
El Señor no nos reprocha el goce de los bienes terrenales. El dijo que, dada nuestra situación en la tierra, nosotros tenemos necesidad de ellos a fin de dar tranquilidad a nuestras existencias y tornar más cómodo y fácil el camino hacia nuestra patria celestial. Y el Apóstol Pedro estimó que no hay nada mejor en el mundo que la piedad unida a la alegría. La Santa Iglesia ora para que esto se nos dé. Pese al hecho de que las penas, las desgracias y las necesidades sean inseparables de nuestra vida en la tierra, el Señor no quiso jamás que las inquietudes y las miserias constituyan toda la trama. Es por eso que, por boca del Apóstol, El nos recomienda llevar la carga unos de los otros a fin de obedecer a Cristo, quien personalmente nos dio el precepto de amarnos mutuamente. Reconfortados en este amor, la marcha dolorosa sobre el camino estrecho que conduce hacia nuestra patria celestial nos será facilitado. No descendió el Señor del cielo para ser servido, sino para servir y dar Su vida por la redención de una multitud (Mt. 20,28; Mc. 10,45). Actuad de la misma forma, amigo de Dios y, consciente de la gracia de la que habéis sido visiblemente el objeto, comunicadla a todo hombre que desea su salvación.
San Serafín de Sarov
Catecismo Ortodoxo
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A fin de que Adán y Eva pudiesen mantener siempre en ellos sus propiedades inmortales, perfectas y divinas, provenientes del soplo de vida, Dios plantó, en medio del paraíso, el árbol de la vida, en cuyos frutos El encerró toda la sustancia y la plenitud de los dones de Su divino aliento. Si Adán y Eva no hubieran pecado, habrían podido, ellos y sus descendientes, comer los frutos de este árbol y mantener en ellos la fuerza vivificante de la gracia divina, así como la plenitud inmortal, eternamente renovada, de las fuerzas corporales, psíquicas, y espirituales, perpetua juventud, un estado de beatitud que, actualmente, nuestra imaginación apenas puede representarse.
Pero habiendo gustado el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, antes de la hora y contrariando los mandamientos de Dios, conocieron la diferencia entre el bien y el mal y se convirtieron en el blanco de los desastres que se abatieron sobre ellos después de su desobediencia. Perdieron el don precioso de la gracia del Espíritu Santo y, hasta el advenimiento a la tierra de Jesucristo, Dios Hombre, el Espíritu no estuvo en el mundo.
Catecismo Ortodoxo
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Un hombre se ocupó de la cría de peces y todos los días decía — "¡Gloria a Ti, Dios!" — porque veía constantemente la providencia Divina. Él contaba que un pececito desde el momento de su eclosión del huevo, cuando es tan pequeño como la cabeza de un alfiler, tiene una pequeña bolsita con líquido con el cual se alimenta hasta que crezca y pueda alimentarse independientemente con los pequeños insectos acuáticos y algas. ¡O sea, recibe de Dios una "ración especial!" Si Dios provee hasta a los peces, ¡cuan más Él provee al hombre! Pero a menudo el hombre organiza todo y decide sin Dios. "Yo tendré — dice — dos hijos [y basta]" No cuenta con Dios. Por eso se producen tantos desastres y perecen tantos niños. En mayoría de las familias nacen dos hijos. Pero uno de ellos perece en un accidente automovilístico, otro se enferma y muere — y los padres quedan sin hijos.
