Monday, April 30, 2018

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA THEOTOKOS ANTE SU ICONO LLAMADO “LA SANADORA”

Acepta, oh Toda Bendita y Poderosa Señora, Virgen Theotokos, estas oraciones que nosotros, tus indignos siervos, te ofrecemos con lágrimas, ante Tu imagen sanadora, elevando nuestro himno con compunción, como si Tú estuvieras aquí, escuchando nuestra oración. Pues respondes toda petición, alivias los sufrimientos, concedes la salud a los enfermos, sanas a los débiles y enfermos, ahuyentas los demonios de los poseídos, libras a los ofendidos de las desgracias, limpias a los impuros y tienes piedad de los niños pequeños; además, oh Señora Theotokos, liberas de las cadenas a los encarcelados y sanas toda clase de pasiones. Pues todo es posible por Tu intercesión ante Tu Hijo, Cristo nuestro Dios. Oh Alabadísima Madre, Santísima Theotokos, no dejes de interceder por nosotros, tus indignos siervos, que te glorificamos y te veneramos, y que nos inclinamos ante Tu Pura imagen con compunción, teniendo sincera y verdadera esperanza, e indudable fe en Ti, oh Siempre Virgen Toda Pura y Gloriosa, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
 
Catecismo Ortodoxo
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Wednesday, April 25, 2018

“¿Es posible para los que viven en el mundo ocuparse en la oración noética ( Geronta José de Vatopedi )

Por el Geronta José de Vatopedi (hijo Espiritual del Geronta José el Hesicasta)

Siempre nos hacemos la siguiente pregunta: “¿Es posible para los que viven en el mundo ocuparse en la oración noética (1)?”. Para aquellos que preguntan respondemos muy afirmativamente: “Sí”. Para hacer esta exhortación nuestra, comprensible a los interesados, pero al mismo tiempo hacer conscientes a los que son inconscientes, explicaremos esto brevemente, para que nadie quede en un dilema a causa de las diferentes interpretaciones y definiciones que existen de la oración noética.

Hablando de forma general, la oración es la única ocupación indispensable y obligatoria, y la única virtud para todos los seres racionales, tanto sensibles como pensantes, humanos y angélicos. Por esta razón, estamos obligados a la práctica incesante de la oración (2).

La oración no está dividida dogmáticamente en tipos y métodos, sino que, según nuestros padres, cada tipo y método de oración es beneficiosa, siempre y cuando no se trate del engaño y la influencia diabólica. El fin de esta virtuosa labor es volver y mantener la mente del hombre sobre Dios. Para este propósito, nuestros padres idearon métodos muy fáciles y simplificaron la oración, para que la mente pudiera, más fácilmente y más firmemente, volverse y permanecer en Dios. Con el resto de las virtudes, entran en juego otras partes del cuerpo del hombre y los sentidos, mientras que en la oración bendita sólo la mente está completamente activa; así, es necesario mucho esfuerzo para incitar la mente y refrenarla, con el fin de que la oración sea fructífera y aceptable. Nuestros santos padres, que amaron a Dios en plenitud, tuvieron como su estudio primordial unirse a Dios y permanecer continuamente en Él; así, pusieron todos sus esfuerzos en rezar, como el medio más eficiente para este fin.

Hay otras formas de oración que son conocidas y comunes a casi todos los cristianos, de las que no hablaremos ahora; por el contrario, nos limitaremos a la que se llama “oración noética”, de la que siempre estamos preguntando. Es un tema que involucra a la multitud de los fieles, ya que no se sabe casi nada de ella, y a menudo es malinterpretada y descrita casi fantásticamente. La forma precisa de ponerla en práctica, así como los resultados de su virtud deificante, que conduce desde la purificación a la santificación, la tomaremos de los dichos de los padres. Nosotros, pobres, sólo mencionaremos estas cosas que son suficientes para clarificar el asunto y para convencer a nuestros hermanos que viven en el mundo de que necesitan ocuparse en la oración.

