Saturday, September 19, 2015

El pecado ......


¿Que puede haber mas espantoso que el pecado, que aleja al hombre de Dios, de la alegría y la felicidad, que nacen en el corazón por la relación y el vínculo con Dios?

Cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, en la experiencia propia de su vida revive la catástrofe de Adán y Eva, quienes por el pecado se alejaron de Dios.

Recordemos nuestra niñez. ¿Porqué se nos presentaba tan alegre y luminosa? Parecería que hubiera pocas causas exteriores para ello. El hombre a esa edad es débil, indefenso, limitado en casi todas las expresiones de su individualidad. Pero él todavía no conoció el pecado. O bien, mas exactamente, lo conoció todavía en muy pequeña medida. El alma no se corrompió, está llena de los reflejos de aquella luz, cuyas chispas introduce el Creador en cada una de Sus creaciones.

Y el niño está alegre y feliz. Esto es algo que no depende de la edad. Todos nosotros conocemos ejemplos de chiquillos todavía comparativamente muy jóvenes pero que ya han alcanzado a perder su inocencia infantil y junto con ella también perdieron la alegría y la felicidad. Conocemos también personas, verdaderamente bienaventuradas que han sabido conservar hasta la vejez la pureza del corazón, la alegría y la claridad de espíritu que están inseparablemente ligados con ella. Pero el pecado lleva junto consigo el sufrimiento y las tinieblas. ¡Oh, no solo de las páginas de la Biblia, que nos hablan de Adán y Eva, sabemos esto! La experiencia propia y la experiencia de miles de personas que nos rodean nos dice lo mismo.

Solo que no siempre comprende el hombre, lo que sucede con él. Él procede "como todos los demás, no hace nada especial o fuera de lo común." Pero de repente percibe, que todo aquello, que antes lo alegraba, que lo hacía feliz, que llenaba su alma de luz y claridad, es doblegado mas y más por un humo que se hace cada vez más espeso, la vida deja de ser luminosa y se vuelve gris.

El hombre camina por la senda del pecado. Entonces una terrible tristeza y desazón envuelven el alma, y solo se puede convivir con esta angustia huyendo de sí mismo, no permaneciendo nunca solo, todo el tiempo tratando de ahogar el tormento de esta tristeza con el ruido de la sociedad humana, la que a su vez se compone también de personas, que tratan de apagar la llama de la tristeza y la angustia.

Es por eso que para el hombre medianamente esclavizado por el pecado la soledad es tan insoportable, es por eso que él tan ávidamente busca todo tipo de diversiones. Pero con las diversiones no se puede ahogar la tristeza. El hombre ve alrededor suyo gente que está en la misma condición, hace lo mismo que ellos, y cada vez se sumerge mas y mas en el abismo del pecado y junto con ello en el abismo del sufrimiento del alma, y frecuentemente aquí, sobre la tierra, se convence de la realidad del infierno. Acerca de la verdadera causa él no quiere escudriñar. Recordando, que en su infancia y en su temprana juventud él era feliz, el hombre atribuye su angustia a su edad, y culpando a la vida de sus sufrimientos, la maldice. El ejemplo de la mayoría de las personas que lo rodean lo convence de la veracidad de semejante juicio.

Pero, como testimonio de que su conclusión no es cierta, surgen no solo aquellas pocas excepciones de aquellas personas, que conservaron la pureza del alma desde los días de la infancia hasta el fin de sus días, sino también aquellas — muchas, que habiendo perdido la pureza del alma y junto con ella la alegría de la vida, nuevamente alcanzaron lo uno y lo otro, independientemente de cualquier sujeción del cambio o no cambio de las condiciones externas de vida, aquellos, que pasaron el camino del hijo pródigo, y por fin encontraron el camino hacia la casa del padre. Porque la alegría — está en la comunicación y el trato con Dios, y el tormento — en el alejamiento de Él.

Dios — es la plenitud de la Bondad, la Verdad, Alegría, Luz, Belleza, de todo lo bueno, que puede haber en el universo.

Para el hombre es natural amar el bien. Esta cualidad esta puesta en él por el Creador. El plan del Creador es, que amando el bien, la verdad, la alegría, la luz, la belleza, y todo lo positivo, --- el hombre de esta manera aprenderá a amar a Dios.

La fuerza oscura, por su parte, traicionando la Plenitud de la Bondad en su propio nombre, emplea todos los medios para tratar de alejar al hombre de aprender a amar a Dios, tiende a obligar su alma a servir a alguna otra cosa, cualquiera que sea, que no sea a Dios.

