Contenido:
Presentación.
San Basilio el Grande. Protríptico del Santo Bautismo.
El tiempo para el bautismo. El ritual del bautismo. Símbolos del bautismo. Aquellos que demoran en recibir el bautismo. ¿Qué nos otorga el bautismo? Riesgo de diferir el sacramento. Los ejemplos de la escritura. La experiencia de la vida. El ejemplo de las Vírgenes. Conclusión.
San Gregorio de Nacianzo. Sermón sobre el santo bautismo.
1. El bautismo es una iluminación. 2. El bautismo es una purificación. 3. No existe motivo válido para diferir el bautismo. 4. El bautismo debe transformar enteramente nuestra vida y nuestro ser. 5. Ante todo, conserva el depósito de la fe.
San Gregorio de Nisa. Para la Fiesta de las Luces (Epifanía) cuando Nuestro Señor fue bautizado.34
¿Qué significa el bautismo? El Agua y el Espíritu. Por qué tres inmersiones. Símbolos del bautismo. Agar y Sara. Isaac y Jacob. Moisés. Elias y Elíseo. El Jordán. Vivir el bautismo. Plegaria.
San Juan Crisóstomo. Primera instrucción a los catecúmenos.
Explicación del sentido del bautismo. Nombres del bautismo. Purificación. Vaso de alfarero. La nueva vida del bautizado. Los peligros de la lengua. El uso de los juramentos.
San Juan Crisóstomo. Segunda catequesis.
Los títulos del bautizado. Los beneficios del bautismo. La conversión del corazón. Grandeza del llamado. Vivir como cristianos. El adorno de la virtud. Renuncia a Satanás. Renuncia a las obras del demonio.
San Juan Crisóstomo. Sermón a los neófitos.106
2. Advertencia a los neófitos. El combate con los demonios. 3. La sangre de Cristo prefigurada por el cordero pascual. 4. Exhortación a la fidelidad: La vida cristiana es comparable a la marcha del pueblo de Dios.
San Juan Crisóstomo. Conversación con Nicodemo (Evangelio según San Juan).
La conversación con Nicodemo. El agua y el Espíritu. Las dos creaciones. ¿Por qué el agua? Rogar a Jesucristo. Renacimiento espiritual. ¿Qué significa esto? Nacer del Espíritu. Símbolos del bautismo.
Presentación.
El bautismo, común a numerosas religiones, simbolizaba particularmente para lo esenios, el esfuerzo por una vida pura, la aspiración a la gracia purificadora. Con la venida de Jesucristo, el sacramento del bautismo, en el nombre de la Santísima Trinidad, se convierte en una realidad sobrenatural, necesaria para incorporarse el misterio de Cristo. Restaura en el hombre la imagen de Dios, a cuya semejanza había sido creado. Es un retorno al paraíso, forma el cuerpo místico de Cristo, o sea miembro de la Iglesia. La Iglesia nace del costado de Cristo en la cruz: “Somos su carne y sus huesos.” Juan Crisóstomo enseña que el agua y la sangre que, sobre la cruz, brotaban desde el corazón de Cristo, simbolizan el bautismo y la eucaristía, que son alimentos necesarios para los fieles.
El bautismo constituye una decisión capital para el hombre y la mujer en los primeros siglos de la Iglesia naciente; es ruptura con el pecado, con el mundo, con la familia que seguía permaneciendo pagana. “Arrepentios, que cada uno de vosotros se haga bautizar en nombre de Jesucristo para la remisión de sus pecados y que reciba, entonces, el don del Espíritu Santo.” Así Pedro exhortaba y los hombres le preguntaban: “¿Qué debemos hacer?”
Los obispos han dado gran importancia a la catequesis del catecumenado, que preparaba para recibir los misterios de la Iniciación Cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía). Para ello, los pastores, inspirándose en la Sagrada Escritura, fuente inagotable de la palabra revelada, mediante sermones y catequesis, explicaban el contenido salvífico del sacramento bautismal. Junto al gran misterio de fe, explicaban, además, los advenimientos, narrados en los textos sagrados del Antiguo Testamento, como símbolos prefigurados de la realidad misteriosa del agua y la fuerza del Espíritu de Dios que se cumple al ser bautizados, “iluminados.” Los símbolos bautismales fueron ampliamente comentados, haciendo ver que el bautismo es purificación de los pecados, remisión de las deudas, fuente de renovación y un nuevo nacimiento.
Los Padres griegos, san Basilio el Grande, san Gregorio de Nisea, san Gregorio de Nacianzo y san Juan Crisóstomo, han dado gran valor a la catequesis de la iluminación (del bautismo), que prepara a los fieles para recibir dignamente la gracia de Dios, ser templos del Espíritu Santo e iluminados por la fuerza divina.
Basilio el Grande (320-379) proviene de una familia profundamente cristiana (su abuela santa Macrina, su hermana santa Macrina, sus hermanos san Gregorio de Nisea y Pedro); se formó en letras paganas en las escuelas de Cesárea, Constantinopla y Atenas. Enseñó durante algún tiempo retórica, luego renunció al mundo, se hizo bautizar, visitó a los monjes que vivían en el desierto. Ordenado sacerdote, más tarde obispo y metropolitano de Cesárea, Basilio se revela como una de las figuras más destacadas de pastor, organizador, legislador, teólogo, predicador, preocupado por los pobres, por las almas y por la unidad de la Iglesia. Su hermano menor, Gregorio de Nisea (335-394), bajo influencia de su gran amigo Gregorio de Nacianzo (330-390), se retira a la soledad para llevar una vida ascética; fue ordenado sacerdote, más tarde obispo de Nisea (Niza). Dotado de una rica cultura de filosofía platónica, supo llevar un riguroso pensamiento especulativo. Exégeta, teólogo, orador, moralista, místico, etcétera. Fue uno de los oradores más famosos de su época.
San Gregorio de Nacianzo se formó en las letras griegas en Alejandría y Atenas. Convirtiéndose al cristianismo, fue bautizado, ordenado sacerdote y luego obispo de Sasimes (Asia Menor). Tuvo una gran importancia en las discusiones trinitarias contra los amaños, participó en el concilio ecuménico de Constantinopla (año 381); místico, poeta y orador, fue llamado “Demóstenes cristiano.”
Contemporáneo a los Padres Capadocios, fue san Juan Crisóstomo (407). Nació en Antioquía; bautizado, se retira a la soledad para vivir como eremita. Vuelto a Antioquía, es ordenado sacerdote por el obispo, que le confía la misión de predicador en la catedral; allí revela sus dotes de oratoria, llamado “Boca de Oro.” Muerto el patriarca de Constantinopla, es nombrado Juan como patriarca de la misma sede. Su intransigencia moral lo hizo enemigo de la corte imperial; fue desterrado, murió en el exilio.
Estos Padres, cercanos a su pueblo, buscaron adaptarse a su auditorio para hacerse entender. La preocupación principal era explicar el nombre, el rito, los símbolos y el contenido teológico del sacramento del bautismo. En el presente volumen ofrecemos siete catequesis de los Padres griegos que nos introducen al gran misterio de la realidad sacramental bautismal (“iluminación”) que de la muerte nos conduce a la Vida.
P. L. Glinka, ofm.
San Basilio el Grande.
Protríptico del Santo Bautismo.
1. El sabio Salomón, diferenciando las épocas de la vida, determinaba la utilidad de cada acontecimiento y decía: “Hay un tiempo para todo y un momento para cada cosa: un momento para nacer y un momento para morir.”1 Yo modificaré un poco la sentencia del sabio y diré, proclamando el anuncio de la salvación: hay un tiempo para morir y un tiempo para comenzar a nacer. ¿Cuál es la razón de este cambio? Salomón disertaba a propósito del nacimiento y de la muerte según la naturaleza corporal, colocó el nacimiento antes que la muerte pues resulta imposible, a quien no ha comenzado por nacer, llegar a aprehender la experiencia de la muerte. Pero yo os hablaré del nuevo nacimiento, el que se produce en el Espíritu, y en virtud de ello coloco la muerte antes que la vida.
El tiempo para el bautismo.
En efecto, muriendo para la carne, nacemos al Espíritu, tal como dijo el Señor: “Soy yo quien hará morir y quien hará vivir.”2 Muramos entonces, a fin de vivir. Matemos nuestra mentalidad carnal, la que no puede someterse a la ley de Dios, para que nazca poderosa nuestra mentalidad espiritual. La vida y la paz surgirán así naturalmente. Entremos al Sepulcro con Cristo, que murió por nosotros, para resucitar con él, el mensajero de nuestra resurrección.
Hay un tiempo conveniente para cada cosa: un tiempo para el sueño y otro para la vigilia, un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. Sin embargo, el tiempo del bautismo absorbe toda la vida del hombre. Si no es posible al cuerpo vivir sin respirar, mucho menos lo será para el alma subsistir sin conocer a su creador. La ignorancia de Dios es la muerte del alma. Aquel que no ha sido bautizado tampoco ha sido iluminado. Así como sin luz, la vista no puede examinar aquello que le interesa, del mismo modo, el alma no puede contemplar a Dios. Además, todo tiempo es favorable para lograr la salvación por medio del bautismo, ya se trate de la noche o del día, de una hora o de un menor espacio de tiempo, por muy breve que sea. Seguramente, la fecha que se aproxima, es, en mayor medida, la más apropiada. ¿Qué época podría ser, en efecto, más adecuada para el bautismo que el día de Pascua? Pues ese día conmemora la resurrección, y el bautismo es una fuente de energía para lograr la resurrección.
El ritual del bautismo.
Por esta razón, la Iglesia convoca desde hace mucho tiempo a sus “niños de pecho,” en una sublime proclamación, a fin de que aquellos a quienes ella dio a luz en el dolor, colocándolos en el mundo después de haberlos alimentado con la leche de la enseñanza de la catequesis, gusten del alimento sólido de sus dogmas.
Juan predicaba un bautismo de conversión y toda Judea iba hacia él. El Señor proclama un bautismo de adopción y, entre aquellos que esperan en él, ¿quién no lo obedecerá? El bautismo de Juan era la introducción, el de Jesús es la perfección. Aquél constituía una separación del pecado, éste una familiaridad con Dios. La proclamación de Juan era la de un hombre solo que llevaba a todo el mundo hacia la conversión; pero tú, tú estás instruido por los profetas: “Lavaos, sed puros”;3 tú has sido advertido por los Salmos: “Avanzad hacia él y seréis iluminados”;4 tú escuchas la buena nueva de la boca de los Apóstoles: “Convertios, y que cada uno de vosotros sea bautizado en el nombre del Señor Jesucristo, por la redención de los pecados recibiendo la promesa del Espíritu Santo”;5 tú eres ayudado por el mismo Señor, quien dijo: “Venid a mí, todos los que penáis y lloráis bajo vuestra carga, que yo os aliviaré”6 (efectivamente, hoy, toda estas palabras son citadas en la lectura); tú dudas y tú deliberas, ¿acaso las tergiversas? Siendo catequizado desde la más tierna edad, ¿todavía no has aceptado la verdad? Tú que no cesas de estudiar, ¿todavía no has arribado al conocimiento? Tú que tanteas la vida, explorador hasta la vejez, ¿terminarás por convertirte en cristiano? ¿Llegaremos a reconocerte como a uno de los nuestros? El año pasado tú aceptaste la fecha en que ahora estamos, y ahora, nuevamente, tú esperas la próxima. Cuídate de no acabar siendo sorprendido en tren de hacer promesas más largas que tu vida. Tú no sabes lo que sucederá mañana, no prometas aquello que no te pertenece. Hombre, nosotros te llamamos a la vida, ¿por qué huyes de ese llamado para tener tu parte de felicidad? ¿Por qué subestimas ese don? El reino de los cielos está abierto. Aquel que llama no se equivoca; el camino es fácil; no hay necesidad de tiempo, de gastos, ni de trabajo ¿Por qué demoras? ¿Por qué retrocedes? ¿Temes al yugo, como una ternera que no lo conoce? “Él es cómodo, él es ligero,”7no pesa sobre las espaldas, sino que glorifica. El yugo no encadenará tu cuello, pues él busca a aquellos que son atraídos por su libre voluntad. ¿Sabías tú que Efraín fue acusado porque, como una ternera reacia, vagabundeaba sin disciplina, despreciando el yugo de la ley? Somete tu cuello indómito. Ven a uncirte al yugo de Cristo, por temor a que, rechazando el yugo y no viviendo una vida libre, te conviertas en presa fácil para las fieras.
Símbolos del bautismo.
2. “¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!”8 La dulzura de la miel, ¿cómo hacerla conocer a aquel que la ignora? “Gustad y ved”: el sentido de toda palabra resulta más claro con la experiencia. El judío no teme la circuncisión a causa de esta amenaza: “Todo ser que no sea circuncidado, al octavo día será exterminado del seno de su pueblo.” 9 Tú, ¿por qué difieres esta circuncisión, en la que la mano no corta la carne sino que se cumple en el bautismo? Tú, que has escuchado decir al Señor: “En verdad, en verdad, te digo, si no naces del agua y del espíritu, no entrarás en el reino de Dios.” 10 Por un lado, dolor y herida, por el otro, rocío del alma y remedio para el corazón herido. ¿Tú adoras a aquel que murió por ti? Entonces acepta ser enterrado con él por medio del bautismo. Si no te identificas con él en la semejanza de su muerte, ¿cómo serás asociado a su resurrección? Israel fue bautizado por Moisés en la nube y en el mar,11 él te transmite el modelo y la imagen de la verdad que será develada en el fin de los tiempos; tú huyes del bautismo, no de aquel que se simboliza en el mar, sino de aquel que se cumple en la realidad; no en la nube, sino en el Espíritu; no en Moisés, el compañero de esclavitud, sino en Cristo, tu creador. Si Israel no hubiera atravesado el mar, no habría escapado del Faraón; y tú, si no pasas por el agua, no escaparás de la terrible tiranía del diablo. Israel no habría bebido del manantial espiritual si no hubiera sido bautizado simbólicamente; y no se te dará la verdadera bebida, si no has sido bautizado auténticamente. Israel comió el pan de los ángeles después de su bautismo: ¿cómo comerás tú el pan vivo12 si no has recibido antes el bautismo? Israel, gracias al bautismo, arribó a la tierra prometida; ¿cómo llegarás tú al paraíso si no has sido señalado por el bautismo? 13 ¿Es que no sabes que una espada llameante ha sido colocada para guardar el camino del árbol de la vida, temible y ardiente para los incrédulos, resplandeciente de acceso fácil, para los creyentes? El Señor la ha hecho de manera que, cuando ve a alguien que no está señalado, opone la punta.
3. Elías no fue turbado por el carro de fuego y los caballos ardientes que venían hacia él, sino que, en su deseo de elevarse, fue audaz a pesar de su espanto, subió alegremente en el carro ardiente, él que vivía aún en su carne; 14 y tú, que no necesitas subir a un carro de fuego, sino que te elevas al cielo por el agua y el Espíritu, ¿por qué no acudes al llamado? Elías mostró la fuerza del bautismo sobre el altar de los holocaustos quemando la víctima, no por el fuego, sino por el agua. Ahora bien, por una parte, el fuego combate al agua; por otra parte, cuando simbólicamente el agua fue arrojada tres veces sobre el altar, se convirtió en la fuente del fuego y arrojó una llama como si se tratara de aceite. “Tomad vasijas de agua, dijo él, vertedlas sobre la víctima y sobre la leña y recomenzad, y ellos volvieron a comenzar por tercera vez.” 15 Estas palabras muestran que, por el bautismo, el candidato se une a Dios y que una luz pura y celeste brilla en las almas de aquellos que se han comprometido, a causa de su fe en la Trinidad.
Aquellos que demoran en recibir el bautismo.
Si yo distribuyera oro en la asamblea, tú no me dirías “Volveré mañana y me lo darás,” sino que reclamarías tu parte en la distribución y tomarías a mal que te pasara por alto. Sin embargo, cuando el gran dispensador te ofrece, no una materia brillante, sino la pureza del alma, tú imaginas excusas y enumeras motivos, cuando lo necesario es acudir a la distribución. Cosa sorprenden te, tú querrías renovarte sin fundirte, reformarte sin quebrarte, ser cuidado sin sufrir, no tener en cuenta la gracia. Si tú fueras esclavo de algún hombre y se decidiera una liberación, ¿no te presentarías el día dejado, pagando abogados, reclamando ante los jueces, a fin de que se te eligiese para ser liberado? Yo supongo que también aceptarías una última bofetada, el último golpe dado a los esclavos, para ser luego liberado de toda violencia. Ahora bien, tú eres esclavo, no de los hombres, sino del pecado, y mientras el héroe te llama para liberarte de tu cautividad, para tornarte igual en derechos a los ángeles, para hacerte hijo de Dios por adopción por medio de la gracia y heredero de los bienes de Cristo, tú afirmas que no ha llegado aún el tiempo de recibir esos dones.
¡Obstáculos miserables! ¡Vergonzosos e interminables empecinamientos! ¿Hasta cuándo las voluptuosidades? Hemos vivido para el mundo demasiado tiempo, ¡vivamos para nosotros lo que resta! ¿Qué hay que valga tanto como el alma? ¿Qué existe que pueda compararse con el reino de los cielos? ¿Qué consejero más digno de fe que Dios? ¿Quién es más sensato que el hombre sabio o más útil que el hombre bueno? ¿Quién está más familiarizado con el Creador? A Eva, además, no le resultó ventajoso creer en el consejo de la serpiente antes que en el del Señor. ¡Palabras extravagantes! “Yo no tengo el deseo de curarme. No me muestren todavía la luz, no me liguen aún al Rey.” ¿Tú no dices tales palabras? Tú las dices todavía más absurdas.
Supongamos que estuvieras inscripto para los impuestos y que fuera anunciada la remisión de las deudas (públicas) para los deudores del Estado. Si se tratara de privarte de ese beneficio, te indignarías y gritarías, porque se te estaría despojando de la parte que te corresponde en el favor común. Y cuando se proclama, no sólo la remisión para el pasado, sino también regalos para el porvenir, caes en la equivocación, mientras consideras haber tomado una decisión correcta y realizado una combinación ventajosa para ti, cuando en realidad permaneces con tus deudas al no aceptar el perdón. Sin embargo, sabes que, incluso el deudor de diez mil talentos, hubiera obtenido la remisión si no hubiera renovado su exacción en crueldad hacia su compañero. 16 Nos será necesario no experimentar el mismo sentimiento cuando obtengamos la gracia, para que el don no se aleje de nosotros.
¿Qué nos otorga el bautismo?
4. Entra en el secreto de tu alma, excita el recuerdo de tus acciones. Si tus faltas son numerosas no te dejes descorazonar por su cantidad, “pues allí donde el pecado abundó, la gracia será aún más abundante,” 17 “pues a aquel que mucho amó, mucho le será perdonado para que ame más profundamente.” Si por el contrario, tus pecados son pequeños y ligeros y no te empujan a la muerte, ¿por qué te inquietas por el porvenir, tú que no has vivido el tiempo pasado en la bajeza, antes de haber sido instruido en la ley? Ahora tu alma se siente como sobre una balanza, tirada hacia un lado por los ángeles, hacia otro por los demonios. ¿A quién otorgarás el impulso de tu corazón? ¿Quién vencerá en ti? ¿El placer de la carne o la santificación del alma, el goce de los bienes del presente o el deseo de aquellos del porvenir? ¿Te recibirán los ángeles, o aquellos que te tienen continuarán poseyéndote?
Sobre la línea de batalla, los generales dan la contraseña a sus subordinados a fin de que los amigos se llamen fácilmente unos a otros y para que, en contacto con el enemigo, si llegaran a mezclarse durante el combate, puedan separarse con facilidad. Nadie sabrá si tú eres de los nuestros o perteneces a los adversarios si no pruebas tu pertenencia por signos “espirituales,” si la luz del rostro del Señor no te ha marcado con su señal.18 ¿Cómo actuará el ángel frente a ti, cómo te arrancará de las manos de tus enemigos si no reconoce el sello? ¿Cómo podrás decir: “Yo soy de Dios,” si no puedes exhibir los signos de reconocimiento? ¿Ignoras acaso que el exterminador evitaba las casas señaladas con el signo, pero masacraba al primogénito en aquellas que no estaban señaladas? Los ladrones saquean fácilmente un tesoro no sellado, no existe ningún riesgo en proyectar un golpe malvado sobre el pequeño ganado no marcado.
5. ¿Eres joven? Previene tu juventud mediante el freno del bautismo. ¿Ha pasado ya la fuerza de la edad? No derroches tus provisiones, no gastes tus recursos, no creas que la undécima hora semeja a la primera. Conviene en ese momento de la vida tener a la muerte ante los ojos. Si un médico te prometiera rejuvenecerte, librándote de la vejez por sus cuidados y artificios, ¿no desearías encontrarlo hoy mismo para que te vuelva a conducir a la fuerza de la edad? El bautismo te promete hacer reflorecer tu alma, que tú has arruinado, arrugado y ensuciado con tus iniquidades, ¡tú desprecias a tu bienhechor y no acudes a su promesa! ¿No deseas contemplar el gran prodigio de la promesa? ¿Cómo puede el hombre renacer sin madre, cómo es que aquel que ha envejecido, corrompido por sus deseos engañosos, resulta nuevamente vitalizado, rejuvenecido y vuelto a la auténtica flor de la juventud? El bautismo es el rescate de los cautivos, el perdón de las deudas, la muerte del pecado, la regeneración del alma, la vestimenta resplandeciente, el vehículo para el cielo, la garantía del reino, la gracia de la adopción. Desdichado, ¿estimas preferible el placer a tantos y tan grandes bienes?
Yo comprendo muy bien por qué te demoras tanto. Aunque te protejas con palabras, las cosas gritan por sí mismas aunque tú guardes silencio. “Déjame hacer, abusaré de la carne, en un goce vergonzoso quiero rodar en el barro de los placeres, me ensangrentaré las manos, robaré el bien de otro, utilizaré engaños, perjuraré, mentiré, y un día, cuando haya cesado en mis acciones malvadas, entonces, recibiré el bautismo.” Si el pecado es realmente un bien, conservémoslo hasta el final, pero él perjudica a quien lo comete, ¿por qué continuar acercándonos a la ruina? Si alguien no desea vomitar bilis, no busca hacerla más abundante con un régimen defectuoso e intemperante, sino que procura limpiar su cuerpo de lo que le resulta nocivo en vez de agravar su enfermedad. Resulta claro que el navio soporta el peso de su carga hasta un determinado límite, pues un excedente lo hundirá. Cuídate, tú también, de que no te suceda algo similar y que, después de haber cometido más faltas de las que se te perdonan, sufras el naufragio ante el puerto al que esperas arribar. ¿Acaso Dios no ve lo que pasa o no conoce lo que piensas? ¿O es que él favorece tus impiedades? El dijo: ¿Es que piensas que yo soy como tú? 19
Riesgo de diferir el sacramento.
Cuando buscas la amistad de un hombre, lo atraes hacia ti por tu benevolencia, dices y haces lo que piensas que le será agradable. Cuando buscas convertirte en familiar de Dios, cuando esperas ser admitido como su hijo, si cometes actos de enemistad a su respecto, si lo ultrajas por la trasgresión de su ley — y por ello lo hieres — , ¿esperas obtener de ese modo su intimidad? Ten cuidado, en la esperanza de tu liberación, de no reunir sobre ti una masa de faltas, de no acumular el pecado y no privarte del perdón. “Nadie se burla de Dios.”20 No comercies con la gracia. No digas: “La ley es buena, pero el pecado es más agradable.” El placer es el anzuelo del diablo, conduce a la perdición. El placer es la madre del pecado y el pecado es el aguijón de la muerte.21 El placer encanta en el primer momento a quien goza con él, pero más tarde hace vomitar bilis. Dejar para más tarde el bautismo es exclamar: que primero reine en mí el pecado; el Señor reinará más tarde. Yo armaré mis miembros para la injusticia y para la impiedad; más tarde, los armaré como instrumentos de la justicia al servicio de Dios. Caín también ofrecía sus víctimas: la primera, elegida para su propio placer, la segunda para Dios, creador y dispensador. Mientras así te conduzcas, dilapidas tu juventud con el pecado. Cuando tu cuerpo esté fatigado, entonces llévalo a Dios, cuando no sirva para nada, cuando sea necesario abandonarlo a causa de su agotamiento y se encuentre al cabo de sus recursos. La castidad en la vejez no es castidad, sino impotencia. No se corona a un muerto. A nadie se considera justo porque sea impotente para realizar el mal. Mientras te sea posible, vence al pecado mediante la razón. La virtud consiste en esto: evitar el mal y hacer el bien.22 La ausencia de vicio no es, en sí misma, digna de recompensa ni de castigo. Si cesas de pecar a causa de tu edad, ése es un beneficio de tu debilidad. Alabamos a aquellos que son virtuosos por libre elección, no a aquellos que lo son, obligados por la necesidad.
¿Quién ha fijado el límite de la vida? ¿Quién ha determinado el plazo de tu vejez? ¿Quién es tan digno de fe como para garantizar ante ti lo que va a suceder? ¿No ves a todos aquellos que son suprimidos en la cuna, a todos aquellos que son llevados en la flor de la edad? Tu vida no tiene un solo día fijado de antemano. ¿Por qué esperas que el bautismo sea un regalo para la hora de la fiebre? En ese momento no podrás articular las palabras de la salvación y, tal vez, no tendrás la posibilidad de escuchar claramente; la enfermedad se alojará en tu misma cabeza, no podrás tender las manos hacia el cielo ni sostenerte sobre tus pies; flexionar la rodilla para adorar ni ser instruido con utilidad; confesar claramente ni unirte a Dios; renunciar al enemigo ni seguir con lucidez tu iniciación,23 a tal punto que los asistentes no sabrán si prestas atención a la gracia o si eres insensible a lo que sucede. Incluso, aunque recibas la gracia en pleno conocimiento, tendrás el talento, pero resultará sin provecho para ti.
Los ejemplos de la escritura.
6. Imita al eunuco de los Hechos.24 Éste encontró al catequista y no desdeñó su enseñanza; el rico hizo montar sobre su carro al pobre, el hombre poderoso y satisfecho hizo subir al simple mortal despreciado que, instruido en el Evangelio del reino, recibió la fe en su corazón, no retardó el sello del Espíritu. En efecto, cuando encontraron el agua, dijo: “He aquí el agua.” Su palabra surgió de una gran alegría: “He aquí lo que buscamos; ¿qué es lo que impide que me bautices?”25 Desde el momento en que tomó su partido, no hubo ningún impedimento. Pues aquel que llama está lleno de amor por el hombre, el diácono está preparado, la gracia es abundante, él está colmado de deseo; no hay, pues, obstáculos.
Si existe alguien que nos detenga, que obstruya los caminos de la salvación, venzámoslo por el conocimiento. Si nos hace dudar, levantémonos para obrar. El engaña nuestros corazones con falsas promesas, no ignoremos sus designios.
¿Acaso no inspira a cometer el pecado hoy, a reservar la justicia para mañana? A causa de esto, el Señor pulveriza sus malos consejos cuando nos dice: “Hoy, si escucháis mi voz..”El Señor grita la respuesta: “Hoy, escuchad mi voz.” Comprende al enemigo: él no se atreve a aconsejar que te separes completamente de Dios (él sabe que los cristianos detestan escuchar esto), pero prosigue su intento con procedimientos engañosos. Es hábil para hacer el mal. Comprende que los hombres viven en el presente y que toda acción se cumple en el momento. También, atrapándonos hoy por el engaño, nos deja la esperanza en el mañana. Luego, cuando llega el día siguiente, de nuevo viene nuestro mal consejero: pide el día de hoy para él y el de mañana para el Señor, y así, sin fin, sustrae el presente para gastarlo en placeres, y abandona el mañana a nuestras esperanzas y, en nuestra ignorancia, nos aleja de la vida.
La experiencia de la vida.
7. Yo examiné, cierto día, la crueldad de un ave rapaz que tomaba a los pequeños pájaros de carne tierna; se hacía pasar por una presa fácil y se deslizaba entre las manos de los cazadores, pero siempre fuera de su alcance. No era fácil de atrapar, pero los cazadores no abandonaban la partida; los impulsaba su esperanza y su deseo de cogerlo; del mismo modo los pequeños pájaros no intentaban huir y finalmente él los atrapaba. Tú también te arriesgas a sufrir semejantes desventuras cuando abandonas los bienes seguros por una esperanza incierta.
Sígueme hasta aquí, apóyate por entero en el Señor. Da tu nombre, inscríbete en la Iglesia. El soldado es censado en las listas, el atleta lucha una vez comprometido, el ciudadano se hace inscribir y contar entre los miembros de una tribu. Tú debes rendir cuenta de todo esto, como soldado de Cristo, como atleta de la piedad, como ciudadano de los cielos. Inscríbete en este libro para participar, por la inscripción, de aquel que está en el cielo. Instrúyete, estudia la constitución evangélica, la disciplina de los ojos, el control de la lengua, la mortificación de la carne, el sometimiento del cuerpo, el dominio del orgullo, la pureza del pensamiento, el aniquilamiento de la cólera. Si se te apremia, haz más; si se te perjudica, no inicies proceso; si se te odia, ama; si se te persigue, no resistas; si se te calumnia, ora.26 Haz morir el pecado, sé crucificado con Cristo; transporta todo tu amor sobre el Señor.
¿Todo esto es arduo? ¿Qué felicidad es fácil? ¿Quién consiguió un trofeo durmiendo? ¿Quién, en la molicie, en el encanto de la ociosidad, fue coronado por su energía? Nadie, si no corre, alcanza la victoria. Los esfuerzos engendran la gloria, las pruebas preparan las coronas. “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones antes de alcanzar el reino de los cielos.”27 Hago mías estas palabras. La beatitud del reino de los cielos consuela de las tribulaciones; pero el sufrimiento y la tristeza del tormento sancionan las penas del pecado.
Para el que las considera objetivamente, las obras del diablo exigen también esfuerzo de parte de los obreros de la impiedad. ¿Qué sudor exige la castidad, mientras el desenfreno chorrea sudor? Su placer lo funde. La moderación del cuerpo, ¿exige tanto como destruye el infame desenfreno? ¿Qué representan las noches sin sueño para aquellos que las pasan en oración? Mucho más peligrosas son las noches de los que velan para sus pecados. El temor de ser sorprendido en flagrante delito, la excitación del placer, alejan toda posibilidad de reposo. Si tú huyes del camino estrecho que conduce a la salvación, si buscas el ancho que lleva al pecado, temo que después de haberlo recorrido en toda su extensión, no encuentres la mansión que está al final del camino.
El tesoro es difícil de guardar. Vela, hermano. Tú tienes auxiliares si los deseas: la oración que vela durante la noche, el ayuno que guarda la casa, el canto de los salmos que guía el alma. Conviértelos en tus compañeros. Que pasen la noche contigo vigilando tus preciosos bienes. Dime, ¿qué vale más, ser ricos y preocuparnos por el cuidado de nuestros bienes preciosos, o no tener en la mano las arras de lo que guardamos? Nadie se separa de sus bienes por temor a que se los quiten. Nada subsistirá de las cosas humanas si pensamos que podemos perder aquello por lo que trabajamos. En efecto, la sequía amenaza a la agricultura, el naufragio al comercio, la viudez a las bodas, el fracaso a la educación. Mientras tanto, nosotros ponemos manos a la obra animados por los mejores deseos, confiando el triunfo de nuestras esperanzas a Dios, que administra nuestros negocios. Tú, que otorgas gran importancia a las palabras sobre la santificación, en la práctica, pasas todo tu tiempo dedicado a lo que es tu condena. Cuídate, para no tener que arrepentirte algún día de tus decisiones desastrosas, cuando el arrepentimiento no te sirva para nada.
El ejemplo de las Vírgenes.
Considera el ejemplo de las Vírgenes que no tenían aceite en sus lámparas y que cuando fue necesario encontrarse con el esposo, se dieron cuenta de que carecían de lo necesario. Por tal motivo, la Palabra las llama necias, porque desperdiciaron, para ir a aprovisionarse, el tiempo que consumía su aceite, siendo excluidas de la alegría de las bodas. Debes, pues, cuidar, de año en año, de mes en mes, de día en día, del aceite que proporciona la luz, para que no te sorprenda la hora que no esperas, con los recursos de la vida agotados, pues la sequía será total y el castigo inexorable. Los médicos te abandonarán y tus familiares se alejarán; oprimido por una respiración difícil y jadeante, quemado, y lentamente consumido por una fiebre ardiente, gemirás desde el fondo de tu corazón sin encontrar apoyo. Intentarás decir alguna cosa y lo harás tan débilmente que nadie podrá escuchar tus palabras, que serán consideradas un delirio. ¿Quién entonces te otorgará el bautismo? ¿Quién te hará retornar de la inconsciencia en la que te sumerge la enfermedad? Tus familiares estarán desalentados, los extraños sólo se ocuparán de la enfermedad; el amigo teme que el recuerdo del pasado sea fuente de turbación; el médico mismo te engaña y tú no desesperas, porque todavía tienes vida. Es de noche, nadie para ayudarte, nadie para bautizarte. La muerte se levanta a tu costado, los sepultureros se presentan. ¿Quién puede liberarte? ¡Dios! Pero tú lo has despreciado. Tal vez, entonces, él te escuchará si tú lo escuchas. Tal vez te otorgará un plazo, si tú has utilizado honestamente los días que te dio.
Conclusión.
