Saturday, May 16, 2015

Vivir una vision Ortodoxa del mundo ( padre San Serafín Rose )


Antes de comenzar mí charla, una o dos palabras acerca de por qué es importante contar con un punto de vista ortodoxo del mundo, y de por qué es más difícil construir una (visión) hoy que en los siglos pasados.
En siglos pasados, por ejemplo en el siglo 19 en Rusia, la visión ortodoxa del mundo era una parte importante de la vida ortodoxa y fue apoyado por la vida a su alrededor. No hubo necesidad siquiera de hablar de ello como una cosa separada, vivías la ortodoxia en armonía sociedad ortodoxa a tu alrededor, y tenías una cosmovisión ortodoxa del mundo proporcionada por la Iglesia y la sociedad. En muchos países, el gobierno mismo confesaba la ortodoxia, era el centro de las funciones públicas y el rey o gobernante era históricamente el primer laico ortodoxo, con la responsabilidad de dar un ejemplo cristiano a todos sus súbditos. Cada ciudad tenía iglesias ortodoxas, y muchas de ellos tenían los servicios todos los días, mañana y tarde. Había monasterios en todas las grandes ciudades, en muchas ciudades, fuera de las ciudades, y en el campo, en los desiertos y páramos. En Rusia había más de 1000 monasterios oficialmente organizados, además de otros grupos no-oficiales. El monaquismo era una parte aceptada de la vida. La mayoría de las familias, de hecho, tenían en algún lugar una hermana o un hermano, tío, abuelo, primo o alguien que era un monje o una monja, además de todos los otros ejemplos de la vida Ortodoxa: personas que iban de monasterio en monasterio y los “locos en Cristo”. El modo de vida entero estaba impregnado de distintos tipos de personas ortodoxas, de las cuales, por supuesto, la vida monástica era el centro. Las costumbres ortodoxas eran una parte de la vida cotidiana. La mayoría de los libros que se leían habitualmente eran ortodoxos. La vida cotidiana en sí era difícil para la mayoría de la gente: tenían que trabajar duro para sobrevivir, la esperanza de vida no era muy grande, la muerte era una realidad frecuente, y todo ello reforzó la enseñanza de la Iglesia sobre la realidad y cercanía del otro mundo. Vivir una vida ortodoxa en tales circunstancias, era en realidad lo mismo que tener una visión ortodoxa del mundo, y no había gran necesidad de hablar de tal cosa.
Hoy en día, por otro lado, todo esto ha cambiado. Nuestra ortodoxia es una pequeña isla en medio de un mundo que opera sobre unos principios totalmente diferentes, y todos los días estos principios están cambiando para peor, haciéndonos más y más alejados de ella. Muchas personas sienten la tentación de dividir sus vidas en dos categorías claramente diferenciadas: la vida cotidiana que llevamos en el trabajo, con amigos del mundo, en nuestro negocio mundano, y la ortodoxia que vivimos los domingos y otras veces en la semana cuando tenemos tiempo para ello. Pero la visión del mundo de esa persona, si se mira de cerca, es a menudo una extraña combinación de los valores cristianos y los valores mundanos, que en realidad no se pueden mezclar. El propósito de esta charla es ver cómo las personas que viven hoy en día pueden comenzar a tener su visión del mundo en más de una sola pieza, para que sea una visión ortodoxa del mundo global.
La ortodoxia es la vida. Si no vivimos la ortodoxia, simplemente no son ortodoxos, no importa lo que una creencia religiosa nos pueda deparar.

La vida en nuestro mundo contemporáneo se ha convertido en (una vida) muy artificial, muy incierta, muy confusa. La ortodoxia, es cierto, tiene una vida propia, pero no está tampoco muy lejos de la vida del mundo que lo rodea, y así la vida de los cristianos ortodoxos, incluso cuando se es verdaderamente ortodoxo, no puede reflejarlo de alguna manera. Una especie de incertidumbre y confusión también han entrado en la vida ortodoxa en nuestros tiempos. En esta charla vamos a tratar de mirar hacia una vida contemporánea, y luego hacia la vida ortodoxa, para ver cómo podemos cumplir mejor con nuestra obligación cristiana de llevar otro tipo de vida mundana, incluso en estos tiempos tan terribles, y tener una visión cristiana ortodoxa de la toda la vida hoy en día que nos permitirá sobrevivir en estos tiempos con nuestra fe intacta.

El carácter néptico y hesicasta del monaquismo ortodoxo athonita


Por el archimandrita Georgios Kapsanis

Higumeno del santo monasterio de San Gregorio en el Monte Athos
(Se puede encontrar la explicación de términos en el glosario, al final del artículo) 



Desde hace más de un milenio, el monaquismo athonita constituye una expresión genuina del monaquismo ortodoxo. Ya no existen los grandes centros monásticos de Egipto, Palestina, Asia Menor, Constantinopla, Rusia y Los Balcanes. La providencia de Dios preserva hasta hoy a Agion Oros (“El Monte Athos”), como centro monástico ortodoxo espiritualmente próspero, bajo la jurisdicción del Patriarcado Ecuménico.