Son muy diversos en esto los caminos de la fuerza oscura, pero todos ellos confluyen hacia aquello, que el diablo quiere contraponer una cosa o la otra contra Dios en el corazón del hombre, a veces, para comenzar, hasta utiliza algo que en esencia es bueno, porque el hombre no puede amar lo malo, lo deforme, lo falso. Y el diablo, para engañar al hombre, para apartarlo de Dios, debe vestirse con los adornos de la ropa del bien, debe aprovechar las astillas del bien, para que después estas astillas, como chispas, contraponerlas a la Plenitud del Bien — Dios. Con este método fueron atrapadas muchas personas.

Pero la fuerza oscura nunca se detendrá solo en esto, porque ella odia cualquier bondad, aun la mas pequeña, aborrece la verdad y la belleza, porque sobre ellas siempre yace el sello de Dios — su Primera Fuente.

Existe otro camino, mas común y habitual para la seducción del hombre: la contraposición del propio individuo humano — con Dios. El diablo, que en su propio nombre se contrapuso al Creador, trata de inclinar también al hombre hacia lo mismo. La seducción de los goces, del poder, la gloria, la riqueza, la fuerza — son en esencia, la seducción del ensimismamiento, la autoafirmación, y tienen por finalidad obligar al hombre a servirse a sí mismo a pesar de Dios. A lo mismo llega también ese tipo de seducción, cuando el hombre ama a su propia parte del bien, y sirve con ella, en contienda a la plenitud de Dios.

Ante esto de repente cambia toda la organización interior del alma humana. De un hombre libre él se convierte en esclavo. Notemos, como se pierde la claridad del espíritu, cuando el hombre en la vida comienza a perseguir sus intereses personales. Por supuesto, ni que hablar, de que la servidumbre del hombre a sí mismo no es mas que solo un espejismo. Cediendo a la seducción de la fuerza oscura, él comienza a servirse no a sí mismo, sino a sus pasiones, o sea a los demonios, que lo esclavizan y lo atormentan. Una angustia mortal, de la que ya hablamos, nos atestigua esto.

Sin embargo no es la angustia que debemos odiar y no es contra ella, que hay que luchar. Hay que luchar contra el pecado, y odiarlo.

La angustia, hasta, puede ser beneficiosa. Como bienhechor es para nuestro organismo físico el dolor, que acompaña la enfermedad interior del cuerpo. Sin el dolor el hombre no sabría, que dentro suyo se desordenaron ciertas funciones, el médico no podría establecer el diagnóstico, y la mas pequeña enfermedad ya sería mortal.

Así también la tristeza puede ser bienhechora, cuando indica al hombre, que en su alma hay algo mal, que el alma esta sometida a un peligro de muerte. La tristeza obliga al hombre a buscar una salida, y avizorándola, dirigirse hacia ella, obliga a sentir la sed de volver al amparo paternal — a Dios.

Y el Señor solo espera este primer paso del hombre. Como el padre en la parábola del hijo pródigo, al momento se apresurara al encuentro del hombre que vuelve, hace gozoso el camino hacia Sí, lo facilita, le ayuda en cada paso, como una madre hacendosa, que observa los primeros pasos de su pequeñuelo.

La misericordia de Dios que nos ama, nos dé a nosotros entrar en este feliz camino y llegar hasta su término a las luminosas moradas, que preparó el Señor para el hombre desde el momento de la creación del mundo.



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Apocalipsis del pecado pequeño



"Pero tengo en contra tuyo, que has dejado tu primer amor" (Apoc. 2:4)

El pecado menudo y pequeño, como el tabaco, se introdujo hasta tal punto en la sociedad humana, que hoy en día hasta se le presentan todo tipo de facilidades. ¡Dónde hay un lugar en el que no se puedan encontrar cigarrillos! En todos lugares hay ceniceros, existen salas especiales, vagones destinados para fumadores. Fuman tanto los viejos como los jóvenes, los enfermos y los sanos, los ilustrados y los analfabetos... Al condenado, antes de su ejecución, se le permite fumar un cigarrillo.

El negocio del tabaco es uno de los mas importante en el comercio mundial y cada año millones de personas trabajan y se esfuerzan para proporcionar a otros muchos millones de personas la posibilidad de aspirar el corrosivo humo, de aventar con su narcosis su cabeza y todo su organismo.

