El carácter néptico y hesicasta del monaquismo ortodoxo athonita ( Archimandrita Georgios Kapsanis )
Higumeno
del santo monasterio de San Gregorio en el Monte Athos
(Se
puede encontrar la explicación de términos en el glosario, al final del
artículo)
Desde
hace más de un milenio, el monaquismo athonita constituye una expresión genuina
del monaquismo ortodoxo. Ya no existen los grandes centros monásticos de
Egipto, Palestina, Asia Menor, Constantinopla, Rusia y Los Balcanes. La
providencia de Dios preserva hasta hoy a Agion Oros (“El Monte Athos”), como
centro monástico ortodoxo espiritualmente próspero, bajo la jurisdicción del
Patriarcado Ecuménico.
Como
una institución de la Iglesia, Agion Oros se encuentra en unión espiritual y
dogmática ininterrumpida con la Iglesia. Esta unión asegura y protege su
carácter néptico* y hesicasta, y le permite ofrecer al pueblo de Dios los
frutos de la vida néptica y hesicasta. El monaquismo ortodoxo, en su totalidad,
como portador de la tradición apostólica y patrística de la Iglesia, es néptico
y hesicasta. Su objetivo no es la reforma externa del mundo, como es el caso de
las órdenes monásticas occidentales, sino que dirige su transformación por
medio del arrepentimiento, la limpieza de las pasiones y la theosis. Además,
nepsis y hesiquia constituyen el punto esencial de la vida según el Evangelio.
Según los santos padres, nepsis es la vigilancia del nous y la vigilancia a las
puertas del corazón, para que cualquier pensamiento que se mueva en él, pueda
ser controlado. La labor néptica es practicada en diversas formas, pero en
todas sus formas supone la renuncia al mundo, la obediencia y la hesiquia. La
hesiquia es el distanciamiento de las distracciones del mundo, mientras que la
sagrada hesiquia del corazón es el rechazo de los pensamientos que no son según
Dios.
Las
raíces de la vida néptica y de la hesiquia según Dios, se encuentran en el
Antiguo Testamento. El profeta Moisés recibió la experiencia y el conocimiento
de Dios en el monte Horeb, cuando, frente a la extraña visión de la zarza
ardiente, que no ardía, fue invitado a rechazar toda creencia mundana,
reflejada en el descalzarse de sus sandalias, y contemplar en reflexión y
enigma el misterio de la divina Encarnación. Según los santos padres, esta
experiencia de Moisés suponía un alejamiento del ruido y las distracciones del
mundo. El profeta Elías también recibió la experiencia de Dios, mientras estaba
en el desierto del monte Horeb y mientras oraba en la forma hesicasta de la
oración noética del corazón. La ligera brisa, que el profeta sentía después del
fuerte viento, el temblor y el fuego, eran, según los santos padres, un medio
por el que Dios se revelaba a sí mismo. Y el profeta David dice, en los salmos,
que el conocimiento de Dios supone el cese de la dispersión en las ocupaciones
mundanas: “Basta ya; sabed que Yo soy Dios” (Salmos
45:11). El resto de los profetas y los
justos del Antiguo Testamento también recibieron la experiencia de la Gracia de
Dios tras su labor néptica.
Sin
embargo, la forma de vida hesicasta se presenta, principalmente, en el Nuevo
Testamento, como la más deseable para llegar al conocimiento y la experiencia
de Dios. El justo Precursor vagó solo por el desierto del Jordán desde su
infancia, y en la extrema quietud, rezando sólo a Dios. Allí, en silencio,
recibió la información de Aquel que vendría a ser bautizado en el Jordán, y
sobre el que vería “al Espíritu descendiendo y posándose sobre él” (Juan 1:32-34).
El
Señor Jesús Cristo vivió en silencio durante treinta años, mientras que durante
los tres años de Su actividad pública frecuentemente se retiraba al desierto a
orar. Según San Nicodemo el Aghiorita, todo el Evangelio y las enseñanzas
apostólicas, apuntan hacia la purificación de las pasiones del hombre interior,
y a su preparación, para que la perfecta Gracia del santo bautismo pueda
iluminar de nuevo al hombre. Con su divina Transfiguración, el Señor mostró el
camino hacia el verdadero conocimiento de Dios y la forma de contemplar la Luz
increada de Su Persona. El camino comienza con el rechazo de lo inferior y
mundano de la práctica actual, continúa con la elevación, por medio de las
divinas virtudes, a la purificación de los sentidos espirituales, y concluye
deificando la iluminación. Al encontrarse a sí mismo en este estado divino, el
hombre es capaz de contemplar la inefable belleza de Dios.
