su esposa Eudoquia (Eudoxia) y a la hermana del Emperador, Pulqueria, rogándoles de que se preocupasen de los asuntos eclesiásticos y que restringieran la herejía.
Se decidió entonces convocar un Concilio Ecuménico, en el que los jerarcas, reunidos de los confines del mundo, debían decidir si la fe predicada por Nestorio era Ortodoxa. Como lugar para el Concilio, que sería el Tercer Concilio Ecuménico, eligieron la ciudad de Éfeso, en la cual la Santísima Virgen María habitó una vez junto al Apóstol Juan el Teólogo. San Cirilo reunió a sus compañeros obispos de Egipto y junto con ellos viajó por mar a Éfeso. Desde Antioquía por tierra vino Juan, arzobispo de Antioquía, con los obispos orientales. El Obispo de Roma, San Celestino, no podía ir y le pidió a San Cirilo que defendiera la fe Ortodoxa, y además de su mano envió a dos obispos y al presbítero de la Iglesia Romana Felipe, a quien también le dio instrucciones precisas en cuanto a qué decir. A Éfeso llegó igualmente Nestorio y los obispos de la región de Constantinopla, de Palestina, Asia Menor y Chipre.
El décimo día de las calendas de Julio, según el cómputo romano, es decir, el 22 de junio del año 431, en la Iglesia de Efeso de la Virgen María, los obispos reunidos, encabezados por el obispo de Alejandría, Cirilo, y el obispo de Éfeso, Memnon, tomaron sus lugares. En medio de ellos se colocó un Evangelio como signo de la invisible dirección del Concilio Ecuménico por Cristo mismo. Al principio, se leyó el Símbolo de Fe, que había sido compuesto por el Primer y Segundo Concilios Ecuménicos; entonces se leyó ante el Concilio la Proclamación Imperial que fue traída por los representantes de los emperadores Teodosio y Valentiniano, Emperadores de Oriente  y de las partes Occidentales del Imperio.
Habiéndose escuchado la Proclamación Imperial, comenzó la lectura de los documentos, y se leyeron las Epístolas de Cirilo y Celestino a Nestorio, así como las respuestas de Nestorio. El Concilio, por boca de sus miembros, reconoció la enseñanza de Nestorio como impía y la condenó, declarando a Nestorio como privado de su Sede y del sacerdocio. Se compuso un decreto al respecto, que fue firmado por cerca de 160 participantes del Concilio; y puesto que algunos de ellos representaban también a otros obispos que no tuvieron la oportunidad de estar personalmente en el Concilio, el decreto del Concilio fue en realidad una decisión de más de 200 obispos, que tenían sus sedes en distintas regiones de la Iglesia en ese tiempo, y testificaron que confesaban la Fe, que desde la antigüedad se había mantenido en sus localidades.
Así, el decreto del Concilio fue la voz de la Iglesia Ecuménica, que expresó con claridad su fe en que Cristo, nacido de la Virgen, es verdadero Dios que se hizo Hombre; y en tanto que María dio a luz al perfecto Hombre, que fue al mismo tiempo, perfecto Dios, Ella con razón debe ser reverenciada como THEOTOKOS.
Al final de la sesión su decreto fue inmediatamente comunicado a la gente que estaba esperando. El conjunto de Éfeso se alegró cuando se enteró de que la veneración de la Santísima Virgen había sido defendida, pues era especialmente venerada en esta ciudad, de la que había sido residente durante su vida terrenal y patrona después de su partida a la vida eterna. La gente recibió a los Padres en éxtasis cuando volvieron a sus casas durante la noche después de la sesión. Les acompañaron a sus hogares con antorchas encendidas, mientras quemaban incienso en las calles. Por todas partes se oían saludos de felicidad, glorificaciones a la Siempre Virgen, y las virtudes de los Padres que habían defendido el nombre de la Theotokos contra los herejes. El decreto del Concilio se expuso en las calles de Éfeso.
El Concilio celebró cinco sesiones más los días 10 y 11 de Junio; 16, 17 y 22 de julio; y el 31 de agosto. En estas sesiones se expusieron, en seis canónes, las medidas de acción en contra de aquellos que se atrevieran a difundir la enseñanza de Nestorio y/o cambiar el decreto del Concilio de Éfeso.
En la queja de los obispos de Chipre contra las pretensiones del obispo de Antioquía, el Concilio decretó que la Iglesia de Chipre debía preservar su independencia en el gobierno de la Iglesia, que había poseído desde los Apóstoles, y que, en general, ninguno de los obispos debería tomar para sí mismos regiones que previamente habían sido independiente de ellos, “no sea que con el pretexto del sacerdocio, el orgullo por el poder terrenal nos haga apropiarnos de ello, y para que no perdamos, arruinando poco a poco, la libertad que nuestro Señor Jesús Cristo, el libertador de todos los hombres, nos dio por Su Sangre.”
Asimismo, el Concilio confirmó la condena de la herejía Pelagiana, que enseñó que el hombre puede salvarse por sus propias fuerzas, sin la necesidad de contar con la gracia de Dios. Decidió también ciertos asuntos de gobierno de la iglesia, y dirigió epístolas a los obispos que no habían asistido al Concilio, anunciando sus decretos y exhortando a todos a permanecer en guardia por la Fe Ortodoxa y la paz de la Iglesia. Al mismo tiempo, el Concilio reconoció que la enseñanza de la Iglesia Ecuménica Ortodoxa había sido plena y lo suficientemente clara estableciendo el Símbolo Niceno-Constantinopolitano de la Fe, y por eso mismo no compuso un nuevo Símbolo de la Fe y prohibió en el futuro “el componer otra Fe”, es decir, componer otros Símbolos de la Fe o realizar cambios en el Símbolo que había sido confirmado en el Segundo Concilio Ecuménico.
Este último decreto fue violado varios siglos más tarde por los cristianos de Occidente cuando, al principio en lugares aislados, y luego a lo largo de toda la Iglesia romana, se añadió en el Símbolo de Fe que el Espíritu Santo procede “y del Hijo”, siendo, además, dicha adición aprobada por los papas de Roma desde el siglo XI, a pesar de que hasta ese momento sus predecesores, comenzando por San Celestino, se mantuvieron firmes  en la decisión del Concilio de Éfeso, que fue el Tercer Concilio Ecuménico, y lo cumplieron.
Así, la paz que había sido destruida por Nestorio se instaló una vez más en la Iglesia. La verdadera Fe se defendió y las falsas enseñanzas se acusaron.
El Concilio de Éfeso se venera con razón como ecuménico, al mismo nivel que los Concilios de Nicea y Constantinopla que le precedieron. En él estuvieron presentes representantes de toda la Iglesia. Sus decisiones fueron aceptadas por toda la Iglesia “de un extremo a otro de la tierra”. En él también se confesó la enseñanza que nos había sido legada desde tiempos Apostólicos. El Concilio no creó una nueva enseñanza, sino que testificó en alta voz la verdad que algunos habían tratado de sustituir por una invención. Se estableció una confesión más precisa sobre la Divinidad de Cristo, que nació de la Virgen. La creencia de la Iglesia y su juicio sobre esta cuestión se expresó  tan claramente que nadie podría desde ese momento en adelante atribuir a la Iglesia sus propios falsos razonamientos. En el futuro, podrían surgir otras cuestiones que exigieran la decisión de toda la Iglesia, pero no la cuestión de si Jesucristo era Dios.
