Prólogo
Todos notamos los cambios universales que acontecen a nuestro alrededor. La “explosión” de la tecnología desde el siglo pasado y sus conquistas sorprendentes han cambiado radicalmente nuestra manera de vivir. La cultura técnica con sus promesas seductivas para una dicha, felicidad universal ha dominado como un ídolo nuevo y en su altar se han sacrificado valores diacrónicos espirituales y tradiciones de siglos. La ciencia se ha deificado, el racionalismo se ha hecho absolutista y autoritario y, con el manto de la filosofía, la sociología y la psicología han burlado y se burlan de la fe.
El hombre, una vez más ha caído en el antiguo cepo del diablo que intentó hacerse dios sin Dios, con el resultado de conducirse otra vez al vacío existencial. Sus preguntas agonizantes que tienen relación con el significado de la vida y el acontecimiento de la muerte se han quedado sin respuesta, en cambio sus problemas sociológicos como injusticia, violencia, desigualdad, destrucción del ambiente, etc., se han agravado y complicado. Así el optimismo y confianza inicial al ídolo de la cultura técnica se ha convertido en inseguridad y desesperación. El ídolo se ha derrumbado. Y los que hasta ahora lo alababan, en vez de metanoizar, arrepentirse, convertirse y buscar al verdadero Dios, se apresuran a elevar en su lugar los antiguos ídolos, es decir, los demonios.
Nuestra época ya ha entrado en una nueva crisis espiritual que la caracterizan claramente la contrariedad, el conflicto y la confusión. Paradójicamente combina el desarrollo con la regresión, la cultura con el primitivismo, el asombroso progreso de la técnica científica con el regreso insensato y animal a antiguos cultos de inexistentes dioses, aún lo más terrible, al culto del anti-dios existente que es el satanás, el diablo o demonio.
Hoy el diablo propone como solución alternativa a los problemas sin salida o escapatoria, a los cuales él mismo condujo a la humanidad, al “paquete” de la Nueva Época o Globalización o New Age. Dentro de esto están incluidas el nuevo-satanismo, la nueva idolatría, el apocrifismo, el espiritismo, la magia y cualquier cosa de pseudoreligión. Cada uno de esos movimientos de nueva época promociona a su fin u objetivo con libros y revistas, con programas de radio y televisión, con arte y música, con anuncios, con juguetes para niños, etc.
Las consecuencias para los que se enrollan o lían en alguna de estas redes del diablo son trágicas: ¡Agobio económico, alteración de la personalidad, catástrofe de la salud psíquica y somática, pérdida de su psique! El camino único y la manera de sanación y salvación de los hombres es el alejamiento de ellos de la mentira y la muerte, del satanás, y el regreso a la Verdad y la Vida, al Cristo.
Las experiencias que se incluyen en las páginas siguientes están recopiladas de la gnosis (conocimiento) santo-espiritual y la dolorosa experiencia de los Padres de nuestra Iglesia Ortodoxa, fruto de sus luchas y combates de larga duración con los espíritus malignos. Y los Padres tienen como meta en este regreso salvador a enseñar e instruir en la sanación y salvación, en algunos de nuestros hermanos, que han sido engañados por la “antigua serpiente” y frenar y retener a otros que peligran de caer en sus cepos. Y generalmente, a todos aquellos que caerán en sus manos, este libro los informa sobre el diablo y los demonios, como fue su creación y caída, sus cualidades y poderes, la cantidad y sus nombres, sus obras y sus maquinaciones, como también sobre la manera y modos de afrontarlos.
En la primera parte, se presenta sinópticamente la enseñanza de nuestra Iglesia sobre los malvados espíritus astutos. En la segunda se exponen en cuatro capítulos una colección de relatos de la Santa Escritura, las Vidas de los Santos y otros textos eclesiásticos que revelan con claridad su variable acción.
Entregando este trabajo humilde a nuestros lectores, rogamos calurosamente al filántropo Señor que nos fortalezca a todos con Su omnipotente jaris (gracia, energía y luz increada) «…para poder estar fuertes y firmes contra las maquinaciones del diablo» (Ef 6,11), el cual siempre y en los peores momentos nuestros, «…como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1ª Ped 5,8).
La enseñanza de la Iglesia sobre los malvados espíritus astutos
Creación y caída.
De acuerdo con la enseñanza bíblica y patrística de nuestra Iglesia Ortodoxa, los demonios al principio pertenecían a las órdenes incorpóreas angelicales y fueron creados por Dios como todos los ángeles. Es decir, Dios por su infinita bondad los trajo a la existencia con el propósito de compartir con ellos, como seres lógicos, Su felicidad, bienaventuranza.
Se formaron, pues, bondadosos y sin maldad, con libre voluntad y deseo. No había sombra de mala astucia y suciedad en sus naturalezas, porque Dios no ha formado demonios sino ángeles. Además, nunca Dios ha creado algo malo esencialmente; todas Sus creaciones eran “muy buenas” (Gen 1,31).
Sin embargo, el jefe de los demonios, el Eosfóro o Lúcifer, era el más brillante y sabio de todos los ángeles. A pesar de estos carismas del que había estado dotado, cayó en un error funesto y trágico: Pensó arrogantemente escalar hacía el trono de Dios, hacerse por sí sólo Dios, igual que su Creador. Es decir, no quiso seguir, como los demás ángeles, el camino de la perfección con su participación en las energías increadas de Dios, sino que prefirió la autodeificación y la equivalencia divina.
Precisamente este pensamiento suyo, supuso también su catástrofe: Cayó como un rayo del cielo, como testifica el Evangelio (Lc 10,18). Su caída fue tremenda. Se destruyó a sí mismo por causa de su arrogancia. Ha perdido su altísimo axioma angelical. De iluminadísimo ángel se convirtió en demonio oscurísimo.
Esta trágica caída se describe alegóricamente, según la explicación de muchos padres, y también la del profeta Isaías en su predicción sobre la caída del rey de Babilonia: «¿Cómo ha caído del cielo el Eosfóros o Lucifer, que amaneció por la mañana? Encima de la tierra se destruyó… Dijiste en tu interior: Al cielo subiré y pondré mi trono por encima de las estrellas del cielo… Subiré por encima de las nubes y me convertiré semejante al Sublime» (Is 14,12-14).
También se describe por el profeta Ezequiel en su llanto por la catástrofe del rey Tiro: «Se enorgulleció tu corazón y dijiste: “Yo soy Dios y me he sentado en el trono de Dios”…Tú eras el modelo de perfección y la corona de la belleza. Vivías dentro del placer del paraíso de Dios. Estabas adornado de cualquier piedra preciosa… Eras impecable en tu vida desde que fuiste creado y a pesar de eso pecaste… Como eras bello, se enorgulleció tu corazón y así tu sabiduría te corrompió junto con tu belleza. Por tus muchos pecados, te tiré a la tierra…» (Ez 28,2 – 12-15,17).
Multitud de ángeles siguieron al apóstata en su caída y se separaron de Dios. Estos ángeles, según san Juan el Damasceno, pertenecían a la 9ª legión o orden celeste que con su jefe el Eosfóros habían asumido la vigilancia del orden circundante, perigeo y la tierra. Pero según los santos Jerónimo y Casiano, provenían de distintos batallones, sobre todo de los Principados y Potestades, de acuerdo con el relato del Apóstol Pablo: «Porque no tenemos que luchar contra sangre y cuerpo, sino contra principados y potestades… contra espíritus malignos y mal astutos» (Ef 6,12). El Eosforos según esta segunda versión ha caído del batallón de los Serafínes. Una tercera versión, según san Pedro Damasceno, nos dice de un batallón que cayó junto con su jefe. El lugar de este batallón, en el cielo, lo ocupará el batallón de los monjes teniendo como jefe a san Juan el Bautista (tradición monástica). Así se explica, según esta versión, el implacable odio y envidia de los demonios contra la vida equivalente de los ángeles del mundo monástico (es decir, lo monjes).
Por lo tanto, en todo caso es un hecho que entre los ángeles apostatas se ha creado un batallón nuevo, el de los espíritus malignos, los demonios.
Aunque los demonios inmediatamente se concienciaron que debido a su insurrección no consiguieron ser “ladrones de la deidad” según Taciano, y a pesar de eso, no se arrepintieron. Permanecieron contrarios y enemigos a Dios (Mat 13,39). Pero al no poder perjudicar a Dios, se volvieron contra Su creación y por excelencia contra el hombre que era Su creación terrenal más perfecta.
Así que de manera muy mal astuta y socarrona provocaron la tragedia humana. Es decir, consiguieron mediante el anzuelo de equivalencia a la deidad (Gen 3,5) a desnudar al hombre de la divina jaris (gracia, energía y luz increada) y conseguir expulsarle del paraíso. Y naturalmente hasta hoy su principal ocupación es mantener al hombre lejos de Dios, obstruyéndole a regresar cerca de Él, por el camino que abrió Cristo con Su encarnación y sacrificio para la gracia del hombre.
Por lo tanto, los demonios ya que se hicieron malvados por su propia voluntad – a pesar de que habían saboreado en abundancia la jaris, la bondad y bienaventuranza de Dios- perdieron toda esperanza de metania (conversión y arrepentimiento) y regreso: “Después de la caída no hay metania en ellos, como tampoco para los hombres después de su muerte» (san Juan Damasceno).
Según otra versión patrística, «antes de la formación del hombre, quedaba alguna posibilidad de metania para el diablo. Pero desde que se creó el mundo, Dios sembró el Paraíso, se forma el hombre, se dio el mandamiento divino y siguió por envidia demoníaca el “asesinato” de la creatura apreciada, se excluyó totalmente su eventual metania» (san Basilio el Grande). San Casiano formula de siguiente manera esta perspectiva: «El primer pecado del diablo fue el egoísmo y eso le costó su caída. Su segundo pecado fue la envidia contra el hombre que apenas se había formado y este estaba llamado para una doxa-gloria igual a la que disfrutaba el diablo antes de su caída. El pazos de la envidia infectó al diablo, cuando aún tenía la posibilidad de levantarse y abrir el diálogo con el hombre. Pero la justa decisión de Dios le derrumbó definitivamente. En el futuro ya no podrá levantarse, ni girar su vista hacia arriba».
Si realmente el diablo pudiera arrepentirse y convertirse, Dios economizaría o procuraría administrar su redención como lo ha economizado para la redención humana. Pero no lo hizo, porque ya su naturaleza definitivamente se había corrompido y pervertido. Se conoce que su naturaleza demoníaca es totalmente distinta de la humana. Es decir, el diablo «como espíritu no tiene composiciones. Su naturaleza no se divide en partes… Con su voluntad, el espíritu expresa su ser, la profundidad de su esencia. Cuando, pues, libremente se ha separado y se hizo apóstata de Dios, no se corrompió solamente su voluntad sino también su naturaleza con la que se identifica… La destrucción fue total y perfecta… El ángel bueno se hizo malo sin tener el poder y la posibilidad de metania, conversión, y regreso a Dios» (Profesor A. Zeodoru).
El hombre al contrario, después de su caída tenía el poder de la metania, porque su naturaleza no era simple. Era y es compuesta de psique y cuerpo. Su libre voluntad se podía afectar también de factores exteriores, cosa que ocurrió con su caída: No cayó por sí solo, como el diablo, sino que fue seducido. Por eso se arrepintió amargamente y le fue dada la misericordia por Dios, pudiendo regresar a “la belleza ancestral” con la humanización de Cristo.
Nus y gnosis
Νοῦς nus o (νοερά ενέργεια noerá energía) en la enseñanza patrística el término se utiliza diversamente. Algunas veces usan esta palabra para mostrar la psique (alma), otras el corazón psicosomático y otras una energía de la psique. Pero principalmente nus es el ojo de la psique, la parte más pura, es la finísima atención. Se llama también energía noerá (espiritual humana) y no se identifica con la energía lógica del cerebro.
Los mal astutos espíritus, como seres lógicos, tienen también nus y gnosis (2ªCor 2,11). Precisamente su nus lo han pervertido tanto que en vez de amar y buscar la verdad, tal como hace un nus auténtico y saludable, la odian y la evitan. Por esta razón el diablo en el Evangelio se llama «el padre de la mentira» (Jn ,44) y en el libro del Apocalipsis se le llama «pervertidor, engañante» (12,9). Pero también la voluntad de los espíritus malignos está pervertida. La voluntad de ellos se ha fijado irrevocablemente hacia la malicia, la maldad, por eso dirigen sus acciones sólo hacia el mal. Pero tienen alguna libertad, puesto que pueden escoger un mal entre muchos.
Conocen a Dios, y esta gnosis les llena de miedo: «Tú crees que Dios es uno; haces bien. También los demonios creen y tiemblan» (Santiago 2,19). Muchas veces los demonios confesaron al Sanador y Salvador Cristo como Hijo y Santo de Dios, (Ver: Mt 8,29, Mc 1,24).
También conocen los pasajes de la Santa Escritura. Si recurrimos al recorte del Evangelio, donde se describen las tres tentaciones del Señor en el desierto, después de Su Bautismo, comprobaremos que toda la argumentación demoníaca está basada exclusivamente en pasajes del Antiguo Testamento, que claro está los utilizan engañosamente (Mat 4,1-11 y Lc 4,1-13). La misma táctica también la aplican en su guerra contra los hombres, para engañarlos o por lo menos confundirles. Al Limonario (libro de textos patrísticos) se refiere el caso de un Yérontas que mientras estaba sentado en su celda haciendo su trabajo manual, recitando a la vez el libro de los Salmos, de golpe entró un demonio con forma de sirviente Sarraceno y empezó delante del Yérontas a bailar. Pero como el Yérontas no le dio ninguna importancia, aquel le dijo enfadado con manía: «Qué crees, viejo malo, que estás haciendo algo importante? ¡Mira, en los salmos 66 y 67 te has equivocado!»
Pero se debe aclarar que esta “teognosía”- conocimiento de Dios- de los demonios es exterior, imperfecta e inútil. Es decir, mientras que conocen las Santas Escrituras y admiten que existe Dios, sobretodo como Trinitario y que existe el Juicio y el Infierno (Mt 8,29), esta gnosis no puede transformar sus existencias ni conducirles a la sanación y salvación. Porque se trata de una gnosis que no se acompaña de la praxis, es decir, el cumplimiento de los mandamientos de Dios. Además, encontramos la misma “teología demoníaca”, también entre aquellos hombres que se acercan a los misterios de Dios con silogismos, reflexiones e invenciones intelectuales y no dentro de la vivencia y la experiencia.
Después de la apostasía los demonios perdieron la gnosis celeste que tenían y la sabiduría de ellos se convirtió en demoníaca (Santiago 3,15). El Apóstol Pablo hace discernimiento claro de la sabiduría demoníaca “de los príncipes de este siglo”, que conduce a la catástrofe y de la sabiduría “en misterio” de Dios, “la oculta”, que conduce a la doxa-gloria celeste (1ªCor 2,6-7).
San Pedro el Damasceno apunta en relación con esto: que el diablo perdió la gnosis de Dios por ingratitud y orgullo… Por eso no sabe por sí mismo lo que se hace, sino que ve lo que hace Dios para salvarnos y pensando con mala astucia hace lo contrario para que nos perdamos… Puesto que ha visto a Dios que formó a Eva como ayuda de Adán, el diablo la hizo cooperante de la desobediencia y la infracción. Dios ha dado su mandamiento a Adán, de manera que con su cumplimiento se acordara de tantas donaciones de su Creador y Le esté agradeciendo, y el diablo el mandamiento lo convirtió en causa de desobediencia y muerte. El diablo en vez de hacer profetas hace pseudoprofetas, en vez de apóstoles hace pseudoapóstoles; en vez de ley, ilegalidad; en vez de virtudes, maldades; en vez de mandamientos, infracciones; En vez de justicia, injusticia y herejías asquerosas».
Los mal astutos espíritus, tal como nos enseña el libro de Job (1;7-12), conocen el estado del mundo actual y observan detenidamente los actos de los hombres. Esta gnosis de ellos, precisamente está basada exclusivamente de las cosas que ocurren y como se comportan los hombres exteriormente. Porque ignoran totalmente tanto el plan de Dios para cada hombre, como también lo que piensa cada uno de nosotros antes de manifestarse.
Como los demonios no conocen la disposición del hombre, le someten en tentaciones y vigilan como reaccionará. Dice el abad Sisois. «El satanás no conoce con que pazos se vence la psique humana. Cierto que siembra los apasionados loyismí (pensamientos, reflexiones) como lujuria, juicio o crítica destructiva y demás pecados, pero no sabe si segará, es decir, si los aceptaremos y pecaremos. Pero apenas que compruebe por las reacciones del cuerpo en que pazos declina su psique, con esto guerrea».
San Casiano dice con relación a esto, que: «los demonios no conocen la naturaleza de nuestra psique, ni pueden introducirse dentro de ella. Pero pueden distinguir cual es su estado por nuestras obras, las palabras, los actos y nuestras declinaciones. Los pensamientos que no han salido nunca de las profundidades de la psique es imposible que los perciban. Aún, los pensamientos malignos que nos envían no conocen sí y cuanto los aceptamos. Sólo pueden tener resultado observando atentamente algunas de nuestras manifestaciones exteriores o movimientos físicos nuestros. Además, también los hombres experimentados e inteligentes muchas veces deducen desde la situación interior y la disposición de sus prójimos por su imagen exterior, de su comportamiento o de sus maneras.»
