CATEQUESIS II: INVITACIÓN A LA CONVERSION
Pronunciada en Jerusalén, trata sobre la conversión y
el perdón de los pecados, y acerca del enemigo. La lectura de base es de
Ezequiel 18, 20b-21: Al justo se le imputará su justicia y al malvado su
maldad. En cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que ha
cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia,
vivirá sin duda, no morirá»(1).
Realidad del pecado
1. Realidad temible es el pecado y gravísima
enfermedad del alma es la iniquidad: le secciona los nervios y además la
dispone al fuego eterno. La maldad se da cuando hay delectación libre, un
germen que lleva voluntariamente al mal. Ya el profeta señala con claridad que
el pecado se comete de modo espontáneo y libre: «Yo te había plantado de la
cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues ¿cómo te has mudado en
sarmiento de vid bastarda?» (Jer 2, 21). La plantación es buena, pero el fruto
es malo, malo por la libre voluntad: el que plantó está libre de culpa, pero la
viña será aniquilada por el fuego; plantada para el bien, produjo el mal por su
propio deleite. Pues, según el Eclesiastés, «Dios hizo sencillo al hombre, pero
él se complicó con muchas razones» (Ecl 7, 29). Y el Apóstol dice: «Hechura
suya somos, creados... en orden a las buenas obras» (Ef 2, 10). Pues siendo
bueno el creador, creó «en orden a las buenas obras», pero la creatura se
volvió al mal por su propio arbitrio. Grave mal es, según esto, el pecado. Pero
no es irremediable: es grave para quien permanece en él. Pero es fácil de sanar
a aquel que lo rechaza en la conversión. Imagínate que alguien tiene fuego en
sus manos. Sin duda se abrasará mientras retenga el carbón, pero si lo arroja
fuera de sí, suprime la causa de su quemadura. Pero si alguien piensa que no se
quema al pecar, a ese tal le dice la Escritura: «¿Puede uno meter fuego en su
regazo sin que le ardan los vestidos?» (Prov 6, 27). Así pues, el pecado abrasa
los nervios del alma.
El origen del pecado en el interior del hombre
2. Pero dirá alguno ¿Qué es el pecado? ¿Es un animal,
un ángel o un demonio? ¿Qué es lo que lo produce?(2). Atiende bien: no es un
enemigo que te invada desde fuera, sino algo que brota de ti mismo. «Miren de
frente tus ojos» (Prov 4, 25) y no experimentarás la pasión. Ten lo tuyo, no te
apoderes de lo ajeno y no existirá en ti la rapiña. Acuérdate del juicio y no
existirán en ti la fornicación ni el adulterio ni el homicidio ni nada que sea
pecaminoso. Pero si te olvidas de Dios, comenzarás a pensar en el mal y a
realizar lo ilícito.
El diablo y el pecado
3. Pero no sólo tú eres origen y autor de lo que
haces: hay también un depravado instigador, el diablo(3). El tienta a todos,
pero no puede con los que no consienten. Por ello dice el Eclesiastés: «Si el
espíritu del que tiene poder se abate sobre ti, no abandones tu puesto»(4).
Cierra tu puerta y hazlo huir lejos de ti para que no te cause daño. Pero si
das entrada con indiferencia al pensamiento libidinoso, oponiéndose a tu ánimo,
plantará en ti sus raíces, atará tu mente y te arrastrará hasta la cueva de los
malvados. Y si acaso dices: Soy fiel, no podrán conmigo los malos deseos,
aunque frecuentemente los tenga en mi ánimo. ¿Ignoras tal vez que la raíz que
permanece tiempo ligada a la piedra acaba siempre rompiéndola? No aceptes
siquiera el germen, porque hará añicos tu fe. Arranca de raíz el mal antes de
que florezca, no sea que, actuando negligentemente desde un comienzo, tengas
luego que pensar en el fuego (cf. Jer 23, 29) y en el hacha (Mt3, 10). Cúrate a
tiempo la inflamación de ojos, para que no te quedes ciego y busques entonces
médico.