La
Theotokos nos dio el ejemplo perfecto de vida hesicasta y labor néptica, según
San Gregorio Palamás. En el Santo de los Santos, en el templo de Salomón, llevó
a cabo la práctica de las virtudes y la incesante oración noética durante doce
años, y por medio de esto fue capaz de unir todo su ser con la gracia del
Espíritu Santo (escribe San Gregorio, y San Nicodemo Aghiorita nos lo da en
traducción): “Habiendo rechazado las relaciones terrenales desde el principio
de su vida, la Virgen abandonó a la gente…. se separó de todo vínculo material;
rechazó toda relación; se elevó por encima de toda clase de amor, incluyendo el
de su propio cuerpo, y así, unió su nous consigo misma, por medio de un giro y
con atención, y con la divina y eterna oración… y así, construyó un nuevo
estrato en el cielo, en otras palabras, la quietud noética (si se puede llamar
así), en la que habiendo unido su nous, se eleva por encima de todas las
criaturas, y ve la gloria de Dios más perfectamente que Moisés, y contempla la
gracia divina, que no es comprensible por medio de los sentidos”.
Los
santos apóstoles trabajaron exclusivamente en el mundo y en medio de las
distracciones, ruidos y peligro, pero en su interior eran hesicastas y obreros
de la nepsis y la oración. Su labor apostólica no era un programa de reforma
social, sino el renacimiento de las almas por medio de Cristo. Los padres
apostólicos, y luego posteriormente, toda la Iglesia, vivió en el mismo entorno
néptico. San Gregorio el Teólogo habla sobre las virtudes prácticas como la
limpieza, el preparar el alma para recibir a Cristo en el corazón, y la quietud
como deificación, el alzar el nous hacia Dios. El divino padre desea la
quietud, y se angustia cuando lo privan de ella, y le obligan a asumir el
pastoreo de la iglesia. “¿Por qué razón sois tan lentos en lo que a mi
conversación se refiere, amigos y hermanos, aunque sois rápidos para molestar,
e incluso me alejáis de la quietud de mi refugio, que preferí por encima de
todo, tanto como asociado, como madre del divino júbilo, y la deificación, que
preferí y abracé, y promoví durante toda mi vida?
San
Basilio el Grande, gracias a la labor
néptica que practicaba en el desierto, y a la hesiquia, también fue capaz de
contemplar la divina e inefable Luz. Sobre esto, su hermano, San Gregorio de
Nisa, escribe: “Moisés abandonó Egipto tras la muerte del egipcio, y en el
siguiente periodo pasó tiempo en soledad. Se alejó del bullicio de la ciudad y
sus ofrecimientos materiales, y finalmente terminó contemplando a Dios con
amor. Estaba iluminado por la luz divina de la zarza. Tenemos algo con relación
a esta aparición, y sobre este asunto debemos decir que aunque era de noche, la
luz resplandecía en él mientras rezaba en el hogar, y la luz era inmaterial, e
iluminaba la casa por medio del poder divino, sin ser dependiente de ninguna
sustancia”.
Durante
el mismo periodo, el desierto se distinguía principalmente como un lugar de
vida néptica y hesicasta. San Pacomio, en Egipto, los santos Eutimio, Teodosio
el Cenobita y Sava el Santificado, en Palestina, establecieron el monaquismo
cenobítico. Ambas formas de monaquismo tenían un carácter hesicasta. En el
siglo XIV, el athonita San Nicéforo se refiere al espíritu hesicasta y néptico,
tanto de los solitarios como de los santos padres cenobíticos. Ofrece ejemplos
representativos.
Sobre San
Antonio: “que, sentado en la montaña
mantuvo su corazón tranquilo, con el Señor señalándole desde la distancia. Ves
que por medio de la quietud del corazón, Antonio se convirtió en un testigo de
Dios y previó el futuro; pues por medio de la quietud del corazón, Dios se
revela así mismo al nous”.
Sobre San
Teodosio el Cenobita: “Se dice, entonces,
sobre estas energías noéticas del alma, que fueron exactamente las que
provocaron que muchos lo consideraran formidable. Incluso cuando era acusado, era
deseable y dulce para todos. Sin embargo, ¿fue de esta forma útil cuando
hablaba a las multitudes? Muy capaz de desarrollar los sentidos y de refinar el
nous a los que vivían en medio de los ruidos y a los que estaban en el
desierto, como si estuvieran en una serenidad sin fin. Y sin embargo, ¿es lo
mismo, ya sea en medio de las multitudes, o solo? Y aquí está el gran Teodosio,
que por medio del desarrollo y la interiorización de los sentidos fue herido
por el amor del Creador”.