¿Es que está en la naturaleza del hombre pecar en lo pequeño, narcoticamente — fumar? ¿Está en la naturaleza del hombre marchar en contra de la naturaleza? Los gobiernos prohiben el uso de drogas estupefacientes, pero incitan al uso del tabaco. Los pecados pequeños del hombre no son perseguidos por las leyes, ellos no llevan a la cárcel. El tabaco es permitido, como una "pequeña cocaína," como una pequeña mentira, como una imperceptible falta a la verdad, comparada a como lo es el homicidio de un hombre que es apuñalado en el corazón o en el vientre. Pero no es eso lo que dice la Revelación Divina, la voluntad del Dios Viviente. El Señor no acepta ni una pequeña mentira, ni una palabra homicida, ni una mirada lujuriosa. Una pequeña planta de injusticia, es igual de aborrecible delante de Dios como un gran árbol de crímenes. Una multitud de pequeñas caídas en el pecado son indudablemente mas pesadas para el alma del hombre que unos pocos grandes, que siempre permanecen en la memoria y que pueden ser limpiados con el arrepentimiento. Y es santo, por supuesto, no aquel que hace grandes obras, sino el que se abstiene hasta de las mas pequeñas transgresiones.

Es mas fácil comenzar la lucha contra el pecado grande, es mas fácil odiar su aproximación. Es conocido un suceso acaecido al justo Antonio de Muromsk. Vinieron a verlo dos mujeres: una se quebrantaba de un gran pecado suyo, la otra autosatisfactoriamente testimoniaba de su abstinencia hacia cualquier pecado grande. Encontrando a las mujeres en el camino, el "staretz" (anciano, maestro espiritual) le mandó a la primera que fuera y trajera una piedra grande, y a la otra — juntar la mayor cantidad posible de pequeñas piedritas. Después de algunos minutos las mujeres volvieron. Entonces el staretz les dijo: "Ahora llevad y colocad estas piedras exactamente en el mismo lugar, de donde las habéis tomado." La mujer con la piedra grande fácilmente encontró el lugar, de donde había tomado la piedra, pero la otra en vano iba de un lugar a otro, buscando los huecos de sus pequeñas piedritas, y volvió al staretz con todas sus piedras. El clarividente Antonio les explicó, que era lo que representaban estas piedras... En la segunda mujer ellas representaban una multitud de pecados, a los que ella se había acostumbrado, los consideraba como nada, y nunca se arrepentía de ellos. Ella no recordaba sus pequeños pecados y sus arrebatos de pasión, pero ellos expresaban la desventurada condición de su alma, incapaz hasta del arrepentimiento. Pero la primera mujer, que recordaba su pecado, se dolía por él y lo sacó de su alma.

Una multitud de pequeños, indignos hábitos — son un pantano para el alma del hombre, si el hombre se afirma en ellos o los recibe, como un mal inevitable, contra el cual no se puede ni vale la pena luchar. Y es allí donde el alma cae en la trampa del enemigo de Dios. La conciencia dolorida del hombre creyente se tranquiliza a sí misma: yo no soy un santo, vivo en el mundo, debo vivir, como todos los demás...

Tu eres, sin duda un hombre, no eres santo, vives en el mundo, etcétera, por eso nace y muere, como todos los hombres, mira, escucha, habla, como ellos, pero ¿para que debes heder moralmente, como ellos? Piensa en esto, hombre.

¡Cuan difícil es para el alma dejar un falso, pero acostumbrado hábito! La psicología del mundo ateo se incrustó tan fuertemente en el mundo psicológico del hombre contemporáneo, que con respecto al pecado y el quebrantamiento de los mandamientos de Dios, casi toda la gente procede de igual manera — según un "cliché". Lo mas triste, es que el mal indujo a la gente a llamar las necesidades del pecado como "necesidades de la naturaleza." Las exigencias de la naturaleza son: respirar, alimentarse con mesura, calentarse, destinar parte de la jornada al sueño, pero de ninguna manera narcotizar su organismo, encadenarse insensatamente a un espejismo, al humo.

Es suficiente solo pensar honestamente un poco sobre esta cuestión, que ya el mal por si mismo sale a flote sobre la superficie de la conciencia. Pero la cuestión está precisamente en que el hombre contemporáneo nunca tiene tiempo de ponerse a pensar sobre la única cuestión importante, que toca no a esta nuestra exigua vida sobre la tierra, sino a la eternidad, en nuestra existencia inmortal en ella, en nuevas, elevadas condiciones. Hundido en la "practica," que comprende poco y muy inciertamente, el hombre contemporáneo, sumergido en su vida práctica y terrenal, piensa realmente en que él es muy práctico. ¡Amargo extravío! En el minuto de su inevitable muerte (la que siempre está muy cerca de él), él verá con sus ojos, qué poco práctico ha sido, al encarar la cuestión de la práctica hacia las exigencias del cuerpo y olvidándose completamente de su espíritu.