4. Causante primero del pecado es el diablo, origen de
la maldad. Esto no lo he dicho yo, sino el Señor: «Porque el diablo peca desde
el principio»(5). Antes que él nadie pecó. Pero no pecó por fuerza de la
naturaleza(6), como si hubiese estado obligado al pecado (en ese caso, habría
incurrido en pecado quien le hubiese hecho tal), sino que, creado bueno, se
convirtió en diablo tomando nombre de su actuación(7). Pues, habiendo sido
arcángel(8), se le ha llamado posteriormente diablo (o calumniador, Satanás),
habiéndosele considerado después así en virtud de la cosa misma. Satanás es,
pues, lo mismo que adversario
(9). Las pruebas no las aporto yo, sino el profeta
Ezequiel: «Eras el sello de una obra maestra y corona de hermosura, engendrado
en el paraíso divino» (Ez 28, 12 var.). Y poco más abajo: «Fuiste perfecto en
tu conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti
iniquidad» (28, 15)(10). Esto no te vino de fuera, sino que tú mismo engendraste
el mal. Poco más abajo señala la causa: «Tu corazón se ha pagado de tu belleza,
has sido herido por la muchedumbre de tus pecados, sí, por tus pecados. Yo te
he precipitado en tierra» (28, 17 var.). Lo mismo dice el Señor en el Evangelio
en el mismo sentido: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10, 18).
Ya ves la consonancia entre ambos Testamentos. Al caer aquél, arrastró a muchos
consigo. A quienes le siguen les sugiere malos deseos, de lo que se siguen el
adulterio, la fornicación y cualquier clase de mal. Por causa suya fue
expulsado nuestro primer padre Adán del paraíso y cambió éste, del que brotaban
frutos admirables, por una tierra que le ofrecía espinas.
Esperanza para el pecador
5. Entonces, dirá alguno, ¿hemos perecido engañados? ¿no
habrá salvación alguna? Caímos, ¿podremos levantarnos? (Jer 8, 4). Hemos
quedado ciegos ¿podremos recuperar la vista? Estamos cojeando, ¿no hay
esperanza de que caminemos correctamente alguna vez? Diré en resumidas cuentas:
¿No podremos alzarnos después de haber caído? (cf.Sal 41, 9) ¿Es que acaso
quien resucitó a Lázaro, con hedor ya de cuatro días (Jn 11,39), no te
resucitará vivo también a ti? Quien derramó su preciosa sangre por nosotros nos
liberará del pecado para que no claudiquemos de nosotros mismos (cf. Ef 4,
19)(11), hermanos, cayendo en un estado de desesperación. Mala cosa es no creer
en la esperanza de la conversión. Quien no espera la salvación acumula el mal
sin medida; pero el que espera la curación, fácilmente es misericordioso
consigo mismo. Igualmente el ladrón que no espera que se le haga gracia llega
hasta la insolencia; pero, si espera el perdón, a menudo termina por hacer
penitencia. Si incluso una serpiente puede mudar la piel, ¿no depondremos
nosotros el pecado? También la tierra que produce espinas se vuelve feraz si se
la cultiva con cuidado: ¿Acaso podremos obtener nosotros de nuevo la salvación?
La naturaleza es, pues, capaz de recuperación, pero para ello es necesaria la
aceptación voluntaria.
Misericordia y amor de Dios hacia el pecador
6. Dios ama a los hombres, y no en escasa medida. No
digas tú entonces: He sido fornicario y adúltero, he cometido grandes crímenes,
y ello no sólo una vez sino con muchísima frecuencia. ¿Me perdonará, o más bien
se olvidará de mí? Escucha lo que dice el salmista: «¡Qué grande es tu bondad,
Señor!» (Sal 31, 20). Tus pecados acumulados no vencen a la multitud de las
misericordias de Dios. Tus heridas no pueden más que la experiencia del médico
supremo. Entrégate sencillamente a él con fe; indícale al médico tu enfermedad;
di tú también con David: «Sí, mi culpa confieso, acongojado estoy por mi
pecado» (Sal 38,19). Y se cumplirá en ti lo que también se dice: «Y tú has
perdonado la malicia de mi corazón» (Sal 32, 5)(12).