Como una institución de la Iglesia, Agion Oros se encuentra en unión espiritual y dogmática ininterrumpida con la Iglesia. Esta unión asegura y protege su carácter néptico* y hesicasta, y le permite ofrecer al pueblo de Dios los frutos de la vida néptica y hesicasta. El monaquismo ortodoxo, en su totalidad, como portador de la tradición apostólica y patrística de la Iglesia, es néptico y hesicasta. Su objetivo no es la reforma externa del mundo, como es el caso de las órdenes monásticas occidentales, sino que dirige su transformación por medio del arrepentimiento, la limpieza de las pasiones y la theosis. Además, nepsis y hesiquia constituyen el punto esencial de la vida según el Evangelio. Según los santos padres, nepsis es la vigilancia del nous y la vigilancia a las puertas del corazón, para que cualquier pensamiento que se mueva en él, pueda ser controlado. La labor néptica es practicada en diversas formas, pero en todas sus formas supone la renuncia al mundo, la obediencia y la hesiquia. La hesiquia es el distanciamiento de las distracciones del mundo, mientras que la sagrada hesiquia del corazón es el rechazo de los pensamientos que no son según Dios.

Las raíces de la vida néptica y de la hesiquia según Dios, se encuentran en el Antiguo Testamento. El profeta Moisés recibió la experiencia y el conocimiento de Dios en el monte Horeb, cuando, frente a la extraña visión de la zarza ardiente, que no ardía, fue invitado a rechazar toda creencia mundana, reflejada en el descalzarse de sus sandalias, y contemplar en reflexión y enigma el misterio de la divina Encarnación. Según los santos padres, esta experiencia de Moisés suponía un alejamiento del ruido y las distracciones del mundo. El profeta Elías también recibió la experiencia de Dios, mientras estaba en el desierto del monte Horeb y mientras oraba en la forma hesicasta de la oración noética del corazón. La ligera brisa, que el profeta sentía después del fuerte viento, el temblor y el fuego, eran, según los santos padres, un medio por el que Dios se revelaba a sí mismo. Y el profeta David dice, en los salmos, que el conocimiento de Dios supone el cese de la dispersión en las ocupaciones mundanas: “Basta ya; sabed que Yo soy Dios” (Salmos 45:11). El resto de los profetas y los justos del Antiguo Testamento también recibieron la experiencia de la Gracia de Dios tras su labor néptica.



Sin embargo, la forma de vida hesicasta se presenta, principalmente, en el Nuevo Testamento, como la más deseable para llegar al conocimiento y la experiencia de Dios. El justo Precursor vagó solo por el desierto del Jordán desde su infancia, y en la extrema quietud, rezando sólo a Dios. Allí, en silencio, recibió la información de Aquel que vendría a ser bautizado en el Jordán, y sobre el que vería “al Espíritu descendiendo y posándose sobre él” (Juan 1:32-34).

El Señor Jesús Cristo vivió en silencio durante treinta años, mientras que durante los tres años de Su actividad pública frecuentemente se retiraba al desierto a orar. Según San Nicodemo el Aghiorita, todo el Evangelio y las enseñanzas apostólicas, apuntan hacia la purificación de las pasiones del hombre interior, y a su preparación, para que la perfecta Gracia del santo bautismo pueda iluminar de nuevo al hombre. Con su divina Transfiguración, el Señor mostró el camino hacia el verdadero conocimiento de Dios y la forma de contemplar la Luz increada de Su Persona. El camino comienza con el rechazo de lo inferior y mundano de la práctica actual, continúa con la elevación, por medio de las divinas virtudes, a la purificación de los sentidos espirituales, y concluye deificando la iluminación. Al encontrarse a sí mismo en este estado divino, el hombre es capaz de contemplar la inefable belleza de Dios.



La Theotokos nos dio el ejemplo perfecto de vida hesicasta y labor néptica, según San Gregorio Palamás. En el Santo de los Santos, en el templo de Salomón, llevó a cabo la práctica de las virtudes y la incesante oración noética durante doce años, y por medio de esto fue capaz de unir todo su ser con la gracia del Espíritu Santo (escribe San Gregorio, y San Nicodemo Aghiorita nos lo da en traducción): “Habiendo rechazado las relaciones terrenales desde el principio de su vida, la Virgen abandonó a la gente…. se separó de todo vínculo material; rechazó toda relación; se elevó por encima de toda clase de amor, incluyendo el de su propio cuerpo, y así, unió su nous consigo misma, por medio de un giro y con atención, y con la divina y eterna oración… y así, construyó un nuevo estrato en el cielo, en otras palabras, la quietud noética (si se puede llamar así), en la que habiendo unido su nous, se eleva por encima de todas las criaturas, y ve la gloria de Dios más perfectamente que Moisés, y contempla la gracia divina, que no es comprensible por medio de los sentidos”.