Y mientras tanto, el hombre "no tiene tiempo" pensar en las elementales leyes morales de su vida. El hombre mismo sufre por esto. Como un niño, que se quema a menudo con el fuego, así también la humanidad que continuamente tiene contacto con el fuego del pecado y lujuria, llora y sufre, pero no comprende su estado de infantilismo espiritual, esto que en el Evangelio se denomina "ceguera," y que realmente es la ceguera del corazón, teniendo ojos físicos.

La humanidad se mata a sí misma a través del pecado, y así mismo lo hace cada hombre. Dominada, sofocándose con el mal, desenfrenando los bajos instintos, la humanidad prepara para sí misma un terrible destino, y así también lo hace cada hombre, que sigue este camino. Los que siembran viento cosecharán tempestades. Y es sobre esto, que es lo único importante — en lo que no hay tiempo para pensar... "Vive el instante --- y que pase lo que pase" — contradice el alma a verdad, que habla dentro de ella, que le dice que debe entrar dentro de sí mismo, concentrarse, observar los apegos de su corazón y pensar en su destino eterno. El Creador del mundo ordenó al hombre ocuparse solo del día presente; en cambio, el mundo sumerge al hombre en un mar de preocupaciones para toda la vida!

El tema acerca de lo moralmente menudo no es poco profundo. Aquí está el reflejo del reproche apocalíptico de Dios al mundo cristiano, de que él "se olvidó su primer amor." Cuanto mas elevada y moralmente pura que el hombre es ahora hasta la tambaleante naturaleza, a partir de la cual esta hecho su cuerpo. Qué limpia es la piedra, que está dispuesta a clamar contra los hombres, que no dan gloria a Dios, que limpias son las flores, los árboles, en el maravilloso círculo de su vida, que magníficamente sumisos a las Leyes del Creador son los animales, en su pureza. La naturaleza Divina no fuma, no se narcotiza, no se pervierte, no aborta el fruto dado por Dios. La muda naturaleza enseña al hombre, como se debe llevar la Cruz de la obediencia a Dios entre las tormentas y los sufrimientos de esta vida. El hombre debe pensar en esto.

Algunos piensan, que todo lo que sucede aquí sobre la tierra no tendrá ninguna consecuencia. Al hombre con una conciencia no limpia, por supuesto, le es mas agradable pensar así. ¿Pero, para que engañarse a sí mismo? Mas tarde o mas temprano tendremos que ver el enseguecedor misterio de la pureza de la creación del mundo.

Nosotros nos percibimos, como "vida." ¿Acaso nos valoramos tan poco a nosotros mismos y tan superficialmente comprendemos a Aquel, que creó los mundos, para pensar acerca de esta vanidad terrenal de la vida, como si fuera el verdadero sentido de la existencia del hombre? Nosotros somos mucho mas altos y superior que aquello, a lo que nos hemos acostumbrado a considerarnos aquí sobre la tierra, y no solo con respecto a nuestra vida, sino que también a nuestros ideales. Pero somos: una semilla, puesta en la tierra. Y por eso todavía no vemos la superficie del universo, ese verdadero cuadro de la naturaleza, que se nos abrirá delante de nuestros ojos en el minuto de lo que así llamamos muerte, o sea para todos muy pronto.

¿Que es la muerte? La muerte no es de ninguna manera la tumba, ni los baldaquines, ni una cinta de luto sobre la manga, ni el sepulcro en la tierra. La muerte — es cuando el retoño de nuestra vida sale sobre la superficie de la tierra, y entonces se pondrá debajo de los directos rayos del sol Divino. Debe germinar nuestra semilla de la vida, estando todavía aquí en la tierra. Esto es lo que así se llama en el Evangelio "el nacimiento por el espíritu, el segundo nacimiento" del hombre. La muerte del cuerpo es cuando el germen deja la tierra, sale de la tierra. A todo hombre, que haya recibido aunque sea la mas pequeña porción de fermento espiritual, aunque fuera la mas insignificante perla evangélica dentro suyo — le espera algo que de ninguna manera es la muerte, y hasta por lejos no es muerte. Para los muertos de espíritu, por supuesto, los féretros, las tumbas, las cintas de duelo, todo esto — son realidades. Y a su espíritu no le será posible salir a la superficie de la verdadera vida, porque ellos sobre la tierra no han muerto para sí mismos, para sus pecados, y se quedarán estas almas hasta aun después de su muerte física dentro de los limites de esta tierra, como una semilla que no ha germinado, vacía, sin señales de vida.