Prognosis, predicción
Como hemos dicho, la gnosis-conocimiento de los demonios es tan imperfecta y limitada que no se puede hablar de ninguna capacidad gnóstica o profética de ellos. San Juan el Clímaco es claro sobre esto: «Los demonios por su fuerza pronosticadora no conocen nada sobre el futuro. Entonces los magos podrían pronosticar también nuestra muerte». Sólo deducen lo que puede pasar observando los principios y las causas de algunos acontecimientos y valorándolos con su experiencia milenaria. El futuro general lo conocen sólo en casos que el mismo Dios lo manifiesta, cuando se trata de servir un plan concreto de Él. (3ºRe 22,21-22).
San Juan el Damasceno dice que «las futuras cosas no las conocen los ángeles de Dios ni los demonios, no obstante las predicen. Por una parte los ángeles como se las revela Dios y les manda predecirlas, por eso las que dicen se realizan. Por otra parte también los demonios predicen, a veces porque ven a larga distancia y otras porque intentan reducirlas. Por eso la mayoría de las veces mienten. A ellos no se debe tener ninguna confianza, ni si quiera aunque digan la verdad.
San Pablo dice: “Y aconteció que, yendo nosotros al lugar de oración, vino a nuestro encuentro una muchacha que tenía un espíritu pitón, la cual ejerciendo la adivinación, proporcionaba a sus amos muchas ganancias. Esta, siguiendo tras Pablo y tras de nosotros, gritaba diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, los cuales os anuncian el camino de la salvación. Y esto hacía durante muchos días. Incomodado, por fin, Pablo y vuelto al espíritu, dijo: Te mando en el nombre de Jesús Cristo que salgas de ella. Y salió en el mismo instante”. Es muy característica la actitud del apóstol Pablo frente la sirviente de los Filipenses que tenía el espíritu de la serpiente pitón, es decir, el espíritu de adivinación. A pesar de que decía la verdad en relación con los apóstoles y sus kerigmas, Pablo no consintió esta propaganda, sino que echó este espíritu mal astuto de la endemoniada. (He 16,16-18).
San Antonio el Grande nos enseña que «aunque los demonios fingen y hacen como si tuviesen la capacidad de predecir, nadie debe tener confianza en ellos.» Y continúa: «Algunas veces, antes de unos días, realmente comentan los nombres de los hermanos que encontramos después de pocos días. Y aquellos vienen, pero esto lo hacen los demonios no porque se interesan por ellos que les escuchan, sino para convencerles a tener confianza en ellos, y cuando ya les tienen en su mano, destruirlos… ¿Porqué, en qué nos tiene que extrañar, ya que ellos tienen cuerpos más ligeros que los hombres y en el camino adelantan a los que han visto a empezar el camino y les predicen? Esto lo predice hasta uno que esté montado a caballo, porque llega antes que el caminante…
»De la misma manera charlatanean algunas veces con las aguas de los ríos. Por ejemplo, ven caer en las tierras de Etiopía muchas lluvias, como conocen que de aquellas aguas se producen inundaciones por el río Nilo, antes de que llegue el agua a Egipto, corren antes y lo dicen… Pero si la divina Providencia mientras tanto piensa algo distinto en referencia a las aguas o para los que viajan -porque tiene la fuerza- los demonios se demuestran mentirosos y engañan también los que habían creído en ellos.
»Así se formaron los oráculos idólatras de los Helenos y de esta manera los engañaron en el pasado… Por sí mismos los demonios no conocen nada, sino que hacen como los ladrones, las cosas que ven a los demás, estas son las que transmiten. Más bien son meditadores que pronosticadores. Por lo tanto, si alguna vez predicen cosas verdaderas, tampoco entonces hace falta admirarles. Porque los médicos también por la experiencia que tienen de una enfermedad, generalmente deducen de sus experiencias y predicen el desarrollo de ella. Pero también los agricultores y los marineros hacen lo mismo. Ven el estado del tiempo y por la experiencia predicen que viene mal tiempo o bueno. Por eso uno no puede sostener que ellos predicen por inspiración divina, sino por experiencia y costumbre. Por lo tanto, si los demonios, por casualidad meditan las mismas cosas y las dicen antes, no por eso tenemos que admirarlos ni ponerles atención.
Cuerpo-figura
Los demonios en comparación con nosotros los hombres son espíritus incorpóreos e inmateriales, por eso no los percibimos con nuestros sentidos físicos. Pero en comparación con Dios que es totalmente incorpóreo, ellos tienen forma, figura y cuerpo. Son, pues, relativamente incorpóreos y se asemejan a los ángeles, con la diferencia de que sus cuerpos finos, inmaculados y etéreos que tenían antes de su caída los perdieron y adquirieron después una grosura. Se convirtieron «en algo materialmente finos, rencorosos y maliciosos» (M. Pselós). San Gregorio el Sinaíta dice: «Los demonios, en un momento dado también ellos fueron nus y han caído de aquella inmaterialidad y finura, por eso cada uno de ellos adquirió una densidad material, tomando según el orden o la energía que tenían forma somática o corporal correspondiente a su cualidad o atributo».
Cada cuerpo “con materia” es también “paciente, afectivo o pasional”. Por lo tanto también los cuerpos de los demonios son tangibles, sufren, y sienten el fuego espiritual. (M. Pselós). Por eso vemos en el Evangelio que tiemblan en caso de castigo provisional y ruegan al Señor «que no les mande al abismo» (Lc 8,31). En los Sinaxaris (libros de la vida de los Santos), también encontramos casos que los demonios se lamentan con llantos afligidos, se duelen, se queman y se paralizan de miedo cuando están castigados ejemplarmente por grandes santos y cuando son azotados sin compasión por los ángeles o cuando están condenados a hacer obras contrarias a su voluntad.
En lo referente a su imagen exterior, los demonios son deformados, feos y repugnantes, porque simplemente se han desnudado totalmente de la luz divina. San Juan Crisóstomo en la interpretación del 41º salmo dice que «si Dios permitiera a los demonios que nos enseñaran su caras reales, todos nosotros quedaríamos fuera de sí, anonadados».
Pero los demonios, en su obra odiosa contra el hombre, se manifiestan de varias formas, según las necesidades de cada caso. Son muchas las referencias bíblicas y patrísticas que aparecieron a los hombres con formas más paradójicas y contrarias, desde como luz de ángel iluminado hasta de forma animal más repugnante. Generalmente se manifiestan como ángeles, santos, hombres, serpientes, dragones, leones, escorpiones, toros, machos cabríos, aves rapaces, animales deformados y, finalmente, elementos materiales indefinidos y con formas. Del Génesis, el primer texto bíblico donde el diablo aparece como serpiente para engañar a Eva, hasta el libro del Apocalipsis, el último texto bíblico, donde satanás se le ata con cadenas por el ángel de Dios; Existen innumerables casos de aparición de demonios de distintas formas. Paralelamente la variedad de apariciones se encuentra en libros con el nombre de título “Vidas de los Santos”.
Números y órdenes
Como los demonios que han caído, han formado una legión o batallón, son muchos y se distinguen en equipos y órdenes, gobernantes y gobernados. Aunque según san Juan el Clímaco «no existe orden y coherencia a los desordenados e incoherentes, sino perversidad y desorden, sin embargo, todos los espíritus malignos colaboran para nuestra catástrofe. Así que, cuando nos atacan, cada uno de ellos toma su posición y se encarga de una misión especial, tal como pasa también en la guerra sensible.»
Según el tiempo que actúan los demonios se distinguen entre nocturnos y diurnos. En una división más especial, los encontramos como matinales, de mediodía, de tarde y nocturnos. En la Santa Escala de san Juan el Clímaco se habla de una psique que por la mañana la atacaban los demonios de la vanagloria y de los malos deseos, el mediodía de la acedía o pereza espiritual, de tristeza e ira, en cambio por la tarde los tiranos responsables de los pazos de la panza. Es decir, vemos que los espíritus malignos actúan por turnos las veinticuatro horas.
Detrás de cada pazos existe también el correspondiente equipo que lo sostiene, y detrás de cada pecado hay un demonio que sinergiza o colabora a cometerlo.
Todos los demonios no tienen la misma potencia ni la equivalente maldad. Todos son mal astutos, pero existen demonios sucios que son más malignos que los mal astutos, (San Juan el Sinaita). Es decir, entre ellos hay grados de maldad. San Máximo el Confesor dice: «Cada uno de los demonios, según su capacidad particular, provoca un tipo u otro de tentaciones. Porque cada uno provoca maldad distinta, y cada uno claramente es más sucio que el otro y mayormente más capacitado para cada clase de maldad.» Nuestro Señor nos enseña que cuando del hombre se va un demonio sucio, y este hombre cae al descuido o negligencia, entonces el espíritu que se ha marchado regresa trayendo consigo «otros siete espíritus más malignos que este» (Mt 12,45).
San Casiano en una de sus obras más importante enumera ocho espíritus malignos hegemónicos: el espíritu de la gula, el espíritu de lujuria, el espíritu de avaricia o codicia material, el espíritu de ira u odio, el espíritu de tristeza o depresión, el espíritu de acedía, negligencia o parálisis psíquica, el espíritu de vanidad, vanagloria o exhibición y el espíritu de orgullo, soberbia o engreimiento.
La obra principal y siniestra de estos mal astutos espíritus es echar en nuestra psique a los ocho correspondientes pazos principales y mortales (espiritualmente), de manera de alejarnos definitivamente de Dios, provocando nuestra muerte (espiritual) eterna.
San Juan el Clímaco de manera muy sabia revela para los luchadores espirituales la red mal astuta y las querellas de los demonios, describiendo la estructura y el sistema de ellos, señalando cuales son los pazos principales (madres) y cuales nacen de estos (hijas). Por eso nos sugiere luchar inteligentemente y no gastar nuestras fuerzas y energías espirituales luchando a la vez con miles de enemigos, porque no se trata de aprender en una sola vez todas sus malicias. Y concluye: «Con la ayuda de la Santa Trinidad, armémonos contra los tres (los pazos filidonía-hedonismo, filarguiría-de avaricia y filodoxía-de vanagloria), mediante las tres virtudes de la engratia (autocontención y ayuno), de la agapi-amor, y de la tapinofrosini, (conducta humilde de mente y corazón). Sino, sufriremos muchísimas fatigas.»
San Diádoco, obispo de Fótica, divide los demonios en dos grandes categorías. En la primera pertenecen los demonios más finos que guerrean la psique y en la otra los más espesos (materialmente) que guerrean contra el cuerpo mediante los placeres carnales. Estas dos categorías de demonios aunque tienen la misma intención, en perjudicar a los hombres, a pesar de esto, combaten entre sí. Esta aparente contrariedad la sostiene también san Juan el Clímaco.
Cada demonio tiene sus propias maneras de acción y energía, según el pazos que sirve. Por costumbre, colaboran entre sí para hundir al hombre a los más pazos posibles. Por ejemplo, el demonio de la gula entrega su víctima al demonio de la lujuria y este correspondientemente al de la desesperación. San Casiano dice al respeto: «Tenemos que conocer que cada demonio no subleva todos los pazos dentro del hombre, porque cada pazos, tiene sus propios demonios que lo cultivan. Unos espíritus mal astutos se satisfacen de sucios deseos carnales, otros con blasfemias e insultos, algunos descansan en el odio, la ira y la violencia, otros en la tristeza y la depresión, unos a la vanagloria y otros la soberbia. Cada uno cultiva dentro de su corazón aquel pazos por el que queda más satisfecho. No siembran todas sus maldades juntas, sino con orden según el tiempo, el lugar y la receptividad del hombre.»
Todos los pazos, pues, se activan en nuestra psique mediante los demonios. Es decir, tal como el cultivo de las virtudes es fruto del Espíritu Santo, así también la energía y acción de los pazos son fruto de los malignos espíritus astutos. Esta verdad la describe muy expresivamente san Efrén el Sirio: «Señor y Soberano de mi vida, no me des espíritu de pereza, de curiosidad, de charlatanería y de ansiedad de poder. Regálame a mí, tu siervo, espíritu de humildad, prudencia, paciencia y agapi (amor)». Por eso la experiencia patrística nos enseña que la guerra contra los pazos es esencialmente guerra contra los espíritus de la malicia y la maldad. Dice el abad Pitiríon: «El pazos que uno consigue vencer, a la vez echa también su demonio.»
Nombres
La obra de los demonios es multilateral y destructora de psiques, se distingue también de multitud de nombres que les ha dado la tradición bíblica. Estos nombres se expresan en singular o plural y manifiestan el jefe de ellos, un equipo o el conjunto de su legión. Por costumbre son los siguientes: Εωοσφόρος (Eosfóros, de eos alba y fero traer), que significa «el que trae el alba» o lucífero del alba. Este nombre aunque etimológicamente tiene un significado positivo y nos manda al estado antes de la caída del jefe de los espíritus malignos, actualmente está cargado muy negativamente. Diabolo o diablo, porque divide calumniando a Dios en los hombres y los hombres a Dios. Satanás que significa “contrapuesto”, es decir, contrario a Dios. Demon, o demonio (del verbo deo=quemo, hago pedazos) que significa destructor o adversario. Beelzebul que significa “Señor de los espíritus malignos”, Belial que significa “inútil”, y apóstata, “ilegal”, “impío”. “La tentación” y “tentador” por su obra principal que comete, pero también mal astuto o maligno por la manera vil que comete esta obra.
También en el libro del Apocalipsis encontramos que el diablo se llama “el gran dragón, la serpiente ancestral” (Ap. 12,9). El Apóstol Pedro le llama “litigante” y “león rugiente” (1ª Ped 5,8). El mismo Cristo le califica de “mentiroso”, “padre de la mentira” y “homicida” (Jn 8,44), porque desde el principio tergiversa la verdad y trama, conspira contra la integridad psicosomática del hombre. En otra parte le llama “soberano de este mundo” (Jn 8:44, 16:30). El Apóstol Pablo le llama “soberano de la potestad del aire” y “gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Ef 2:2, 6:12). Precisamente el sobrenombre de “soberanos del mundo” o “soberano de la potestad del aire” no significa que el diablo es dominante de toda la creación, basta recordarnos que no tenía poder ni siquiera de entrar en los cerdos, si Cristo no le diera permiso, quien naturalmente como Creador domina todo. La palabra “cosmos, mundo” en los pasajes anteriores como en muchos más del Nuevo Testamento, manifiesta la conducta carnal, el deseo malicioso y el comportamiento arrogante de los hombres que están sometidos al diablo (1ªJn 2,16). A este “mundo” pues, domina el satanás, el “mundo” que se encuentra en las antípodas de la “realeza de Dios” la cual “no es de este mundo” (Jn 18,36).
Aparte de las calificaciones que nos hemos referido, a los demonios también se les dan otros nombres de animales salvajes, aves o reptiles venenosos. Por ejemplo les llaman: “Burrocerontes” “avestruces”, “erizos”, “lechuzas”, “escorpiones” etc. San Casiano explica que estos nombres de animales salvajes que para nosotros más o menos son peligrosos no se han dado a los demonios por casualidad, sino para recalcar el carácter particular de su salvajismo y rabia, también para recalcar su venenosa maldad y para demostrar la fuerza que adquieren a causa de la magnitud de esta maldad.
Dónde viven
En cuanto el satanás fue un ángel obediente de Dios, habitaba en el cielo, es decir, en el espacio supersensible, donde junto con todas las legiones angelicales participaba de la felicidad y bienaventuranza. Pero después de su caída el lugar de su permanencia se ha hecho el “aire”, es decir, el lugar circundante de la tierra, la atmósfera o subcielo. Eso se ve claro en el libro de Job, donde el diablo testifica que caminó por todo el mundo dentro del aire (Job1.7, 2:2). El Apóstol Pablo tal como ya hemos dicho llama al diablo “gobernante de la potestad del aire” y los espíritus mal astutos “espíritus de la mala astucia de los subcielos” (Ef 2:2, 6.12), definiendo así el espacio donde habitan y actúan. La frase “en el subcielo” aquí significa el aire, porque a menudo en la Escritura el aire se le llama cielo, como por ejemplo las “aves del cielo” significa que los pájaros vuelan por el aire (Mt 6,26). San Teófanes el Recluso da la siguiente explicación: «Por costumbre, la forma de traducción y comprensión de la palabra “cielo”, manifiesta los espíritus que vuelan por el aire. Y tal como el aire nos rodea por todas partes, así también los espíritus de la maldad se nos acercan como mosquitos en lugar húmedo».
Por supuesto que el aire no es el lugar fijo como casa de los demonios. San Nicodemo el Agiorita dice: «Los demonios, por permiso divino, actúan en el aire no como un lugar de condena de ellos, sino para la lucha de los escogidos y para la instrucción de los pecadores… Porque el Hades y sus infiernos es el lugar destinado para la condena de ellos, tal como se ha dicho sobre el eosfóros; «Ahora bajarás al Hades y a los cimientos de la tierra” (Is 14,15). Y el Apóstol Judas dijo sobre ellos: “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad y sus principios, son los que abandonaron su propia casa, los ha guardado bajo la oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día.» (Jud 6).
Aparte del “aire” o el “espacio circundante de la tierra”, como lugares de morada de los demonios muchas veces la Santa Escritura y las vidas de los Santos se refieren también algunos lugares terrenales concretos: Varios sitios desiertos, ciudades o casas abandonadas, templos e ídolos sagrados, sepulcros de fallecidos, fuentes, lagos, ríos, etc.