Los santos apóstoles trabajaron exclusivamente en el mundo y en medio de las distracciones, ruidos y peligro, pero en su interior eran hesicastas y obreros de la nepsis y la oración. Su labor apostólica no era un programa de reforma social, sino el renacimiento de las almas por medio de Cristo. Los padres apostólicos, y luego posteriormente, toda la Iglesia, vivió en el mismo entorno néptico. San Gregorio el Teólogo habla sobre las virtudes prácticas como la limpieza, el preparar el alma para recibir a Cristo en el corazón, y la quietud como deificación, el alzar el nous hacia Dios. El divino padre desea la quietud, y se angustia cuando lo privan de ella, y le obligan a asumir el pastoreo de la iglesia. “¿Por qué razón sois tan lentos en lo que a mi conversación se refiere, amigos y hermanos, aunque sois rápidos para molestar, e incluso me alejáis de la quietud de mi refugio, que preferí por encima de todo, tanto como asociado, como madre del divino júbilo, y la deificación, que preferí y abracé, y promoví durante toda mi vida?



San Basilio el Grande, gracias a la labor néptica que practicaba en el desierto, y a la hesiquia, también fue capaz de contemplar la divina e inefable Luz. Sobre esto, su hermano, San Gregorio de Nisa, escribe: “Moisés abandonó Egipto tras la muerte del egipcio, y en el siguiente periodo pasó tiempo en soledad. Se alejó del bullicio de la ciudad y sus ofrecimientos materiales, y finalmente terminó contemplando a Dios con amor. Estaba iluminado por la luz divina de la zarza. Tenemos algo con relación a esta aparición, y sobre este asunto debemos decir que aunque era de noche, la luz resplandecía en él mientras rezaba en el hogar, y la luz era inmaterial, e iluminaba la casa por medio del poder divino, sin ser dependiente de ninguna sustancia”.



Durante el mismo periodo, el desierto se distinguía principalmente como un lugar de vida néptica y hesicasta. San Pacomio, en Egipto, los santos Eutimio, Teodosio el Cenobita y Sava el Santificado, en Palestina, establecieron el monaquismo cenobítico. Ambas formas de monaquismo tenían un carácter hesicasta. En el siglo XIV, el athonita San Nicéforo se refiere al espíritu hesicasta y néptico, tanto de los solitarios como de los santos padres cenobíticos. Ofrece ejemplos representativos.



Sobre San Antonio: “que, sentado en la montaña mantuvo su corazón tranquilo, con el Señor señalándole desde la distancia. Ves que por medio de la quietud del corazón, Antonio se convirtió en un testigo de Dios y previó el futuro; pues por medio de la quietud del corazón, Dios se revela así mismo al nous”.



Sobre San Teodosio el Cenobita: “Se dice, entonces, sobre estas energías noéticas del alma, que fueron exactamente las que provocaron que muchos lo consideraran formidable. Incluso cuando era acusado, era deseable y dulce para todos. Sin embargo, ¿fue de esta forma útil cuando hablaba a las multitudes? Muy capaz de desarrollar los sentidos y de refinar el nous a los que vivían en medio de los ruidos y a los que estaban en el desierto, como si estuvieran en una serenidad sin fin. Y sin embargo, ¿es lo mismo, ya sea en medio de las multitudes, o solo? Y aquí está el gran Teodosio, que por medio del desarrollo y la interiorización de los sentidos fue herido por el amor del Creador”.



Y sobre San Sava el Santificado: “De hecho, el divino Sava, el que fue perseguido, habiendo aprendido precisamente el canon educativo de los monjes fue capaz de guardar el nous por si mismo y luchar contra los pensamientos hostiles, incluso teniendo un conocimiento consumado de la esencia de las cosas mundanas, entonces se le proporcionó una celda en la Laura…. ¿Veis cómo el divino Sava pidió a sus estudiantes que preservaran el nous, y habiéndoles proporcionado una celda, se unió a ellos?



Nepsis y quietud, según Cristo, también caracterizan la vida de los monasterios de Asia Menor y Constantinopla. Esto es evidente por la vida y escritos de San Simeón el Nuevo Teólogo y San Nicetas Stezatos. El “Evergetinos”, el escrito ascético básico, con el que muchas generaciones de monjes crecieron espiritualmente, fue compuesto en el monasterio de la Theotokos Evergetissa en Constantinopla, por el monje Pablo, y representa el espíritu del monaquismo en aquel periodo. San Teodoro el Estudita, representante del monaquismo cenobítico de este periodo, y famoso por sus luchas confesionales por la fe, no carecía de convicción néptica. Esto es lo que testifica en sus composiciones, que se usan aún en los oficios de la Iglesia, y de su consejo espiritual a sus hijos espirituales. “Para los ermitaños, la vida es dichosa, volando en el Eros divino”, escribe característicamente (Paráclesis, Anavathmi, tono 1). A su estudiante Parthenios, que sufrió una dura tortura por la Fe Ortodoxa, a pesar de eso no descuidó en recordarle: “hijo, guárdate a ti mismo, porque dentro es donde el tirano maligno siempre tienta con las pasiones. Practica, y hazlo con conciencia, el no ser dominado por el pecado; purifícate diligentemente cada día, presumiendo siempre que es el último día de tu vida, para que así, con temor y temblor, complazcas a Dios, por un lado, trabajando con tus manos, y por otro, cantando y rezando, sin importar qué suceda durante el día”.