Aquí, sobre la tierra, nos encontramos verdaderamente en la oscuridad del espíritu, en su "vientre." ¿Y no seria criminal, encontrándonos en ese estado — no prepararnos para nuestro propio verdadero nacimiento, sino considerar a esta oscuridad, como un lugar hasta lo posible ideal y alegre para la vida (como lo considera el ateísmo optimista), o bien un incomprensible lugar de insensatas sufrimientos (como lo considera el ateísmo pesimista)?

El significado, por supuesto, no puede ser visto con los ojos físicos, pero se lo puede creer muy fácilmente, pensando en nosotros mismos y en el Evangelio. Sobre este sentido de la vida grita toda la naturaleza, acerca de él comienza a clamar toda alma humana despierta.

Con que cuidado tenemos que tratarnos unos a otros, gente no "germinada."... Como se debe proteger esta germinación, esta salida al aire libre bajo el sol de Dios!

El hombre es terriblemente responsable por todo, y es difícil imaginar teóricamente la desgracia de aquella persona, que habiendo vivido como atéo sobre la tierra "así, como si no hubiera nada," — de repente se enfrenta cara a cara con la realidad, no solo mucho mas clara, que esta que tenemos sobre la tierra, sino que supera todo nuestra comprensión acerca de la realidad... ¿No serian estas almas por las cuales el Señor sufría en el jardín de Getsemani? De cualquier modo, Él aceptó también por ellas los sufrimientos de la Cruz.

Si el cielo visible no nos separara del cielo invisible, nosotros nos estremeceríamos por aquella incoincidencia de espíritu, que existe entre la triunfal Iglesia angelical y nuestra Iglesia terrenal de almas humanas inertes y débiles. Nosotros nos aterrorizaríamos y entenderíamos claramente aquella verdad, que ahora nos es incomprensible: qué hizo para nosotros nuestro Señor Jesucristo, y que hace Él para cada uno de nosotros. Su salvación nos la representamos casi teóricamente y en forma abstracta. Pero si nosotros viéramos, por un lado, la multitud de flamantes espíritus celestiales, blancos como la nieve, radiantes, como el fuego, puros, ardientes de inconcebible amor a Dios y dirigidos hacia la salvación de toda la creación, y, por el otro lado, miraríamos la tierra con sus cientos de millones de personas, con corazones dirigidos solo hacia la tierra, que se matan el uno al otro, amantes solo de si mismos, poseídos por las fuerzas de tinieblas, nos horrorizaríamos y temblaríamos. Y se nos presentaría claramente el cuadro de la absoluta imposibilidad de salvarnos por los caminos "naturales." Los razonamientos de los ocultistas acerca del movimiento evolutivo de la humanidad reencarnada hacia lo alto, nos parecerían en como insensatos y dementes. Nosotros veríamos, que las tinieblas sobre la humanidad no se disipan, sino que se condensan... Y nosotros comprenderíamos, qué fue lo que hizo para los hombres el Creador Encarnado en la tierra.

Nosotros veríamos, como las espigas que tengan aunque sea una sola semillita son tomadas por los cosechadores celestiales al cielo, que la mas mínima chispa de Cristo en el hombre — como una única semillita en la espiga, ya salva al hombre. Todo lo oscuro se tacha, se corta, se toma solo la única chispa, y ella se hace la vida eterna del hombre. ¡Gloria a la salvación de Cristo! Verdaderamente nosotros no tenemos nada dentro nuestro, excepto nuestra dignidad humana que yace en el polvo. Y de este polvo surgimos por la gracia de Cristo, y como una chispa somos llevados al cielo. Pero somos llevados, si se encendió en nosotros esta chispa de amor a Dios, si somos capaces de distanciarnos en el alma de todo lo mortal en el mundo, si somos capaces de percibir esto mortal hasta en lo mas mínimo y rechazarlo. La sensibilidad hacia lo mas pequeño dentro nuestro será para nosotros un indicio de la salud de nuestra alma. Si los átomos verdaderamente encierran dentro de sí sistemas solares exactos, entonces esto será para nosotros un perfecto ejemplo de la uniformidad orgánica de todo pecado menudo o grande.

El tema acerca de la negación de hasta el mas mínimo pecado nos lleva a la cuestión mas importante de la vida del hombre: la cuestión acerca de la vida después de la muerte.

La revelación de la Iglesia afirma, que el alma que no se ha liberado de una u otra pasión trasladará esta pasión suya al otro mundo, donde, en vista de la ausencia del cuerpo será imposible satisfacer esta pasión, por lo cual el alma permanecerá en una continua angustia de autoquemación, sed de pecado y lujuria, sin la posibilidad de satisfacción.