Cuando para los padres — co-creadores de Dios, se hace difícil asegurar a sus hijos a pesar de los esfuerzos aplicados, entonces deben elevando los brazos al cielo, humildemente buscar la ayuda del Gran Creador. Entonces, se alegran tanto Dios, que ayuda, y él que recibe Su ayuda. Estando en el monasterio Stomión, conocía a un padre de muchos hijos. Él era un guarda del campo en la aldea Epira y su familia vivía en Koniza — a pie se caminaba cuatro horas y media. Él tenía nueve hijos. El camino a su aldea pasaba por el monasterio. Viniendo a trabajar y yendo a casa, el guarda entraba en el monasterio. Cuando volvía me pedía permiso de prender a las lámparas votivas. A pesar de que, al prenderlas, derramaba el aceite al piso, le permitía hacerlo. Yo prefería secar luego el piso que ofenderlo. Cada vez, saliendo del monasterio y caminando unos trescientos metros él tiraba de su fusil. No encontrando explicación a esto decidí observarlo la próxima vez desde el momento de su entrada en el templo y hasta que salga al camino a Koniza. Así supe que él primero prendía las lámparas del templo, luego salía en nartex [202] y prendía la lámpara votiva ante el icono de la Madre de Dios sobre la entrada. Luego tomaba con el dedo el aceite de la lámpara, se arrodillaba, extendía sus manos hacia el cielo y decía "Madre de Dios, tengo nueve hijos. ¡Manda les un poco de carne!" Habiendo dicho esto, él untaba con el aceite que tenía en el dedo la mira de su fusil y se iba. A trescientos metros del monasterio al lado de una mora lo esperaba una cabra silvestre. Él tiraba, la mataba, la llevaba a una cueva que estaba algo mas lejos, allí la faenaba y llevaba la carne a sus hijos. Y eso pasaba cada vez que él volvía a casa. Yo me sentía extasiado ante la fe del guarda de campo y la providencia de la Madre de Dios. Después de veinticinco años, él vino al Monte Santo y me encontró. Durante la conversación pregunté: "¿Cómo están tus hijos? ¿Dónde están?" En respuesta él indicó con la mano el norte y dijo: "Unos en Alemania" — luego extendió su mano al sur y agregó: "En cambio otros en Australia y gracias a Dios saludables." Este hombre conservaba la pureza de las ideologías ateas a su fe y a sí mismo y por eso Dios no lo dejó.
San Paisios
Catecismo Ortodoxo
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Primera Oda
Hirmos
Abriré mi boca y quedará repleta del Espíritu: y entonaré un poema en honor de la Madre Reina; me presentaré gozosamente celebrándola y, jubilosamente, cantaré sus maravillas.
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Troparios
Al verte, Libro viviente de Cristo sellado por el Espíritu, el gran Arcángel, oh Pura, te dijo: salve, receptáculo de la dicha, por medio de quien cesará la maldición de la primera Madre.
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Rehabilitación de Adán, ¡Salve!, Virgen, Esposa de Dios, muerte del infierno; salve, oh Purísima, palacio del único Rey; salve, trono ígneo de aquel que todo lo gobierna.
Gloria...
Tú la única que hiciste brotar la Rosa que no se marchita, salve, Tu que produjiste la manzana de suave perfume; salve, Tú que engendraste la fragancia del Rey de todos; salve, esposa intacta, salvación del mundo.
Y ahora...
Tesoro de la pureza por quien nos levantamos de nuestra caída, salve; salve, lirio perfumado, Soberana que perfumas a los fieles, incienso de suave fragancia, aroma preciosísimo.
Tercera Oda
Hirmos
¡A los que te celebran, Madre de Dios, fortalécelos! ¡fuente viva e incorruptible! reunidos en esta fiesta espiritual en el día de tu divina gloria; hazlos dignos de la corona de la gloria.
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Troparios
Tú, que hiciste germinar la espiga divina; como tierra no trabajada, ¡salve! mesa viviente que trajiste el Pan de la vida; ¡salve, manantial inagotable del agua viva, Soberana!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
¡Salve, Madre, que engendraste para los fieles al ternero sin mancha; salve, oh cordera, que engendraste al cordero de Dios que quita los pecados de todo el mundo. Salve, expiación ardiente!
Gloria...
¡Aurora resplandeciente, Salve, porque Tú llevaste, la única, al Sol Cristo, morada de la luz; salve, Tú que disolviste las tinieblas y confundiste para siempre a los demonios tenebrosos!
Y ahora...
Salve, puerta única, a quien, único, atravesó el Verbo; Soberana que los barrotes y las puertas del Hades, con tu parto rompiste. Salve, divino acceso de quienes se salvan, ¡oh digna de toda alabanza!
Cuarta Oda
Hirmos
Aquel que está sentado en la gloria, en el trono de la Divinidad, vino en una ligera nube, Jesús, el Dios excelso, con mano sin mancha, y salvó a quienes le gritaban: «Gloria, oh Cristo, a tu poder».