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A partir del siglo VI en adelante, la tradición hesicasta se estableció en el Athos, con San Eutimio el Nuevo, San Pedro el Athonita, y más tarde, con San Atanasio, el constructor del santo monasterio de la Gran Laura, como sus principales exponentes. San Gregorio Palamás, en su elogio de San Pedro el Athonita, describe con fuerte colores el anhelo del santo por vivir como un monje en el incomparable desierto de Agion Oros, su noética guerra contra los demonios y las visitas de la gracia. A partir de entonces, otros ermitaños siguen el ejemplo del santo.



En siglos posteriores, grandes hesicastas y hombres népticos fueron iluminados en Agion Oros, como los santos Máximo, Nifón y Acacio, los Kafsokalybitas. Teófilo y Nilo, los emanadores de miro, San Gregorio de Sinaí con sus estudiantes, San Gregorio el Hesicasta (constructor del monasterio athonita homónimo) y todo el coro de padres hesicastas del siglo XIV, conducidos por San Gregorio Palamás. Particularmente el último desarrolló y reafirmó teológicamente la experiencia néptica que la Iglesia tenía desde siglos, se enfrentó a las dudas del occidental Barlaam sobre esto, refutó las injustas acusaciones contra el método hesicasta y la oración noética, y formuló definitivamente la teología del hesicasmo.



Racionalista y no habiendo probado la experiencia de la Luz divina, el monje calabrés Barlaam acusó a los monjes athonitas de que la Luz, que ellos insistían en ver por medio de la interiorización hesicasta del nous en el corazón y la oración noética del corazón, era luz creada, luz del intelecto, y no luz divina. Consideraba que los monjes que practicaban esta labor noética estaban engañados.



San Gregorio Palamás tuvo experiencia personal de la Gracia de Dios. Por esta experiencia, supo que la luz que estos virtuosos monjes veían era divina, energía increada de Dios, la Gracia del Espíritu Santo, vivida como Luz sobrenatural, que llena el nous de los monjes una vez se ha limpiado de pasiones. Refiriéndose a las obras de antiguos y distinguidos maestros de la Iglesia, y con su propia sabiduría celestial, demostró teológicamente que la Luz que es vista por los monjes hesicastas es la Luz increada de la Santa Trinidad. Con relación a esto, escribe: “Por esta razón, el amante de la perfecta comunión con Dios evita la vida asistida tecnológicamente, y elige el estado monástico no estructurado, y se ofrece a sí mismo al santuario de la quietud, sin las obligaciones o preocupaciones de la vida, aliviado de todas las otras relaciones (mundanas). Así, habiendo liberado su alma de todo vínculo material, en la medida en que esto es posible, dispone su nous a la oración incesante a Dios, y habiendo, mediante ella, concentrado el nous enteramente en sí mismo, encuentra un nuevo y secreto ascenso al cielo, la intangible oscuridad de la quietud apócrifa, como se podría decir. Y habiendo concentrado precisamente su nous en sí mismo con secreto júbilo, en un estado de tranquilidad absolutamente simple, pero perfectamente dulce, y en un silencio y mutismo genuino, vuela por encima de toda la creación. Y así, habiendo sido alejado de sí mismo y siendo enteramente de Dios, ve la gloria de Dios y contempla la luz divina”.



La confirmación de su teología por tres grandes sínodos de Constantinopla (1341, 1347, 1351), lo distinguieron como el supremo defensor y maestro de la experiencia néptica y hesicasta de la Iglesia.



Pero los cenobíticos santos padres athonitas también dieron un carácter néptico-hesicasta al monaquismo cenobítico athonita, porque ellos mismos eran hombre hesicastas y népticos. San Nicodemo el Aghiorita escribió a San Atanasio el Athonita: “Como otro Moisés, habiendo ascendido al santo Athos, como si fuera otro Monte Sinaí, y habiendo entrado en la impenetrable oscuridad de la “theoria”, recibió, como las tablas divinamente inscritas, el modelo, los mandatos y las enseñanzas tanto de la vida cenobítica de los monjes como del rito angélico de la Iglesia, y los dio a todos los padres de Agion Oros”. Es evidente, a partir de la vida de Atanasio el Athonita, y de su consejo a sus estudiantes, que los mandamientos prácticos de la vida cenobítica cotidiana se dirigen a purificar al monje de las pasiones y del egoísmo.