Y
sobre San Sava el Santificado: “De hecho, el divino Sava, el que fue
perseguido, habiendo aprendido precisamente el canon educativo de los monjes
fue capaz de guardar el nous por si mismo y luchar contra los pensamientos
hostiles, incluso teniendo un conocimiento consumado de la esencia de las cosas
mundanas, entonces se le proporcionó una celda en la Laura…. ¿Veis cómo el
divino Sava pidió a sus estudiantes que preservaran el nous, y habiéndoles
proporcionado una celda, se unió a ellos?
Nepsis
y quietud, según Cristo, también caracterizan la vida de los monasterios de
Asia Menor y Constantinopla. Esto es evidente
por la vida y escritos de San Simeón el Nuevo Teólogo y San Nicetas Stezatos. El “Evergetinos”, el escrito ascético básico, con el
que muchas generaciones de monjes crecieron espiritualmente, fue compuesto en
el monasterio de la Theotokos Evergetissa en Constantinopla, por el monje
Pablo, y representa el espíritu del monaquismo en aquel periodo. San Teodoro el
Estudita, representante del monaquismo cenobítico de este periodo, y famoso por
sus luchas confesionales por la fe, no carecía de convicción néptica. Esto es
lo que testifica en sus composiciones, que se usan aún en los oficios de la
Iglesia, y de su consejo espiritual a sus hijos espirituales. “Para los
ermitaños, la vida es dichosa, volando en el Eros divino”, escribe
característicamente (Paráclesis, Anavathmi, tono 1). A su estudiante
Parthenios, que sufrió una dura tortura por la Fe Ortodoxa, a pesar de eso no
descuidó en recordarle: “hijo, guárdate a ti mismo, porque dentro es donde el
tirano maligno siempre tienta con las pasiones. Practica, y hazlo con
conciencia, el no ser dominado por el pecado; purifícate diligentemente cada
día, presumiendo siempre que es el último día de tu vida, para que así, con
temor y temblor, complazcas a Dios, por un lado, trabajando con tus manos, y
por otro, cantando y rezando, sin importar qué suceda durante el día”.
* * *
A
partir del siglo VI en adelante, la tradición hesicasta se estableció en el
Athos, con San Eutimio el Nuevo, San Pedro el Athonita, y más tarde, con San
Atanasio, el constructor del santo monasterio de la Gran Laura, como sus
principales exponentes. San Gregorio Palamás, en su elogio de San Pedro el
Athonita, describe con fuerte colores el anhelo del santo por vivir como un
monje en el incomparable desierto de Agion Oros, su noética guerra contra los
demonios y las visitas de la gracia. A partir de entonces, otros ermitaños
siguen el ejemplo del santo.
En
siglos posteriores, grandes hesicastas y hombres népticos fueron iluminados en
Agion Oros, como los santos Máximo, Nifón y Acacio, los Kafsokalybitas. Teófilo
y Nilo, los emanadores de miro, San Gregorio de Sinaí con sus estudiantes, San
Gregorio el Hesicasta (constructor del monasterio athonita homónimo) y todo el
coro de padres hesicastas del siglo XIV, conducidos por San Gregorio Palamás.
Particularmente el último desarrolló y reafirmó teológicamente la experiencia
néptica que la Iglesia tenía desde siglos, se enfrentó a las dudas del
occidental Barlaam sobre esto, refutó las injustas acusaciones contra el método
hesicasta y la oración noética, y formuló definitivamente la teología del
hesicasmo.
Racionalista
y no habiendo probado la experiencia de la Luz divina, el monje calabrés
Barlaam acusó a los monjes athonitas de que la Luz, que ellos insistían en ver
por medio de la interiorización hesicasta del nous en el corazón y la oración
noética del corazón, era luz creada, luz del intelecto, y no luz divina.
Consideraba que los monjes que practicaban esta labor noética estaban
engañados.