El sibarita, que piensa solo acerca de la comida, como lo mas importante en su vida terrenal, indudablemente va a sufrir después de su muerte, estando privado del alimento corporal, pero no habiendo perdido la sed espiritual de ansiarlo. El alcohólico continuamente se desgarrará no teniendo cuerpo, que pueda ser satisfecho, inundándolo con alcohol, y con eso calmar un poco, por un tiempo, su alma sufriente. El fornicador experimentará el mismo sentimiento. El amante del dinero también... El fumador — también.

Es fácil hacer la experiencia. Que el fumador deje de fumar por dos o tres días. ¿Que es lo que va a experimentar? Un notorio sufrimiento, que todavía se puede suavizar con todas las relaciones y diversiones de la vida. Pero faltando la vida con todas sus diversiones... El sufrimiento se agudizará. No es el cuerpo el que padece, sino el alma, que vive en el cuerpo, que se ha acostumbrado a satisfacer su pasión a través del cuerpo. Privada de la satisfacción, el alma sufre. Así es como sufre, por supuesto, también el alma de un pecador rico, que de pronto ha sido privado de la riqueza, el alma del perezoso, privada de su tranquilidad, el alma del egoísta, cuando ha recibido un golpe en su orgullo... ¡Cuantos suicidios ha habido sobre este terreno! Todo esto es la experiencia desnuda de nuestra vida sobre la tierra. Ya aquí sobre la tierra nosotros podemos hacer experiencia sobre nuestra alma. Cada hombre debe ser precavido. Es necesario velar sobre nuestra casa y no dejarla minar (Mat. 24:43).

Asumiendo todo esto, ¿acaso podemos entregarnos tranquilamente a las pasiones, o hasta separarlas en serias e "inocentes?" Pues el fuego siempre es fuego — así como en el horno de una casa, como en una cerilla encendida. Tanto el uno como el otro son dolorosos para el hombre que los toca, y pueden ser mortales. Es necesario comprender esta indiscutible verdad, que cualquier pasión, cualquier rencor, ira, cualquier lujuria --- es fuego.

La ley de Dios encerró los instintos del cuerpo humano en marcos, y a las energías de la voluntad y de la excitación, da una dirección verdadera para que el hombre con comodidad y fácilmente avance hacia la espiritualización. ¿Cómo denominar al hombre, el cual, comprendiendo todo esto, trata tranquila y livianamente a sus pasiones, las disculpa, adormeciendo a los indicios de la salvadora sensibilidad del alma?

Es necesario, ante todo, dejar de absolver a su deseo — hasta el mas pequeño, es necesario condenarlo ante Dios y ante si mismo. Hay que rogar por la liberación y la salvación. El Señor Salvador se llama así no en forma abstracta, sino, realmente. El Salvador salva de todas las debilidades y pasiones. Él redime. Él sana en una forma visible, perceptible. Sanando perdona. El perdón es la sanación de lo que hay que perdonar. Se de solo a los que están hambrientos y sedientos de esta verdad. A los que simplemente quieren, tibios en sus deseos, no se les da la sanación. En cambio, a los ardientes, por su parte, a los que son fervorosos, los que imploran, que persisten en el corazón — se les da. Porque solo ellos son capaces de valorar el don de la sanación Divina, no pisotearla, sino agradecer por ella, resguardarse sensiblemente con el nombre del Salvador de nuevas tentaciones del mal.

Por supuesto, el fumar — es una pasión no muy grande, como una cerilla es un pequeño fuego. Pero este deseo — es contrario al espíritu, y no es posible siquiera imaginarse a alguno de los mas cercanos de los discípulos del Señor — fumando un cigarrillo.

"Aniquila el deseo pequeño," dicen los santos. No hay tal bellota, que no contenga dentro de sí un roble. Así es también con los pecados. Una maleza pequeña se arranca fácilmente. Una grande requiere herramientas especiales para ser desarraigada.

El sentido espiritual del fumar y de todos las pequeños "justificables" infracciones e ilegalidades contra el espíritu es la disolución no solo del cuerpo, sino también del alma. Esto es un falso tranquilizarse de sí mismo (de sus "nervios," como se dice a veces, no dándose cuenta, que los nervios — son un espejo corporal del alma). Este "tranquilizarse" conduce cada vez mas a un mayor distanciamiento de la verdadera paz, de la verdadera consolación del Espíritu. Este "calmante" — es un espejismo. Ahora, mientras tenemos un cuerpo, es necesario renovarlo continuamente. Después — este calmante narcótica será la fuente de una martirizante esclavitud del alma.

