La humildad consiste en considerarse nada a uno mismo en toda circunstancia, separando la propia voluntad en todo, acusándose uno mismo de todo, y soportando sin confusión todo lo que le acontece. Tal es la verdadera humildad, en la que la vanagloria no tiene lugar. Un hombre humilde no necesita demostrar su humildad en palabras, ni necesita hacer obras humildes, pues ambas cosas llevan a la vanidad, impiden el progreso y hacen más daño que bien. Pero cuando le ordenen algo, no es necesario contradecir, sino cumplir con obediencia. Esto es lo que lleva al éxito.
San Juan el Profeta
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