Tuesday, February 16, 2016

La veneración de los santos ángeles y los santos en la Iglesia Ortodoxa, crean una atmósfera de una familia espiritual llena de un profundo amor y paz


La Iglesia Ortodoxa venera a la Virgen María y la considera más honorable que los Querubines, e incomparablemente más gloriosa que los Serafines y supera a todos los seres creados. La Iglesia ve en la Madre de Dios, la Intercesora delante de Su Hijo por todo el género humano y constantemente reza a Ella por esta intercesión. Existe un sentimiento muy profundo de amor y veneración hacia la Virgen María de parte de la gente ortodoxa y, por medio de este sentimiento, el corazón de ellos está lleno de una vivificante calidez que penetra toda la persona. El cristianismo ortodoxo consiste en la vida en Cristo y en el contacto espiritual con Su Purísima Madre; la fe en Jesucristo, como el Hijo de Dios, y en la Virgen María; el amor a Cristo es inseparable al amor hacia Su Madre. En un solo aliento la Iglesia Ortodoxa llama el nombre santísimo de Jesús juntamente con el dulce nombre de María (así como en los iconos de la Madre de Dios, generalmente Ella es representada juntamente con Su Niño eterno) sin crear diferencias en el amor hacia ellos. Aquel que no venera a la Virgen María no conoce a Jesucristo, y si la fe en Cristo no incluye la veneración de la Virgen, entonces esa fe es ajena, otro cristianismo, diferente al que representa la Iglesia. Así es que existe otro cristianismo, ajeno al ortodoxo, que se llama protestantismo, el cual básicamente contiene en sí una incomprensible insensibilidad con respecto a la Madre de Dios, la cual comenzó a manifestarse desde el momento de la Reforma, y se aleja más que nada de la Iglesia cristiana Ortodoxa y Católica. Esto se debe a la ignorancia dogmática y por esta razón, el entendimiento de la reencarnación pierde su plenitud y fuerza. La idea del Dios-Hombre está relacionada con la consagración y glorificación de la esencia humana, en primer lugar, la Virgen María.

La Iglesia Ortodoxa no está de acuerdo con el dogma católico escrito en el año 1854 sobre la inmaculada concepción de la Virgen María, significando que Ella, cuando nació, fue protegida del pecado original. Si este fuese el caso, Ella estaría separada del género humano y ya no podría ser Aquella por medio de la cual el Señor recibió la esencia humana. Pero la Iglesia Ortodoxa considera que la "Inmaculada" no tenía pecados personales. La relación de la Virgen María con Su Hijo no finaliza únicamente con el nacimiento del Señor, sino continúa en la misma medida en la cual indivisiblemente se unieron en Él las dos esencias, Dios y Hombre. Debido a Su gran humildad, la Virgen María queda aislada durante el tiempo de la misión de Jesucristo en la tierra, y sale de este aislamiento en el momento cuando presenció los sufrimientos de Su Hijo en la Cruz sobre el Gólgota. Por medio de los sufrimientos maternales, juntamente con Su Hijo, Ella siguió el camino al calvario y compartió con Él Su calvario. Ella fue la primer copartícipe de Su resurrección. La Virgen María es el punto real e invisible sobre el cual se concentra la Iglesia apostólica. Habiendo experimentado la muerte natural, en Su Asunción Ella no quedó presa del proceso de descomposición del cuerpo, sino, según la fe de la Iglesia, Ella fue resucitada por Su Hijo y permanece en Su glorioso cuerpo a la diestra de Él como la Reina del Cielo.