8. “Que ninguno de vosotros abuse de vanas razones.”28 Para ti la muerte sobrevendrá súbitamente y la catástrofe se abatirá como un huracán. Vendrá el ángel con los ojos cerrados para llevarte por la fuerza y encadenar tu alma librada al pecado, hundida aquí abajo, lastimera y sin voz. ¡Te desgarrarás y gemirás! Lamentarás irremediablemente tus decisiones al contemplar la alegría de los justos en la luminosa distribución de las recompensas y la tristeza de los pecadores en las tinieblas profundas. Dirás entonces, en el dolor de tu corazón: “Desdichado de mí, por no haber rechazado ese pesado fardo del pecado cuando era fácil abandonarlo y por haber seguido arrastrando esas cadenas. Desdichado de mí que, por no haber lavado mis manchas, ahora me encuentro marcado al rojo por mis pecados. Ahora podría estar con los ángeles, ahora podría gozar de los bienes celestiales. ¡Desdicha! A causa de la pasajera alegría del pecado seré torturado interminablemente. Seré librado al fuego por causa del placer de la carne. El juicio de Dios es justo. Yo fui llamado y no obedecí. Yo conocía sus enseñanzas y no las observé; se me advirtió y yo me burlé.”
Tú dirás esas palabras y muchas otras, llorando sobre ti mismo, si eres llevado antes del bautismo. ¡Hombre! Teme al tormento y trata de ganar el reino. No desdeñes el llamado. No digas: “Considérame excusado” a causa de esto o aquello. Ningún pretexto te puede servir de excusa. Me dan deseos de llorar cuando pienso que prefieres las obras infames a la gran gloria de Dios; la seducción de la licencia te hunde de tal forma en el pecado y te excluye de la felicidad prometida, que no podrás ver la belleza de la Jerusalén celestial, donde se encuentran millares de ángeles, las asambleas de los primogénitos, los tronos de los Apóstoles, las sedes de los profetas, los cetros de los patriarcas, las coronas de los mártires y las alabanzas de los justos. Aspira a ser contado entre ellos, lavado y santificado por el don de Cristo a quien pertenecen toda gloria y poder, por los siglos de los siglos. Amén.
1 Qo 3:1-2. — 2 Dt 32:39: “Yo doy la muerte y doy la vida...” 10 — 3 Is 1:16: “lavaos, limpiaos.” — 4 Sal 34:6: “Los que miran hacia él, refulgirán.” — 5 Hch 2:38: “Convertios y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” — 6 Mt 11:28: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.” — 7 Mt 11:30: “Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.' 12 — 8 Sal 34 (33), 9: “Gustad y ved qué bueno es Yahveh.” — 9 Gn 17:14: “El incircunciso, el varón a quien no se le incircuncide la carne de su prepucio, esc tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza.” — 10 Jn 3:5: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.” — 11 1 Co 10:2: “y todos fueron bautizados por Moisés, por la nube y el mar.” — 12 Alusión a la eucaristía que el neófito recibía después del bautismo. — 13 Por el bautismo, considerado como un retorno al Paraíso. — 14 2 R 2:11: “Iban caminando mientras hablaban, cuando un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo en el torbellino.” — 151 R 18:34: “Llenad de agua cuatro tinajas y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña. Lo hicieron así. Dijo: 'Repetid' y repitieron. Dijo: 'Macedlo por tercera vez.' Y por tercera vez lo hicieron.” — 16 Mt 18:24: “Al empezar a ajustarías, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.” — 17 Rm 5:20: “pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.” — 18 Sal 4:7: “Muchos dicen: '¿Quién nos hará ver la dicha?' Alza sobre nosotros la luz de tu rostro. Yahveh.” — 19 Sal 50 (49):21: “¿Es que piensas que soy como tú?” — 20 Ga 6:7: “No os engañéis; de Dios nadie se burla.” — 21 1 Co 15:56: “El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la ley..” — 22 1 Ρ 3:11: “Apártese del mal y haga el bien, busque la paz y corra tras ella.” — 23 El autor enumera aquí los diversos ritos del bautismo. — 24 Hch 8:36: “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” — 25 Hch 8:27 y ss. — 27 Hch 14:22: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.” — 26 Le 6:27 y ss. — 27 Ef 5:6: “Que nadie os engañe con vanas razones...”
San Gregorio de Nacianzo.
Sermón sobre el santo bautismo.
1. El bautismo es una iluminación.
1. Ayer fue el espléndido día de las Luces y lo celebramos todos juntos. Existe toda clase de acontecimientos para festejar cada año: aniversarios de casamiento, de nacimiento, imposición de nombre, llegada a la edad viril, consagración de la casa. Con mayor razón, convendría festejar alegremente nuestra salvación.
Hoy nos ocuparemos brevemente del bautismo y del beneficio que nos aporta. Ayer, es verdad, hemos tocado el tema, pero el tiempo apuraba y era necesario no extenderse demasiado; una comida demasiado abundante fatiga a los convidados, un discurso demasiado largo cansa a los oyentes. Lo que voy a deciros, sin embargo, es muy importante, es un tema demasiado precioso como para ser escuchado en forma distraída. Poned pues todo vuestro celo, ya que conocer la grandeza de ese misterio, significa también, participar en la iluminación.
2. La Santa Escritura habla de tres nacimientos; el primero nos saca del cuerpo maternal, el segundo, de las agua del bautismo, el tercero, de la resurrección. El primero se produce en la noche, la esclavitud y la pasión. El segundo se produce a la luz del día y en la libertad; separa las pasiones, arranca los velos del primer nacimiento y nos conduce a la vida de lo alto. En cuanto al tercero, más temible y más rápido, reúne en un instante a todo el género humano para citarlo ante el tribunal del Creador. El hombre debe entonces rendir cuenta de su sumisión presente y de su vida pasada: vida sometida a la carne o liberada por el Espíritu en la gracia de la restauración.
A todos esos nacimientos, Cristo, evidentemente, los ha honrado en él: el primero, por su primer soplo de vida, el segundo, por su encarnación y su bautismo, el tercero, finalmente, por la resurrección que instauró por sí mismo. Primogénito entre numerosos hermanos, juzgó digno, también, ser el primero en revivir de entre los muertos.
3. No trataremos ahora sobre el primero y el último de esos nacimientos; en cambio, reflexionaremos sobre el segundo, que nos es necesario en este mundo y que da su nombre a la fiesta de las Luces.
Esta iluminación es resplandor fulgurante de las almas, transformación del curso de la vida, colocando la conciencia en la búsqueda del Dios. Esta iluminación es un socorro para nuestra debilidad: poniendo a un lado la carne, hace seguir al Espíritu y entrar en comunión con el Verbo. Enderezamiento de la naturaleza creada, de la que ella sumerge el pecado, da lugar a la luz y destruye las tinieblas. Esta iluminación hace subir hacia Dios, compartir la ruta de Cristo; es el apoyo de la fe, la perfección de la inteligencia, la llave del reino de los cielos. Transformación de la vida, supresión de la servidumbre, liberación de los lazos, es una mejora total del ser. Esta iluminación (¿para qué prolongar la enumeración?) es, de todos los dones de Dios, el más hermoso y el más magnífico. Es por ello que se habla del Santo de los Santos en el Cantar de los Cantares, pues se ha comprendido que la transfiguración del bautismo es iluminación por excelencia, ya que es la más santa de todas las de la tierra.
4. Como Cristo, que lo concede, el bautismo recibe diversos nombres. La extrema alegría que se siente por haberlo recibido (pues se busca saborear, llamándolo con diversos nombres, aquello a lo que se está apasionadamente ligado) y la multiplicidad de los aspectos del beneficio que otorga, explican esa multitud de vocablos. Se lo llama: el Don, el Favor gratuito, el Baño, la Unción, la Iluminación, la Vestimenta de inmortalidad, el Agua de la regeneración, el Sello de Dios y otros términos igualmente honoríficos que se puedan encontrar.
Es un Don, ya que ningún acto lo merece, y una Gracia de la que se es también deudor; un Baño en el cual el pecado es enterrado; una Unción, por su carácter sagrado y real que son los dos títulos que justifican la unción. Una Iluminación, por el resplandor que da; una Vestimenta, revestida para ocultar la vergüenza; un Baño que lava verdaderamente; un Sello que protege y que simboliza el soberano dominio de Dios.
Los cielos se alegran por él y los ángeles lo celebran porque nos hace participar de su esplendor. Es la imagen de la beatitud celestial. Y nosotros, que queremos cantarlo, no podemos hacerlo con el brillo que es menester.
5. Dios es la luz suprema, inaccesible, inefable. El espíritu no puede concebirla ni la palabra expresarla, ella ilumina toda inteligencia. Ella aclara el mundo inteligible tal como el sol aclara el mundo sensible. El corazón que se ha purificado puede verla; aquel que la ha contemplado, amarla; aquel que la ha amado, entenderla. Ella se comprende y se toma a sí misma, desparramando sus rayos sobre las criaturas. Me refiero a la luz que se contempla en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo; aquellos cuya riqueza es la unidad de naturaleza y una misma exultación de esplendor.
La luz de segundo rango es la del ángel, que posee su resplandor gracias a una inclinación solícita hacia ella, emanación o participación de la primera. Yo no sabría decir si es en razón de su rango que participa de una porción de luz, o, por el contrario, si ocupa dicho lugar en virtud de su resplandor.
El tercer rango corresponde al hombre, luz visible incluso a los seres exteriores a él. Se llama al hombre, luz, a causa del poder de su razón, y damos también ese nombre a aquellos que, entre nosotros, se parecen en mayor medida a Dios y se acercan más a él.
Yo conozco aun otra luz, la que ha explicado o desgarrado las tinieblas primitivas; es la primera encendida entre las criaturas visibles, el trayecto circular de los astros, faros que, desde lo alto, arrojan su resplandor sobre todo el universo.
6. La orden primitiva (u original) dada al primer hombre era ya luz, puesto que “la ley es una lámpara, una luz,” y que, “tus mandatos son la luz sobre la tierra,” pero las tinieblas celosas se introdujeron para engendrar el vicio. La ley escrita, adaptada a aquellos que la recibían, no hizo más que esbozar en la sombra lo que constituiría realmente el misterio de la gran luz y, por lo tanto, el rostro de Moisés ha sido cubierto de gloria. La luz que apareció ante Moisés era un fuego que — para manifestar su naturaleza y revelar su poder — quemaba la zarza sin consumirla. Luz era también la columna de fuego que conducía a Israel y hacía más soportable el desierto. Luz, la que llevó a Elías en un carro de fuego sin quemarlo. Luz, aquella que rodeó con su resplandor a los pastores cuando la luz intemporal se mezcló con la luz temporal. Luz, la hermosa estrella que se dirigía hacia Belén guiando a los magos y acompañando a la luz divina que brilla por encima de nosotros. Convertida en luz entre nosotros, la luz divina se manifestó a su vez a los discípulos sobre la montaña, deslumbrante para sus ojos. Luz, la aparición que transportó a Pablo con su resplandor y que hirió la oscuridad de su alma lastimando su vista. Luz, también, es claridad reservada a los que serán purificados aquí abajo, y de la que gozarán en lo alto cuando los justos resplandezcan como el sol; en torno a ellos, convertidos en dioses y en reyes, Dios extiende y distribuye las recompensas de la beatitud celestial.
Y, comparada con todas las otras, la iluminación bautismal es aún más propiamente una luz. Ella constituye, ahora, el tema de nuestra conversación, que abraza el más grande y admirable misterio de nuestra salvación.
2. El bautismo es una purificación.
7. La total ausencia de pecado es propia de Dios, de su naturaleza primordial exenta de compuestos: la falta de compuestos engendra la paz y rechaza la discordia; podría decirse también, audazmente, que es propia de la naturaleza angélica, la más cercana posible a la simplicidad a causa de su proximidad a Dios. Por el contrario, el pecado es propio del hombre por su composición terrenal. Pero el soberano Maestro pensó que no debía dejar a su criatura sin socorro ni desinteresarse por el peligro que ella corría estando separado de él. Después de habernos sacado de la nada al ser, nos restauró a la existencia mediante una creación más divina y más alta que la primera. Al comienzo de la vida, ella es el sello divino; en los progresos de la edad, ella es un don gratuito, una corrección de la imagen de Dios desaparecida a causa del pecado, para evitar que, empujados al vicio y cayendo sin cesar cada vez más bajo, terminemos, por el exceso de desesperación, renunciando totalmente al bien y a la virtud y, como lo ha dicho la Escritura, por no preocuparnos de haber caído en el abismo de los vicios, cuando deberíamos, como viajeros que recorren una larga ruta, reposar en el descanso nuestras fatigas y volver a partir aprovechando la frescura generosa, continuando nuestro trayecto.
Esta gracia y este poder del bautismo no traen consigo la destrucción del mundo como en la época del diluvio, sino la purificación del pecado en cada hombre y la limpieza completa de las manchas que el pecado ha acumulado sobre nosotros.
8. A nuestra dualidad original: alma y cuerpo, naturaleza visible y naturaleza invisible, corresponde también una doble purificación, por el agua y por el Espíritu; aquélla tomada en el sentido visible y corporal, éste surgiendo de manera invisible e incorporal; aquélla, puramente simbólica, éste, verdadero y purificando en las profundidades. El Espíritu, después de haber traído su socorro a nuestro nacimiento inicial, trabaja ahora renovando nuestra decrepitud y transformando nuestro estado actual en una semejanza con Dios; nos funde sin emplear el fuego y nos recrea sin quebrarnos. En una palabra, es necesario comprender que la fuerza del bautismo reside en el compromiso tomado con Dios de llevar una vida nueva y una conducta más pura. Aquello que se debe temer, por encima de todo, es aparecer como perjuro a ese compromiso, por consiguiente, cada uno debe poner toda su preocupación en cuidar su alma. Cuando Dios, tomado como testigo de los compromisos humanos, los sanciona con su fuerza, ¡qué peligros correremos transgrediendo los compromisos contraídos con Dios mismo, volviéndonos culpables de ese engaño a la verdad!
Agregad a esto que no existe una segunda regeneración, ni una segunda restauración, ni un nuevo restablecimiento en el estado primitivo, aun cuando lo buscásemos con toda la pasión posible. Los gemidos y las lágrimas no servirán para obtener una curación para nosotros. Y si obtenemos, aunque sea una curación, yo seré el primero en alegrarme, pues yo también necesito misericordia. De todos modos, es mejor no necesitar una segunda purificación y conservarnos puros en la primera. Está, y ello constituye ahora una certeza, que nos es común a todos. La obtenemos sin lágrimas inútiles; ella procura el mismo honor a todos, esclavos y amos, ricos o pobres, humildes o grandes, nobles o gentes sin nacimiento, aquellos que tienen deudas y aquellos que no las tienen. Es como un soplo de aire, como una efusión de luz, como un trastrocamiento de las estaciones, como la contemplación de la creación convertida para todos nosotros en enorme objeto de delicia, en fin, como una recompensa equivalente ofrecida a nuestra fe.
9. Es posible que, por desechar un tratamiento fácil, corramos el peligro de sufrir uno más penoso y, una vez rechazada la gracia de la misericordia, necesitar de un castigo, de una corrección proporcional a la falta cometida. ¿Qué torrente de lágrimas se puede ofrecer que supla a la fuente bautismal y qué garantía se tiene de que el fin de la vida no llegará antes que la curación del alma, sorprendiéndonos todavía con las deudas flagrantes? Es posible, como el jardinero pleno de humanidad, solicitar al amo la conservación de la higuera, que no la corte por su esterilidad y que consienta en rodearla del abono de las lágrimas, los gemidos, las prosternaciones, las plegarias, las laceraciones del cuerpo y del alma, la corrección de la humillación en una confesión pública. Sin embargo, no hay seguridad de que el Amo la conserve, pues ella ocupa improductivamente su lugar cuando algún otro necesita generosidad y no la obtiene por causa de la indulgencia otorgada a aquél.
Entonces, enterrémonos con Cristo por el bautismo, para resucitar con él; descendamos con él, para ser elevados con él, subamos con él, para ser glorificados con él.
10. Después del bautismo, un ataque del Tentador que persigue a la luz, no puede dejar de producirse ya que osó, incluso, perseguir al Verbo a causa del velo de humanidad que escondía la luz bajo sus apariencias, pero puede ser detenido y, sin temer el golpe, oponerle el agua y el Espíritu en el que se extinguen todos los rasgos inflamados del Maligno: el Espíritu cuyo soplo basta para partir las montañas y el agua capaz de extinguir toda clase de fuego.
Él se empeña conforme a la necesidad que en cada uno se encuentra, tal como lo intentó contra Cristo, tratando de que su hambre lo llevara a transformar las piedras en panes. Es necesario no engañarse sobre sus intenciones y aprender aquello que él ignoró siempre, oponerle el Verbo de vida, pan descendido del cielo sobre la tierra y dispensador de la vida al mundo.
En ocasiones, su ataque se centra sobre la vanidad. Es lo que hizo cuando transportó a Cristo sobre el pináculo del templo y le dijo: “Arrójate abajo,” para obligarlo a hacer ostentación de su divinidad. Entonces no os dejéis llevar por el orgullo. Pues si se afirma en ese punto no se detendrá, es insaciable y amenaza todas las posiciones. Se oculta bajo un disfraz virtuoso, para lograr sus malvados designios. Es hábil para manejar las Escrituras, ese malvado decía: “Está escrito,” a propósito del pan. Y a propósito de los ángeles repite: “Está escrito que por ti dará órdenes a sus ángeles para que te sostengan con sus manos.” ¡Oh sofista del vicio! ¿Cómo has utilizado la continuación? Conozco el texto completo aunque tú lo calles: “Yo marcharé sobre el áspid y sobre el basilisco que tú eres, y pisotearé las serpientes y los escorpiones puesto que la Trinidad es mi amparo.”
En fin, si para abatiros busca inspiraros un deseo insaciable y, mostrándoos todos los reinos de la tierra pretendiendo que le pertenecen, exige que se lo adore, despreciadlo como si no tuviera nada para ofrecer. Confiando en vuestro carácter bautismal, decidle: “Yo soy, también, imagen de Dios, pero el orgullo no me llevará, como a ti, a ser rechazado de la gloria divina. He sido revestido por Cristo, la nueva creación del bautismo hizo de mí un Cristo; tú debes prosternarte ante mí.” Y se retirará, estoy seguro, pues esas palabras lo habrán vencido y llenado de confusión, y así como se alejó de Cristo, la luz primordial, se alejará también de aquellos a quienes Cristo ha iluminado.
He aquí los beneficios que dispensa el baño del bautismo a aquellos que lo comprenden, he aquí el banquete que propone a aquellos que tienen la felicidad de aspirar a él.
3. No existe motivo válido para diferir el bautismo.
11. Hagámonos bautizar para vencer. Tomemos nuestra parte de esas aguas, más detergentes que el hisopo, más puras que la sangre de las víctimas impuestas por la Ley, más sagradas que las cenizas de la becerra, cuya aspersión podía ser suficiente para dar a las faltas comunes una provisoria purificación corporal, pero no una completa remisión del pecado: ¿Hubiera sido necesario, sin ello, renovar la purificación de aquellos que la habían recibido una vez?
Hagámonos bautizar hoy, para no estar obligados a hacerlo mañana. No retardemos el beneficio como si nos ocasionase algún problema. No esperemos haber pecado más para ser, mediante él, perdonados en mayor medida. Eso sería hacer una indigna especulación comercial a propósito de Cristo. Tomar una carga mayor de la que podemos llevar es correr el riesgo de perder en un naufragio, navío, cuerpo y bienes, o sea todo el fruto de la gracia que no se ha sabido aprovechar.
Aborda el sacramento con pleno dominio de tus pensamientos, antes de encontrarte agotado corporal o mentalmente, antes de dar la impresión, a aquellos que te rodean, de que tu lengua está hesitante y helada a despecho de la plena lucidez que hay que poseer cuando se deben pronunciar claramente las palabras de iniciación al misterio. Abórdalo cuando puedas hacer abiertamente profesión de tu fe y no solamente dejarla adivinar; provocando las felicitaciones, y no la piedad; viendo por ti mismo claramente, y no de manera oscura, la grandeza del don que recibes y que, en consecuencia, la gracia del espíritu te llegue profundamente. Que el agua no se limite a lavar tu cadáver rodeado de las lágrimas del duelo por tu causa, mientras tu mujer y tus hijos intentan arrancarte de la muerte recibiendo tus últimas palabras.
Hazlo antes que un médico te rodee de sus inútiles cuidados. Míralo por adelantado apreciar tu estado sacudiendo la cabeza y, después de tu muerte, hacer largas consideraciones sobre tu enfermedad, cobrar sus honorarios y retirarse precipitadamente, dejando lugar a los desesperados gimientes. No esperes a que los hombres de negocios vengan a rivalizar con aquel que quiere bautizarte. Él intenta proveerte de un viático para el último viaje, ellos sólo buscan tu heredad: dos negocios que no pueden tratarse juntos.
12. ¿Por qué esperar al bautismo obligado por la fiebre, desdeñando ahora la invitación de Dios? ¿Por qué dejarse llevar por las circunstancias y hacer burla de la razón? ¿Por qué seguir al amigo insidioso y rechazar el deseo de salvación? ¿Por qué recibir, por la fuerza, aquello que depende de la voluntad? ¿Por qué actuar por necesidad cuando se puede utilizar la libertad? Obrar así es asemejarse a un moribundo que espera que otro le diga aquello que se niega a considerar por sí mismo: la inminencia de su muerte. ¿Por qué buscar remedios que no servirán de nada? ¿Por qué esperar el sudor de la muerte cuando el desenlace puede estar muy cercano? Tomad el remedio antes que os obligue la necesidad. Tened piedad de vosotros mismos, pues a vosotros corresponde curar vuestra debilidad. Ofreceos el remedio que puede verdaderamente salvaros. Aunque naveguéis con buen viento, temed el naufragio; ese temor os evitará riesgos cuando el naufragio se produzca.
Cuando se recibe un don, se lo celebra, en lugar de lamentarlo; cuando se posee un talento, se lo hace valer en lugar de enterrarlo. Consideremos que debe pasar cierto tiempo entre nuestro bautismo y nuestra muerte; no nos contentemos con ver borrados los caracteres del pecado; debemos tener tiempo de grabar en su lugar las virtudes. No nos contentemos con recibir la gracia, reservémonos el tiempo de merecer la recompensa. No nos contentemos con evitar el infierno, sino que, valorizando ese don, busquemos merecer la herencia de la gloria. Para los pusilánimes, ya es suficiente con evitar la tortura, pero los magnánimos aspiran a la recompensa.
13. Yo conozco tres maneras de esperar la salvación: la de los esclavos, la de los mercenarios, la de los hijos; si eres esclavo, teme los golpes; como mercenario, no busques otra cosa que la ganancia; pero si te elevas a la dignidad de hijo, ama respetuosamente a tu Padre. Haz el bien a causa de la obediencia hacia tu Padre; aunque sea gratuita, no olvides que tu recompensa es el placer de tu Padre.
De este modo, es absurdo comenzar por amontonar riquezas y diferir la preocupación por la salvación; comenzar por purificar tu cuerpo y olvidar la purificación de tu alma; buscar liberarte de la esclavitud de aquí abajo y no anhelar la libertad de lo alto; aplicar toda tu actividad a tener una casa con adornos magníficos y no preocuparte de tu propio valor; estar preocupado por el bien de los otros y no buscar tu propio bien.
Para comprar un bien, alguien podrá gastar todas sus riquezas, pero, aquello que se ofrece por bondad, puede ser despreciado como demasiado fácil de conseguir. Todo momento es favorable para hacerse bautizar, tal vez, incluso, el momento de la muerte. Yo declaro, junto al gran apóstol Pablo: “He aquí, ahora, el momento favorable, he aquí el día de la salvación.” Y ese ahora no designa un momento determinado, sino cualquier momento. Y aún: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará,” disipando la oscuridad del pecado. Pues, según Isaías, la esperanza se pone a prueba durante la noche y es mejor dejarse sorprender por el alba.
14. Siembra cuando sea el momento, recoge y cierra tus graneros cuando sea el tiempo. Planta en la estación que corresponde y recoge tu grano cuando esté maduro. En la primavera puedes hacerte a la mar con confianza, pero cuando llegue el invierno, cuando el mar sea peligroso, trae a tierra tu navio. Reserva un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. Un tiempo para el matrimonio y otro para no hacer uso de él; un tiempo para la amistad y, si es necesario, un tiempo para la separación. En una palabra, un tiempo para todo, si se debe creer a Salomón y es necesario creer en él, pues su consejo es útil.
Pero, para tu salvación, es necesario trabajar sin cesar y aprovechar cualquier momento para tu bautismo. Si dejas pasar el día presente y esperas el de mañana, tú retrocedes poco a poco y, sin darte cuenta, te dejas engañar por el Maligno tal como es su costumbre. “A mí, dame el momento presente, a Dios el futuro. A mí, la juventud y la época de los placeres, a Dios, la vejez y lo que ya no sirve para nada.”
¡Cuántos peligros a tu alrededor! ¡Cuántos accidentes sin esperanza! La guerra te lleva, un temblor de tierra te sepulta, el mar te traga, una bestia salvaje te ataca, la enfermedad te hace perecer, un bocado se te atraviesa. La cosa más mezquina resulta suficiente — pues nada es más fácil que hacer morir a un hombre, incluso cuando él pueda enorgullecerse de su semejanza divina; una borrachera excesiva, un caballo que se encabrita, una droga preparada para su pérdida o incluso un remedio que se revela peligroso; un juez inhumano, un verdugo inexorable, o cualquiera de esos acontecimientos que precipitan a una muerte sin salvación.
15. Pero si uno se previene ante el peligro y se hace bautizar, se garantiza el porvenir por el más hermoso y el más sólido de los socorros dejándose marcar en cuerpo y alma por la unción y el Espíritu, tal como Israel fue marcado en otra época por la sangre que, durante la noche, protegía a los primogénitos. ¿Qué mal puede entonces sobrevenir, o qué intriga puede alcanzaros? Escucha los proverbios: “De ese modo, estarás exento de temor; dormido, tú gozarás de un agradable sueño.” Y David te confirma la seguridad de esa dicha: “Tú no deberás temer el terror de la noche, ni la maldad, ni el demonio de mediodía.” He aquí, incluso durante tu vida, la mejor garantía de seguridad. Es difícil atacar al rebaño marcado; el que no lleva ninguna señal, por el contrario, resulta presa fácil para los ladrones. Y para aquel que parte, constituye un rito funerario muy útil, más resplandeciente que un vestido, más precioso que el oro, más suntuoso que una tumba, más piadoso que las vanas libaciones, más oportuno que las primicias de los frutos de la estación con que los vivos gratifican a sus muertos, según una costumbre que se ha erigido en Ley. Que todo esto sea desdeñado por ti, que todo sea llevado muy lejos, riquezas y posesiones, tronos y esplendores, todo lo que nos extravía aquí abajo. Tú puedes abandonar la vida con toda seguridad, confiando en los socorros que Dios te otorga para tu salvación.
16. Pero, ¿se puede tener miedo de corromper la gracia y diferir la purificación con el pretexto de que ella no se otorga dos veces? ¿Y qué? ¿Temes el peligro en caso de persecución y no el estar separado de Cristo, el más precioso de tus bienes? ¿Es por ese motivo que dudas de transformarte en cristiano? ¡Arroja lejos de ti semejante idea! Es necesario carecer de buen sentido para concebir semejante temor; es necesario estar loco para hacer semejante razonamiento. ¡Oh temor temerario, si ello se puede decir! ¡Oh artificio del Maligno! Él es en realidad tinieblas, él combate la luz. Porque no es el más fuerte en la guerra abierta, intriga desde las sombras. El perverso se disfraza de buen consejero, de esta manera, al menos, está seguro de vencer y quitarnos todo medio de evitar sus emboscadas. Esa es su trama aquí abajo, es evidente. Como no puede inspirar un desprecio abierto hacia el bautismo, hace caer en una falsa seguridad. De aquello que se teme perder, es el temor lo que causa su pérdida, por vuestra ignorancia. Y por haber tenido miedo de corromperlo, se deja pasar ese don.
La naturaleza de Satanás es tal que jamás renunciará a su duplicidad en tanto nos vea tender hacia el cielo, del que él mismo se encuentra desposeído. Pero tú, hombre de Dios, aprende a conocer las maquinaciones de tu adversario. Para la defensa de los más preciosos bienes, entras en combate con un enemigo lleno de odio; no tomes a ese enemigo como consejero, preocúpate de escuchar dócilmente nuestras lecciones. Siendo catecúmeno, estás solamente en los umbrales de la religión; es necesario que entres, que atravieses el patio, que fijes los ojos en el santuario, te inclines ante el Santo de los Santos para cohabitar a continuación con la trinidad. Considerando lo que se encuentra comprometido en esa guerra, necesitas una considerable protección; oponle, entonces, el ancho escudo de la fe. Satán teme que tú lo combatas con armas y trata de despojarte de la gracia para vencerte más fácilmente, sin armas ni defensa. Sus ataques no perdonan ninguna edad, ninguna forma de vida, por lo tanto, es necesario poner todo nuestro esfuerzo en rechazarlo.
17. Joven, utiliza ese socorro para resistir a tus pasiones. Enrólate en el ejército de Dios, llévalo en triunfo sobre ese Goliath con batallones y regimientos. Saca partido de tu edad, sin dejar que tu juventud se reseque y muera a causa de la imperfección de tu fe.
El anciano cuya vida se acerca a su término debe honrar sus cabellos blancos dejando que la sabiduría, rescate obligatorio de su vida presente, venga en ayuda de su debilidad actual, lo apoye en los pocos días que le quedan por vivir, confiando en su vejez para conservar la pureza de su bautismo. ¿Qué temor pueden inspirar las pasiones de la juventud al anciano que casi no tiene tiempo para respirar? ¡Se trata, entonces, de esperar a la muerte, cuando ya no se inspira más ni piedad ni odio, para aceptar el baño de la salvación; o bien se desean aún los restos del placer, cuando sólo queda un resto de vida! ¡Qué vergüenza, haber pasado la edad de las pasiones y conservar los desarreglos, o dar la impresión de que se los conserva, por la manera en que se retrasa la purificación del bautismo! Incluso los niños: no dejéis tiempo a la malicia para apoderarse de ellos, santificadlos cuando todavía son inocentes, consagradlos al Espíritu cuando todavía no hayan sacado los dientes. ¡Qué pusilanimidad y qué falta de fe la de las madres que temen al carácter bautismal por la debilidad de su naturaleza! Antes de haberlo traído al mundo, Ana dedicó a Samuel a Dios, e, inmediatamente después de su nacimiento, lo consagró; desde entonces, lo llevó vestido con un hábito sacerdotal sin ningún temor de los hombres, a causa de su confianza en Dios.
No hay necesidad, entonces, de amuletos ni encantamientos, medios de los que se sirve el maligno para insinuarse en los espíritus demasiado ligeros y tornar en su beneficio el temor religioso hacia Dios: oponedle la Trinidad, grande y hermoso talismán.
¿Qué podemos agregar? Para practicar la virginidad, recibe el sello de la pureza, conviértela en asociada y compañía de tu vida; permítele ordenar tu conducta, tus palabras, cada uno de tus miembros, de tus movimientos, de tus sentimientos. Rodéala de honores para que constituya tu belleza, para que otorgue a tu rostro todo su encanto y lo adorne con una diadema de atractivos. Unido por los lazos del matrimonio, agrégale los del sello bautismal, recurre a él continuamente para salvaguardar tu continencia, con más seguridad, no hay duda, que innumerables eunucos y porteros. Independientemente de los lazos de la carne, aborda sin temor la iniciación bautismal, pues es posible permanecer puro después del matrimonio, soy yo quien lo garantiza, cuando concluyo y presido tales uniones. El carácter más honorable de la virginidad no hace del matrimonio una condición sin honor. Lo digo ante el ejemplo de Cristo, el esposo y el novio que hizo un milagro en favor de un matrimonio y honró esa unión con su presencia. Solamente es necesario que el matrimonio sea puro y esté despojado de toda concupiscencia grosera. Yo sólo pido una cosa: que cada uno reciba el bautismo para su seguridad y consagre, a ese don, un tiempo de castidad. Esos momentos reservados a la plegaria son más preciosos que todos los negocios y deben ser fijados por un acuerdo y un consentimiento común. No es la ley, sino un consejo, pues queremos, en vuestro interés y por vuestra seguridad común, interesarnos un poco otros asuntos.
Para decirlo todo de una vez, el bautismo es singularmente útil a todo género de vida y a toda situación; el hombre libre lo considerará como un freno; el esclavo, como una señal de igualdad con su amo. Consuelo para el desaliento, disciplina reguladora para los desbordamientos del temperamento, es para el pobre una riqueza segura y para el hombre acomodado una garantía de que administrará bien su fortuna. Que no imagine que esto es en contra de su salvación, pues si intenta engañar a los otros, se puede engañar a sí mismo: una broma respecto a su salvación sería demasiado arriesgada y demasiado necia.
18. En lo relativo al peligro de que el contacto con la multitud y las manchas de la vida política agoten la misericordia divina, mi respuesta es categórica: en la medida de lo posible, es necesario huir del ágora y su brillante concierto en un vuelo de águila o, mejor, de paloma (¿puede haber algo en común entre el cristiano y César o las gentes del César?). En la medida en que se rehúse toda concesión, no habrá ni pecado, ni mancha, ni mordedura de la serpiente sobre la ruta, para detener la marcha en el camino divino. Es necesario arrancar el alma del mundo, huir de Sodomía y su incendio, marchar sin volverse para no ser transformado en estatua de sal, buscar la salvación en dirección a la montaña, para no resultar quemados en el incendio.
Sin embargo, en caso de que, retenido por lazos anteriores, no se pueda huir del mundo de esa manera, he aquí el razonamiento que yo haría si estuviera en vuestro lugar. Lo preferible es unir a la pureza bautismal el triunfo sobre el pecado, pero si se debe considerar la alternativa, es necesario, a veces, aceptar alguna mancha leve en el contacto con el pueblo antes que perder totalmente la gracia; del mismo modo a mi parecer, es preferible sufrir un reproche de un padre o un maestro, antes que ser expulsado por él; ver poco, a permanecer en la completa oscuridad. La sabiduría obliga a elegir los mejores bienes y los más perfectos, e, igualmente, los males menores y más leves.