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Troparios
Con las voces de nuestros cánticos, te aclamamos, ¡Oh digna de toda alabanza! ¡Salve, monte fértil y regado por el Espíritu. Salve, lámpara y vaso portador del Maná que endulza los sentimientos de todos tus fieles!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
¡Propiciatorio del mundo, Salve, Soberana incontaminada; salve, escala que, desde la tierra, elevas a todos hacia la gracia; salve, puente que conduce verdaderamente de la muerte a la vida a todos cuantos te cantan!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
¡Más sublime que los cielos, Salve, Tú que llevaste sin fatiga —oh Purísima— al fundamento de la tierra en tu seno; salve, tintura, que extrajiste de tu sangre la púrpura divina para el Rey de las Potestades!
Gloria...
¡Tu que verdaderamente diste a luz al Legislador que borra gratuitamente las faltas de todos Salve, Soberana! ¡Salve, oh abismo incomprensible, altura inefable, esposa inviolada, por quien somos divinizados!
Y ahora...
¡A ti, que entretejiste para el mundo una corona no hecha por manos humanas, te ensalzamos: Salve, Virgen defensa de todos, protección, fortaleza y sagrado refugio!
Quinta Oda
Hirmos
Todas las cosas se asombran ante tu divina gloria; Tú, en efecto, ¡oh Virgen, esposa inviolada! tuviste en tu seno al Dios que está por encima de todas las cosas, y diste a luz al hijo intemporal que concede la salvación a cuantos te cantan.
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Troparios
¡Salve, purisima, que diste a luz al camino de la vida y salvaste al mundo del cataclismo del pecado; salve, Esposa divina, voz y relato arcano; salve, morada del Señor de la creación!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
¡Salve, Purísima, fortaleza y alcázar de los hombres, lugar sagrado de la gloria; Muerte del Hades, tálamo luminoso; salve, alegría de los Ángeles; salve, socorro de cuantos con fe te invocan!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
¡Carruaje ígneo del Verbo, salve, Señora, Paraíso viviente que tienes en tu interior al árbol de la vida, al Señor; cuya dulzura da vida a cuantos con fe se acercan, aún estando sujetos a la corrupción!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Gloria...
Robustecidos con tu fuerza, con fe te exclamamos: ¡salve, ciudad del rey universal; de quien se dijeron cosas gloriosas y dignas de ser oídas; salve, monte intacto, abismo insondable!
Y ahora...
¡Salve, Purísima, amplia morada del Verbo, ostra que elaboraste la divina perla; salve, totalmente prodigiosa, reconciliación con Dios de cuantos en todo momento, oh Madre de Dios, te proclaman bienaventurada!
Sexta Oda
Hirmos
Los que celebramos esta divina y honorabilísima fiesta de la Madre de Dios, venid, aplaudamos glorificando a Dios que nació de ella.
Santisima Madre de Dios, Sálvanos.
Troparios
¡Tálamo inmaculado del Verbo, causa de la deificación de todos, salve, Purísima, voz de los profetas; salve, ornato de los Apóstoles!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
De ti destiló el rocío que extinguió la llama del politeísmo; por eso te exclamamos: ¡Salve, oh Virgen, vellocino seco, previsto por Gedeón!
Gloria...
He aquí que te exclamamos: ¡Salve! puerto para nosotros, sacudidos por las olas, Tú eres, defensa en el mar de las tribulaciones y de todos los obstáculos del enemigo.
Y ahora...
Causa de la alegría, otórganos la gracia de la sensatez para gritarte: ¡Salve zarza no consumida, nube completamente luminosa que cubre constantemente a los fieles!
Oda séptima
Hirmos
No adoraron a la criatura en vez de adorar al Creador, los inspirados por Dios, sino que despreciando virilmente la amenaza del fuego, alegres cantaban: ¡Bendito eres, Dios y Señor de nuestros padres, y muy digno de alabanza!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Troparios
Nosotros te cantamos exclamando: ¡Salve, carroza del Sol espiritual; vid verdadera que produjo el racimo maduro, que destila un vino que alegra los espíritus de aquellos que con fe te glorifican!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
¡Salve, Esposa divina, que engendraste al médico de los hombres; vara mística en que floreció la flor que no se marchita; salve, Soberana, por medio de quien hemos sido colmados de gozo y heredamos la vida!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
La lengua mas elocuente no tiene la fuerza suficiente para cantarte ¡oh Soberana! Tu has sido enaltecida por encima de los Serafines porque llevaste en tu seno a Cristo Rey; pídele ahora que nos libre de toda desventura a quienes te sirven fielmente.
