El conocimiento de sí mismo es el primer deber del hombre. El hombre, como ser racional, que goza de la libertad y siendo religioso, es un ser superior y fue destinado a ser como Dios, a cuya imagen fue creado, y es un participante de la bondad y la santidad divinas. Pero a fin de ser semejante a Dios, bueno y santo, y de comulgar con Él, el hombre debe, en principio, conocerse. Sin el conocimiento de sí mismo, el hombre se extravía en sus pensamientos, está dominado por diversas pasiones, es tiranizado por violentos deseos, se preocupa mucho con relación a las cosas vanas, y lleva una vida desordenada y distraída, errando en todo, tropezando a cada paso, y tropieza y cae, y es pisoteado. Cada día bebe el brebaje del dolor y de la amargura, llena su corazón de pena y amargura y vive una vida miserable.
San Nectario de Egina
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