De igual modo, no se debe temer exageradamente un castigo purificador infligido por el juez bueno y misericordioso que considera nuestras ocupaciones en el momento de apreciar nuestra conducta. Y a menudo, a sus ojos, un mediocre esfuerzo moral realizado en medio del mundo, es más valioso que una vida solitaria que no llega a la perfección. De la misma forma, resulta más admirable dar algunos pasos sufriendo impedimentos, que correr libremente sin llevar ninguna carga; sobresalir sólo un poco en medio del estiércol, que conservar una perfecta limpieza transitando sobre una ruta limpia. La prueba está en que, a pesar de su conducta por demás criticable, la cortesana Rahab fue justificada moralmente por la práctica de la hospitalidad, y en que la humildad elevó al publicano que no podía alegar otra cosa. Esos ejemplos muestran que no se debe desesperar demasiado fácilmente acerca de sí mismo.
19. Pero se objetan desventajas al hacerse bautizar rápidamente: uno, por este medio, se prohibe los encantos de la vida cuando podría abandonarse al placer y recibe, en cambio, solamente el beneficio de la gracia. Los primeros en trabajar en la viña no recibieron más y los últimos obtuvieron el mismo salario. La objeción, muy común, nos saca de la confusión; haciéndola, se revela la razón profunda que nos empuja a postergar el bautismo. Yo no alabo en ella la malicia, sino la franqueza. Vamos, comprended bien el sentido de la parábola, para no experimentar la desdicha de apoyaros en la Escritura equivocadamente.
En primer lugar, no se trata aquí del bautismo, sino de las diferentes épocas en que se abraza la fe y se entra en la hermosa viña de la Iglesia; desde el día y la hora en que se adhiere a la fe, se solicita también el trabajo.
A continuación, si se tiene en cuenta la fatiga, los primeros en llegar pueden estar en ventaja, pero no lo están si se tiene en cuenta la buena voluntad de la decisión. Incluso, aunque la pretensión pueda parecer paradojal, se podría decir que a los últimos se les debería un salario mayor. Su llegada más tardía se debió, únicamente, al retraso del llamado para trabajar en la viña. Pero podemos ver, sin embargo, su superioridad sobre los demás, ya que los primeros se rehusaron a tener confianza y no entraron sin antes haber convenido el salario.
Los otros se dirigieron al trabajo sin previo acuerdo, signo de una fe más grande.
Los unos mostraron su naturaleza celosa y querelladora, nada de eso se puede reprochar a los otros. Aquéllos, entonces, a pesar de su mala intención, recibieron su salario estricto, mientras que a éstos se los favoreció. Así, a justo título, los primeros, por razón de su necedad, fueron privados de una mayor recompensa. Pero, examinemos bien lo que recibieron los últimos. Está claro: un salario igual. ¿Por qué, entonces, acusar al empleador de ser parcial puesto que paga el mismo salario a todos? Por todos los defectos que hemos denunciado, los primeros pierden la ventaja de su sudor, aunque hayan trabajado antes que los otros. La buena voluntad compensa, entre los últimos, la fatiga que soportaron los primeros; es por consiguiente justo distribuir a todos un salario igual.
20. Pero, entremos en una interpretación semejante y supongamos que la parábola hace alusión al bautismo. ¿Qué te impediría, si llegaste primero y fuiste quemado por el calor del sol, en lugar de tener envidia de los recién llegados, poseer, por ese medio, la ventaja de tu bondad? ¿Qué te impide tomar la retribución, no como un favor, sino simplemente como el salario que había sido convenido?
Pero tú agregas que los obreros que trabajan en la viña sólo reciben su salario si trabajan sin fallar. He aquí el peligro que temes. Es por ello que, si te has asegurado de obtener el bautismo con tales sentimientos, a pesar de la deshonestidad que hay en escapar al trabajo, sería excusable que te refugiaras en razonamientos parecidos y trataras de conseguir los favores del amo. Yo no hablo de la recompensa que el trabajo comporta en sí mismo, porque no todo consiste en el espíritu mercantil. Pero sucede que te arriesgas, con ese comercio, a ser expulsado por completo de la viña. Y apartando fraudulentamente pequeños granos, te arriesgas a perder lo principal. ¡Vamos!, obedece mis consejos, abandona tus exégesis contradictorias, acércate al bautismo sin considerar razonamientos por temor a ser llevado sin haber alcanzado lo que esperas, y no trabajes inconscientemente contra ti mismo imaginando semejantes sofismas.
21. Sin embargo, se dice, Dios es misericordioso: conociendo nuestros pensamientos, explorando nuestros deseos, acordará al deseo del bautismo el mismo valor que al bautismo mismo. Sería una concepción ininteligible pretender que la bondad divina pueda considerar como iluminado a aquel que no ha recibido la Juz y admitir en el reino de los cielos a aquel que quiere entrar en él sin practicar la ley de ese reino. Yo diré, sin temor, mi sentimiento, esperando que mis oyentes inteligentes lo compartan.
Antes de su bautismo, algunos eran totalmente extraños a Dios y a la salvación y, en su empecinamiento por hacer el mal, estaban sumergidos en vicios de toda clase. Otros, por así decir, semi-malvados, se encontraban a mitad del camino entre la virtud y el vicio, hacían el mal sin consentir plenamente sus actos del mismo modo que los afiebrados no aceptan su enfermedad. Existían otros que, incluso antes de su iniciación bautismal, merecían alabanza: algunos, por su buen natural, otros, por su celo en purificarse preparándose para el bautismo y que, después del bautismo, se mostraron, por su manera de aprovechar sus beneficios, todavía más seguros de conservarlos. Entre todos, aquellos que sólo se dedicaban mediocremente al vicio, eran mejores que los francamente malvados; y mejor aún que tales semi-convertidos, son aquellos que, con mucho celo, purificaron su conciencia antes del bautismo; su tarea, en efecto, fue más considerable. Pues si bien el bautismo destruye el pecado, no suprime las buenas acciones; de tal modo, mejores todavía que éstos, son aquellos que, después de haber recibido el bautismo, cultivan la gracia purificándose lo más posible para alcanzar la belleza del alma.
22. Entre los no bautizados, algunos, en la medida de su ignorancia o de su maldad, viven como los rebaños o como las fieras. A sus otros males se agrega el de considerar la gracia bautismal, a la vez como poco respetable y totalmente superflua y, en consecuencia, la desprecian. Otros conocen el favor bautismal y su valor, pero a causa de su indolencia o de sus deseos insaciables, difieren su recepción. Otros, en fin, no pueden recibirla a causa de su poca edad o de alguna circunstancia completamente involuntaria: a pesar de su deseo, no pueden obtener esa gracia.
Como para los bautizados, hay entre ellos mucha diferencia. El desprecio absoluto de la gracia es más culpable que la pasión insaciable, que la pasión desenfrenada o la indolencia que hacen desdeñar la respuesta a sus beneficios; esta misma es todavía condenable y no, en cambio, la imposibilidad de recibir el don por impotencia personal o por causa de las acciones de un tirano. Éste, en efecto, se limita a mantener al hombre en su error, a pesar de sí.
Yo pienso que, entre ellos, los primeros serán castigados por su desprecio hacia el bautismo tanto como por su maldad. Los restantes serán castigados también, pero menos duramente, por haber construido su desdicha empujados por su necedad más que por la maldad. Los últimos no recibirán, del juez justo, ni glorificación ni castigo: privados del sello bautismal, sin falta por su parte, sufrirán el daño aunque no lo hayan causado. Pues (se puede no merecer castigo y además, no merecer honor) la imposibilidad de castigar justamente entraña también la imposibilidad de honrar.
Señalo además que, si el solo proyecto de matar entrañara la misma culpabilidad que la perpetración del crimen, se podría entonces, conforme a vuestra opinión, considerar como bautizado a aquel que lo ha deseado pero no ha recibido el bautismo. Si tal hipótesis es factible, no veo la exactitud de vuestra opinión. O bien, si así lo queréis, desde el momento en que el deseo posee la misma eficacia que el bautismo mismo y que, por esta razón, reivindicáis para él la gloria del cielo, que os baste, en cuanto a esa gloria, poseer nada más que el deseo de alcanzarla. ¿Qué daño puede haber para vosotros en no obtenerla, si podéis conservar el deseo de lograrla?
23. Entonces, tal como habéis escuchado decir: “Avanzad hacia él, recibid su luz y vuestros rostros no deberán temer la confusión,” de haber faltado a la gracia. Recibid la iluminación (bautismal) mientras todavía es tiempo para evitar que “la oscuridad se ponga a perseguiros, os prive de la luz y os aprisione.” “La noche viene después de esta vida y nadie puede entonces trabajar.” La primera máxima era de David: se refiere a la verdadera Luz que ilumina a todo hombre a su llegada al mundo. Considerad, por el contrario, la amargura de los reproches dirigidos por Salomón contra vuestra pereza y vuestra indolencia: “¿Cuánto tiempo es necesario para convencerte, perezoso? ¿Cuándo despertarás de tu sueño?” Pero vosotros ponéis por delante esto y aquello, todos malos pretextos para permanecer en vuestras faltas: “Yo espero la fiesta de las Luces... la Pascua me parece preferible...
Esperaré a Pentecostés...” En un primer momento os parece preferible ser iluminado con Cristo, luego resucitar con él en el día de su resurrección, finalmente, honrar la manifestación del Espíritu. ¿Y todavía más? Vuestro fin llegará súbitamente, en un día inesperado, a una hora que no podéis conocer: en seguida, malvado viajero, conoceréis el dolor de no poseer la gracia, permaneciendo hambriento en medio de una tal profusión de bondad. Para que suceda lo inverso, será necesario, por el contrario, apresurarse a recoger la cosecha, apagar la sed en la fuente con el ardor del ciervo sediento que se precipita hacia el manantial y calma en sus aguas la fatiga de haber corrido demasiado; evitar, sobre todo, el sufrimiento de Israel por la sequía debida a la falta de pozos o, como el héroe de la fábula, el suplicio de la sed junto a las aguas de una fuente. Sería tan terrible tratar de realizar los negocios una vez que el mercado ha terminado como ponerse a buscar alimento después de haber pasado junto al maná sin tocarlo. ¡Terrible desdicha la de una reflexión demasiado tardía; cuando se comprende el daño en el momento en que ya no se lo puede evitar, después de la muerte y la sanción divina sobre los actos de cada uno: castigo de los pecadores y exaltación de los santos!
De tal modo, sin demorar en acceder a la gracia, poned toda vuestra diligencia en evitar que un malvado se apodere de ella antes que vosotros, que un adúltero se os adelante, que un avaro esté mejor colocado que vosotros, que un asesino tome la recompensa antes que vosotros; o un publicano o un libertino, todos aquellos que toman con todas sus fuerzas el reino de los cielos, se apoderan de él. Pues la bondad divina consiente en que sea tomado por la fuerza y celosamente conservado.
Yo os aconsejo, mis amigos, poner tanta hesitación ante un hecho malo como prontitud en obtener vuestra salvación: existe tanto daño en el apresuramiento para hacer el mal, como en el retardo opuesto al bien. Si sois invitados a un banquete, {guardaos de acudir! Si se os invita a incurrir en apostasía, ¡retiraos con horror! Frente a la sugestión de los malvados: “ven con nosotros a perpetar un homicidio y engañar a la justicia enterrando a la víctima inocente,” ¡guardaos de escuchar! Poseeréis, así, la doble ventaja de hacer conocer su falta a esos descreídos y de apartaros de su mala compañía. Pero cuando escuchéis al gran David deciros: “Venid, alabemos al Señor” y a otro profeta: “Venid, subamos a la montaña del Señor,” y si el mismo Salvador dice: “Venid a mí los que estáis fatigados bajo el peso de vuestra carga, yo os aliviaré,” o bien, “Levantaos, salgamos de aquí, más resplandecientes que la nieve, más blancos que la leche, más brillantes que el zafiro, no resistáis, no demoréis.
Imitemos a Pedro y a Juan, como ellos se apresuraron hacia la tumba y la resurrección, apresurémonos nosotros hacia el bautismo; corramos juntos y rivalicemos en la carrera para ser los primeros en tomar el bien por el que luchamos. No vayáis a decir: “Id vosotros, y volved mañana para que yo reciba el bautismo,” cuando podéis beneficiaros hoy. Ni tampoco: “Yo quiero tener cerca de mí a mi madre y mi padre, mis hermanos, mi mujer, mis hijos, mis amigos, todos los que yo respeto, para recibir ante ellos la salvación.
En tanto no estén todos aquí, no será todavía el momento para esa exaltación celestial.” ¡Desdichados, os arriesgáis a que aquellos a quienes esperáis asociar a vuestra alegría, lleguen para tomar parte en vuestro duelo; tanto mejor si ellos están allá, de lo contrario no los esperéis más!
Podéis avergonzaros de pedir vuestro regalo para el bautismo, de la túnica blanca que os hará resplandecer, de los regalos que ofreceréis a vuestros padrinos para obtener su favor. Sin duda pensáis que esos detalles son de absoluta necesidad y que en vuestra consideración la gracia divina debe pasar a un segundo plano; ¡no entréis en esas pequeñeces a propósito de la grandeza del sacramento, no tengáis un pensamiento tan bajo! ¡Debéis colocar el misterio sagrado en un lugar más alto que todo lo visible! ¡Ofreceos personalmente a Dios! ¡Revestid a Cristo! Dadle vuestra buena conducta como alimento, ésa es la señal de amistad más sensible y la que produce mayor placer a Dios a cambio de un beneficio tan grande. No hay cosa más considerada por Dios que aquello que pueden dar también los pobres, aquello de lo que no pueden ser dispensados los ricos. Por lo demás, aunque existe superioridad de la riqueza sobre la pobreza, la generosidad supera a la riqueza.
24. Que nada os impida continuar adelante ni retarde vuestro propósito. En el calor de vuestro deseo tomad el objeto deseado: como sucede cuando se baña el hierro al rojo con el agua fría, cuidad que nada sobrevenga que pueda quebrar vuestro impulso. Del mismo modo que yo tengo el lugar de Felipe, tomad vosotros el de Candacio, para decir con él: “He aquí agua, ¿qué impide que sea bautizado?,”29 con toda la alegría de tomar al vuelo la ocasión de un beneficio tan grande. Pedid, recibid el bautismo y con él la salvación. Si tenéis el cuerpo negro de un etíope, dad a vuestra alma toda su blancura, asegurad vuestra salvación, el privilegio más elevado y el más considerable que existe a los ojos de la inteligencia.
No exijáis que os sea administrado por un obispo metropolitano, ni incluso el de Jerusalén — la gracia no se relaciona con los lugares, sino con el Espíritu — ni tampoco por alguien de alto linaje con el pretexto de que sin ello vuestra nobleza se vería ultrajada. Ni por un sacerdote que sea célibe y que lleve una vida de angélica continencia por temor de que alguien os ensucie en el momento mismo de vuestra purificación. No hay que exigir garantías morales a aquellos que distribuyen el bautismo o la palabra de Dios: existe otro que debe juzgarlos, semejante a un hombre por el rostro, pero que, como Dios, penetra en el fondo de los corazones. Considerad que cualquiera posee el derecho de administrare! bautismo, siempre que sea un sacerdote aprobado, exento de condenación infamante y no separado de la Iglesia. No juzguéis a vuestros jueces, vosotros que personalmente tenéis necesidad de sus medicamentos; rehusaos a argumentar sobre la dignidad de aquellos que os purifican, a diferenciar entre aquellos que os engendran para la fe. Que sean mejores o más débiles unos que otros, todos os son igualmente superiores.
Seguid mi comparación: si existen dos anillos, uno de oro y el otro de hierro, cincelados ambos con el mismo sello real que sirve para imprimir su marca en la cera, ¿existirá en tal caso diferencia entre las dos improntas? Ninguna. Evidentemente, nadie podrá reconocer la materia del sello que ha señalado una y otra, ni decir cuál viene del hierro y cuál viene del oro, ni explicar su identidad, puesto que tal diferencia de materia deja, sin embargo, una imagen idéntica. Lo mismo sucede con todo bautismo; cualquiera sea la superioridad social de aquel que lo administra, el valor del sacramento sigue siendo el mismo, se deben aceptar para otorgarlo a todos aquellos que están señalados por la misma fe.
25. Nadie puede argumentar sobre su riqueza para rehusar en el bautisterio la compañía de un pobre, ni sobre su nobleza de raza para rehusar la de un hombre de baja condición, ni que se trata de un amo para negarse a acompañar a aquel que es hasta ese momento su esclavo. No puede existir en ello humillación que valga ante Cristo, en quien se os otorga el bautismo y que, por vosotros, aceptó revestir la condición servil. En el día de vuestra regeneración, todas las antiguas señales desaparecerán, recubiertas por la señal de Cristo.
Aceptar el reconocimiento público de los errores, tal como se hacía en el bautismo de Juan, para que la vergüenza que de ello resulta evite la vergüenza en el más allá, es una parte integrante del castigo que se debe soportar y sirve para demostrar el arrepentimiento real por esos errores, presentándolos al desprecio público. Recibir de buen grado el beneficio espiritual de un exorcismo que por su extensión llevaría a rehusarlo, es la piedra de toque de la actitud con que se debe recibir el don del bautismo. ¿Comporta acaso tantos esfuerzos como los de la reina de Saba para venir desde las extremidades de la tierra a comprobar la sabiduría de Salomón? ¿Acaso no hay aquí algo mucho más importante que la sabiduría de Salomón? Si, para llegar al bautismo, vale la pena enfrentar la longitud de la ruta, la extensión de los océanos, incluso el fuego que atraviesa el camino y todos los obstáculos grandes y pequeños, ¡cuánta necedad habrá en diferirlo cuando se puede obtener sin penurias ni trabas el objeto de los deseos!
“¡Sedientos, venid a la fuente!” — para responder a la invitación de Isaías — , incluso sin dinero, venid a hacer vuestras compras y a beber el vino sin desembolsar nada. ¡Qué empresa inspirada por el amor! ¡Qué facilidad en la adquisición! Para obtener el bien es suficiente desearlo y ponerse a buscarlo con un ardor proporcionado a su inmenso valor. Existe una sed que resulta saciada en aquel que prodiga el bien hacia quien lo recibe. Muy cerca de vosotros, con la abundancia de sus dones, está Cristo, poniendo más placer en dar que en recibir. Solamente tened cuidado de que no os reproche mezquindad si le pedís demasiado poco, o beneficios indignos de su generosidad.
¡Qué felicidad que Cristo, como la Samaritana, pida solamente beber y otorgue, en cambio, la fuente de la que brota la vida eterna! ¡Qué felicidad que él siembre arroyos en una tierra que será mañana trabajada y regada aunque hoy se encuentre, por culpa de su aridez, pisoteada por el asno y por el buey y violentada por su desatino! ¡Qué felicidad también, para el oasis seco, invadido por los juncos, ser regado por el Señor, que le hace producir, en lugar de los tallos groseros e inútiles de esos juncos, el trigo que alimentará a los hombres! Todas son razones para esforzarse por obtener la gracia ofrecida a todos los hombres.
26. Todo esto está bien dicho para aquellos que solicitan por sí mismos el bautismo, pero ¿qué podemos decir de los niños, todavía de poca edad, que son incapaces de darse cuenta del peligro en que están y de la gracia del sacramento? ¿Se los bautizará también? Ciertamente, en caso de peligro inmediato es mejor bautizarlos sin su consentimiento que dejarlos morir sin haber recibido el sello de la iniciación. Estamos obligados a decir lo mismo que respecto a la práctica de la circuncisión, la que se realizaba en el octavo día prefigurando el bautismo y que también se ejercitaba sobre niños desprovistos de razón. De la misma manera se realizaba la unción sobre los travesanos de la puerta y que, aun cuando se tratara de cosas inanimadas, protegía a los primogénitos.
¿Respecto a los demás niños? He aquí mi opinión: esperad a que lleguen a la edad de tres años, de modo que sean capaces de comprender y expresar someramente los misterios; a pesar de la imperfección de su inteligencia, reciben la señal, y su cuerpo, lo mismo que su alma, se encuentra santificado por el gran sacramento de la iniciación. Ellos deberán rendir cuenta de sus actos en el momento preciso en que, en plena posesión de la razón, lleguen al conocimiento completo del Misterio, pues no serán responsables de las faltas que les haga cometer la ignorancia propia de su edad. Además, de todos modos les resulta ventajoso poseer la muralla del bautismo para protegerse de los peligrosos ataques que caen sobre nosotros y sobrepasan nuestras fuerzas.
27. Pero, se dirá, Cristo, que es Dios, se hizo bautizar a los treinta años y tú nos empujas a precipitarnos al bautismo. Afirmar de ese modo su divinidad, es lo que resuelve la objeción. Él, la pureza misma, no necesitaba purificación, pero se hizo purificar por vosotros como por vosotros se hizo carne, pues Dios no tiene cuerpo. Además, él no corría ningún peligro por retardar su bautismo, pues podía regular a voluntad su sufrimiento como había regulado su nacimiento. Para vosotros, por el contrario, no sería pequeño el peligro, en caso de abandonar el mundo sin haber recibido, a vuestro nacimiento, más que una vida perecedera, sin estar revestidos de incorruptibilidad.
Yo os señalaré, además que la fecha de su bautismo se le imponía, y que vosotros carecéis, absolutamente, de la misma razón. Si debía manifestarse a los hombres a la edad de treinta años, y no antes, para evitar cualquier apariencia de vanidad, defecto común de los tontos, y porque esa edad, permitiéndole exponer adecuadamente su virtud le otorgaba ascendiente para enseñar magistralmente al mundo, era necesario que concurriera a esa misión con todo lo que debía constituirla: su vida pública, su bautismo, el testimonio venido del cielo, la predicación, el agrupamiento de las multitudes, los milagros; todo ello formando un solo cuerpo, ni dividido ni quebrado por intervalos de tiempo. Fue, efectivamente, a continuación del bautismo y de la predicación que las multitudes se “dirigían” a su encuentro (ése es el término que utiliza la Escritura en esa ocasión). Del mismo modo que la multitud se acerca a la manifestación de los signos, los milagros traen la Buena Nueva. De esos acontecimientos nació la envidia, y de la envidia el odio; y del odio, el complot y la traición. De allí, en fin, salieron la cruz y todo el misterio de nuestra redención. He aquí, entonces, lo que ha sido el bautismo para Cristo, aquello que, por lo menos, está a nuestro alcance. Sin duda se podría además, encontrar otra explicación más misteriosa de esos acontecimientos.
28. ¿Qué necesidad hay, entonces, de apoyar tontas decisiones sobre ejemplos que trascienden la humanidad común? Muchos otros ejemplos extraídos del Evangelio manifiestan su diferencia con la situación actual, debido a distintas circunstancias.
Así, el ayuno de Cristo precedió a su tentación, el nuestro a la celebración de la Pascua. Si bien el acto de ayunar es el mismo, la ocasión en que se cumple es muy diferente: Cristo lo opuso al ardor de las tentaciones, nosotros lo hacemos como una preparación para morir con Cristo y una purificación que precede a la fiesta. Él, que era Dios, ayunó durante cuarenta días, nosotros, midiendo el tiempo en relación a nuestras fuerzas, aun cuando el celo persuade a algunos a sobrepasar sus fuerzas. Además, mientras que Cristo inició a sus discípulos en el misterio de la Pascua en una habitación alta después del festín Pascual, víspera del día en que debía sufrir, nosotros lo hacemos en nuestras casas de oración, antes de la comida, después de la resurrección; él resucitó después de tres días; nosotros lo haremos después de mucho tiempo.
Entonces, entre los actos de Cristo y nuestros ritos bautismales no hay discordancia real, solamente una discontinuidad temporal y, si bien los episodios evangélicos les sirvieron de modelo, esos ritos están lejos de ser absolutamente semejantes a ellos. ¿Puede sorprendernos, entonces, que el bautismo, adoptado para nuestras salvación, haya llegado con el tiempo a ser diferente? Más sorprendente todavía es que alguien ose hacer de esta diferencia un grave obstáculo para su salvación personal.
4. El bautismo debe transformar enteramente nuestra vida y nuestro ser.
29. En la medida en que yo os inspire confianza, enviad a paseo tales razonamientos, arrojaos personalmente hacia el bien, sosteniendo la doble lucha, primero, la de purificaros, para prepararos al bautismo, y en seguida, la de velar con cuidado para conservar su efecto en vuestra alma. Es tan difícil adquirir una ventaja que no se posee, como conservarla cuando se la posee. Frecuentemente la despreocupación hace perder las ventajas adquiridas precipitadamente, pero el esfuerzo llama nuevamente a la vida aquello que la pereza dejó morir.
Para realizar vuestras aspiraciones, os será muy útil velar por la noche, acostaros en un lecho duro, suplicar a Dios llorando por vuestros pecados, tener piedad de los míseros y compartir con ellos vuestros bienes. Todo esto para manifestar vuestro reconocimiento por el don que habéis recibido y, al mismo tiempo, para asegurar su conservación. El resumen de muchos mandatos es la beneficencia: ¡no la menospreciéis! Que las encuestas a los pobres os hagan recordar vuestra indigencia pasada y vuestra riqueza actual. Ante un nuevo Lázaro, tal vez acostado ante vuestra puerta sin pan ni bebida, honrad el banquete místico al cual os aproximasteis, el pan que habéis compartido, el cáliz que se os ha tendido, cuando, en el momento de la iniciación, se os ha dado una parte en los sufrimientos de Cristo.
En la persona del extranjero, en viaje y sin casa que os aborde, recibid a aquel que, por vosotros, vivió como extranjero aun cuando estuviera en medio de los suyos, aquel que, habiendo venido por puro favor a compartir vuestra casa, se dignó elevaros a su morada celestial. A ejemplo de Zacarías, ayer publicano y manifestando súbitamente una perfecta grandeza de alma, ofreced todas vuestras riquezas a Cristo que penetra de ese modo en vuestra casa; del mismo modo, por haber sabido ver a Cristo en vuestro huésped, apareceréis también vosotros en toda vuestra grandeza, cualquiera sea vuestra exigüidad corporal.
Frente a un enfermo y a un herido, tened en cuenta la santidad que Cristo os ha rendido, las heridas que él os ha consagrado. Envolved a todos aquellos que veis en la desnudez, por respeto a vuestra vestidura de incorrupción, que es Cristo, pues, “cuantos en Cristo fuisteis bautizados, tantos os habéis revestido de Cristo.”30
Del deudor prosternado a vuestros pies, perdonad todas las deudas, legítimas o no, ante el recuerdo de los diez mil talentos que Cristo os ha perdonado, cuidando de no imitar el despiadado rigor del acreedor que exige el pago de las deudas más pequeñas. Este favor lo debéis a vuestros compañeros de pena, puesto que el Maestro nos ha perdonado mucho por adelantado; por lo tanto, guardaos de ser castigados por no haber imitado la generosidad que os había sido dada como ejemplo.
30. El bautismo lava, no solamente vuestro cuerpo, sino también la imagen que lleváis, borrando vuestros pecados y rectificando vuestro comportamiento. No se limita a limpiar el lodazal que ocupaba precedentemente vuestra alma, sino que purifica, además, la fuente. Su marca imprime en vosotros, no solamente la honestidad en el mercado, sino también el desprendimiento de vuestros bienes, o, por lo menos, el abandono del bien mal habido. En efecto, ¿qué provecho existiría en recibir vosotros perdón por vuestra falta, sin que hubiera una compensación para la víctima del daño que habéis hecho? Sin ello, vuestro daño es doble: por haber adquirido deshonestamente y por conservar la ganancia. La absolución por el primero os dejaría culpables del segundo mientras el bien perteneciente a otro estuviera en vuestro poder; vuestra falta no habría desaparecido, sólo estaría, temporalmente, cortada en dos. Una parte habría sido perpetrada antes del bautismo, la otra se prolongaría después de él. El bautismo lava las faltas cometidas en el pasado, no las que se continúan cometiendo.
El bautismo no debe señalar al alma con un ligero tinte sino con una impronta profunda. Es necesario que seas clarificado íntegramente y no superficialmente. No basta que la gracia arroje un velo sobre los pecados, es necesario que los elimine. “Felices aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas.” Se trata, aquí, de la purificación completa. “Y aquellos cuyo pecado ha sido cubierto por un velo.” Se trata ahora de aquellos que no han sido todavía purificados en profundidad. “Bienaventurado el hombre a quien el Señor no imputará ya su pecado.”31 He aquí una tercera categoría de faltas, las acciones que no son dignas de alabanza, pero en las cuales la voluntad no ha tenido parte.
31. ¿Qué decir? ¿Qué razonamiento sostener? Ayer, alma encadenada, curvada por tu pecado; hoy, has sido enderezada por el Verbo. No te curves nuevamente, no te inclines hacia la tierra como si hubieras sido cargada por el Maligno con una picota; no permitas que reaparezca tu bajeza.
Ayer tú te disecabas, cubierta por un flujo de sangre — tú hacías correr tu pecado de escarlata — , pero hoy tu sequedad ha pasado, has florecido, tocando los dobleces del manto de Cristo has detenido tu derramamiento. Conserva el efecto de tu purificación, no dejes comenzar nuevamente tu flujo de sangre, no te coloques en un estado que te obligue a tocar a Cristo para recuperar la salvación. Pues Cristo, aun con su extrema bondad, no quiere que se lo invoque muy a menudo.
Ayer, tú estabas acostado sobre un lecho, abandonado y quebrado; hacía falta un hombre que te arrojara en la piscina cuando el agua se agitara. Hoy, has encontrado a ese hombre, que es también Dios, o mejor, Dios y hombre. Has sido levantado de tu lecho, o mejor, has levantado tu lecho por ti mismo y has publicado ese beneficio. No caigas nuevamente, por tus faltas en el lecho. Ese lecho de pecado donde el cuerpo se revuelca en los placeres. Comienza mejor a caminar en la postura en que te mantienes; recuerda esta orden: “Hete aquí curado: no peques más, por miedo a que te suceda lo peor,” si muestras malicia después de ese beneficio.
“Lázaro, ven afuera.” Acostado en la tumba has escuchado ese llamado resonante — pues no hay voz más imponente que la del Verbo — ; tú has salido, tú, que estabas muerto, no sólo durante cuatro días, sino por mucho tiempo más. Tú has resucitado con Cristo en el tercer día, no vuelvas a caer ahora en la muerte, no te unas a aquellos que habitan en las tumbas, no te dejes confundir por tus propios pecados. Pues no es seguro que puedas resucitar y salir de la tumba cuando resuciten todos, al fin de los tiempos. Pues, ese día, toda la creación será reunida ante el tribunal, no para ser curada, sino para ser juzgada y rendir cuentas de los tesoros que haya acumulado, en el bien o en el mal.
32. Si estuviste hasta ahora cubierto de lepra, esa horrible enfermedad, si has sido limpiado de ese humor maligno y has recuperado un alma sana, entonces muéstrame a mí, tu sacerdote, que has sido purificado, para que yo reconozca que esa purificación es más real que la reclamada por la ley. No estés entre los nueve ingratos, imita al décimo leproso. Aunque fuera un samaritano, tenía más nobles sentimientos que los otros. Cuídate de no cubrirte nuevamente de lepra para no tener que buscar otra vez la cura de esta enfermedad.
Antes, la avaricia y la mezquindad secaban vuestras manos; que hoy la limosna y la bondad te las hagan extender. Los cuidados que debemos prodigar a nuestra mano enferma consisten en ofrendar, en dar a los pobres, en tomar de los bienes que tenemos en abundancia hasta tocar el fondo; y puede ser que ese fondo se transforme en fuente de alimento para ti, como sucedió con la viuda de Sarepta; sobre todo, si tu huésped fuera Elías, hay que considerar como hermosa riqueza el quedarse sin recursos por causa de Cristo, que se empobreció por nosotros.
Si estás sordo y mudo, debes retener aquella palabra que ya resonó para ti. No cierres tus oídos a la enseñanza y a los consejos del Señor, como una serpiente ante el encantador. Si estás ciego y sin luz, aclara tus ojos para no caer en el sueño de la muerte. En la luz del Señor, contempla la luz. En el Espíritu de Dios, fija los ojos sobre el Hijo, la luz trinitaria e indivisa. Si recibes toda la Palabra, concentra sobre tu alma todas las curaciones de Cristo, todas aquellas de las que cada uno se ha beneficiado.
Sobre todo, no olvides que la gracia tiene límites. Ten cuidado del enemigo, que no llegue mientras tú duermes sin inquietudes, para perjudicarte, sembrando la cizaña sobre el grano bueno. Que, después de haber excitado la envidia por tu pureza, no desciendas por tus pecados a concitar su piedad. Después de haber alcanzado el bien que recibiste, después de haber sido elevado por encima de toda medida, cuídate de no caer en medio de tu vuelo. No temas preocuparte excesivamente por conservar la pureza bautismal. Pon en tu corazón los caminos que suben hacia el Señor. Conserva con cuidado el acta del perdón que has recibido por un puro favor. pues, si bien el perdón te vino sólo de Dios, te corresponde a ti velar celosamente por conservarlo.
33. ¿Cómo lograrás esto? Recuerda siempre estas palabras y podrás perfectamente acudir en tu propia ayuda. El espíritu impuro y grosero salió de ti, fue arrojado de ti por el bautismo. No soporta haber sido expulsado, no se resigna a permanecer sin morada y sin hogar. Vaga por lugares áridos, donde le falta el divino rocío. No es allí donde quiere estar. Ambula en busca de reposo sin hallarlo. Encuentra en su camino las almas bautizadas, a quienes el bautismo les ha lavado la malicia. Tiene horror del agua, está sofocado por la pureza como el demonio Legión por el mar. Retorna entonces a la casa de donde había salido. No tiene pudor y ama la disputa. Repite sus asaltos haciendo un nuevo intento. Si encuentra a Cristo ocupando el lugar que dejó vacío, fracasa nuevamente y se va, sin poder hacer nada, errando sin fin y lamentándose.