A pesar de que el desierto generalmente se califica como morada de los demonios, no se debe de considerar que este constituye la casa fija del satanás y que se encuentra bajo su dominio legal. Dios por su inmensa filantropía, delimitó a los espíritus de la apostasía en lugares inhabitados por el hombre. Esto lo asegura también san Juan el Sinaíta, cuando dice que los demonios frecuentan los lugares desiertos, porque para favor nuestro se han desterrado allí por el Señor.
El que los espíritus malignos frecuenten en desiertos y sepulcros, lo vemos en el caso del endemoniado de Gerasa, «que tenía su morada en los sepulcros… y siempre de día y de noche andaba dando voces en los montes y en los sepulcros…» (Mc 5,3-5). En cambio el que frecuenten en las fuentes y las aguas lo manifiestan las oraciones de bendición de las aguas y los troparios de la fiesta de la Teofania, que hablan de “dragones”, es decir, demonios que anidan en las aguas y que con la jaris de Cristo se echan.
Es muy interesante la referencia del Antiguo Testamento, que ciudades enteras condenadas por Dios a quedarse desiertas y en ruinas, se convierten en moradas de los demonios (Is 13:20-21, 34:13-14, Bar 4:35).
Muchos santos lucharon duramente para construir templos y monasterios o simplemente habitar en una región que los demonios consideraban como suya. En la vida de san Sabas, se habla sobre el Castelio, una montaña terrible e inaccesible por la cantidad de demonios que anidaban allí. Encima de esta montaña, el santo construyó el monasterio, previamente lo limpió de sus habitantes mal astutos con mucha oración y cansancio. Similares acontecimientos, los encontramos también en la vida de san Antonio, san Macario el grande u otros.
Aún en las tradiciones laicas y leyendas es densa la referencia de casas encantadas por fantasmas, los cuales actúan en lugares donde se han cometido crímenes, asesinatos, celebraciones de magia con llamamiento de los demonios, etc.
Esto no es paradójico. Porque tal como existen lugares santos dedicados al culto y servicio a Dios, por ejemplo, templos, monasterios, etc. Así también existen lugares sucios, manchados de la energía del satanás, por ejemplo, oráculos, sacrificios, templos idólatras, lugares de celebraciones mágicas, etc.
Con este sentido, los lugares de morada de los espíritus malignos pueden ser ciudades gloriosas y de multitud. El libro del Apocalipsis se refiere a Pérgamo, antigua ciudad de Asia Menor, como morada y trono del satanás (Ap 1,13). También la gran ciudad Babilón la califica de “habitáculo de demonios y refugio de todo espíritu sucio” (18,2).
Estas ciudades se califican de moradas demoníacas, porque a causa de la vida pecaminosa de sus ciudadanos, se habían sometido al dominio de los demonios. Los mismos habitantes se habían convertido en cohabitantes con los demonios.
Es cierto que el hombre, si quiere, se puede convertir en morada de mal astutos demonios, como lo contrario, puede hacerse templo del Espíritu Santo (1ªCor 3:16, 6:19). El mismo Señor calificó “casa” de los demonios al hombre que descuida su salvación y de cualquier manera da descanso en su psique a los espíritus malignos (Mt 12,43-45).
Generalmente, el tema de la morada de los mal astutos espíritus, debemos que tenerlo en cuenta en las siguientes verdades:
1) Los demonios como existencias creadas se encuentran en un lugar, sin embargo, no tienen ningún lugar de la creación como lugar suyo, porque todo pertenece al Creador del universo: «De Dios es la tierra y su plenitud; El mundo y los que en él habitan» (Sal 23-24,1). La manifestación principal de ellos es sólo hacer el mal y el pecado. Es muy característica la frase de san Juan Crisóstomo: «El lugar del demonio no es otro que el pecado».
2) Sólo Dios es presente en todas partes. Los demonios como espíritus son rapidísimos en sus movimientos y a pesar de eso no se pueden presentar a la vez en dos lugares distintos. Esto tiene como consecuencia que ignoren lo que está ocurriendo lejos del punto que cada vez se encuentran.
Recordemos un ejemplo del Yeronticón: Cuando san Macario de Egipto se fue a una skiti y con sus consejos arregló al monje Zeópempto que estaba prisionero de loyismí (pensamientos) demoníacos. El diablo no se percató de este movimiento del santo, por eso se extrañaba del cambio del monje ante su amigo, (Pág 124-126, ver otro ejemplo pág 457-460).
Dinamis: Fuerza, potencia y energía, efecto
La dinamis de los demonios sin duda es mayor que la de los hombres, porque Dios no les quitó sus atributos naturales que tenían como ángeles- «porque los dones de Dios son irrevocables» (Rom 11,29). Ellos mismos los oscurecieron y pervirtieron por su apostasía. La fuerza sobrehumana de ellos se ve por su violencia cuando destruyeron la casa de Job, sus animales, sus sirvientes y sus esencias. También se ve en los casos de los endemoniados que les castigan duramente y les hacen romper las cuerdas que están atados, vivir en medio de hielo sin tener frío, etc. También hacen exhibición de potencia y energía mediante los magos que los utilizan como órganos suyos, engañando a mucha gente con señales y bestialidades sobrenaturales.
Conocen bien su propia potencia y energía y se gustan de presentarse como «príncipes o soberanos del mundo» creyendo que dominan todas las realezas del mundo (Mt 4:8).
En el libro del Apocalipsis se manifiesta impresionantemente la fuerza de los demonios, donde se atreven a combatir con el Arcángel Miguel, donde el jefe de ellos, el satanás aparece como dragón terrible, que sólo con su cola arrastra la tierra, la tercera parte de las estrellas del cielo y de su boca derrama un río de agua. Más, transmite su fuerza y poder también al Anticristo, y él por su parte engaña a los hombres, baja fuego del cielo y da voz a una imagen de bestia sin psique, etc. (Ap. cap. 11-13).
Según el apóstol Judas, se atreve también a pelear con el Arcángel Miguel reivindicando el cuerpo muerto de Moisés (Ju 9).
Sin embargo, tal como nos aseguran las Santas Escrituras y tal como lo comprueba la experiencia de la Iglesia, la fuerza de los demonios no queda incontrolada. Siempre se mueve dentro de los límites que define Dios. Por eso el abad Amonás recalca que las tentaciones demoníacas no ocurren porque las impone el diablo, sino porque las permite Dios: «El hombre… se entrega al diablo para probarse. ¿Quién le entrega? El mismo Espíritu de Dios. Es imposible que el diablo pueda tentar al cristiano sino está permitido por Dios».
Esto se ve claramente a la tentación de los Apóstoles y a Job:
Antes de Su pasión el Señor avisó a Pedro sobre la prueba que en el futuro le ocurriría: «…Simón, Simón, he aquí que el satanás ha pedido zarandearos como el trigo; Pero yo he rogado por ti que tu fe no te falte…» (Lc22,31-32). Es decir, el satanás pidió de Dios hacer un fuerte movimiento a los Apóstoles, pero se le pusieron limitaciones.
Lo mismo ocurrió con Job: El diablo no podía por su cuenta tentarlo. Pidió permiso a Dios. Y Él le definió la magnitud y extensión de la tentación. Le dio poder en destruir todas sus pertenencias, pero no a Job mismo (Job 1,12). A continuación, el diablo, después del primer ataque, no pudo doblegar la paciencia de Job y pidió a Dios que le diera más poderes, Dios le permitió traer entonces una enfermedad física a Job, pero otra vez con límites. Le prohibió quitarle la vida, (Job 2,6).
No sólo a los hombres virtuosos, ni siquiera a los animales tienen poder los demonios a molestarlos, si Dios no lo permite. Así pues, ni los animales de Job, ni los cerdos de Gerasa serían matados sin el permiso del Señor. En el segundo caso, sobre todo Le rogaron para eso: «Permítenos salir y entrar en la piara de cerdos» (Mt 8,38).
Es un hecho cierto que el hombre con su caída y su apostasía de Dios, se esclavizó al diablo. Consigo mismo arrastró también toda la creación, la cual «gime y está dolorida hasta hoy» (Rom 8,22).
Pero con la obra de la divina Economía, el diablo ha perdido toda su fuerza. Por eso, ahora no hablamos tanto sobre la dinamis-fuerza y energía de los demonios en cuanto a influencia y al efecto de sus energías. Es decir, su fuerza está en la capacidad de engañar al hombre. Son los mayores y más peligrosos estafadores.
San Juan el Crisóstomo dice que el diablo toma su fuerza de nosotros mismos. Es decir, cuando queremos se hace fuerte y cuando queremos otra vez se convierte en flojo, enfermizo. Si nos cuidamos y estamos cerca de nuestro Rey, él se encoge y se arruga por su miedo y el ataque que nos hace, su fuerza no supera la de un niño. Pero si nos alejamos de Su lado, entonces el diablo encontrándonos sin alianza divina, se levanta presuntuosamente en contra nuestro y nos amenaza gruñendo y rechinando sus dientes.
Debemos de conocer que la guerra que hacen los demonios contra nosotros para ellos no es nada fácil, es incansable y sin peligro. Entonces no hablaríamos de batalla o lucha entre ellos y nosotros, sino de exterminio nuestro. Pero no ocurre algo así. Sufren también ellos como nosotros las consecuencias de una lucha dura. También caen en gran aflicción, depresión y confusión cuando están vencidos, (san Casiano).
Por eso san Antonio el Grande nos aconseja no tenerles miedo, sino que estemos en vigilancia protegiendo nuestros corazones de la mala astucia de ellos, porque son muy atrevidos y descarados. Y añade: «El Señor hizo los demonios para que estén arrastrándose como las serpientes y los escorpiones, de manera que estén pisoteados por los cristianos… Pues, no hagamos caso de sus palabras, porque mienten. Ni sus visiones nos atormenten, porque son engañosas, falsas… Con la jaris de Cristo resultan vanas… Desde el principio el diablo fue homicida y padre de la mentira. Sin embargo, nosotros estamos vivos y le combatimos cada vez más. Está claro que los demonios son débiles. Porque el lugar no es obstáculo para sus maquinaciones, no nos ven como amigos de modo que les demos pena, ni aman lo bueno para que se corrijan. Al contrario, son malos y lo que más buscan es hacer mal a aquellos que aman la virtud y respetan a Dios. Pero, como no tienen fuerza esencial, no hacen otra cosa que amenazar… Pero ninguna de sus amenazas se puede realizar. Si fuera de su potestad, no dejarían vivo a ninguno de nosotros los cristianos… Tengamos temor, pues, sólo a Dios. A los demonios tenemos que despreciarlos y no temerlos.»
Para certificar sus palabras el santo se ha referido a la siguiente experiencia suya: «Una vez alguien tocó a mi puerta. Salí fuera y vi a un hombre alto y delgado. Le pregunté; ¿Quién eres? Me dijo: “Yo soy el satanás”. Volví a preguntarle: ¿Para qué has venido aquí? Y él se quejó a mí: ¿Porqué los cristianos y los monjes me acusan y me maldicen injustamente? Yo le contesté: Porque los molestas. Me dice: “No los molesto yo, solos se perturban. Yo ya soy débil. ¿No han leído que “las espadas del enemigo se han destruido totalmente, y has destruido sus ciudades? (Sal 9,7). No tengo ya lugar, ni flecha, tampoco ciudad. En todas partes se han hecho cristianos. Hasta el desierto se ha llenado de monjes. Pues, que tengan cuidado de sí mismos y no me maldigan injustamente”. Entonces yo admiré la jaris de Dios y le dije: “Aunque eres un mentiroso y nunca dices la verdad, en este caso has hablado correctamente y sin querer hablaste ciertamente. Porque Cristo con Su venida a la tierra te ha vencido, debilitado y desnudado”. El diablo escuchando el nombre de Cristo y no aguantando su quemadura, desapareció.»
En conclusión, podemos decir que los demonios no tienen ningún poder sobre nosotros, sino sólo si se lo da Dios o si nosotros les entregamos nuestra voluntad. Es, pues, un error nuestro traspasar la responsabilidad de nuestras caídas exclusivamente a ellos. Dios les permite que nos tienten u ofendan, pero no a violarnos. En nuestra mano está de aceptar o no la ofensa o el ataque. Ellos no tienen permiso de tocar nuestra libertad. La fuerza de ellos es sugerida y no obligada. Esto significa que podemos reaccionar a sus estrategias polémicas y no obedecerles.
De todos modos si nos descuidamos y no lo tomamos en serio, entonces les damos muchos derechos. La fuerza de ellos se convierte en nuestra pereza y descuido. Y lo peor aún es someter nuestra voluntad a la de ellos, entonces adquieren gran poder sobre nosotros. Así hizo Judas, dejó a satanás entrar en su interior (Lc 22,3), y le dominó tanto que a pesar de reconocer su fallo y afligirse por haber traicionado a Cristo, no pudo arrepentirse, sino que se suicidó. Lo mismo le pasó también a Ananías, quien cayó muerto delante del apóstol Pedro, escuchando de la boca del apóstol aquellas terribles palabras: «¿Porqué has dejado que satanás llene y domine tu corazón…?» (He 5:3).
Esta fuerza del engaño y falsedad es muy grande. El efecto de satanás puede destruirnos, o conducirnos a la autodestrucción.
La obra o trabajo
El principal trabajo del diablo después de su caída es contrariar continuamente la voluntad divina. Él odia mortalmente las creaciones de Dios y particularmente a los hombres formados “como imagen y como semejanza” del Creador. Él mismo, como apóstata, puesto que con dolo y mala astucia arrastró también al hombre a la apostasía, lucha de cualquier manera mantener al hombre alejado de Dios.
Cristo con su humanización ha dado a los hombres el poder regresar a “la belleza ancestral” y también el poder de la zéosis (glorificación y divinización). Pero el diablo aunque ahora es débil, continúa con mala astucia arrastrando al pecado las criaturas amadas de Dios, intentando de esta manera anular la obra redentora del Señor. Ha declarado, pues, en contra del hombre una guerra terrible sin cuartel, no sólo por odio y rabia sino también por envidia. No puede soportar la doxa-gloria, la divina felicidad y bienaventuranza que espera a los luchadores. Por eso siembra entre ellos el mal, les incita hacia el pecado y les inspira a la incredulidad de la verdad y la agapi de Dios. Según una parábola del Evangelio, el diablo es el enemigo que sembró la cizaña en el campo, donde el Señor había sembrado el trigo limpio, (Mt 13,24-25).
El mal es la comida diaria del diablo. No piensa, ni se satisface con otra cosa más que esto. Así que el mal del mundo es obra del diablo. Los asesinatos, las guerras, los adulterios, los vicios y cada tipo de pecados están promovidos por el mismo. «El que persiste en practicar el pecado es del diablo; porque el diablo desde el principio peca con rabia contra Dios…» dice san Juan el Teólogo (1ªJn3,8).
El hombre, el posterior de la caída se encuentra siempre en el ojo de mira del diablo. La principal ocupación del maligno es mantener al hombre en el engaño, lejos de la verdad de Dios. Por eso tal como explica san Justino, antiguamente enseñó a los hombres el politeísmo, mientras que ahora intenta con miles de maquinaciones convertir los fieles en infieles y mantenerles desiluminados, lejos del Evangelio. Esto lo certifica también el apóstol Pablo, cuando dice que: «En los cuales el dios de este siglo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del Evangelio de la gloria de Cristo…» (2ªCor 4,4).
Una de las actividades importantes de los mal astutos espíritus es también la adversidad a la obra de la Iglesia, porque les es odiable, porque esto anula sus obras. Así se explican las imaginables dificultades, los impedimentos y los problemas que crean al que quiere servir dentro del espacio de la Iglesia. El sabio Sirac avisa: «Hijo, si vienes a trabajar para el Señor Dios, prepara tu psique para las tentaciones» (2,1). Además, el apóstol Pablo atribuye al satanás los acontecimientos que le impidieron su visita pastoral a Tesalónica. Por eso dice: «Quisimos ir a vosotros, yo, Pablo, en particular, ciertamente una y otra vez, pero el satanás nos estorbó» (1ªTes 2,18).
Los telonios o aduaneros
El diablo como lo dice su mismo nombre, nunca deja de calumniar a Dios. Es «…el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios…» (Ap 12,10). Este trabajo, amado por él, es decir, el odio abismal que tiene para los hombres, lo ejerce con mayor celo a la hora de nuestra muerte. Porque esta hora es la última oportunidad que tiene para ganarnos. Así que: «Cuando nuestra psique sale de nuestro cuerpo, nuestro enemigo el diablo se lanza con audacia contra ella y la ataca, la ultraja y se hace acusador duro y terrible de los pecados de ella» (san Juan el Carpacio).
Realmente es «terrible el misterio de la muerte», por eso nuestra Iglesia cada sábado en la ceremonia de Medianoche se ha consagrado rogar a Dios: «Señor conviértete en misericordia para mí para que mi psique no vea la tenebrosa y oscura faz de los malignos demonios; sino que la reciban los alegres e iluminados ángeles. También, para esta hora terrible de nuestra salida, rogamos a nuestra Panayía que: nos socorra, cubriendo nuestra atormentada y desdichada psique, y eche lejos los rostros oscuros de los mal astutos demonios (Pequeñas Vísperas).
