Saturday, May 7, 2016

“Por las intercesiones de Ella, recibe, Señor, este sacrificio en Tu altar celestial”.


La Virgen Maria se encuentra en el centro de la vida practicante de la Iglesia, tanto en lo que respecta a la devoción personal, como a aquella de carácter comunitario. De igual manera, está en el centro de los dogmas de fe de la Iglesia, como parte inseparable de la fe cristiana que nos lleva a creer que Dios se hizo hombre. Estos dos “centros” de la Iglesia – vida de oración y dogmas de fe – son absolutamente inseparables en el cristianismo ortodoxo. Por eso, el ícono de la Virgen María está presente en cualquier iglesia y en cualquier casa, y ella es recordada en todos y cada uno de los oficios litúrgicos.

La Iglesia Ortodoxa le ha dado a la Virgen María dos títulos principales que corresponden a su lugar en esos dos “centros” de la vida eclesial. “Theotokos” (Madre de Dios) y “Panagia” (Santísima). La palabra “Theotokos” la coloca en el centro del dogma ortodoxo, porque testifica esa fe en que ella dio a luz a Dios hecho hombre, no a un hombre al que posteriormente descendió Dios. El término “Santísima” se refiera al lugar que tiene la Virgen entre los fieles, como una “más santa que todos los santos”, que está en el centro de la Iglesia y de su vida de oración. Cada vez que la recordamos en nuestras peticiones litúrgicas, la llamanos “Santísima (Panagia) Madre de Dios (Theotokos) y Siempre Virgen (Aeiparthenos) Maria”. Así, en sus íconos, como Theotokos es siempre representada portando en brazos a Su hijo. Como Panagia es representada con los brazos extendidos en oración, como un miembro de la Iglesia, y Su Hijo en igual postura, pero no portado en brazos por ella. La Virgen No es Representada Nunca sin su Hijo.

La palabra griega “Theotokos” se traduce literalmente como “Madre de Dios”. Esta fue utilizada por primera vez en el siglo II por el teólogo alejandrino Orígenes. En el Segundo Concilio Ecuménico, en el año 431, dicho término ocupó un lugar primordial, como una confirmación de la fe cristiana en Jesucristo como Dios verdadero y hombre verdadero. Maria no dio a luz a un simple hombre en el que se encarnó el Hijo de Dios, sino el mismo Hijo de Dios se hizo hombre. Tal expresión se propagó rápidamente, convirtiéndose en un punto central de los himnos y oraciones populares.


La traducción de la expresión “Madre de Dios”, no debe hacernos creer que la Virgen Maria fue un simple instrumento de Dios, que le dio a luz y hasta ahí. Al contrario, ella fue ciertamente Su madre. Con otras palabras, fue quien vio por primera vez a Jesucristo niño, a Quien amó y alimentó; hizo todo aquello que une a un niño con su mamá, desarrollándosele así el alma y formándosele su personalidad.


Al mismo tiempo, ella es “Santísima", lo que significa Llena de Virtud, alguien casto, puro de cuerpo, alma y mente. En la Ortodoxia, el Alto Estado de la Virgen no la Pone más (Arriba de la Iglesia) – Así como es Solamente Cristo, en su calidad de Cabeza de la Iglesia – sino, más precisamente en su centro. La Iglesia Ortodoxa insiste en el hecho que, permaneciendo sin pecado personal, Maria compartió plenamente nuestra naturaleza caída – todas las miserias comunes a la condición humana – y ciertamente murió antes de ser llevada al cielo por su Hijo. Por eso, en la recordación de su Dormición, la Iglesia hace memoria de aquella persona que, de en medio de nuestro género humano se dispuso a entregarse a Dios, de tal manera que devino Su Madre y, al mismo tiempo, siguió siendo nuestra semejante, en solidaridad con los que rezan a su Hijo y luchan por alcanzar la santidad.


La Panagia como centro y guía.


De esta manera, como Theotokos y Panagia, como Madre y Virgen, Maria combina en su propia persona, en un modo único, toda la delicadeza y la profundidad de los sentimientos, el cuidado infinito y la sensibilidad espiritual de la maternidad, con todo valor, esfuerzo, autocontrol y decisión sin compromisos, similares al monaquismo. Ella es al mismo tiempo la máxima expresión de la humildad y devoción a su Hijo, y la más grande luchadora espiritual y asceta, guardando todo pensamiento en su corazón. Ella es, así, el modelo a seguir por todos los cristianos, sin importar el camino que sigan.