Mas si hallara el lugar, que fue limpiado y puesto en orden, nuevamente vacío y listo para recibir al primer ocupante que llegue, irrumpe en él, se instala allí en un sitial aún más importante. Así, este estado, para ese hombre será peor que el anterior. Esto es tan cierto que, si antes existía una esperanza de enderezamiento y de firme seguridad, ahora, en cambio, priva la malicia que ha arrojado al bien atrayendo al mal. He aquí por qué, aquel que habita la casa es el que está más seguro de conservarla.
34. Una vez más, todavía voy a recordarte la luz bautismal. Para ello, elegiré una serie de textos de la Escritura. Para mí será muy grata la tarea, — pues ¿qué hay más agradable que la luz para aquellos que la han gustado? — y para ti, mis palabras serán como una claridad en la que yo te envolveré. “La luz se ha levantado para el justo” y con ella, su compañera, “la alegría.” — “La luz luce siempre para los justos.” — “Tu esplendor maravilloso desciende las montañas eternas,” dice a Dios el Salmista; se trata, yo pienso, de las potencias angélicas que nos ayudan a hacer el bien — “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de qué tendré temor?” Tú has escuchado las palabras de David: tan pronto como pide que le sean enviadas la luz y la verdad, tan presto da gracias por haber recibido su parte, ya que ha sido señalado con la luz de Dios. La señal de la iluminación que le fue otorgada ha dejado su marca en él y se ha manifestado por afuera.
Huyamos sólo de una luz, la que viene del fuego de la violencia. No marchemos a la luz de nuestro propio fuego, ni en el de la llama en que nos consumimos nosotros mismos. Pues yo conozco, como fuego, en primer lugar, aquel que purifica, el que Cristo ha traído a la tierra, él, que se ha llamado a sí mismo un fuego espiritual. Ese fuego tiene el poder de destruir lo que hay en nosotros de material y de malvado. Cristo quiere que arda muy rápido, y nos ofrece, para encenderlo, brasas ardientes.
Conozco además un fuego que no sirve para purificar, sino para castigar. Se trata del fuego de Sodoma, mezcla de azufre y de viento, que Dios hace caer sobre todos los pecadores; o aquel que fue preparado para el diablo y sus ángeles o aquel que marcha ante la faz del Señor y que envuelve a todos los enemigos de su alrededor; y, el más terrible de todos, cómplice del gusano que carcome sin cesar, el fuego que no se extingue, sino que dura eternamente para los malvados. Todos estos fuegos son destructores, a menos que alguien prefiera imaginar un fuego más dulce, digno de aquel que castiga.
35. Así como hay dos clases de fuego, existen también dos clases de luz. La primera, antorcha de nuestra alma, dirige nuestros pasos según los designios del Señor. La segunda es engañadora, indiscreta y opuesta a la verdadera luz; contradice a la primera para engañar con su apariencia. Aunque no es más que tinieblas, toma el aspecto del mediodía, de la luz en su más bello resplandor. Así entiendo yo las palabras de la Escritura referentes a aquellos que huyen sin cesar a través de las tinieblas del mediodía. Esta luz es, en realidad, una noche, pero aquellos que se han dejado corromper por una vida sensual la miran como a una iluminación. ¿Qué es lo que dice al respecto David? “La noche me rodeaba y yo, desdichado, no lo sabía, acogiendo la sensualidad como una luz.” Es allí donde se encuentran los pecadores. Pero, nosotros debemos iluminarnos en la luz de la sabiduría y, para ello, es necesario sembrar en la justicia y vendimiar el fruto de la vida, pues tales son los hechos que garantizan la contemplación. Entonces sabremos, entre otras cosas, distinguir la luz verdadera de la falsa y evitaremos tomar el mal por bien, precipitándonos en el abismo sin darnos cuenta.
Seamos luz, tal como los discípulos lo aprendieron de aquel que es la gran Luz: “Vosotros sois la luz del mundo.” Seamos luminarias en el mundo levantando en alto la palabra de vida, es decir, siendo poder de vida para los otros. Partamos en busca de la divinidad, partamos a la búsqueda de aquel que es la primera y la más pura luz. Pongámonos en ruta hacia su claridad antes que nuestros pies choquen con montañas tenebrosas y hostiles. Conduzcámonos con decencia en la noche, como en pleno día, no caigamos en los excesos de la mesa ni en los excesos del vino, ni en la lujuria, ni en la impudicia,32 pues tales son los engaños de la noche.
36. Purifiquemos enteramente nuestro cuerpo, hermanos, y consagremos todos nuestros sentidos para que nada se escape a la iniciación, que nada reste del primer nacimiento, nada quede sin ser iluminado.
Que la iluminación bautismal toque nuestros ojos para darnos una mirada recta, para no llevar con nosotros esas imágenes deshonestas que nacen del espectáculo que nuestra vana curiosidad está siempre buscando. Pues, aun no rindiendo un verdadero culto a nuestras pasiones, tenemos, sin embargo, un alma manchada. Consideremos primero, si hay en nuestros ojos una viga o una brizna de paja, luego podremos mirar a los demás.
Que la iluminación toque nuestros oídos, que toque nuestra lengua, para que, escuchando lo que dice el Señor, él nos haga conocer su “misericordia de la mañana,” para que percibamos la exultación y la alegría que resuenan en los oídos abiertos a la gracia divina. En cuanto a nuestra lengua, que la iluminación le evite convertirse en espada acerada o en navaja afilada que desata penas y sufrimientos, que, por el contrario, atentos al Espíritu y con lengua de fuego, exprese la sabiduría oculta de Dios que se manifiesta en el Misterio.
Cuidemos nuestro olfato para no ser afeminados, para no dispersar podredumbre en lugar de expandir un aroma delicado. Respiremos sobre todo el perfume del baño que se ha vertido sobre nosotros; dejemos que nuestro espíritu se impregne con él, dejémonos hacer y reformar por él, de manera de exhalar, también nosotros, un buen olor.
Purifiquemos nuestro tacto, nuestro gusto, nuestro paladar, no otorguemos caricias afeminadas, ni gocemos en la molicie. Es mejor que toquemos, a imitación de Tomás, el Verbo que se hizo carne por nosotros. No nos dejemos tentar por las comidas suculentas y las golosinas, dejando lo más amargo a nuestros hermanos; gustemos mejor y conozcamos la dulzura del Señor. No nos contentemos con llevar débiles alivios a nuestro paladar cuando está amargo y desagradable, ofrezcámosle, mejor, la dulzura de aquellas palabras más deliciosas que la miel.
37. Además, es conveniente purificar nuestra cabeza, donde se elaboran nuestras sensaciones, pues eso es mantener erguida la cabeza que es Cristo. De allí, todas las partes del cuerpo toman su coordinación y su unión; purificar la cabeza es arrojar el pecado que nos domina, pero que a su vez es dominado por aquel que es más fuerte.
Es bueno, también, santificar y purificar nuestras espaldas para que puedan llevar la cruz de Cristo, no siempre fácil de llevar. Es bueno, incluso, santificar nuestras manos y pies — las manos para que podamos mostrarlas puras en cualquier lugar y para que puedan tomar la enseñanza de Cristo, de modo que el Señor no monte en cólera y que la acción de nuestras manos testifique la palabra, como la que el Señor confió a la mano del Profeta — y los pies, para que no corran a derramar sangre y no se precipiten hacia el mal; por el contrario, que sean calzados por el Evangelio, listos para llevarnos al premio al que estamos llamados en el cielo y a recibir a Cristo que lava y purifica.
Hay también una forma de purificar nuestras entrañas, que contienen y digieren el alimento que recibimos del Verbo; es bueno que no las tratemos como a un dios, abandonándonos a la sensualidad y a los excesos en la alimentación. Por el contrario, purifiquémoslas lo más posible, despojémoslas de su grosería para que puedan recibir la palabra del Señor y sentir un sano sufrimiento ante el tropiezo de Israel. Yo considero que el corazón y los órganos interiores son dignos también de honor. Yo confío para ello en David, cuando pide que sea creado en él un corazón puro, que sea renovado en sus entrañas un espíritu sin vueltas; de esa manera él designa, creo, la facultad de pensar con sus movimientos, las ideas.
38. ¿Y los flancos? ¿Y los ríñones? No dejemos de lado este problema. A ellos también debe alcanzarlos la purificación. Que nuestros ríñones sean ceñidos y contenidos por la moderación, como lo ordenaba anteriormente la ley para los Israelitas cuando participaban de la Pascua. Nadie es puro a la salida de Egipto. Quien no ha dominado sus pasiones, no escapa al ángel exterminador. Que nuestros ríñones sufran ese virtuoso cambio y dirijan todo su ardor hacia Dios, de modo de poder decir: “Señor, ante ti, todo mi deseo,” y “Yo no he deseado la desdicha del hombre.” Es necesario, en efecto, que nos convirtamos en hombres apasionados por el Espíritu. Así, ese dragón que hace sentir lo mejor de su fuerza sobre el ombligo y los ríñones, será enterrado, y su poder sobre esas partes quedará destruido.
Nada hay de sorprendente en que yo otorgue honor a las partes indecentes de nuestro cuerpo. Hablando así, las mortifico, las corrijo y me alzo contra la materia. Entreguemos a Dios todos nuestros miembros, consagrémoslos a él enteramente. No es necesario mayor precisión: el lobo del hígado o los ríñones con su grasa, o cualquier otra parte de nuestro cuerpo, ésta o aquélla; pues, ¿por qué debemos despreciar a las otras? Ofrezcámonos enteramente, seamos holocaustos razonables, víctimas perfectas. Hagamos una ofrenda sagrada, no sólo de nuestros brazos o de nuestro pecho, eso sería demasiado poco. Dándonos enteramente nos reencontraremos también íntegramente, pues, darse a Dios y hacerle la ofrenda sagrada de toda nuestra persona es recibir todo sin perder nada.
5. Ante todo, conserva el depósito de la fe.
Además, lo que me produce mayor placer, es conservar excelente el depósito que hace a mi vida y que regula mi marcha. Es por ello que deseo mantener intactas mis fuerzas soportando todas las miserias sin tener en cuenta las dulzuras de aquí abajo. Esta es la confesión que hoy os confío en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, con quienes os voy a sumergir en las aguas del bautismo, para que podáis ascender de nuevo con ellos.
Yo os doy, para acompañar y dirigir vuestra vida, esta divinidad, única y en todo su poder, realizada de manera idéntica en las Tres Personas, que las reúne conservando las Tres su singularidad personal; sin que exista entre ellas igualdad de esencia o de naturaleza, ni el menor acercamiento o disminución, ni de superioridad ni de dependencia relativa, sino, al contrario y desde todos los puntos de vista, una igualdad y una identidad absolutas, semejante a la unidad del cielo en su grandeza y su beldad.
Infinita conexión natural la de esos tres infinitos. Considerado en sí mismo, cada uno es Dios, el Hijo lo mismo que el Padre, el Espíritu Santo lo mismo que el Hijo, conservando cada uno su singularidad personal. Consideradas en conjunto, las Tres son un solo Dios a causa de la identidad de su naturaleza y unidad de su poder absoluto. La unidad de su inteligencia se ilumina con su trinidad y la distinción de tres conduce hacia su unidad. Toda manifestación visible de una de las tres Personas es, a los ojos de la fe, obra, también, de las otras dos. La vista puede llegar a la saciedad, pero lo esencial se escapa: no puede penetrar en la grandeza de ese misterio, sino que se debe considerar como esencial lo que escapa de ese modo a ser tomado por el espíritu. Uniendo a los tres en la contemplación, no se ve más que una antorcha sin poder separar ni medir la perfecta unidad de su luz.
40. Podemos temer, hablando de generación, estar atentando contra la soberana impasibilidad de Dios; yo temo, empleando la palabra “producción,” emitir una insolencia hacia Dios, un corte sacrilego, separando al Hijo del Padre, o la esencia del Hijo de la esencia del Espíritu.
El prodigio consiste en que esta falsa apreciación de la divinidad, no se limita a esta producción de la naturaleza divina, sino que llega hasta a subdividirla de nuevo en ella misma. Para esos pobres espíritus, atados a la tierra, no solamente el Hijo es inferior a su padre, sino que tampoco el valor del Espíritu es equivalente al del Hijo: tales son los ultrajes respecto a Dios y su creación, a los que conduce esta nueva teología. En efecto, amigos míos, constituye una lección de sabiduría cristiana, comprender que no existe en la Trinidad ninguna sujeción, ninguna creación ni introducción alguna de elementos extraños.
El divino Apóstol dijo: “Si yo buscara agradar a los hombres, no sería el esclavo de Cristo.”33 Si yo adorara a un ente creado o estuviera bautizado en un ente creado, no habría sido divinizado, mi primer nacimiento no hubiera sido transformado. Entonces, ¿qué podría yo oponer a aquellos que adoran a los ídolos de Sidón? ¿o a aquellos que adoran la imagen del Astro, divinidad algo superior a las otras dos a los ojos de los idólatras, pero que sigue siendo una criatura? ¿Qué podría oponerles, en caso de que yo rehusara adorar a esas dos Personas en las que he sido bautizado, o bien, si adorándolas lo hiciera sólo como compañeros de servidumbre? Compañeros de servidumbre, sí, incluso si los honramos un poco más, pues también entre los compañeros de esclavitud se pueden establecer diferencias y preferencias.
41. Yo podría afirmar que el Padre es más grande, pues de él las otras dos Personas, aun siendo iguales en él, tienen su igualdad y su ser. En esto todos concordamos. Pero me temo que a partir de ese principio se atribuya un rango inferior a las otras dos. Sin embargo, sería insultar al Padre, acordarle una preferencia de ese tipo, pues él no puede recoger gloria al rebajar a los que dependen de él. Además, temo que no sepan detenerse, y que adoptando ese término “más grande,” lo empleen a propósito de todo y comiencen a dividir, así, la naturaleza divina. Pues no es en relación a la naturaleza que se dice “más grande,” sino en relación a la causalidad. En efecto, para los seres que tienen la misma naturaleza, nada puede ser más o menos grande bajo esa relación. Si yo quiero honrar más al Hijo que al Espíritu, porque es el Hijo, el bautismo no me lo permite, puesto que es por el Espíritu que el bautismo me perfecciona.
42. A pesar de que se os reproche adorar tres dioses, no dejéis de conservar con el mayor cuidado el bien esencial de esta fe en la unidad de las tres Personas, y dejadme refutar la objeción. Permitidme haber sido el constructor de vuestro navío, embarcad en él sin temor, a despecho de posibles cálculos y de otros armadores; permitidme haber edificado vuestra casa, habitad allí con toda seguridad, a pesar del poco trabajo que os ha costado.
He aquí la benevolencia, la generosidad del Espíritu Santo a vuestro respecto: yo asumiré el combate, vosotros tendréis la victoria. Para mí los golpes, para vosotros la paz, pero agregad vuestras plegarias a la lucha que entablaré por vosotros. Extended simplemente vuestra mano como símbolo de fe; tengo tres piedras para golpear al extraño, tres soplos para emitir sobre el hijo de la viuda de Sarepta, para volver a los muertos a la vida. Tres abluciones de agua para verter sobre la madera del holocausto, para consagrar la víctima. Contra todo lo esperado, yo reanimaré el fuego con el agua por la fuerza del misterio.
¿Para qué continuar mi discurso? Es el momento de exponer la doctrina y no de discutirla. Yo atestiguo ante Dios y sus ángeles que seréis bautizados profesando esa fe. En el caso de que vuestro billete de inscripción sea diferente del que exige mi doctrina, venid a cambiarlo... Soy, en cierta manera, un escriba experto: transcribo la inscripción que ha sido hecha para mí: os enseño la doctrina que yo mismo aprendí y conservé celosamente desde el origen hasta llegar a mis cabellos blancos. Yo asumo el riesgo y espero la recompensa por haber perfeccionado el cuidado de vuestra alma por la iniciación bautismal.
Si profesáis esa fe, inscripta en hermosos caracteres, conservad bien todos los términos, permaneciendo inmutables a pesar de todas las circunstancias, sobre la invariable verdad.
A causa de la exactitud de vuestra profesión bautismal, imitad la firmeza de Pilatos para defender su inscripción perversa, responde a todos aquellos que quieran cambiarla: “Lo que yo he escrito, escrito está.” Sería por otra parte vergonzoso que, mientras el mal permanece invariable, el bien pudiera ser cambiado con facilidad. Es necesaria cierta flexibilidad para pasar del mal al bien, pero imprescindible una rigidez absoluta para no desviarse del bien hacia el mal.
Si vosotros os presentáis al bautismo con semejante disposición para defender la doctrina, entonces presentaré mis manos para servir al Espíritu. ¡Vamos rápidamente hacia la salvación! ¡Apresurémonos hacia el bautismo! El Espíritu bulle, yo me dedicaré a bautizaros, el Don está allí, todo está preparado. Si todavía dudáis de recibir la integridad de Dios, buscad algún otro, para bautizaros o para terminar de ahogaros. Yo, por mi parte, no deseo cortar en dos la divinidad, daros muerte en el momento en que debería haceros renacer. En un naufragio tan rápido de vuestra salvación, perderíais la gracia y la esperanza de la gracia, pues separar de la divinidad una sola de las personas es trastocar la Trinidad entera y volver imposible la salvación personal.
43. Ninguna señal, ni buena ni mala, ha sido impresa todavía en vuestras almas, como para saber si es necesario recibir en ella el sello que marcará vuestra iniciación, por lo tanto, penetremos en la nube. Presentadme las tablas de vuestro corazón, ocupando vosotros el lugar de Moisés; a pesar de la audacia de la comparación, yo inscribiré allí, con el dedo de Dios, un nuevo decálogo, resumen de vuestra salvación.
Que el monstruo de la irrazonable herejía no intente penetrar allí, so pena de ser lapidado por la Palabra (el Verbo) de la verdad. Yo os bautizaré haciéndoos profesar la doctrina, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: y el nombre único para los Tres es el de la divinidad (el de Dios). Así los gestos como las palabras de vuestro bautismo, afirmarán que vuestra renuncia a toda impiedad es una adhesión total a la divinidad.
Creed que todo el universo, visible e invisible, llamado por Dios de la nada al ser, gobernado por la Providencia de su Creador, recibe de él sin cesar un mejoramiento. Rehusaos a creer que el mal tenga por sí mismo una esencia o un dominio propio y sin origen, subsistente por sí mismo o proveniente de Dios. Creed, por el contrario, que él es nuestra obra y la del Malvado, y que es introducido en el mundo por nuestra negligencia y no por el Creador.
44. Creed que el Hijo de Dios, Verbo anterior a los siglos, engendrado por el Padre de una manera intemporal e incorporal, se convirtió por vosotros en Hijo del hombre, nacido de la Virgen María de una manera inefable y completamente pura, pues no puede haber impureza en Dios, ni en la fuente de nuestra salvación. Totalmente hombre, al mismo tiempo que Dios, vino para salvar a todos los que han sufrido, para acordar a todos la gracia de la salvación, por la destrucción de la condena del pecado. Impasible en su divinidad, pero pasible en la humanidad que había asumido, él ha compartido por y con vosotros las miserias, de modo que, gracias a él, vosotros os convertiréis en dioses.
Conducido a la muerte por nuestras iniquidades, crucificado y enterrado, resucitó el tercer día, subió a los cielos para elevaros hasta allí con él, a vosotros que estáis clavados a la tierra. Volverá, glorioso, a juzgar a los vivos y a los muertos, no encarnado y con una forma que sólo él conoce, con un cuerpo de aspecto divino; visible aun para aquellos que lo han atravesado y al mismo tiempo cuerpo de Dios desprovisto de todo peso.
Admitid, además, la resurrección, el juicio, la retribución conforme a la justicia divina: luz para aquellos cuyo corazón deberá ser totalmente purificado. Dios dejará ver y conocer, en la medida de esta pureza, eso que nosotros llamamos el reino de los cielos. Pero para los ciegos espirituales, sólo habrá tinieblas y separación de Dios, proporcional a la ceguera manifestada por ellos aquí abajo. Separada de las obras, la fe resulta muerta y, del mismo modo, están muertas las obras sin la fe; trabajad, entonces, haciendo el bien apoyados en esta doctrina. He aquí la parte del Misterio que se puede divulgar y develar a la multitud. El resto, para el beneficio de la Trinidad, lo tomaréis en vuestro interior y lo guardaréis para vosotros mismos, como depósito cuidadosamente sellado.
45. Quiero, además, agregar a mis enseñanzas que, inmediatamente después del bautismo, os alinearéis de pie delante de mi trono, elevado en prefiguración de la gloria que alcanzaréis en el cielo. La salmodia os recibirá como preludio al concierto de lo alto. Las antorchas que tendréis encendidas simbolizarán la celestial procesión de las luces; con ellas iremos al encuentro del Esposo: almas vírgenes y resplandecientes con el brillo luminoso de una fe incapaz de dejarse invadir por el sueño y la negligencia, en el temor de que arribe imprevistamente el Esposo que esperamos sin que nos falte ni el alimento ni el aceite de las buenas obras, a fin de no ser excluidos de la cámara nupcial.
El Esposo estará allí en el momento en que resuene el grito pidiendo que vaya el cortejo a su encuentro. Las Vírgenes prudentes se acercarán a su presencia con sus lámparas encendidas gracias a su amplia provisión de aceite; las otras, turbadas, irán a destiempo a pedir aceite junto a aquellas que lo tienen. Él entrará rápidamente y las prudentes entrarán con él. Las otras serán excluidas por haber desperdiciado, en prepararse, el tiempo de penetrar con el cortejo. Y derramarán lágrimas, por haber comprendido demasiado tarde el error en que las hizo caer su negligencia, ya que la cámara nupcial no puede ser abordada y permanecerá cerrada para su desdicha y a despecho de todas sus plegarias.
Por otra parte, ellas se asemejan a aquellos que desdeñan el banquete de bodas que el buen padre de familia celebra en honor del esposo de bondad, arguyendo un matrimonio recientemente concluido, un campo que acaban de comprar b una pareja de bueyes que deben entrenar: todas ellas, adquisiciones desdeñables, que por sus magras ventajas hacen sufrir la pérdida más grave. En efecto, deben ser excluidos del banquete todos aquellos que lo despreciaron, todos aquellos que lo consideraron con negligencia, todos aquellos que revistieron la túnica de impureza en lugar del traje nupcial. De nada servirán las pretenciones de aquí abajo, de llevar en lo alto un vestido de luz, o introducirse a escondidas en las filas de los elegidos: serán vanas las esperanzas con que se engañan.
Cuando hayamos entrado, entonces, el Esposo, que conoce los secretos, nos los enseñará y se ocupará de las almas que estén en su compañía. Se ocupará, pienso, de enseñarnos los misterios más perfectos y puros y nosotros podremos tomar pan; nosotros, que damos esta enseñanza y vosotros que la recibís, en el mismo Cristo nuestro Señor, a quien pertenecen el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén.
San Gregorio de Nisa.
Para la Fiesta de las Luces (Epifanía) cuando Nuestro Señor fue bautizado.34
Hoy reconozco mi rebaño, hoy reencuentro el rostro familiar de la Iglesia. Dejando de lado las preocupaciones de vuestros negocios temporales, habéis venido todos juntos a participar del culto de Dios. El edificio es demasiado estrecho para recibiros, pues lo llenáis hasta el santuario mientras que los que no han podido encontrar lugar llenan los vestíbulos, un poco como abejas. Entre éstas, algunas trabajan en el interior de la colmena, las otras vuelan alrededor de ella en el exterior. Haced lo mismo, hijos míos y que jamás decaiga vuestro celo.
Yo os ruego que comprendáis mi alma de pastor. Desde este lugar elevado donde me encuentro, domino las colinas de los alrededores y me regocijo viendo mi rebaño reunido. En esta situación, mi corazón se colma de fervor y alegría, y hablaros no me resulta más trabajoso que a los pastores entonar su canción.
Si por el contrario, os dejáis absorber por el exterior, como sucedió el domingo pasado, yo siento una enorme pena y prefiero guardar silencio. Me sentí tentado de huir, de alejarme, como el profeta Elias al monte Carmelo o a una gruta solitaria, pues los que están desanimados huyen de los hombres y buscan la soledad. Ahora que os reencuentro, todos reunidos con vuestras familias en esta fiesta, vuelven a mi memoria las palabras proféticas de Isaías cuando anuncia una Iglesia enriquecida con numerosos y hermosos hijos: “¿Quiénes son aquéllos? Planean como una nube, como palomas en dirección a sus palomares.”35 Y agrega: “Ese lugar es demasiado estrecho para mí, hazme sitio donde pueda habitar.”36 El poder del Espíritu predijo por su intermedio la gran Iglesia de Dios, que en el porvenir debía colmar la tierra de un extremo a otro.
¿Qué significa el bautismo?
Ha llegado el tiempo de recordar los santos misterios que purifican al hombre y que lavan el alma y el cuerpo de toda falta grave y nos devuelven la belleza original que el artista divino nos había otorgado cuando nos creó. Por esta razón, vosotros que habéis gustado las riquezas de la fe, os habéis reunido aquí como el pueblo consagrado. Pero traéis también a los no iniciados y, como padres, los encamináis a cumplir plenamente el servicio de Dios. Yo me regocijo con los unos v los otros; con los iniciados, pues poseéis un don real; con los no iniciados, porque estáis colmados por la maravillosa esperanza del perdón de vuestras deudas, la liberación de vuestros lazos, la reconciliación con Dios, la seguridad y la libertad y, en vez de la condición de esclavos, la igualdad con los ángeles. Todos esos bienes y todos los que se relacionan C0n ellos, nos son acordados por la gracia del bautismo.
Reservaremos para otra circunstancia los demás elementos de la Escritura, limitándonos hoy al tema de la fiesta, sobre la que hemos de meditar en vuestro provecho. Cada fiesta posee su propia riqueza. Celebramos los matrimonios con cantos nupciales, los entierros con lágrimas y lamentaciones. En los negocios hablamos seriamente, en los festines olvidamos las preocupaciones. En toda circunstancia, nos separamos del que blasfema.
Hace algunos días se produjo el nacimiento de Cristo; de aquel que nació, ante todo, como ser sensible y espiritual. Hoy, él ha recibido el bautismo de Juan para devolver la pureza a todo lo que está sucio. El Espíritu descendió para elevar al hombre hasta el cielo, para levantar lo que está caído y humillar al que lo había hecho caer.
No os sorprendáis de que Dios haya tomado tan gran preocupación por nosotros como para llegar a operar por sí mismo la salvación del hombre. El Tentador ha puesto todo su cuidado en perdernos, pero el Creador tuvo el deseo de salvarnos. Malvado y envidioso, aquél introdujo el pecado en nuestra raza humana bajo la apariencia de una serpiente similar a él: siendo impuro, habita en su semejante; rastrero y subterráneo, ha fijado su morada en un reptil. Cristo, para reparar su malignidad, se ha revestido como hombre perfecto para salvar al hombre. Se ha convertido en nuestro modelo para santificar las primicias de toda acción y dejar a los servidores el recuerdo de su celo.
El bautismo es, entonces, purificación de pecados, remisión de deudas, fuente de renovamiento y de un nuevo nacimiento. Este nacimiento es de orden espiritual y escapa a los sentidos. No es como lo imaginaba groseramente el judío Nicodemo, pensando que el viejo se convertiría en niño, que las arrugas y los cabellos grises retornarían el frescor de la juventud, o que el hombre volvería al seno de su madre, sino que, aquel que envejeció bajo el peso de una vida de pecado, reencuentra, por una gracia real, la inocencia del niño. Como un recién nacido, es libre de toda falta y de todo castigo; hijo de un nuevo nacimiento, por un don real, no tiene más responsabilidad ni cuentas que rendir.
El Agua y el Espíritu.
Recibimos este beneficio, no por el agua, pues él es mayor que la creación entera, sino por la orden de Dios y el descenso del Espíritu que viene a traernos la libertad. El agua sirve para simbolizar la purificación. Siendo que tenemos el hábito de lavar nuestros cuerpos de su suciedad por medio del agua, también la empleamos en esta acción sagrada para expresar sensiblemente la belleza interior. Más profundamente entonces, analizaremos el sentido de ese baño recurriendo a la fuente de la Escritura: “A menos de nacer del agua y el Espíritu, es imposible entrar en el reino de Dios.”37
¿Porqué ambos? ¿Por qué no es suficiente el Espíritu para que el bautismo resulte completo? El hombre es complejo, no simple, como bien sabemos. A la naturaleza mixta del hombre corresponden los remedios para su cura: para el cuerpo, que es visible, el agua que cae bajo los sentidos; para el alma, que escapa a los sentidos, el Espíritu que no se ve, al que la fe llama y que llega en el misterio: “Pues el Espíritu sopla como el viento, tú escuchas su voz, pero no sabes de dónde viene, ni adonde va.”38 Él bendice el cuerpo que es bautizado y el agua que bautiza.
No desprecies entonces el baño sagrado, y que el uso cotidiano del agua no te haga subestimar su valor. Ella opera extensamente y sus efectos son maravillosos. Es algo semejante a este altar cerca del cual estamos y que, por su naturaleza es piedra, no difiriendo en nada de aquellas que sirvieron para construir los muros y los pisos. Pero, por su consagración al servicio de Dios y por su bendición, se ha convertido en una mesa santa, un altar sin mancha, que sólo puede ser tocado por los sacerdotes y, aun por ellos, con un santo respeto. El pan es, en primer lugar, un pan común. Pero, una vez consagrado, se dice que es el cuerpo de Cristo. Lo mismo sucede con el aceite sagrado y el vino que son de escaso valor antes de su bendición, pero después de su consagración por el Espíritu adquieren, uno y otro, un maravilloso poder.
Este mismo poder de la palabra otorga al sacerdote grandeza y dignidad, separándolo, por la nueva bendición, del pueblo común. Ayer todavía, y anteriormente, él era uno con la masa, luego se convirtió en el guía, el jefe, el maestro de piedad que inicia en los divinos misterios. Nada ha cambiado en su cuerpo o en su forma externa, aparentemente sigue siendo el mismo que antes, pero una gracia y una fuerza invisible transformaron su alma, llevándola a un estado superior.
Cuando consideramos esa cosas, aun las que parecen sin importancia cobran la grandeza de sus efectos, principalmente cuando recurrimos a los ejemplos que proporciona la historia antigua. El bastón de Moisés era de nogal, una madera común, que cualquier mano puede llevar o portar, útil para todo servicio; buena, por ejemplo, para ser arrojada al fuego. Cuando quiso servirse de él para cumplir milagros maravillosos e indecibles, el bastón fue transformado en serpiente. Golpeando con él sobre el agua la transformó en sangre o produjo en ella una cantidad de ranas. También abrió el mar y las aguas dejaron ver el fondo, y así permanecieron.
Lo mismo sucedió con la vestimenta del profeta Elías, que era de cuero de cabra, y que se hizo célebre sobre toda la tierra. La madera de la cruz, por el contrario, trae a todos los hombres la salvación, aunque haya provenido, al parecer, de un árbol modesto, menos estimado que muchos otros. La zarza reveló a Moisés la presencia de Dios; los huesos de Elíseo devolvieron la vida; un poco de tierra procuró la vista del cielo de nacimiento. Todo esto se efectuó con la ayuda de una materia muerta y sin sensibilidad a la que el poder de Dios convirtió en instrumento de grandes prodigios.
Podemos entonces deducir que el agua, que sólo es agua, renueva al hombre en un nuevo nacimiento, una vez investida con la bendición de la gracia. Si alguno me replica deseando saber cómo el agua y su iniciación consuman el nuevo nacimiento, le respondería simplemente: explícame el nacimiento según la carne y yo te explicaré cómo se opera el nacimiento según el Espíritu. Encontrarás una explicación diciendo: la semilla está en el origen del hombre. Acepta entonces, igualmente, nuestra explicación: el agua que ha sido bendecida, purifica e ilumina. Si me replicas nuevamente preguntando: ¿cómo sucede eso?, te plantearé la cuestión más enérgicamente: ¿cómo una sustancia húmeda y sin consistencia puede producir un hombre? Y, si ampliamos nuestra investigación a propósito de toda la creación, podremos ejercitar nuestro espíritu con relación a cada objeto: ¿de dónde vienen el cielo, la tierra, el mar y cada cosa? En todas partes la razón humana queda perpleja y busca una expresión para apoyarse, como el enfermo un sitio para sentarse.
Para no extenderme demasiado, yo diría que en todas partes el poder y la acción de Dios son insondables, escapan a la razón y al análisis, crean con facilidad según su deseo y nos ocultan el secreto de su eficacia. He aquí por qué el bienaventurado David, admirando la creación como una maravilla sin límites, profirió estas palabras que cantamos : “{Numerosas son tus obras, oh Señor! ¡Todas las has cumplido con sabiduría!”39 Él reconoció la sabiduría sin descubrir su secreto.
Por qué tres inmersiones.
Es mejor no preocuparse por lo que está más allá del hombre y dedicarnos a lo que podemos aprehender. ¿Por qué el agua purifica? ¿Por qué tres inmersiones? He aquí lo que los Padres nos enseñan y que proporciona una explicación a nuestra razón: la creación está formada por cuatro elementos que no necesitamos enumerar porque son por todos conocidos. Los citaré para los menos informados: el fuego, el aire, el agua y la tierra. Nuestro Creador y Salvador, para cumplir su economía divina, vino sobre la tierra, el cuarto elemento, para despertar en él la vida. Cuando recibimos el bautismo, imitamos a nuestro Señor, nuestro amo y nuestro guía: no nos dejamos hundir en la tierra (pues ella es el lugar de reposo del cuerpo inanimado) sino que entramos en el elemento vecino a la tierra; y lo hacemos tres veces para simbolizar la gracia en la resurrección cumplida después de tres días. Además, no recibimos el misterio en el silencio, sino mientras son invocadas las tres personas divinas, en quienes creemos, en quienes esperamos, quienes nos otorgarán la vida presente y futura.