Pues, tal como la psique, después de su salida del cuerpo es recogida de los ángeles y conducida al cielo, intervienen los aéreos demonios, los soberanos de «la potestad del aire» (Ef 2,2) e intentan impedir su subida, presentando a la psique los pecados que ha hecho en la tierra. Estos demonios se llaman telonios (aduaneros), porque tal como «”los vigilantes de la aduana” se sientan en calles estrechas y detienen a los que pasan por allí y los inspeccionan minuciosamente, así también ellos inspeccionan y dominan la psique cuando sale del cuerpo. Y si anteriormente las psiques no se han limpiado totalmente de los pecados, no las permiten subir al cielo, a las casas celestes, a encontrar a su Señor» (san Macario el Egipcio). Los ángeles, por otro lado, presentan las buenas obras que han hecho las psiques en sus vidas terrenales y les facilitan el camino hacia el mundo celeste. Aquella psique que ama a Dios, cree en Él y se ha limpiado, sanado, de sus pecados por la metania, no peligra de los telonios. Los sobrepasa invulnerablemente reforzada por la divina jaris. «Entonces la psique, la recogen con alegría un grupo de ángeles y la llevan a su lugar, al siglo limpio, puro. Al contrario, si es responsable por sus pecados, entonces baile y manada de demonios y ángeles malignos y fuerzas oscuras toman aquella psique deteniéndola en su propio lugar» (san Macario el Egipcio).
Este proceso, durante el cual la psique sufre un juicio parcial, se llama telonizar (pasar aduana). Es cierto que en este paso aduanero no son los jueces de la psique los ángeles ni los demonios, aunque parece que sean los protagonistas. Dios es el juez, los demonios acusadores y los ángeles defensores, como dice san Cirilo de Alejandría. De todos modos, después de la finalización del juicio parcial, la psique, sea ganada por los ángeles o por los demonios, resulta en el dicho “estado medio de las psiques”, durante el cual presaborea según sus obras los bienes eternos o los males eternos, esperando el juicio final de Dios.
A quiénes hacen la guerra
Los demonios odian todos los hombres sin excepción alguna, pero combaten al que no obedece las voluntades de ellos. Cierto que combaten más aquel que con el Santo Bautizo les ha renunciado y se ha hecho miembro concienciado de la Iglesia de Cristo.
San Cirilo de Jerusalén explica en sus Catequesis la importancia que tiene para el catecúmeno la renuncia del diablo, cuando está girado hacia el ocaso confesando: «Renuncio, destituyo a Satanás y todas sus obras, todo su séquito y todo su culto». También explica cuál es la dinamis (potencia y energía) psíquica e iluminación que recibe con el Bautizo el fiel, y cuanto terribles son para los demonios las previsiones que se regalan por el Espíritu Santo.
Sobre todo el fiel, después de su entrada en la Iglesia, es seguro que afrontará una guerra que levantará contra él el diablo. El apóstol Pablo sugiere con todo sacrificio vestir «la armadura de Dios» (Ef 6,11). Y esta “armadura” la componen las virtudes que uno las adquiere con su lucha personal y con la sinergia de la jaris divina.
Los malos astutos espíritus, pues, combaten a los que están cultivando las virtudes y progresan a la vida espiritual. San Juan el Carpacio dice que: «Los demonios atacan más contra los que tienen gran devoción y piedad, y con sus inaguantables combates les empujan a cometer el pecado, no vaya a ser que puedan alejarlos de Cristo, de la oración y la buena esperanza, a los que recibieron sus combates.»
Particularmente, combaten aquellos que oran, porque el arma de la oración destruye todas sus maquinaciones. Por eso cada vez que nos preparamos para la oración también se prepara el diablo para el ataque. San Juan el Clímaco dice que a la hora que toca la campana para la oración podemos observar y ver a un lado los hermanos reunidos y al otro lado invisiblemente reunidos los enemigos.
Generalmente, el que lucha para eliminar sus pazos, inevitablemente viene el choque, el enfrentamiento con los espíritus malignos, tal como se ha sostenido antes. Y cuando la resistencia es más valiente tanto más fuerte es el ataque que recibe. Por eso los santos que llegaron en grados altos de virtud, afrontaron todo el odio y manía de los demonios. Pero la jaris de Dios les cubrió y sus combates se coronaron con la victoria. En relación, nos aconseja san Nikitas Stizatos: «Estate atento con exactitud a las imposiciones de los repugnantes demonios. Porque en cuanto subes a las altas virtudes,… tanto ellos, viendo que te estás subiendo, crujen sus dientes y extienden con cuidado al inteligible aire sus variables redes de maldad.» Análoga, pues, con la calidad y madurez de la vida espiritual es también la densidad de la guerra demoníaca.
Al contrario, a los que no resisten sus malas astutas voluntades, no les combaten, porque los consideran suyos. Estos hombres se han acostumbrado a los pazos y se han identificado con ellos. Se han convertido en autoimpostores y autocombatientes, según san Juan el Sinaita. Los demonios se ocupan en mantenerles sólo en un estado de quietud, escondiendo cuidadosamente sus presencias. Así, hacen que se olviden de ellos, ¡aún hasta hacer llegar a dudar de su existencia demoníaca!
Algo parecido padecen los que por pereza espiritual aflojan y abandonan la lucha espiritual. Ellos mismos se hacen demonios para sí mismos. El monje negligente, dice san Juan el Clímaco, que ha llegado a dejar su kelia-celda y la ascesis y se ha convertido igual que el demonio. ¿Pero cómo se autocastigan aquellos que no resisten a los impulsos de sus pazos? Pues, quemándose constantemente por el inquieto deseo de cumplir sus propias voluntades. Porque las voluntades de ellos se hacen iguales a la de los demonios, y ellos son los que les afligen para que los cumplan, nos dirá el abad Poimén.
Entonces, cuando estamos autotentados, el diablo no hace ningún esfuerzo para tentarnos. El satanás no tiene necesidad de tentar aquellos que solos se tientan y se arrastran siempre a la tierra con asuntos biológicos… Los premios y las coronas están destinadas para los que están tentados por el diablo y para los que se preocupan para Dios, dice san Juan el Clímaco.
Pero cuando los negligentes quieran ocuparse de su salvación sacudiéndose de encima de ellos el yugo del demonio, entonces afrontarán toda la manía de los espíritus malignos. El abad Doroteo compara al demonio con el Faraón: Tal como el rey Egipcio se hizo más duro contra los israelitas, cuando por mandamiento de Dios le pidieron salir de su dominio, de la misma manera se atormenta el diablo, cuando percibe que viene la misericordia de Dios en alguna psique para sanarla. Despierta contra ella todos los pazos y la combate con salvajismo increíble.
Porqué nos combaten
“Porqué será que se ha dado por Dios la dinamis (potencia y energía) y el poder en tentar a los hombres, sobre todo cuando muchos por las tentaciones se arrastran al pecado y pierden sus psiques? ¿No sería preferible haberles privado de la existencia y hacerles desaparecer? ¿Así se hubiera evitado la caída de Adán y la siguiente tragedia humana?
Estas preguntas no son fáciles de contestar. A pesar de ello buscaremos algunas contestaciones de los Padres de la Iglesia.
El diablo, sin duda, constituye una existencia separada. El Dios bueno no le destruyó después de su revolución, porque parecería que se había equivocado por haberle creado, cosa que es imposible para el perfectísimo y más que sabio Dios. Ahora bien, ¿porqué le ha creado, si conocía su caída? Esto pertenece a las voluntades apócrifas de Dios. «¿Quién ha conocido el nus o espíritu del Señor? ¿O quién se ha hecho su consejero?» (Rom 11,34). En todo caso san Juan el Damasceno toca este tema de la siguiente manera: «Dios por su inmensa bondad ha creado el diablo. Porque pensó: Como este tratará de hacerse mal astuto y perder todos los bienes que le daré, entonces ¿porqué tengo que privarle yo totalmente de lo bueno y hacerle inexistente? Para nada. Pero a pesar de que él se hizo mal astuto, yo no le privaré del poder de hacerse mi colaborador. Le regalaré un bien, es decir, por existir lo haré colaborador mío, de manera que sin quererlo participará con su ser para mi bien.» Porque el ser o existencia es bondad y regalo de Dios.
Así pues, el diablo con su apostasía no se ha privado de la existencia, ni siquiera fue rebajado del orden de los seres lógicos. Por lo tanto, como persona particular mantuvo su propia libertad. Dios respetando su libertad, le tolera y le deja hacer el mal, precisamente no por debilidad, sino por magnanimidad. Sin embargo, su mal astuta actividad la ha introducido en el plan de Su divina economía para la salvación y sanación del hombre.
San Juan el Damasceno dice: «Porque mediante él se coronan muchos; Y si dices que también se pierden muchos, te contesto lo siguiente: tal como el diablo pudo hacerse malo por su propia voluntad sin que le influyese nadie, cosa que es su peor crimen; así podría también el hombre por sí solo sin que nadie le influyera, convertirse en malo y entonces sería su peor pecado… Por eso el diablo, que ha pecado por sí solo, permaneció sin arrepentirse y sin poder hacer la metania, en cambio el hombre que ha pecado, no por sí solo, sino por la influencia astuta del diablo, se condujo a la metania, arrepentimiento y mereció su regeneración, renovación y la absolución de sus pecados.»
Este pasaje impresionante del gran dogmatólogo de nuestra Iglesia nos revela tres verdades básicas, que constituyen a la vez las contestaciones a las preguntas iniciales: a) La causa de la caída del hombre que fue su libre voluntad y no del diablo. Es decir, que el hombre podría haberse caído sin la intervención satánica. b) Por fortuna no ha caído solo, sino que fue influenciado por el diablo, porque así se le ha dado la oportunidad de arrepentirse (metania). c) La existencia y la acción del diablo finalmente resultan beneficiosas para el hombre.
San Cirilo de Jerusalén dice que Dios permitió al diablo vivir y combatir a los hombres por dos razones: Primera para que quede más ridículo cuando está vencido por sus inferiores, y segunda, para que se coronen y se glorifiquen exageradamente los que vencen aquel que una vez era arcángel.
Además, las tentaciones son indispensables para que el hombre se entrene y pruebe su intención, de manera que la virtud sea un deporte de su libertad y no fruto de sus necesidades, (San Basilio).
San Máximo el Confesor enumera cinco causas por las que Dios concede que nos combata el diablo: Primera causa es que con la experiencia del combate aprendemos a discernir la virtud del mal. La segunda es mantener estable la virtud que con esfuerzo y cansancio adquirimos. La tercera es para no enorgullecernos cuando progresamos en la virtud, sino para que aprendamos a ser humildes. Cuarta causa, para que aprendamos a odiar con toda nuestra fuerza el mal y la maldad. Y quinta es para que no nos olvidemos de nuestra debilidad, cuando llegamos a la apazia (sin pazos), sino la dinamis (potencia y energía) de Dios que nos ha ayudado.
Aparte de las causas anteriores por las que Dios concede la guerra, existen también otras de las cuales es responsable el mismo hombre. San Juan Sinaita dice: «Toda guerra demoníaca generalmente se debe a las tres siguientes causas: a la negligencia o pereza espiritual, a nuestro orgullo y a la envidia de los demonios. La primera es deplorable, la segunda miserable y la tercera bienaventurada».
En conclusión, podríamos decir que el diablo, claro está, sin quererlo, se convierte en instrumento útil en manos de Dios y sirve a Sus santas voluntades. Así las tentaciones demoníacas siempre funcionan pedagógica y terapéuticamente para el hombre, porque le ayudan a reconocer su debilidad personal y hacer la metania, arrepentirse, y también conocer empíricamente tanto la agapi de Dios como el odio del diablo.
Como nos combaten
Los espíritus mal astutos nos guerrean de muchas maneras. Tienen experiencia de miles de años, y por eso fácilmente se dan cuenta y explotan nuestra debilidad, de modo que el ataque de ellos sea eficaz. El Apóstol Pedro dice que, «nuestro enemigo como un león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar» (1ªPed 5,8). Es decir, como no tiene necesidad de dormir observa continuamente nuestras psiques y como león sanguinario busca encontrar alguna oportunidad para destruirlas.
Generalmente los demonios nos atacan según nuestro estado espiritual. De una manera distinta combaten al principiante y de otra al experto de la vida espiritual. De todos modos, en cada caso, la tensión de la guerra demoníaca no supera nunca las resistencias del atacado. El apóstol Pablo nos anima, «…Fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis, antes dará juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (1ªCor 10,13).
El abad Isaac el Sirio habla sobre cuatro tipos de combates, que uno sucede al otro y sucesivamente, siguen cuatro estadios de la madurez espiritual del hombre.
1) A los principiantes que son negligentes y perezosos espiritualmente, el diablo los ataca con fuerza desde el principio, de manera que les intimida y les espanta, para que huyan. Tal vez Dios concede que sean espantados por la tentación y no les ayuda, porque empezaron la lucha con duda y frialdad, como ególatras y doble moral. Para estos se ha dicho: «Maldito el que hace las obras del Señor descuidadamente» (Jer 31,10). Pero no ocurre lo mismo con los principiantes que son sencillos y sin maldad, porque les cubre la jaris de Dios y con el tiempo se convierten en vigilantes cuidadosos y valientes.
2) A los que han pasado al segundo estadio, el diablo no los ataca inmediatamente, porque ve que tienen celo y conducta enteramente luchadora. Espera que se enfríe el celo en ellos y tengan pereza espiritual. Entonces se reduce la divina jaris de la psique y se le concede la energía de las tentaciones. Porque la causa de estas tentaciones es el meteorismo (enaltecimiento, exaltación) de los loyismí (pensamientos, reflexiones) que es debido a la pereza. También esto ocurre con el hedonismo (placeres materiales y carnales) y amar al reposo. En este estadio se prueban los luchadores y con abandono divino pedagógico aprenden a buscar a Dios como el niño a su madre. Cuando por estas pruebas se han conducido a la autocrítica y se reanima el celo de ellos, entonces Dios les manda el ayudante celeste, mientras que el diablo viendo que son fuertes en esta guerra espiritual, utiliza otra táctica.
3) Intenta alejar de ellos a sus ángeles guardianes, sembrando loyismí orgullosos, fingiendo que de su propia fuerza pueden vencer al enemigo o intenta engañarlos con sueños y visiones falsas. Pero si demuestran que son luchadores fuertes y valientes guardando la memoria de Dios no serán engañados. Entonces el enemigo pone en energía y acción su último plan.
4) Enturbia el nus (espíritu, ojo espiritual) de los atletas con las fantasías de las cosas sensibles y los conceptos apasionados que estos provocan, para arrastrarles a cometer el pecado con el loyismós (pensamiento). Porque el mal astuto conoce muy bien que en la vida espiritual, tanto la victoria como la derrota, depende del loyismós (pensamiento simple o compuesto con la fantasía). Con esta guerra se prueba la dedicación de los luchadores a Dios, es decir, por la agapi-amor a Dios desprecian las fantasías y pisotean los placeres carnales y mantienen su conducta humilde. Los que se demuestran falsos, son abandonados de la divina jaris y se encuentran en la basura y caen en las manos del enemigo, por consiguiente, todas sus luchas anteriores se pierden.
Esta es la táctica y estrategia general de la guerra demoníaca, tal como nos la describe el abad Isaac. ¿Pero cuáles son especialmente los medios que utilizan los demonios en sus guerras contra nosotros y también en estos cuatro estadios? ¿Con qué medios nos atacan?
1) Nos guerrean con los loyismí (pensamientos, reflexiones). Es la manera más acostumbrada de la guerra demoníaca. En el yerontikón (libro de la vida de santos) los pensamientos los califica de “semillas o siembras de demonios”. Precisamente cuando hablamos de loyismí, damos a entender a los apasionados y pecaminosos loyismí, es decir, aquellos que se forman en nuestro nus o corazón el concepto de alguna cosa material o persona con pasión. Porque también existen simples o humanos loyismí y apazís (sin pazos, pasión) o angelicales. Los demonios, pues, siembran loyismí malos, apasionados, intentando cautivar nuestro nus, porque “si el nus no cierra sus ojos y los mantiene abiertos, no será robado el tesoro” como nos dice san Juan Sinaita. San Juan Casiano dice: «Es imposible que los espíritus sucios entren en el hombre, sino sólo, si primero han dominado su nus. A continuación reducen la funda protectora del nus que es el temor y la memoria de Dios, entonces atacan contra el hombre y encontrándole ya desarmado y privado de la ayuda de Dios. Así fácilmente vencen y habitan en su interior con su predominio propio.»
Los loyismí (pensamientos, reflexiones) son como los ladrones que cautivan el nus que es el castillo de la psique, y después saquean los tesoros espirituales. San Nilo Sorski nos da un ejemplo como ocurre esto: «Por ejemplo, el loyismós de la vanagloria, como un ladrón astuto que traiciona una ciudad bella y abre las entradas de la psique a todos los demonios. Realmente, piensa sólo un rato con felicidad tus virtudes como si fueran frutos de tus fuerzas y esfuerzos, y verás entonces con qué velocidad el maligno se lanzará dentro de tu psique.»