Los Concilios posteriores basaron sus decisiones en los decretos de los concilios que los habían precedido. No compusieron un nuevo Símbolo de Fe, sino que sólo dieron una explicación del mismo. En el Tercer Concilio Ecuménico hubo una firme y clara confesión de la enseñanza de la Iglesia sobre la Madre de Dios. Anteriormente los Santos Padres acusaron a los que habían calumniado la vida inmaculada de la Virgen María; y ahora en cuanto a los que trataban de disminuir su honor fue proclamado a todos que: “El que no confiesa que el Emmanuel sea verdadero Dios y, por tanto, a la Santísima Virgen como la Theotokos, ya que dio a luz, según la carne, al Logos que procede de Dios el Padre y que se hizo carne, sea anatema (separado de la Iglesia) “(Primer Anathema de San Cirilo de Alejandría).
Intentos de iconoclastas por disminuir la Gloria de la Reina de los cielos; Son avergonzados
Después del tercer concilio ecuménico, los cristianos comenzaron aún con más fervor, tanto en Constantinopla como en otros lugares,a apresurarse en poner sus esperanzas en la mano intercesora de la Madre de Dios y pudieron comprobar que no fue en vano.Ella manifestó su ayuda con innumerables personas enfermas, indefensas, y en desgracia. Muchas veces apareció como defensora de Constantinopla frente a los enemigos externos; una vez incluso mostró, a San Andrés el loco en Cristo, su maravillosa protección sobre el pueblo que estaba rezando por la noche en el templo de Blanquerna.
La Reina del Cielo les dio a los emperadores bizantinos la victoria en las batallas, por lo que tenían la costumbre de tomar con ellos, en sus campañas, Su Icono de la Hodigitria (Guía). Fortaleció a los ascetas y a los celosos de la vida cristiana en sus batallas contra las pasiones y debilidades humanas. Iluminó e instruyó a los Padres y Maestros de la Iglesia, incluyendo al mismo San Cirilo de Alejandría cuando estuvo dudando en reconocer la inocencia y santidad de San Juan Crisóstomo. La Virgen Purísima puso en boca de los compositores de la Iglesia grandes himnos, en numerosas ocasiones incluso haciendo grandes cantantes de renombre a hombres poco talentosos que no tenían don de la canción, pero que se mostraban grandes y piadosos trabajadores como fue el caso de
San Romano el Melodo. ¿Es, por tanto, sorprendente que los cristianos se esforzaran en magnificar el nombre de su constante Intercesora? Se establecieron fiestas en su honor, se le dedicaron maravillosos himnos, y Sus imágenes fueron reverenciadas.
Pero la malicia del príncipe de este mundo, armó a los hijos de la apostasía una vez más para elevar batalla contra el Emanuel y Su Madre en esta misma Constantinopla, que reverenciaba entonces, de la misma forma que hizo anteriormente Éfeso, a la Madre de Dios como su intercesora. No atreviéndose al principio a hablar abiertamente en contra del Campeón General, deseaban disminuir su glorificación prohibiendo la veneración de los iconos de Cristo y de Sus santos, llamando a esto el culto a los ídolos. La Madre de Dios, entonces, fortaleció también a los celosos de la piedad en la batalla por la veneración de las imágenes,  manifestando muchas señales a través de sus iconos y curando la mano cortada de San Juan de Damasco, que escribió en defensa de los iconos.
La persecución contra los que veneraban a los Iconos y a los Santos terminó de nuevo con la victoria y triunfo de la Ortodoxia, pues la veneración dada a los iconos asciende a los que están representados en ellos; y los santos de Dios son venerados como amigos de Dios por la gracia Divina que habitaba en ellos,de acuerdo con las palabras del Salmo: “Lo más preciado para mí son Tus amigos”.La Purísima Madre de Dios fue glorificada con un honor especial en la tierra y en el cielo, y Ella, incluso en los días en los que se burlaban de los santos iconos, manifestó a través de ellos tantos maravillosos milagros que aún hoy los recordamos con contrición. El himno “En Ti toda la creación se regocija, Oh Tú que eres llena de gracia”, y el icono de las Tres Manos nos recuerdan la curación de San Juan Damasce no a través de este icono; la representación del icono de la Madre de Dios de Iveron nos recuerda la milagrosa liberación de los enemigos por este icono, que fue arrojado al mar por una viuda que no pudo salvarlo.
Ninguna persecución en contra de los que veneran a la Madre de Dios y a todo lo que está ligado a Su memoria,pudo disminuir el amor de los cristianos por Su Intercesora. Se estableció la norma de que cada serie de himnos en los Oficios Divinos debía terminar con un himno o un verso en honor de la Madre de Dios (son los llamados “Theotokia”). Muchas veces al año, los cristianos de todos los rincones del mundo se reúnen en la iglesia, como ya hacían anteriormente, para alabar su nombre,darle gracias por el favor mostrado, y para implorar misericordia.
Pero, ¿podría el adversario de los cristianos, el diablo, que anda rondando como león rugiente, buscando a quien devorar (I Pedro 5:8), permanecer siendo un espectador indiferente a la gloria de la Inmaculada? ¿Podría reconocer su derrota  y dejar de librar guerras contra la verdad a través de los hombres que hacen su voluntad? Y así, cuando todo el universo resonaba con la buena noticia de la fe de Cristo, cuando en todas partes se invocaba el nombre de la Toda Santa, cuando la tierra estaba llena de iglesias, cuando las casas de los cristianos se adornaban con iconos que la representan, entonces apareció y se comenzó a difundir una nueva falsa enseñanza sobre la Madre de Dios. Esta falsa enseñanza es peligrosa en el hecho de que muchos no llegan a comprender inmediatamente en qué medida socava la verdadera veneración de la Madre de Dios.
Celo no conforme al Conocimiento (Romanos 10:2)
La corrupción por parte de los latinos, por medio del recién inventado dogma de la “Inmaculada Concepción”, de la verdadera veneración de la Santísima Madre de Dios y Siempre Virgen María.
Cuando fueron reprendidos aquellos que censuraban la vida inmaculada de la Santísima Virgen, así como aquellos que negaban Su Perpetua Virginidad, aquellos que negaban Su dignidad como Madre de Dios, y aquellos que desdeñaban Sus iconos, cuando la gloria de la Madre de Dios había iluminado el universo entero, apareció una enseñanza que aparentemente exaltaba extremadamente a la Virgen María, pero que en realidad negaba todas sus virtudes.