San Gregorio
Palamás tuvo experiencia personal de la
Gracia de Dios. Por esta experiencia, supo que la luz que estos virtuosos
monjes veían era divina, energía increada de Dios, la Gracia del Espíritu
Santo, vivida como Luz sobrenatural, que llena el nous de los monjes una vez se
ha limpiado de pasiones. Refiriéndose a las obras de antiguos y distinguidos
maestros de la Iglesia, y con su propia sabiduría celestial, demostró
teológicamente que la Luz que es vista por los monjes hesicastas es la Luz
increada de la Santa Trinidad. Con relación a esto, escribe: “Por esta razón,
el amante de la perfecta comunión con Dios evita la vida asistida
tecnológicamente, y elige el estado monástico no estructurado, y se ofrece a sí
mismo al santuario de la quietud, sin las obligaciones o preocupaciones de la
vida, aliviado de todas las otras relaciones (mundanas). Así, habiendo liberado
su alma de todo vínculo material, en la medida en que esto es posible, dispone
su nous a la oración incesante a Dios, y habiendo, mediante ella, concentrado
el nous enteramente en sí mismo, encuentra un nuevo y secreto ascenso al cielo,
la intangible oscuridad de la quietud apócrifa, como se podría decir. Y
habiendo concentrado precisamente su nous en sí mismo con secreto júbilo, en un
estado de tranquilidad absolutamente simple, pero perfectamente dulce, y en un
silencio y mutismo genuino, vuela por encima de toda la creación. Y así,
habiendo sido alejado de sí mismo y siendo enteramente de Dios, ve la gloria de
Dios y contempla la luz divina”.
La
confirmación de su teología por tres grandes sínodos de Constantinopla (1341,
1347, 1351), lo distinguieron como el supremo defensor y maestro de la
experiencia néptica y hesicasta de la Iglesia.
Pero
los cenobíticos santos padres athonitas también dieron un carácter
néptico-hesicasta al monaquismo cenobítico athonita, porque ellos mismos eran
hombre hesicastas y népticos. San Nicodemo el Aghiorita escribió a San Atanasio
el Athonita: “Como otro Moisés, habiendo ascendido al santo Athos, como si
fuera otro Monte Sinaí, y habiendo entrado en la impenetrable oscuridad de la
“theoria”, recibió, como las tablas divinamente inscritas, el modelo, los
mandatos y las enseñanzas tanto de la vida cenobítica de los monjes como del
rito angélico de la Iglesia, y los dio a todos los padres de Agion Oros”. Es
evidente, a partir de la vida de Atanasio el Athonita, y de su consejo a sus
estudiantes, que los mandamientos prácticos de la vida cenobítica cotidiana se
dirigen a purificar al monje de las pasiones y del egoísmo.
Por
la gracia de Dios, se guarda este consejo hasta hoy en los monasterios
athonitas. El abandono de las preocupaciones mundanas, la obediencia, la
pobreza, el altruismo, la buena disposición para la salmodia y la diaconía de
la Iglesia, la perseverancia frente a las dificultades del cenobio, son las
virtudes fundamentales que liberan al monje cenobítico del egoísmo y el
egocentrismo, y le introducen en las primeras etapas de la hesiquía según
Cristo. El poblado entorno cenobítico no impedía a los monjes cenobíticos, que
ya brillaban en la constelación de los santos padres athonitas, practicar la
labor néptica (Nifón y Leoncio los Dionisitas, Ierotheos, Ibirites, Paisios
Velikhovsky).
Los
llamados padres Kolivades, muy correctamente, y en la forma ortodoxa, llamados
padres de la Filocalía del siglo XVIII, renovaron la tradición hesicasta en los
monasterios, sketes y kelías durante el siglo XVIII. San Nicodemo Aghiorita es
el representante más expresivo del espíritu hesicasta del movimiento del
renacimiento de la Filocalía. Los libros de los que fue co-autor en la quietud
del desierto de Agion Oros subsisten como el perfume de la vida hesicasta, y
constituyen un deleite espiritual para los monjes contemporáneos. La perdurable
tradición hesicasta, que encontró continuidad en la vida de los monjes de Agion
Oros, se hace evidente en la clásica obra “La Filocalía de los Santos
Népticos”, que San Nicodemo editó y de la que escribió el prólogo a petición de
San Macario, obispo de Corinto.
* * *
A
través de su historia milenaria hasta el día de hoy, el monaquismo athonita,
como expresión fiel del monaquismo ortodoxo, ha mantenido su carácter néptico y
hesicasta.
El
siglo XX se ha distinguido por un gran número de monjes hesicastas, que desarrollaron
una gran labor néptica y desplegaron admirables dones. Hombres de gran
conocimiento, como los gerontas Daniel Katounakiotis y Gerasimos Menagias,
higumenos de monasterios, como Ieronymos Simonopetritis, Athanasios
Gregoriatis, Filaretos Konstamonitis y Kodratos Karakallinos, simples monjes,
como Kallinikos el hesicasta, monjes cenobíticos, como San Silouan el Athonita
y su aprendiz Sofronios Sakharov, los monjes Isaac y Arsenios, del monasterio
de Dionysiou, también se distinguieron como admirables trabajadores de la
oración néptica en el desierto o en la bulliciosa vida de los grandes
monasterios cenobíticos. Todos ellos continuaron la tradición hesicasta de los
Kolivades de los siglos XVIII y XIX y de los hesicastas de finales del siglo
XIX.
