Citaremos aquí su relato con breves explicaciones. En el sexto mes desde la concepción de Isabel de san Juan el Bautista, el Arcángel Gabriel fue enviado por Dios a la poco conocida ciudad de Galilea Nazaret a la Virgen María, desposada con un hombre llamado José. El lector debe notar que el evangelista Lucas no dice "casada," sino "desposada," ya que la Virgen María era considerada "esposa" de José sólo de manera formal (legal), pero no era realmente su esposa. La antigua tradición explica porque era así. Antes del nacimiento de María, Sus padres, Joaquín y Ana, no tenían hijos y le prometieron a Dios que si les nacía un bebé lo dedicarían al servicio de Dios. Ya ancianos, recibieron de Dios una hija, que llamaron María. Cuando María tenia tres años, los padres la entregaron al Templo de Jerusalén para educarla. Tras vivir ahí 10 años en una atmósfera de oración y pensamientos piadosos, María amaba tan fervorosamente a Dios, que ya por Su propia voluntad prometió no casarse. Después de cumplir catorce años, Ella ya no podía continuar viviendo en el templo y debía volver a la casa de sus padres o casarse. Para ese entonces Sus padres ya habían muerto hace algunos años. El sumo sacerdote, que conocía la promesa de virginidad de María y con la intención de ayudarla en su propósito, La desposó formalmente a María con Su pariente, el anciano José, que era conocido por su vida virtuosa. Para ese tiempo José era viudo y tenia de su primer matrimonio una familia numerosa. El vivía en Nazaret, que se encuentra en la parte sur de Galilea y trabajaba como carpintero (Mt. 13:55-56). Así, el bondadoso anciano José aceptó cuidar a su joven sobrina. Ambos eran descendientes del rey David y esperaban la venida de Mesías.
Pero volvamos al relato evangélico. Al aparecer el Arcángel Gabriel a la Virgen María, la saludo: "¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres." "Bendita" significa la que obtuvo un particular amor y benevolencia Divinos. La aparición del Ángel y sus inusuales palabras confundieron a María y Ella se puso a reflexionar sobre su significado. El Ángel, calmándola, le vaticinó que dará a luz un Hijo, que será grande y será llamado el Hijo del Altísimo. El Señor le dará el trono de su padre David, reinara sobre la casa de Jacob para siempre y a Su Reino no tendrá fin.
El antiguo reino de David, cuyos reyes eran consagrados por Dios, se gobernaba según las leyes Divinas y todas los aspectos de la vida civil eran imbuidas con la idea de servir a Dios. Este reino era una imagen del Reino de Dios venidero. La principal particularidad del reino de David no estaba en su organización civil, sino en su ideal espiritual, la de una sociedad que aspira a vivir según la voluntad Divina. Después de la desaparición del reino de David como resultado de la invasión de Nabucodonosor 600 años a. C., su ideal continuó inspirando a los hebreos creyentes, que esperaban la venida del Mesías Salvador. A estos creyentes pertenecían la Virgen María, Sus padres, el anciano José, Zacarías y Isabel, los piadosos padres de San Juan el Bautista, el anciano Simeón que recibió a Jesucristo, la profetisa Ana, los pastores de Belén y muchos otros hebreos. Los profetas predijeron que con la venida de Mesías el reino de David será reconstruido y se transfigurará en el Reino del Mesías. En este confluirán creyentes de muchos pueblos y permanecerá eternamente. (ver Isaías 42:1-12; 54;12-14; 2: 2-3; Dan. 7:13; Zac. 9:9-11).
Santa María, que deseaba permanecer Virgen, le pregunta extrañada al Ángel: "¿Cómo será esto(es decir seré Madre) si no conozco varón?" El Ángel la tranquiliza y le explica que su promesa no será vulnerada ya que dará a luz al Hijo de una manera sobrenatural, sin varón. La concepción sin simiente será realizada por el Espíritu Santo, con Cuya acción: "el poder del Altísimo te cubrirá," o sea el Mismo Hijo descenderá a su seno (según la imagen comparativa del cántico: el Espíritu Santo, como la nube misteriosa que cubría el tabernáculo del Antiguo Testamento, en el momento de concepción descenderá sobre la Virgen, Ex. 40:34; Num. 9:15). La Santísima Virgen no le pidió pruebas al Ángel, pero el Arcángel Gabriel para confirmar la verdad de sus palabras Le señaló a Isabel, que concibió al profeta Juan el Bautista en profunda ancianidad por la voluntad Divina ya que para Dios nada es imposible. La Virgen María vio en todo esto la voluntad Divina y con humildad contestó: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra."
La voluntaria aceptación de Virgen María para ser la Madre de Mesías era absolutamente necesaria para la encarnación del Hijo de Dios, porque Dios siempre preserva el don de la libre voluntad que le dio al hombre. La libertad moral es una cualidad valiosísima, que nos eleva por encima de la naturaleza inanimada y del mundo animal. Sin ella seríamos una especie de robot programado sin la posibilidad de perfeccionarnos moralmente. Siendo libres moralmente podemos crecer espiritualmente, perfeccionarnos y de esta manera parecernos a nuestro Creador. (Al contrario de Dios, el diablo trata de privar al hombre de la semejanza Divina en la propiedad de la libertad: tiende a esclavizar al hombre, primero moralmente y luego también físicamente). Así, después de la libre aceptación de Virgen María, el Espíritu Santo La cubrió y en este momento se produjo misterio el más grande, inimaginable incluso para los Ángeles: el Inabarcable, Inalcanzable y Eterno Señor descendió al seno virginal y, sin destruirlo, recibió de él la naturaleza humana compuesta de cuerpo y alma racional. El subsiguiente desarrollo del Fruto en el seno virginal siguió las leyes naturales y la Virgen llevó en Si al Niño hasta el nacimiento en Belén.
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