Hay que entender, que él que estalla en su furia — también se tranquiliza, hasta una nueva explosión de ira. Tranquilizarse a sí mismo, satisfaciendo la pasión, no se puede. Se puede calmar solo sobreponiéndose a la pasión, absteniéndose de ella. Se puede calmar solo llevando la Cruz de la lucha contra toda pasión, hasta la mas mínima. La Cruz de no aceptarla en su corazón. Este es el camino de una felicidad verdadera, fiel y eterna. El que se eleva sobre la niebla, contempla el sol y el cielo eternamente azul. El que se eleva sobre las pasiones entra en la esfera de la paz de Cristo, de una inexpresable felicidad, que comienza ya aquí, sobre la tierra, y es alcanzable para cada persona.

El espejismo de la felicidad — es el cigarrillo. Como así también, cuando nos enojamos contra alguien, o nos enorgullecemos delante de alguien... No debemos buscar tales felicidades. Su continuación son cocaína, golpe o tiro. Bienaventurado es el hombre, que rechaza este género de "felicidad." Esta demoníaca "felicidad" que reina en el mundo es una ramera, que se introdujo en la unión del alma humana con Cristo, Dios de Verdad y gozo puro y feliz.

Toda consolación fuera del Espíritu Santo Consolador solo es una insensata seducción, sobre la cual construyen sus sueños los organizadores del paraíso humano. El Consolador — es únicamente el Espíritu Creador de la Verdad de Cristo.

Orar en el espíritu, fumando un cigarrillo, es imposible, como también predicar. El cigarrillo se tira antes de entrar en el templo, pero nosotros también somos — templo de Dios. El que

quiere ser siempre templo Divino, que tire para siempre el cigarrillo, como un sentimiento impuro. La conducta hacia un pequeño movimiento del alma — es el termómetro de la calidez de la fe del hombre y de su amor a Dios.

Podemos imaginarnos un siguiente ejemplo de la vida: el tabaco, como planta, no tiene en sí ningún mal (como no lo tiene la arena aurífera, como el algodón, del que se hace el dinero en papel). El alcohol suele ser muy provechoso al hombre en determinadas circunstancias y en determinadas dosis, como el té o el café usados en forma moderada. El damasco es también una planta de Dios y da madera para los muebles. Pero si tomáramos estos términos en el siguiente enlace: el hombre está sentado en el sillón, fuma un cigarro, lo acompaña con licor de damasco... ¿puede un hombre en esas condiciones orar a Dios? Físicamente — si, puede, espiritualmente — no puede. ¿Porque? Pues porque el hombre en este momento está disoluto, su alma se hundió en el sillón, en el cigarro, en el alcohol. En ese minuto dentro de él casi no hay alma. Y como el hijo pródigo del Evangelio él vaga errabundo por lejanas regiones. Así el hombre puede perder su alma. Y es bueno si la encuentra a tiempo, lucha, para no perderla, y vigila sobre su alma, como sobre un niño amado. El alma — es el niño de la inmortalidad, indefenso en las condiciones del mundo circundante. ¡Cuán necesario es defender y amar nuestra alma, predestinada para la vida eterna! ¡Oh, cuan necesario es limpiar hasta la mas pequeña mancha de ella!

Ante cualquier disolución de espíritu, es menor pecado no hablar de Cristo, que hablar de Él. He aquí donde está la respuesta al hecho, de porque el mundo guarda silencio acerca de Cristo, porque ni en las calles, ni en los restaurantes, ni en una conversación amistosa la gente no habla del Salvador del Universo, del Único Padre del mundo, — a pesar de la multitud de personas que creen en Él.

No siempre es vergonzoso delante de la gente hablar acerca de Dios; a veces suele ser vergonzoso delante de Dios hablar a la gente acerca de Él. El mundo comprende instintivamente, que en nuestra circunstancia contemporánea — hay menos pecado en guardar silencio acerca de Cristo, que en hablar de Él. Y por eso el mundo calla acerca de Dios. Horrible síntoma. El mundo inunda este vacío con legiones de palabras, y — ni una palabra, prácticamente ninguna palabra acerca de Dios, acerca del Principio, del Fin y del Punto Central de todo.

Porque comenzar a hablar de Dios, significa allí mismo acusarse a sí mismo y a todo el mundo. Y si se dice alguna palabra, es difícil llevarla hasta su término — tanto delante de nosotros mismos como delante de todo el mundo.