Tal vez estés descontento, tú que luchas en vano contraía gloria debida al Espíritu y que envidias el culto rendido a
Paráclito por aquellos que temen a Dios. Deja de molestar e incrimina, si puedes, las órdenes de Dios que prescriben a los hombres la invocación del bautismo. ¿Cuál es la orden del Señor? “Bautizadlos en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” ¿Por qué en el nombre del Padre? Porque es el principio de toda cosa ¿Por qué en el nombre del Hijo? Porque es el obrero de la creación. ¿Por qué en el nombre del Espíritu Santo? Porque es la perfección de toda cosa.
Nos sometemos al Padre para que él nos santifique; nos sometemos al Hijo por la misma razón; nos sometemos al Santo Espíritu para convertirnos en lo que él es. La santificación no es diferente, como si el Padre santificara más, el Hijo menos que él, el Espíritu menos que los otros dos. ¿Por qué divides las tres personas en tres naturalezas y haces tres dioses diferentes, siendo que recibes de todos una y la misma gracia?
Como los ejemplos hacen un discurso más claro para los oyentes, recurriré a una imagen para descubrir su error a los que blasfeman, y utilizaré lo que es humilde y propio de la tierra para develar lo que es grande y escapa a los sentidos. Si por desdicha has sido apresado por los enemigos y conducido en esclavitud, lloras la libertad perdida; pero he aquí que tres ciudadanos de tu país llegan a la región de tus amos y tiranos; te liberan de tu servidumbre con dinero, compartiendo equitativamente los gastos. Si te sucediera semejante fortuna, ¿no los considerarías igualmente como tus bienhechores y no agradecerías del mismo modo a los tres? Pues su esfuerzo y los gastos fueron los mismos, si los juzgas equitativamente.
Yo sólo quería dar un ejemplo, pues nuestro propósito es exponeros las verdades de la fe.
Símbolos del bautismo.
Volvamos a nuestro tema. La gracia del bautismo no nos ha sido anunciada en el Evangelio de la Cruz, sino que el Antiguo Testamento, antes de la encarnación de Nuestro Señor, multiplicó los símbolos de nuestra regeneración. No utilizó afirmaciones explícitas, sino que usó símbolos para revelar la benevolencia divina. Del mismo modo que el Cordero fue profetizado y la cruz anunciada, el bautismo fue también predicho en palabras y en actos.
Agar y Sara.
Queremos recordaros esos símbolos, pues la fiesta nos proporciona la ocasión. Agar, la sierva de Abraham, que Paulo cita alegóricamente en su carta a los Galatas, fue arrojada de la casa de su amo por la cólera de Sara (pues para las mujeres legítimas, las sirvientas resultan sospechosas y desagradables a causa del amo). Solitaria, vagaba en la soledad con su hijo Ismael, al que alimentaba.”0 Como carecía de lo necesario, estaba preparada para morir ella y, con mayor razón, su hijo, pues no tenía ya agua (la sinagoga no poseía más que simbólicamente las fuentes del agua y no podía otorgar el agua de la vida); de repente se les apareció un ángel y les mostró una fuente de agua burbujeante, gracias a la que pudo salvar a Ismael.
Considera la significación espiritual de ese relato. Desde el principio, el agua viva trae la salvación a aquel que va a perecer, mediante la gracia y con la intervención del ángel. Más tarde, Isaac buscará una esposa (por ello Ismael había sido arrojado de la casa con su madre) y el servidor de Abraham, encargado de la empresa de buscar una novia a su amo, encuentra a Rebeca cerca de la fuente.41 Y la unión que debía dar nacimiento a Cristo se consuma cerca de un lugar con agua.
Isaac y Jacob.
Isaac, convertido él mismo en pastor de rebaños, cava por todos lados en el desierto para obtener agua, pozos que sus enemigos ciegan y destruyen, como para simbolizar los impíos que más tarde despreciarán la gracia del bautismo combatiendo la verdad. Mártires y sacerdotes, sin embargo, cavando nuevos pozos, logran la victoria y la tierra entera resulta sumergida en las aguas del bautismo.
El episodio de Jacob, quien busca una esposa y encuentra por azar a Raquel junto a una fuente,42 tiene el mismo sentido espiritual.
Una inmensa piedra que los pastores hacían rodar cuando iban a tomar agua para ellos y sus rebaños, sellaba los pozos.
Jacob hizo rodar la piedra por sí solo e hizo beber a los corderos de su novia. Ese rasgo es, pienso, un símbolo, la sombra de lo que debía suceder. Qué representa la piedra del pozo sino al mismo Cristo, del que Isaías dijo: “He aquí que pongo como cimiento de Sión una piedra, una piedra preciosa, honorable, elegida.”43 Y Daniel: “Una piedra se ha separado sin la ayuda de ninguna mano.”44 Cristo nació de una Virgen. Es nueva e inesperadamente, una piedra que se separa del peñasco sin cantera y sin picapedrero; pero nacer de una Virgen sobrepasa cualquier otro milagro.
La piedra que cierra el pozo simboliza espiritualmente a Cristo, que oculta en el misterio el baño del nuevo nacimiento, misterio que, para develarse, necesita un largo tiempo. Nadie hará rodar la piedra salvo Israel, que es el espíritu que ve a Dios. Él toma el agua y hace beber a los corderos de Raquel, lo que significa que él devela el misterio y da a beber el agua viva a su rebaño, que es la Iglesia.
Además está el episodio de las tres varas de Jacob.45 Cuando ellas tocaron la fuente, Labán, el idólatra, se empobreció y Jacob se enriqueció en corderos. Labán simboliza el diablo, Jacob a Cristo. Después de su bautismo, Cristo arrancó al diablo sus adeptos y así se enriqueció.
Moisés.
Moisés, el gran Moisés, mientras era todavía un niño de necho, sufrió la sentencia común del cruel faraón respecto a los niños varones y fue abandonado en las riberas del río, no completamente desnudo, sino en una cesta de juncos.46 Ella simbolizaba un arca. Fue depositado cerca del agua, pues la ley la hace cercana a la gracia.
Diariamente los hebreos recurrían a las ilustraciones, que, un poco más tarde, debían ceder lugar al bautismo perfecto y admirable.
Como lo señaló el gran apóstol Pablo, el pueblo que atraviesa el Mar Rojo simboliza la salvación por medio del agua. El pueblo pasó, pero el rey de Egipto fue ahogado con su ejército. Esos hechos predecían el misterio del bautismo. Hoy, el pueblo que huye de Egipto, es decir del pecado, encuentra en el agua del nuevo nacimiento la libertad y la salvación. Pero el demonio y sus secuaces (me refiero a los espíritus del mal) roen su envidia, pues para ellos la salvación del hombre es una desdicha.
Todo esto bastaría para corroborar nuestro propósito. Pero, lo que sigue merece igual atención. El pueblo hebreo, como lo hemos visto, debió sufrir mucho y acabar la larga marcha a través del desierto. Pero sólo entró en posesión de la tierra prometida en el momento en que su guía, Josué, lo llevó sobre la ribera del Jordán. A su vez, Josué levantó doce piedras en medio del río para significar los doce Apóstoles como ministros del bautismo.47
Elías y Elíseo.
Es igualmente admirable la ofrenda, que sobrepasa todo entendimiento, del anciano de Thesbí. ¿Qué anuncia, sino la fe en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo, y la redención? Cuando todo el pueblo judío pisoteaba la fe de sus padres para dedicarse al culto de los ídolos, cuando el rey Acab se había convertido en juguete de la idolatría gracias a la compañía infame de la execrable Jezabel, maestra de impiedad, el Profeta, colmado de la gracia del Espíritu, va a encontrarse con Acab. Ante el rey y ante todo el pueblo, se enfrenta a los sacerdote de Baal con una fuerza y un coraje admirables; les propone sacrificar, sin fuego, un toro. Por ese medio pone al desnudo su ridiculez y su pobreza, pues en vano oran e invocan a sus falsos dioses. Finalmente, Elías invoca a su Dios, el Dios verdadero, y después de algunos agregados lleva a término el combate de manera admirable. No se contentó con atraer, por medio de su invocación, al fuego del cielo sobre la madera seca, sino que ordenó a sus servidores traer agua en abundancia, la derramó tres veces sobre la madera preparada y, por su plegaria, sacó del agua el fuego para encender el holocausto.”48 El encuentro de elementos contrarios, que de manera inesperada conjugaron su poder, demostró a todos la aplastante superioridad del poder ¿e su Dios.
Mediante ese sacrificio admirable, Elías nos predijo claramente la institución y la iniciación del bautismo. Cuando el agua fue vertida por tercera vez, el fuego cayó sobre el holocausto para mostrar que, allí donde está el agua espiritual, allí está el Espíritu que vivifica y arde como el fuego, que consume a los impíos e ilumina a los fieles.
El Jordán.
El discípulo de Elías, Elíseo, purificó al sirio Naamán, cuando fue hacia él buscando alivio para su lepra y le prescribió un baño en el Jordán. El uso del agua y el baño en el Jordán, anuncian el porvenir. Pues, único entre todos los ríos, el Jordán fue el primero en ser bendecido y consagrado como la fuente que trae al universo entero la gracia del bautismo.
Tales son los hechos que revelan el nuevo nacimiento mediante el bautismo. Veamos ahora las profecías que lo anuncian con palabras. Isaías exclamó: “Lavaos, purifícaos, quitad de vuestro corazón la malicia de vuestros actos”49, y David: “Miradlos y seréis iluminados, y vuestros rostros no serán confundidos.”50
Más claramente que los anteriores, Ezequiel hizo la siguiente profecía: “Extenderé sobre vosotros un agua pura y seréis purificados de todas vuestras manchas y de todos vuestros sucios ídolos.
Yo os daré un corazón nuevo y pondré ante vosotros un espíritu nuevo.
Quitaré de vosotros vuestro corazón de piedra y os daré uno de carne.
Y pondré mi espíritu ante vosotros.”51
Zacarías anuncia muy nítidamente a Jesús, que ha de llevar el hábito sucio, la carne de esclavos que llevamos. Cambiando esas vestiduras sucias por un hábito limpio y brillante, nos enseña, mediante esa imagen, que en el bautismo de Jesús abandonamos nuestros pecados como harapos de mendigo, y nos revestimos del hábito sagrado y maravilloso de nuestro nuevo nacimiento.
Del mismo modo se debe interpretar el oráculo de Isaías, gritando en el desierto:
“¡Que el desierto y la tierra árida se alegren,
que la estepa esté en la alegría y florezca como azucena.
Que florezca y se regocije el desierto del Jordán!”52
Debemos señalar que la alegría es anunciada, no sólo a las regiones sin alma y sin vida, sino también al desierto, símbolo del alma seca y despojada. Como dijo David: “Mi alma está ante ti como una tierra sedienta.”53 Y: “Mi alma tiene sed del Dios vivo y fuerte.”54
El mismo Señor dijo en el Evangelio: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba.”55 Y a la Samaritana: “Aquel que beba de esta agua no tendrá sed; pero aquel que beba del agua que yo le daré, ¡no tendrá sed jamás!”56
La gloria del Carmelo, es decir la gracia del Espíritu, será otorgada al alma sedienta como el desierto. Pues Elías habitó el monte Carmelo (montaña que se hizo célebre por la virtud de ese huésped), Juan Bautista, colmado del Espíritu de Elías, santificó al Jordán, he aquí por qué el profeta anunció que la gloria del Carmelo sería dada al río. Y fue dado al río el esplendor del Líbano, del que habla la parábola de los grandes árboles. El Líbano, en efecto, encuentra en los árboles que produce y alimenta una fuente de admiración, el Jordán es del mismo modo celebrado porque trae a los hombres el nuevo nacimiento en el paraíso de Dios. Al decir del Salmista, ellos florecen en virtud, su follaje no se seca, sino que Dios, en el tiempo elegido, cosechará con alegría su fruto y se complacerá como un jardinero con su obra. David, que profetizó las palabras del Padre sobre su Hijo en el momento del bautismo, para indicar a sus oyentes su dignidad divina, a pesar de su apariencia humana, escribió en el libro de los Salmos: “La palabra del Señor sobre las aguas, la voz del Señor en majestad.”57
Vivir el bautismo.
Debemos terminar con los testimonios de la Escritura. Nuestro discurso se prolongaría sin fin si quisiéramos enumerarlos todos para unirlos en un solo libro. Todos vosotros, que glorificáis el don del nuevo nacimiento y estáis orgullosos de vuestra renovación y de vuestra salvación, mostradme después de esta gracia mística el cambio operado en vuestras costumbres; dejadme ver, en la pureza de vuestra vida, cuánto os ha mejorado. Aquello que cae bajo los sentidos no cambia, la forma del cuerpo sigue siendo la misma y, en la estructura de la naturaleza visible, nada se modifica.
Necesitamos por lo tanto, una prueba para distinguir el hombre nuevo, necesitamos signos para discernir al hombre nuevo del antiguo. Ellos son, me parece, los movimientos libres del alma que se arranca por sí misma de la vida pasada para adoptar un nuevo estilo de vida, mostrando claramente a aquellos que los frecuentan, el cambio operado, y que el pasado no ha dejado rastros.
He aquí en qué consiste la transformación, si queréis seguirme y orientar vuestra conducta según mis palabras. Antes del bautismo, el hombre era intemperante, avaro, ladrón, lujurioso, mentiroso, calumniado y todo lo que de ello se deriva. Al presente, es necesario que sea reservado, satisfecho con lo que posee y listo a compartirlo con los pobres, preocupado por la verdad, respetuoso de todos y afable; en una palabra, debe practicar todo lo que constituye el bien. Como la luz expulsa las tinieblas y lo blanco la negrura, las obras de justicia expulsan al antiguo hombre. Tú ves, cómo Zaquías por su cambio de vida ha sofocado en sí al publicano: devolvió el cuádruple a aquellos a quienes había perjudicado, distribuyó a los pobres lo que precedentemente les había quitado.
Otro publicano, el evangelista Mateo, inmediatamente después de su elección se despojó de su vida como de una máscara. Pablo, que había sido un perseguidor, se convirtió por la gracia en Apóstol y llevó, por Cristo, con espíritu de expiación y penitencia, las cadenas injustas que había recibido de la Ley para perseguir a los discípulos del Evangelio.
He aquí cómo debe presentarse el nuevo nacimiento, he aquí cómo deben vivir los hijos de Dios extirpando el hábito del pecado, pues la gracia nos hace hijos de Dios. Es necesario que contemplemos exactamente las cualidades de nuestro Creador, para modelarnos sobre nuestro padre, para convertirnos en hijos verdaderos y legítimos de aquel que por la gracia nos ha llamado a la adopción. Un hijo desnaturalizado y caído que con su conducta burla la nobleza de su padre, es un reproche viviente. El Señor, en el Evangelio dijo a sus Discípulos, trazando nuestra línea de conducta: “Haced el bien a aquellos que os perjudican, rogad por aquellos que os hieren y persiguen para que seáis los hijos de vuestro Padre celestial, que hace levantar su sol tanto sobre los malvados como sobre los buenos, y llover sobre los justos como sobre los injustos.”58 Seréis hijos, dice él, si compartís la bondad del Padre, expresando en vuestro comportamiento y vuestra disposición respecto al prójimo, la bondad de Dios.
He aquí por qué, una vez revestidos de la dignidad de hijos, el demonio nos acecha con más dureza, pues él estalla de envidia cuando ve la belleza del hombre nuevo que $e encamina hacia la ciudad celestial de la que él ha sido arrojado. Enciende en vosotros terribles tentaciones y se esfuerza en despojaros de vuestro segundo adorno, tal como lo hizo la primera vez. Cuando señalamos sus incursiones, nos obliga a repetir la palabra del Apóstol: “Todos nosotros, que hemos sido bautizados, hemos sido bautizados en la muerte.”59
Entonces, si estamos muertos, el pecado está muerto por nosotros, ha sido atravesado por la lanza, como Fineas en su celo lo había hecho con el desenfreno. Vete, miserable, tú quieres despojar a un muerto que te había seguido anteriormente, a quien las voluptuosidades pasadas habían hecho perder el sentido. Un muerto no siente ninguna atracción por un cuerpo, un muerto no está seducido por las riquezas, un muerto no calumnia, un muerto no siente, no se apropia de lo que no le pertenece, no desprecia a aquellos que encuentra.
He cambiado de estilo de vida. He aprendido a despreciar ι mundo, a desconfiar de los bienes terrenales y a buscar los quienes de lo alto. Pablo lo ha dicho: “El mundo lo ha Crucificado, y él al mundo.”60 He aquí el discurso del alma verdaderamente regenerada, he aquí como se expresa el hombre nuevo que recuerda la profesión de fe que hizo a Dios al recibir el bautismo, cuando prometió despreciar toda pena y todo placer por amor a él.
He aquí lo necesario para conmemorar la festividad que el ciclo del año nos propone. Conviene terminar nuestro discurso por aquel que nos ha otorgado ese don, para ofrecerle en cambio un modesto tributo por tantos beneficios.
Plegaria.
Tú eres en verdad, Señor, una fuente de bondad que brota sin cesar, Tú que nos has rechazado en tu justicia y nos has tenido piedad en tu benevolencia. Tú te has enojado con nosotros y luego te has reconciliado, tú nos has maldecido y tú nos has bendecido, tú nos has arrojado del paraíso y luego nos has traído de vuelta, tú nos has revestido de modestas hojas de higuera, el traje de nuestra miseria, y tú has echado abre nuestras espaldas el manto de honor; tú has abierto la visión y liberado a los condenados, tú nos has bañado en agua pura y lavado nuestras manchas.
En adelante, Adán no deberá enrojecer si lo llama, ni tendrá que esconderse en el follaje del paraíso bajo el peso de su conciencia. La espada de fuego no cerrará ya la entrada del paraíso, para impedir el ingreso a aquellos que se acercan. Todo ha cambiado en alegría para los herederos del pecado, el paraíso y el cielo están en adelante abiertos al hombre. La creación terrestre y superterrestre, antes divididas, se han unido en la amistad: nosotros, los hombres, estamos junto a los ángeles y comulgamos en un mismo conocimiento de Dios. Por todas esas razones, cantemos a Dios el canto de alegría que labios inspirados profirieron un día:
“Mi alma exultará a causa del Señor, pues él me ha revestido de una vestimenta de salvación, como un recién casado se ciñe la diadema, o una novia se adorna con sus joyas.”61
Aquel que aparece como esposo es naturalmente Cristo, quien es, quien fue, quien será bendito, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
29 1 Hch 8:36. — 30 Ga 3, 27: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo.” — 31 Sal 32 (31), 2: “Dichoso el hombre a quien Yahveh no le cuenta el delito....” — 32 Rm 13:13: “Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas ni borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias.” — 33 Ga 1:10: “Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo.” — 34 Respecto al sentido de la fiesta, ver la introducción al sermón de Gregorio de Nazianzo. — 35 Is 60:8: “¿Quiénes son estos que como nube vuelan, como palomas a sus — palomares?” — 36 Is 49:20: “El lugar es estrecho para mí, cédeme sitio para alojarme.” — 37 Jn 3:5: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de L>ios.” — 38 13:8: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a donde va.” — 39 Sal 104 (103):24: “¡Cuan numerosas tus obras, Yahveh! Todas las has hecho con Sabiduría.” — 40 Gn 21:14. — 41 Gn 24:17. — 42 Gn 29:9. — 43 Is 28:16: “He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará.” — 44 Dn 2:34: “Una piedra se desprendió sin intervención de mano alguna.” — 45 Gn 30:27. — 46 Ex 2:2. — 47 Jos 4:9. — 48 1 R 18:34. — 49 k 1:16: “Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista.” — 50 Sal 34 (33), 6: “Los que miran hacia él, refulgirán: no habrá sonrojo en su semblante.” — 51 Ez 36:25-27: 'Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” — 52 Is 35:1: “Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y florezca como flor.” — 53 Sal 143 (142), 6: “Hacia ti mis manos tiendo, mi alma es como una tierra que tiene sed de ti.” — 54 Sal 42 (41), 3: 'Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo.” — 55 Jn 7:37: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba.” — 56 4:13-14: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba el agua que yo le dé, no tendrá sed jamás.” — 57 Sal 29 (28), 3: “Voz de Yahveh sobre las aguas; el Dios de gloria truena, ¡es Yahveh, sobre las muchas aguas!” — 58 Mt 5:44-45: “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los q* os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su s« sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.” — 59 Rm 6:3: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jes«* fuimos bautizados en su muerte?” — 60 6:14: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor risto, por el cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para 61 mundo.” — 61 Is 61:10: “Con gozo me gozaré en Yahveh, exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación, en manto de justicia me ha envuelto corno el esposo se pone una diadema, como la novia se adorna con sus aderezos.
San Juan Crisóstomo.
Primera instrucción a los catecúmenos.
(La primer a instrucción o catequesis parece ubicarse en el año 387, treinta días antes de Pascua; durante toda la cuaresma no se cesa de predicar contra los juramentos. El orador se insinúa en el espíritu de los catecúmenos, con términos de humildad y caridad que se explican mejor cuando se considera que él era un simple sacerdote de la iglesia de Antioquía. Juan Crisóstomo felicita a su auditorio por no haber demorado, como tantos otros, hasta la hora de la muerte para recibir el bautismo. La comparación con el estadio se vuelve a encontrar en la Homilía a los neófitos.)
1. ¡ Qué deliciosa y atrayente es para nosotros esta reunión de jóvenes hermanos! Yo os doy el nombre de hermanos antes de vuestro nacimiento a la gracia, yo os saludo como a parientes, aunque todavía no sois miembros de la familia cristiana. Pero sucede que sé, que conozco perfectamente a Qué alta dignidad, a qué honor estáis a punto de ser elevados. >e tiene la costumbre de rendir homenaje a quienes van a ser “vestidos de un cargo importante incluso antes de que hayan Wrado en funciones, a fin de atraerse, por esta señal de Gerencia, su benevolencia para el porvenir y las ventajas que de ella pueden derivar.
Es lo que yo hago; pues vosotros seréis elevados, no a un cargo ordinario, sino a la dignidad de reyes, no de un reino común, sino del reino de los cielos. Así, os conjuro y os suplico, que os acordéis de mí cuando hayáis llegado a él. Lo que José decía al gran escanciador: “Acordaos de mí cuando seáis feliz.”62 Yo os lo digo ahora: sí, acordaos de mí cuando seáis felices. Yo no pido como José una recompensa por la interpretación de un sueño; no he venido a vosotros para interpretar sueños, sino para hablaros de las cosas del cielo, para anunciaros esos bienes “que el ojo jamás ha visto, que el oído jamás ha escuchado, que el corazón del hombre nunca comprendió.”63 Pues tales son los bienes que Dios preparó para aquellos a quienes ama.
La espera de los catecúmenos
José decía al gran escanciador: “Sólo faltan tres días, y el Faraón os restablecerá en vuestro cargo.”64 Por mi parte no os digo: sólo faltan tres días para que os convirtáis en oficiales de un gran rey; sino que os digo: faltan sólo tres días y seréis introducidos, no por el Faraón, sino por el Rey de los cielos, en esa patria que está en lo alto, en esa ciudad celestial, en esa Jerusalén donde se goza de la verdadera libertad.
José decía “Presentaréis la copa al faraón”; pero yo os digo: el mismo Rey os presentará ese cáliz temible, lleno de una virtud divina y que es infinitamente superior a cualquier objeto creado. Aquellos que están iniciados conocen la virtud de ese cáliz, y vosotros la conoceréis muy pronto. Acordaos de mí cuando estéis en ese reino, cuando hayáis recibido el manto real,65 revestido la túnica empurpurada por la sangre del Señor y ceñido la diadema cuyos espléndidos rayos empañan la luz del sol. Pues tales son los dones del Esposo celestial, superiores a los méritos de los hombres, pero proporcionados a su real magnificencia.
Es por ello que os felicito, incluso antes de que hayáis sido introducidos en esa morada sagrada, os felicito y al mismo tiempo aplaudo vuestro generoso ardor, pues vosotros no venís, como ciertos negligentes, a recibir el bautismo en el último momento; por el contrario, semejantes a servidores celosos que se sienten apremiados a obedecer a su amo, colocáis vuestra vida bajo la disciplina de Cristo con una piadosa impaciencia, tomáis ese yugo tan dulce, ese peso tan ligero. En verdad, aquellos que son bautizados hacia el fin de sus días reciben la misma gracia que vosotros, pero no tienen la generosa solicitud de la buena voluntad, el aparato de las ceremonias santas. Ellos reciben el bautismo en su lecho, vosotros en el seno de la Iglesia, nuestra madre común; ellos lo reciben en medio de lágrimas, vosotros en la dicha y en la alegría; ellos lo reciben gimiendo y vosotros con mil acciones de gracias; ellos están devorados por la fiebre, vosotros colmados de la abundancia de una alegría totalmente espiritual.
Aquí todo está en relación con la gracia que recibís; en cambio allá, jqué extraño contraste!, aquellos que reciben el bautismo, lloran y gimen; alrededor de ellos los hijos con lágrimas, una esposa desolada, sus amigos entristecidos, sus servidores abatidos, todo el aspecto de la casa es sombrío como un día de invierno envuelto en brumas. ¡Y el enfermo! Si penetráis en el fondo de su corazón está todavía más triste; del mismo modo que los vientos que soplan con impetuosidad en direcciones encontradas levantan y agitan el mar, así los peligros suspendidos sobre la cabeza del enfermo perturban su alma con mil pensamientos terribles, mil preocupaciones opuestas lo arrastran en todos los sentidos. Si mira a sus hijos, piensa que quedarán huérfanos; si ve a su esposa, llora de antemano su viudez; la contemplación de sus sirvientes le muestra la vida horrible que se va a llevar en su casa; si vuelve los ojos sobre sí mismo, entonces recuerda su vida, esa vida que se le escapa y, bajo el golpe de la separación, una gran tristeza desciende sobre su alma como un espeso nubarrón. Tal el estado de aquel que va a recibir el bautismo. En medio de esa turbación, de esa agitación, entra el sacerdote, más terrible para el enfermo que la misma fiebre, más temido que la muerte para los parientes del moribundo. La voz del médico declarando que se ha perdido toda esperanza de curación causa menos impresión que la llegada del sacerdote, se recibe como a un mensajero de la muerte a aquel que trae la vida eterna.
Pero, todavía no he hablado de la más grande de todas las desdichas: a menudo, en medio de la turbación causada por una alarma súbita, mientras que los parientes, no sabiendo qué partido tomar, se agitan sin hacer nada, el alma, rompiendo sus últimos lazos, abandona el cuerpo que no es más que un cadáver. A veces el alma está todavía presente en el cuerpo, pero ¿de qué sirve? El moribundo no reconoce a nadie, no oye nada y no puede articular las palabras por las que el hombre perfecciona su alianza con el Señor. Puesto que aquel que se quiere convertir en participante de la luz divina yace como un leño, como una piedra y en nada se diferencia de un muerto, ¿de qué podría servirle la iniciación bautismal?
2. Aquel que ha de acercarse a los misterios sagrados y temibles debe velar por sí mismo, estar exento de toda preocupación mundana, moderado y lleno de un santo apresuramiento; arrojar de su espíritu todo pensamiento extraño y mantener la casa de su alma perfectamente limpia y pura, como para recibir al Rey. Tal debe ser vuestra preparación, tales vuestros pensamientos, tal la disposición de vuestro corazón. De ese modo podréis esperar de Dios una recompensa digna de vuestra excelente disposición, de Dios, cuyos beneficios sobrepasan siempre el mérito de nuestra obediencia.
Explicación del sentido del bautismo.
Es necesario que cada uno dé de lo suyo a sus hermanos y yo he de haceros participar de lo que es mío, o mejor, yo voy a comunicaros algo que no me pertenece a mí, sino al Señor: “Pues, ¿qué poseéis que no hayáis recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué os glorificáis como si no lo hubierais recibido?” Ante todo, yo quisiera explicaros por qué nuestros padres eligieron este tiempo del año con preferencia a cualquier otro para dar hijos a la Iglesia por la virtud del sacramento del bautismo; el por qué de la instrucción que precede; por qué se quita el calzado, por qué se conserva sólo una túnica, por qué las plegarias de exorcismo. Pues no ha sido en vano ni sin reflexión que la Iglesia fijó ese tiempo y determinó esa costumbre; todo ello tiene una razón misteriosa, un sentido oculto, y yo quiero instruiros acerca de ello; pero como veo que otras cosas más necesarias nos llaman, en efecto, es necesario explicar antes, qué es el bautismo, por qué ha sido instituido y cuáles son los enormes bienes que nos procura.
Nombres del bautismo.
Hablemos en primer lugar, si queréis, de la denominación de esta purificación espiritual: ella no tiene sólo un nombre, sino varios. Ha sido llamada el baño de la regeneración: “Él nos salvó, dijo el Apóstol, por el agua de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo.”67 También se la llamó iluminación; escuchad a san Pablo: “Recordad en vuestra memoria ese primer tiempo, cuando, después de haber sido iluminados por el bautismo, sostuvisteis el gran combate de sufrimiento,” y también: “Pues es imposible que aquellos que fueron una vez iluminados, que gustaron el don del cielo y que después de ello cayeron, cobren nueva vida mediante la penitencia.”68
También se la denominó bautismo: “Pues todos vosotros que habéis sido bautizados en Jesucristo, habéis sido revestidos por Jesucristo.”69 También se la llama sepultura: “Pues, dice el Apóstol, hemos sido sepultados con él para morir al pecado”;70 también, circuncisión: “Es en él que habéis sido circuncisos, con una circuncisión que no es hecha por la mano del hombre sino que consiste en el abandono de los vicios.”71 Y se la llamó cruz, “Pues nuestro antiguo hombre ha sido crucificado, a fin de que el cuerpo del pecado sea destruido.”72 Podríamos todavía citar muchos otros nombres, pero, para no dedicar todo nuestro tiempo a ese tema, volvamos a la primera denominación, y su explicación terminará este discurso; esperando retomar la instrucción un poco más adelante.
Purificación.
Existe una especie de purificación común a todos los hombres y se opera por el baño que quita las manchas del cuerpo. Los judíos tienen también una purificación más augusta que el baño del que terminamos de hablar, pero inferior a nuestro baño espiritual que confiere la gracia; él quita no sólo las manchas del cuerpo, sino también las del alma. Pues existen muchas cosas que, en sí mismas, no son impuras, pero que luego se transforman en impuras por debilidad de la conciencia. Así como una máscara, por deforme que sea, no es realmente terrible; sin embargo, a los niños se les aparece como tal a causa de la debilidad propia de esa edad; lo mismo sucede con ciertas acciones, por ejemplo, tocar un cadáver que, en sí, no es una cosa impura, pero si se lo hace creyendo cometer una falta, inmediatamente se convierte en una mancha. Moisés, que ha promulgado la ley, muestra claramente que este acto no es impuro en sí mismo, pues llevó el cuerpo de José y, sin embargo, no quedó manchado.
Debido a ello, san Pablo, hablando de una mancha de ese tipo, que proviene no de la naturaleza de las cosas, sino de la debilidad de la conciencia, se expresa así: “Nada es impuro en sí mismo, una cosa sólo es impura para aquel que la considera así.”73 Ya lo veis, la mancha no proviene de la cosa misma, sino de la conciencia que está mal formada; y además: “Todas las comidas son puras, pero un hombre hace mal en comer cuando, haciéndolo, escandaliza a los otros.” Considerad aquí que la mancha se produce no por la acción de comer, sino por el escándalo que causa.
3. Ahora bien, la purificación de los judíos borraba esta mancha, pero el baño que da la gracia hace desaparecer no sólo esa mancha corporal, sino aquella que, constituyendo una verdadera mancha, alcanza también al alma; purifica no sólo a aquellos que tocan los cadáveres, sino también a los que cometen pecados mortales.
Podéis ser impúdico, fornicador, idólatra, haber cometido no importa qué crimen y estar cubierto de todas las manchas que pueden marchitar a un hombre, pero, sumergios en la piscina de esas aguas santas y saldréis más puros que los rayos del sol. No creáis que exagero, escuchad a san Pablo hablando de la eficacia de ese baño espiritual: “No os equivoquéis, ni los idólatras, ni los fornicadores, ni los adúlteros, ni los impúdicos, ni aquellos cuya licencia ofende a la naturaleza, ni los avaros, ni los intemperantes, ni los maldicientes, ni los que codician el bien de otros, poseerán el reino de Dios.”74
¿Y qué?, diréis vosotros, ¿acaso esas palabras tocan el problema? Mostradnos aquello de lo que se trata, es decir que la virtud del bautismo borra tales manchas. Escuchad lo que sigue: “Vosotros habéis sido todo esto, pero fuisteis lavados, santificados, justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de Nuestro Dios.”75 Nos proponíamos deciros que aquellos que se acercaban a ese baño espiritual eran purificados de toda mancha y he aquí que nuestras palabras os prueban que son, no solamente purificados, sino también santificados y justificados. Pues el Apóstol no dijo solamente: “Habéis sido purificados,” sino que agregó: “Habéis sido santificados, habéis sido justificados.”