Un lugar muy importante en la Iglesia ortodoxa ocupa la veneración de los santos. Los santos representan a los protectores y oradores en el Cielo por nosotros, y por esta razón son los miembros activos de la Iglesia que lucha aquí en la tierra. La presencia de la gracia de los santos en la Iglesia por medio de los iconos y sus reliquias como una nube nos rodean por la gloria de Dios por medio de sus oraciones. Este hecho no nos separa de Dios, sino nos une y acerca más a Él. Ellos no son intercesores entre Dios y la gente, sino oradores que rezan con nosotros, nuestros amigos, y ayudantes en nuestro servicio a Cristo y de nuestra unión con Él. Los fundamentos dogmáticos para la veneración de los santos justamente consisten en esta relación. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y los que se salvan en la Iglesia reciben la fuerza y vida en Cristo, se adoran y se convierten en "dioses por la Gracia." Aunque el destino de la persona se decidirá en el Juicio Final, sin embargo, en el juicio preliminar, inmediatamente después de la muerte, es evidente la predestinación de la gloria y corona de la santidad de esta persona, pues el juicio es únicamente la manifestación de su condición espiritual. "La vida eterna" en Dios comienza aquí, en la Tierra, sobre las olas del tiempo y su profundidad es la eternidad, pero cuando la persona abandona este mundo se convierte en la definición del principio de la existencia.

La ortodoxia explica que la razón de la glorificación de los santos no se debe a que los santos tengan ciertos méritos delante de Dios y que por medio de ellos tengan ciertos derechos de recibir de Dios una gratificación, que ellos podrían compartir con los que no la tienen. La causa es que los santos, por medio de sus sacrificios de fe y amor, llegaron a realizar en sí la semejanza de Dios y con esto manifestaron, por medio de la fuerza de Dios, una personalidad mediante la cual ellos atraen la gracia de Dios. Jesucristo participa en la purificación del corazón de la persona por medio del sacrificio del alma y del cuerpo de la última, siendo ésta su salvación: "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él" (Juan 14:23). Sobre el camino de la salvación la gente es transformada de cantidad en cualidad, o sea que para ellos se define el destino eterno. Detrás de este umbral se prepara su salvación, decisivamente y auto-definida, comienza el crecimiento de la gracia para cada persona de acuerdo a su imagen personal y la condición de su espiritualidad. La santidad es tan diversa como las individualidades de la persona. El sacrificio de la santidad siempre contiene en sí un carácter de creación individual.

La santidad, antes que nada, es una salida de una condición incierta hacia la victoria, por medio de la cual se liberan las fuerzas para una activa oración de amor. Los santos nos pueden ayudar, no por fuerza de sus méritos, sino a fuerza del recibimiento por ellos de la libertad espiritual en el amor, conseguida por medio del sacrificio. Esta libertad espiritual les otorga la fuerza de poder representarnos delante de Dios por medio de la oración y, así mismo, en el amor activo hacia la gente. Igual que a los ángeles, Dios otorga a los santos la posibilidad de manifestar Su voluntad en la vida de la gente por medio de una ayuda invisible. Ellos son como las manos de Dios por medio de las cuales Dios cumple Su voluntad. También por esta razón a los santos se les da la posibilidad de manifestar las acciones de amor, no en calidad de sacrificio para la salvación de ellos (debido a que la salvación de los santos ya fue realizada), sino realmente para la salvación de sus hermanos aquí en la tierra. La medida de la fuerza de esta intervención activa está de acuerdo a la medida del espíritu y el tamaño del sacrificio: "pues una estrella es diferente de otra en gloria" (1 Cor. 15:41).