Nuestra
era no carece tampoco de representantes seleccionados en la sucesión de los
hombres népticos de Agion Oros. Los gerontas Paisios el Aghiorita, Porfirio
Kavsokalyvita, Efrén Katounakiotis y Haralampos Dionysiatis, son ampliamente
conocidos. Su admirable contribución al mundo no obstaculizó su labor néptica.
Por el contrario, se presupone. Los libros que se han escrito recientemente
sobre ellos, y la experiencia viva de los que los conocieron, son capaces de
revelar, de la forma más indiscutible, que estos benditos gerontas fueron
excepcionales obreros de la oración néptica y que consiguieron los dones
sobrenaturales del Espíritu Santo que les siguieron.
En
nuestros días, hesicastas sin renombre viven en los cenobios, las sketes y las
kelías de Agion Oros. La literatura contemporánea de Agion Oros revela, tras
haber abandonado el mundo, su vida y luchas népticas. Mencionaré especialmente
a los gerontas Gerasimos Mikrayannanites y Modestos Danielides, y el monje
Auxentios Gregoriates. Entre los que “han partido y aún sobreviven”, como diría
San Máximo el Confesor, están los que infatigablemente mantienen la sagrada
labor de la nepsis y la hesiquia según Cristo, en Agion Oros. Incluso hoy en
día, reciben los dones celestiales en “ayuno, vigilia y oración”. No sería
justo para nuestra experiencia personal darlos a conocer antes de su
fallecimiento. La prudencia athonita no permite apresurarse en este asunto. A
pesar de eso, incluso hoy, estos obreros népticos son un imán de las almas
amigas de Dios, en otras palabras, de los monjes que desean la nepsis y la
oración.
Pero
más allá de estos padres, cuya vida es testificada como néptica y hesicasta, es
todo el clima athonita el que sigue la tradición néptica de Agion Oros. La
generación actual de monjes se alimentó por una serie de lecturas népticas,
como la Filocalía, el Evergetinos, Abba Isaac el Sirio y las vidas de los
antiguos padres népticos. Hoy, los monjes conocen las vidas y enseñanzas de las
sagradas figuras népticas y se esfuerzan por seguirlas. Los escritos de San
Silouan el athonita son un ejemplo típico.
Con
la bendición de la Theotokos, los monasterios athonitas han restaurado el orden
cenobítico, que es un fundamento y un punto de partida hacia su elevación y
obra noética. En los monasterios, se practica la obediencia y las reglas
athonitas con la ayuda de la eliminación de la propia voluntad y se guardan en
libertad y amor propio. La lucha se libra por la práctica del amor fraterno,
que es la base para la eliminación del egocentrismo. En la medida de lo
posible, se practica la hospitalidad, que es una expresión del amor de los
monjes por nuestros hermanos que viven en el mundo. La adoración a Dios, los
grandes oficios de la Iglesia, el estudio y la oración en la celda, son deberes
de los monjes, que ayudan a los novicios cenobíticos a ser injertados en el
temperamento monástico y a ayudar al monje avanzado a mantener la Gracia de
Dios en su corazón y a guardarla de los ladrones noéticos, los demonios.
En
las santas sketes y kelías, los monjes practican las virtudes de la obediencia,
la pobreza, la paciencia, la confianza en la Providencia de Dios y la oración,
reparando ciertas deficiencias de sus hermanos cenobíticos.
Durante
las festividades athonitas, la gente de todo Agion Oros las celebran juntos,
glorifican a Dios, a la Virgen y a los santos como un solo cuerpo espiritual.
Los monjes visitan los monasterios, intercambian sus respectivas experiencias
monásticas, renuevan sus lazos fraternos y mantienen Agion Oros como un
organismo vivo, una legión angélica, un coro, un desfile glorioso, una familia
pan-athonita, hijos de una Madre común, la Toda Santa Theotokos, flores
fragantes de su jardín.
* * *
Aun
así, algunas personas se escandalizan por la imagen que Agion Oros representa
hoy. La acusan de haber perdido su carácter ascético y néptico, de estar
volviéndose mundana, de que sus carismáticos gerontas son del pasado, de que la
vida espiritual se ha vuelvo frívola, y que ya no satisface plenamente al
hombre contemporáneo, que obra cada vez más como una institución mundana y que
está perdiendo su disposición hesicasta y de “otro mundo”.