Por la gracia de Dios, se guarda este consejo hasta hoy en los monasterios athonitas. El abandono de las preocupaciones mundanas, la obediencia, la pobreza, el altruismo, la buena disposición para la salmodia y la diaconía de la Iglesia, la perseverancia frente a las dificultades del cenobio, son las virtudes fundamentales que liberan al monje cenobítico del egoísmo y el egocentrismo, y le introducen en las primeras etapas de la hesiquía según Cristo. El poblado entorno cenobítico no impedía a los monjes cenobíticos, que ya brillaban en la constelación de los santos padres athonitas, practicar la labor néptica (Nifón y Leoncio los Dionisitas, Ieroteos, Ibirites, Paisios Velikhovsky).



Los llamados padres Kolivades, muy correctamente, y en la forma ortodoxa, llamados padres de la Filocalía del siglo XVIII, renovaron la tradición hesicasta en los monasterios, sketes y kelías durante el siglo XVIII. San Nicodemo Aghiorita es el representante más expresivo del espíritu hesicasta del movimiento del renacimiento de la Filocalía. Los libros de los que fue co-autor en la quietud del desierto de Agion Oros subsisten como el perfume de la vida hesicasta, y constituyen un deleite espiritual para los monjes contemporáneos. La perdurable tradición hesicasta, que encontró continuidad en la vida de los monjes de Agion Oros, se hace evidente en la clásica obra “La Filocalía de los Santos Népticos”, que San Nicodemo editó y de la que escribió el prólogo a petición de San Macario, obispo de Corinto.



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A través de su historia milenaria hasta el día de hoy, el monaquismo athonita, como expresión fiel del monaquismo ortodoxo, ha mantenido su carácter néptico y hesicasta.



El siglo XX se ha distinguido por un gran número de monjes hesicastas, que desarrollaron una gran labor néptica y desplegaron admirables dones. Hombres de gran conocimiento, como los gerontas Daniel Katounakiotis y Gerasimos Menagias, higumenos de monasterios, como Ieronymos Simonopetritis, Athanasios Gregoriatis, Filaretos Konstamonitis y Kodratos Karakallinos, simples monjes, como Kallinikos el hesicasta, monjes cenobíticos, como San Silouan el Athonita y su aprendiz Sofronios Sakharov, los monjes Isaac y Arsenios, del monasterio de Dionysiou, también se distinguieron como admirables trabajadores de la oración néptica en el desierto o en la bulliciosa vida de los grandes monasterios cenobíticos. Todos ellos continuaron la tradición hesicasta de los Kolivades de los siglos XVIII y XIX y de los hesicastas de finales del siglo XIX.



Nuestra era no carece tampoco de representantes seleccionados en la sucesión de los hombres népticos de Agion Oros. Los gerontas Paisios el Aghiorita, Porfirio Kavsokalyvita, Efrén Katounakiotis y Haralampos Dionysiatis, son ampliamente conocidos. Su admirable contribución al mundo no obstaculizó su labor néptica. Por el contrario, se presupone. Los libros que se han escrito recientemente sobre ellos, y la experiencia viva de los que los conocieron, son capaces de revelar, de la forma más indiscutible, que estos benditos gerontas fueron excepcionales obreros de la oración néptica y que consiguieron los dones sobrenaturales del Espíritu Santo que les siguieron.



En nuestros días, hesicastas sin renombre viven en los cenobios, las sketes y las kelías de Agion Oros. La literatura contemporánea de Agion Oros revela, tras haber abandonado el mundo, su vida y luchas népticas. Mencionaré especialmente a los gerontas Gerasimos Mikrayannanites y Modestos Danielides, y el monje Auxentios Gregoriates. Entre los que “han partido y aún sobreviven”, como diría San Máximo el Confesor, están los que infatigablemente mantienen la sagrada labor de la nepsis y la hesiquia según Cristo, en Agion Oros. Incluso hoy en día, reciben los dones celestiales en “ayuno, vigilia y oración”. No sería justo para nuestra experiencia personal darlos a conocer antes de su fallecimiento. La prudencia athonita no permite apresurarse en este asunto. A pesar de eso, incluso hoy, estos obreros népticos son un imán de las almas amigas de Dios, en otras palabras, de los monjes que desean la nepsis y la oración.



Pero más allá de estos padres, cuya vida es testificada como néptica y hesicasta, es todo el clima athonita el que sigue la tradición néptica de Agion Oros. La generación actual de monjes se alimentó por una serie de lecturas népticas, como la Filocalía, el Evergetinos, Abba Isaac el Sirio y las vidas de los antiguos padres népticos. Hoy, los monjes conocen las vidas y enseñanzas de las sagradas figuras népticas y se esfuerzan por seguirlas. Los escritos de San Silouan el athonita son un ejemplo típico.