¿Cómo conoce la Iglesia el misterio del juicio de Dios con respecto a aquellos santos que ella canoniza y cómo se realiza la canonización de los santos? La respuesta a esta pregunta está en las evidencias de las testificaciones de los diferentes signos manifestados de diversas formas (como los milagros, las reliquias que no se descomponen y más que nada la gracia perceptible por medio de la ayuda hacía nosotros). Las autoridades de la Iglesia, por medio del acto de la canonización, únicamente testifican esta evidencia. La decisión yace sobre la conciencia del concilio de la Iglesia que legaliza la veneración de los santos. La canonización puede ser regional o general. En la Iglesia Ortodoxa, para este acto, no se estableció como en la Iglesia Católica una forma tan terminada en cuanto al proceso de canonización sino, más bien, se realiza por medio de un acto que yace sobre las autoridades de toda la Iglesia en general o local. No se acaba la santidad en la Iglesia, pues ella conoce a sus santos elegidos durante todo el tiempo de su existencia. Uno de los santos más grandes de la Iglesia de nuestros tiempos es San Serafín de Sarov. También tenemos una inmensa cantidad de mártires por la fe cristiana que sufrieron y fueron asesinados durante la persecución de la fe en Rusia, comenzando el año 1917. La historia de la humanidad no recuerda semejante horror. Ellos, con su sangre, glorifican a Dios, pero la santidad de ellos todavía permanece en secreto y la canonización de muchos mártires se decidirá en el futuro. Al mismo tiempo, el futuro manifestará nuevas imágenes de santidad, de acuerdo a su época, y creemos que con el aura se coronará la santidad y creatividad de la humanidad, en nombre de Jesucristo.

Aparte de venerar a los santos, igualmente se veneran sus restos, sus santas reliquias. A veces sucede que el cuerpo del santo no se descompone, y esto se considera como un signo de su santidad; sin embargo, esto no es una regla general y no es necesaria para su canonización. Pero a pesar de esto, si los restos de los santos quedaron intactos (no en todos los casos) ellos se veneran de una forma especial; muchas veces pequeñas partes de sus reliquias se colocan sobre el antimins, sobre el cual se celebra la liturgia (en memoria de la Iglesia de los primeros siglos, cuando se celebraba la misa sobre las reliquias de los mártires). La veneración dogmática de los restos (igual que los iconos de los santos) se basa sobre la fe en la existencia de una relación del Espíritu Santo con estos restos físicos muy especial, esta relación no se destruye por la muerte. La última limita sus fuerzas con respecto a los santos, los cuales con sus almas no abandonan totalmente sus restos y están unidos con ellos por medio de una presencia de gracia muy peculiar hasta la partícula más pequeña. La reliquia es un cuerpo que de una forma anticipada a la resurrección general de la humanidad, es glorificado, aunque, de igual manera que los demás, está en espera de ésta glorificación general de todos aquellos que la merecen. La reliquia es semejante a la condición del cuerpo del Señor cuando Él se encontraba todavía en la tumba, abandonado por el alma, pero sin ser abandonado por Su Espíritu Celestial, esperando su resurrección.

Los santos en su totalidad, encabezados por la Madre de Dios y San Juan Bautista, son participes de la Gloria de Dios con respecto a la creación del hombre, en ellos se justifica la Sabiduría. Esta idea está expresada en un versículo en el servicio a los santos: "DIOS está en la reunión de los dioses; En medio de los dioses juzga" (Salmos 82:1). "Divino es Dios a Sus santos, Dios de Israel." A la eterna gloria de Dios en la creación corresponde también la gloria del mundo animal, "la muchedumbre de los dioses" es la victoria de la creación.

Pero la gloria de Su creación no sólo consiste en el hombre, sino también en el mundo de los ángeles, no sólo los seres de la "tierra" sino también los del "cielo." La fe Ortodoxa confiesa la enseñanza sobre los ángeles y los venera de una manera similar como a los santos. Igual que los santos, los ángeles son los oradores e intercesores del género humano, y nosotros nos dirigimos a ellos con la oración. Pero este acercamiento no aleja la distinción que existe entre el mundo de las fuerzas incorpóreas y el género humano. Los ángeles representan una forma muy peculiar de la creación, la cual igualmente está en contacto con la humanidad, y le es muy cercana. Igual que la gente, los ángeles llevan en sí la imagen de Dios. Su plenitud es inherente únicamente al hombre debido a que él posee un cuerpo, siendo de esta forma parte del mundo físico, el cual él posee por las reglas establecidas por Dios. Los ángeles, siendo seres incorpóreos, no poseen su propio mundo, pero debido a la ausencia de una naturaleza propia, ellos son compensados mediante la cercanía a Dios y vida con Él.