Los padres la llaman “noética”, porque se realiza con la mente, el “nous”, pero también la llaman “sobria vigilancia” (3), que significa casi lo mismo. Nuestros padres describen la mente como un ser libre e inquisitivo que no tolera el confinamiento y no se persuade por lo que no puede concebir por sí misma. Primeramente, por esta razón, seleccionaron unas pocas palabras en una oración simple y sencilla: “Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”, para que la mente no necesitara un gran esfuerzo con el fin de aferrarse a una oración larga y prolongada. En segundo lugar, se volvieron hacia la mente interior, al centro de nuestra razón, donde reside inmóvil con el sentido de la divina invocación al dulcísimo Nombre de nuestro Señor Jesús, para experimentar tan pronto como fuera posible, el divino consuelo. Es imposible, según los padres, para nuestro bondadoso Maestro, ser llamado constantemente y no escucharnos, pues desea grandemente la salvación de los hombres.

Así como a una virtud natural a la que se aspira, sólo puede ser alcanzada por medios conducentes, así también esta santa labor requiere algunos rudimentos casi indispensables: un grado de quietud, libertad de las preocupaciones, evitar conocer y divulgar las “noticias” de las cosas que suceden, el “dar y tomar” como lo disponen los padres, la autodisciplina en todas las cosas, y por encima de todo, un silencio general que se deriva de todas estas cosas. Por otra parte, no creo que esta persistencia y hábito sea inalcanzable para la gente devota que toma interés en esta santa actividad. El buen hábito de un tiempo regulador de oración, por la mañana y por la noche, siempre a la misma hora, sería un buen comienzo.

Con seguridad, hemos insistido en la perseverancia como el elemento más indispensable en la oración. Es justamente remarcada por San Pablo: “Perseverad en la oración” (Colosenses 4:2). En contraste con el resto de las virtudes, la oración requiere esfuerzo a lo largo de toda nuestra vida, y por esta razón repito, a los que están haciendo el intento, que no se sientan sobrecargados, ni consideren lo necesario para soportarla como un fracaso en esta soberbia labor.

Para empezar es necesario decir la oración en voz baja, o incluso más fuerte cuando se enfrente a la coacción y la resistencia interior. Cuando se alcance este buen hábito, hasta el punto de que la oración pueda ser mantenida y dicha con facilidad, entonces podemos volvernos hacia el interior con un silencio exterior completo. En la primera parte del librito “El peregrino ruso”, se da un buen ejemplo de la iniciación en la oración. La profunda persistencia y esfuerzo, siempre con las mismas palabras de la oración, sin ser alteradas frecuentemente, dará lugar a un buen hábito. Esto dará control a la mente, momento en el que se manifestará la presencia de la Gracia.

Así como toda virtud tiene un resultado correspondiente, así también la oración tiene como resultado la purificación de la mente y la iluminación. Llega al mayor y perfecto bien, la unión con Dios, es decir, la divinización real (zeosis). Sin embargo, los padres también dicen esto: que el hombre que busca y persiste entrar en el camino que conduce a la ciudad, y si por casualidad no llega al final, no manteniendo el ritmo por cualquier razón, Dios lo contará entre los que terminaron. Para explicarme mejor, especialmente sobre el tema de la oración, explicaré cómo debemos esforzarnos todos los cristianos en la oración, particularmente en la que es llamada monológica (4) u oración noética. Si llegamos a tal oración encontraremos mucho provecho.

Por la presencia de la Oración de Jesús, el hombre no se entrega a la tentación que espera, porque su presencia es la vigilancia sobria y su esencia es oración; por tanto “velad y orad para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41). Además, no se entrega a la oscuridad de la mente para ser irracional y errar en sus juicios y decisiones. No cae en la indolencia y la negligencia, que son la base de muchos males. Por otra parte, no es superada por las pasiones e indulgencias donde es débil, y particularmente cuando las causas de los pecados están cerca. Por el contrario, su celo y devoción crece. Se vuelve ávido por las buenas obras. Se vuelve humilde y perdonador. Crece día tras día en su fe y amor por Cristo y esto lo enardece en todas las virtudes. Tenemos muchos ejemplos de gente en nuestros días, y particularmente de gente joven, que con el buen hábito de hacer oración, han sido salvados de espantosos peligros, de caídas en grandes males, o de síntomas que conducen a la muerte espiritual.