Gloria...
Los confines de la tierra, llamándote bienaventurada, te celebran y te aclaman con amor. ¡Salve, oh Purísima, libro en el cual fue escrito el Verbo por el dedo del Padre; Madre de Dios, pídele que inscriba en el libro de la vida a tus servidores!
Y ahora...
Te rogamos y doblamos las rodillas del corazón, nosotros, tus siervos: Inclina ¡oh Purísima! tu oído y sálvanos a nosotros, sumergidos constantemente en las tribulaciones; y custodia, ¡oh Madre de Dios! a tu ciudad de los asaltos de los enemigos.
Oda octava
Hirmos
A los piadosos jóvenes, en el horno, salvó aquel a quien dió a luz la Madre de Dios; entonces era prefiguración, ahora está realizado; convoca a toda la tierra para cantarte: «¡Alabad, obras todas, al Señor y glorificadlo por todos los siglos!».
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Troparios
Acogiste al Verbo en tu seno, llevaste a quien lleva todas las cosas; ¡oh Purísima! alimentaste con leche a quien, con un gesto, alimenta al universo entero; a El, pues, le cantamos: «Alabad, obras todas al Señor y glorificadlo por todos los siglos».
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Moisés reconoció en la zarza el gran misterio de tu parto; los Jóvenes, lo prefiguraron claramente al permanecer en medio del fuego sin quemarse, santa Virgen incorrupta; por eso te ensalzamos por todos los siglos.
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Los que antes estuvimos despojados por el engaño, en virtud de tu maternidad hemos sido revestidos con el vestido de la incorruptibilidad; los que permanecíamos en la tiniebla del pecado, hemos visto la luz, oh Virgen, morada de la luz; por ello te ensalzamos por todos los siglos.
Gloria...
Por ti los muertos son vivificados; pues Tú engendraste a la vida que se encarnó; discuten con locuacidad los que hace poco eran mudos, los leprosos quedan limpios, las enfermedades son alejadas y los numerosos espíritus adversos son vencidos, ¡oh Virgen! salvación de los mortales.
Y ahora...
A Tí que diste a luz a la salvación del mundo, a través de la cual fuimos alzados de la tierra a lo alto; ¡Salve, oh totalmente bendita, protección y fortaleza, muralla y bastión de quienes te cantan ¡Purísima!: «Alabad, obras todas, al Señor y glorificadlo por todos los siglos».
Oda novena
Hirmos
Exulte todo hijo de la tierra, iluminado por el Espíritu; celebren gozosamente la estirpe de las criaturas incorpóreas la sagrada fiesta de la Madre de Dios y exclamen: ¡Salve, benditísima Madre de Dios, oh pura siempre Virgen!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Troparios
Para que podamos decirte nosotros, tus fieles: «salve», quienes fuimos hechos partícipes, gracias a ti, de la alegría perenne; líbranos de toda tentación, del sometimiento de los bárbaros, y de toda otra desgracia que por la multitud de sus transgresiones amenaza a los hombres pecadores.
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Tu eres nuestra luz y seguridad, por eso te cantamos: ¡salve, estrella sin ocaso que introduce en el mundo del gran Sol; salve, oh Purísima, que abriste el Edén cerrado: salve, columna de fuego que guías a los hombres hacia la vida de lo alto!
Santísima Madre de Dios, Sálvanos.
Estemos devotamente en la casa de nuestro Dios, y exclamemos: ¡salve, Señora del mundo; salve María, nuestra soberana; salve, la única buena e inmaculada entre las mujeres; salve, vaso que acoges el aroma inagotable en ti vertido!
Gloria...
¡Paloma que engendraste al Misericordioso salve, siempre Virgen; salve, gloria de todos los santos, corona de los atletas, salve; ornato divino de todos los justos, salvación de nosotros, los creyentes!
Y ahora...
Proteje, Señor, tu heredad y no mires ahora todos nuestros pecados; atendiendo para ello a la que intercede por nosotros, Aquella que te llevó en su seno sin conocer varón, cuando Tú, Cristo, por tu gran misericordia, quisiste asumir la forma humana.