Estas
críticas cometen una injusticia contra Agion Oros. Son incapaces de percibir
que su imagen externa no debe apreciarse en las premisas de los tiempos
antiguos. Sin haber probado la experiencia athonita, no comprenden que el
temperamento athonita no se altera por las inocentes necesidades humanas o por
la torpeza y caídas de los monjes, sino por la alteración de los principios
morales apostólicos y teológicos. Y sobre este punto, Agion Oros no difiere hoy
en día de las convicciones y la moral de las generaciones precedentes. Conserva
sus convicciones ortodoxas y su carácter néptico-hesicasta.
El
mundo y sus convicciones, sin duda ejercen muchísima presión sobre los monjes
de hoy. La naturaleza humana es aparentemente más enfermiza que en otros
tiempos. La comunicación de los monjes con el mundo utiliza medios modernos.
Los problemas del mundo se extienden, y violan las puertas de Agion Oros. Si no
se tiene cuidado de confrontar muchos de estos temas con la vara de medir del
amor y la caridad, y tener en cuenta que, a pesar de todos estos problemas, el
espíritu néptico no deja de ser cultivado, entonces es posible acusar a los
monjes de Agion Oros.
Creo
que conozco suficientemente el estado espiritual de los monjes athonitas de
hoy. Puedo dar mi palabra de que las cuestiones, que a algunos les crean la
impresión de que Agion Oros se está volviendo mundano, constituyen nuevas
causas para la lucha espiritual para los monjes de hoy y un basto terreno para
la ascesis y la santificación. Ciertamente, no son indicaciones de la abolición
del carácter néptico y hesicasta de este sagrado lugar.
Incluso
hoy, los monjes luchan por practicar la nepsis y la hesiquia según Cristo.
Abandonan un mundo que les ofrece dinero y placeres, y se limitan al estrecho
espacio del monasterio, que es inviolable para la gente. El modelo athonita
supone oficios muy largos y agotadores en el Alimento de la Iglesia, que sigue
las reglas cenobíticas. Las Diakonimata (tareas o trabajos asignados) aseguran
suficientes horas de ocupación, y los esfuerzos del monje se ofrecen a los
hermanos del monasterio y a los peregrinos. La obediencia al higumeno o geronta
del grupo lo protege de la práctica autónoma, y de sus malas consecuencias.
Incluso la utilización de modernos medios de transporte o nuevas tecnologías,
que constantemente es comentado de forma negativa por la gente del mundo, no
altera en sí mismo la atmósfera néptica del monasterio, siempre que sea bendecida
por los gerontas, y que no satisfaga el egoísmo enfermo de la antigua persona
(su amor propio). La apariencia externa del monje continúa siendo simple y sin
adornos, gentil pero humilde; con esta forma y palabra, el monje transmite el
espíritu de arrepentimiento a los cristianos que visitan los monasterios. Es
una especie de misión interna, que se realizan sin perseguirlo.
La
salida ocasional de los monjes al mundo exterior, especialmente de los padres
espirituales, con el propósito de confesar a cristianos o misioneros a nivel de
misiones externas, es un hecho conocido de la tradición athonita. El monje que
sale al mundo para una misión de la Iglesia, o cuando es invitado por la
Iglesia y tiene la bendición de sus gerontas, no va más allá de los límites de
su vocación monástica, ni elimina su característica hesicasta. Realiza
humildemente su diaconía, y entonces vuelve al ritmo de su práctica monástica.
Hoy
en día, los monjes están posiblemente a la altura de imitar las batallas
ascéticas de los primeros padres. Sin embargo, desean conscientemente al Señor
y siguen el camino hesicasta que conduce a Él. En 1953, el bendito geronta
Gabriel Dionysiates escribió sobre los monjes de su tiempo, y que se mantiene
aún hasta hoy: “A pesar del estatus de las cosas que pertenecen al monaquismo
de hoy, y aparentemente al de Agion Oros, sobre el que estamos hablando, estos
constituyen la clase de “elegidos”, el orden de los que han sido marcados con
el “amor del cordero”, “eminentes en el espíritu”, de los que se hace la
pregunta de la Escritura: “¿Quiénes son estos que vienen volando como una
nube?” (Isaías 60:8). Si no son igual a los ángeles, como es requerido por su
orden y misión, los monjes de hoy en día son los que llevan la carga del Señor,
los portadores de la Cruz del martirio, que por la fatiga y el dolor consumen
los alimentos del ascetismo, que son probados en la obediencia y la
perseverancia, para la vida”.