En la religión ortodoxa existe la costumbre de otorgar un nombre a la persona durante el bautismo en honor de algún santo. Estos santos se llaman "ángeles," o sea, es como un ángel con respecto al bautizado. El día del santo, se llama también, día del ángel. Este uso de la palabra indica que el santo y el ángel guardián están cerca uno del otro en el sentido que sirven juntos a esta persona. Debido a esta razón, los dos se llaman ángeles (pero no se unen). En caso de un cambio del estado espiritual, como si representando un nuevo nacimiento, se cambia el nombre, justamente durante la tonsura al monacato, y la persona se entrega a un nuevo santo.

La veneración de los santos ángeles y los santos en la Iglesia Ortodoxa, crean una atmósfera de una familia espiritual llena de un profundo amor y paz, sin poder estar separada del amor hacia Cristo y Su Cuerpo: la Iglesia.

                                  Catecismo Ortodoxo 

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Akathisto a San Antonio el Grande




Contaquio I

Taumaturgo elegido y grandioso siervo de Cristo, venerable padre San Antonio. Venerando humildemente tu vida agradable a Dios, ofrecemos a Dios himnos de agradecimiento por ti. Tú que confiaste plenamente en el Señor, libra de todo peligro a los que con devoción te claman: ¡Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto!

Ikos I

Amaste la vida angélica desde tu juventud y deseaste caminar en los mandamientos de Dios, oh venerable padre, y con celo por el Señor de los ejércitos, alzaste tu mente a lo divino, contando lo temporal y terrenal como pérdida. Por eso. Maravillados por la providencia de Dios en ti, con fe te clamamos:

Alégrate, digno hijo de padres devotos.

Alégrate, pues creciste en la piedad.

Alégrate, pues seguiste a Cristo desde tu juventud.

Alégrate, pues valoraste la vanidad terrenal como nada.

Alégrate, trabajador ferviente de la viña de Cristo.

Alégrate, maestro de los habitantes del desierto.

Alégrate, pues deseaste la salvación para todos.

Alégrate, pues mostraste el verdadero camino monástico.

Alégrate, lámpara que iluminas con el fuego divino.

Alégrate, roca inquebrantable de la fe en Cristo.

Alégrate, pues resplandeces con la gracia del Espíritu Santo.

Alégrate, pues fuiste coronado con las obras excelentes.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio II

Viendo que el enemigo de la humanidad quería destruirte por ascender a la altura espiritual, oh padre portador de Dios, lo avergonzaste por tu lucha y humildad en el ayuno y tu oración incesante, aplastando la cabeza de la serpiente invisible, y cantando a Dios con compunción: ¡Aleluya!

Ikos II

Sabiendo con el corazón y con la mente que todos los bienes de este mundo son fugaces, te encerraste en una cueva oscura, mortificando tus pasiones y obrando sólo para el Señor. Por eso, alabando tu vida angélica, te clamamos:

Alégrate, pues pusiste tu esperanza en Dios.

Alégrate, pues avergonzaste la locura de los enemigos.

Alégrate, destructor del miedo a las asechanzas del maligno.

Alégrate, pues eres semejante a los ángeles en pureza y santidad.

Alégrate, pues fuiste santificado en el desierto por tus luchas.

Alégrate, pues guiaste a muchos hacia el reino celestial.

Alégrate, pues derrocaste el orgullo despreciable.

Alégrate, pues enseñaste la humildad de la mente.

Alégrate, luz que nos iluminas con la sabiduría divina.

Alégrate, estrella radiante que iluminas con el brillo de tu lucha.

Alégrate, pues viviste para gloria de Dios.