Con la bendición de la Theotokos, los monasterios athonitas han restaurado el orden cenobítico, que es un fundamento y un punto de partida hacia su elevación y obra noética. En los monasterios, se practica la obediencia y las reglas athonitas con la ayuda de la eliminación de la propia voluntad y se guardan en libertad y amor propio. La lucha se libra por la práctica del amor fraterno, que es la base para la eliminación del egocentrismo. En la medida de lo posible, se practica la hospitalidad, que es una expresión del amor de los monjes por nuestros hermanos que viven en el mundo. La adoración a Dios, los grandes oficios de la Iglesia, el estudio y la oración en la celda, son deberes de los monjes, que ayudan a los novicios cenobíticos a ser injertados en el temperamento monástico y a ayudar al monje avanzado a mantener la Gracia de Dios en su corazón y a guardarla de los ladrones noéticos, los demonios.



En las santas sketes y kelías, los monjes practican las virtudes de la obediencia, la pobreza, la paciencia, la confianza en la Providencia de Dios y la oración, reparando ciertas deficiencias de sus hermanos cenobíticos.



Durante las festividades athonitas, la gente de todo Agion Oros las celebran juntos, glorifican a Dios, a la Virgen y a los santos como un solo cuerpo espiritual. Los monjes visitan los monasterios, intercambian sus respectivas experiencias monásticas, renuevan sus lazos fraternos y mantienen Agion Oros como un organismo vivo, una legión angélica, un coro, un desfile glorioso, una familia pan-athonita, hijos de una Madre común, la Toda Santa Theotokos, flores fragantes de su jardín.



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Aun así, algunas personas se escandalizan por la imagen que Agion Oros representa hoy. La acusan de haber perdido su carácter ascético y néptico, de estar volviéndose mundana, de que sus carismáticos gerontas son del pasado, de que la vida espiritual se ha vuelvo frívola, y que ya no satisface plenamente al hombre contemporáneo, que obra cada vez más como una institución mundana y que está perdiendo su disposición hesicasta y de “otro mundo”.



Estas críticas cometen una injusticia contra Agion Oros. Son incapaces de percibir que su imagen externa no debe apreciarse en las premisas de los tiempos antiguos. Sin haber probado la experiencia athonita, no comprenden que el temperamento athonita no se altera por las inocentes necesidades humanas o por la torpeza y caídas de los monjes, sino por la alteración de los principios morales apostólicos y teológicos. Y sobre este punto, Agion Oros no difiere hoy en día de las convicciones y la moral de las generaciones precedentes. Conserva sus convicciones ortodoxas y su carácter néptico-hesicasta.



El mundo y sus convicciones, sin duda ejercen muchísima presión sobre los monjes de hoy. La naturaleza humana es aparentemente más enfermiza que en otros tiempos. La comunicación de los monjes con el mundo utiliza medios modernos. Los problemas del mundo se extienden, y violan las puertas de Agion Oros. Si no se tiene cuidado de confrontar muchos de estos temas con la vara de medir del amor y la caridad, y tener en cuenta que, a pesar de todos estos problemas, el espíritu néptico no deja de ser cultivado, entonces es posible acusar a los monjes de Agion Oros.



Creo que conozco suficientemente el estado espiritual de los monjes athonitas de hoy. Puedo dar mi palabra de que las cuestiones, que a algunos les crean la impresión de que Agion Oros se está volviendo mundano, constituyen nuevas causas para la lucha espiritual para los monjes de hoy y un basto terreno para la ascesis y la santificación. Ciertamente, no son indicaciones de la abolición del carácter néptico y hesicasta de este sagrado lugar.



Incluso hoy, los monjes luchan por practicar la nepsis y la hesiquia según Cristo. Abandonan un mundo que les ofrece dinero y placeres, y se limitan al estrecho espacio del monasterio, que es inviolable para la gente. El modelo athonita supone oficios muy largos y agotadores en el Alimento de la Iglesia, que sigue las reglas cenobíticas. Las Diakonimata (tareas o trabajos asignados) aseguran suficientes horas de ocupación, y los esfuerzos del monje se ofrecen a los hermanos del monasterio y a los peregrinos. La obediencia al higumeno o geronta del grupo lo protege de la práctica autónoma, y de sus malas consecuencias. Incluso la utilización de modernos medios de transporte o nuevas tecnologías, que constantemente es comentado de forma negativa por la gente del mundo, no altera en sí mismo la atmósfera néptica del monasterio, siempre que sea bendecida por los gerontas, y que no satisfaga el egoísmo enfermo de la antigua persona (su amor propio). La apariencia externa del monje continúa siendo simple y sin adornos, gentil pero humilde; con esta forma y palabra, el monje transmite el espíritu de arrepentimiento a los cristianos que visitan los monasterios. Es una especie de misión interna, que se realizan sin perseguirlo.



La salida ocasional de los monjes al mundo exterior, especialmente de los padres espirituales, con el propósito de confesar a cristianos o misioneros a nivel de misiones externas, es un hecho conocido de la tradición athonita. El monje que sale al mundo para una misión de la Iglesia, o cuando es invitado por la Iglesia y tiene la bendición de sus gerontas, no va más allá de los límites de su vocación monástica, ni elimina su característica hesicasta. Realiza humildemente su diaconía, y entonces vuelve al ritmo de su práctica monástica.