Por
su forma de vivir, incluso hoy, los monjes cultivan la verdadera comunidad
zeantrópica y hacen reales las palabras de San Basilio el Grande: “Porque
propongo una perfecta comunidad de vida, donde la atribución de la propiedad se
hace de forma automática, donde la comunidad es liberada de la oposición y de
toda perturbación, riña y disputa que termine con pisotones de pie; todo es
puesto en común, las almas, las opiniones, los cuerpos y todo aquello por lo
cual los cuerpos son alimentados y sanados; Dios es común a todos, la
reverencia es común, la salvación es común, las competencias son comunes, los sufrimientos
son comunes, y también lo son las recompensas, que son recibidas por muchos; y
nadie es dejado solo, pues siempre está con los demás. ¿Qué otra cosa podría
igualar a tal estado? ¿Hay algo más bendito?”. ¡La comunidad del amor, el
fundamento de la vida athonita!.
* * *
El
carácter hesicasta de Agion Oros está hoy asegurado, además de por el espíritu
néptico que fue legado por los santos fundadores de los monasterios y los
santos padres, por dos aspectos más.
El
primero, es el privilegio eclesiástico de no estar sujetos a la jurisdicción
directa de un obispo local, sino pertenecer a la jurisdicción espiritual del
Patriarcado Ecuménico.
El
segundo, es el privilegio del estado de autonomía, consagrado en la
constitución griega. El Avaton, un aspecto significativo del estatus autónomo
de Agion Oros, permite a los monjes practicar, libres de problemas, lo que la
mezcla de los hombres y mujeres provoca. El Avaton de Agion Oros contribuye al
máximo en mantener el lugar de forma hesicasta y las vidas de los monjes como
népticas. La abolición del Avaton, como ha sido pedido por algunas feministas,
en nombre de la llamada igualdad de los ciudadanos europeos, es incompatible
con la cualidad hesicasta de Agion Oros. Existe un interés del mundo para los
monjes népticos y hesicastas. Es realista que alguien acepte que sólo cuando el
monje consiga la templanza y la impasibilidad será capaz también de amar a las
mujeres desapasionadamente. En todas las eras, los hombres y las mujeres tienen
necesidad de esta templanza (sin pasión carnal), y de volver todo el amor hacia
todos. Si las feministas desean defender así este derecho a las mujeres, ellos
están obligados a defender el Avaton de Agion Oros, y no pedir su abolición.
Nepsis
y hesiquia son la esencia de la vida monástica de Agion Oros. Por medio de
ellas, el monje persigue su elevación hacia Dios y su unión con Él en Cristo.
Hoy en día continúa en Agion Oros una tradición de más de un milenio.
Recemos
para que el Señor nos permita superar nuestros defectos personales y torpezas,
y seguir la llamada a la que fuimos convocados, con las huellas de los maestros
del camino monástico, nuestros santos padres, que fueron iluminados por su
ascesis “a adorarlo en la forma de un ángel, a servirlo enteramente, a tener fe
(gr. Pistis) en el Altísimo y a perseguir lo más alto, porque según el apóstol,
nuestra autoridad existe en el cielo”.
Glosario
Agios
(también escrito como “hagios”, fem. “hagia”): Santo. Tanto del similar
sáncrito “yájati” (del proto-indoeuropeo yaj = sacrificar) o yâjyah = digno de
reverencia.
Apatía:
Templanza. Sin pasión. El desarraigo de las pasiones. Alternativamente, un
estado en el que las pasiones se ejercen según su pureza original y sin cometer
pecado.
Askesis
(ascesis): El esfuerzo o entrenamiento espiritual emprendido por los cristianos
para guardar los mandamientos, purificar el corazón de las pasiones y practicar
las virtudes, junto con la oración y las actividades relacionadas, así como
lograr la armonía entre el cuerpo, el alma y Dios.
Avaton:
La prohibición de las mujeres en Agion Oros. Un aspecto bajo mandato de su
estatus autónomo, que está consagrado en la constitución de Grecia.
Diakonia,
diakonima, diakonimata (pl.): Servicio o ministerio; en otras palabras, las
tareas de trabajo asignadas a un monje (Anal. Sanscr. “seva”).
Eros:
Evergetinos:
Una colección de texto, principalmente estrofas y anécdotas de la vida
monástica, que ilustran las luchas y recompensas de la vida monástica.