Catecismo Ortodoxo
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La Iglesia Ortodoxa, de acuerdo con el amor por el hombre que le caracteriza, permite orar por aquellos que se han separado de ella, es decir, por los herejes y cismáticos. Pero, ¿oraciones en qué sentido? Oraciones para que se conviertan a la fe ortodoxa antes del final de sus vidas.
Así, en las oraciones de intercesión, rezamos: “Ilumina con la luz de la gracia a todos los apóstatas de la fe ortodoxa, y a los cegados por perniciosas herejías, y los que se han alejado de Ti, y únelos a tu Iglesia Santa, Católica y Apostólica”. De ahí se hace evidente que la Iglesia Ortodoxa permite rezar por los que se han separado de la santa fe; oraciones para su conversión. Pero ¿qué podemos decir de los que han partido ya de esta vida? ¿Reza la Iglesia por tales personas en su oficios divinos? En los oficios de la Iglesia Ortodoxa no hay oraciones por las personas que han muerto en la herejía. Contrariamente, el primer Domingo del Gran Ayuno, en el oficio de la Ortodoxia, nuestra santa Iglesia pronuncia anatemas, es decir, excomunión sobre todos los herejes y apóstatas de la Ortodoxia. Entonces, ¿cómo es que la Iglesia, al mismo tiempo, anatematiza y reza por los apóstatas? “Los no ortodoxos, por su misma no Ortodoxia se han excomulgado a sí mismos de los Misterios de la Iglesia Ortodoxa”. El metropolita Filaret de Moscú afirmó que el no conmemorarlos durante la Liturgia y eliminar sus nombres de los dípticos (el Synodicon, o lista de los nombres a conmemorar; es decir, la lista de aquellos que están en comunión con los ortodoxos) está en completo acuerdo y hace proveer lógicamente su excomunión. Debemos señalar aquí que esa eliminación de los dípticos nos recuerda que los nombres de los no ortodoxos no deberían ser conmemorados en ningún oficio ortodoxos. Se podría objetar que esto es ciertamente muy estricto, pero ¿qué podemos hacer? No podemos forzar al Señor a tener misericordia con la oración. Pues nuestro Dios es “un Dios celoso” (Éxodo 20:5). “El Señor es justo y ama a los justos” (Salmos 10:7). Ha habido casos en los que Él mismo prohibió la oración por ciertas personas: dijo a su profeta Jeremías sobre su pueblo: “Y tú, no intercedas por este pueblo, no eleves por ellos súplica ni oración, ni me insistas, pues no te escucharé” (Jeremías 7:16, Straubinger). Ahora, este mandato del Señor se refiere a las personas que aún están vivas, y que consecuentemente aún tienen la suerte de arrepentirse. Y el profeta no osó desobedecer la palabra del Señor para justificar su oración por ellos por amor a la humanidad.
Cabe señalar que aquí tenemos en vista la oración por los no ortodoxos ofrecida por la Iglesia. Permitir tal oración en la Iglesia Ortodoxa durante un oficio divino causaría escándalo, al menos para aquellos que tienen una conciencia débil. Si tales personas escucharan peticiones en una Iglesia Ortodoxa por la salud o descanso de los católicos romanos o protestantes, llegarían a la conclusión de que realmente no importa lo que se crea. Y mediante esto habría cada vez más y más apostasía frecuente de la Iglesia Ortodoxa, si no formalmente, al menos en espíritu. Y esto sería una gran aflicción, pues entonces, imperceptiblemente, la persona así extraviada se convertiría en un ortodoxo sólo de nombre, y en realidad, en alguien que no cree correctamente o incluso que no cree. De la misma forma, las personas de otras confesiones, viendo que la Iglesia Ortodoxa reza por ellos, llegarían a la misma conclusión sobre la igualdad de todas las confesiones de fe. Y esto podría distraer a los no ortodoxos que desean unirse a la Iglesia Ortodoxa, pues dirían que los ortodoxos rezan por ellos igualmente.