Hoy en día, los monjes están posiblemente a la altura de imitar las batallas ascéticas de los primeros padres. Sin embargo, desean conscientemente al Señor y siguen el camino hesicasta que conduce a Él. En 1953, el bendito geronta Gabriel Dionysiates escribió sobre los monjes de su tiempo, y que se mantiene aún hasta hoy: “A pesar del estatus de las cosas que pertenecen al monaquismo de hoy, y aparentemente al de Agion Oros, sobre el que estamos hablando, estos constituyen la clase de “elegidos”, el orden de los que han sido marcados con el “amor del cordero”, “eminentes en el espíritu”, de los que se hace la pregunta de la Escritura: “¿Quiénes son estos que vienen volando como una nube?” (Isaías 60:8). Si no son igual a los ángeles, como es requerido por su orden y misión, los monjes de hoy en día son los que llevan la carga del Señor, los portadores de la Cruz del martirio, que por la fatiga y el dolor consumen los alimentos del ascetismo, que son probados en la obediencia y la perseverancia, para la vida”.



Por su forma de vivir, incluso hoy, los monjes cultivan la verdadera comunidad zeantrópica y hacen reales las palabras de San Basilio el Grande: “Porque propongo una perfecta comunidad de vida, donde la atribución de la propiedad se hace de forma automática, donde la comunidad es liberada de la oposición y de toda perturbación, riña y disputa que termine con pisotones de pie; todo es puesto en común, las almas, las opiniones, los cuerpos y todo aquello por lo cual los cuerpos son alimentados y sanados; Dios es común a todos, la reverencia es común, la salvación es común, las competencias son comunes, los sufrimientos son comunes, y también lo son las recompensas, que son recibidas por muchos; y nadie es dejado solo, pues siempre está con los demás. ¿Qué otra cosa podría igualar a tal estado? ¿Hay algo más bendito?”. ¡La comunidad del amor, el fundamento de la vida athonita!.



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El carácter hesicasta de Agion Oros está hoy asegurado, además de por el espíritu néptico que fue legado por los santos fundadores de los monasterios y los santos padres, por dos aspectos más.



El primero, es el privilegio eclesiástico de no estar sujetos a la jurisdicción directa de un obispo local, sino pertenecer a la jurisdicción espiritual del Patriarcado Ecuménico.



El segundo, es el privilegio del estado de autonomía, consagrado en la constitución griega. El Avaton, un aspecto significativo del estatus autónomo de Agion Oros, permite a los monjes practicar, libres de problemas, lo que la mezcla de los hombres y mujeres provoca. El Avaton de Agion Oros contribuye al máximo en mantener el lugar de forma hesicasta y las vidas de los monjes como népticas. La abolición del Avaton, como ha sido pedido por algunas feministas, en nombre de la llamada igualdad de los ciudadanos europeos, es incompatible con la cualidad hesicasta de Agion Oros. Existe un interés del mundo para los monjes népticos y hesicastas. Es realista que alguien acepte que sólo cuando el monje consiga la templanza y la impasibilidad será capaz también de amar a las mujeres desapasionadamente. En todas las eras, los hombres y las mujeres tienen necesidad de esta templanza (sin pasión carnal), y de volver todo el amor hacia todos. Si las feministas desean defender así este derecho a las mujeres, ellos están obligados a defender el Avaton de Agion Oros, y no pedir su abolición.



Nepsis y hesiquia son la esencia de la vida monástica de Agion Oros. Por medio de ellas, el monje persigue su elevación hacia Dios y su unión con Él en Cristo. Hoy en día continúa en Agion Oros una tradición de más de un milenio.



Recemos para que el Señor nos permita superar nuestros defectos personales y torpezas, y seguir la llamada a la que fuimos convocados, con las huellas de los maestros del camino monástico, nuestros santos padres, que fueron iluminados por su ascesis “a adorarlo en la forma de un ángel, a servirlo enteramente, a tener fe (gr. Pistis) en el Altísimo y a perseguir lo más alto, porque según el apóstol, nuestra autoridad existe en el cielo”.




Glosario



Agios (también escrito como “hagios”, fem. “hagia”): Santo. Tanto del similar sáncrito “yájati” (del proto-indoeuropeo yaj = sacrificar) o yâjyah = digno de reverencia.



Apatía: Templanza. Sin pasión. El desarraigo de las pasiones. Alternativamente, un estado en el que las pasiones se ejercen según su pureza original y sin cometer pecado.



Askesis (ascesis): El esfuerzo o entrenamiento espiritual emprendido por los cristianos para guardar los mandamientos, purificar el corazón de las pasiones y practicar las virtudes, junto con la oración y las actividades relacionadas, así como lograr la armonía entre el cuerpo, el alma y Dios.