¡Qué puede haber más admirable que ver la justificación producida sin trabajo, sin pena y sin el auxilio de las buenas obras! Pues tal es la grandeza de ese don divino que, sin ninguna pena, nos convierte en justos ante Dios. Si una simple carta muy corta, firmada por el emperador, puede dar la libertad a hombres cargados de toda clase de crímenes y elevar a alguno de esos sujetos a las más altas dignidades, con cuánta más razón, el Espíritu Santo, que es todopoderoso, nos podrá librar de toda inquietud, estableciendo en nosotros el reinado de la justicia y colmándonos de una confianza inquebrantable. Mirad esa chispa cayendo en la vorágine del mar, inmediatamente se extingue, desaparece tragada por las olas; así, todas las iniquidades de los hombres, cuando caen en la piscina del baño sagrado, son destruidas; desaparecen más rápido y más fácilmente que esa chispa. ¿Y por qué, diréis, si ese baño redime nuestros pecados, por qué se lo llama baño de la regeneración y no baño de la remisión de los pecados, baño de la purificación? Es porque, no solamente nos redime de nuestros pecados y nos purifica de nuestras manchas, sino que por él recibimos un segundo nacimiento. Sí, él nos crea de nuevo, nos forma, no modelándonos una segunda vez con la tierra, sino haciéndonos salir de otro elemento, que es el agua; no solamente limpia el vaso, sino que lo rehace completamente. Los vasos que han sido purificados guardan siempre, a pesar de las precauciones que se tomen, las marcas de la mancha que ha sido quitada; pero aquellos que se arrojan a un horno para volverse a fundir, renovados por la llama, depositan toda escoria y salen de allí más brillantes, completamente nuevos. Si alguien toma una estatua de oro ennegrecida por el tiempo, el humo, el polvo y deteriorada por la herrumbre, fundiéndola, la vuelve más pura y más brillante; así, nuestra naturaleza degradada por la herrumbre del pecado, oscurecida por nuestros crímenes como por un humo que opaca su resplandor, privada de su belleza original, Dios la rehace, por así decir, la sumerge en el agua como en un crisol, la penetra como un fuego, con la gracia del Espíritu Santo y de allí sale totalmente renovada, arrojando un resplandor que sobrepasa el de los rayos del sol, pues el antiguo hombre es quebrado y de sus restos sale un hombre nuevo y más brillante.
Vaso de alfarero.
4. Ahora bien, es a esa destrucción mística, a esa purificación a la que el Profeta alude cuando dice: “Tú los quebrarás como vasos de alfarero.”76 Qué es lo que deben entender los fieles por tales palabras, resulta evidente de las que preceden; helas aquí: “Tú eres mi hijo; hoy te engendré; pídeme y te daré las naciones por heredad y tu imperio se extenderá hasta las extremidades de la tierra.”77 Vosotros lo comprendéis: habla de la Iglesia, asamblea de todas las naciones, del reino de Jesucristo establecido por todas partes. Luego agrega: “Tú los regirás con cetro de hierro,” no se trata de una autoridad insoportable, pero sí fuerte. “Tú los quebrarás como a vasos de alfarero.”
Aquí el baño es considerado en un sentido místico: el Salmista no nos dice: “Vasos de arcilla cocida,” sino “vasos del alfarero.” Poned atención, si quebráis un vaso de arcilla cocida, no se lo puede rehacer, puesto que adquiere, bajo la acción del fuego, una dureza que lo haría imposible. Pero los vasos del alfarero, es decir, aquellos que están todavía en la mano del obrero y que no han sufrido todavía la acción del fuego, esa clase de vasos, un obrero hábil puede triturarlos y luego volverles a dar su forma original. Así, cuando Dios habla de una desdicha irreparable, hace su comparación, no con un vaso de alfarero, sino con un vaso de arcilla cocida.
Queriendo mostrar al profeta y a los judíos que iba a castigar a la ciudad con una ruina de la que no se levantaría, ordenó al profeta tomar un vaso de arcilla cocida y quebrarlo en presencia de todo el pueblo diciendo: “Así, la ciudad será destruida, quebrada.”78 Por el contrario, cuando quiere dejar la dulzura de la esperanza, es sobre el alfarero que atrae la atención del Profeta; pone bajo sus ojos, no un vaso de arcilla cocida, sino un vaso de tierra, caído de la mano del obrero, y dice: “Si el alfarero puede dar su antigua forma a ese vaso que acaba de caer, con más razón, puedo yo relevaros y curaros de vuestra caída.”79 Sí, Dios puede, por el baño de la regeneración, corregirnos, a nosotros, hombres de barro; además, si después de haber sufrido la acción del Espíritu Santo, inmediatamente hemos recaído, puede, mediante una severa penitencia, volvernos semejantes a lo que éramos antes de nuestra caída.
La nueva vida del bautizado.
Pero éste no es el momento de hablar de penitencia: ¡Quiera el cielo que jamás tengáis necesidad de tales remedios; esforzaos por conservar intacta esta belleza, y por permanecer siempre con este resplandor que muy pronto os pertenecerá! Ahora, para que así sea, digamos algo sobre la manera en que deberéis regular vuestra vida. En la carrera que recorréis actualmente, jóvenes atletas, vuestras caídas no son peligrosas, os ejercitáis, por así decir, en la casa, y los golpes caen sobre aquellos que os instruyen.
Pero muy pronto llegará el tiempo de los verdaderos combates: el estadio está abierto, he aquí a los espectadores sobre las gradas del anfiteatro, a la cabeza está el que preside los juegos,80 entonces no habrá términos medios: o se cayó cobardemente, retirándose cubierto de vergüenza, o se comportó como un valiente y obtuvo la corona y el premio; para ello son estos treinta días de lucha, de aprendizaje, de ejercitación. Desde ese momento aprendemos a vencer el mal espíritu, pues, una vez bautizados será necesario bajar a la arena, luchar con él, combatirlo a ultranza. Aprendamos desde ahora a conocer sus estratagemas, que lo hacen tan malvado, porque sus golpes nos alcanzan tan fácilmente, y así, cuando llegue el momento de la lucha, la novedad del combate no desconcierte nuestro coraje, sino que, estando preparados, ejercitados, instruidos en los engaños del adversario, lo enfrentemos con completa confianza.
Los peligros de la lengua.
Por todos lados el demonio nos coloca trampas, principalmente arma contra nosotros nuestra lengua y nuestra boca. Una lengua siempre en movimiento, una boca que jamás está cerrada, es el órgano que el demonio utiliza más a menudo para engañarnos y perdernos. De ahí que constituya para nosotros la fuente de muchas faltas y la ocasión de graves pecados. ¡Qué fácil es pecar por medio de la lengua! Escuchad esta sentencia: “La espada hace muchas víctimas, la lengua todavía más.”81 La sentencia siguiente, que es del mismo autor, nos muestra cuan grave es esta caída: “Es mejor caer sobre el adoquín que pecar con la lengua.”82 Lo que quiere decir, es mejor caer y quebrarse los miembros que proferir una palabra que pueda perder nuestra alma. No sólo el autor habla de las faltas que se pueden cometer, sino que nos exhorta a velar con el mayor cuidado para no dejarnos sorprender: “Colocad, dice, en vuestra boca, una puerta y cerrojos.”83 Tales palabras no se deben tomar en sentido literal, significan que debemos, con el mayor cuidado, impedir que nuestra lengua pronuncie palabras inconvenientes. Con nuestro esfuerzo personal e incluso por encima de nuestro esfuerzo personal, necesitamos el auxilio de lo alto para poder domar la bestia feroz que cada uno lleva dentro de sí; es lo que el Profeta nos enseña cuando dice: “Yo elevo mis manos para ofrecer el sacrificio de la tarde; colocad, Señor, un guardia a mi boca y a mis labios una puerta que se abra oportunamente.”84 Y aquel a quien cité anteriormente dice:
“¿Quién colocará un centinela en mi boca y sobre mis labios el sello de la prudencia?”85
Todos, como veis, temen las faltas que la lengua hace cometer, las lloran, dan consejos y recomiendan tomar muchas precauciones. ¿Y por qué, diréis vosotros, si la lengua nos expone a tan grandes peligros, nos la dio Dios cuando nos creó? Porque ella nos procura también grandes beneficios y, si queremos velar sobre nosotros, nos es útil y de ninguna manera perjudicial. Escuchad aún al mismo autor: “En el poder de la lengua residen la vida y la muerte.”86 Cristo dijo lo mismo: “Serás condenado por tus palabras y serás justificado por tus palabras.”87 Aquí el mal, allá el bien, la lengua está ubicada en el medio, vosotros sois los amos. Del mismo modo, tomad una espada: si os sirve para vencer al enemigo, se convierte en vuestras manos en un instrumento de salvación; si vosotros os herís, no es el hierro quien os hiere, sino el mal uso que le habéis dado. Lo mismo sucede con la lengua, es una espada de la que podéis disponer a vuestro antojo: servios de ella para confesar vuestros pecados y no para herir a vuestro hermano. Dios la h a rodeado de una doble barrera, los dientes y los labios, por miedo a que, actuando con ligereza, seáis llevado demasiado fácimente a decir lo que no conviene. Poned entonces un freno a vuestra lengua. ¿Quiere ella liberarse? Usad vuestros dientes para castigarla, que ellos cumplan, con su mordedura, el oficio de verdugo. Es mejor que la lengua resulte desgarrada por mordeduras en la tierra, en castigo por sus faltas, que secada en la otra vida, clamando para refrescarse una gota de agua que no le será acordada. ¿De cuántos pecados es instrumento? ¡Palabras injuriosas, blasfemias, propósitos impúdicos, adulaciones, juramentos, perjurios!
El uso de los juramentos.
5. Para no abrumar vuestros espíritus con una excesiva abundancia de temas, sólo hablaremos hoy de la obligación de evitar los juramentos. Yo os previne que no abordaría otra cuestión hasta que vosotros hayáis logrado evitar, no solamente los perjurios, sino también los juramentos hechos por una causa justa. Sería absurdo, cuando todavía no habéis aprendido los primeros elementos, querer empujaros más adelante; sería lo mismo que sacar agua con un tonel agujereado; del mismo modo, los maestros no trasmiten enseñanzas nuevas a sus alumnos hasta que comprueban que las primeras han sido bien grabadas en sus memorias.
Tomad la cosa a pecho si no queréis detener el curso de vuestra instrucción. Jurar es un pecado grave, muy grave precisamente porque no lo parece; yo le temo tanto más porque se le teme menos; mal incurable porque no se piensa que constituya un mal. Porque una simple palabra no es un crimen, se piensa que el juramento tampoco lo es y, sin desconfianza, se cae en esa falta; si alguno hace una observación, los demás se burlan, se ríen a carcajadas, no de aquellos que son reprendidos, sino del que pretende curar esa enfermedad.
Por ello voy a extenderme sobre este tema: el mal está muy arraigado, quiero arrancarlo, hacerlo desaparecer, y no hablo solamente de los perjurios, sino también de los juramentos hechos por una causa justa.
Preveo vuestra objeción: tal persona, que es un hombre virtuoso, reservado, piadoso, un sacerdote, sin embargo, no deja de jurar.
No me habléis de ese hombre, modesto, reservado, piadoso, honrado con el sacerdocio; suponedlo incluso a Pedro, Pablo, o un ángel descendido del cielo; sí, podéis suponerlo, porque no se trata aquí de una cuestión de persona. Leo la ley sobre el juramento; ella emanó, no de algún servidor, sino del Señor mismo; ahora bien, cuando habla el soberano, se deja de lado la autoridad del servidor. Si osáis decir que Cristo ordenó el juramento o que lo dejó sin castigo, mostrádmelo y yo me someteré.
Pero si él lo prohibe formalmente y si otorga a esa prohibición una importancia tal que compara a aquel que hace juramentos al mismo demonio: “Aquel que va más allá de las palabras: si y no, es el demonio.”88 ¿Por qué venís, entonces, a hablarme de la autoridad de éste o aquél? Dios dará su sentencia, no considerando la obediencia de alguno de sus servidores, sino teniendo en cuenta los mandatos de sus leyes. He ordenado — dirá — y era necesario obedecer, no colocar por delante la autoridad de éste o aquél, ni inquirir minuciosamente sobre las faltas de los demás. Si David, ese hombre tan grande, cayó en una falta grave, ¿se deduce de ello, que nosotros podemos pecar sin peligro? Es necesario tener cuidado y no imitar de los santos más que los buenos ejemplos que nos han dejado. Pero si encontramos en sus vidas alguna negligencia o alguna desobediencia a la ley, deberemos evitarlas con el mayor cuidado. Pues no es de los santos, que son humildes servidores como nosotros, sino del soberano Maestro de quien debemos ocuparnos, es a él mismo a quien rendiremos cuenta de todas las acciones de nuestra vida. Preparémonos a comparecer delante de ese tribunal; por más admirable, por más grande que sea aquel que haya transgredido esta ley, el castigo está allí para castigar su crimen, y él lo sufrirá: Dios no hace excepción con nadie. ¿Cómo podremos evitar ese pecado? No es suficiente mostrar que se trata de un pecado grave, es necesario, además, indicar el medio de no seguir cometiéndolo. Tenéis una esposa, hijos, un amigo, parientes, vecinos: rogadles velar sobre vosotros y encargadles el cuidado de reprenderos. Hay pocas cosas más graves que un hábito: es difícil ponerse en guardia contra sus incitaciones, nos sorprende, muchas veces, a pesar nuestro. Entonces, puesto que conocéis la fuerza del mal hábito, debéis redoblar los esfuerzos para libraros de él y por adquirir uno bueno. Así como él pudo llegar a ser más fuerte que vosotros y a pesar de vuestros cuidados, vuestras precauciones y vuestra continua vigilan-C1a, os hizo caer; igualmente, si adquirís el buen hábito de no hacer juramentos, no seréis arrastrados a pesar vuestro, incluso cuando vuestra vigilancia decaiga.
Es cierto que nuestros hábitos son una especie de segunda naturaleza; entonces, para no estar siempre obligados a luchar contra ellos, adquiramos otro hábito. Pedid a aquellos con los cuales convivís que os comprometan a evitar los juramentos, que os habitúen a ello, que os reprendan cuando lo olvidéis. Esta vigilancia que ejercitarán sobre vosotros les servirá a ellos mismos como consejo y exhortación para obrar bien; pues aquel que quiere advertir a su prójimo, no caerá él mismo tan fácilmente en el precipicio que quiere evitar al otro. Y es verdaderamente un precipicio el hábito de jurar, no solamente cuando se trata de cosas de poca importancia, sino también cuando se trata de cosas graves. Nosotros no sabemos, por ejemplo, comprar legumbres, sostener un pleito por dos óbolos, querellar y amenazar a nuestros servidores sin tomar a Dios como testigo. Por semejantes sutilezas no osaríais llamar a testificar ante un tribunal a un hombre de noble nacimiento o revestido de alguna dignidad, aunque fuera de poca importancia; y, si tuvierais tal audacia, sufriríais el castigo que merecéis. ¡Al Rey de los cielos, el Señor de los ángeles, no teméis tomarlo como testigo cuando se trata de mercancías, de dinero, o de otras miserias de ese género! ¿Puede eso soportarse? ¿Cómo podremos entonces romper con ese mal hábito? Pues colocando a nuestro alrededor los guardianes de los que he hablado, fijándonos nosotros mismos un término para nuestra corrección e infligiéndonos un castigo si una vez transcurrido ese plazo, no nos hemos corregido. Pero ¿cuánto tiempo nos será necesario? Para aquellos que velan con preocupación y están animados de un verdadero celo, no creo que sean necesarios más de diez días para cortar el mal de raíz. Si después de esos diez días somos sorprendidos en flagrante delito, impongámonos una pena más considerable, un castigo en relación con el tamaño de nuestra falta.
¿Qué castigo será ese? Yo no lo determino, vosotros sois los amos.
Si actuamos de ese modo para las cosas que nos conciernen, nos corregiremos, no solamente del hábito de jurar, sino de cualquier otro mal hábito. Fijémonos un término, castiguémonos severamente si caemos y, purificados, nos acercaremos a nuestro Dios, nos evitaremos las penas del infierno, nos presentaremos con confianza ante el tribunal de Jesucristo.
Es lo que yo os deseo, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria por los siglos de los siglos, lo mismo que a Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo. Así sea.
62 Gn 40,14:”A ver si te acuerdas de mí cuando te vaya bien...” — 63 1 Co 2:9: “Lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que — Dios preparó para los que lo aman.” — 64 Gn 40,13: “Dentro de tres días levantará Faraón tu cabeza: te devolverá a tu — cargo...” — 65 Alusión a la vestimenta bautismal de la que se reviste el neófito al salir del bautisterio. — 66 1 Co 4:7: “Pues, ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y, si lo has recibido; ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido' — 67 Tt 3:5: “Él nos salvó... por medio del baño de regeneración y de renovacio del Espíritu Santo.” — 68 Hb 10:32: 'Traed a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate.” “Porque es imposible que cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon la buena nueva de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a pesar de todo cayeron, se renueven otra vez mediante la penitencia,...” Hb 6:4, Hb 6:4-6. — 69 Ga 3: 27: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo...” — 70 Rm 6:4: “Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte...” — 71 Col 2:11: “En él también fuisteis circuncidados con la circuncisión no quirúrgica, sino mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo.” — 72 Rm 6:6: “Nuestro hombre fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido ^te cuerpo de pecado...” — 73 Rm 14:14: “Bien sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay ϊ suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay.” — 74 1 Co 6:9-10: “¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los 'Tachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios.” — 75 1 Co 6:11: “Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.” — 76 Sal 2:9: .”..los quebrarán como vaso de alfarero.” — 77 Sal 2:7-8: .”..Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra.” — 78 Jr 19:11: “Así dice Yahveh Sebaot: Asimismo quebrantaré yo este pueblo y a esta ciudad, como quien rompe un cacharro de alfarería que ya no tiene arreglo.” — 79 Jr 16, 6: “¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero?” — 80 La misma comparación se encuentra en la Homilía a los neófitos. 120 — 81 Qo 28:18: “Muchos han caído a filo de espada, mas no tantos como los caídos por la lengua.” — 82 Qo 20:18: “Mejor es resbalar en empedrado que resbalar con la lengua.” — 83 Qo 22:27: “Quién pondrá guardia en mi boca, y a mis labios sello de prudencia.” M Sal 141 (140), 2-3: 84 “Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde. Pon, Yahveh, en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios.” — 85 Qo 28:25: “A tus palabras pon balanza y peso, a tu boca pon puerta y cerrojo.” — 86 Pr 18:21: “Muerte y vida están en poder de la lengua.” — 87 Mt 12:37: “Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás — condenado.” — 88 Mt 5:37: “Sea vuestro lenguaje: Sí, sí; no, no: que lo que pasa de aquí viene del Maligno.”
San Juan Crisóstomo.
Segunda catequesis.
(Predicada en el año 387; el recuerdo de la sedición está todavía muy cercano. Insiste sobre el sentido y el alcance de estas palabras: “Renuncio a Satanás.” Señala los peligros que acechan: teatros, circo, superstición, encantamientos y presagios.)
1. Sólo me quedan pocos días, hermanos, para hablar con vosotros y comienzo ya a reclamar los frutos de mi instrucción. En efecto, no hablamos para vuestros oídos, sino para vuestros espíritus, para que ellos retengan las palabras y para que los demostréis en vuestras obras, no a nosotros, sino a Dios, que conoce el fondo de los corazones. Llamamos a nuestra instrucción “Catequesis” y es necesario que, incluso en nuestra ausencia, el eco de nuestras palabras resuene en vuestras almas.
No os sorprendáis si, después de haber pasado sólo seis días, vengo a reclamar los frutos de la semilla que sembré; en efecto, en las almas, sembrar y cosechar el mismo día no es cosa imposible, por la razón de que cada uno no se apoya solamente en sus propias fuerzas, sino que es con el apoyo divino que somos invitados a los combates contra el mal. Vosotros, entonces, que habéis recibido nuestras palabras y las habéis puesto en práctica, ¡perseverad y avanzad!, y vosotros, que todavía no habéis puesto manos a la obra, ¡comenzad desde ahora, y que en el porvenir vuestros esfuerzos os libren de la acusación de negligencia! Siempre es posible, por más negligente que uno sea, reparar con diligencia el tiempo perdido. Escuchad al Salmista: “Si lo escucháis hoy, no endurezcáis vuestros corazones como en el día de la cólera.”89
Esto es para advertirnos y aconsejarnos no desesperar jamás, conservar, mientras estemos en este mundo, la esperanza de que llegaremos al fin y obtendremos la palma de nuestra vocación.
Sigamos esos consejos y busquemos los nombres de la gracia tan preciosa que recibiremos seguidamente. Cuando se ignora la importancia de una función, se la tiene menos en cuenta, o se la cumple con cierta negligencia, pero si se la conoce, se la ejercita con el mayor celo e interés. Para nosotros en particular, a quienes Dios ha otorgado un honor tan grande, ¿no sería una vergüenza y un absurdo ignorar los nombres y el sentido de esos nombres?
Los títulos del bautizado.
Pero, ¿por qué hablo de la gracia bautismal? Nuestro nombre genérico en sí mismo, bien comprendido, será para vosotros una lección y un estímulo para alcanzar mayor virtud. En efecto, no definiremos la palabra hombre como los profanos, sino como lo quiere la Santa Escritura. No es un hombre quien simplemente tiene manos y pies de hombre, o está simplemente dotado de razón, sino aquel que cumple fielmente los deberes de la piedad y de la virtud. He aquí como nos habla de Jacob la Santa Escritura. Después de estas palabras: “Había en la tierra de Ausitidía un hombre,” no continúa describiéndolo a la manera pagana, no dice que tenía dos pies y largas uñas. Sino que, remarcando las señales de piedad, dice: “Un hombre justo, sincero, que honraba a Dios y se abstenía de todo mal,”90 indicándonos, así, aquello que lo hacía hombre. Es lo que nos dice también el Eclesiástico: “Cree en Dios, observa sus mandatos, pues esto es propio del hombre.”91
Pero, si esta palabra, hombre, tiene tanta fuerza para exhortar a la virtud, ¿qué sucederá con esta otra: fiel? ¿Acaso, no habéis sido llamado fíeles? ¿Y no es porque creéis en Dios, y guardáis fielmente la justicia, la santidad, la pureza del alma, vuestra divina adopción, el reino de los cielos, todos los bienes que os ha recomendado mientras que vosotros le habéis confiado y recomendado otros tesoros, la limosna, vuestras plegarias, la sabiduría y toda otra virtud? ¿Hablé de limosnas? Si le dais un vaso de agua fría, no lo perderéis, él lo conservará para vosotros con cuidado hasta que llegue el gran día y os lo devolverá centuplicado; en efecto, lo más admirable es que no solamente conserva los depósitos, sino que los multiplica todavía por su generosidad.
Imitadlo según vuestro poder y conforme a su disposición en todo lo que os ha confiado. Aumentad la santidad que habéis recibido; haced brillar y resplandecer en mayor grado la justicia y la gracia de vuestro bautismo; actuad como san Pablo, que aumentaba cada día por sus trabajos, por su actividad y por su celo, las riquezas que Dios le había encomendado. En esto consiste la suprema sabiduría de Dios: él no nos ha dado todo; él no nos ha negado todo. No nos ha hecho dones, nos ha hecho promesas.
Pero, ¿por qué no se os ha acordado todo aquí abajo? Para que vosotros probéis vuestra confianza en él creyendo, por su sola promesa, en los favores que todavía no habéis obtenido. ¿Y por qué, por otra parte, no lo ha reservado todo para la otra vida, sino que os ha otorgado parte de la gracia del Espíritu Santo, de la justicia y de la santificación? Es para aligerar vuestras penas y, merced a sus dones pasados, establecer en vosotros una sólida esperanza de sus dones para el porvenir. También debemos llamaros un nuevo iluminado. Para vosotros, en efecto, si lo queréis, la luz es siempre nueva y no se extingue jamás. Ese día que aclara ante los ojos de nuestro cuerpo no luce constantemente, ni obedece nuestras órdenes, pues la noche viene regularmente a interrumpirlo; pero sobre el día divino, jamás las tinieblas prevalecerán. “La luz brilló en las tinieblas, y la tinieblas no la sofocaron.”92 El sol del levante dirige menos rayos sobre el mundo que el Espíritu Santo cuando extiende su esplendor sobre un alma que inunda con su gracia. Con Mderad con atención lo que pasa en la naturaleza. Cuando la noche cubre la tierra con sus espesas sombras, si se divisa una cuerda, a menudo se la toma por una serpiente; si un amigo se acerca, se huye de él como de un enemigo; el menor ruido nos aterra. Pero durante el día no sucede nada parecido: los objetos se nos aparecen tal como son.
Lo mismo sucede en nuestra alma. Apenas la gracia la ha visitado, no bien ha arrojado las tinieblas de nuestro espíritu, vemos las cosas en su realidad. Aquello que antes nos sorprendía, nos parece despreciable; no tememos ya a la muerte, el bautismo nos ha convencido de que ella no es una muerte, sino un descanso, un sueño pasajero. Y la pobreza, la enfermedad y otras miserias semejantes, ¿por qué las temerían aquellos que aspiran a una vida mejor, sin fin, sin vicisitudes y exenta de toda desigualdad?
Los beneficios del bautismo.
2. No suspiremos por los bienes perecederos, por los placeres de la mesa y los adornos en la vestimenta. ¿En efecto, acaso no poseéis el traje más precioso, un festín espiritual y la gloria del cielo? ¿Acaso Jesucristo no se ha hecho todo para vosotros, mesa y vestido, y morada, y jefe, y raíz?
“Vosotros, que habéis sido bautizados en Jesucristo, habéis revestido a Jesucristo.”93 He aquí vuestro vestido. ¿Queréis saber cómo él es vuestra mesa? “Como yo vivo por mi padre, dijo, así aquel que me coma vivirá por mí.” ¿No es también él vuestra morada? “Aquel que come mi carne habita en mí y yo habito en él.”94 Además, él es vuestra raíz: “Yo soy la viña y vosotros sois las ramas.” Él se denomina igualmente, vuestro hermano, vuestro amigo, vuestro esposo. “Yo no os llamaré ya mis servidores, pues vosotros sois mis amigos.”95 Escuchad a san Pablo: “Yo os he entregado a vuestro único esposo, para presentaros como una virgen sin tacha ante Jesucristo.”96 Y además: “Para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.”97 Incluso no le satisface el nombre de hermanos, nosotros somos sus pequeños hijos: “Heme aquí con los hijos que Dios me ha dado.”98 Va todavía más lejos, somos sus miembros y su cuerpo, y como si todas esas gracias no bastaran para convencernos de su bondad y de su amor, nos da, todavía, una prueba más fuerte y más conmovedora: él se llama a sí mismo nuestra cabeza.99
Conoced todos los beneficios de Jesucristo y testimoniad, mi querido hermano, vuestro reconocimiento a vuestro benefactor por una conducta virtuosa y que el pensamiento de ese sacrificio tan grande os lleve a honrar los miembros de vuestro cuerpo. Reflexionad en lo que vuestra mano ha tomado, y no la dejéis golpear a ninguno de vuestros hermanos; que, honrada por tan noble don, no se deshonre en heridas criminales. Sí, pensad en lo que ella ha tomado y guardadla pura de toda avaricia y rapiña. No es solamente vuestra mano la que ha tomado, es vuestra boca que recibe dones del cielo; prohibid a vuestra lengua todas las palabras injuriosas, impúdicas, blasfemas, perjuras y otras iniquidades semejantes. ¡Qué sacrilegio, si una lengua que toca los más temibles misterios, una lengua que, empurpurada por la sangre de Dios se convierte en algo más precioso que el oro, se transforma en una espada mortífera, en instrumento de insultos, de ultrajes y de innobles placeres! Respetad entonces el honor que Dios le ha hecho y no la hagáis servir al pecado.
Señalad además que, después de la mano y la lengua, es el corazón el que recibe vuestros augustos misterios: no intentéis jamás un fraude contra vuestro prójimo, que vuestra alma permanezca exenta de toda maldad. Podréis del mismo modo preservar vuestros oídos y vuestros ojos. ¡Cuan inconveniente es, en efecto, que después de haber escuchado esa misteriosa voz descendida del cielo y de los querubines, nuestros oídos se dejen profanar por cantos lascivos y afeminados! ¿No se merece el último castigo si, con esos ojos que contemplaron nuestros secretos y venerables misterios, se contempla a las prostitutas o se comete adulterio en el corazón?
Habéis sido convidados a una boda, mis amigos, no entréis en ella con un traje manchado; tomad un vestido digno de la solemnidad. El hombre más pobre, comprometido a asistir a bodas mundanas, a menudo compra o toma prestado un traje conveniente, y se presenta de ese modo ante aquellos que lo han invitado. Pero vosotros habéis sido llamados a un matrimonio espiritual, a un banquete real y consideráis que estáis obligados a procuraros un vestido nupcial. Pero no busquéis ese vestido, es inútil, aquel que os invita os lo da gratuitamente; no podéis excusaros por vuestra pobreza.
Pero conservad ese traje, pues si lo perdierais, no podríais comprar o pedir prestado otro; esa vestimenta preciosa, en efecto, no se vende en ninguna parte. ¿Habéis oído los gemidos de los iniciados que la habían perdido, cómo se golpeaban el pecho, desgarrados por los remordimientos de su conciencia?
Tened cuidado, hijos míos, para no experimentar un día la misma suerte. Pero, ¿cómo lo evitaréis si no rompéis con vuestros malos hábitos? Ya lo he dicho, lo digo todavía y siempre lo repetiré: si alguien no corrige sus costumbres viciosas y no se rinde a la virtud, que no reciba el bautismo. El bautismo puede borrar sin duda nuestros primeros crímenes. Pero se debe temer el peligro de que volvamos a cometerlos y que el remedio se cambie en veneno. Pues si la gracia ha sido abundante, mucho más terrible es el castigo para aquellos que caen.
La conversión del corazón.
3. No volvamos entonces sobre nuestro antiguo vómito, desde hoy enseñémonos a nosotros mismos. Ahora bien, sobre la necesidad de un arrepentimiento anterior, de un divorcio de nuestras iniquidades precedentes para acercarnos al sacramento, escuchad las palabras de san Juan Bautista y del príncipe de los Apóstoles a aquellos que debían ser bautizados: “Haced dignos frutos de penitencia, exclama el primero, y no comencéis a decir: nosotros tenemos a Abra-ham por padre.”100 Y el segundo, respondiendo a las preguntas que se le dirigían: “Haced penitencia, dijo, y que cada uno de vosotros sea bautizado en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.”101 Ahora bien, aquel que hace una verdadera penitencia no vuelve a cometer las faltas de las que se arrepintió. Es por eso que se nos hace decir: “Yo renuncio a ti, Satanás,” para que no caigamos nuevamente bajo su dominio. En este momento imitamos a los pintores: ellos despliegan primero sus telas, las rodean de líneas, dibujan las figuras, tal vez la imagen de un rey; pero antes de aplicar los colores, con toda libertad, borran, agregan, cambian y trasponen los trazos equivocados o mal logrados. Pero, una vez aplicados los colores, no son ya libres de borrar y volver a comenzar; ellos arruinaron su cuadro, pecaron contra las reglas de su arte.
Seguid este ejemplo y contemplad vuestra alma como un retrato que debéis pintar. Antes que el Espíritu Santo venga a pasar allí su divino pincel, borrad vuestros malos hábitos. ¿Tenéis vosotros el hábito de jurar, de mentir, de proferir palabras ultrajantes o deshonestas, de dedicaros a bufonerías o a cualquier otra acción prohibida? Y bien, destruid ese hábito para no volver a él después del bautismo. El agua santa borra el pecado, pero sois vosotros quienes deben corregir los hábitos culpables. Los colores están aplicados, la imagen real resplandece por el efecto del color, no borréis más, no hagáis desgarros ni manchas en la belleza que Dios os ha dado.
Reprimid entonces la cólera, extinguid las llamas del furor, y si alguien os injuria y os ultraja, perseguidlo con vuestras lágrimas y no con vuestra indignación; con vuestra piedad y no con vuestro resentimiento, y no digáis: “Estoy herido en mi alma.” La injuria no llega a nuestra alma, a menos que nosotros nos la hagamos a nosotros mismos. He aquí la prueba. Se os ha robado vuestro bien. ¿Habéis sido heridos en vuestra alma? No, sólo en vuestra fortuna. El robo, en efecto, no ha perjudicado vuestra alma, incluso le ha sido ventajosa; pero vosotros, que no olvidáis vuestra cólera, seréis castigados por haber conservado la memoria de esa ofensa. Si alguien os ha despreciado o insultado, ¿qué daño ha hecho a vuestra alma, e incluso a vuestro cuerpo? Pero si os habéis rendido a sus insultos o a su desprecio, entonces vosotros habéis dañado vuestra alma y vuestras palabras recibirán un día su castigo.
Grandeza del llamado.
He aquí una verdad de la que yo quisiera, por sobre todo, convenceros: no existe nadie, ni siquiera el demonio, que pueda hacer daño a un cristiano, a un fiel, en su alma, y esto, que es admirable, proviene no solamente de que Dios nos ha hecho superiores a todos los engaños, sino también de que nos ha dado la aptitud para la práctica de todas las virtudes. Para nuestra buena voluntad no existe ningún obstáculo, aun siendo pobres, débiles, viles, despreciables o esclavos. Y, ni la indigencia ni la debilidad, ni la mutilación ni la servidumbre, ni ningún otro accidente semejante puede poner trabas a la virtud.
¿Hablé de pobres, de esclavos, de hombres abyectos? Las mismas cadenas no pueden quitarnos la facultad de ser virtuosos. Por ejemplo, si alguno de vuestros compañeros, irritado, os ha entristecido, perdonadlo. ¿Es que os lo impiden la cautividad, la pobreza, la abyección? No, ellas más bien os ayudan pues contribuyen a la represión de vuestro orgullo que se rebela. ¿Veis a otro tener éxito en sus negocios? No seáis envidiosos; la pobreza no se opone a ello. ¿Se trata de orar? Hacedlo con modestia y recogimiento; la pobreza no pone ningún obstáculo. Sed agradecidos, afables con todos, reservados, honestos; tales virtudes no necesitan ayudas extrañas. He aquí el mérito de la virtud: ella no necesita riquezas, poder, gloria ni nada semejante; un alma santificada basta, ella no pide nada más.