7. ¿Quieres ver el amor de Dios al hombre tú, que hace
poco que vienes a las catequesis? ¿Quieres contemplar la benignidad de Dios y
la enormidad de su paciencia? Mira el caso de Adán. Es el primer hombre que
Dios creó, y pecó: ¿no pudo advertirle de que a continuación moriría? Pero mira
lo que hace el Dios que tanto ama a los hombres. Lo arroja del paraíso (pues
por el pecado no era digno de vivir allí). Y lo coloca en cualquier lugar fuera
de allí (cf. Gén 3,24), para que, al ver de dónde ha caído y a dónde ha sido
arrojado, consiga luego la salvación mediante la conversión. Caín, primer
hombre dado a la luz, se convirtió en fratricida; maquinador del mal, autor y
causante de asesinatos, y primer envidioso, quitó después de en medio a su
hermano. ¿A qué pena se le condena?: «Vagabundo y errante serás en la tierra»
(Gén 4, 12). Grande fue el pecado, pero leve el castigo.
8. Y ésta fue verdaderamente la clemencia de Dios,
pero pequeña todavía con respecto a lo que siguió. Pues piensa en lo que
sucedió en tiempo de Noé. Pecaron los gigantes y la maldad se extendió
grandemente sobre la tierra (cf. Os 4, 2)(13). Por ella se provocó el diluvio:
en el año quinientos profirió Dios su amenaza (cf. Gén 6, 13)(14). ¿No crees
que la benignidad de Dios se extendió durante cien años cuando se podía haber
infligido el castigo al momento? Todo lo alargó para dar lugar a la conversión.
¿Acaso no ves la bondad de Dios? Ni siquiera aquellos hombres, si hubiesen
recobrado entonces el buen sentido, habrían notado que les faltaba la clemencia
divina.
La Bondad de Dios es mayor que el
pecado
9. Hablemos ahora de aquellos que se han salvado a
través de la conversión. Habrá entre las mujeres quien diga: soy una
prostituta, he sido adúltera, manché mi cuerpo con toda clase de lujuria. ¿Qué
posibilidad existe de salvación? Observa, mujer, el caso de Rahab, que también
para ti hay salvación. Pues si la que se dedicaba a la prostitución abierta y
públicamente obtuvo su salvación mediante la conversión, ¿acaso quien abusó de
su cuerpo alguna vez antes de haber recibido la gracia no obtendrá la salvación
por la penitencia y el ayuno? Date cuenta de cómo se salvó, pues
simplemente dijo: «Yahveh, vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo
en la tierra» (Jc 2, 11)(15). No se atrevía por pudor a decir que era suyo.
Pero si deseas recibir el testimonio recogido en las Escrituras acerca de su
salvación, tienes escrito en los Salmos: «Cuento a Rahab y a Babilonia entre
los que me conocen» (Sal 87, 4). Grande es la benignidad de Dios, que en las
Escrituras hace memoria incluso de las meretrices. Y no dice simplemente
«cuento a Rahab y a Babilonia», sino que añadió lo de «entre los que me
conocen». Así pues, los hombres y mujeres pueden obtener la salvación mediante
la conversión.
10. Y aunque todo el pueblo hubiese pecado, ello no
supera a la benignidad divina. El pueblo había frabricado un becerro, pero Dios
no se arrepintió de su clemencia. Negaron los hombres a Dios, pero Dios no se
negó a sí mismo (cf. 2 Tim 2, 13). «Entonces ellos exclamaron: "Estos son
tus dioses, Israel"» (Ex 32, 4); y sin embargo, según su modo de actuar,
el Dios de Israel los custodió. Tampoco fue el pueblo el único que pecó, pues
también peco Aarón, el sumo sacerdote. Moisés, en efecto, dice: «También contra
Aarón estaba Yahvé violentamente irritado... Intercedí también entonces en su
favor y Dios le perdonó» (Dt 9, 20). Ya Moisés, suplicando en favor del sumo
sacerdote pecador, suavizó la ira de Dios. ¿Y Jesús, el Hijo único que ora por
nosotros, no aplacará a Dios? No le impidió a Aarón, a pesar de su culpa, que
llegase a ser sumo sacerdote. ¿Te obstaculizará a ti que, por provenir de los
gentiles, entres en la salvación? Haz igualmente penitencia tú también, oh
hombre: no se te negará la gracia. Adopta después una vida irreprensible: Dios
ama verdaderamente a los hombres y nadie puede explicar su clemencia a causa de
su dignidad personal: incluso aunque se juntasen todas las lenguas de los
hombres, ni siquiera así podrían explicar una parte de su benignidad, es decir,
ni siquiera una parte de lo que se ha escrito acerca de la benignidad de Dios
para con los hombres. Pero tampoco sabemos además cuánto perdonó a los ángeles,
pues también a ellos les perdona, pues realmente sólo existe uno que esté sin
pecado, el que nos libra de éste, Jesús(16). Pero ya se ha dicho suficiente
acerca de los ángeles.
