“LA GENTE HEBREA E ISLAMICA, Y LOS CRISTIANOS… estas tres expresiones de un monoteísmo idéntico, hablan con las mas autenticas y antiguas, e incluso las más audaces y cetreras voces. ¿Porqué no es posible que el nombre del mismo Dios, en lugar de engendrar una oposición irreconciliable, nos conduzca al respecto mutuo, al entendimiento y a una coexistencia pacífica? ¿Acaso no, la referencia al mismo Dios, el mismo Padre, sin prejuicios hacia la discusión teológica, un día nos conducirá a descubrir lo que es tan evidente, y tan difícil — que todos somos hijos del mismo Padre, y que, por lo tanto, todos somos hermanos?” (Papa Pablo VI, La Croix, Ago. 11, 1970)
En el jueves del 2 de 1970, se llevó a cabo una gran manifestación religiosa en Ginebra, Suiza. Dentro del marco de la Segunda Conferencia de la “Asociación del Religiones Unidas,” los representantes de las religiones que están en la mira fueron invitados a reunirse en la Catedral de San Pedro. Esta “oración en común” se baso en la siguiente motivación: “Los fieles de todas estas religiones fueron invitados a coexistir en el culto al mismo Dios” Veamos si esta aseveración es valida a la luz de las Santas Escrituras.
Para poder explicar mejor el asunto, nos limitaremos a las tres religiones que históricamente se han sucedido en este orden: Judaísmo, Cristianismo, Islam. Estas tres religiones reclaman, de hecho, un origen común: como adoradores del Dios de Abraham. Aunque está muy extendida la opinión de que ya que todos reclamamos la prosperidad de Abraham (los Judíos y Musulmanes de acuerdo a la carne y los Cristianos espiritualmente), todos tenemos como Dios al Dios de Abraham y los tres adoramos (cada uno a su manera, naturalmente) al mismo Dios. Y, este mismo Dios constituye de alguna manera nuestro punto de unidad y de “entendimiento mutuo,” y esto nos invita a una “relación fraternal,” como el Gran Rabino Dr. Safran enfatizó, parafraseando el Salmo: “Que bueno es el ver a los hermanos sentados juntos”
En esta perspectiva es evidente que Jesús Cristo, Dios y Hombre, el Hijo Co-eterno con el Padre sin principio, Su Encarnación, Su Cruz, Su Gloriosa Resurrección y Su Segunda y Terrible Venida — se convierten en detalles secundarios que no nos pueden impedir “fraternizar” con quienes lo consideran como “tan solo un profeta” (de acuerdo al Corán) o como “el hijo de una prostituta” (de acuerdo a algunas tradiciones Talmúdicas). De ese modo, pondríamos a Jesús de Nazaret y a Mahoma en el mismo nivel. No se como un Cristiano digno de llamarse así podría admitir esto en su conciencia.
Se podría decir que en estas tres religiones, sobrepasando al pasado, uno podría estar de acuerdo en que Jesús Cristo es un ser extraordinario y excepcional y que fue enviado por Dios. Pero para nosotros los Cristianos, si Jesús Cristo no es Dios, no lo podemos considerar tampoco como un “profeta” ni como alguien enviado por Dios, “sino como un gran impostor sin par, habiéndose proclamado así mismo “Hijo de Dios,” haciéndose de ese modo igual a Dios” (San. Marcos 14:61-62). De acuerdo con esta solución ecuménica a nivel supra-confesional, el Dios Trinitario de los Cristianos sería lo mismo que el monoteísmo del Judaísmo, del Islam, del antiguo hereje Sabelio, de los modernos anti-Trinitarios, y de algunas sectas Iluminísticas. No habría Tres Personas en una misma Divinidad, sino una sola Persona, inmutable para algunos, o sucesivamente cambiando de “máscaras” (Padre-Hijo-Espíritu) para otros. Y sin embargo uno pretendería que este fuese el “mismo Dios”
Aquí uno podría ingenuamente proponer: “Aún así existe un punto en común para las tres religiones: todas profesan a Dios el Padre “Pero de acuerdo con la Santa Fe Ortodoxa, esto es un absurdo. Siempre profesamos: Gloria a la Santa, consubstancial, Dadora de vida e Indivisible Trinidad.” Como podríamos separar al Padre del Hijo cuando Jesús Cristo afirma Yo y el Padre somos Uno (Sn. Juan 10:30); Y San Juan el Apóstol, Evangelista, y Teólogo, el Apóstol del Amor, claramente afirma: Quienquiera que niegue al Hijo, el mismo que no tiene al Padre (San. Juan 2:23).
