Thursday, November 26, 2015

Ver a Dios.. ( San Serafim de Sarov )


– Padre, le dije, vos habláis siempre de la adquisición de la gracia del Espíritu Santo como del objetivo de la vida cristiana. Pero ¿cómo puedo reconocerla? Las buenas acciones son visibles. Pero el Espíritu Santo ¿puede ser visto? ¿Cómo podría saber si está o no en mí?

– Esta época en que vivimos, respondió el staretz, ha llegado a tal tibieza en la fe, a tal insensibilidad con respecto a la comunión con Dios, que se ha alejado casi totalmente de la verdadera vida cristiana. Los pasajes de la Santa Escritura hoy nos parecen extraños: por ejemplo, cuando leemos que el Espíritu Santo, por boca de Moisés dijo: “Adán veía a Dios paseándose en el paraíso” (Gn. 3,8); y, como este, hay muchos otros textos donde se hace referencia a la aparición de Dios ante los hombres.

Entonces algunos dicen: “Estos pasajes son inexplicables. ¿Se puede admitir que los hombres pueden ver a Dios concretamente?.” Esta incomprensión viene del hecho de que bajo el pretexto de la instrucción, de la ciencia, nos hemos sumido en la oscuridad de la ignorancia; que encontramos inconcebible, todo aquello que los antiguos tenían clara noción y que les permitía hablar de las manifestaciones de Dios como de algo conocido por todos. Así Job, cuando sus amigos le reprochan de blasfemar contra Dios, responde: “¿Cómo puede ser así cuando siento el aliento del Todopoderoso en mis narices?” (Jb. 27,3). Dicho de otro modo, ¿cómo puedo blasfemar contra Dios cuándo el Espíritu Santo está conmigo? Si yo lo hiciera, el Espíritu Santo me abandonaría, pero siento Su respiración en mi nariz. Abraham y Jacob conversaron con Dios; Jacob incluso luchó con El. Moisés vio a Dios, y todo el pueblo con él, cuando recibió las Tablas de la Ley sobre el monte Sinaí. Una columna de nubes de fuego –la gracia visible del Espíritu Santo– sirvió de guía al pueblo hebreo en el desierto. Los hombres veían a Dios y Su Espíritu, no en sueños o en éxtasis –frutos de una imaginación enfermiza– sino en verdad.

Torpes nos hemos tornado, comprendemos las palabras de la Escritura de otro modo, distinto del que se debería. Y todo esto sucede porque, en lugar de buscar la gracia, le impedimos, por falso orgullo intelectual, morar en nuestras almas e iluminarnos como están aquellos que de todo corazón buscan la verdad.

San Serafim de Sarov


                                    Catecismo Ortodoxo 

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