Esta enseñanza es la llamada “Inmaculada Concepción de la Virgen María”,y fue aceptada por los seguidores del trono papal de Roma. La enseñanza es esta: “la Toda bendecida Virgen María en el primer instante de su concepción, por la gracia especial de Dios Todopoderoso y por un privilegio especial, por el bien de los futuros méritos de Jesús Cristo, Salvador del género humano, fue preservada exenta de toda mancha de pecado original “(Bula del Papa Pío IX en relación con el nuevo dogma). En otras palabras, la Madre de Dios desde su misma concepción fue preservada del pecado original y, por la gracia de Dios, se colocó en un estado en el que era imposible para ella tener pecados personales.
Los cristianos no habían oído hablar de esto antes del siglo IX, cuando por primera vez el abad de Corvey, Pascasio Radbertus, expresó la opinión de que la Santísima Virgen fue concebida sin pecado original. Al principio, desde el siglo XII, esta idea comenzó a extenderse entre el clero y los fieles de la iglesia occidental, que ya se había alejado de la Iglesia Universal y por lo tanto ya había perdido la gracia del Espíritu Santo.
Sin embargo, no todos los miembros de la iglesia de Roma estaban de acuerdo con la nueva enseñanza. Hubo una diferencia entre los teólogos más renombrados de Occidente, los pilares, por así decirlo, de la Iglesia latina. Tomás de Aquino y Bernardo de Claraval lo censuraron decisivamente, mientras que Duns Escoto lo defendía. De los maestros, esta división llegó a sus discípulos: los monjes dominicos latinos, siguiendo a su maestro Tomás de Aquino, predicaron en contra de la doctrina de la Inmaculada Concepción, mientras que los seguidores de Duns Scoto, los franciscanos, se esforzaron por implantarlo en todas partes. La batalla entre estas dos corrientes continuó durante el transcurso de varios siglos. Tanto en uno como en otro lado había entre sus filas, aquellos que eran considerados entre los católicos como las más grandes autoridades.
No fue de ayuda para decidir la cuestión el hecho de que varias personas declararan que habían tenido una revelación de lo alto concerniente al tema en disputa. La monja Bridget [de Suecia], renombrada en el siglo XIV entre los católicos, habló en sus escritos acerca de las apariciones que tuvo de la Madre de Dios, la cual le había dicho que había sido concebida inmaculadamente, sin pecado original. Pero su contemporánea, la aún más famosa ascética Catalina de Sienna, afirmó que en su Concepción la Santísima Virgen participó en el pecado original, y que concerniente a esto, ella había recibido una revelación de Cristo mismo (Véase el libro de A. Lebedev Arcipreste, Diferencias en la Enseñanza de la Santísima Madre de Dios en las Iglesias de Oriente y Occidente).
Así pues, no hubo sobre el fundamento de los escritos teológicos, ni sobre el fundamento de manifestaciones milagrosas que se contradecían entre sí, algo que pudiera hacer distinguir al rebaño latino, por un largo tiempo, donde estaba la verdad. Los papas romanos hasta Sixto IV (final del siglo XV) se mantuvieron al margen de estas disputas, y sólo este Papa en 1475 aprobó un servicio en el cual se expresó con claridad la doctrina de la Inmaculada Concepción; y varios años más tarde prohibió una condena a los que creían en la Inmaculada Concepción. Sin embargo, incluso Sixto IV todavía no se había decido a afirmar que esa fuera la enseñanza inquebrantable de la Iglesia; y por esa razón, habiendo prohibido la condena de los que creen en la Inmaculada Concepción, tampoco condenó a los que creían lo contrario.
Mientras tanto, la enseñanza de la Inmaculada Concepción obtenía cada vez más partidarios entre los miembros de la iglesia romana. La razón de esto fue el hecho de que parecía más piadoso y agradable a la Madre de Dios el hecho de darle tanta gloria como fuera posible. La lucha de la gente por glorificar a nuestra intercesora celestial, por un lado, y la desviación de los teólogos occidentales en especulaciones abstractas que llevaron sólo a una verdad aparente (escolástica),  por otro lado, y finalmente, el patrocinio de los papas de Roma después de Sixto IV, todo esto llevó a que la opinión sobre la Inmaculada Concepción que fue expresada por Pascasio Radbertus en el siglo IX, fuera ya la creencia general de la Iglesia latina en el siglo XIX.  Sólo quedaba proclamarlo definitivamente como enseñanza de la iglesia, lo cual fue hecho por el Papa romano Pío IX durante un servicio solemne el 8 de diciembre de 1854, cuando declaró que la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen era un dogma de la Iglesia Romana. Así, la iglesia romana añadió otra desviación más a la enseñanza que se había confesado mientras era miembro de la Iglesia Católica y Apostólica, cuya fe ha sido mantenida hasta ahora inalterada y sin cambio por la Iglesia Ortodoxa. La proclamación del nuevo dogma satisfizo las grandes masas de personas que pertenecían a la iglesia de Roma, que con sencillez de corazón pensaron que la proclamación de la nueva enseñanza en la iglesia serviría para mayor gloria de la Madre de Dios, a quien por este nuevo dogma estaban haciendo un regalo, por así decirlo. También satisfizo la vanagloria de los teólogos occidentales que defendieron y trabajaron en ello. Pero sobre todo la proclamación del nuevo dogma fue rentable para el mismo trono romano, ya que después de haber proclamado el nuevo dogma por su propia autoridad, a pesar de que siguió el dictado de las opiniones de los obispos de la iglesia romana, el Papa romano por este mismo hecho se apropió abiertamente para sí mismo el derecho de cambiar la enseñanza de la iglesia romana y situó su propia voz por encima del testimonio de la Sagrada Escritura y de la Tradición.Una consecuencia directa de esto fue el hecho de que, a partir de entonces, los papas romanos fueran “infalibles”en materia de fe, que de hecho este mismo Papa Pío IX proclamó igualmente como dogma de la Iglesia de Roma en 1870.
Así fue la enseñanza de la cambiada Iglesia de Occidente después de haber abandonado la  comunión con la Verdadera Iglesia. Se introdujeron en la misma, nuevas y recientes enseñanzas, pensando que con esto glorificaría aún más la Verdad, pero en realidad distorsionándola. Mientras que la Iglesia Ortodoxa confiesa humildemente lo que ha recibido de Cristo y de los apóstoles, la iglesia romana se atreve a añadir a la misma, a veces desde un celo no conforme al conocimiento (cf. Rom. 10:2), y a veces desviándose en las palabrerías profanas y en las objeciones de la seudociencia.
(I Tim. 6:20). No podía ser de otra forma. Que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia (Mateo 16:18) fue una promesa que se hizo únicamente a la Verdadera Iglesia Universal; pero a los que se han alejado de ella se cumplen las palabras: como el sarmiento no puede por sí mismo llevar fruto, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mi (Juan 15:4).
