Sobre la Adoración a Dios
No adoréis a Dios con cosas materiales y de forma superficial, sino con una buena conciencia, temor, amor, obediencia, acción de gracias, oración y fe. Pues Dios es Espíritu, no material, y por lo tanto sólo es adorado en espíritu y en verdad (Juan 4:24).
Sobre la Mención del Nombre de Dios
Mencionad el nombre de Dios con toda reverencia, temor y devoción, y sólo cuando, y donde deba ser mencionado, porque el nombre de Dios es santo y temible, y los que lo mencionan sin reverencia, pecan gravemente. Por lo tanto, rendid toda reverencia al nombre de Dios, como a Dios mismo. Normalmente mencionáis el nombre de un rey terrenal con respeto; así es como debe ser. Pues con mayor respeto debemos mencionar el nombre de Dios, el Rey celestial, que es reverenciado, amado y glorificado por los ángeles y las almas de los santos, con extrema reverencia.
El nombre de Dios es rectamente mencionado en oración, glorificación, acción de gracias, alabanza, en himnos espirituales y en conversaciones y discursos propios de cristianos. Esto debe ser cuando la conversación es sobre la Santa Palabra de Dios, sobre la Ley y el Evangelio, sobre la venida de Cristo al mundo, sobre Su vida en la tierra, Sus sufrimientos y muerte que padeció por nosotros, sobre la muerte, sobre el Juicio de Cristo, sobre el tormento eterno y la vida eterna, y así con todo lo demás.
No lo mencionéis en otras conversaciones sin extrema necesidad, y si es necesario mencionarlo, mencionadlo con toda precaución y debida reverencia.
Guardaos de mencionar el nombre de Dios en mentiras, bromas y burlas, para que el juicio de Dios no venga sobre vosotros en ese momento. “Porque nuestro Dios es fuego devorador” (Hebreos 12:29).
Sobre la blasfemia
La blasfemia se ha vuelto muy común (algo que es impropio de cristianos), al decir: “¡Por Dios!”, “¡Dios sea sobre él!”, “¡Dios es mi testigo!”, “¡Que Dios lo vea!”, “¡Por Cristo!”, y muchas otras. Y estas las dice la gente muy a menudo, incluso en cualquier declaración. Tal blasfemia no es más que un complot satánico ideado para deshonrar el nombre de Dios y para la destrucción del hombre. Debéis guardaros de jurar de estas y otras formas.
Cuando sea necesario afirmar la verdad, que las palabras de Cristo estén en vosotros:
“Sí, sí; no, no. Todo lo que excede a esto, viene del Maligno” (Mateo 5:37).
Sobre la fe y el temor de Dios
Sin vivir la fe y el temor de Dios es imposible vivir de forma correcta. El vivir la fe es inspirado en el corazón humano mediante la contemplación de la palabra de Dios y por el Espíritu Santo. Por esta razón debemos leer y prestar atención a la palabra de Dios y rezar para que Dios mismo encienda la lámpara de la fe en nuestro corazón. El temor de Dios surge muy a menudo de la contemplación de la omnipresencia de Dios y Su omnisciencia. Dios está presente, en esencia, en todo lugar; y donde quiera que estemos, Él está con nosotros; y cualquier cosa que hagamos, digamos, pensemos y emprendamos, nosotros hacemos, decimos, pensamos y lo emprendemos todo ante Sus ojos. Y Él conoce nuestras obras mucho mejor que nosotros mismos. Pensad en esto, oh cristianos, y prestad atención, y con la ayuda de Dios, el temor de Dios nacerá en vosotros. El temor de Dios os protegerá y os corregirá en todo lugar y en todas las cosas, y os alejaréis de toda obra maligna, y os confirmaréis en toda obra buena. Así, día tras día seréis mejores.
Por tanto, poned ante vuestro ojos espirituales a Dios y tendréis temor de Dios, imitando al salmista: “Tengo siempre a Dios ante mis ojos” (Salmos 15:8). Pero lo que debáis hacer se os manifestará claramente en los siguientes puntos. Mirad, pues, y esforzaos por cumplirlos.
Cómo estar en la iglesia
Mientras estéis en la iglesia, atended diligentemente a la lectura y a los himnos. Esto da lugar a la compunción, a la verdadera oración, a cantar de corazón, y a una verdadera acción de gracias. Así, evitad estar corporalmente en la iglesia ante Dios mientras deambuláis en espíritu en las cosas terrenales, para que este dicho no se os aplique: “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está lejos de Mí” (Mateo 15:8). Por tanto, mientras estéis en la iglesia, permaneced en espíritu y corazón, pues estáis ante Dios. Cuando miréis los iconos de los santos, recordad que Uno es el Creador que los creó a ellos y a vosotros, y que Su propósito era el mismo para ellos como para vosotros, esto es, salvaros, tanto a ellos, como a vosotros. Ellos son glorificados y ante vosotros se encuentra la misma gloria. Por eso, imitad sus vidas y seréis salvados.
La oración como algo indispensable
La oración consiste no sólo en estar e inclinaros ante Dios corporalmente, y en leer oraciones escritas, sino en rezar con la mente y el espíritu en todo tiempo y en todo lugar. Podéis hacerlo mientras andáis, os sentáis, estáis tumbados, entre la gente, y en soledad. Alzad vuestra mente y corazón a Dios, y de esta forma, suplicadle Su ayuda y misericordia. Pues Dios está en todas partes y en todo lugar, y Sus puertas siempre están abiertas, y es fácil acercarse a Él, no como al hombre. Y podemos acercarnos a Él con fe y con nuestra oración en todas partes y en todo tiempo, y en cualquier necesidad y circunstancia. Podemos decirle mentalmente en cualquier momento: “Señor, ten piedad, Señor, ayúdame”, y todo lo que deseéis.
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