2) También los demonios nos hacen la guerra con los pazos que existen en nuestro interior, removiendo las tres partes de nuestra psique: Dice san Máximo: «Los demonios enturbian la parte logística de la psique, calientan la parte anhelante o la voluntad y atormentan la parte irascible o emocional» y añade que «de los pazos que se encuentran dentro de la psique, los demonios toman los motivos y promueven en nuestro interior los compulsivos apasionados loyismí. Después con estos, combaten al nus y le fuerzan dar su consentimiento al pecado. Mientras se ha vencido, le conducen al pecado “por diania-cerebro”, y cuando conjuntamente se haya realizado le llevan cautivo a la praxis.»
3) Nos combaten con los sentidos físicos, sobre todo con la vista. El mismo Cristo queriendo protegernos de la lujuria de la vista, dice «…todo el que mira a una mujer para codiciarla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» (Mt 5,28). San Nicodemo el Ayiorita califica los sentidos físicos «como entradas del pecado y ventanas por las que entra en nuestra psique la muerte. Esto ocurre cuando sin controlarlos los dejamos sueltos para que saboreen distintos placeres perjudiciales y mortales para la psique.» San Juan el Clímaco nos explica: «de los sentidos nacen los malos astutos loyismí-pensamientos… Muchas veces de una faz dulce, de un toque de la mano o un sonido oído, los loyismí (de lujuria) toman el motivo de introducirse en el corazón. Pero puede pasar también lo contrario. De los loyismí de la lujuria se incite el cuerpo hacia el pazos». Así ocurre con algunos pazos del cuerpo que empiezan de nuestro interior y se manifiestan en el cuerpo, en cambio otros empiezan desde los sentidos somáticos, excitan el placer y a continuación el placer cautiva nuestro nus.
4) Si los demonios nos combaten con los loyismí, con los pazos y con los sentidos, mucho más nos hacen la guerra con la fantasía. La fantasía es más fina que los sentidos físicos, pero más gorda que el nus y se encuentra entre medio de ellos. Es un fenómeno post caída, que quiere decir que Adán no tenía fantasía antes de la caída. Dios y los ángeles no tienen fantasía, en cambio los hombres y los demonios sí. Por eso la fantasía es un conducto bueno y positivo para la energía demoníaca.
5) También nos combaten mediante nuestros prójimos. Es decir, utilizando como instrumentos a las demás personas y nos introducen en desgracias y en el pecado. San Máximo dice que el diablo tentaba a Cristo mediante los fariseos y así continuamente combate contra nosotros, revolucionándonos en contra de las demás personas, principalmente aquellos que no tienen respeto y temor al Señor. San Juan el Carpazio enseña: «Tal como el Señor quiere que el hombre se sane y salve mediante el hombre, así también el satanás quiere conducirnos a la perdición mediante los hombres. Por eso el que se asocia sin prudencia ni cuidado con hombre mal astuto, encontrará preparado su naufragio, tal como si se asociara con un leproso.»
6) Los demonios tienen la posibilidad de perjudicarnos con la βασκανία (vascanía), mal de ojo, tal como dice el pueblo. En este caso, los demonios se basan en la maldad de los hombres, los cuales nos tienen envidia por algunos bienes nuestros, como salud, belleza, riqueza, axiomas, feliz vida familiar, etc. Si no participamos en los Misterios de nuestra Iglesia, los demonios pueden privarnos de estos bienes con el mal de ojo que nos lo producen nuestros prójimos envidiosos. La Iglesia tiene incluido en su Efjoloyio (libro de bendiciones) una oración especial para el mal de ojo, la cual leen los sacerdotes a los que tienen el mal de ojo, rezando a Dios: «libérales de toda energía diabólica, todo ataque satánico… y avería y mal de ojo de las personas malhechoras y astutas.» El bienaventurado Yérontas Paísios en una pregunta sobre el tema contestó de la siguiente manera: «Los hombres que tienen envidia y maldad –y son pocos de este tipo- son los que hacen el mal de ojo. Por ejemplo, una mujer ve un niño gracioso con su madre y dice con maldad: ¿Por qué yo no puedo tener este niño? ¿Por qué Dios tuvo que dárselo a ella? Entonces aquel niño puede que sufra algún daño, empiece a llorar, no puede dormir y esté angustiado porque aquella mujer lo pensó con maldad. Y si el niño muriera sentiría alegría en su interior. Otros, sobretodo en zonas rurales, ven un animal de una persona, por ejemplo, una ternerita o un cordero, entonces lo ansían, lo desean y enseguida este animal muere.»
7) Otra manera de guerra es mediante las enfermedades y generalmente son las aflicciones somáticas, corporales. El diablo, provocándonos enfermedades, intenta hacernos perder la paciencia y contrariarnos contra Dios. Como que muchas enfermedades las provoca el mal astuto, con permiso de Dios, claro está; esto lo vemos en la terapia de la encorvada del Evangelio. Cristo diciendo a la mujer aquella «que la había atado el satanás dieciocho años» (Lc 13,16), nos manifestó que su padecimiento se debía a energía satánica.
La misma causa tenía también la enfermedad que tenía el apóstol Pablo como el mismo nos confiesa: «… me fue dado un aguijón o parásito en el cuerpo, un ángel del satanás para que me abofetee…» (2ªCor 12,7).
La santa Sinklitikí, que sufrió largas y dolorosas enfermedades dice en relación de este tema: «El diablo trae enfermedades duras y angustiosas, para así con ellas enturbiar la agapi hacia Dios de aquellos que se impacientan. También debilita el cuerpo con fuertes fiebres y que se angustia con una sed inaguantable».
8) Una manera más de guerra es mediante los sustos, miedos que nos produce. El diablo intenta asustarnos con ruidos exteriores, golpes y voces, de manera que nos desanimemos para cualquier trabajo espiritual, principalmente de la oración o para hacernos caer en el engaño. Estos ruidos no se provocan por causas naturales, por eso provocan miedo. San Nilo el Asceta dice: «El que no se ha cuidado con la oración pura y sin alucinaciones, escuchará golpes, ruidos, voces y sufrirá fatigas somáticas por los demonios.»
También a los que están avanzados en la vida espiritual, para asustarlos cada vez aparecen personalmente los mismos demonios, pero de formas distintas. San Antonio el Grande, combatiente muy experimentado contra los demonios, nos dice que se metamorfosean en bestias feroces, en reptiles asquerosos, en dragones terribles, en gigantes y en multitud de soldados.
Tecnasmas o artificios
El diablo en su guerra y en sus ataques cara a cara con el hombre no es un enemigo muy peligroso. Pero por su manera astuta de actuar, encubriendo su guerra, destruye muchas psiques. Es un gran descubridor de artificios, tretas y está muy experimentado en poner cepos, trampas. Por eso se le ha dado el sobrenombre de mal astuto, vil, tramposo, pervertidor y engañoso. Dice san Gregorio el Teólogo: «El malvado enemigo ha inventado miles de aguijones y que muchas veces están encubiertos debajo de un careto bondadoso. Con estos aguijones prepara el final desastroso para los hombres, igual que un anzuelo dentro del agua que trae la muerte del pez.»
San Antonio el grande ha visto todos los cepos y trampas del enemigo extendidas sobre la tierra, y sobretodo que estaban tan bien puestas, que él mismo se extrañó, puesto que no había manera de que uno pasara por en medio de los cepos sin engancharse.
San Macario vio al diablo con forma de hombre que se ponía una chaqueta perforada y de cada agujero colgaba un recipiente pequeño. En cada recipiente tenía cierta especie de tentación, que el diablo ofrecía a los monjes teniendo la esperanza que alguno de ellos aceptase. Por eso el santo aconsejaba: «Debemos de observar con gran perspicacia los artificios, los dolos y los planes malignos del enemigo. Porque tal como el Espíritu Santo dice, por la boca de Pablo: “que se ha hecho todo para todos para ganar a todos o la mayoría”, así también la maldad se ocupa y se hace de forma para que pueda conducir a todos o la mayoría a la perdición.»
La santa Sinklitikí apunta algunas de las tretas del diablo: «El diablo no puede cautivar la psique con la pobreza, le ofrece como cebo la riqueza. Si no lo consigue con los insultos y las difamaciones, provoca elogios y gloria. Cuando se vence por la salud, entonces enferma el cuerpo. Generalmente cuando no puede engañarnos con el hedonismo o los placeres carnales, entonces intenta desorganizarnos con involuntarias aflicciones, depresiones y sufrimientos.»
El Apóstol Pablo, como conocía bien los planes astutos, viles y las emboscadas del satanás, decía: «…porque no ignoramos sus pensamientos y maquinaciones” (2ªCor 2,11). Por eso sugería a los cristianos: «Vestíos la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra los métodos y maquinaciones del diablo» (Ef 6,11). Y san Juan Crisóstomo comenta sobre esto: «Pablo no habló de afrontar guerras y combates, sino artificios y maquinaciones. Porque el enemigo no nos combate claramente, sino astutamente. No muestra inmediatamente lo que quiere hacer, para que no se manifieste, sino que se pone la máscara, el careto y actúa engañosa y seducidamente, como cuando un enemigo astuto quiere ocupar una ciudad, que cava escondidamente debajo de las paredes del castillo.”
El primer y gran artificio que utilizó el diablo para engañar a Eva en el paraíso fue el siguiente. Al principio tomó forma de serpiente que era el animal más tranquilo de todas las bestias. Después la sedujo con el diálogo, que con su arte consiguió hacerle dudar sobre Dios y la verdad de Su mandamiento. Finalmente encendió el deseo de la fruta prohibida y le convenció de que la probase, separándola de Dios y esclavizándola a la muerte (Gen 3,1-6).
Este artificio o tecnasma, que utilizó “el fantasma”, diablo, para sacar a los primeros creados del paraíso, continúa aplicándolo hasta nuestros días, para tenernos alejados de Dios. Nos susurra calumniosamente que los mandamientos de Dios son duros, imposibles y no factibles, fingiendo como si estas cosas no son de nuestra época. Principalmente con éste pensamiento, para engañarnos, lo presenta como inspiración de nuestra mente, cerebro y no como sugestión suya. Paralelamente enciende nuestros deseos de placeres carnales, hedonismos y enrolla, lía nuestra psique en sus redes del pecado y la muerte espiritual.
Los artificios del diablo varían según la edad, la situación, el cargo social, el estado espiritual y generalmente nuestra manera de vida. Es decir, de distinta manera combate el maligno al joven y de otra al mayor de edad, de distinta manera al clérigo y de otra al monje, de distinta al principiante y de otra al avanzado en la vida espiritual.
A continuación expondremos algunos de estos artificios, tal como los describe san Juan el Sinaíta en la Clímax-Escalera, porque es verdad que cuando un artificio se desenmascara entonces pierde su fuerza y su eficacia. Cuando el combatiente que va primero se ha informado de un experto sobre la guerra, sobre las trampas y cepos que están puestos delante de él, fácilmente se protege. Nos dice el Santo:
*Un artificio que siempre utilizan los demonios cuando nos ven empezar algún trabajo espiritual es el siguiente: Excavan astutamente tres hoyos, en los cuales luchan ordenadamente para hundirnos dentro. Al principio intentan hacernos no empezar el trabajo, (hoyo1º). Después si esto no lo consiguen, intentan que no lo hagamos de acuerdo con la voluntad de Dios (hoyo2º). Finalmente, si fracasan también en esto, se nos acercan tranquilamente sin ruidos, nos felicitan y alaban conforme que actuamos tal como Dios quiere. Y esto para introducirnos en el hoyo del orgullo y la vanagloria (3ºhoyo).
* También maquinan muchas otras maneras para falsificar nuestra lucha espiritual. Por ejemplo; Hay casos que no consiguen hacernos pecar y nos empujan a criticar aquellos que han pecado, de manera que con nuestra malintencionada crítica manchar y aflojar nuestra resistencia contra nuestros propios pecados.
* Otras veces cuando nos ocurren aflicciones, sufrimientos y tentaciones nos exhortan a decir o hacer algo torpe o tonto. Si fracasan en esto se acercan silenciosamente y nos incitan a ofrecer agradecimiento orgulloso a Dios, (falsa piedad).
* También, hay que tener mucho cuidado con el siguiente artificio de los demonios: Antes de caer en el pecado, nos susurran que Dios es filántropo (amigo del hombre) y seguro que nos perdonará. Pero después de realizar esto nos presentan a Dios como justiciero, duro y severo. Cuidado con este dolo y doble juego de ellos: primero actuaron para empujarnos hacia el pecado y después actuaron para hundirnos en la desgracia, en la desesperación y en la depresión.
* En algunos casos cuando consiguen meternos en algunos pecados, luchan para que estos no los confesemos a nuestro guía espiritual. Esto es el gran éxito de ellos, porque no hay otra cosa que les haga más fuertes a los demonios que esconder dentro de nuestro corazón nuestros pecados. Si, a pesar de todo esto, cuando nosotros vamos a nuestro confesor, entonces intentan además a que presentemos los pecados como si los hubiesen cometido otros o nos hacen echar la culpa y la responsabilidad a los demás.
* Muy peligrosa también es la interrupción de la guerra invisible, inteligible. Por algún espacio de tiempo los demonios se esconden y no nos atacan, de modo que nos descuidemos y caigamos en la negligencia o pereza espiritual. Así nuestra conciencia se hace continuamente más flexible, hasta llegar a considerar los grandes pecados como nada. Es decir, llegamos a un tipo de anestesia pesada, que es una enfermedad espiritual incurable.
* Otras veces los demonios se esconden para atacarnos súbitamente y sorprendernos. Por ejemplo, hay alimentos que cuando uno los come, estos alimentos manifiestan sus síntomas en el cuerpo al día siguiente o después de largo tiempo. Lo mismo ocurre muchas veces con los motivos que manchan la psique. Por ejemplo, uno come verduras saboreándolas felizmente y no siente la guerra. Se relaciona tranquilamente con mujeres y en este momento no tiene ningún pensamiento maligno. Así uno desatiende y relaja su atención y entonces de repente le atacan los demonios y sufre un gran desastre.
* Otro de sus tecnicismos o artificios es que no sólo se esconden sino que nos crean falsas situaciones espirituales. Por ejemplo, cuando estamos llenos de varias comidas sabrosas, nos hacen tener una hilaridad o también un regocijo y además una mente lúcida para la oración. Al contrario, cuando estamos en ayuno, nos provocan sueño, desgana y dureza. Su fin es hacernos formar en nuestro interior la impresión de que podemos disfrutar con placer los bienes materiales, carnales y paralelamente hacer vida espiritual con contrición y lágrimas. Estas lágrimas o cualquier estado semejante a ”bueno” son falsos.
* El demonio de la vanagloria recurre al siguiente artificio increíble: Siembra pensamientos en algún hermano y a la vez los presenta al otro. A continuación empuja al otro a revelar al primero los secretos de su corazón, de manera que el otro se felicite como adivino o provisor.
* A los hombres vanagloriosos, a veces, sobretodo los que tienen estudios de pedagogía mundana, aplica el siguiente artificio: Apenas que empiezan el estudio de la Santa Escritura, les revela inmediatamente su interpretación. Así poco a poco les engaña y finalmente les hunde en herejías y blasfemias. Esta teología demoníaca más bien, charlatanería, pueden comprenderla desde la felicidad turbada y perversa que sienten en la hora de interpretar los pasajes bíblicos.
* También son peligrosas las trampas “por la derecha” (pensamientos espirituales de alto nivel o orgullo espiritual). Muchas veces los demonios nos impiden hacer obras sencillas y útiles y nos empujan a las más altas y cansinas. Por lo tanto, nos incitan a dedicarnos en luchas espirituales que superan nuestras medidas y mientras nos hemos cansado psíquicamente y hemos perdido nuestras fuerzas, ya no tendremos ganas ni para hacer las más sencillas.
* Impresiona también los artificios que maquinan y presentan los espíritus malignos durante la oración. Por ejemplo, cuando toca la campana para ir a la Iglesia, algunos demonios van a la cama y tal como nos hemos levantado nos presionan que volvamos por poco rato a la cama, incitan a la pereza de tenerse que levantar. Otros, cuando estamos en oración nos provocan bostezos o nos hunden en el sueño. Otros provocan intensa molestia intestinal y del vientre para sacarnos fuera. Otros nos traen tal cansancio y no podemos aguantarnos en pie. Otros nos incitan a conversar con otras personas dentro del templo y otros nos hacen reír. Otros nos incitan a psalmodear lentamente y esmeradamente por hedonismo.
* Si no nos dejamos atrapar por estos artificios, enseguida vienen después de la oración y nos atacan con fantasías indecentes para raptar los frutos espirituales que antes con mucho esfuerzo hemos recogido.
Estos son algunos de la multitud de artificios, tecnicismos y maquinaciones demoníacas que los santos Padres han señalado en sus escritos, para nuestro beneficio.
Sueños y visiones
De todos modos, la trampa más peligrosa de los demonios que ha destruido muchas psiques, son los sueños, alucinaciones y visiones. El diablo aparece a veces sensiblemente delante de nosotros, a veces en visiones y otras con sueños, sea como forma de ángel, de santo o del mismo Cristo y aún como luz, para engañarnos.
El apóstol Pablo nos avisa: «…porque el mismo satanás se transforma en ángel de luz» (2ªCor 11,14). Comentando este pasaje san Cirilo de Jerusalén, dice: «El diablo se transforma en ángel luminoso, no para que él vuelva a su estado inicial, sino para conducir a la oscuridad espiritual del engaño a los que hacen vida angélica… Tengamos cuidado, pues, no vaya a ser que seamos engañados y consideremos como ángel bueno al diablo que esparce catástrofe y como león feroz busca a quien devorar».