El ejemplo de la conversión de David
11. Pero si lo deseas, te presentaré también otros
ejemplos que se refieren a nosotros: piensa en el bienaventurado David, claro
ejemplo de conversión. Gravemente pecó cuando, después de acostarse, paseó en
las horas de la tarde por la terraza mirando descuidadamente y cayendo en su
debilidad humana (cf. 2 Sam 11, 2). Cometió el pecado, pero, al confesarlo, no
desapareció totalmente el brillo de su alma. Se presentó el profeta Natán, que
le corrigió diligentemente y fue el médico de sus heridas (cf. 2 Sam 12, 1-1
5a). «Se ha airado el Señor y has pecado»(17). Esto se lo decía un particular
al rey. Pero el rey, pese a la dignidad de la púrpura, no se indignó. Pues no
tenía en cuenta a quien hablaba, sino al que le había enviada a éste. No le
cegó la cohorte de soldados que le rodeaba, pues pensaba en el ejército de los
ángeles del Señor y temblaba «como si viese al invisible». Y respondió al
enviado, o más bien, al Dios que le enviaba: «He pecado contra el Señor» (2 Sam
12, 13). Ya ves la sumisión y la confesión del rey: ¿Acaso alguien le había
declarado convicto? ¿Había muchos que conociesen el delito? El hecho se había
producido rápidamente, pero el profeta se había presentado pronto como
acusador. Apenas producida la ofensa, se confiesa el pecado. Al ser reconocido
con claridad y sencillez, fue sanado rapidísimamente. Pues el profeta Natán,
que le había conminado, le dice al momento: «También Yahvé perdona tu pecado»
(ibid). Observa cómo cambia muy rápidamente el Dios que ama a los hombres.
Dice, no obstante: «Provocando (a Dios), has provocado a los enemigos del
Señor» (2 Sam 12, 14, según versiones). Tenias muchos enemigos a causa de la
justicia, pero te protegía la castidad. Pero cuando has descuidado esta
protección, tienes a tus enemigos en pie para alzarse contra ti. Esta fue la
forma como le consoló el profeta.
12. Pero el bienaventurado David, a pesar de haber
oído lo de que «Dios ha perdonado tu pecado», no descuidó hacer penitencia
aunque fuese rey, sino que, en lugar de la púrpura, se vistió de saco, y se
sentaba no en asientos de oro, sino sobre ceniza y en el suelo18. Pero no sólo
se sentaba en la ceniza, sino que también se alimentaba de ella, como dice él
mismo: «El pan que como es la ceniza» (Sal 102, 10). Su ojo lujurioso lo colmó
de lágrimas, según dice: «Baño mi lecho cada noche, inundo de lágrimas mi cama»
(Sal 6, 7). Cuando los príncipes le exhortaban a que probase el pan, no asintió
y continuó su ayuno hasta el séptimo día (2 Sam 12, 17-20). Si el rey se
manifestaba así, ¿no harás lo mismo tú que eres un simple particular? Después
de la rebelión de Absalón, al ofrecérsele (al rey) diversos caminos para la
huida, eligió hacerlo a través del monte de los Olivos (2 Sam 15, 23), como
invocando en su mente al Libertador, que desde aquí había de ascender a los
cielos(18)(19). Y como le hiriese Semeí con duras maldiciones, respondió:
«Dejadlo»(20), pues sabía que a quien perdona se le dará el perdón(21).