Es cierto que en la definición del nuevo dogma se dice que no se está estableciendo una nueva enseñanza, sino que sólo se proclama como parte de la iglesia lo que siempre existió en ella y que fue sostenido por muchos Santos Padres, extractos de cuyos escritos se citan. Sin embargo, todas las referencias citadas sólo hablan de la santidad excelsa de la Virgen María y de su carácter inmaculado, y se le dan diferentes nombres que definen su pureza  y su poder espiritual; pero en ninguna parte hay palabra alguna que haga referencia al carácter inmaculado de su concepción. Mientras tanto, estos mismos Santos Padres en otros sitios dicen que sólo Jesús Cristo es completamente puro de todo pecado, mientras que todos los hombres, que nacen de Adán, son dados a luz con una carne sujeta a la ley del pecado.
Ninguno de los antiguos Santos Padres dice que Dios, de forma milagrosa, purificó a la Virgen María mientras todavía estaba en el seno materno; y sin embargo muchos indican directamente que la Virgen María, al igual que el resto de los hombres, soportó una batalla contra el pecado, de la que obtuvo la victoria sobre las tentaciones y que posteriormente se salvó gracias a su Divino Hijo.
Los comentaristas de confesión latina igualmente dicen que la Virgen María fue salvada por Cristo. Pero entienden esto en el sentido de que María fue preservada de la mancha del pecado original en vista de los futuros méritos de Cristo (Bula sobre el Dogma de la Inmaculada Concepción). La Virgen María, de acuerdo con sus enseñanzas, recibió de forma anticipada, por así decirlo, el don que Cristo había traído a los hombres por medio de Sus sufrimientos y Su muerte en la Cruz. Por otra lado, al hablar de los tormentos que la Madre de Dios tuvo que soportar al pie de la Cruz de Su Hijo Amado, y en general de todas las penas con las que se llenó la vida de la Madre de Dios, las consideran una adición a los sufrimientos de Cristo y consideran a María como nuestra Corredentora.
Según el comentario de los teólogos latinos, “María está asociada con nuestro Redentor como Corredentora” (ver Lebedev, op. Cit. P. 273). “En el acto de Redención, Ella, de cierta manera, ayudó a Cristo” (Catecismo del Dr. Weimar). “La Madre de Dios”, escribe el Dr. Lentz, “llevó el peso de su martirio no sólo con valentía, sino también con alegría, a pesar de que tenía el corazón roto” (mariología del Dr. Lentz). Por esta razón, ella es “un complemento de la Santísima Trinidad”, y “al igual que su Hijo es el único intermediario elegido por Dios entre Su Majestad ofendida y  el hombre pecador,  así también,  la Jefa Mediadora colocada por Él entre Su Hijo y nosotros, es la Santísima Virgen”. “En tres aspectos, como Hija, como Madre y como Esposa de Dios, la Santísima Virgen es exaltada con cierta igualdad con el Padre, con cierta superioridad sobre el Hijo y con cierta cercanía con el Espíritu Santo” (“La Inmaculada Concepción “, Malou, obispo de Brouges).
Así, de acuerdo a la enseñanza de los representantes de la teología latina, la Virgen María, en la obra de Redención, es colocada cara a cara con el mismo Cristo y exaltada a una igualdad con Dios.Ya no se podría ir más lejos.Si todo esto nose había formulado definitivamente como dogma de la iglesia romana hasta ese momento, por medio del papa romano Pío IX, que dio el primer paso en esta dirección, se mostró la dirección para el futuro desarrollo de dicha enseñanza que posteriormente sería reconocida por toda su iglesia, y por lo tanto,  indirectamente confirmó la enseñanza antes citada sobre la Virgen María.
Así, la iglesia romana, en sus esfuerzos por exaltar a la Virgen Santísima, va por el camino de Su completa deificación. E incluso hoy en día sus autoridades llaman a María “un complemento de la Santísima Trinidad”, es de esperar, por lo tanto, que se venere a la Virgen como a Dios.  Dichas autoridades están construyendo un nuevo sistema teológico usando como cimientos la doctrina filosófica de Sofía,  La sabiduría, como un tipo de poder especial que vincula la Divinidad y la creación. Del mismo modo, desarrollando la enseñanza de la dignidad de la Madre de Dios, desean ver en Ella una Esencia de lo que correspondería a una especie de punto medio entre Dios y el hombre. En cierto modo son más moderados que los teólogos latinos, pero en otros, si me disculpas, ya los han superado. Al tiempo que niegan la doctrina de la Inmaculada Concepción y de la ausencia del pecado original, también enseñan la ausencia total de cualquier pecado personal en la persona de la Virgen María, viendo en ella una intermediaria entre el hombre y Dios, como a Cristo: en la persona de Cristo apareció en la tierra la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Logos Pre-eterno, el Hijo de Dios; mientras que el Espíritu Santo se manifiesta a través de la Virgen María.
En palabras de uno de los representantes de esta tendencia (1), cuando el Espíritu Santo vino a morar en la Virgen María, Ella adquirió “una vida diádica, humana y divina, es decir, se deificó completamente, puesto que en su ser hipostático se manifestó la vivificadora y creadora revelación del Espíritu Santo “(Arcipreste Sergei Bulgakov, La Zarza que arde sin consumirse “the Unburnt Bush”, 1927, p. 154). “Ella es la perfecta manifestación de la Tercera hipóstasis” (Ibid., p.175), criatura creada, y al mismo tiempo no siendo más una criatura”(P.191). Este esfuerzo hacia la deificación de la Madre de Dios ha de ser observado principalmente en Occidente, donde al mismo tiempo, por un lado,varias sectas de carácter protestante están teniendo gran éxito, junto con las principales ramas del protestantismo, el Luteranismo y el Calvinismo, que en general niegan la veneración de la Madre de Dios y su advocación en la oración.
Pero podemos decir con las palabras de San Epifanio de Chipre: “Se hace un daño equiparable en ambas herejías, tanto cuando los hombres degradan a la Virgen como cuando, por el contrario, la glorifican más allá de lo debido” (Panarion “contra los coliridianos”). Este Santo Padre acusa a los que le dan una adoración casi divina: “Deja que María mantenga su honor, pero vayamos a ofrecer adoración al Señor” (misma fuente). “A pesar de que María es un instrumento escogido, fue una mujer por naturaleza, no distinguiéndose en nada de las demás. Aunque la historia de María y la Tradición relatan que se le anunció a su padre Joachim en el desierto, “Tu mujer ha concebido,” esto no se hizo sin unión marital ni sin semilla de hombre” (misma fuente). “No hay que venerar a los santos por encima de lo debido, sino que se debería reverenciar a su Soberano. María no es Dios, y no ha recibido el cuerpo del cielo, sino de la unión del hombre y la mujer; y conforme a la promesa, como Isaac, de que ella fue dispuesta a participar en la Divina Economía. Pero, por otro lado, no dejes que nadie se atreva a ofender irreflexivamente a la Santísima Virgen(San Epifanio,” Contra los Antidicomarionitas “).