Alégrate, pastor bueno y longánimo.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio III

Fortalecido con el poder divino, oh San Antonio, permaneciste en el ayuno, la oración, la incesante labor, las vigilias, la superación de las tentaciones del enemigo, y cantando a Dios, que te cubría con su gracia: ¡Aleluya!

Ikos III

Mostrando una mente pura y un alma inmaculada, oh padre bendito, comprendiste la vanidad y la inconstancia de este mundo, y deseando los bienes eternos, renunciaste a los bienes temporales. Por eso, te cantamos:

Alégrate, amante de la bendita humildad.

Alégrate, buscador de la sabiduría espiritual.

Alégrate, pues ascendiste a la gloria sin pasiones.

Alégrate, pues te ofreciste completamente a Dios.

Alégrate, pues fuiste semejante a tu Señor en su candidez.

Alégrate, pues fuiste rico en la pobreza.

Alégrate, adorno lleno de gracia del desierto.

Alégrate, espanto de los temibles demonios.

Alégrate, lámpara radiante del mundo.

Alégrate, destructor de los delirios.

Alégrate, pues eres más sabio que los sabios del mundo.

Alégrate, asceta celoso.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio IV

Calmando la tormenta de las tentaciones malignas, te estableciste en el desierto, oh bendito San Antonio, atravesando el camino arduo de la vida monástica, pisoteando las trampas del enemigo y despojándote de su engaño, mientras cantabas a Cristo, que te fortalecía: ¡Aleluya!

Ikos IV

Viendo tu vida agradable a Dios, oh venerable santo, los que buscaban la verdad de Dios acudían a ti de todas partes, y los recibías con amor, guiándolos hacia la salvación. Así, con un alma compungida te clamamos así:

Alégrate, regla y fundamento de los habitantes del desierto.

Alégrate, buen maestro de la grey de Cristo.

Alégrate, adorno de la Iglesia de Cristo.

Alégrate, gloria de los monjes.

Alégrate, pues te ofreciste en sacrificio al Señor.

Alégrate, mortificación de las pasiones pecaminosas.

Alégrate, alegría de los ángeles.

Alégrate, completo vencedor frente a los demonios.

Alégrate, habitante del desierto.

Alégrate, luchador entusiasta de la quietud.

Alégrate, tú que muestras el camino recto.

Alégrate, proclamador del reino del cielo.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio V

Como una estrella divina apareciste en la vida monástica, oh venerable padre Antonio, y fuiste una imagen de la fidelidad a la palabra, en la vida, amor, fe y pureza, cantando al Señor: ¡Aleluya!

Ikos V

Viendo tu vida santa y pura, oh venerable padre, el enemigo de la raza humana te asediaba con frecuencia pero, derrotándolo con humildad, no te apartaste del camino de la salvación. Por eso, te clamamos:

Alégrate, partícipe de la vida eterna.

Alégrate, gran maestro de la salvación.

Alégrate, pues serviste a Dios sólo con tu vida.

Alégrate, pues tomaste el yugo de Cristo.

Alégrate, pues te expusiste a los engaños del maligno.

Alégrate, pues te dirigiste por el camino de la salvación.

Alégrate, guardián de la pureza.

Alégrate, espectador de la Luz de la Trinidad.

Alégrate, pues levantas a los caídos.

Alégrate, destierro del poder del maligno.

Alégrate, roca firme de la fe.

Alégrate, maestro perfeccionado.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio VI

Habiendo escuchado la predicación del Evangelio: “Si quieres heredar el reino del cielo, anda y ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo: ven y sígueme”, oh padre Antonio, renunciaste a la riqueza mundana, y llevaste una vida de ayuno y lucha en el desierto, adquiriendo los tesoros del cielo. Concédenos tu sabiduría, oh padre amoroso, para que no inclinemos nuestro corazón a las cosas vanas que pertenecen a este mundo, sino que nos inclinemos a las bondades eternas del cielo, exclamando al Señor de los ejércitos: ¡Aleluya!