Otros ejemplos de penitencia
13. Ves que es cosa buena el confesar. Y ves que es la
salvación para los que se convierten. También Salomón había caído (I Re 11, 4),
pero, ¿cuál es la razón de decir: «Después hice penitencia»(22)? También Ajab,
rey de Samaria era un malvado adorador de ídolos, de notoria maldad, asesino de
profetas, impío, codicioso de campos y viñas ajenas (I Re 20-21). Pero cuando
hizo perecer a Nabot por instigación de Jezabel, y una vez llegado el profeta Elías
que quiso amenazarle, rasgó sus vestidos y se vistió de saco. ¿Qué dice
entonces el Dios misericordioso a Elías?: «¿Has visto cómo Ajab se ha humillado
en mi presencia?» (I Re 21, 29), como queriendo calmar el genio del profeta
inclinándolo hacia el penitente. Y dice: «No traeré el mal en vida suya»
(ibid.; para todo el episodio, cf. 1 Re 21, 17-29). Y aunque el rey, después
del perdón, no habría de apartarse del pecado, Dios le perdona
incondicionalmente, no porque desconociese el futuro, sino concediendo su
misericordia en el momento en que está mostrando la conversión. Propio de un
juez justo es dictar sentencia ajustada a cada uno de los hechos.
14. En otra ocasión estaba en pie Jeroboam ofreciendo
sobre un altar sacrificios a los ídolos: su mano sufrió una parálisis por haber
mandado apresar al profeta que le recriminaba. Pero al experimentar por sí
mismo la potestad de aquel hombre, exclamó: «Aplaca, por favor, el rostro de
Yahvé tu Dios» (1 Re 13,6; cf. 13, 1ss). Y en virtud de esta palabra le fue
restablecida totalmente la mano. Pero si un profeta curó a Jeroboam, ¿acaso no
podrá Cristo liberarte sanándote de tus pecados? También Manasés cometió
numerosos crímenes: fue el que hizo matar a Isaías, se contaminó con todo
género de idolatrías y llenó a Jerusalén de muertes de inocentes (2 Re 21, 16).
Pero, conducido cautivo a Babilonia, por la experiencia de su propio mal
utilizó la medicina de la conversión. Pues dice la Escritura que Manasés se
humilló profundamente en presencia del Dios de sus padres y «oró a él y Dios
accedió, oyó su oración y le concedió el retorno a Jerusalén, a su reino» (2
Crón 33, 12, 13). Si éste, que había hecho aserrar al profeta(23), se salvó
mediante la conversión, ¿no te salvarás también. tú, que no has cometido nada
tan grave?
Confiar en la posibilidad de la conversión. Ezequías
15. No desconfíes sin motivo de la fuerza de la
conversión. ¿Quieres saber realmente la fuerza que tiene la penitencia?
¿Quieres conocer a fondo esta fortísima espada de la salvación y aprender el
valor que tiene la confesión?(24). Por la conversión aniquiló Ezequías a ciento
ochenta y cinco mil enemigos (2 Re 19, 35). Y esto es realmente admirable, pero
es poco en comparación con el hecho de haber cambiado mediante la conversión la
sentencia divina que ya había sido pronunciada contra él. Pues Isaías le había
dicho en su enfermedad «Da órdenes acerca de tu casa, porque vas a morir y no
vivirás» (2 Re 20, 1). Y no había, pues, expectativas, una vez que el profeta
había dicho «vas a morir». Sin embargo, no revocó Ezequías su conversión,
acordándose de lo que está escrito: «Por la conversión y calma seréis
liberados» (Is 30, 15)(25). Se volvió a la pared y elevando desde el lecho su
mente al cielo (el grosor de las paredes no podía impedir sus devotas preces),
exclamó: «¡Señor, acuérdate de mí!» (cf. Is 38, 3), como si dijera: «Para mi
salud me basta que te acuerdes de mí, tú que no estás sometido al tiempo, sino
que has creado las leyes de la vida. La razón de nuestra vida no está en el
origen ni el tamaño de cada uno de los astros, como algunos sueñan, sino que
eres tú quien rige la vida y su duración según los planes de tu voluntad». A
causa del anuncio del profeta (cf. Is 38, 1 ) había perdido (Ezequías) la
esperanza de vivir, pero el tiempo de su vida le fue prorrogado en quince años,
de lo que se le ofreció como signo el retroceso del sol (38, 8). El sol volvió
atrás por Ezequías. E igualmente llegó a faltar el sol a causa de Cristo, no
retrocediendo sino apagándose(26), mostrando así la diferencia entre Ezequías y
Jesús. Pero si aquel pudo anular la sentencia de Dios, ¿no podrá Jesús conceder
el perdón de los pecados? Apártate de ellos y llóralos en tu alma; cierra las
puertas y ora para que te sean perdonados (cf. Mt 6), de modo que Dios sofoque
las llamas ardientes que brotan de ti, pues la confesión(27) puede extinguir el
fuego y amansar a los leones.