La Iglesia Ortodoxa, aunque exaltando grandemente a la Madre de Dios en sus himnos de alabanza, no se atreve a atribuirle lo que no ha sido nunca expuesto sobre ella ni en la Sagrada Escritura ni en la Tradición. “La verdad es ajena a toda exageración, así como a toda subestimación. Le da a todo su justa medida así como su lugar apropiado(Obispo Ignacio Brianchaninov). Al glorificar el caracter inmaculado de la Virgen María y la valiente manera en la que soportó sus penas durante su vida terrenal, los Padres de la Iglesia, por su parte, rechazaron la idea de que fuese intermediaria entre Dios y el hombre en el sentido de la Redención conjunta con Ellos de la raza humana.
Hablando de la preparación de la Santísima Virgen María para morir junto a su Hijo y sufrir con Él por el bien de la salvación de todos, el famoso Padre de la Iglesia de Occidente, San Ambrosio, obispo de Milán, añade: “Pero los sufrimientos de Cristo no necesitaban ningún tipo de ayuda, como el Señor mismo profetizó acerca de esto mucho antes: Miré, mas no había quien me auxiliase, busqué, pero nadie vino a sostenerme. Mi brazo les salvó, y mi cólera sobrevino  (Is. 63:5). “(San Ambrosio, “En cuanto a la crianza de la Virgen y sobre la Siempre Virginidad de María Santísima”, cap. 7).

Este mismo Santo Padre enseña acerca de la universalidad del pecado original, del cual  sólo Cristo es una excepción. “De todos los nacidos de mujer, no hay uno sólo que sea perfectamente santo, aparte de Nuestro Señor Jesús Cristo, quien de un modo nuevo y especial de alumbramiento inmaculado, no experimentó corrupción terrenal” (San Ambrosio, Comentario sobre Lucas, cap. 2). Sólo Dios está sin pecado. Todos los nacidos en la forma usual de la mujer y el hombre, es decir, de la unión carnal, quedan bajo el juicio del pecado. En consecuencia, Él, que no tiene pecado, no fue concebido de esta manera” (San Ambrosio, Ap. Aug. “sobre el matrimonio y la concupiscencia”). “Un solo Hombre, el intermediario entre Dios y el hombre, está libre de las ataduras del nacimiento pecaminoso, porque nació de una virgen, y porque al haber nacido no experimentó la mancha del pecado” (San Ambrosio, ibid. , Libro 2: “Contra Juliano”).
Otro reconocido maestro de la Iglesia, especialmente venerado en Occidente, el bienaventurado Agustín, escribió: “En cuanto a los demás hombres, excluyendo a Aquel que es la piedra angular, no veo para ellos posibilidad alguna de poder llegar a ser templos de Dios y para que Dios more en ellos aparte del renacimiento espiritual, que necesariamente debe ser precedido por el nacimiento carnal.
Por lo tanto, no importa lo mucho que pensemos acerca de las embarazadas y de los niños que aún están en los vientres maternos; ya estimemos que son o que no son capaces de recibir algún modo de santificación, y ya deduzcamos esto del Evangelista Juan, quien aún antes de ser dado a luz exultó en el gozo, cosa que no pudo realizarse sino por obra del Espíritu Santo, o ya lo deduzcamos de Jeremías, a quien dice el Señor: Antes de que salieses del seno te santifiqué (Jer. 1:5),  no importa cuánto pueda esto servirnos o no como base para pensar que los niños en esta condición son capaces de adquirir cierta santificación, en cualquier caso, no cabe duda de que la santificación por la cual todos nosotros juntos y cada uno de nosotros por separado nos hacemos templos de Dios sólo es posible para aquellos que hayan renacido espiritualmente, y dicho renacimiento siempre presupone un nacimiento. Sólo aquellos que ya hayan nacido, pueden unirse con Cristo y permanecer en unión con este Cuerpo Divino que hace a Su Iglesia el templo viviente de la Majestad de Dios” (Bendito Agustín, Carta 187).
Las citas anteriores de los antiguos maestros de la Iglesia testifican que en el mismo Occidente la enseñanza que ahora se extiende,  ya fue rechazada. Incluso después de la apostasía de la Iglesia Occidental, Bernard, que en Occidente fue reconocido como una gran autoridad, escribió, “Estoy asustado viendo como algunos de vosotros deseáis cambiar el estado de asuntos importantes, introduciendo  un nuevo festival desconocido para la Iglesia, en desacuerdo con la razón, injustificado por la antigua tradición. ¿Realmente somos más doctos y más piadoso que nuestros padres? diréis: «Se debe glorificar a la Madre de Dios tanto como sea posible.» Esto es cierto, pero la glorificación dada a la Reina del Cielo exige discernimiento. Esta Virgen Real no tiene necesidad de falsas exaltaciones, pues posee para sí misma verdaderas coronas de gloria y signos de dignidad. Glorifica la pureza de su carne y la santidad de su vida. Maravíllate en la abundancia de dones de esta Virgen; venera su Divino Hijo; exalta a aquella que concibió sin conocer concupiscencia y dio a luz sin conocer dolor. Pero, ¿qué más se podría añadir a estas dignidades? La gente dice que se debería venerar la concepción que precedió al glorioso alumbramiento; pues si no hubiera precedido la concepción, el nacimiento tampoco habría sido glorioso. Pero, ¿qué diríamos si alguien por la misma razón exigiera el mismo tipo de veneración para el padre y la madre de la Santísima Virgen María? Se podría igualmente exigir lo mismo para sus abuelos y bisabuelos, hasta el infinito. Por otra parte, ¿cómo puede no haber pecado en un lugar donde se produjo concupiscencia? Tanto más, no vayamos a decir que la Santísima Virgen fue concebida del Espíritu Santo y no del hombre. Yo digo decididamente que el Espíritu Santo descendió sobre ella, pero no que el Espíritu Santo vino con Ella.”
“Yo digo que la Virgen María no podía ser santificada antes de su concepción, por cuanto ella no existía. Si, aún más, no podía ser santificada en el momento de su concepción a causa del pecado que es inseparable a la concepción, entonces sólo queda por creer que fue santificada después de ser concebida en el vientre de su madre. Esta santificación, si  aniquilase el pecado, sólo santificaría su nacimiento, pero no su concepción. A nadie le ha sido dado el derecho de ser concebido en santidad; sólo el Señor Jesús Cristo fue concebido por el Espíritu Santo, y sólo Él es Santo desde su misma concepción. Excluyéndole a Él, es a todos los descendientes de Adán a los que debe ser referido lo que uno de ellos dice de sí mismo, tanto con sentimiento de humildad como por reconocimiento de la verdad: he aquí que fui concebido en iniquidad (Sal. 50:7) ¿Cuánto puede uno pretender que esta concepción sea santa, cuando no intervino el Espíritu Santo, sin mencionar que vino de concupiscencia? La Santísima Virgen, por supuesto, rechaza esa gloria que, evidentemente, glorifica el pecado. Ella no puede en modo alguno justificar una innovación inventada pese a la enseñanza de la Iglesia, una innovación que es la madre de la imprudencia, la hermana de la incredulidad, y la hija de frivolidad” (Bernard, Epístola 174, citado, así como referencias del Bendito Agustín, de Lebedev). Las palabras citadas anteriormente revelan claramente tanto la novedad como lo absurdo del nuevo dogma de la Iglesia romana.