Sin embargo, hablando sobre la rigurosidad de la Iglesia Ortodoxa con relación a la conmemoración de los no ortodoxos, no queremos decir que nuestra Santa Iglesia Ortodoxa nos mande, a sus hijos, no rezar por ellos. Solamente nos prohíbe rezar según nuestros propios caprichos, rezar de cualquier forma que pueda decirnos nuestra mente. Nuestra Madre, la Iglesia Ortodoxa, nos enseña que todo lo que hacemos, incluyendo la oración en sí misma, debe ser hecha “honestamente y por orden” (1ª Corintios 14:40, Straubinger). Rezamos en todos los oficios divinos por todas las naciones y razas del mundo entero, muy a menudo sin saber o entender esto. Rezamos como nuestro Señor Jesucristo enseñó a rezar a sus apóstoles en la oración que les enseñó: “Venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10, Straubinger). Esta omnímoda petición reúne en sí todas nuestras necesidades y las de nuestros hermanos en la fe, e incluso las de los no ortodoxos. Aquí, también le pedimos al Buen Dios incluso por las almas de los fallecidos no ortodoxos, para que haga con ellos lo que sea agradable a su Santa Voluntad. Pues el Señor sabe infinitamente mejor que nosotros a quien mostrar misericordia.
Y así, oh cristianos ortodoxos, quienquiera que seáis, ya sea laicos o sacerdotes de Dios, si durante algún oficio de la Iglesia viene a vosotros el celo de rezar por alguien no ortodoxo cercano a vosotros, entonces, durante la lectura o entonación de la Oración del Señor, suspirad por ellos ante el Señor y decid: “¡Hágase tu voluntad en él, oh Señor!”, y limitaos a esta oración. Pues así habéis sido enseñados por el Señor a rezar. Así, rezar por los no ortodoxos en oraciones públicas de la Iglesia sobre una base de igualdad con los cristianos ortodoxos, es decir, conmemorar sus nombres en las iglesias así como son conmemorados los nombres de los cristianos ortodoxos, no es conforme a las tradiciones de nuestra Iglesia Santa, Católica y Apostólica. Por eso, así hablamos y así actuamos. Y esto no es a causa de ningún odio por los no ortodoxo o porque no les deseemos el bien, sino porque nuestra oración voluntaria por ellos no será complaciente a Dios, no tendrá beneficio para sus almas y se convertirá en un pecado para aquellos que recen así.
Podemos ver un claro ejemplo de esto en Saúl, rey de Israel. Aparentemente pareció hacer una buena obra cuando, ante las hostilidades abiertas con los filisteos, se volvió a Dios en oración y ofreció sacrificios. Pero puesto que en este caso obró según su propia voluntad, sin esperar al profeta de Dios, Samuel, así como se le dijo, no solo no obtuvo la voluntad de Dios y la bendición sobre él mismo, sino que por el contrario obtuvo de Dios un castigo y su ira.
Y ahora, unas pocas palabras sobre la oración privada. Apenas hay más de un ejemplo en la Iglesia Ortodoxa de cómo la oración personal de un santo de Dios ayudó a las almas de los fallecidos no ortodoxos, incluso paganos. San Macario de Egipto nos cuenta lo siguiente: “Una vez, mientras viajaba por el desierto, encontré el cráneo de cierta persona muerta, que yacía en el suelo. Cuando moví el cráneo con una rama de palma, este me habló y le pregunté: “¿Quién eres?”. El cráneo respondió: “Yo era el sumo sacerdote de los ídolos y paganos que habían en este lugar; y tu eres Macario, el portador del Espíritu. Si tú, teniendo compasión de los que sufren en el tormento, rezas por nosotros, sentiremos algún alivio”. El anciano preguntó: “¿Cuál es el alivio y cuál el tormento? Y el cráneo le dijo: “Así como el cielo está por encima de la tierra, así hay fuego entre nosotros, y nosotros mismos estamos en pie en medio del fuego: ninguno de nosotros puede ver el rostro de otros, pues el rostro de cada uno de nosotros ve la espalda de otro. Pero cuando tú reces por nosotros, entonces cada uno de nosotros verá en parte el rostro de otros… Este es nuestro alivio”. El anciano comenzó a llorar y dijo: “Infeliz el día en que este hombre nació”. El anciano siguió preguntando: “¿Hay algún otro tormento mas terrible?. El cráneo respondió: “Entre nosotros hay un tormento aún más terrible”. El anciano preguntó: ¿Y quién se encuentra allí?”. Y el cráneo respondió: “Puesto que no conocimos a Dios, se nos muestra una pequeña medida de misericordia, pero los que conocieron a Dios y se alejaron de Él (por supuesto con falsa sabiduría en temas de fe y con una vida descuidada), también se encuentran entre nosotros”. Después de esto, el anciano cogió el cráneo y lo enterró en tierra.