Los tres jóvenes y Nabucodonosor
16. Pero si no crees, piensa en lo que les sucedió a
Ananías y a sus compañeros. ¿Cuántos sextarios de agua(28) se necesitaban para
apagar una llama que se elevaba hasta los cuarenta y nueve codos (Dan 3, 47)?
Pero donde más alta era la llama, allí se derramó la fe como si fuese un río, y
señalaban el remedio de los males: «Eres justo en todo lo que nos has hecho...
Sí, pecamos, obramos inicuamente» (Dan 3, 27, 29). Y la penitencia disolvió las
llamas. Pero si desconfías de que la conversión pueda apagar el fuego de la
gehenna, aprende de lo que les sucedió a Ananías y a sus compañeros. Aunque
algún oyente agudo podrá decir: «Dios los liberó entonces justamente». Puesto
que no quisieron dar culto al ídolo, les concedió Dios la fuerza y el poder. Y
como verdaderamente fue así, pasaré ahora a otro ejemplo de conversión.
17. ¿Qué opinión tienes acerca de Nabucodonosor? ¿No
has oído por las Escrituras que fue sanguinario y fiero como un león? ¿No has
oído que sacó los huesos de los reyes de sus sepulcros para arrojarlos al aire?
(cf.Jer 8, 1ss)? ¿No has oído que se llevó al pueblo al destierro y que cegó
los ojos del rey tras hacerle contemplar la degollación de sus hijos? (2. Re 25,
7) ¿Y que destrozó a los querubines? No me refiero a los querubines que sólo
con la mente se contemplan. ¡Quita esta idea de tu cabeza! Me refiero a los
querubines que estaban esculpidos, pero también al propiciatorio desde el cual
Dios hablaba (cf. Ex 25, 1718, 22). También profanó el velo del santuario.
Tomando el incensario, lo llevó al templo de los ídolos(29). Transformó todos
los objetos de la ofrenda, arrasó el templo desde sus cimientos. Mereció
innumerables castigos por los reyes muertos y por los santos a los que injurió.
Y puesto que había reducido al pueblo a servidumbre y había colocado los vasos
sagrados en los templos de los ídolos, ¿acaso no era digno de padecer mil
muertes?
18. Has visto la magnitud de los crímenes. Vuélvete
ahora a la clemencia de Dios. Era (Nabucodonosor) como una fiera: vivía de modo
solitario y tenía que ser golpeado para ser domesticado. Tenía las garras de un
león, con las cuales agarraba a los santos, y las crines de los leones. Era, en
efecto, un león rápido y rugiente. Comía heno como el buey y era como un
jumento que no sabía quien le había dado el reino(30). Su cuerpo se cubrió de
rocío, pero no creyó al ver el fuego apagado por ese mismo rocío. ¿Y que es lo
que sucedió?: «Al cabo del tiempo fijado, yo, Nabucodonosor, levanté los ojos
al cielo... y bendije al Altísimo, alabando y exaltando al que vive
eternamente» (Dan 4, 31). Cuando reconoció al Altísimo y dirigió a Dios estas
palabras de su ánimo agradecido, se arrepintió de sus acciones confesando su
propia debilidad. Dios le restituyó entonces el honor del reino.