La enseñanza de la impecabilidad completa de la Madre de Dios (1) no se corresponde con la Sagrada Escritura, donde se menciona en repetidas ocasiones la impecabilidad del Único Mediador entre Dios y los hombres, el hombre  Cristo Jesús (I Tim 2:5); y en Él no hay pecado (I Juan 3:5); Él, que no hizo pecado, y en cuya boca no se halló engaño (I Pedro 2:22); Uno que, a semejanza nuestra, ha sido tentado en todo, aunque sin pecado (Hebreos 4:15); Por nosotros hizo Él pecado a Aquel que no conoció pecado (II Cor. 5:21). Pero con respecto al resto de los hombres se dice, ¿quién puede sacar cosa limpia de lo inmundo? Nadie lo puede (Job 14:4). Dios da la evidencia del amor con que nos ama, por cuanto, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Mucho más, pues, siendo ahora justificados por su sangre, seremos por Él salvados de la ira. Pues, si como enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más después de reconciliados seremos salvados por su vida. (Romanos 5:8-10).
(2) Esta enseñanza también contradice la Sagrada Tradición, que está contenida en numerosos escritos Patrísticos, en los que se menciona la santidad excelsa de la Virgen María desde su mismo nacimiento, así como su purificación por medio del Espíritu Santo durante Su concepción de Cristo, pero no en Su propia concepción por Santa Ana. “No hay nadie que no tenga mancha delante de Ti, aunque su vida no sea más que un día, sólo en Ti está la salvación, Jesús Cristo Dios nuestro, Tú que apareciste en la tierra sin pecado, y en Quien ponemos toda nuestra confianza para obtener la misericordia y el perdón de los pecados(San Basilio el Grande, Tercera Oración de Vísperas de Pentecostés).Pero cuando Cristo vino a través de una pura, virginal, no desposada, temerosa de Dios, Madre sin mancha, sin matrimonio y sin padre, y en la medida en que convenía que Él naciera, purificó la naturaleza femenina, rechazó la amargura de Eva y derrocó las leyes de la carne“(San Gregorio el Teólogo,” Elogio de la virginidad “). Sin embargo, incluso entonces, como ya comentaron los Santos Basilio el Grande y Juan Crisóstomo, (ella) no fue colocada en un estado en el que era incapaz de pecar, sino que continuó teniendo cuidado de su salvación y venció todas las tentaciones (San Juan Crisóstomo, Comentario sobre Juan, Homilía 85, San Basilio el Grande, Epístola 160).
(3) La enseñanza de quela Madre de Dios fue purificada antes de su nacimiento, y así pudo nacer de ella el Puro Cristo, no tiene sentido porque si el Puro Cristo pudiera nacersólo sila Virgen naciera pura (Sin Mancha), también sería necesario que sus padres fueran puros del pecado original,y  ellos, a su vez, tendrían que haber nacido de padres purificados, y continuaría así hasta llegar a la conclusión de que Cristo no podría haber se encarnadoa menos que todos sus antepasados enla carne, hasta Adáninclusive,hubieransido purificados previamente del pecado original.Pero entonces no habríahabido ninguna necesidad dela En carnación de Cristo, ya que Cristo descendió a la tierra con el fin de aniquilarel pecado.
(4) La enseñanza de que la Madre de Dios fue preservada del pecado original, asimismo como la enseñanza de que fue preservada por la gracia de Dios de los pecados personales, hace a Dios despiadado e injusto; porque si Dios pudiera preservar a la Virgen María del pecado y purificarla antes de su nacimiento, entonces ¿por qué, pues, no purifica a otros hombres antes de su nacimiento, sino que les deja en el pecado? De ello se desprende que Dios salva a los hombres al margen de su voluntad, predeterminando a algunos, antes de su nacimiento, a la salvación.
(5) Esta enseñanza, que aparentemente tiene el objetivo de exaltar a la Madre de Dios, en realidad niega por completo todas Sus virtudes. Después de todo, si María, aún en el vientre de Su madre, cuando ni siquiera podía desear nada, ya fuera bueno o malo, fue preservada por la gracia de Dios de toda impureza, y después por esa misma gracia fue preservada del pecado, incluso después de su nacimiento, entonces,¿en qué consiste Su mérito? Si Ella pudo haber sido colocada en el estado de ser incapaz de pecar, y por lo tanto no pecó, entonces ¿para qué la glorificó Dios? si Ella, sin ningún tipo de esfuerzo, y sin haber tenido ningún tipo de impulsos por el pecado, se mantuvo pura, entonces ¿por qué fue coronada más que cualquier otra persona? No hay victoria si no hay adversario.
La rectitud y la santidad de la Virgen María se manifestó en el hecho de que, siendo”humana con pasiones como nosotros”, de tal manera amó a Dios y de tal manera se entregó a Él, que por Su pureza fue exaltada muy por encima del resto de la raza humana. Para ello, después de haber sido previamente conocida y elegida, fue digna de ser purificada por el Espíritu Santo que vino sobre Ella, y de concebir a Aquel que es el Salvador del mundo. La enseñanza de la impecabilidad dada por la gracia a la Virgen María niega Su victoria sobre las tentaciones; de una vencedora que es digna de ser coronada con coronas de gloria, esto la convierte en un instrumento ciego de la Providencia de Dios.
Esto no es una forma de exaltarla y de darle mayor gloria, sino un menosprecio a Su persona, por medio de este “regalo” que le fue dado por el Papa Pio IX y por el resto de personas que pensaron que podían glorificar a la Madre de Dios buscando nuevas “verdades”. La Santísima Virgen María ya fue grandemente glorificada por Dios mismo, tanto ha sido exaltada Su vida en la tierra y Su gloria en el cielo, que ninguna invención humana podría añadir nada a Su honor y gloria. Todo lo que la gente inventa por su propia cuenta sólo oscurece Su rostro de sus ojos. Hermanos, mirad, pues, no haya alguno que os cautive por medio de la filosofía y de vana falacia, fundadas en la tradición de los hombres sobre los elementos del mundo, y no sobre Cristo, escribió el apóstol Pablo por medio del Espíritu Santo (Col. 2:08).
Tal “vana falacia” es la enseñanza de la Inmaculada Concepción por Santa Ana de la Virgen María, que a primera vista se la exalta, pero que en realidad la menosprecia. Al igual que toda mentira, es una semilla del “Padre de las mentira” (Juan 8:44), el diablo, que con dicha enseñanza ha logrado blasfemar a la Virgen María. Junto con dicha enseñanza también deben ser rechazadas todas las otras enseñanzas que vienen de la misma o que se parecen a ella. El esfuerzo por exaltar a la Santísima Virgen a una igualdad con Cristo le atribuye torturas maternas en la Cruz e igual importancia a los sufrimientos de Cristo, así pues el Redentor y la “Corredentora” sufrieron por igual, de acuerdo a las enseñanzas papistas, o incluso que “la naturaleza humana de la Madre de Dios en el cielo junto al Dios-Hombre Jesús conjuntamente revela la imagen completa del hombre” (Arcipreste S. Bulgakov, The Unburnt Bush, p. 141), esto también es una vana falacia y una seducción de la filosofía. En Cristo Jesús, no hay varón y mujer (Gálatas 3:28), Cristo ha redimido a toda la raza humana; por lo tanto, en Su Resurrección igualmente hizo “bailar de alegría a Adán y regocijó a Eva” (Kontakio del Domingo de los Tonos Primero y Tercero), y por su Ascensión el Señor levantó a la totalidad de la raza humana.