Pero aunque los tres llamamos a Dios Padre: ¿De quién es Él realmente Padre? Para los Judíos y los Musulmanes Él es el Padre de los hombres en el plano de la creación; mientras que para nosotros los Cristianos Él es el Padre de nuestro Señor Jesús Cristo por adopción (Ef. 1:4-5) en el plano de la redención. ¿Qué semejanza hay, entonces, entre la Paternidad Divina en el Cristianismo y en las otras religiones?
Otros podrían decir: “Pero de igual manera, Abraham adoró al Dios verdadero; y los Judíos a través de Isaac y los Musulmanes a través de Hagar son descendientes de éste auténtico adorador de Dios.” Aquí uno tendría que poner muchas cosas en claro: Abraham de ninguna manera adoró a Dios en la forma que el monoteísmo impersonal de otros lo hace, pero en la forma de la Santa Trinidad. Leemos en la Santa Escritura: Y el Señor se le apareció en los Robles de Mambre… y él se postró hasta llegar al suelo (Gen. 18:1-2). ¿Bajo qué forma adoró a Dios Abraham? ¿Bajo la forma impersonal, o bajo la forma de la Divina Tri-unidad? Nosotros los Cristianos Ortodoxos veneramos a esta manifestación de la Santa Trinidad en el Antiguo Testamento en el Día de Pentecostés, cuando adornamos nuestras Iglesias con ramas representando a los robles antiguos, y cuando veneramos entre ellas al icono de los Tres Ángeles, tal y como nuestro padre Abraham lo veneró. La descendencia carne de Abraham no nos puede ser de ninguna utilidad si no somos regenerados por las aguas del Bautismo en la Fe de Abraham. Y en la Fe de Abraham estaba la Fe en Jesús Cristo, como el mismo Señor lo ha dicho: Vuestro padre Abraham se regocijó al ver Mi día; y lo vio y estuvo feliz (San. Juan 8:56). Así era también la Fe del Rey-Profeta David, quien escuchó al Padre celestial hablar de Su Hijo Consubstancial: El Señor le dijo a mi Señor (Ps. 109:1; Hechos 2:34). Así era la Fe de los Tres Jóvenes en el horno ardiente cuando fueron salvados por el Hijo de Dios (Dan. 3:25); Y la del santo Profeta Daniel, quien tuvo la visión de las dos naturalezas de Jesús Cristo en el Misterio de la Encarnación cuando el Hijo del Hombre vino en los Días de antaño (Dan. 7:13). Por esto el Señor al referirse a la posteridad (indisputablemente biológica) de Abraham. dijo: “Si fuesen los hijos de Abraham, harían las obras de Abraham,” (San Juan 8:39), y estas “obras” son el creer en quien Dios ha enviado (San. Juan 6:29).