Exhortación final
19. ¿Qué, pues? A Nabucodonosor, que tantos males
había hecho, Dios le dio, al haber confesado, el perdón y el reino: y a ti, si
te conviertes, ¿no te dará el perdón de los pecados y el reino de los cielos,
si te conduces dignamente? Dios es clemente, pronto en perdonar y tardo para la
venganza. Así pues, que nadie desespere de su propia salvación. Pedro, el
príncipe de los apóstoles, negó tres veces al Señor ante una sierva cualquiera.
Pero, tocado por el arrepentimiento, lloró amargamente: al llorar, manifiesta
la conversión íntima del corazón; y por ello no sólo recibió el perdón por su
negación, sino que también conservó la dignidad de Apóstol.
20. Hay, pues, hermanos, multitud de pecadores que se
convirtieron y consiguieron la salvación, confesad también vosotros
ardientemente al Señor para que recibáis el perdón de los pecados precedentes
y, hechos dignos del don celestial, podáis heredar el reino de los cielos con
todos los santos, en Cristo Jesús, a quien sea la gloria por los siglos de los
siglos. Amén(31)
NOTAS
[1] El tema de la
catequesis es la conversión que se requiere antes del bautismo. La
catequesis exhorta a la penitencia que pide el artículo del Credo «un único
bautismo de conversión para el perdón de los pecados». Cf. sobre este
particular la cat. 18, núm. 22. Es necesario también señalar que en ciertos
códices se dice «trata sobre la conversión y el perdón de los pecados», pero en
la explicación frontal del tema no se añade «acerca del enemigo», es decir, el
diablo. Realmente el examen de la catequésis aclara que el tema es
esencialmente la conversión y el perdón de los pecados, no siendo el diablo
aquí más que un tema secundario.
[2] Cf cat. 4, núm. 21.
[3] Cat. 4, núms. 21, 24.
[4] Ecl. 10, 4, que completa el consejo con las
palabras: «que la flema libra de graves yerros». Es la versión de la Biblia de
Jerusalén, y el versiculo parece ser de por si un consejo de prudencia ante los
errores de la autoridad. La interpretación que hace el texto de la catequesis
supone otro contexto diferente, el de la tentación, pero la intención es
válida: mantenerse firme en las dificultades de la tentación.
[5] En realidad la frase no es del Evangelio, sino de
1 Jn 3, 8: «Quien comete el pecado es del Diablo, pues el diablo peca desde el
principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo».
Pero en una línea semejante sí existe en Jn 8, 44, puesta en boca de Jesús,
esta afirmación: «Este (el diablo) era homicida desde el principio, y no se
mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice
lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira».
[6] Probablemente, al negar la posibilidad de pecar
«por fuerza (mejor, «por necesidad») de la naturaleza», como si el pecado fuese
una exigencia ontológica del ser del diablo, está pensando Cirilo en la
afirmación al respecto extendida entre gnósticos y maniqueos (cf. PG 33, 386,
nota 8).
[7] La palabra griega diábolos, significa «calumniador»,
«detractor», «acusador», funciones que realiza sobre y contra el hombre.
[8] Esta idea del origen angélico del diablo se repite
también en Cirilo, por ejemplo, en cat. 8, n. 4.
[9] Variante también posible: «Satanás significa pues
diablo» (o calumniador). De hecho, en las versiones griegas de la Biblia la
expresión hebrea «Satán» se traduce a menudo por diábolos.
[10] El oráculo profético se refiere propiamente a la
caída del rey de Tiro. En realidad, el pasaje entero, Ez 28, 1-19, es un
poema-oráculo contra aquel. Una nota de la Biblia de Jerusalén a 28, 11, donde
comienza la predicción de la mencionada caída, señala: «Por una acomodación
espontánea, la tradición cristiana ha aplicado a menudo este poema a la caída
de Lucifer».
[11] Esta versión de Ef 4, 19, es más próximo a la
traducción que hace la Vulgata del versículo, examinando el cual y su contexto
se percibe la idea paulina de que, privado el hombre del contacto con Cristo,
se termina por caer en una situación de desenfreno que perjudica al mismo ser
humano como tal: Ef 4, 17. Es una idea afín a Rom 1, 18-32.