Avaton: La prohibición de las mujeres en Agion Oros. Un aspecto bajo mandato de su estatus autónomo, que está consagrado en la constitución de Grecia.



Diakonia, diakonima, diakonimata (pl.): Servicio o ministerio; en otras palabras, las tareas de trabajo asignadas a un monje (Anal. Sanscr. “seva”).



Eros:



Evergetinos: Una colección de texto, principalmente estrofas y anécdotas de la vida monástica, que ilustran las luchas y recompensas de la vida monástica.



Fe: ver Pistis



Geronta, gerontas (pl.): También llamado anciano espiritual, o staretz, un apelativo honorífico de un monje desarrollado espiritualmente o un monje superior en un monasterio, como el higumeno.



Gnosis:



Hagios (fem. hagia): ver Agios.



Hesiquia, hesicasta: Silencio, quietud. Tranquilidad de pensamientos, pero no vacío, por lo que el nous puede descender al corazón por medio de la oración de Jesús. Es la atención interna de la oración que trae el recuerdo de Dios y la gracia del Espíritu Santo.



Kelía: la celda de un monje en un monasterio. También, en Agion Oros, una vivienda, algo así como una casa de campo con una pequeña capilla, donde los monjes rezan y trabajan para su salvación.



Kenovion, cenobio: Un monasterio donde todos los monjes siguen la misma regla.



Lavra: Un monasterio.



Logos: La palabra griega tanto para “palabra” y “razón” es matizada de forma variable con diferentes sentidos en el contexto. En muchos casos, tiendo a incluir la de “causa final” (pl. “causas finales”), en el sentido aristotélico, además del sentido de “razón” (como en el razonamiento y la lógica), por mi propio entendimiento de esto (pero por supuesto, no soy ni teólogo ni filólogo).



Metanoia: A menudo se traduce como arrepentimiento. El cambio radical del corazón y de la mente, acompañado por la mansedumbre y la humildad.



Nepsis, néptico / a: Nepsis es la vigilancia del nous y la salvaguarda de las puertas del corazón, para que cualquier pensamiento que se mueva en él pueda ser controlado. Néptico es un adjetivo que pertenece al método utilizado para la nepsis.



Nous, noético: A menudo se traduce como “mente”, o “mente en el corazón”. La mayor facultad del hombre, mediante la cual, y por medio de la purificación, puede contemplar a Dios y las esencias internas de los seres creados, por medio de una comprensión directa o una percepción espiritual. El entendimiento noético no es intelectual, sino que procede de una experiencia espiritual inmediata.



Pistis: Fe. La idea moderna de fe, basada sobre la diferenciación de Aquino del conocimiento con respecto a la creencia ciega, no es lo que significa en la tradición ortodoxa. Aunque pueda ser un componente de lo que los padres de la Iglesia, tales como San Máximo el Confesor, denominaron como “fe introductoria”, sólo puede ser considerado una etapa inicial en nuestro ascenso hacia el conocimiento, y el Logos, que es la verdadera fe basada en la experiencia, un don de Dios. En una etapa superior, la fe (gr. Pistis), conduce al conocimiento (gr. Gnosis) noético, que está basado en la experiencia, y se completa por la inspiración y, por tanto, no puede ser destruido por argumentos razonados. Cambia el corazón, conduce a los cambios sustanciales en el ser, puede mover montañas y conduce a la salvación.



Santo: ver también “agios”.



Skete: Típicamente similar en apariencia a un pequeño pueblo, donde se construyen kelías alrededor de una iglesia central. Cada kelia realiza sus oraciones diarias independientemente, excepto los domingos y días de fiesta, donde se reúnen juntos en la principal iglesia para la adoración.



Teantrópico: Perteneciente al Teántropos, el Dios-hombre.



Theoria: (gr. Theos = Dios, “oro”= ver). La percepción o visión del nous, por medio del cual se alcanza el conocimiento espiritual. Dependiendo del nivel de crecimiento espiritual, la theoria tiene dos niveles principales: puede ser cualquiera de las esencias internas o principios de los seres creados, o en una etapa superior, de Dios mismo. Algunas veces se traduce como “contemplación”: La “contemplación es una cuestión, no de declaraciones verbales, sino de la experiencia vivida. En la oración pura del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, se ve su unidad consubstancial (del Archimandrita Sophrony: His life is Mine, traducido por Rosemary Edmons, St. Vladimir’s Seminary Press, Oxford, 1977).



Theoritikos: un individuo que ha logrado la theoria.



Zeosis: La deificación del hombre. Según la tradición ortodoxa, el propósito en la vida del hombre es alcanzar la unión con Dios y ser un dios por la gracia. Auto realización. La adquisición del Espíritu Santo.

“El carácter néptico y hesicasta ortodoxo athonita”, del archimandrita Georgios Kapsanis, higumeno del santo monasterio de Grigoriou, en el Monte Athos.

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