Si en el hombre no hay repugnancia hacia sus pecados pequeños, — él no está sano espiritualmente. Si hay repugnancia, pero no hay fuerzas para vencer la debilidad, significa que ella se deja hasta aquel tiempo, cuando el hombre muestre su fe en la lucha contra algo mas peligroso para él, que la debilidad dada, y ella le es dejada para fomentar su humildad. Porque no son pocas las personas que a primera vista son intachables, no bebedoras ni fumadoras, pero semejantes, según las palabras de san Juan Escalerista, a una manzana podrida, o sea colmados de una soberbia visible u oculta. Y no hay posibilidades de humillar su soberbia, sino solo con alguna caída. Pero quedará fuera del Reino de Dios y de sus leyes aquel, que por si mismo, por sus propios entendimientos se perdona a sí mismo sus pequeños pecados. Un hombre así, que adormece su conciencia, se hace incapaz de traspasar las fronteras de la verdadera vida del espíritu. Él resulta semejante a aquel joven, que se acercó a Cristo, y al momento se alejó de Él con amargura, o acaso tal vez hasta sin pesadumbre, y simplemente para... ¡fumarse un cigarrillo!

La rigurosidad y el puritanismo son ajenos al espíritu evangélico. La virtud farisea --- sin amor — es mas oscura en los ojos de Dios, que cualquier pecado. Pero también la tibieza de los cristianos hacia el cumplimiento de los mandamientos — es igual de oscura.

Porque la voluntad de Dios es "nuestra santificación" (1 Tesal. 4:3). La conciencia sensible por si misma enfatizará aquel polvo extraño, que yace sobre las heridas del alma.

El Hijo de Dios e Hijo del Hombre nos dio un mandamiento para el Ansia: "Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre Celestial." Con esto el Señor si dijera a la gente: hombres, Yo no os doy la medida, — defínanla vosotros mismos. Determinad vosotros mismos la medida de vuestro amor a Mi pureza, y vuestra obediencia a este amor.



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Pensamientos sobre este tema


El pecado — en el no deseo de salir del estado de auto-identificación, del "¡Yo = Yo!" La afirmación de sí mismo, y en relación hacia el otro, —hacia Dios y hacia todo lo creado, como cosas secundarias. Esto es la raíz del pecado! Todos los pecados privados — son solo una variante visible, solo son la revelación de la auto obstinación, el mismísimo. En otras palabras, el pecado es aquella fuerza a resguardarse solo personalmente a sí mismo, que convierte la personalidad en un fetiche, un ídolo para sí mismo, explica y fundamenta el Yo sobre el Yo, y no sobre Dios.

El pecado es aquella enraizada tendencia del Yo, por la cual el Yo se afirma en su particularidad, en su desconexión, y hace de sí mismo el único punto de la realidad. El pecado es aquello, que cubre del Yo toda la realidad, porque ver la realidad — significa precisamente salir de sí mismo y desplazar su Yo hacia otro, ponerlo en lo visible, o sea — amar. De aquí, el pecado es aquel muro divisor, que pone su Yo entre sí mismo y la realidad, el cubrimiento del corazón con una corteza. El pecado es algo no trasparente, tinieblas, bruma, oscuridad, por lo cual también se dice: "Las tinieblas le han cegado los ojos" (1 Juan 2:11), y son muchos los dichos de las Escrituras, donde la palabra "oscuridad" — es sinónimo de "pecado." El pecado en su ilimitado desarrollo, o sea el infierno, es la oscuridad, las tinieblas, la falta de claridad. Pues la luz es la aparición de la realidad, la oscuridad por su parte — la separación, el desacoplamiento, la mutilación de la realidad, la imposibilidad de presentarse uno al otro, la invisibilidad del uno al otro. El mismo nombre infierno — es ese lugar, ese estado, con el cual no hay visibilidad, él no se puede ver y dentro de él no se ve nada. El infierno — no tiene aspecto, como dice Platón, es invisible y no observable, por la definición de Plutarco, y Homero habla de una "nebulosa oscuridad."

En una palabra, el pecado es aquello, que priva de la posibilidad de fundamentación, o sea sensatez y juicio. En la carrera tras el pecaminoso racionalismo, la consciencia pierde toda la racionalidad inherente a toda la existencia. Por causa de la raciocinación, ella deja de contemplar inteligentemente. El mismo pecado — es algo completamente razonador, colmado por la magnitud del raciocinio, el raciocinio en el raciocinio — cosa del diablo, porque el diablo-mefistófeles — es una desnuda raciocinación.





                             Catecismo Ortodoxo 

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