[12] Todo el Salmo 32 es importante como expresión del
perdón tras el reconocimiento del pecado. El versículo 5, completo, señala: «Mi
pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: "Me confesaré a Yahveh de
mis rebeldías". Y tu absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado».
[13] A la iniquidad extendida sobre Israel, según
Oseas, hace aquí referencia la edición de PG 33, 391, nota 62. Pero más bien
habría que pensar en Gén. 6, 1-4, pasaje sobre el que tiene un indudable valor
sintético la nota general de la Biblia de Jerusalén.
[14] La mención del año «quinientos» y «seiscientos»
se refiere a años de la vida de Noé, si se toman al pie de la letra Gén 5, 32 y
7, 6.
[15] Comentario de este versículo: «Rajab se ha
salvado por su fe, Hb 11, 31, y justificado por sus obras, Sant 2,25. Esta
extranjera, que con su fe y su caridad consigue la salvación de toda su casa,
se ha convertido entre los Padres en imagen de la Iglesia».
[16] Sobre la difícil afirmación de Cirilo acerca del
pecado de los ángeles, cf. PG 33, 394-395.
[17] Esas palabras no son propiamente de la Escritura.
Según PG 33, 396, pueden ponerse en relación con Isaías 64, 4: «He aquí que
estuviste enojado, pero es que fuimos pecadores», en el contexto de una
meditación-súplica a la vista de la historia de Israel.
[18] Interpretación de 2 Sam 12, 16.
[19] Cirilo hace aquí alusión a Lc 24, 50-51, la
Ascensión, en combinación con Hech 1,12: «... se volvieron a Jerusalén desde el
monte llamado de los Olivos».
[20] Más exactamente: «Dejadle que maldiga, pues se lo
ha mandado Yahvé» (2 Sam 16, 11).
[21] Cf. de hecho 2 Sam 16, 12: «Acaso Yahvé mire mi
aflicción (tal vez «mi falta») y me devuelva Yahvé bien por las maldiciones de
este día».
[22] La frase es traducción tanto del original griego
como de la versión latina. Parece hacer referencia a Prov 24, 32, pero aquí
Cirilo, como observa PG 33,390, utiliza un débil y complicado argumento para
hablar de la conversión de Salomón, interpretando como tal el contexto por Prov
24, 30-34.
[23] Es una traducción judía la que menciona esta
forma de martirio de Isaías, aunque los datos no son plenamente seguros.
[24] La «confesión» mencionada aquí es la confesión de
fe. Debe tenerse en cuenta que tras la «entrega», traditio del Símbolo de la fe
tiene que venir la «confesión» de fe en la «devolución» o redditio del Credo.
Cirilo se refiere a la fuerza que tiene la confesión de la fe en el camino que
conduce a la iniciación cristiana.
[25] Por otra parte, la enfermedad, la curación y el
subsiguiente cántico de acción de gracias de Ezequías aparece también en Is 38.
[26] Sobre Ezequías cf. también Eclo 48, 26. En el
caso de Jesús, cf. el oscurecimiento del sol en Mc 15, 33 par.
[27] El tema al que se apunta sigue siendo la
confesión de fe que se hará en la devolución del credo.
[28] Sextario: medida de capacidad equivalente a poco
más de medio litro en nuestro sistema de medidas.
[29] Cf. una descripción general en Dan 1,2.
[30] Es la afirmación de que el poder viene de Dios.
Cf. cat. 8, n. 5. Sobre el tema, en el Nuevo Testamento, cf.Jn 19, 11 y Rom 13,
1-8.
[31] Las ediciones de las catequesis de Cirilo de
Jerusalén, presentan con frecuencia un segundo ejemplar de esta
segunda catequesis, deducido de los códices existentes y en parte a base de
conjeturas sobre los mismos (por ejemplo, PG 33,407-424). No se ha creído aquí
necesario ofrecer ninguna de esas versiones, porque son variantes que
probablemente se deben a que están transcritas en ocasiones diferentes en que
se pudo pronunciar la misma catequesis sobre la conversión.
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