Tal es el poder de la gracia; si alguien es rengo, ciego, mutilado, agobiado por la más extrema enfermedad, nada impide que la gracia lo visite. Sólo necesita un alma que la reciba con todo su afecto, y no presta ninguna atención a las ventajas exteriores. Aquellos que enrolan soldados en la milicia profana, buscan la belleza en la talla y el vigor de la constitución; pero tales ventajas no bastan para el servicio; es necesaria, además, la libertad: todo esclavo es rechazado. El Rey de los cielos no hace pesquisa semejante; admite en su ejército a los esclavos, los ancianos, los inválidos, sin enrojecer por ello. ¿Puede haber una bondad, una obligación más grande?
A nosotros sólo se nos demanda aquello que está en nuestro poder, pero el mundo reclama aquello que no está a nuestra disposición. Efectivamente, ¿acaso la libertad o la esclavitud dependen de nosotros, lo mismo que la altura o la brevedad de la talla, o la vejez, o cualquier otro accidente semejante? En cambio, depende sólo de nuestra voluntad practicar la bondad, la dulzura y otras virtudes semejantes. Dios sólo exige de nosotros aquello que está en nuestro poder, y la razón es fácil de comprender: no es por interés, sino por bondad que nos llama a gozar de su gracia; los reyes de la tierra, por el contrario, sólo atraen a aquellos cuyos servicios les son útiles en las guerras materiales y visibles, pero Dios somete a los suyos a la prueba de combates espirituales e invisibles.
Los juegos públicos nos proporcionan también una posibilidad de comparación. Aquellos que se disponen a aparecer sobre el teatro de esos juegos sólo son admitidos en la lid después que un heraldo los conduce alrededor de la asamblea exclamando en alta voz: “¿Tiene alguien algún reproche que hacer al atleta?” ¡Cómo! ¡Se trata de una lucha puramente corporal en la que no juega para nada el alma, y para ser admitido se necesitan ciertas condiciones de nobleza! Todo lo contrario sucede en la lid de los combates espirituales; aquí las luchas no se apoyan en el entrelazamiento de las manos; son la sabiduría del alma y la virtud del corazón las únicas que deciden la victoria y, mientras tanto, el juez de los juegos no exige de ningún modo al atleta que muestre títulos de nobleza; no lo coloca bajo la mirada de los espectadores diciendo: ¿Alguien tiene alguna cosa que reprochar a esta persona?, sino que proclama: Cuando todos los hombres, cuando todos los demonios, con su príncipe a la cabeza, se levantaron para acusarlo y reprocharle las últimas vergüenzas, yo no lo rechacé, no lo reprendí; por el contrario, lo liberé de los acusadores, lo alivié de su iniquidad, y ahora lo conduciré al combate. Otra diferencia: en los juegos públicos el presidente no ayuda a los combatientes a vencer, es necesario que permanezca neutro; por el contrario, en la clase de combate que Dios preside, él es el auxiliar de la virtud y toma una parte activa en la lucha contra el diablo.
Vivir como cristianos.
4. He aquí algo maravilloso: Dios no solamente redime los pecados, sino que no los revela, no los hace conocer, no obliga a los culpables a acusarse de ellos en público, sino que les recomienda no dar cuenta de ellos ni confesarlos más que a él. Si un juez de este mundo dijera a un ladrón, sorprendido al cometer su delito o a un violador de tumbas: Confiesa tu crimen y yo te liberaré. ¿Con qué alegría, sacrificando la vergüenza por amor a la vida, no recibiría él estas palabras? Para nosotros, nada semejante, el pecado es perdonado sin que se haya tenido necesidad de revelarlo ante los asistentes. Dios sólo pide una cosa: que el penitente absuelto comprenda la grandeza del beneficio. Pero, ¡qué absurdo! Dios nos colma de favor y se contenta con nuestro testimonio: y nosotros, en los homenajes que le rendimos, buscamos otros testigos, y no actuamos más que por ostentación. Cuánto mejor sería que, llenos de admiración por su bondad le ofrezcamos todo lo que poseemos: y que, ante todo, reprimiéramos la fogosidad de nuestra lengua y no habláramos sin cesar. “Los largos discursos no estarán exentos de pecado.”102 Si tenéis algo útil que decir, decidlo; si no tenéis nada apremiante, callaos, será mejor.
¿Trabajáis con vuestras manos? Cantad mientras trabajáis. ¿No queréis cantar con vuestra boca? Cantad con el corazón. El salmo es un compañero útil. No sufriréis ningún daño y podréis encontraros en vuestra casa como en un monasterio. En efecto, no será la conveniencia de los lugares, sino la santidad de la vida lo que nos hará gozar de la paz. Pablo, ejercitando su arte en un taller, ¿valía acaso menos? No digáis entonces: ¿De qué modo, pobre artesano como soy, podría alcanzar la perfección cristiana? Tal condición, precisamente, os otorgará mayores facilidades. Pues la pobreza es más favorable para la piedad que las riquezas, y la vida ocupada, más que la ociosidad. Si no tenemos cuidado, las riquezas pueden convertirse en un obstáculo para nosotros.
Pero, ¿es necesario calmar la cólera, sofocar la envidia, reprimir la violencia, hacer oración? ¿Es necesario mostrarse honesto, dulce, reservado, caritativo? ¿Qué impedimento” puede oponer la pobreza? No es con dinero que se practican tales virtudes, sino gracias a la buena voluntad. La limosna, sin duda, necesita de riquezas, pero la pobreza le confiere un brillo mayor. Aquel que da dos óbolos, ¿no será muy pobre? Y, sin embargo, tiene mayor mérito que todos los otros. No otorguemos importancia a la fortuna y no consideremos de mayor precio el oro que el barro. La materia no tiene valor en sí misma, sino de acuerdo a nuestra opinión.
Para un hombre serio, el hierro es más necesario que el oro. En efecto, ¿qué utilidad tiene el oro para las necesidades de la vida? El hierro, por el contrario, empleado en gran número de profesiones, nos proporciona la mayoría de las cosas indispensables. Pero, ¿por qué comparar el hierro con el oro? Incluso las piedras comunes son más necesarias que las piedras preciosas. Con las unas nada se puede hacer que sea útil, mientras que con las otras construimos casas, murallas y ciudades. ¡Mostradme entonces qué ventaja poseen las piedras preciosas, o mejor aún, qué peligro no se deriva de ellas! En efecto, para que vosotros llevéis una perla, es necesario que sufran hambre una multitud de pobres. ¿Qué excusa podréis presentar, qué indulgencia obtendréis?
El adorno de la virtud.
¿Queréis embellecer vuestro rostro? No empleéis piedras preciosas, sino la modestia y la honestidad, y vuestro esposo os encontrará más amable. En efecto, ¿qué resulta a menudo del adorno? Sospechas envidiosas, enemistades, injurias, luchas. ¿Existe algo más desagradable que un rostro sospechoso? Por el contrario, la belleza de la limosna y de la caridad excluye toda suposición desfavorable; ata a un marido con más fuerza que todas las cadenas. La naturaleza adorna menos un rostro que el amor de aquel que lo contempla; nada atrae ese amor tanto como la reserva y el pudor. Aunque una mujer sea bella, si su esposo está mal dispuesto a su respecto, le parecerá la más desagradable del mundo; pero, aunque esté privada de gracia, si ella le gusta, la mirará como la más amable de todas. Nuestros juicios se forman no según la naturaleza de las cosas que nos impresionan, sino conforme al sentimiento del alma que los contempla. Adornad entonces vuestro rostro, pero que sea con la modestia, la honestidad, la limosna, la afabilidad, la caridad. Que sea con la ternura hacia vuestro marido, vuestra dulzura, vuestra bondad, vuestra paciencia en las adversidades; he aquí las flores de virtud que os ganarán el corazón de los ángeles y no de los hombres y que os merecerán las alabanzas del mismo Dios; ahora bien, cuando seáis agradables a Dios, él os otorgará todo el corazón de vuestro esposo. Si la sabiduría del hombre ilumina su rostro, ¿qué resplandor no esparcirá la virtud sobre la mujer?
Finalmente, si tenéis un adorno mundano, decidme, ¿de qué os servirá cuando llegue el gran día? Pero, ¿por qué recordar el gran día? ¿No nos proporcionan acaso una prueba suficientemente clara las circunstancias presentes? ¿No hemos visto a aquellos que habían ultrajado al emperador, cuando eran llevados ante los tribunales y expuestos al último suplicio? Las madres, las esposas, se despojaban de sus collares de oro, de sus perlas, de todo adorno, de sus vestimentas suntuosas; tomaban hábitos simples y humildes, se cubrían la cabeza de cenizas y, desplazándose ante las puertas del tribunal, en ese estado, suplicaban a los jueces. Ahora bien, si en esos juicios son miradas como peligrosas y pérfidas las cadenas de oro, las perlas, los ricos vestidos; si por el contrario, la dulzura, la bondad, la humillación, las lágrimas, la negligencia en el vestido, disponen mejor a los jueces, ¿qué sucederá entonces, con mayor razón, en ese inevitable y temido juicio? ¿Qué razón podréis aportar, decidme, y qué excusa, cuando Dios os reproche esas piedras preciosas y haga aparecer ante vuestros ojos a esos pobres que han perecido a causa de la miseria?
También san Pablo decía: “Que las mujeres no se adornen con cabellos rizados ni con oro, con piedras ni con trajes preciosos.”1113 De allí nacen los peligros. Y, aunque gocemos de esas ventajas toda nuestra vida, ¿no nos separará de ellas la muerte, totalmente? Con la virtud, en cambio, ninguna ruina: ella nos da seguridad en nuestro mundo y nos acompaña en el otro. ¿Queréis poseer siempre vuestras piedras preciosas y no perder jamás vuestra opulencia? Quitaos esos adornos y depositadlos, a través de las manos de los pobres, en el seno de Jesucristo. El conservará para vosotros todas esas riquezas y, después de la resurrección, cuando haya revestido vuestro cuerpo con una brillante claridad, entonces os embellecerá con adornos más ricos, con ornamentos preferibles a vuestras vestimentas groseras y ridiculas de aquí abajo. Pensad en ello: ¿a quién queréis agradar?, ¿para quién este adorno?, para un cordelero, para un fundidor, para un corredor. Para haceros mirar y admirar. ¡Qué confusión! ¡Qué vergüenza, daros en espectáculo, entregaros a todas esas locuras ante gentes a las cuales ni siquiera os dignáis dirigir la palabra!
Renuncia a Satanás.
¿Porqué medio se pueden despreciar todas esas frivolidades? Debemos recordaros estas palabras de vuestro bautismo: Renuncio a ti, Satanás, a tus pompas y a tu culto; pues el amor insensato por las piedras preciosas lleva a la pompa diabólica. Habéis recibido oro, ¿sirvió éste para encadenar vuestros miembros o para liberar y alimentar a los pobres? Decid entonces con frecuencia: Renuncio a ti, Satanás; nada más seguro que estas palabras, si las ponemos en práctica.
Vosotros, que vais a ser bautizados, aprendedlas, yo os conjuro la fórmula de vuestro pacto con el Señor. Cuando compramos esclavos, preguntamos primero a aquellos que están encadenados: ¿Queréis servirnos? Lo mismo hace Jesucristo. Cuando debe tomarnos a su servicio, comienza por decirnos: ¿Queréis abandonar a vuestro cruel e implacable tirano?, y nos admite en su alianza. Su dominio no es de ningún modo forzado. ¡Y considerad la bondad de Dios!
Nosotros, antes de pagar, nos informamos frente a aquellos que están en venta, y cuando estamos seguros de su voluntad, entonces desembolsamos el precio. Jesucristo no actúa del mismo modo. El ha librado de antemano, por nuestro rescate, toda su preciosa sangre: “Habéis sido comprados a un enorme precio,”104 dijo san Pablo.
Y sin embargo, a menos que tengáis la gracia y la voluntad de comprometeros a cumplir sus leyes por vosotros mismos y por vuestro propio impulso, él no os obligará a servirlo. Yo no fuerzo, dice él, no obligo a nadie. Nosotros, si alguna vez sucede que compramos esclavos viciosos, sólo se debe a un error; Jesucristo, por el contrario, ha comprado para su servicio a hombres ingratos y malvados, y los ha pagado igual que al mejor servidor; incluso pagó un precio mucho más elevado y de tal manera superior, que su grandeza es incomprensible para la razón y la inteligencia. En efecto, ¿ha entregado la tierra, el cielo y el mar? No, pero sí algo que vale más, su preciosa sangre; y después de todos esos sacrificios no nos exige testigos, ni firma; se contenta con una sola palabra; y si vosotros la decís sinceramente: Renuncio a Satanás, y a sus pompas, vuestro amo lo ratificará todo. Digamos entonces: Renuncio a ti, Satanás, y como, cuando llegue el gran día, deberemos rendir cuentas de estas palabras, guardémoslas con cuidado, para devolver íntegramente ese depósito.
Renuncia a las obras del demonio.
También pertenecen a las pompas del demonio, los teatros, los juegos del circo, el pecado, cualquiera que sea, la observación de los días, los encantamientos y los presagios.
¿Qué son los presagios? A menudo, al salir de vuestra casa encontráis un tuerto o un rengo y deducís de ello un presagio; pompas de Satán. ¿Será la vista de un hombre cuya vida ha transcurrido en el pecado, lo que vuelve .malo al día? Cuando salgáis, evitad el encuentro del pecado, éste es lo realmente funesto y, sin el pecado, el demonio no puede haceros ningún mal. Pero, ¿qué decís? Vosotros miráis un hombre y, con ello, hacéis un augurio. ¿Y no descubrís en ello la trampa de Satanás? ¿No veis que él os convierte en enemigos de aquello que no os hace ningún mal y que, sin ningún motivo necesario, os coloca en oposición con vuestro hermano? Dios nos ordena amar incluso a nuestros enemigos; pero vosotros tomáis aversión a aquel que no os ha causado ningún daño y a quien nada tenéis que reprochar. ¡Qué situación ridícula, qué vergüenza, o mejor, qué peligro! ¿Encontraré todavía alguna cosa más ridícula? Enrojezco, estoy confundido, pero vuestra salvación me obliga a hablar. Si se encuentra una virgen, se dice: día perdido; pero si se trata de una prostituta, entonces: día favorable y feliz, próspero comercio.
Vosotros os escondéis, os golpeáis la frente, bajáis la cabeza. ¿Pero es cuando se pronuncian tales palabras, que se debe enrojecer, o cuando se las pone en práctica? ¡Mirad cómo el demonio oculta de ese modo sus engaños! Hace desviar vuestras miradas de una mujer modesta y os inspira inclinación y amor por una impúdica: ¿por qué? Porque ha escuchado esta sentencia de Jesucristo: “Cualquiera que mira a una mujer con mal deseo, ya ha cometido adulterio”;105 porque ha visto a muchas almas triunfar sobre la lujuria, entonces, queriendo conducirlas al pecado por otro camino, lo hace por medio de ese presagio, llevándolas a colocar su vista con agrado sobre una mujer licenciosa.
¿Qué podemos decir de aquellos que emplean encantamientos, ligaduras y que rodean su cabeza y sus pies con medallas de bronce con la imagen de Alejandro de Macedonia? Decidme, después de la cruz y de la muerte de Nuestro Señor, ¿debemos colocar la esperanza de nuestra salvación en la imagen de un rey pagano? ¿Ignoráis, entonces, el enorme poder de la cruz? ¿Acaso no destruyó ella la muerte, no suprimió el pecado, no despobló el infierno, no quebró el poder del demonio? ¿Y no la juzgaríais capaz de salvar vuestro cuerpo? ¿Ella ha tranquilizado a todo el universo y no será digna de vuestra confianza? ¡Oh, qué castigo no mereceréis!
Pero, además de vuestras ligaduras, os rodeáis también de encantamientos, introduciendo para ello en vuestras casas a viejas mujeres ebrias y vacilantes; ¿y no estáis confundidos, no estáis avergonzados después de nuestras sublimes enseñanzas, dejándoos fascinar por tales imposturas? Y lo que es todavía más funesto que el mismo error, a nuestras advertencias para que salgáis de él, oponéis excusas imaginanas, diciendo: Esta encantadora es cristiana, sólo profiere el nombre de Dios. ¡He aquí precisamente porqué la tengo en abominación!, pues ella sólo pronuncia el nombre divino para ultrajarlo; se dice cristiana pero sólo comete actos paganos. Los demonios mismos, ¿no profirieron acaso ese santo nombre? Y, sin embargo, eran demonios; ellos decían, es verdad, a Jesucristo: Nosotros sabemos que sois el Santo Dios; y sin embargo él los reprendió y los expulsó.
Os suplico, no toméis parte de esos engaños. ¡Tomad como defensa las palabras de nuestro bautismo! ¿Querríais descender al foro sin calzado ni vestimenta? Y bien, no aparezcáis jamás en público sin esta santa palabra, y antes de franquear el umbral de vuestra puerta decid: “Renuncio a ti, Satanás, a tus pompas, a tu culto, y me ligo a ti, oh Jesucristo.” No salgáis jamás sin estas palabras, ellas serán vuestra defensa, vuestro escudo, serán para vosotros una torre inexpugnable. Con estas palabras imprimid la cruz sobre vuestra frente. Y entonces, ni el encuentro con un hombre ni con el mismo demonio os podrá perjudicar, gracias a esta armadura que os cubrirá por todas partes.
En adelante, alimentaos con estas verdades, de modo que, cuando escuchéis la señal, seáis como soldados bien equipados y, triunfando sobre el demonio, recibáis la corona de justicia que os deseo a todos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien pertenece la gloria, con el Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Así sea.
89 Sal 95 (94), 7-8: “¡Oh, si escucharais hoy su voz!: No endurezcáis vuestros corazones como en Meribá.” — 90 Jb 1:1: “Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal.” — 91 Qo 12:13: 'Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal.” — 92 Jn 1, 5: “Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.” — 93 Ga 3:27: “En efecto, todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo.” — 94 Jn 6:57-58: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá en mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.” — 95 Jn 15:15: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos.” — 96 2 Co 11:2: “Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo.” — 97 Rm 8, 29: “Para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos.” — 98 Is 8,18: “Aquí estamos yo y los hijos que me ha dado Yahveh.” — 99 Hb 1:22: “Bajo sus pies sometió todas las cosas y lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia.” — 100 Lc 3:8: “Dad, pues, frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en estro interior: 'tenemos por padre a Abraham'.” — 101 ch 2:28: “Convertios y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo.” — 102 Pr 10:19: “En las muchas palabras no faltará el pecado.” — 103 1 Tm 2:9: “Asimismo que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no con trenzas ni con oro o perla o vestidos costosos.” — 104 1 Co 7:23: “¡Habéis sido bien comprados!” — 105 Mt 5:28: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.”
San Juan Crisóstomo.
Sermón a los neófitos.106
(Esta joya de la literatura bautismal es casi desconocida. Las grandes ediciones de Montfaugon y de Migne no la contienen. Su autenticidad resulta confirmada por los paralelismos con otros sermones del mismo doctor y actualmente no se pone en duda. El desarrollo sobre la sangre y el agua que brotan del corazón de Cristo es particularmente bello. Las alusiones a la Eucaristía son típicas de Juan Crisóstomo, llamado “el doctor de la Eucaristía.”)
1. Los neófitos semejan a las estrellas del cielo ¡Dios sea loado! Las estrellas de la tierra resplandecen con una luz más brillante aún que las del cielo. Existen estrellas sobre la tierra porque el Dios del cielo se mostró sobre ella. Brillan en pleno sol y su resplandor es más luminoso que el de las estrellas que sirven a la noche. Los astros del cielo terminan su servicio al levantarse el sol, aquellos de la tierra resplandecen con una luz más admirable cuando aparece Cristo, el sol de justicia. Los primeros desaparecerán con el fin del mundo, los segundos serán todavía más luminosos hacia el fin de los tiempos. Pues está escrito: “Las estrellas del cielo caerán como las hojas marchitas de la viña.”107 De los últimos se dijo: “Los justos resplandecerán como las estrellas del cielo.”108¿Qué quiere decir: “Las estrellas del cielo caerán como las hojas marchitas de la viña”? Las viñas cubiertas de racimos sacan hojas, pero en el tiempo de cosecha, éstas caen. Lo mismo sucede con el universo. Durante todo el tiempo que él abrigó a la humanidad, el cielo guardó sus estrellas como la viña sus hojas. Cuando la noche haya pasado, las estrellas no tendrán ya razón de ser.
Las estrellas son, por esencia, de fuego. Las estrellas de la tierra también son transformadas en una naturaleza incandescente. Entre las primeras el fuego es visible, entre las segundas, sólo puede verlo el ojo de la fe. “Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.”109 ¿Queréis conocer el nombre de las estrellas? Las primeras se llaman Orion, Nazareth, Arquero, Vespertina, Lucifer. Entre las segundas, no existen estrellas de la tarde, todas son estrellas de la mañana.110
Yo os repito: ¡ Dios sea loado, por ser el único que produce tales maravillas! Él lo ha creado todo, todo lo renovó.
Aquellos que ayer estaban todavía prisioneros, hoy son libres. Aquellos que profesaban el error se han convertido en ciudadanos de la Iglesia. Aquellos que vivían en la vergüenza del pecado han sido ennoblecidos por la justicia.
No son simplemente libres, sino santos; no solamente santos, sino justos; no solamente justos, sino hijos de Dios; no solamente hijos, sino herederos; no solamente herederos, sino hermanos de Cristo; no solamente hermanos de Cristo, sino sus coherederos; no solamente sus coherederos, sino sus miembros; no solamente sus miembros, sino templo; no solamente templo, sino instrumento del Espíritu Santo.
¡Dios sea loado! El, que produce tales maravillas. ¿Ves cuan múltiple es la gracia del bautismo? Algunos sólo ven en ella la remisión de los pecados, mientras que nosotros podemos alinear diez dones de honor. Por esta razón bautizamos también a los niños de poca edad, cuando todavía no han comenzado a pecar,111 para que reciban la santidad, la justicia, la filiación, la herencia, la fraternidad de Cristo, para que se conviertan en miembros y morada del Espíritu Santo.
2. Advertencia a los neófitos. El combate con los demonios.
En cuanto a vosotros, hermanos bien amados, yo puedo llamaros de este modo pues recibí un día la misma gracia del nuevo nacimiento y a causa de mi gran amor hacia vosotros. Yo os ruego que, después de haber recibido gracia tan grande, probéis vuestra buena voluntad. Mostraos dignos de la gracia, pues el honor que se os hará es insigne.
Estos últimos tiempos sólo representaron para vosotros un ejercicio preparatorio, la caída era siempre posible. Hoy comienza el verdadero combate que decidirá la corona. El combate comienza, el estadio está abierto. Acuden como espectadores, no solamente los hombres, sino también los ejércitos celestes de los ángeles: “Hemos sido dados en espectáculo, está escrito, al mundo, a los ángeles y a los hombres.”112 Los ángeles os contemplan, el Señor de los ángeles os presenta la corona. Está en juego no solamente nuestra gloria sino también nuestra salvación, el arbitro es aquel que dio su vida por nosotros. En los juegos olímpicos, aquél que otorga la corona ocupa un lugar en medio de los concurrentes, no favorece a nadie con una señal de simpatía, es imparcial. Espera el resultado incierto del combate.
En la lucha con el demonio, Cristo no es neutro, se coloca de nuestro lado. Para convencerte, recuerda que él nos unge con el aceite de la alegría, que él tiende trampas al demonio para lograr su pérdida. Si él ve caer al demonio durante el combate nos grita: “Aplástalo.”113 Si nos ve vacilar, nos reanima con la mano de su majestad y nos dice: “¿Acaso el que cae no puede levantarse?”114 El despierta a aquellos que duermen, diciendo: “Despiértate, tú que duermes.”115
¿Queréis conocer otras maravillas? Dios nos ha preparado el cielo como recompensa; el demonio, aunque resulte vencedor, es devuelto al infierno y amenazado con el castigo. Si yo logro la victoria, seré coronado. Él será castigado aunque venza. Para convencerte de que, aun victorioso, sufrirá los más crueles castigos, recuerda a Adán y su caída. ¿Qué ganó el demonio? Dios dijo a la serpiente: “Marcharás sobre tu vientre y comerás tierra durante todos los días de tu vida.”116 Si Dios castigó y maldijo así a la serpiente visible, ¿cuánto más riguroso será el castigo de la serpiente invisible si su instrumento fue sometido a semejantes tormentos? Si un padre amante descubre al asesino de su hijo, se apodera, no solamente del homicida, sino también de la espada que mató a su hijo y la quiebra. Igualmente Cristo, cuando ve un alma sofocada por el demonio, condena no sólo al asesino a tormentos implacables, sino que también despunta y quiebra su arma.
Preparémonos con confianza para el combate. Nuestras armas son más brillantes que el oro, más duras que el diamante, más centelleantes que el fuego, más ligeras que plumas. Ellas no hieren ni cortan tu cuerpo, sino lo afirman y lo vuelven flexible. Con ellas puedes sin dificultad llegar al cielo. Las armas de la tierra con las cuales el debutante se entrena día tras día son demasiado rudas e inutilizables en el combate espiritual.
Soy hombre, pero he sido llamado a enfrentar a los demonios. Nacido con un cuerpo, debí luchar contra un enemigo sin cuerpo. He aquí por qué Dios me ha dado una coraza que no es de metal, sino de simplicidad y justicia. Dios me ha armado con el escudo de la fe. La palabra de Dios es mi espada. El enemigo se sirve de flechas; yo, de una espada.
El confía en sus tiros; a mí no me faltan, ni defensa, ni armas. El enemigo no se siente seguro, se mantiene a distancia, lanza sus flechas desde lejos, ellas sólo pueden alcanzar al imprudente.
Dios me ha otorgado otro sostén. ¿Cuál? Me ha preparado una mesa con manjares elegidos, para que, fortificado con alimentos tonificantes, combata al enemigo hasta la victoria. Cuando el demonio gesticulante te ve abandonar la mesa del festín celestial, huye como perseguido por un león que arroja fuego, desaparece con la velocidad del viento y no osa ya acercarse.117 Con sólo ver a lo lejos tu lengua enrojecida por la sangre del Señor, créeme, abandona el combate apresurado. Si ve desde lejos sobre tus labios la sangre de Cristo, huye espantado.
3. La sangre de Cristo prefigurada por el cordero pascual.
¿Quieres reconocer el poder de la sangre de Jesucristo? Volvamos a la figura que lo anuncia, a los acontecimientos antiguos que se desarrollaron en Egipto, y que narra la Escritura. En esa época Dios quiso enviar la décima plaga a los egipcios y golpear a todos sus primogénitos hacia la medianoche, porque ellos retenían por la fuerza a los primogénitos del pueblo elegido por él.
Para no golpear al pueblo judío al mismo tiempo que a los egipcios — ambos habitaban el mismo país -, les dio un signo distintivo, un signo maravilloso para que evidencie el poder de la verdad simbolizada. Cuando la cólera de Dios se aproxima y se teme al ángel exterminador que debe visitar toda morada, en ese momento Moisés da la orden: “Inmolad un cordero de un año, sin defecto, y con su sangre señalad vuestras puertas.”118 ¿Cómo? ¿La sangre de un cordero puede salvar a los hombres dotados de razón? Ciertamente no, en tanto que sea sólo sangre, pero sí cuando ella simboliza la sangre del Maestro. La estatua del emperador, inanimada y sin vida, da abrigo, según el derecho antiguo, a todo hombre vivo que en ella se refugie, no porque haya sido fundida, sino porque representa al emperador. Lo mismo sucede con la sangre inanimada y sin vida del cordero que puede salvar almas humanas, no porque se trate de sangre, sino porque prefigura la sangre de Cristo. El ángel exterminador, cuando veía la sangre del cordero sobre las puertas, pasaba sin atreverse a entrar; con mayor razón el enemigo se mantendrá a distancia percibiendo, no la sangre del cordero en los dinteles de las puertas, sino la verdadera sangre de Cristo en los labios de los fieles, en las puertas de los templos vivientes de Dios. ¡Si el ángel temía al símbolo, con mayor razón el demonio huirá frente a la realidad!
¿Quieres conocer todavía mejor el poder de la sangre de Cristo? Recuerda su origen. Ella brotó, en la cruz, del costado del Maestro. Cuando Jesús expiró, estando todavía en la cruz, cuenta la Escritura, un soldado vino y abrió su costado con una lanza. De allí brotó agua y sangre. El agua simboliza el bautismo; la sangre, la Eucaristía. Por ello está escrito: “Brotó sangre y agua,”119 pero en primer lugar el agua, luego la sangre. Nosotros somos, primero, lavados en el bautismo y, luego, gratificados con el sacramento eucarístico.
La lanza del soldado abrió el costado y quebró el muro del templo santo. Aquí, yo encontré un tesoro de gracia. Lo mismo sucedió con el cordero pascual. Los judíos inmolaban el cordero y nosotros hemos recibido el fruto de ese símbolo: “Del costado brotó sangre y agua.”
No hay que pasar demasiado rápidamente sobre este episodio, rico en significaciones. Consideremos otro misterio que en él se oculta. He dicho que el agua y la sangre son los símbolos del bautismo y de la Eucaristía. Sobre los dos sacramentos, el baño del nuevo nacimiento y el misterio eucarístico, que tienen su origen en el costado de Cristo atravesado por la lanza, está fundada la Iglesia.
Sobre ese costado abierto Jesús construyó la Iglesia, así como Eva encontró su origen en el costado de Adán. He aquí por qué Pablo pudo escribir: “Nosotros salimos de su carne y de sus huesos,”120 pensando en la herida del costado. Dios tomó el costado de Adán para formar la mujer; del mismo modo, Cristo nos dio sangre y agua de su costado para formar la Iglesia. Del mismo modo que Dios había tomado la costilla de Adán mientras dormía en éxtasis, Jesús nos dio sangre y agua después de haberse dormido en la muerte. Allá el sueño de Adán, aquí el sueño de la muerte.
Ved, entonces, la forma en que Cristo se unió a su esposa. Ved con qué alimento somos saciados. Él es, en sí mismo, nuestro alimento y nuestro festín. Como una mujer alimenta a su hijo con leche materna, en cierto modo con su propia sangre, así Cristo alimenta sin cesar a aquellos a los que ha dado la vida del nuevo nacimiento al precio de su propia sangre.
4. Exhortación a la fidelidad: La vida cristiana es comparable a la marcha del pueblo de Dios.
Hemos sido considerados dignos de grandes gracias, llevemos una vida digna de ello. Que las promesas de nuestro bautismo permanezcan grabadas en nuestro corazón. Lo digo claramente: el acta de acusación ha sido desgarrada, estamos iluminados nuevamente por el bautismo. Pero a vosotros, que habréis de ser beneficiados con la misma gracia, os dirijo la misma recomendación. Los mismos lazos, las mismas obligaciones existen para todos. Hemos suscrito el mismo contrato, no con tinta, sino invocando al Espíritu Santo mediante la confesión de nuestra boca. Nuestra lengua nos sirvió como pluma para suscribir nuestra alianza con Dios. He aquí por qué David pudo exclamar: “Mi lengua es la pluma de un escriba veloz.”121 Hemos confesado la realeza de Cristo y abjurado de la tiranía del demonio, he aquí el acta, el contrato, el acuerdo que hemos firmado. Velad para que el amo del contrato no os encuentre nuevamente como deudores. Cristo sólo vino una vez. Él encontró el acta de acusación que habíamos heredado de Adán, que la suscribió. Este causó el comienzo de nuestra pérdida y nosotros agravamos su falta con nuestras faltas personales. De allí surgen maldición y pecado, muerte y condena por la ley. Cristo suprimió todo eso. Ello fue lo que hizo exclamar al Apóstol: “Hizo desaparecer el acta de acusación clavándola en la cruz.”122 No dijo simplemente que Cristo había borrado el acta de acusación, sino que los clavos de la cruz la desgarraron para que en adelante sea considerada nula y sin valor. Y esto se cumplió, no secretamente, en un rincón oculto, sino al aire libre, frente a los ojos de todos; el acta de acusación fue destruida sobre la cruz levantada. Los ángeles la ven, los arcángeles la contemplan, las potencias se maravillan. Incluso Satanás y los demonios están informados. El acta de acusación fue desgarrada a la vista de los usureros que nos empujaron a la caída, para que en adelante no puedan molestarnos.
El acta de acusación perdió fuerza de ley. Estemos atentos para no contraer una nueva deuda. No existe una segunda cruz, no existe una segunda remisión por un segundo bautismo. Existe sí una remisión de los pecados, pero no un nuevo nacimiento bautismal. Seamos vigilantes y prudentes. Habéis abandonado Egipto. Olvidad la esclavitud y el duro trabajo en las canteras de ese país. Ese trabajo humillan te es la herencia de la locura del mundo. El mismo oro, antes de ser purificado, se asemeja a un terrón de tierra. ¿Has visto milagros más grandes que los que contemplaron los judíos cuando abandonaron Egipto? Tú has visto mgado por las olas, no sólo al Faraón, sino al demonio, ahogados en las aguas bautismales. Los judíos atravesaron el mar, tú las sombras de la muerte. Los primeros abandonaron Egipto, tú la tiranía del demonio. Ellos fueron liberados del yugo de la esclavitud, tú, del yugo del pecado, mucho mis pesado que el de la esclavitud.123
¿Quieres conocer más sobre el honor que se te ha hecho? Los judíos no pudieron ver el rostro transfígundo de Moisés, que solo era un hijo de Adán, un hombre, pero tú has visto el rostro de Cristo en su gloria. He aquí por qué Pablo pudo decir: “Nosotros vimos la gloria del Señor, su rostro descubierto.”1” Ellos poseían a Cristo, porque él los seguía, nosotros lo tenemos como protector y sostén. Cristo los seguía a cruz. causa de Moisés. Cristo nos protege, no solamente porque él es el nuevo Moisés, sino también a causa de nuestra fiel obediencia.