La experiencia ascética conoce muchos casos de este tipo de engaños demoníacos.
Los demonios tal como nos revela san Antonio: «fingen como si cantaran himnos y aunque no se ven, recitan pasajes de las Escrituras o repiten las lecturas que hemos leído. Cuando estamos durmiendo nos despiertan para orar; Y lo hacen tan a menudo, de manera que no nos dejan nunca dormir. Nos aconsejan ayunar exageradamente para enfermar. Se presentan con forma de monjes y fingen que hablan con devoción.»
San Macario de Egipto añade: «El satanás, en aquellos que oran, hipócritamente ora con ellos con el fin de engañarles con el pretexto de la oración y provocarles arrogancia. A los que ayunan finge que hace ayuno con ellos queriendo arrastrarles a presumir de ayuno. A los que tienen conocimiento de las escrituras, hace lo mismo deseando sacarles del camino correcto con el pretexto que conocen. A los que se hicieron dignos y se les ha sido revelada la luz divina, actúa semejantemente, es decir, se transforma en ángel luminoso para engañarles presentando su falsa luz y llevarles a su lado. Generalmente a cada uno se manifiesta de distintas maneras tomando la forma adecuada, de manera que, con su apariencia, hacer de cada uno instrumento suyo y conducirles a la perdición.
Es cierto que existen también visiones enviadas por Dios y esto el satanás lo utiliza para arrastrar al engaño a los crédulos e ingenuos. ¿Pero, cómo podemos discernir las visiones enviadas de Dios de las demoníacas, los ángeles reales de los falsos, la luz de Dios de la que presentan los demonios? Este discernimiento es muy difícil; Tanto que han sido engañados hasta monjes muy avanzados espiritualmente. Por ejemplo, veían algún ángel luminoso estando orando, reverenciando y hablando de Dios junto con ellos y creyeron que no es posible que sea demonio. Pero era demonio de verdad. Criterios inequívocos los disponen sólo aquellos que con la jaris (increada gracia) de Dios y después de duras luchas espirituales, consiguieron adquirir la gran y difícil virtud del discernimiento. Estos pueden discernir la procedencia de la visión o sueño por la energía que provoca en la psique.
San Gregorio el Sinaita dice que: «Cuando la divina jaris visita la psique, trae apacibilidad, serenidad, humildad, mansedumbre, tolerancia, indulgencia y represión de los pazos. Los demonios, al contrario, llenan la psique de arrogancia, ser presumido, de altanería, de cobardía y de todo tipo de maldad.» Y concluye el Santo: «De esta energía, pues, puedes aprender si la luz que alumbró en tu psique es de Dios o del satanás. La lechuga es semejante a la hierba amarga y el vinagre es del mismo color que el vino, pero la garganta entiende y discierne la diferencia por el sabor. Así la psique, si tiene discernimiento, con su sentido espiritual separa los carismas del Espíritu Santo y las fantasías del satanás.»
De acuerdo con la enseñanza patrística, especialmente sobre la luz, cuando esta procede de Dios es blanca, no tiene forma y trae en la psique paz, cuando procede del diablo es colorida, tiene forma y provoca perturbación.
De todos modos los Padres santos para nuestra seguridad nos sugieren que si vemos un sueño o visión relevante, no intentemos solos comprobar su procedencia, sino que vayamos a nuestro padre espiritual o en otros yérontas (ancianos experimentados) distinguidos, o rechazar enseguida considerándonos inmerecidos para este honor y espectación. Si no actuamos así y aceptamos fácilmente el sueño o visión como mandada de Dios, entonces seguro que nos cautivaremos por el pazos del orgullo o la soberbia. Es conocido que el satanás siempre engaña al hombre con la soberbia. Sobre todo los sueños y las visiones son los medios más acertados para engañar a los soberbios. En las psiques de estas personas adquiere muchos derechos, por eso tal como dice san Juan el Sinaita: «Se les presenta cuando están durmiendo o despiertos en forma de ángel, santo o mártir, y les da carismas espirituales o les revela varios motivos con el propósito de engañarles, de manera que, pueden perder hasta su lógica o sano juicio y volverse locos.»
Lo grande de este engaño es que se ve por el hecho de que los hombres a menudo intentan justificar su fe en virtud de sus sueños y visiones, comparándose a sí mismos como profetas, apóstoles u otros santos que han recibido revelaciones de Dios. Una actitud de este tipo está muy claro que es una muestra de soberbia.
San Juan el Sinaita que refleja la enseñanza patrística dice: «Los demonios aparecen en nuestro sueño como profetas… Los que confían en ellos aparecieron muchas veces como profetas verdaderos. Pero a los que les desprecian, siempre fueron descubiertos como falsos. Porque siendo existencias espirituales, ven las cosas que ocurren desde el aire. Y cuando ven alguno que está muriendo, corren enseguida hacia aquellos que son cortos de mente y les predicen con los sueños… Si empezamos a aceptar a los demonios en nuestros sueños, entonces despiertos estarán jugando con nosotros. Aquel que cree en los sueños está totalmente atontado y el que no, es muy prudente.» Y concluye: «Aquel, pues, que cree en los sueños se parece al que persigue su propia sombra e intenta prenderla.»
San Diádoco de Fótica, queriendo protegernos de este engaño tan peligroso del demonio, llega hasta el punto de decir que aunque seamos dignos de revelación mandada por Dios es mejor que no la aceptemos. Dios no sólo no se enfadará de esta actitud nuestra, sino que nos elogiará por nuestra prudencia y cuidado por no dejarnos engañar. Dice concretamente: «En la presente vida progresamos con la fe y no con la visión, como nos dice el Apóstol Pablo. Si al luchador se le aparece alguna luz o imagen iluminosa, para nada aceptemos esto. Este tipo de cosas son claros engaños del maligno. Muchos por ignorancia las aceptaron y se resbalaron del camino de la verdad. Pero nosotros como conocemos que mientras permanecemos en nuestro cuerpo corruptible, estamos lejos de Dios, es decir, no es posible ver por nuestros ojos a Dios, ni ninguno de Sus milagros celestes.
Como conclusión, pondremos una opinión de gran valor de san Ignacio Briachianinof: «No tenemos que poner atención en las visiones, ni empezar a tener relaciones o diálogo con ellas, considerándonos como inadecuados a ocuparnos de los espíritus enemigos, demoníacos y que somos indignos de conversar con espíritus angelicales.»
Herejías y engaños
El diablo utiliza con mucha habilidad y arte dos trampas gemelas: la soberbia y la mentira. Con la soberbia oscurece el nus del hombre y a continuación fácilmente le arrastra hacia la mentira, sus peores expresiones son: las herejías y los engaños. Al principio, está claro que utiliza migajas de la verdad, pero poco a poco llega a presentar la mentira como una verdad. Porque la mentira muchas veces se parece mucho a la verdad, aunque es tan distinta de ella, como una moneda falsa de la real o una perla de la falsa.
Todos los heréticos y falsos maestros caen en el engaño, mientras que en el principio están atrapados en un ensalzamiento, exaltación interior. Sus logos, discurso y razón para Dios lo basan en su propia lógica y fantasía, con el resultado de enseñar una “teología o tiología” intelectual y demoníaca. Ellos sobretodo con su comportamiento aparecen como muy piadosos y provocan el respeto de los demás, porque el diablo como mal astuto que es, ya no les empuja hacer el mal exteriormente. Intenta, pues, mediante estas buenas conductas de sus sirvientes crear y divulgar las herejías y las falsas enseñanzas, de manera que multitud de personas sean conducidas lejos de Cristo y Su Santa Iglesia.
Como el diablo es mentiroso y padre de la mentira (Jn 8,44), todos los heréticos que conducen los prójimos al engaño, aunque no lo acepten son «hijos del diablo» (1ªJn 3,10). A ellos se dirige diacrónicamente el Señor cuando dice: «Vosotros tenéis como padre al diablo del cual provenís, y queréis cumplir las codicias, deseos y ambiciones mal astutas y viles de vuestro padre…» (Jn 8,44).
Estos son los pseudocristos y los pseudoprofetas que tal como predijo Cristo se mueven entre nosotros «…con prendas de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 24,24 y 7,15). Estos son los «…falsos hermanos, falsos apóstoles, trabajadores fraudulentos, transformados en apóstoles o enviados de Cristo» (2ªCor11,13, 26), y por los que san Pablo lloraba por su estado de perdición a que habían llegado.
Magia y satanismo
La peor forma de apostasía de Dios y la sumisión voluntaria al diablo es la magia con todas sus ramificaciones. Una herida social funesta, una “religión” demoníaca de múltiples formas y muchos nombres, que ha conducido miles de sus víctimas a la catástrofe psíquica y somática.
Desde la antigüedad hasta hoy, el satanás, «engañando toda la tierra» (Apo 12,9), intenta imponerse como dios en lugar del verdadero Dios. En cada época tiene seguidores que, sea por necesidad, sea por miedo, le reconocen como protector suyo y ejecutan servicialmente y con alegría sus voluntades. ¡De esto el satanás ha escogido los suyos “como sacerdotes” que le alaban y veneran en celebraciones misteriosas horribles, ofreciéndoles desde simple incienso hasta… sacrificios humanos!
Desgraciadamente existen muchos hombres con su nus tergiversado y pervertido que desean servir al diablo. Le invocan y le invitan a que entre en su interior y ruegan que el diablo posea sus psiques. ¿Porqué? Porque quieren que de esta manera adquirir fuerza sobrenatural y provocar la admiración y alabanza de sus prójimos. Es decir, padecen en un grado grande de los pazos de la vanagloria, del amor al poder y el presumir. Desean placeres materiales y carnales. Así el diablo los utiliza como instrumentos suyos, mediante ellos, efectúa “prodigios, señales y barbaries” con la fuerza que tiene de su naturaleza como espíritu.
Estos son los magos, los satanistas, los espiritistas, los hipnotistas, los médium y muchos más semejantes a ellos, que adquieren fuerzas sobrenaturales físicas y espirituales. Rompen cuerdas fuertes como si fueran un hilo fino, trocean rocas, rompen árboles grandes, se levantan en el aire o mueven objetos sin tocarlos. Hacen aparecer espíritus en personas desesperadas y en inconsolables parientes, fingiendo como si fueran de su pariente, y que conversan con ellos o les dan mensajes con el método de la “escritura automática”. Hacen de profeta o declaran pecados no confesados, de manera que queden sorprendidas y se asusten sus víctimas. Hacen de terapeuta de enfermedades que ciertamente los mismos demonios han provocado. Aterrorizan a los hombres sencillos, creándoles problemas familiares y sociales o traman una enfermedad para su salud psicosomática obligándoles así a buscar en ellos las “soluciones” o las “terapias”.
La magia se divide en blanca y negra. Pero la magia blanca, tal como pretenden hacernos creer los que la ejercen, trae felicidad y salud sin que provoque mal a nadie. Al contrario la negra es más catastrófica y perjudicial. De todos modos en los dos casos se implora al satanás y se ejecutan actos que un hombre lógico y normal frente a estos actos se horroriza.
Es muy peligroso ocuparse de cualquier tipo de magia, aunque sea por simple curiosidad. Por ejemplo, la observación de un programa televisivo que proyecta distintos representantes de apocrifismo en el que demuestren sus capacidades, o el estudio de libros que introducen en el campo de la magia, o escuchar música con contenido demoníaco, por muy inocentes que parezcan pueden arrastrar al hombre descuidado y frívolo en una implicación involuntaria y pasional a las redes del diablo. Sólo por el uso del nombre del satanás o alguno de sus símbolos, inmediatamente él actúa y afecta a los que se ocupan de estas cosas, independientemente si aceptan o no las dinamis (potencias y energías) demoníacas.
Es cierto que si en algunos, por ir a ver la magia no les parece peligroso y aún hasta les parece benéfico, pues, que tengan en cuenta que el diablo actúa como un farsante y ofrece pocos regalos y promesas con el propósito que se enganche en el anzuelo su víctima. Es decir, da a largo plazo recompensas, pero en este largo plazo hace también al hombre subordinado suyo.
Hoy, desgraciadamente ya existe el renacimiento de la magia y del satanismo. Lo peor es que sus tentáculos se han introducido en el espacio de la educación y la literatura para niños y jóvenes y también en los juguetes. Así, el niño se familiariza con formas e imágenes satánicas horribles, con violencia y sadismo, y de esta forma va aprendiendo que los problemas de la vida se solucionan sin dolor y con formas mágicas. Forma la impresión de que la magia es encantadora y útil y, que con simples procesos puede conseguirlo todo basta que cultive sus potencias y energías escondidas que existen en su interior para hacerse y convertirse un pequeño dios.
Dentro del espacio más amplio se encuentra también la adivinanza, la cual con la ayuda de los espíritus mal astutos, se intenta romper el espacio del futuro o de lo oculto y diagnosticar acontecimientos futuros o encontrar objetos perdidos. Existen métodos de adivinanza, como adivinanzas de sueños, muertos, varillas, astrología, cartas, montajes de fuego, etc. aparte de profesionales de este tipo, circulan también muchas brujas, tiradoras de cartas, tarotistas, etc., porque desgraciadamente no faltan los consumidores ingenuos de sub-productos “metafísicos”.
Especial atención se debe de tener de los magos camuflados, los encantadores. Estos utilizan varios instrumentos santificadores (iconas, velas, inciensos, etc.), que además, engañan a los cristianos con su aparente falsa piedad. Van a la Iglesia, se santifican y en sus imploraciones demoníacas mezclan salmos de David y nombres de santos, de la Madre de Dios y aún hasta de la Santa Trinidad. Estas imploraciones son los llamados conjuros, que generalmente están acompañados de pequeños actos mágicos o gestos. Muchos creen que los conjuros son lo mismo que los exorcismos que leen los sacerdotes para echar los demonios malignos. Pero esto es un gran error. Los conjuros no sólo no tienen ninguna relación con la Iglesia, sino que son trampas del satanás. No es posible que uno implore a la vez la jaris de Cristo y la fuerza del satanás. «¿Qué relación puede tener la justicia con la ilegalidad? ¿Y qué hay de común entre la luz y la oscuridad? ¿Qué convenio puede haber entre Cristo y el diablo?» (2ªCor 6,14-15).»
Cada conjuro tiene procedencia demoníaca. Y esto se hace claro no sólo de las palabras mágicas que lo componen, sino también de los materiales mágicos que lo acompañan: cuchillo con manga negra, hilo rojo, carbón encendido, tela roja, etc.
Apocrifismo o ocultismo y falsoreligionismo
Los últimos años dentro del espacio tradicional de la magia y las religiones orientales, brotaron muchos grupos pseudoreligiosos o sectas y florecieron principalmente en sociedades desarrolladas tecnológicamente. Estas se presentan con el manto filosófico y proponen unos ejercicios, unas técnicas, unas celebraciones e iniciaciones, sosteniendo que el hombre se puede redimir, salvar y librarse con sus propios esfuerzos de la inseguridad, la ansiedad, la angustia y hacerse Dios, falta que conciencie y valorice las fuerzas que tiene en su interior. Proponen la autodeificación, que exactamente es lo que propuso también el diablo a los primer creados. Esta trampa es muy seductiva, porque el hombre, según san Basilio, siendo creación de Dios recibió la orden de hacerse dios. En este, pues, bendito deseo, anhelo para la zéosis (deificación o glorificación), el diablo mediante la falsa religión y el apocrifismo rechaza la zéosis, deificación. Y su mentira convence porque toca una cuerda fina verdadera del interior del hombre.
En nuestra época lamentamos muchas víctimas de este engaño demoníaco. El hombre actual está sediento por la verdad, pero no dispone de paciencia ni humildad para conquistar la jaris (gracia), la energía increada de Dios. Por eso fácilmente uno resbala en el engaño que halaga el egoísmo y le promete continua y rápida introducción en experiencias impresionantes. Estas experiencias ciertamente actúan como psiconarcóticos que conducen a la catástrofe.
Nueva época (New Age) o la época del Acuario
Se trata de la mayor explosión apócrifa de todos los tiempos. El movimiento de la Nueva Época o la Época de Acuario empezó la década de 1970, se desarrolló con ritmos rapidísimos y ha conseguido introducirse en todos los sectores de la vida humana. Hoy podemos hablar sobre una red enorme que une directa e indirectamente con un lazo flexible centenares de grupos, desemejantes entre sí, y miles de personas. Su fin es imponer un Nuevo Orden Mundial o Globalización y una Nueva Religión Universal (Interreligión). Aunque sostiene que contiene las verdades básicas de todas las religiones, su ideología esencial es panteísta (todo dios). Identifica el mundo con Dios, o más bien eleva el mundo material a Dios. Es decir, cree que el universo tiene psique (alma) y que el hombre es perfecto y Dios. No acepta el discernimiento entre el bien y el mal, por lo tanto, se rechaza tanto el diablo y el pecado en general, como conceptos irreconciliables con el movimiento. Así que el hombre no tiene necesidad de sanación y salvación, ni hay Juicio, porque cada uno de nosotros como “Dios” es también salvador y juez de sí mismo.
Generalmente al cristianismo se le rechaza como una reliquia anticuada, absolutista y corta de mente y que ya se ha superado de la Nueva Época. Los cristianos se consideran como personas “atrasadas”, “espiritualmente como niños”, con “visión limitada e ignorancia atontada”, que no pueden percibir el “despertar progresivo” de la nueva época universal.