Del mismo modo que la Madre de Dios es un “complemento de la Santísima Trinidad” o una “cuarta hipóstasis”; que “el Hijo y la Madre son una revelación del Padre a través de la segunda y tercera Hipóstasis”; que la Virgen María es “una criatura que ha dejado de ser una criatura” todo esto es el fruto de la vana y falsa sabiduría que no está satisfecha con lo que la Iglesia ha sostenido desde tiempos Apostólicos y que además se esfuerza en glorificar a la Santísima Virgen más de lo que Dios la ha glorificado.
He aquí las palabras de San Epifanio de Chipre cumplirse: “Algunos insensatos en su opinión sobre la Siempre Virgen se han esforzado y se esfuerzan por ponerla en el lugar de Dios” (San Epifanio, “Contra los Antidikomarionites”). Pero lo que se le ofrece a la Virgen de forma insensata, en lugar de alabarla, se torna blasfematorio; y la Toda Inmaculada rechaza la mentira por ser la Madre de la Verdad (Juan 14:6).
(1) La tendencia de los Sofistas.

La iglesia Ortodoxa Enseña acerca de la Madre de Dios lo que la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura han informado sobre ella, glorificándola todos los días en sus templos, pidiendo Su ayuda y defensa. Sabiendo que Ella se satisface sólo por los elogios que le corresponde a Su gloria real, los Santos Padres y los himnógrafos le suplicaron a Ella y a Su Hijo que les enseñasen cómo cantarle himnos a la Theotokos. "Fortifica mi mente, Oh Cristo mío, porque me atrevo a cantar las alabanzas de Tu Madre purísima" (IKOS de la Dormición). "La Iglesia enseña que Cristo realmente nació de María, la siempre Virgen" (San Epifanio, "Verdadera Palabra concerniente a la fe"). "Es esencial para nosotros confesar que la Siempre-Virgen María, es en realidad la Theotokos (la Deípara, la que dio a luz a Dios), a fin de no caer en la blasfemia. Aquellos que niegan que la Santísima Virgen es en realidad la Theotokos ya no son creyentes, sino discípulos de fariseos y de saduceos" (San Efrén el Sirio, "A Juan el Monje").

De la tradición se sabe que María era la hija de los ancianos Joaquín y Ana, y que Joaquín descendía de la línea real de David y Ana de la línea sacerdotal. A pesar de un origen tan noble, eran pobres. Sin embargo, no era esto lo que entristecía a estos justos, sino más bien el hecho de que no habían tenido hijos y por lo tanto no podían esperar que sus descendientes vieran al Mesías. Y he aquí una vez cuando, tras haber sido despreciados por los hebreos a causa de su esterilidad, se encontraban ambos, con dolor en el alma, ofreciendo oraciones a Dios, Joaquín en una montaña a la que se había retirado tras haber sido despreciado por el sacerdote que no quiso ofrecer su sacrificio en el Templo, y Ana en su propio jardín llorando a causa de su esterilidad, se les apareció un ángel que les informó que iban a dar a luz a una hija. Rebosantes de alegría, prometieron consagrar su hija a Dios.


En nueve meses les nació una hija, a quien llamaron María, y que desde su más tierna infancia manifestó las mejores cualidades del alma. Cuando tenía tres años, sus padres, cumpliendo con su promesa, llevaron solemnemente a la pequeña María al Templo de Jerusalén; Ella Misma subió los altos escalones y, por revelación de Dios, fue conducida al Santo de los Santos por el sumo sacerdote que la recibió, trayendo la gracia de Dios que descansaba sobre Ella, al Templo que hasta entonces había estado sin la gracia.
(Vea el Kontakion de la entrada en el Templo: El Templo Purísimo del Salvador, la Virgen y preciosísima Cámara nupcial, el Tesoro sagrado de la Gloria de Dios; hoy se presenta en la casa del Señor, trayendo consigo la gracia del Espíritu Divino. ¡Que la alaben los Ángeles de Dios; porque Ella es el Tabernáculo celestial!) Fue colocada en el alojamiento destinado a las vírgenes que existía en el templo, pero pasaba tanto tiempo en oración en el Santo de los Santos que se podría decir que vivía allí. (Oficio de la Entrada de la Theotokos de Dios en el Templo, segunda Estíquera desde el Salmo del Lucernario “Señor, a Ti te clamo”, y el  Gloria... Ahora y siempre) Siendo adornada con todas las virtudes, manifestó un ejemplo de extraordinaria pureza de vida. Al ser sumisa y obediente en todo, no ofendió a nadie, no dijo ninguna palabra dura a nadie, fue amable con todos, y no se permitió ningún pensamiento impuro. (Tomado de San Ambrosio de Milán, "En cuanto a la Virginidad Perpetua de la Virgen María".)


"A pesar de la recta e inmaculada vida que llevó la Madre de Dios, el pecado y la muerte eterna manifestaron su presencia en Ella. No podían hacer otra cosa más que manifestarse: Tal es la  precisa y fiel enseñanza de la Iglesia Ortodoxa en relación con la Madre de Dios y Su relación con el pecado original y con la muerte".
(Obispo San Ignacio Briantchaninov, "Exposición de la Enseñanza de la Iglesia Ortodoxa sobre la Madre de Dios.") "Una extraña a cualquier caída en el pecado" (San Ambrosio de Milán, Comentario al Salmo 118): "Ella no fue una extraña a las tentaciones pecaminosas". "Sólo Dios es sin pecado" (San Ambrosio, misma fuente), "mientras que el hombre siempre tiene en sí mismo algo que aún necesita corrección y perfección con el fin de cumplir el mandamiento de Dios; Sed santos; porque yo, Señor vuestro Dios, soy Santo (Levítico 19:2). Cuanto más puro y perfecto es uno, más se da cuenta de sus imperfecciones y se considera tanto más indigno.

La Virgen María, al haberse dado Ella misma enteramente a Dios, a pesar de que rechazó por sí misma todo impulso al pecado, todavía sentía la debilidad de la naturaleza humana con más fuerza que otros y más ardientemente deseaba la venida del Salvador. En Su humildad se consideraba indigna de ser aún la sirvienta de la Virgen que había de dar a luz al Salvador. Así que nada pudo distraerla de la oración y de la cautela en sí misma, María dio a Dios la promesa de no contraer matrimonio, a fin de agradar sólo a Dios durante toda su vida. Al ser  desposada con el anciano José cuando su edad ya no le permitía permanecer en el templo, se instaló en su casa de Nazaret. Aquí la Virgen fue dignada con la visita del Arcángel Gabriel, que le trajo la buena nueva del nacimiento, por Ella, del Hijo del Altísimo. Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita eres entre todas las mujeres ... El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:28-35).