Entonces, ¿Quienes son la posteridad de Abraham? ¿Los hijos de Isaac conforme a la carne o los hijos de Agar el egipcio? ¿Quiénes son la posteridad de Abraham es Isaac o Ismael? ¿Que es lo que la Santa escritura nos enseña a través de los labios del divino Apóstol? Ahora las promesas se les han hecho a Abraham y a su simiente. Él dijo que no, Y a la simiente, como por muchos; pero es uno, Y a vuestra simiente: que es Cristo (Gal. 3:16). Y si vosotros sois, Cristo Es, entonces sois simiente de Abraham, y herederos de acuerdo a la promesa (Gal. 3:29). Es entonces que en Jesús Cristo Abraham se convirtió en padre de muchas naciones (Gen. 17:5; Rom. 4:17). Después de tales promesas y tales certezas, ¿Qué significado tiene la descendencia carnal de Abraham? De acuerdo con la Sagrada Escritura, Isaac es considerado la simiente o posteridad, pero solamente como la imagen de Jesús Cristo. En contraste con Ismael (el hijo de Hagar, Gen 16:1ff), Isaac nació en la milagrosa “libertad” de una madre estéril, de edad avanzada y en contra de las leyes de la naturaleza, similar a nuestro Salvador, quien nació milagrosamente de una Virgen. Él subió la colina del Moriá tal y como Jesús subió al calvario, llevando sobre sus hombros los maderos de sacrificio. Un ángel libró a Isaac de la muerte, justo como el ángel rodó la piedra de la tumba para mostrarnos que estaba vacía, que el Resucitado ya no estaba ahí. Cuando estaba orando, Isaac se encontró con Rebeca en el llano y la llevó a la tienda de su madre Sarah, tal y como Jesús se encontrará con Su Iglesia en las nubes y ordenará traerla a dentro de las moradas celestiales, la Nueva Jerusalén, la tan deseada patria.
Y¡No! ¡Nosotros no tenemos ni en lo más mínimo al mismo Dios que tienen los no cristianos! El sine qua non para conocer al Padre, es el Hijo: Quien me ha visto ha visto al Padre; ningún hombre viene al Padre sino a través de mí (San. Juan 14:6,9). Nuestro Dios es un Dios encarnado, a quien hemos visto con nuestros ojos, y nuestras manos han tocado (1 Juan 1:1). Lo inmaterial se volvió material para nuestra salvación, como san Juan Damasceno lo dice, y Él se ha revelado a sí mismo en nosotros. Pero ¿Cuándo se reveló a sí mismo entre los Judíos y Musulmanes de hoy día para que podamos suponer que ellos conocen a Dios? Si ellos tienen un conocimiento de Dios fuera de Jesús Cristo, entonces, ¡Cristo se encarnó, murió, y resucitó en vano!
No, ellos no conocen al Padre. Tienen conceptos acerca del Padre; pero cada concepto acerca de Dios es un ídolo, porque un concepto es el producto de nuestra imaginación, una creación de un dios a nuestra propia imagen y semejanza. Para nosotros los cristianos dios es inconcebible, incomprensible, indescriptible, e inmaterial, como san Basilio el Grande lo dice. Para nuestra salvación Él se volvió (a la medida en que estamos unidos a Él) concebido, descrito y material, mediante la revelación en el Misterio de la encarnación de su Hijo. Sea para Él la gloria por los siglos de siglos. Amen. Y por eso San Cipriano de Cartago asevera que ¡Quien no tiene a la Iglesia como Madre, no tiene a Dios como Padre!
Que Dios nos guarde de la Apostasía y de la venida del Anticristo, de quien las señales preliminares se multiplican día a día. Que nos guarde de la gran aflicción que ni siquiera los elegidos serán capaces de soportar sin la Gracia de quien acortará estos días. Y que nos guarde en esa “pequeña grey,” los “recordatorios de acuerdo a la elección de la Gracia,” para que como Abraham podamos regocijarnos en la Luz de Su Rostro, por las oraciones de la Más Santa Progenitora de Dios y Siempre Virgen María, de todas las potestades celestiales, la nube de testigos, profetas, mártires, jerarcas, evangelistas, y confesores que han sido fieles hasta la muerte, quienes han derramado su sangre por Cristo, quienes nos han engendrado a través del Evangelio de Jesús Cristo en las aguas del Bautismo. Nosotros somos sus hijos — débiles, pecaminosos, e indignos, sin lugar a dudas; pero, ¡No extenderemos nuestras manos a un dios extraño! Amen.
Padre Basilio Sakkas
La Foi Transmise, Abril 5, 1970
Obtenido de “Ortodoxia y religión del futuro” por P. Hieromonje Serafín Rose
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