El movimiento de la Nueva Época utiliza multitud de técnicas apócrifas (ocultas) de la magia, de la adivinanza, del satanismo, de la astrología, del espiritismo, de médium, de la salud holística, de la fuerza cristalina, del fuego, del yoga, de meditación, etc. La mayoría de las veces estas técnicas se presentan como métodos científicos que su finalidad es el descubrimiento de “fuerzas ocultas” dentro y fuera del hombre, y como recetas para la solución de todos los problemas de la vida. Se trata de trampas demoníacas astutas que desgraciadamente detienen muchas víctimas inocentes.
No hay ninguna duda que todos los grupos de la Nueva Época están dirigidos por espíritus mal astutos, viles y sus enseñanzas no son inspiraciones humanas sino invenciones de estos espíritus que parecen como si fueran “iluminadas”, porque están basadas sobre principios psicológicos, utilizan lenguaje espiritual, hablan sobre Dios y agapi y así satisfacen muchos deseos del hombre caído.
Neo-idolatría o nuevo paganismo
Una de las ramas contemporáneas del apocrifismo y de la Nueva Época es también la neo-idolatría o nuevo-paganismo. Se trata de una formación religiosa variable que intenta revivir las “religiones físicas” de cada país, es decir, alabanzas religiosas locales ancestrales. Como meta proyecta la “liberación” del hombre de todos los “principales principios espirituales establecidos” (especialmente del cristianismo), los cuales “presionan”, para su vuelta a la “divina fisis” y sus raíces ancestrales. Esto ha nacido en Occidente y está pasando poco a poco también en Grecia con el lema: “Regreso a la religión paternal, a la religión más noble que jamás se ha creado”. Decenas de asociaciones con nombres impresionantes se mueven en nuestro país. Sus miembros se presentan como devotos de la cultura antigua helénica y evitan con mala astucia cualquier referencia a los monoteizantes filósofos como Xenofanis, Heráclito, Eurípides, Platon. Aristóteles, etc., los cuales como es sabido lo rechazaron burlándose de la religión de los doce dioses. Todo lo que es cristiano a los neo-idólatras les irrita exageradamente, por eso atacan con frases vulgares contra Cristo y nuestra Iglesia, calumniándola mintiendo con falsedades de supuestos crímenes contra el helenismo. Guerrean la Santa Escritura con indecibles frases de odio, calumnias y mentiras, hasta falseando la propia historia helénica. Acusan a la época Bizantina como la época más oscura de la historia, callando debidamente que gracias a su gran cultura se salvó nuestra gran antigua herencia.
Los principios, la ética y la cosmología de estos reflejan absolutamente la teología sincrética y panteísta contemporánea de la Nueva Época. No aceptan ninguna existencia exocósmica (Dios, espíritus, psique), rechazan el discernimiento entre el bien y el mal, para ellos no existen “lazos éticos”, creen en el karma (suerte, destino), la metasarcosis, (reencarnación), al espiritismo, en la magia y en todas las contemporáneas técnicas de magia y adivinación.
La mayoría de las asociaciones neo-idólatras ha constituido comúnmente su “iglesia” la “Gran Iglesia Nacional Helena”. Sus ideas las promocionan mediante revistas muy llamativas como también mediante los medios de comunicación televisivos y radiofónicos, que les abren anchamente las puertas. Visitan lugares antiguos donde hacen celebraciones y oraciones hacia los pseudodioses del olimpo.
No hay ninguna duda que detrás de estos fenómenos neo-idólatras se esconden los mal astutos espíritus, tal como ocurría con todas las religiones antiguas. Basta que recorramos en la época primitiva del cristianismo, para ver los innumerables santos mártires víctimas de las barbaries idólatras y demostrar que con el sacrificio de ellos y sus milagros que los ídolos que habían eran casas de los malignos demonios y que el culto a los pseudodioses del olimpo esencialmente era culto a los demonios. San Cipriano escribía: “Los ídolos son demonios y los sacrificios hacia los dioses están manchados y malditos, y los lugares de sacrificio de los idólatras son del satanás”.
Demonismo
En dos casos el diablo domina al hombre: Uno es cuando voluntariamente lo permite el mismo hombre, y el otro es por concesión de Dios.
En el primer caso, la entrada del espíritu maligno en el hombre generalmente se hace metódica y gradualmente. La víctima tiene conocimiento de su propio estado (magos, médium, etc.) o no (los engañados, no arrepentidos, etc.). El método de aprensión gradual se aplicó por el diablo en el caso de Judas. Judas sólo abrió el camino al satanás con su avaricia al dinero (Jn 12:6). A continuación el satanás entrando en el interior de Judas cautivó su nus y le empujó hacia la traición (Jn 13,2). Finalmente le dominó totalmente (Jn 13,2). Así aunque cambió de opinión, no se arrepintió de corazón, sino que se suicidó, porque el enemigo le oscureció la lógica de su mente con tristeza desesperante.
De acuerdo con la tradición patrística, aquellos que se someten voluntariamente en algún pazos, por muy pequeño que esto parezca, se encuentran bajo el poder y dominio del diablo. La situación de estas personas es trágica, porque exteriormente muestran que están libres, pero sus psiques se encuentran en posesión demoníaca desastrosa. «…Prometen a los hombres libertad, mientras que ellos son esclavos de la corrupción, porque cada uno es esclavo de aquello que domina» (2ªPed 2,19). Estos son los ”endemoniados» de la vida diaria, según san Juan el Crisóstomo. Y el comportamiento de ellos es desesperante, precisamente porque siendo dominados por los demonios, no perciben sus ataques ni la tiranía que sufren a causa de ellos.
En el segundo caso, la posesión demoníaca que ocurre por concesión de Dios, contribuye siempre a la sanación y salvación de la psique o su ambiente inmediato. De este modo el dominio demoníaco se utilizó aún por la Iglesia como medio pedagógico. Basta con recordarnos “el fornicador de la mujer de su padre”, en Corinto: El Apóstol Pablo sugirió la Iglesia local en entregar al satanás: «el tal que sea entregado al satanás para destrucción de su carne, a fin de que el espíritu sea salvo el día del Señor» (1ªCor 5,5). El mismo apóstol en otro caso entregó al dominio del satanás a Ymenio y Alejandro, «para que sean instruidos en no blasfemar» (1ªTim 1,20).
En esta categoría pertenecen los endemoniados plenamente, como aquellos que se refiere el Evangelio. En estos el dominio de los demonios estaba claro: Se arrastran por la tierra, sacan saliva espumosa por la boca, rechinaban los dientes, blasfemaban y decían palabrotas, sin tener conciencia de lo que hacían y decían. Se habían alterado sus estados físicos a tal grado que palabras, movimientos y voluntades ya no eran de ellos sino de los malignos espíritus que les tenían dominados.
¿Pero cómo ocurre esta posesión? ¿Se introducen los espíritus sucios a la psique del hombre?
San Diádoco de Fótica, generalmente hablando sobre la relación de la psique y el demonio, dice: «Desde el momento del Bautizo el diablo se expulsa fuera de la psique y la jaris (la gracia, energía increada divina) entra dentro. Por eso tal como antes del Bautizo dominaba el engaño sobre la psique, así después domina la verdad. Pero también después del Bautizo el satanás actúa contra la psique como antes o a veces peor… Esto ocurre porque con la santidad del Bautizo se reduce la suciedad del pecado, pero el doble carácter de nuestra voluntad no lo cambia desde ahora ni impide que los demonios nos combatan… Estos anidan fuera en los sentidos del cuerpo y actúan mediante la debilidad de la carne… para alejar del nus la memoria de Dios para así despegar a la persona de la unión que tiene con la jaris.»
San Casiano define más concretamente esta relación. Dice: «Un espíritu maligno puede ejercer sobre nuestra psique una fuerza secreta de convencimiento, pero le es totalmente imposible introducirse a la misma esencia de la psique y hacerse uno con ella, a pesar de que la psique es espíritu. A continuación explica la manera con la que actúan los espíritus sucios sobre los endemoniados, de forma que los pobres no pueden controlar sus palabras, ni sus movimientos. Dice: «Estas cosas les ocurren no porque la psique pierde alguno de sus atributos, sino porque el cuerpo se debilita. El espíritu sucio introduciéndose en los miembros donde reside la psique y comprimiéndolos bajo un peso insoportable, ahoga dentro de la profunda oscuridad las fuerzas intelectuales, mentales. Además, vemos que, el vino, la fiebre, un resfriado fuerte y otras enfermedades que nos pasan por factores exteriores, provocan los mismos síntomas. Precisamente este oscurecimiento del nus Dios lo prohibió al diablo intentando provocar a Job, mientras que le había dado poder sobre el cuerpo del justo y le mandó: «Mira, te lo entrego, sólo su psique no tientes» (Job 2,6). Es decir, te prohíbo que lo vuelvas loco, debilitando el nus (el corazón psicosomático y su energía), el órgano que es la residencia de su psique. Le dice Dios que ni al momento que te estará resistiendo Job le oscurecerás la lógica de su mente y el entendimiento, ahogando con tu peso la parte principal de su corazón.»
San Gregorio Palamás, comentando el caso del endemoniado del Evangelio, que estaba arrastrándose por el suelo y que sacaba saliva de su boca rechinando los dientes y se quedaba tieso, da la siguiente explicación. Dice que el Diablo, primero domina el cerebro, sus moléculas, que es la acrópolis (el puntal) del cuerpo y desde allí tiraniza todo el cuerpo. Cuando el cerebro sufre, se crean problemas serios en los nervios y en los músculos, con el resultado en que se produzcan conmociones y movimientos involuntarios en todas las partes del cuerpo, principalmente en las mandíbulas de los endemoniados. Sobre todo, a causa de la perturbación interior de los órganos, la respiración se hace difícil, los líquidos salen de la boca como espumas y la carne se deshidrata y se seca. Y concluye el mismo santo ofreciéndonos dos modos de curación: Uno es que si el enfermo simplemente se encuentra bajo efecto demoníaco, entonces como tiene aún su independencia puede curarse con su lucha espiritual personal, principalmente con la oración y el ayuno, y participando ortodoxamente en los Misterios de la Iglesia. Pero si en su interior tiene como inquilino al mismo diablo y se ha convertido en su instrumento, no puede hacer nada por sí mismo. Entonces deben luchar otros hermanos por él «en oración y ayuno» (Mt 17.21), sobretodo aquellos que tienen el Espíritu Santo en su interior. Él sólo no puede liberarse del demonio.
La imagen que presentan los endemoniados es repugnante, por eso los padres nos aconsejan no acusarlos ni detestarlos, sino que oremos por ellos. Esta situación la explica san Casiano: «Debemos creer firmemente dos cosas: Primero, que nadie está tentado por los demonios sin el permiso de Dios. Segundo, que cualquier cosa que proviene de Dios por muy desagradable o agradable que nos parezca en aquel momento, está enviada por el padre más caritativo para nuestro interés. Los que están en prueba, pues, son como los niños que se entregan al maestro del colegio. Se cultivan así en la humildad y prudencia, de manera que cuando vayan a la otra vida estén totalmente puros. Sólo sufren en la vida presente una pequeña prueba. Se entregan según el Apóstol Pablo, al satanás «…para castigo de la carne, para que se salve el espíritu en el día del Señor» (1ªCor 5,5).»
A continuación el santo da una bella dimensión eclesiológica del tema: «Que no despreciemos a los endemoniados, sino que estemos orando incesantemente por ellos, como miembros del uno y mismo cuerpo, y compadecernos con todo nuestro corazón y cariño de su estado; porque cuando «padece un miembro, co-padecen todos los miembros» (1ªCor 12,26); ya que conocemos que son miembros nuestros, no podemos llegar al perfeccionamiento sin ellos, tal como leemos sobre los santos anteriores a nosotros que no pudieron conseguir sin nosotros todo lo que Dios les ha prometido (Heb 11.39,40).»
Enfrentamiento
San Juan el Evangelista dice que Cristo vino a la tierra «para disolver las obras del diablo» (1ªJn 3,8), pero también para anular al mismo diablo con Su muerte crucificante: «…Para destruir por medio de la muerte al que tiene el poder de la muerte, es decir, al diablo» (Heb 2,14).
Antes de Su crucifixión Cristo disolvía y destruía las obras del diablo, conduciendo a los hombres a la metania (conversión y arrepentimiento), sanando enfermos y endemoniados. Estas terapias eran la expresión esjatológica (futura) de la abolición de las obras demoníacas. Pero con Su muerte por crucifixión y Su bajada al Hades anuló la fuerza del demonio y el poder de ellos sobre al muerte.
Cristo no ha hecho desaparecer de una vez por todo el efecto del satanás sobre nosotros, sino que humilló y derrumbó su fuerza y nos ha dado los medios para aniquilar sus trampas. Es decir, no estamos liberados de los efectos, energías y ataques del satanás, sino que se han dado las armas para vencerlo. Primero el Señor con su triple tentación que recibió en el desierto (Mr 4:4-11), nos indicó la manera que nos combate el demonio, pero también nos regaló el poder, la fortaleza para vencerle. Porque esta tentación del Señor contiene todas las tentaciones que puede recibir un hombre.
Cristo dio poder a Sus alumnos a pisotear el diablo: «He aquí, os he dado poder de caminar encima de serpientes y escorpiones y a toda fuerza del enemigo» (Lc 10,19). La obra de los apóstoles y generalmente de los sacerdotes de la Iglesia es conducir a los hombres de la tiranía del diablo a la libertad de los hijos de Dios. Esta preocupación pastoral también ocupaba al apóstol Pablo, cuando deseaba y bendecía los cristianos de Roma: «Y el Dios de la paz destruirá al satanás poniéndolo en nuestros pies rápidamente» (Rom 16,20).
Los santos con la fuerza de Dios destruyeron al diablo y muchas veces humillaron su impertinencia y arrogancia, tal como ocurrió, por ejemplo, con el abad Teódoro que con su oración ató a tres demonios fuera de su kelia (celda) y les desató después de muchos ruegos de ellos.
La rica experiencia de los santos nos ha entregado maneras de vencer al diablo y escaparse de sus trampas y sus artificios. Sus consejos y guías son preciosos. Los más importantes, los enumeraremos a medida de lo posible a continuación:
1) Es indispensable que mantengamos la jaris (gracia, la energía increada) del Espíritu Santo que hemos recibido por el Bautizo. Además, en el mantenimiento de la jaris aspira totalmente nuestra lucha espiritual. Porque ella es la que nos abastece las armas de nuestra campaña espiritual. Armas que «no son mundanas, sino poderosas porque tienen la dinamis-energía y potencia de Dios para la destrucción de fortalezas demoníacas, pensamientos mal astutos y toda cosa que se eleva arrogantemente contra la gnosis-conocimiento de Dios» (2ªCor 10:4-5). Realmente en cuanto está el Espíritu Santo en nuestro interior el satanás no puede entrar y permanecer en las profundidades de nuestra psique, (san Diádoco de Fótica). Porque «los malignos espíritus temen exageradamente la jaris del divino Espíritu, y sobre todo cuando viene ricamente, ya que nos estamos sanando, purificando con el estudio y la oración pura, (san Nikitas Stizatos). La presencia de la divina jaris (increada energía) en el hombre es fuego que quema a los malignos espíritus y destruye sus artificios o tecnicismos.
2) Hace falta tener atrevimiento, valor y fe en que Dios con seguridad nos ayudará. «Resistid al diablo» nos dice san Santiago, «y se marchará de nosotros» (4,7). La valiente resistencia le hace huir. Pero tiene que estar acompañada de la fe, (1ªPed 5,9). La fe es el escudo sobre el que podemos borrar todas las flechas encendidas del maligno (Ef 6,16). Es inconmovible y firme la certeza de que Dios está parado a nuestro lado. Y si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? Cuando la psique está llena de valor y fortaleza espiritual, «ve a los demonios que huyen como fugitivos» (san Nikitas Stizatos.)
3) El apóstol Pablo nos incita que «vistamos la armadura espiritual de la agapi» (1ªTes 5,8). Porque tal como comenta san Casiano, «la agapi rodea y protege las partes vitales del corazón, resiste a los toques mortales que nos provocan los pazos, rechaza los golpes enemigos e impide las flechas del demonio a introducirse en nuestro hombre interior.»
4) El mismo apóstol aún nos propone un arma defensiva, diciendo: “Poneos como casco la esperanza de la salvación» (1ªTes 5,8). Realmente la esperanza es un arma salvadora durante las tentaciones. Es el casco que protege la cabeza. Nuestra cabeza es Cristo: Y debemos tener a Cristo en nuestro interior, en el tiempo de las aflicciones y persecuciones, cubriéndonos con el inexorable casco de la esperanza de los futuros bienes, sobre todo manteniendo nuestra fe en Él entera e invencible. Porque si nos falta la Cabeza, Cristo, entonces no podremos permanecer vivos ni un minuto (san Casiano).