Fe: ver Pistis
Geronta,
gerontas (pl.): También llamado anciano espiritual, o staretz, un apelativo
honorífico de un monje desarrollado espiritualmente o un monje superior en un
monasterio, como el higumeno.
Gnosis:
Hagios
(fem. hagia): ver Agios.
Hesiquia,
hesicasta: Silencio, quietud. Tranquilidad de pensamientos, pero no vacío, por
lo que el nous puede descender al corazón por medio de la oración de Jesús. Es
la atención interna de la oración que trae el recuerdo de Dios y la gracia del
Espíritu Santo.
Kelía:
la celda de un monje en un monasterio. También, en Agion Oros, una vivienda,
algo así como una casa de campo con una pequeña capilla, donde los monjes rezan
y trabajan para su salvación.
Kenovion,
cenobio: Un monasterio donde todos los monjes siguen la misma regla.
Lavra: Un
monasterio.
Logos:
La palabra griega tanto para “palabra” y “razón” es matizada de forma variable
con diferentes sentidos en el contexto. En muchos casos, tiendo a incluir la de
“causa final” (pl. “causas finales”), en el sentido aristotélico, además del
sentido de “razón” (como en el razonamiento y la lógica), por mi propio
entendimiento de esto (pero por supuesto, no soy ni teólogo ni filólogo).
Metanoia:
A menudo se traduce como arrepentimiento. El cambio radical del corazón y de la
mente, acompañado por la mansedumbre y la humildad.
Nepsis,
néptico / a: Nepsis es la vigilancia del nous y la salvaguarda de las puertas
del corazón, para que cualquier pensamiento que se mueva en él pueda ser
controlado. Néptico es un adjetivo que pertenece al método utilizado para la
nepsis.
Nous,
noético: A menudo se traduce como “mente”, o “mente en el corazón”. La mayor
facultad del hombre, mediante la cual, y por medio de la purificación, puede
contemplar a Dios y las esencias internas de los seres creados, por medio de
una comprensión directa o una percepción espiritual. El entendimiento noético
no es intelectual, sino que procede de una experiencia espiritual inmediata.
Pistis:
Fe. La idea moderna de fe, basada sobre la diferenciación de Aquino del
conocimiento con respecto a la creencia ciega, no es lo que significa en la
tradición ortodoxa. Aunque pueda ser un componente de lo que los padres de la
Iglesia, tales como San Máximo el Confesor, denominaron como “fe
introductoria”, sólo puede ser considerado una etapa inicial en nuestro ascenso
hacia el conocimiento, y el Logos, que es la verdadera fe basada en la
experiencia, un don de Dios. En una etapa superior, la fe (gr. Pistis), conduce
al conocimiento (gr. Gnosis) noético, que está basado en la experiencia, y se
completa por la inspiración y, por tanto, no puede ser destruido por argumentos
razonados. Cambia el corazón, conduce a los cambios sustanciales en el ser,
puede mover montañas y conduce a la salvación.
Santo: ver
también “agios”.
Skete:
Típicamente similar en apariencia a un pequeño pueblo, donde se construyen
kelías alrededor de una iglesia central. Cada kelia realiza sus oraciones
diarias independientemente, excepto los domingos y días de fiesta, donde se
reúnen juntos en la principal iglesia para la adoración.
Teantrópico:
Perteneciente al Teántropos, el Dios-hombre.
Theoria:
(gr. Theos = Dios, “oro”= ver). La percepción o visión del nous, por medio del
cual se alcanza el conocimiento espiritual. Dependiendo del nivel de
crecimiento espiritual, la theoria tiene dos niveles principales: puede ser
cualquiera de las esencias internas o principios de los seres creados, o en una
etapa superior, de Dios mismo. Algunas veces se traduce como “contemplación”:
La “contemplación es una cuestión, no de declaraciones verbales, sino de la
experiencia vivida. En la oración pura del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, se ve su unidad consubstancial (del Archimandrita Sophrony: His life is
Mine, traducido por Rosemary Edmons, St. Vladimir’s Seminary Press, Oxford,
1977).
Theoritikos:
un individuo que ha logrado la theoria.
Theosis:
La deificación del hombre. Según la tradición ortodoxa, el propósito en la vida
del hombre es alcanzar la unión con Dios y ser un dios por la gracia. Auto
realización. La adquisición del Espíritu Santo.
“El
carácter néptico y hesicasta ortodoxo athonita”, del archimandrita Georgios
Kapsanis, higumeno del santo monasterio de Grigoriou, en el Monte Athos.
Archimandrita Georgios Kapsanis
Catecismo Ortodoxo
http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/
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