De esta historia del bendito padre vemos, en primer lugar, que su oración por los sufrientes paganos en el fuego no fue una oración pública en la iglesia, sino una oración privada. Fue la oración de un solitario morador del desierto, rezando en la cámara secreta de su corazón. Además, esta oración puede servir en parte como una razón para los cristianos ortodoxos para rezar por los vivos y muertos no ortodoxos en nuestras oraciones privadas. El santo no nos informó de cómo rezó por los paganos, pero siendo un gran santo de Dios, indudablemente obtuvo una gran confianza ante Dios por su oración. San Macario rezó por los paganos, no con una oración de su propia inventiva, sino como le fue enseñado por el Espíritu de Dios que moraba en su puro corazón, el Espíritu que le enseñó a rezar por el mundo entero, por todos los pueblos, vivos y muertos, como una característica regular de los corazones amorosos de todos los santos de Dios. Así como escribió el santo apóstol Pablo a los corintios: “Nuestra boca, como veis, se ha abierto a vosotros, oh corintios. Nuestro corazón se ha ensanchado hacia vosotros. No estáis apretados en nosotros” (2ª Corintios 6:11-12, Straubinger).
Así, ahora podemos estar de acuerdo en que los cristianos ortodoxos pueden, de hecho, rezar por los no ortodoxos, tanto vivos como muertos, en oraciones privadas en casa, pero aquí repetimos una y otra vez, no con oraciones según los designios de cada uno, no con las que puedan surgir en la cabeza de cada uno, sino según la dirección de personas experimentadas en la vida espiritual.
En este caso, la dirección de tales personas es como sigue. Hubo una ocasión, durante la vida del anciano Leonid de Optina (Lev en gran esquema), que murió en 1841. El padre de uno de sus discípulos, Pablo Tambovtsev, había muerto en una infeliz y violenta muerte: el suicidio. El amoroso hijo estaba profundamente afectado por esto y vertió su dolor ante el anciano de este modo: “El desgraciado final de mi padre es una dura cruz para mi. Ahora llevo una cruz cuya pena me acompañará hasta la tumba. Estoy torturado por la imagen de los tormentos eternos que esperan a mi padre, que murió sin arrepentimiento. Dígame, padre, ¿cómo puedo consolarme en este dolor presente?”. El anciano respondió: “Confíate a ti mismo y el destino de tu padre a la voluntad del Señor, que es todo sabio y todopoderoso. No aceches los milagros del Altísimo, sino esfuérzate por tu humildad para fortalecerte en los límites de tu templado dolor. Reza al buen Creador, y cumple así el deber de amor y obligación de un hijo”. Pregunta: “Pero, ¿cómo va alguien a rezar por tales personas?”. Respuesta: “Con el espíritu de la virtud y la sabiduría, de esta forma: ‘Busca, oh Señor, el alma perdida de mi padre: si es posible, ten misericordia de él. Insondables son tus juicios. No veas mi oración como un pecado. Mas hágase tu voluntad’. Reza así, sin exigir, confiando tu corazón a la recta mano del Altísimo. Por supuesto, tan dolorosa muerte de tu padre no era la voluntad de Dios, pero ahora queda a merced de su voluntad, más así se apoya completamente en la voluntad de Aquel que es capaz de arrojar el alma y el cuerpo en el horno ardiente, que levanta a los humildes, que lleva a la muerte y trae a la vida, que arroja al infierno y que hace salir de allí. Y es tan compasivo, todopoderoso y lleno de amor que ante su gran bondad, las buenas cualidades de los nacidos en la tierra no son nada. Tú dices: “Amo a mi padre, y por tanto me lamento inconsolablemente”. Es cierto. Pero Dios lo amó y lo ama incomparablemente más que tú. Por eso, queda en ti el confiar la suerte eterna de tu padre a la bondad y compasión de Dios, y si es Su buena voluntad mostrar misericordia, ¿quién podrá oponerse?”