Ikos VI

Brillaste como una luz divina en el desierto de Egipto, oh padre San Antonio, e iluminaste a todos con los rayos de tus virtudes y milagros. Recordando tus luchas, te bendecimos y clamamos:

Alégrate, pues muchos santos venerables fueron coronados por ti.

Alégrate, pues muchos hombres se salvaron por ti.

Alégrate, visita de la gracia para los enfermos.

Alégrate, ayuda de los extraños.

Alégrate, destructor de la enemistad.

Alégrate, aniquilador del enemigo.

Alégrate, paz y firmeza de los fieles.

Alégrate, rápida liberación de los peligros.

Alégrate, extintor de la astucia y la picardía.

Alégrate, consuelo de los desesperados.

Alégrate, defensor de los ortodoxos.

Alégrate, ayuda de los cristianos.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio VII

Deseando llevar una lucha digna, y teniendo todo lo temporal como vano, habitaste en la pobreza y la humildad del desierto, conversando con el único Dios y cantando sin cesar: ¡Aleluya!

Ikos VII

El Señor te reveló como un verdadero guía para los monjes, oh padre San Antonio, y muchos de los que conocieron tu vida agradable a Dios, tu justicia y la altura de tu sabiduría espiritual, escucharon tus palabras como las de un gran siervo de Dios. Así, humildemente te clamamos:

Alégrate, pues eres semejante a Abraham en la fe.

Alégrate, pues eres semejante a David en la mansedumbre.

Alégrate, pues adquiriste el celo de Elías.

Alégrate pues seguiste el camino del Precursor.

Alégrate pues derramaste el agua de tu oración en el desierto.

Alégrate, pues sanaste a los paralíticos de la enfermedad espiritual.

Alégrate, pues diste la vista a los ciegos espirituales.

Alégrate, pues sanaste muchas enfermedades.

Alégrate, guía maravilloso y sabio de los monjes.

Alégrate, ferviente servidor de Cristo.

Alégrate, consuelo dulce de los tristes.

Alégrate, gloria de los monjes.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio VIII

Tras haber contemplado la vida asombrosa de San Pablo, oh San Antonio, te maravillaste por la grandeza de sus luchas y virtudes. Viendo su alma ascendida al cielo, y rodeada de ángeles, clamaste a Dios, que es admirable entre sus santos: ¡Aleluya!

Ikos VIII

Te regocijaste con gran alegría, oh padre San Antonio, contemplando con la clarividencia del alma el ascenso del alma de San Amonio. Por eso, te clamamos con asombro:

Alégrate, pues levantaste los ojos al cielo.

Alégrate, pues amaste la gloria celestial por encima de todo.

Alégrate, pues santificaste tu corazón con la oración incesante.

Alégrate, pues estableciste a Dios en tu mente.

Alégrate, pues viste el futuro como el presente.

Alégrate, pues adquiriste grandes dones por tu humildad.

Alégrate, pues liberaste a los cautivos del maligno.

Alégrate, pues concedes la salud corporal y espiritual.

Alégrate, intercesor en las penurias y calamidades.

Alégrate, defensor en las tribulaciones y aflicciones.

Alégrate, pues no abandonaste a tus consiervos.

Alégrate, pues ofreces oraciones por los pecadores.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio IX

Todos los poderes celestiales se maravillaron por la grandeza de tus obras, siendo semejante a un ángel en todos los sentidos mientras aún eras débil en la carne, pero fuiste fortalecido por el Señor y fuiste abundante en virtudes. Por eso, te has unido a los coros de los ángeles, cantando a Dios: ¡Aleluya!

Ikos IX

La elocuencia humana no es suficiente para alabar tu vida, oh padre San Antonio, porque ¿quién puede contar todos tus ayunos, vigilias, enfermedades y trabajos? ¿Quién contaría tus lágrimas y suspiros ante Dios? Pero movidos por nuestro amor por ti, te cantamos así:

Alégrate, gran morador del desierto.