5) La preparación psíquica, con continua nipsis (sobriedad, alerta y atención) y oración incesante, aniquila un arma fuerte del enemigo que es la sorpresa. Como no conocemos cuando nos van a atacar los demonios y de qué manera, debemos estar siempre preparados en prontitud. El apóstol Pedro nos pide que: «Estaos en nipsis y alerta: porque nuestro enemigo, el diablo, camina como un león rugiente buscando a quien devorar» (1ªPe 5,8). En esta preparación psíquica nos incita el mismo Cristo, diciendo: «Estaos en alerta y orad para que no entréis en tentación…» (Mt 16,41). La oración cuando se combina con la nipsis se convierte en un arma fortísima contra el diablo, no sólo como arma defensiva, sino también como ofensiva. Los padres lo llaman “azote” de los demonios. Sobretodo se aconseja la oración del corazón, de Jesús, la imploración de la Madre de Dios y de los Santos aquellos que han recibido el don de Dios contra los demonios. (Νήψις nipsis (sobriedad). Se llama así la alerta, guardia espiritual, la continua atención y vigilancia de manera que el pensamiento-reflexión (loyismós) no avance desde la lógica de la mente y se introduzca en el corazón. En el corazón se debe encontrar solamente el nus,( la atención y su energía) y no los pensamientos-reflexiones. Esta alerta vigilante se llama nipsis (sobriedad.)
6) Aparte de la oración, el ayuno nos ayuda mucho para ahuyentar los espíritus malignos y generalmente todos los esfuerzos ascéticos, porque domeñan, doman los pazos, marchitan los placeres carnales y fortalecen el nus. El Señor nos dijo: “Este género de demonios no se expulsa de otra manera sino con ayuno y oración” (Mt 17,21). Con la ascesis, es decir, el ejercicio espiritual. Con la lucha para el cumplimiento de los mandamientos de Cristo, adquirimos las virtudes. Y sin esfuerzo ninguna virtud llega a su perfeccionamiento. Las virtudes son armas espirituales. Todas juntas componen una armadura fuerte, la cual el apóstol Pablo nos sugiere poner, cuando se trata de enfrentarnos a los artificios del diablo, (Ef 6,1)
7)La perseverancia y la paciencia durante las tentaciones mantiene alta nuestra moral, de modo que podamos afrontar con serenidad los ataques demoníacos, (Heb 12,1).
8) La tapinofrosini (conducta humilde, sana y serena) también es la virtud por excelencia que atrae la jaris (energía increada) de Dios y hace a la psique un castillo inexorable de los ataques rabiosos del mal astuto. Con esta virtud se inutilizan todas las trampas del enemigo, como dicen los padres. Es imposible que sea engañado un hombre que no se fía de su propio loyismós (pensamiento) y su propio juicio y vive de acuerdo con las indicaciones de sus padres espirituales.
9) Otra arma indispensable para la guerra con los malignos espíritus es el discernimiento. San Juan el Sinaita dice: “Debemos de armarnos con mucho discernimiento, para conocer cuando tenemos que luchar por las causas de los pazos, con cual de ellos y desde que punto y cuando debemos de retroceder. Porque hay casos que es preferible la huida, la retirada, a causa de nuestra debilidad, para que no seamos matados.
10) El estudio del logos de Dios, también impide al diablo acercarse a nosotros. San Juan el Crisóstomo (boca de oro) dice: «Si el diablo no se atreve a entrar en la casa que tiene el Evangelio, mucho menos tocará nuestra psique que estudia conscientemente con el corazón y la mente los logos del Evangelio.» El mismo santo nos asegura que: «Cuando el diablo vea la ley de Dios escrita en nuestra psique, no se acercará, sino que de lejos nos girará la espalda. Porque nada es tan terrible para él y para los malignos pensamientos que nos envía y somete, como el nus que estudia los logos divinos.»
Además, no debemos de olvidar que al logos (dichos) de Dios, Pablo lo califica de “navaja del Espíritu” (Ef 6,17), cuando lo enumera junto con los demás accesorios de la armadura de Dios, y otras «vivo, activo y el más afilado de toda espada de doble filo» (Ef 4,12), que puede separar y trocear todo lo carnal y terrenal que se encuentra en nuestro interior.
11) Eclesiasmo, es decir, tomar parte en la Divina Liturgia y en general en todas las celebraciones de culto y alabanza de nuestra Iglesia, que son las fuentes principales de nuestro reabastecimiento para nuestra guerra con los demonios. Son nuestros almacenes de armas espirituales. San Ignacio el Teoforo aconseja: «Preocupaos de reuniros más a menudo en la efjaristía y doxología (alabanza) a Dios. Porque cuando os reunís a menudo en el mismo lugar, entonces se destruyen las fuerzas del satanás y se disuelve toda su energía con la concordia de nuestra fe.»
12) La fuerza demoníaca no sólo se anula con la oración común, sino principalmente con los santificadores Misterios que se celebran en los lugares del culto común, la Iglesia. Con el Bautismo, por ejemplo, se libera el hombre de la tiranía del diablo, con la santa crismación se sella con la jaris, la energía increada del Espíritu Santo, en cambio con su participación merecida en la divina Comunión se convierte y se hace del mismo cuerpo y sangre con Cristo. Adquiere fortaleza espiritual que le hace intocable y terrible contra el diablo: «Como los leones soplando fuego, así salimos de aquel banquete convirtiéndonos en terribles para el diablo, (san Juan Crisóstomo).
13) El diablo tiene mucho miedo a la metania (introspección, arrepentimiento y confesión), sobretodo de la verdadera confesión que se hace con profunda contrición, como también nuestra humilde intención para el aprendizaje espiritual. Con la confesión de nuestros pecados con nuestro guía espiritual cortamos los derechos del diablo y restablecemos nuestra comunión con Cristo. Particularmente en casos de fuerte y no acostumbrada guerra satánica que se ha provocado por nuestra ignorancia o descuido, entonces nosotros debemos ir corriendo al patrajili (estola, bufanda especial para la confesión) del guía espiritual y pedir humildemente la misericordia de Dios con metania efectiva. El Misterio de la Confesión tiene la potencia y energía divina que sana las heridas psíquicas que provoca la energía de la astucia demoníaca y restablece al hombre en el equilibrio psicosomático.
Instrumentos importantes y eficaces que tienen la potencia de destruir fortificaciones son el Efjeleo (bendición de aceite) y la Santificación (o Agua bendita).
Untar con aceite del Efjeleo se utiliza desde los años apostólicos hasta hoy día para terapia de enfermedades psíquicas y somáticas, (ver Sant 5:14-15). Los santos apóstoles en sus viajes «expulsaban muchos demonios, y untaban con aceite muchos enfermos y los sanaban» (Mr 6:13). Como muchas enfermedades se deben a energías demoníacas, el Efjelio libera al enfermo no sólo de la enfermedad sino también de los espíritus astutos que la provocan. Por eso en las bendiciones de las misas el aceite santificado se califica como “espada contra los demonios” y “repulsivo de toda energía demoníaca”.
El agua bendita de la Santificación también es sanador de nuestras psiques y nuestros cuerpos y repulsivo de energías demoníacas, porque se santifica por la imploración del Espíritu Santo, la bendición en forma de cruz por el sacerdote y con el sumergimiento de la santa Cruz. Se utiliza en muchas necesidades y manifestaciones de la vida diaria, tanto para la atracción de la bendición de Dios como para la curación de enfermedades o para la persuasión para astutos, viles espíritus.
15) Otra arma invencible es la santa Cruz, con la cual tiembla exageradamente el diablo, cuando se utiliza (se forma) en contra de él, es cierto que no se puede hacer de cualquier manera por cada uno, sino por los fieles que participan concienciadamente en la vida mistiríaca de la Iglesia. San Nicodemo el Agiorita aconseja: «Para que estéis protegidos de magias y energías demoníacas, tened todos en vuestro cuello la santa Cruz, niños y mayores, mujeres y hombres. Los demonios tiemblan al símbolo de la cruz y se alejan cuando la ven. Además, tal como han confesado los mismos demonios a san Juan Bostrinós, que tenía poder contra los sucios espíritus, tres cosas son las que más temían: La Cruz, el santo Bautizo y la Divina Comunión o Efjaristía.
16) Para afrontar la “Vascanía” o el “mal de ojo” y la avería somática o material que provoca a causa de su energía demoníaca, existe tal como hemos dicho una bendición, oración especial sobre la vascanía o mal de ojo. Idénticas oraciones existen también para la repulsa y disolución de cualquier magia o toda energía demoníaca, para la terapia de enfermedades que provoca la envidia del diablo, etc.
Para evitar el mal de ojo muchos de nuestros hermanos cuelgan varios amuletos. Estos no sirven de nada, son creaciones diabólicas y dan un resultado contrario, porque uno no repulsa el mal implorando al que lo provoca, es decir, los demonios. Sólo se debe utilizar la santa Cruz que destruye a las potencias y energías demoníacas.
Por otro lado, otros, incluso gente de la Iglesia con buena intención y sin sospechar sobre las energías demoníacas acostumbran a quitar o desenmascarar el mal de ojo susurrando varias oraciones místicas o utilizan carbón encendido, claveles, sal, aceite y agua. Pero estas costumbres son irreconciliables con el espíritu de la Iglesia. Ocurre muchas veces que el diablo se va voluntariamente de los que sufren el mal de ojo, para hacer creer a los hombres que tienen este tipo de poder y no las oraciones y bendiciones de nuestra Iglesia. Así que en nuestra vida diaria está caracterizada de «demonocracia» expandida con supersticiones, angustias y ansiedades, que facilitan la marcha de la jaris, la paz y la bendición de Dios.
17) Si uno, por concesión de Dios, se ha poseído de espíritu demoníaco, tiene que recurrir a los sacerdotes para que le lean los exorcismos. Los exorcismos son oraciones especiales de la Iglesia con los cuales el sacerdote ruega a Dios echar los demonios del hombre que tienen dominado. No tiene ninguna relación con los amuletos que son imploraciones mágicas, como hemos dicho antes.
El elemento básico de los exorcismos es la imploración del nombre de Cristo. Este nombre omnipotente «que es sobre todo nombre» (Fil 2,9), los apóstoles imploraban para expulsar los demonios y curar toda enfermedad. El mismo Señor había prometido: «En mi nombre expulsaréis demonios» (Mc 16,17). La misma táctica, siguieron los cristianos de los primeros siglos, tal como nos lo certifica san Justino: «Todo demonio exorcizado se vence y se somete con la fuerza del nombre de Jesús». En el mismo sentido espiritual están escritas también las oraciones para los exorcismos que están contenidas en el libro «Efjologio» y se siguen utilizando hasta hoy.
Segundo elemento de los exorcismos es la reprimenda del maligno espíritu: El sacerdote manda que salga inmediatamente de la criatura de Dios, liberando la psique y el cuerpo del poseído de las cadenas demoníacas.
El bienaventurado yérontas Paísios decía que los exorcismos, para que tengan resultado, se deben combinar con la metania y la confesión. Aclaraba que: «El diablo cuando ha adquirido grandes derechos en el hombre y le ha dominado, entonces se tiene que encontrar la causa, para poder cortar sus derechos. De otra manera, por muchas oraciones que los demás hagan, él no se va… El endemoniado primero se tiene que ayudar de forma que pueda averiguarse en qué es culpable y se ha endemoniado, entonces confesarlo y después si hace falta leerle los exorcismos. Porque sólo con la oración del perdón el demonio puede marchar.» El mismo yérontas decía que paralelamente con los exorcismos, los endemoniados se ayudan mucho cuando los sacerdotes en la proscomidí leen con dolor, sufrimiento sus nombres.»
18) Como última manera de afrontar los mal astutos espíritus nos referiremos al desprecio. Cierto que hay casos como nos hemos referido, que debemos resistir al diablo, de acuerdo con la exhortación de san Santiago: «Resistid al diablo y él se irá lejos de vosotros» (Sant 4,7). Pero existen otros casos que nos interesa evitar el enfrentamiento directo. Es preferible que huyamos a Cristo, despreciando al diablo y sus trampas. El bienaventurado yérontas Porfirios decía: Despreciad los pazos, no os ocupéis del diablo. ¡Girad hacia Cristo!… Con el anhelo a Cristo la fuerza de la psique huye de las trampas y se va a Cristo… Si luchamos y nos enamoramos de Cristo entonces adquirimos la divina jaris. Estando armados con la divina jaris, no corremos peligro y el diablo lo ve y se va… El enfrentamiento contra el mal con la jaris de Dios se hace sin sangre y sin cansancio… ¿Os encontráis en la oscuridad y queréis liberaros? No luchéis intentando echarlo con golpes. No conseguiréis nada. ¿Queréis luz? Abrid un agujerito y vendrá un rayo de sol y vendrá la luz. En vez de estar echando el enemigo para que no entre en vuestro corazón, abrid vuestros brazos al abrazo de Cristo. Esta manera es la más perfecta: No luchéis directamente con el mal, sino amad a Cristo, Su luz y el mal retrocederá.
Castigo e infierno
Los espíritus mal astutos, cuando se alejaron voluntariamente de la bienaventuranza y perdieron su cualidad angelical, resultaron ser las existencias más desgraciadas de toda la creación. Sobre todo, después de la caída del hombre causada por ellos, la desgracia, el mal y el desastre tomaron dimensiones universales. Ya toda la creación “gime, sufre y duele junto” (Rom 8,22) con las creaciones lógicas de Dios. El pecado y la muerte con sus terribles consecuencias entraron dinásticamente en la vida del ya cambiado mundo, obscurecido y corrompido que se transformó por la revuelta y la desobediencia de las creaciones hacia el Creador. El diablo ahora tomó un rol dominante en este mundo, porque fue el primero que pecó (1ªJn 3,8). Además, continúa pecando incesantemente arrastrando también a los hombres al pecado que conduce a la muerte (espiritual) (Rom 5,12).
En lo siguiente, el diablo toma el título de “kosmocrator-soberano del mundo” y se jacta que gobierna todas las realezas de la icumeni-tierra, (mundo) (Lc 4,5). Pero esto no reduce su desgracia. En realidad, tanto él mismo como todos los demonios permanecen como existencias trágicas que presaborean el miedo y el dolor del infierno. Viven continuamente bajo el peso de la angustia por el inminente castigo que les espera y temen que no sean castigados antes de su hora (Mt 8,19). Porque conocen que les queda poco tiempo (Ap 12,12) y que el fuego eterno se ha preparado para ellos. (Mt 25,41).
Además, la venida de Cristo a la tierra humilló la fuerza de los demonios y convirtió sus vidas más desesperantes. El evangelista Juan dice que «en esto apareció el Hijo de Dios, para disolver las obras del diablo» (1ªJn 3,8). La presencia divina disolvió la tiranía demoníaca, en la cual estaba esclavizado el género humano. Porque Cristo «…pasó haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo…» (Hec 10,38). El Señor no se bastó sólo en la destrucción de las obras del diablo, sino también al mismo diablo con su muerte voluntaria en la Cruz: «…Para destruir por medio de la muerte al que tenía el poder de la muerte, esto es, el diablo» (Heb 2,14). Realmente, «quitó la dinamis potencia y energía que tenían las potencias y principios demoníacos y los ridiculizó arrastrándolos vencidos al triunfo de Su cruz» (Col 2,15). Poco antes de Su pasión, ya había proclamado que el soberano de este mundo se expulsaría fuera (Jn 12,31).
Después de Su crucifixión, la segunda herida grande y dolorosa que recibió el diablo fue la bajada de Cristo al hades (invisible o infierno). Allí perdió el poder que tenía sobre las psiques de los muertos, se envileció y saboreó el lazo de su propia condena y castigo final. .
Cierto que recibió también otras graves heridas, como la Resurrección, la Ascensión de Cristo y también con la bajada del Espíritu Santo, en Pentecostés. A continuación su principal enemigo y destructor de sus obras malignas será la Iglesia, el cuerpo de Cristo y el “economista” proveedor de Sus misterios. Serán los gloriosos miembros ilustrados de la Iglesia, que han recibido de Cristo la fuerza y el poder contra los espíritus sucios; sus apóstoles y sus alumnos; los santos y fieles de todos los siglos, que destituyeron al satanás y se unieron con Cristo.
Pero la abolición total y juicio del diablo y sus espíritus malignos se hará durante la Segunda Parusía (Presencia) de Cristo y el juicio final. En el libro sagrado del Apocalipsis, donde se describe proféticamente el final del mundo, vemos un ángel bajar del cielo, teniendo la llave del abismo y una cadena grande, capturando el dragón, la serpiente antigua que es el diablo y el satanás el que engaña al mundo, atándole para mil años y echándole en el abismo (Apo 20:1-3). La misma escena describe también el apóstol Pedro, cuando dice que «si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio» (2ªPed 2,4). Entonces en este juicio final, tal como nos informa el Apocalipsis, el diablo será echado «en el lago de fuego y azufre, en el que estaban la bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20,14). Y no sólo el diablo, los demonios y el anticristo, sino también «la muerte y el hades se lanzarán al lago de fuego» (Ap 20,14).
El Apóstol Pablo en una admirable referencia suya a la redentora obra concluyente de Cristo dice que, el final de los siglos, «para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos y en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesús Cristo es el Señor, para gloria del Padre.» (Fil 2:9-10).
Cristo era, es y será todo (Col 3,11). Los demonios y sus obras se anularán y junto con ellos la muerte. Así cada fiel luchador que se somete con confianza y obediencia a la voluntad de Dios, no tiene que temer nada en absoluto a los espíritus mal astutos, porque «ya ha pasado de la muerte a la vida (eterna)» (Jn 5,24) y presaborea los bienes de la realeza celeste.
Santo Monasterio del Paráclitos
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