A ellos, después de Egipto, les estaba reservado el desierto, las serpientes venenosas; nosotros, después del Egipto de este mundo, esperamos el reino de los cielos con sus múltiples moradas. Ellos tenían como guía a Moisés; nosotros, al Señor y Salvador. Si aplicamos a nuestro Moisés125 aquello que se dice del otro, sabremos que estamos en el camino recto. El rostro del nuevo Moisés respira un espíritu de mansedumbre y su corazón un espíritu de dulzura. En otra época Moisés llevaba en los brazos, en la mano, el pan de los ángeles, caído del cielo; nuestro Moisés eleva las manos al cielo y nos otorga el pan celestial. El otro Moisés golpeaba el peñasco y de él brotaba una fuente de agua; nuestro pastor se acerca a la mesa, golpea el peñasco espiritual y le arranca una fuente espiritual.
He aquí por qué la mesa santa está levantada en medio de los fieles, como una fuente burbujeante, para que los corderos sedientos puedan ubicarse a su alrededor y calmar su sed. El agua brota en rápidos chorros para que nadie quede sediento.
Tenemos una fuente de salvación, una mesa con manjares abundantes que nos proporcionan los dones del Espíritu. Acerquémonos con el corazón colmado de fe, con la conciencia pura, para recibir gracia, misericordia y socorro en el momento oportuno, por la gracia y la misericordia de nuestro Señor, por quien y con quien tiene gloria el Padre con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos de los siglos. Amén.
106 ver presentación. — 107 Mt 24:29: “Las estrellas caerán del cielo, y las fuentes de los cielos serán sacudidas.” Is 34:4: “Se enrollan como un libro los cielos, y todo su ejército palidece como palidece el sarmiento de la cepa...” — 108 Mt 13:43: “Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.” — 109 Mt 3:11: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” — 110 Para comprender bien la comparación, es necesario recordar que la homilía se ubica en la noche de Pascua, cuando los neófitos acababan de entrar en la Iglesia, bajo un cielo estrellado. — 111 Frase que Juliano de Eclano objeta a san Agustín, concluyendo que los niños no tienen pecado... original. El texto no lo dice. — 1121 Co 4:9: “Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres.” — 113 Lc 10:19: “Os he dado el poder de pisar sobre serpientes...” — 114 Jr 8:4: “¿...los que caen, no se levantan?” — 115 Ef 5:14: “Despierta tú que duermes.” — 116 Gn 3:14: “Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.” — 117 Tema caro a san Crisóstomo, que vuelve sobre él en los comentarios de la Eucaristía. — 118 Ex 12:5-7: “El animal será sin defecto, macho de un año... toda la asamblea 'e la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. Luego tomarán la »angre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman.” — 119 Jn 19:34: “Salió sangre y agua.” — 120 Ef 5:30: “Pues somos miembros de su Cuerpo.” — 121 Sal 45 (44):2: .”.. es mi lengua la pluma de un escriba veloz.” — 122 Col 2:14: “Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las persecuciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la — 123 Es fácil medir aquí la importancia del tema del Éxodo, en la catequesis de los Padres. — 124 2 Co 3:18: “Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor.” — 125 Alusión al obispo Flaviano, patriarca de Antioquía, donde fue pronunciada la homilía. — 126 Éstas que aquí damos son las que llevan los Nros. 25 y 26.
San Juan Crisóstomo.
Conversación con Nicodemo
(Evangelio según San Juan).
(San Juan Crisóstomo pronunció en Antioquía, en 289,88 homilías™ sobre el Evangelio de san Juan. Predicaba dos veces a la semana, al comienzo del día. Asistían a ellas los católicos celosos de toda edad, de todo sexo y cualquier condición. El doctor perseguía una enseñanza continua, profundizando los dones de la fe y combatiendo a los herejes de Antioquía. Prosiguiendo la catequesis bautismal, el orador desarrolla el tema de las dos creaciones, la del primer hombre, la del segundo, y el simbolismo del agua. Las alusiones a las ceremonias del bautismo proporcionan ocasión de deducir el carácter y los efectos del renacimiento espiritual.)
Jesús le respondió: en verdad, en verdad os digo que si un hombre no renace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.127
1. Los niños pequeños van todos los días a la escuela en busca de su maestro, para recibir la lección y recitarla, no cesan jamás de hacer el mismo ejercicio y a menudo unen la noche con el día obligados a ello para obtener bienes frágiles y pasajeros; nosotros no pedimos, a vosotros, que sois maduros, y de edad avanzada, más de lo que vosotros exigís a vuestros hijos.
No os pedimos que vengáis todos los días al sermón, sólo os exhortamos para que asistáis a él dos veces a la semana y que lo escuchéis con atención. Para facilitar vuestro esfuerzo y vuestra atención sólo tomamos una pequeña parte del día. Por ello consideramos y explicamos poco a poco las palabras de la Escritura, para que os sea más fácil comprenderlas, registrarlas en vuestra memoria y retenerlas en vuestros espíritus para poder relacionarlas con otras con cuidado y exactitud, siempre que no seáis extremadamente negligentes y más perezosos que vuestros hijos.
La conversación con Nicodemo.
Retomemos las palabras de nuestro Evangelio. Nicodemo había caído en consideraciones prosaicas, le desagradaba lo que había dicho Jesucristo; entendiendo que hablaba de un nacimiento carnal, afirmaba que es imposible a un hombre viejo nacer una segunda vez. Jesucristo explica claramente cómo se debe cumplir ese renacimiento, verosímilmente, en términos difíciles de comprender por aquel que lo había interrogado con un espíritu carnal y enteramente terreno, pero que podían despertarlo y sacarlo de las representaciones prosaicas.
¿Qué dijo, en efecto el divino Salvador? “Yo os digo en verdad, si un hombre no renace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios.” Es decir, tú piensas que mis palabras son imposibles, y yo, no sólo digo que eso es posible, sino también necesario, que sin ello nadie podrá ser salvado. Las cosas necesarias, Dios las ha hecho enteramente fáciles. El nacimiento terrenal, según la carne, viene del polvo; las puertas del cielo le están cerradas: en efecto, ¿qué tienen en común la tierra y el cielo? El nacimiento que produce el Espíritu Santo nos abre las puertas celestiales.
Escuchad esto, vosotros que todavía no habéis recibido el Bautismo. Estáis invadidos de pavor, gemís, pues la amenaza que acabáis de escuchar os hace temblar, esa sentencia es terrible: “Aquel — dijo Jesús — que no ha nacido del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos”; trae una vestimenta de muerte, es decir, de maldición y de corrupción: todavía no ha recibido el símbolo del Señor, 128es un extraño y un enemigo. No tiene el signo real: “Si un hombre, dice, no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los Cielos.”
El agua y el Espíritu.
Pero Nicodemo no lo comprendió. ¡No hay cosa peor que confiarse a razonamientos humanos cuando se tratan cosas espirituales! He aquí lo que impidió a ese hombre elevarse a un nivel más grande y más sublime. Nosotros somos llamados fieles a fin de que, despreciando los débiles razonamientos humanos, nos elevemos a la sublimidad de la fe y coloquemos nuestra confianza, nuestro tesoro y nuestro bien en esta doctrina. Si Nicodemo hubiera hecho lo mismo, ese nuevo nacimiento no le hubiera parecido imposible.
¿Qué dice entonces Jesucristo? Para apartarlo de un sentimiento terrenal y mostrarle que él habla de una generación diferente, le dice: “Si un hombre no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los Cielos.” Lo dice para atraerlo a la fe por medio de esta amenaza, para convencerlo. La cosa no es imposible, si se supera la idea de una generación carnal. Yo hablo, dice él, de otro Nacimiento. ¡Nicodemo! ¿Por qué haces descender lo que yo digo hasta la tierra? ¿Por qué sometes a las leyes de la naturaleza lo que está por encima de ella? Este nacimiento supera el nacimiento ordinario, no tiene nada de común con nosotros. El otro es igualmente llamado nacimiento: esos dos nacimientos tienen en común el nombre pero difieren en su naturaleza. Aleja de tu espíritu la idea de la generación ordinaria: yo traigo al mundo otro nacimiento. Quiero que los hombres sean engendrados de otra manera; traigo una nueva forma de creación. Yo formé al hombre con tierra y agua, pero esa figura hecha de tierra y de agua no logró el éxito; el vaso no tomó la forma. En lugar de tierra y agua, utilizaré ahora, el agua y el Espíritu.
Si alguno me pregunta ¿Cómo puede el agua producir alguna cosa?, yo responderé ¿Cómo puede la tierra producir alguna cosa? ¿Cómo la generación ha podido ser tan múltiple, los productos tan diversos, cuando la materia empleada era de una sola especie? ¿De dónde se formaron los huesos, los nervios, las arterias, las venas? ¿De dónde se formaron las membranas, los vasos organizados, los cartílagos, la piel, el hígado, el bazo, el corazón? ¿De dónde se formaron la sangre, la pituitaria, la bilis? ¿De dónde surgen tantas operaciones? ¿Cómo se producen tantos colores diferentes? Pues tales cosas no nacen de la tierra o el barro.
¿Cómo la tierra sembrada empuja hacia afuera a la semilla y la carne corrompe aquello que recibe? ¿Cómo la tierra alimenta aquello que se arroja en su seno y la carne, por el contrario, es alimentada por lo que recibe en vez de alimentarlo? Demos un ejemplo: la tierra hace vino con el agua, mientras que la carne cambia en agua el vino que recibe. ¿Cómo sabemos, entonces, que la tierra produjo esas cosas, puesto que en sus producciones, como ya dije, la tierra produce todo lo contrario? Yo no puedo concebirlo por el razonamiento, sólo lo conozco por la fe; ahora bien, si las cosas que suceden todos los días, que se producen bajo nuestros ojos, bajo nuestros sentidos, que tocamos y manejamos con nuestras manos, necesitan de la fe, con cuanta mayor razón la necesitarán las cosas misteriosas y espirituales. La tierra, inanimada e inmóvil como es, recibió de Dios, por la orden que él impartió, la virtud de producir cosas admirables y maravillosas; del mismo modo el Espíritu y el agua, juntos, operan fácilmente todos esos prodigios y milagros que sobrepasan la razón.
Las dos creaciones.
No os rehuséis a creer lo que no podéis ver. No veis el alma y sin embargo creéis que existe, diferente del cuerpo. Jesucristo no emplea este ejemplo para instruir a Nicodemo, se sirve de otro. No le propone el ejemplo del alma, incorporal e insensible, porque Nicodemo es todavía demasiado grosero. Le presentó otro, tomado de un dominio que no tiene la grosería de los cuerpos ni la espiritualidad de los seres incorpóreos: la impetuosidad y rapidez de los vientos. Comienza por el agua, que es más sutil y ligera que la tierra y más espesa que el viento. En la creación, la tierra sirvió como materia y el Creador hizo todo lo demás; en el presente, el agua sirve como materia y la gracia del Espíritu Santo hace el resto. “El hombre recibió el alma y la vida”;129 ahora él está lleno del “Espíritu vivificante.”130
Existe una gran diferencia entre una y otra creación: el alma no da la vida, pero el Espíritu no solamente trae la vida en sí mismo, sino que la comunica a los demás. Es de ese modo que los Apóstoles dieron vida a los muertos. Anteriormente, el hombre no fue formado hasta después de la creación del mundo; ahora, el nuevo hombre es creado antes de la nueva creación. Es el primero en ser regenerado, el mundo es transformado a continuación. Al comienzo, el Creador creó al primer hombre total, íntegro; ahora, el Santo Espíritu crea al segundo hombre también enteramente. Del primero Dios dijo: “Hagámosle una compañera a su semejanza”;131 acá no dice nada semejante. En efecto, ¿qué otra ayuda puede necesitar aquel que recibió la gracia del Espíritu Santo? Aquel que habita en el cuerpo de Jesucristo, ¿qué socorro puede necesitar? Al comienzo Dios hizo al hombre a su imagen; ahora él lo unió a sí mismo. Al principio le ordenó dominar sobre los peces y todos los animales, ahora elevó nuestra primicia por encima de los cielos. Al comienzo nos dio el paraíso para habitar, ahora nos abrió las puertas del cielo. Al comienzo el hombre fue formado en el sexto día, porque era necesario terminar, primero, la creación del mundo; ahora fue formado en el primer día y, desde el comienzo, con la luz. Todo el mundo ve entonces que la segunda creación tiene en vista una vida mejor, una vida que no terminará jamás.
La primera formación es terrenal, es la de Adán; después viene la de la mujer, que fue formada de una de las costillas de Adán; enseguida la de Abel, que nació de Adán. No podemos, sin embargo, conocer ninguna de esas generaciones ni explicarlas con nuestras palabras, aunque sean carnales y terrenales. ¿Cómo podríamos, entonces, conocer la generación espiritual que opera el bautismo, que es más excelente y más sublime? ¿Cómo esperar que se pueda concebir un nacimiento tan sorprendente? Los ángeles se encuentran allí, pero nadie podrá explicar la manera como se realiza, en el bautismo, esta admirable generación. Los ángeles asisten a ella sin cooperar, sin hacer nada, ellos ven lo que se hace. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo lo hace todo.132
¿Por qué el agua?
Sometámonos entonces a la palabra de Dios, que es más segura que la misma vista. A menudo los ojos se equivocan, pero la palabra de Dios es infalible. Sometámonos a esta divina palabra; la palabra que ha creado lo que no existía, merece seguramente que se la crea cuando habla de la naturaleza de las cosas que ha producido. ¿Qué es lo que ella dice? Que en el bautismo se produce una regeneración. Si alguno de vosotros dice ¿Cómo es eso?, cerrad la boca ante la palabra de Jesucristo, que es una prueba y una demostración. Si alguien interroga por qué se toma el agua, preguntémosle a nuestro turno: ¿por qué la tierra fue primeramente creada para la formación del hombre? En efecto, nadie ignora que Dios podía formar al hombre sin utilizar la tierra. Es por ello que no debemos procurar saber más, con excesiva curiosidad. Que el agua es necesaria, podéis conocerlo por este ejemplo: el Espíritu Santo había descendido sobre los Apóstoles antes que el agua del bautismo, pero el Apóstol no se detuvo por ello, sino que, para mostrar que el agua era necesaria y no superflua, dijo, escuchadlo: “¿Pueden rehusar el agua del bautismo aquellos que han recibido ya al Espíritu Santo, como nosotros?”133
¿Por qué el agua es necesaria en el bautismo? Yo os lo explicaré, para descubriros un misterio oculto, pues muchos otros misterios están escondidos en ese sacramento. Hoy os descubriré uno. ¿Cuál es? En el bautismo se celebran todos los sacramentos divinos: la sepultura, la pasión, la resurrección, la vida de Jesucristo, que se cumplieron todos a la vez. Nuestra cabeza es sumergida en el agua como en una tumba; el antiguo hombre es enterrado y enteramente sumergido; cuando salimos de esa agua, el hombre resucita. Del mismo modo que nos resulta fácil sumergirnos en el agua y salir de ella, es igualmente fácil para Dios enterrar al antiguo hombre y formar con él uno nuevo. Esa inmersión se hace tres veces, para enseñarnos que la virtud del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es la que obra sobre todas esas cosas. Para persuadiros de que no se trata de una conjetura, escuchad lo que dice san Pablo: “Nosotros hemos sido enterrados con él, con Jesucristo, para morir al pecado,”134 y a continuación “Nuestro antiguo hombre fue crucificado con él,”135 y además: “Nosotros hemos entrado con él, por la semejanza de su muerte.1'136 No solamente el bautismo es llamado una cruz, sino que la cruz es también llamada un bautismo: “Vosotros seréis bautizados, dijo Jesucristo, con el bautismo con que yo debo ser bautizado”;137 y en otro lugar: “Yo debo ser bautizado con un bautismo que vosotros no conocéis.” Como nos resulta fácil ser bautizados y salir del agua, igualmente, Jesucristo, estando muerto, resucitó cuando él lo quiso; o mucho más fácilmente todavía, aunque, por una sabia y misteriosa dispensa, haya permanecido tres días en la tumba.
Vida del bautizado
Puesto que hemos recibido la gracia de participar en tan grandes misterios, llevemos una vida digna de un don tan singular: que toda nuestra conducta esté perfectamente bien regulada. Vosotros, que todavía no habéis sido considerados dignos, haced todos vuestros esfuerzos para el porvenir, para que todos seamos un solo cuerpo, para que todos seamos hermanos. Mientras estemos separados, aquel que se encuentra apartado, ya sea nuestro padre, nuestro hijo o nuestro hermano, no es, sin embargo, verdaderamente nuestro pariente, puesto que no tiene parte en la alianza que viene de lo alto. En efecto ¿qué utilidad puede provenir de una unión de barro, si no se está unido espiritualmente? ¿Qué ganancia sacaremos de un parentesco terrenal, si somos extraños en relación al cielo?
El catecúmeno es un extraño en relación a un fiel; no tiene el mismo jefe ni el mismo padre, la misma ciudad ni el mismo alimento, la misma vestimenta ni la misma mesa; todos los separa. Lo que uno posee está sobre la tierra, lo que posee el otro está en el cielo; Jesucristo es el rey de éste, el otro tiene como reyes al pecado y al diablo. Jesucristo hace las delicias de uno; la corrupción, las del otro. El vestido de éste es obra de gusanos; el de aquél, está hecho por el Señor de los ángeles. El cielo es la ciudad de uno; la tierra, la del otro. ¿Si no hay nada en común entre nosotros, de qué manera, os pregunto, nos comunicaremos? Pero, diréis vosotros, ¿no tenemos todos el mismo nacimiento, no salimos todos del seno de la misma tierra? Yo os responderé: eso no basta para hacer una verdadera y legítima alianza. Trabajaremos entonces para convertirnos en ciudadanos de la ciudad del cielo. ¿Hasta cuándo permaneceremos en el exilio, nosotros, que deberíamos empeñar todo nuestro esfuerzo para volver a nuestra antigua patria? La pérdida que nos arriesgamos a sufrir no es ligera ni de escaso precio; el Señor vela para preservarnos, pero, si una muerte imprevista viniera a sacarnos de este mundo antes de haber recibido el bautismo, aun cuando estuviéramos cargados de mil bienes, de toda clase de buenas obras, no obtendríamos por heredad más que el infierno y los gusanos venenosos, un fuego que no se extingue nunca y lazos indisolubles.
Rogar a Jesucristo.
¡Dios permita que ninguno de mis oyentes caiga en ese lugar de suplicios! Lo evitaremos si, después de haber sido iniciados en los santos misterios, utilizamos para construir el edificio de nuestra salvación, nuestro oro, nuestra plata y nuestras piedras preciosas.138 En el otro mundo podremos encontrarnos ricos si no hemos dejado aquí nuestro dinero, si lo hemos enviado allá arriba, a través de las manos de los pobres, al tesoro inviolable; si lo hemos prestado a Jesucristo. Hemos contraído grandes deudas con ese tesoro, no en dinero, pero sí por nuestros pecados. Prestemos nuestro dinero a Jesucristo para obtener la remisión de nuestros pecados, él es nuestro juez. No lo despreciemos aquí cuando tiene hambre, para que allá nos alimente: vistámoslo aquí, para que no nos deje allá desnudos, privándonos de su protección. Si le damos de beber, no diremos con el rico: “Enviad a Lázaro, para que él moje la punta de su dedo en el agua y me refresque la lengua que está llena de fuego.”139 Si aquí lo recibimos entre nosotros, él nos preparará varias moradas. Si vamos a visitarlo cuando esté prisionero, nos liberará, a su vez, de nuestros lazos. Si ejercitamos con él la hospitalidad, no soportará que permanezcamos extraños al reino de los cielos, sino que nos hará ciudadanos de la ciudad de lo alto. Si vamos a visitarlo cuando esté enfermo, curará inmediatamente nuestras enfermedades. Puesto que, con él es suficiente dar un poco para recibir mucho, demos, para ser ampliamente remunerados. Mientras tengamos tiempo, sembremos, para así cosechar un día. Cuando haya llegado el invierno, cuando el mar no sea ya navegable, no estará en nuestro poder la posibilidad de comerciar.
¿Y cuándo tendremos el invierno? Cuando llegue el gran día, el día de la luz. Entonces no navegaremos más sobre este grande y vasto mar de la vida presente. Ahora es tiempo de sembrar, entonces será el tiempo de hacer la cosecha y amasar. Si no se siembra durante la época apropiada, si se siembra en el tiempo de la cosecha, no se recoge nada y uno se pone en ridículo. En el tiempo de la siembra es necesario sembrar, y no tratar de cosechar. En consecuencia, demos ahora para amasar a continuación; no nos dediquemos a recoger, por miedo a perder la cosecha; el tiempo presente, como he dicho, nos llama a sembrar y a dar, no a amasar ni a hacer provisiones. Por ello, no perdamos la ocasión, arrojemos copiosamente la semilla, no ahorremos nada de lo que está en nuestra casa, a fin de recobrar todo con usura, por la gracia y por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, con quien sea la gloria, junto al Padre y al Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Así Sea.
Lo que es de la carne, es carne, y lo que nació del Espíritu, es espíritu.140
Renacimiento espiritual. ¿Qué significa esto?
1. El Hijo único de Dios ha tenido la bondad de iniciarnos en grandes misterios; sí, ciertamente que esos misterios son muy grandes y nosotros no somos dignos de ellos; pero era propio de su grandeza y de su dignidad hacernos participar de ellos. Si se considerara nuestro mérito, no solamente seríamos indignos de ese beneficio, sino que mereceríamos su venganza y un severo castigo. En lugar de ello, nos ha liberado del suplicio, o mejor, nos ha dado una vida más noble que la primera, nos introdujo en otro mundo, formó una nueva creación: “Si alguno pertenece a Jesucristo, dice la Escritura, se ha convertido en una nueva creación.”141 ¿En qué consiste esa nueva creación? Escuchad al Hijo de Dios, él os enseñará por sí mismo: “Si un hombre no renace, os dice, del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios.”142 Él nos había confiado la vigilancia del paraíso de delicias y nos hicimos indignos de habitarlo; él nos ha elevado al cielo. En nuestra primera morada no le hemos sido fieles y nos ha dado otra más grande. ¡No hemos podido abstenernos de comer del fruto del único árbol!143 y nos ha dado las delicias celestiales. En el paraíso no hemos perseverado en el bien y él nos ha abierto los cielos. San Pablo tiene razón en exclamar: “¡Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y la ciencia de Dios!”144
No, hoy no hay necesidad de madre ni de parto, de sueño, de matrimonio, ni de abrazo: la obra de nuestra naturaleza se opera en el cielo y se forma con el agua y el Espíritu: es el agua la que concibe y produce al hijo. Lo que el seno de la madre es para el embrión, el agua lo es para el fiel; él es concebido y dado a luz por el agua. Al comienzo Dios había dicho: “Que las aguas produzcan los peces.”145 Pero después que el Señor entró en el río Jordán, no son ya peces lo que el agua produce: engendra almas dotadas de razón que llevan el Espíritu Santo. Y lo que se ha dicho del sol que “él es como un esposo que sale de su cámara nupcial,”146 ahora se puede decir de los fieles que arrojan rayos más brillantes que los del sol.
Es necesario cierto tiempo para que aquel que es concebido en el seno de su madre se forme; pero no sucede lo mismo con aquello que se produce en el agua, todo se forma allí en un instante: cuando se trata de una vida perecedera, resultado de la corrupción carnal, el fruto tarda en ver la luz, pues está en la naturaleza de los cuerpos arribar a la madurez poco a poco; pero no sucede lo mismo con las cosas espirituales: son perfectas desde el comienzo.
Como Nicodemo se turbaba al escuchar tales cosas, mirad cómo Jesús le descubre el secreto de ese misterio y le aclara lo que antes parecía oscuro: “El que nace de lacarne, es carne, y el que nace del Espíritu es Espíritu.” El lo aleja por ese medio de todo lo que cae bajo los sentidos y no le permite sondear los misterios con los ojos del cuerpo. ¡No hablemos ya de la carne, Nicodemo!, le dice, sino del Espíritu. Por ese medio eleva su espíritu hacia las cosas espirituales: no dejes vagar a tu imaginación, le dice, no busques más en la esfera de los sentidos, no es con los ojos que se ve el Espíritu: no pienses que el Espíritu produce la carne.
Nacer del Espíritu.
¿Cómo, entonces, preguntará alguno, nació la carne del Señor? Ella nació, no solamente del Espíritu, sino de la carne, lo que san Pablo nos enseña con estas palabras: “El nació de una mujer y está sujeto a la ley.”147 El Santo Espíritu lo formó de este modo, pero no sacándolo de la nada; en efecto, si lo hubiera sacado de la nada, ¿para qué hubiera sido necesario el seno de una mujer? El Espíritu lo formó de la carne de una virgen; pero cómo, no puedo explicarlo. Además, Jesucristo nació de una mujer para compartir nuestra naturaleza. Si en esas condiciones encontró gentes que no creyeron en esa generación, ¿a qué cantidad de impiedades hubieran llegado, de suponer que su carne no había sido sacada de la de una virgen?
“El que nació del Espíritu, es Espíritu.” ¿No veis en esto la dignidad y el poder del Espíritu Santo? El hace la obra de Dios. El Evangelista decía: “Ellos nacieron de Dios.” Actualmente dice que ellos son engendrados por el Espíritu. “Aquel que nació del Espíritu, es Espíritu”: es decir, aquel que nació del Espíritu, es espiritual. Jesucristo no habla aquí de la generación en relación a la substancia, sino en relación a la dignidad y a la gracia. Si el Hijo nació de esta manera, ¿qué poseerá en mayor medida que el resto de los hombres que nacieron del mismo modo? ¿Cómo es el Hijo único? Pues, yo también nací de Dios, pero no de su sustancia: si entonces el Hijo mismo no ha nacido de su substancia, en qué difiere de nosotros? De esta manera se encontraría por debajo del Espíritu Santo, pues la generación de la que hablamos se hace por la gracia del Espíritu Santo. ¿Es que, para seguir siendo el Hijo necesita del Espíritu Santo? Pero, ¿en qué difiere esta doctrina de la de los judíos?
Jesucristo, después de haber dicho: “Aquel que nació del Espíritu, es Espíritu,” como ve a Nicodemo todavía turbado, recurre a un ejemplo sensible: “No te sorprendas, dice, de que sea necesario que nazcas todavía una vez. El viento sopla donde quiere.”148 Cuando Jesucristo dice a Nicodemo: “No te sorprendas,” señala la turbación y la agitación de su espíritu y, al mismo tiempo, lo introduce en un mundo menos grosero que el del cuerpo; ya por estas palabras: “El que nació del Espíritu, es Espíritu,” lo había alejado de todas esas ideas carnales. Pero como Nicodemo no lo comprendía, le da otro ejemplo que no toma de la grosería del cuerpo ni de las cosas incorporales que Nicodemo no podía entender, sino que le propone una comparación que se encuentra en el medio, entre lo corporal y lo incorporal: el viento, que por su naturaleza es sutil e impetuoso, y es mediante ese símbolo que lo instruye. Él dice del viento: “Tú escuchas bien su voz, pero no sabes de dónde viene, ni hacia dónde va.” Cuando él dice: “Sopla por donde quiere,” no quiere decir que el viento se mueva a su placer, sino que quiere señalar su impetuosidad y su fuerza irresistible. Es costumbre de la Escritura hablar de ese modo de las cosas inanimadas: “Ya que la creación fue sometida a la vanidad, no por su voluntad.”149 Esas palabras, entonces: “Sopla por donde quiere,” significan que no se puede retener, que se extiende por todas partes, que nadie puede impedirle ir de un lado a otro, que se desencadena con gran violencia, no pudiéndose detener su impetuosidad.
Símbolos del bautismo.
2. “Y tú escuchas bien su voz,” dicho en otros términos, su ruido, su sonido. “Pero tú no sabes de dónde viene ni adonde va: lo mismo sucede con todo hombre que ha nacido del Espíritu”: ésa es la conclusión. Si tú no puedes, le dice, explicar la impetuosidad del viento que escuchas y que el tacto te hace sentir, y si no conoces el camino que sigue, ¿por qué buscas sondear la obra del Espíritu, tú que no comprendes la violencia del viento, aunque escuches su ruido? Pues esas palabras: “Sopla por donde quiere,” se aplican también al poder del Espíritu, y es de ese modo que se lo debe explicar. Si nadie puede detener el viento, y si sopla por donde quiere, ni las leyes de la naturaleza, ni los límites de las generaciones corporales pueden impedir la acción del Espíritu Santo. Ahora bien, del viento, dice: “Tú escuchas su voz”; Jesucristo no habría dicho a un infiel, a un ignorante, refiriéndose a la acción del Espíritu Santo, “tú escuchas su voz.” Del mismo modo que no vemos al viento, a pesar del ruido que hace, no percibimos, con los ojos del cuerpo, la generación espiritual; y sin embargo el viento es un cuerpo, aunque muy sutil, pues es corporal todo lo que está sometido a los sentidos. Si para vosotros no constituye un problema o una dificultad no ver un cuerpo, ni ello os empuja a negar su existencia, ¿por qué os turbáis cuando oís hablar del Espíritu Santo? ¿Por qué formuláis tantas preguntas y no hacéis lo mismo cuando se trata de un cuerpo?
¿Cuál fue entonces la conducta de Nicodemo? Después de un ejemplo tan claro, él persistió en su prosaico razonamiento judío. Manteniéndose siempre en la duda, dijo a Jesucristo: “¿Cómo puede suceder eso?” El divino Salvador le respondió con mayor dureza: ¡Cómo! ¿eres maestro en Israel e ignoras tales cosas? Considerad, de todos modos, que jamás lo acusa de malicia, reprochándole únicamente su grosería y estupidez.
Pero, se dirá, ¿qué tiene de común esta generación con lo que sucede entre los judíos? Decidme, más vale, en qué no se relaciona. La creación del primer hombre, la formación de la mujer sacada de su costado, las mujeres estériles que se vuelven fecundas, todo se ha realizado por el agua y sobre las aguas, a saber: en la fuente de la que Elíseo retira el hierro que había caído allí; los prodigios que se realizan durante el pasaje del mar Rojo; los milagros de la piscina cuya agua remueve el ángel; la cura milagrosa de Naamán de Siria, en el Jordán; todas esas cosas, os repito, eran símbolos de la generación y de la purificación que debía llegar un día anunciada por anticipado, incluso los oráculos de los profetas predecían, en cierta forma, esa nueva manera de nacer, como, por ejemplo, estas palabras: “La posteridad a venir será anunciada por el Señor, y los cielos anunciarán su justicia al pueblo que fue hecho por el Señor.150 Y éstas: “El renueva su juventud como la del águila.”151 Estas otras: “Jerusalén, recibid la luz; pues he aquí que vuestro rey ha llegado.”152 Y también: “Felices aquellos a quienes han sido perdonadas sus iniquidades.” Isaac constituye también un símbolo de este nacimiento.
¡Dinos, Nicodemo! ¿Cómo nació Isaac? Fue ese nacimiento enteramente conforme a la ley de la naturaleza? No, se produjo de una manera que contenía, a la vez, el nacimiento natural y el nuevo nacimiento, pues Isaac nació de un matrimonio, pero no nació simplemente de la sangre. Agregó: no sólo este nacimiento, sino también el parto de la Virgen fueron profetizados y anunciados de antemano por los prodigios y los símbolos que acabamos de mencionar. Nadie podría creer fácilmente que una Virgen daría a luz; también las mujeres estériles han dado a luz, y no solamente ellas, sino incluso las mujeres de edad avanzada. Que una mujer sea “formada de una costilla,” esto es todavía más maravilloso y sorprendente. Este prodigio era muy antiguo, a continuación apareció otra especie de concepción: la fecundidad de las mujeres estériles preparó a los espíritus para creer en la concepción de la Virgen; fue para recordarle esos acontecimientos célebres que Jesucristo dijo a Nicodemo: “¡Cómo! ¿eres maestro en Israel e ignoras tales cosas? Nosotros decimos lo que sabemos y damos testimonios de lo que hemos visto y, sin embargo, nadie recibe nuestro testimonio.” Jesucristo agregó esto para adaptarse a su debilidad.
127 Jn 3:5: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.” — 128 Es decir, la fe, recibida con el Símbolo de los Apóstoles recitado durante el bautismo. — 129 Gn 2:7: “Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente.” — 130 1 Co 15:45: “Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, Espíritu que da vida.” — 131 Gn 2:20: “Mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada.” — 132 Y no escribe hacen todo, para subrayar mejor la unidad de las tres personas. — 133 Hch 10:47: “¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a estos que han recibido el Espíritu como nosotros?” — 134 Rm 6:4: “Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte.” — 135 Rm 6:6: .”.. nuestro hombre viejo fue crucificado con él...” — 136 Rm 6:5: “Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante.” — 137 Mc 10:39: .”..seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado.” — 138 Tema caro a san Juan Crisóstomo: el cristiano debe tomar como carga la pobreza, la prueba de sus hermanos en la fe. — 139 Lc 16:24:.”.. Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo.” — 140 Jn 3:6: “Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es Espíritu.” — 141 2 Co 5:17: “Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación.” — 142 Jn 3:5: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.” — 143 Cm 2:17. — 144 Rm 11:33: “Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios.” — 145 Gn 1:20: “Bullan las aguas de animales vivientes.” — 146 Sal 19 (18):6: “Y él, como un esposo que sale de su tálamo...” — 147 Ga 4:4: .”..nacido de una mujer, nacido bajo la ley...” — 148 Jn 3:7-8: “No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.” — 149 Rm 8:20: “La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente.” — 150 Sal 22 (21):31-32: “Le servirá su descendencia: ella hablará del Señor a la edad venidera, contará su justicia al pueblo por nacer.” — 151 Sal 103 (102):5: 'Tu juventud se renueva como el águila.” — 152 Is 50:1: “Arriba, resplandece, que ha llegado la luz.”
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