Alégrate, maestro de la perfección.

Alégrate, siervo del Dios verdadero.

Alégrate, pues desterraste al maligno del desierto.

Alégrate, trueno que golpea al maligno.

Alégrate, revelador de sus artimañas.

Alégrate, vasija de la gracia de Dios.

Alégrate, morada del Espíritu Santo.

Alégrate, adorno de los fieles.

Alégrate, alabanza de los santos.

Alégrate, fortaleza de los monjes.

Alégrate, gloria de los padres.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio X

Fuiste un guía fiel para los que querían salvarse, y ahora nos conduces a la salvación por tu intercesión con los santos, para que podamos alcanzar, con nuestra ascesis, el reino de los cielos, donde los ángeles cantan sin cesar: ¡Aleluya!

Ikos X

Fuiste una muralla poderosa e inexpugnable para tus seguidores y los protegiste de las saetas del maligno. Sé también un muro y protección contra los engaños del maligno para los que te invocan:

Alégrate, ángel terrenal.

Alégrate, hombre celestial.

Alégrate, morada pura y honesta de la santidad.

Alégrate, vasija de grandes virtudes.

Alégrate, apasionado amante de la piedad.

Alégrate denunciador de las herejías.

Alégrate, cumplimiento del amor de Cristo.

Alégrate, instructor de los monjes.

Alégrate, firme refugio de los fieles.

Alégrate, poderoso estímulo de los caídos.

Alégrate, fortaleza de los débiles y enfermos.

Alégrate, consuelo de los desesperazos.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio XI

Acepta nuestra humilde oración, elevada con amor y alabanza diligente, oh padre San Antonio, e inclina con misericordia tu oído y dígnate guiarnos al arrepentimiento por tus oraciones, para que podamos cantar a Dios: ¡Aleluya!

Ikos XI

Fuiste una lámpara que contiene la luz de la verdadera Luz, oh San Antonio, y alumbras los corazones de los fieles por tus luchas y milagros y nos instruyes en el camino de la vida virtuosa y agradable a Dios. Por eso, te clamamos:

Alégrate, maestro poderoso.

Alégrate, guía confiable.

Alégrate, pues te sometiste a la voluntad de Dios.

Alégrate, pues amaste a Cristo por encima de todo.

Alégrate, pues brillaste soportando pacientemente grandes penas.

Alégrate, pues adquiriste la riqueza eterna por la pobreza voluntaria.

Alégrate, pues pasaste tu vida en la paciencia y la penuria.

Alégrate, pues valientemente soportaste la amargura del desierto.

Alégrate, pues eres una inspiración en la lucha ascética.

Alégrate, corrección de los pecadores.

Alégrate, confesor de la fe.

Alégrate, intercesor celoso por el mundo.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio XII

Conociendo la gracia que Dios te concedió, veneramos con humildad tu imagen adornada de santidad, oh siervo de Dios y te suplicamos que no nos abandones e intercedas ante Cristo Dios, a quien cantamos con gratitud: ¡Aleluya!

Ikos XII

Celebrando tu vida bienaventurada, alabamos también tu fin pacífico, oh venerable San Antonio, y te rogamos que seas un consuelo presto en nuestras necesidades, pues te clamamos:

Alégrate, pues ahora estás ante la Trinidad consubstancial.

Alégrate, regocijo de los ángeles.

Alégrate, compañero de los santos.

Alégrate, verdadera complacencia en Dios.

Alégrate, siervo escogido de Cristo.

Alégrate, intercesor ferviente por los que invocan tu nombre.

Alégrate, maestro y esperanza de los que te honran.

Alégrate, portador de la gracia de Dios.

Alégrate, manantial divino.

Alégrate, luchador incansable de la fe.