María recibió la angélica buena nueva humilde y sumisamente. "Entonces el Logos, de un modo sólo conocido por Él mismo, descendió y, tal y como fue Su Voluntad, vino, entró en María y moró en Ella" (San Efrén el Sirio "Elogio a la Madre de Dios"). "Como un relámpago que ilumina lo que está escondido, así también Cristo purificó lo que está oculto en la naturaleza de las cosas. Él purificó la Virgen y después nació, con el fin de demostrar que donde está Cristo, hay pureza manifestada en todo su poder. Purificó la Virgen, habiéndola preparado por el Espíritu Santo, y sólo entonces el vientre, habiéndose purificado, Le concibió. Purificó la Virgen a pesar de que era inmaculada; razón por la cual, al haber nacido, la conservó virgen. Yo no digo que María llegó a ser inmortal, sino que al ser iluminada por la gracia, no fue perturbada por deseos pecaminosos" (San Efrén el Sirio, Homilía Contra Herejes, 41). "La Luz que moraba en Ella limpió su mente, hizo puros Sus pensamientos, castas Sus preocupaciones, santificada Su virginidad" (San Efrén el Sirio, "María y Eva"). "Aquella que era pura de acuerdo a la comprensión humana, Él la hizo pura por la gracia" (Obispo Ignacio Briantchaninov," Exposición de la Enseñanza de la Iglesia Ortodoxa sobre la Madre de Dios").

María no le dijo a nadie lo de la aparición del ángel, pero el ángel mismo le reveló a José la milagrosa concepción de María por el Espíritu Santo (Mateo 1: 18-25); y después de la Natividad de Cristo, con una multitud de huestes celestiales, lo anunció a los pastores. Los pastores que fueron a adorar al recién nacido, dijeron que habían oído hablar de Él. Tras haberlo sospechado previamente en silencio, María ahora también escuchaba en silencio y guardaba en su corazón las palabras concernientes a la grandeza de Su Hijo (Lucas 2:8-19). Cuarenta días más tarde, oyó la oración de alabanza de Simeón y la profecía sobre la espada que traspasaría su alma. Más tarde vio cómo Jesús crecía en sabiduría; le escuchó enseñar, a la edad de doce años en el Templo, y todo lo guardó en su corazón (Lucas 2:21-5 1). Aunque llena de gracia, ella aún no entendía plenamente en qué consistiría el servicio y la grandeza de Su Hijo. La concepción hebrea del Mesías todavía estaba próxima en ella, y los sentimientos naturales la forzaban a preocuparse por Él, preservándole de trabajos y peligros que pudieran parecer excesivos. Por lo tanto, al principio favoreció a Su Hijo involuntariamente, lo que provocó que Él indicara la superioridad espiritual con respecto al parentesco físico (Mateo 12:46-49). " Cuidaba Él del honor de Su Madre, pero mucho más de la salud espiritual y de los beneficios que a muchos tenía que hacer, pues por ellos se había encarnado" (San Juan Crisóstomo, Comentario sobre el Evangelio de Juan, Homilía 21). María comprendió esto, escuchó la palabra de Dios y la retuvo (Lucas 11:27, 28). Como ninguna otra persona, Ella tenía los mismos sentimientos que Cristo (Fil. 2:5), sin murmurar llevando consigo el dolor de una madre cuando vio a Su Hijo perseguido y sufriendo. Regocijándose en el día de la Resurrección y en el día de Pentecostés, cuando fue revestida con el poder de lo alto (Lucas 24:49). El Espíritu Santo que descendió sobre Ella, le enseñó todas las cosas (Juan 14:26), y la instruyó en toda la verdad (Juan 16:13). Al ser iluminada, comenzó a trabajar aún más celosamente para llevar a cabo lo que había escuchado de Su Hijo y Redentor, con el fin de ascender a Él y estar con Él.


El final de la vida terrenal de la Santísima Madre de Dios fue el comienzo de Su grandeza.
"Al ser adornada con la Divina gloria" (Irmos del Canon de la Dormición), Ella permanece y permanecerá, tanto en el día del Juicio Final como en la era futura, a la diestra del Trono de Su Hijo. Ella reina con él y tiene audacia hacia Él como Su Madre según la carne, y como una en espíritu con Él, como Aquella que llevó a cabo la voluntad de Dios y que instruyó a otros (Mat. 5:19). Misericordiosa y llena de amor, manifiesta Su amor hacia Su Hijo y Dios en el amor por la raza humana. Intercede por los hombres ante el Todo-Misericordioso, y yendo a la tierra, ayuda a los hombres. Tras haber experimentado todas las dificultades de la vida terrenal, la Intercesora de la raza Cristiana ve cada lágrima, y escucha cada gemido y súplica dirigida a Ella. Están especialmente cerca de Ella aquellos que trabajan en la lucha contra las pasiones y que son celosos de una vida agradable a Dios. Pero incluso en las preocupaciones mundanas Ella es una ayudante insustituible. "Alegría de los afligidos e intercesora por el ofendido, alimentadora del hambriento, consuelo de los viajeros, puerto del agitado por la tormenta, visitación de los enfermos, protectora e intercesora de los enfermos, bastón para los ancianos, Tú eres la Madre de Dios en las alturas, Oh Purísima" (estíjera del Servicio a la Hodiguitria). "La esperanza, la intercesión y el refugio de los cristianos", "La Madre de Dios incesante en las oraciones" (Kontakion de la Dormición), "salva al mundo por Tu oración incesante" (Theotokion del tercer tono). "(Ella) día y noche ruega por nosotros, y los cetros de los reinos están confirmados por sus oraciones" (diario Nocturno).

No hay intelecto o palabras que puedan expresar la grandeza de Aquella que nació en la pecadora raza humana pero que llegó a ser "más honorable que los Querubines e incomparablemente más gloriosa que los Serafines." "Contemplando la Gracia de los misterios secretos de Dios hechos manifiestos y claramente cumplidos en la Virgen, me alegro; y no logro entender la forma extraña y secreta por medio de la cual la Purísima ha sido revelada como única elegida por encima de toda la creación, visible y espiritual. Por lo tanto, con dejo de alabarla, caigo atónito con asombro tanto de mente como de palabra y aun así me atrevo a proclamar que Ella es de hecho el Tabernáculo celestial" (IKOS de la Entrada en el Templo). "Toda lengua queda perpleja de cómo alabarte según Te es debido, e incluso un espíritu del mundo de arriba se desconcierta cuando trata de cantar tus alabanzas, Oh Theotokos. Pero ya que eres Bondadosa, acepta nuestra fe, pues conoces bien nuestro amor inspirado por Dios; y como eres la protectora de los cristianos, Te magnificamos" (Irmos del noveno Cántico, Servicio de la Teofanía).


                                  Catecismo Ortodoxo 

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