Así como fuera en el transcurso de su vida, la Virgen Maria permanece también hoy cerca de su Hijo, igualmente interesada, cercana e inseparable de Él y de Su obra. El cuerpo de Cristo es también un cuerpo nacido de la Virgen, con su consentimiento libre. Sus palabras “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38) no se agotan con la encarnación de la Palabra, sino son indispensables en cada una de Sus manifestaciones corporales. El consentimiento de la Virgen es fundamental para la formación del Cuerpo de Cristo. Por este motivo, cuando la menciona durante la Proscomedia de la Liturgia, el sacerdote ora:

“Por las intercesiones de Ella, recibe, Señor, este sacrificio en Tu altar celestial”.

La Virgen María está orgánicamente vinculada a cada celebración eucarística. Esto significa que, en Su calidad de Madre de Cristo es también Madre de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo y, en consecuencia, Madre nuestra también, desde el momento en el que, al recibir el Sacramento del Bautismo “nos hemos vestido en Cristo”, siendo adoptados como hijos y miembros de Su Cuerpo. Podemos decir, incluso, que si Cristo es la Cabeza de la Iglesia, Su Mamá es el corazón, estando en medio de los creyentes, sufriendo con todos, alimentándolos, guiándolos hacia Su Hijo, de Quien nunca se separó – ni siquiera junto a Su Cruz, de la que también tomó parte (Lucas 2, 35); del mismo modo, entonces, Ella nunca se separa de nosotros.

La veneración ortodoxa de la Madre de Dios tiene un equilibrio delicado, un maravilloso entrelazamiento entre dogma y vida, entre teología y oración, entre su estado de Theotokos y su lugar entre los cristianos como Panagia. Ella no se separa nunca de su Hijo y nunca se separa de los cristianos. En esto se diferencia principalmente, de aquellas doctrinas que la alejan de nosotros (como la Inmaculada Concepción – que nació sin pecado original, y la Asunción – que no murió), como de aquellas que la confunden con nosotros, teorías de naturaleza protestante, que no la veneran porque rechazan también a la Iglesia. Pero, para los ortodoxos, Ella es también glorificación de la Iglesia, su representante más importante entre aquellos que han alcanzado la salvación, “la más santa que todos los santos”, Madre de Dios y Madre de todos nosotros.

                                   Catecismo Ortodoxo 

                   http://catecismoortodoxo.blogspot.ca

Confianza en Dios ( San Tikon de Zandonsk )


Sobre la Adoración a Dios

No adoréis a Dios con cosas materiales y de forma superficial, sino con una buena conciencia, temor, amor, obediencia, acción de gracias, oración y fe. Pues Dios es Espíritu, no material, y por lo tanto sólo es adorado en espíritu y en verdad (Juan 4:24).

Sobre la Mención del Nombre de Dios

Mencionad el nombre de Dios con toda reverencia, temor y devoción, y sólo cuando, y donde deba ser mencionado, porque el nombre de Dios es santo y temible, y los que lo mencionan sin reverencia, pecan gravemente. Por lo tanto, rendid toda reverencia al nombre de Dios, como a Dios mismo. Normalmente mencionáis el nombre de un rey terrenal con respeto; así es como debe ser. Pues con mayor respeto debemos mencionar el nombre de Dios, el Rey celestial, que es reverenciado, amado y glorificado por los ángeles y las almas de los santos, con extrema reverencia.

El nombre de Dios es rectamente mencionado en oración, glorificación, acción de gracias, alabanza, en himnos espirituales y en conversaciones y discursos propios de cristianos. Esto debe ser cuando la conversación es sobre la Santa Palabra de Dios, sobre la Ley y el Evangelio, sobre la venida de Cristo al mundo, sobre Su vida en la tierra, Sus sufrimientos y muerte que padeció por nosotros, sobre la muerte, sobre el Juicio de Cristo, sobre el tormento eterno y la vida eterna, y así con todo lo demás.

No lo mencionéis en otras conversaciones sin extrema necesidad, y si es necesario mencionarlo, mencionadlo con toda precaución y debida reverencia.