Alégrate, pues has sido revestido con la incorrupción.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.

Contaquio XIII

(Este contaquio se repite tres veces)

Oh venerable padre San Antonio, eternamente vivo en el día sin ocaso del reino de Cristo, intercede ante el Señor para que seamos liberados de toda calamidad, desgracia y tormento eterno, y podamos así cantar en su reino eterno: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Oh venerable padre San Antonio, eternamente vivo en el día sin ocaso del reino de Cristo, intercede ante el Señor para que seamos liberados de toda calamidad, desgracia y tormento eterno, y podamos así cantar en su reino eterno: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Oh venerable padre San Antonio, eternamente vivo en el día sin ocaso del reino de Cristo, intercede ante el Señor para que seamos liberados de toda calamidad, desgracia y tormento eterno, y podamos así cantar en su reino eterno: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

(Se repite el contaquio I y el ikos I)

Contaquio I

Taumaturgo elegido y grandioso siervo de Cristo, venerable padre San Antonio. Venerando humildemente tu vida agradable a Dios, ofrecemos a Dios himnos de agradecimiento por ti. Tú que confiaste plenamente en el Señor, libra de todo peligro a los que con devoción te claman: ¡Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto!

Ikos I

Amaste la vida angélica desde tu juventud y deseaste caminar en los mandamientos de Dios, oh venerable padre, y con celo por el Señor de los ejércitos, alzaste tu mente a lo divino, contando lo temporal y terrenal como pérdida. Por eso. Maravillados por la providencia de Dios en ti, con fe te clamamos:

Alégrate, digno hijo de padres devotos.

Alégrate, pues creciste en la piedad.

Alégrate, pues seguiste a Cristo desde tu juventud.

Alégrate, pues valoraste la vanidad terrenal como nada.

Alégrate, trabajador ferviente de la viña de Cristo.

Alégrate, maestro de los habitantes del desierto.

Alégrate, pues deseaste la salvación para todos.

Alégrate, pues mostraste el verdadero camino monástico.

Alégrate, lámpara que iluminas con el fuego divino.

Alégrate, roca inquebrantable de la fe en Cristo.

Alégrate, pues resplandeces con la gracia del Espíritu Santo.

Alégrate, pues fuiste coronado con las obras excelentes.

Alégrate, venerable padre San Antonio, fundador de la vida en el desierto.



Oración a San Antonio el Grande

Oh venerable padre portador de Dios, San Antonio. Tú eres un digno intercesor por tu oración ante el trono de la Santísima Trinidad, y el Señor misericordioso siempre te escucha, pues eres su fiel servidor. Así, humildemente acudimos a ti con humildad, oh santo de Dios. No dejes de interceder por nosotros ante Él, que es adorado y glorificado en la Trinidad, para que nos mire con misericordia y no nos deje perecer por nuestros pecados, sino que nos levante de la corrupción y nos aleje de la vida miserable, apartándonos así de nuestras rebeliones futuras y perdonando todas nuestras faltas cometidas de palabra o pensamiento, desde nuestro nacimiento hasta la hora presente. Oh asceta de la virtud, mira la debilidad y el dolor de nuestro tiempo, y no ceses de suplicar ante Dios para que nos conceda su misericordia, para que nos libre de las tentaciones del mundo, del engaño del maligno y de los deseos carnales, y así podamos recibir lo necesario en esta vida temporal, siendo liberados de la aflicción y la tribulación, con paciencia inquebrantable hasta el fin de nuestros días. Te imploramos que intercedas para que podamos pasar el resto de nuestra vida en la paz y el arrepentimiento y que podamos salir de este mundo, de camino al cielo, escapando de las tribulaciones, los demonios del cielo y los tormentos eternos, y seamos dignos del reino celestial contigo y todos los santos que son agradables a nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, a quien es debida toda gloria, honor y adoración, junto con el Padre sin principio y el Espíritu Santo, bueno y vivificador, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

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