Esta oración privada para el uso de alguien en su hogar, dada a este discípulo por el anciano Leonid, que tenía experiencia en la vida espiritual, puede servir a los cristianos ortodoxos como un ejemplo o paradigma de oración para algunas personas no ortodoxas cercanas a nosotros. Podemos rezar de la siguiente forma: “Ten misericordia, oh Señor, si es posible, del alma de tu siervo / a (Nombre), que partió de esta vida alejado de tu Santa Iglesia Ortodoxa. Insondables son tus juicios. No contemples mi oración como un pecado. Mas hágase tu voluntad”.
No sabemos (y a ninguno de nosotros ha sido revelado) cómo o cuánto beneficio puede dar tal oración a los no ortodoxos. Pero por la experiencia aprendida, es seguro que alivia el dolor ardiente de la persona que reza por el alma de alguien cercano que falleció fuera de la Iglesia Ortodoxa. Pues según la palabra del salmista: “Tú no despreciarás, Señor, un corazón contrito y humillado” (Salmos 50:19, Straubinger). La oración más humilde y sencilla, es la más beneficiosa y esperanzadora.
De Orthodox Life, vol. 26, nº 1 (enero-febrero 1976), pp. 27-31.
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Es cierto que toda buena acción hecha en nombre de Cristo confiere la gracia del Espíritu Santo, pero la oración es la única práctica que está siempre a nuestra disposición. ¿Tenéis, por ejemplo, deseo de ir a la iglesia, pero la iglesia está lejos o el oficio terminó? ¿Tenéis deseos de hacer limosna, pero no veis a un pobre, o carecéis de dinero? ¿Deseáis permanecer virgen, pero no tenéis bastante fuerza para esto por causa de vuestras inclinaciones o debido a las asechanzas del enemigo que por la debilidad de vuestra humanidad no os permite resistir? ¿Pretendéis, tal vez, encontrar una buena acción para practicarla en Nombre de Cristo, pero no tenéis bastante fuerza para esto, o la ocasión no se presenta? En cuanto a la oración, nada de todo esto la afecta: cada uno tiene siempre la posibilidad de orar, el rico como el pobre, el notable como el hombre común, el fuerte como el débil, el sano como el enfermo, el virtuoso como el pecador.
San Serafín de Sarov
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Debemos hacer todo lo que podamos para adquirir la virtud y la sabiduría moral (phronesis), pues el premio es hermoso y la esperanza grande.
La vía de acceso a la virtud es una vía de esfuerzo y trabajo: “Porque angosta es la puerta y estrecho el camino que lleva a la vida, y pocos son los que lo encuentran” (Mateo 7:14), mientras que la puerta del vicio es amplia y el camino espacioso, pero conduce a la perdición.
La virtud es la realización de la ley divina. San Basilio el Grande escribe: “La virtud es la acción de evitar el mal y hacer el bien”. El que participa en la verdadera virtud participa de Dios mismo, porque Dios es enteramente virtud. San Basilio dice: “De todas nuestras posesiones, la virtud es la única que no puede ser quitada; la virtud permanece con nosotros en esta vida y después de la muerte”.
La fe la esperanza y la caridad son los mandamientos esenciales que Jesús nos ha enseñado. Son las virtudes fundamentales del cristianismo, reveladas al mundo por Dios. La fe es la fuente primera de la virtud y la fuerza. La esperanza es consuelo, alivio, sostén de los que se afligen, arrancándolos del abismo de la desesperación, y un alejamiento del alma sobrecargada por el peso de las injusticias del mundo y de las desgracias pesadas y violentas: “Venid a Mí todos los agobiados y los cargados, y Yo os haré descansar” (Mateo 11:28). El amor es el lazo que unifica la sociedad y la fraternización de toda la humanidad. Es el fundamento de la bondad de los hombres así como de todas las virtudes. Es la escalera que eleva al hombre a la perfección, transformándolo en imagen y semejanza de Dios.
El amor de Dios es conocimiento de Dios, pues el que ama, ama lo que conoce, y es imposible amar a lo que es desconocido. El amor de Dios expresa el deseo de estar unido a Él como suprema bondad.
San Nectario de Egina
Catecismo Ortodoxo
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