Guardaos de mencionar el nombre de Dios en mentiras, bromas y burlas, para que el juicio de Dios no venga sobre vosotros en ese momento. “Porque nuestro Dios es fuego devorador” (Hebreos 12:29).

Sobre la blasfemia

La blasfemia se ha vuelto muy común (algo que es impropio de cristianos), al decir: “¡Por Dios!”, “¡Dios sea sobre él!”, “¡Dios es mi testigo!”, “¡Que Dios lo vea!”, “¡Por Cristo!”, y muchas otras. Y estas las dice la gente muy a menudo, incluso en cualquier declaración. Tal blasfemia no es más que un complot satánico ideado para deshonrar el nombre de Dios y para la destrucción del hombre. Debéis guardaros de jurar de estas y otras formas.

Cuando sea necesario afirmar la verdad, que las palabras de Cristo estén en vosotros:

“Sí, sí; no, no. Todo lo que excede a esto, viene del Maligno” (Mateo 5:37).

Sobre la fe y el temor de Dios


Sin vivir la fe y el temor de Dios es imposible vivir de forma correcta. El vivir la fe es inspirado en el corazón humano mediante la contemplación de la palabra de Dios y por el Espíritu Santo. Por esta razón debemos leer y prestar atención a la palabra de Dios y rezar para que Dios mismo encienda la lámpara de la fe en nuestro corazón. El temor de Dios surge muy a menudo de la contemplación de la omnipresencia de Dios y Su omnisciencia. Dios está presente, en esencia, en todo lugar; y donde quiera que estemos, Él está con nosotros; y cualquier cosa que hagamos, digamos, pensemos y emprendamos, nosotros hacemos, decimos, pensamos y lo emprendemos todo ante Sus ojos. Y Él conoce nuestras obras mucho mejor que nosotros mismos. Pensad en esto, oh cristianos, y prestad atención, y con la ayuda de Dios, el temor de Dios nacerá en vosotros. El temor de Dios os protegerá y os corregirá en todo lugar y en todas las cosas, y os alejaréis de toda obra maligna, y os confirmaréis en toda obra buena. Así, día tras día seréis mejores.

Por tanto, poned ante vuestro ojos espirituales a Dios y tendréis temor de Dios, imitando al salmista: “Tengo siempre a Dios ante mis ojos” (Salmos 15:8). Pero lo que debáis hacer se os manifestará claramente en los siguientes puntos. Mirad, pues, y esforzaos por cumplirlos.

Cómo estar en la iglesia


Mientras estéis en la iglesia, atended diligentemente a la lectura y a los himnos. Esto da lugar a la compunción, a la verdadera oración, a cantar de corazón, y a una verdadera acción de gracias. Así, evitad estar corporalmente en la iglesia ante Dios mientras deambuláis en espíritu en las cosas terrenales, para que este dicho no se os aplique: “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está lejos de Mí” (Mateo 15:8). Por tanto, mientras estéis en la iglesia, permaneced en espíritu y corazón, pues estáis ante Dios. Cuando miréis los iconos de los santos, recordad que Uno es el Creador que los creó a ellos y a vosotros, y que Su propósito era el mismo para ellos como para vosotros, esto es, salvaros, tanto a ellos, como a vosotros. Ellos son glorificados y ante vosotros se encuentra la misma gloria. Por eso, imitad sus vidas y seréis salvados.

La oración como algo indispensable

La oración consiste no sólo en estar e inclinaros ante Dios corporalmente, y en leer oraciones escritas, sino en rezar con la mente y el espíritu en todo tiempo y en todo lugar. Podéis hacerlo mientras andáis, os sentáis, estáis tumbados, entre la gente, y en soledad. Alzad vuestra mente y corazón a Dios, y de esta forma, suplicadle Su ayuda y misericordia. Pues Dios está en todas partes y en todo lugar, y Sus puertas siempre están abiertas, y es fácil acercarse a Él, no como al hombre. Y podemos acercarnos a Él con fe y con nuestra oración en todas partes y en todo tiempo, y en cualquier necesidad y circunstancia. Podemos decirle mentalmente en cualquier momento: “Señor, ten piedad, Señor, ayúdame”, y todo lo que deseéis.


                                     Catecismo Ortodoxo 

                       http://catecismoortodoxo.blogspot.ca