En consecuencia, la oración es un deber para cada uno de los fieles, de toda edad, nacionalidad y estatus, sin tener en cuenta el lugar, el tiempo o la forma. Con la oración, la Gracia divina se hace activa y provee soluciones a los problemas y pruebas que perturban a los fieles, para que, según las Escrituras: “Todo el que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hechos 2:21).

No hay peligro de engaño, como si fuera balbuceada por unas pocas personas desconocidas, siempre y cuando la oración se diga de forma simple y humilde. Es de gran importancia que, cuando se diga la oración, no se represente ninguna imagen en la mente, ni la de nuestro Señor Jesús Cristo en ninguna forma, ni la de la Santísima Theotokos, ni de ninguna persona o representación. Por medio de la imagen, la mente se disipa. Del mismo modo, por medio de imágenes, se crea la entrada para los pensamientos y los engaños. La mente debería permanecer en el sentido de las palabras, y con mucha humildad, la persona debería esperar la misericordia divina. Las imaginaciones al azar, las luces, o los movimientos, así como los ruidos y las distracciones son inaceptables, pues son maquinaciones diabólicas que conducen a la obstrucción y el engaño. La forma en la que la Gracia se manifiesta a los iniciados es por medio del gozo espiritual, por la quietud y por las lágrimas que producen gozo, o por un pacífico e imponente temor a causa del recuerdo de los pecados, que conduce así a un crecimiento de la tristeza y el lamento.

Gradualmente, la Gracia se convierte en el sentido del amor de Cristo, en cuyo momento, el errar de la mente cesa completamente y el corazón se vuelve tan ardiente a causa del amor de Cristo que piensa que ya no puede soportarlo más. Sin embargo, en otras ocasiones pensamos y deseamos permanecer para siempre exactamente como nos encontramos, no buscando ver o escuchar nada más. Todas estas cosas, así como otras diversas formas de ayuda y consuelo, se encuentran en las etapas iniciales de tanto como se intenta decir y mantener sobre la oración, a medida en que dependa de ellas, y si es posible. Hasta esta etapa, que es tan simple, creo que toda alma que ha sido bautizada y vive de forma ortodoxa, debería ser capaz de poner esto en práctica y permanecer en este gozo y alegría espiritual, teniendo al mismo tiempo la divina protección y ayuda en todas sus acciones y actividades.

Repito una vez más mi exhortación a todos los que aman a Dios y su salvación, para que no se desanimen practicando esta buena labor y práctica por la gracia y la misericordia que concederá a todos los que se esfuercen un poco en esta tarea. Les digo esto para alentarlos, para que no duden o sean débiles a causa de la poca resistencia o el cansancio al que se enfrentarán. Los gerontas contemporáneos que hemos conocido tuvieron muchos discípulos que viven en el mundo, hombres y mujeres, casados y solteros, que no sólo llegaron al estado inicial sino que se elevaron a los niveles más altos por medio de la gracia y la compasión de nuestro Cristo. “Porque fácil es a Dios el enriquecer en un momento al pobre” (Eclesiástico 11:23). Creo que en el caos de hoy en día y en tal agitación, negación e incredulidad, no existe una práctica espiritual más simple y más fácil que sea factible para casi todo el mundo, con tal multitud de beneficios y oportunidades para el éxito, que esta pequeña oración.

Cada vez que estemos sentados, en movimiento, o trabajando, y si necesitamos estar incluso en la cama, y generalmente en cualquier lugar o donde nos encontremos, podemos decir esta pequeña oración que contiene en sí misma fe, confesión, invocación y esperanza. Con esta pequeña labor e insignificante esfuerzo, se cumple a la perfección el mandamiento universal “Orad sin cesar” (1ª Tesalonicenses 5:17). Cualquier palabra de nuestros Padres a la que nos pudiéramos dirigir, o incluso a sus maravillosas vidas, allí no encontraremos casi ninguna otra virtud a la que se dé más elogio o se aplique con más celo y persistencia, pues esta sola constituye el medio más poderoso para nuestro éxito en Cristo. No es nuestra intención cantar las alabanzas de esta reina de las virtudes, o describirla, porque cualquier cosa que pudiéramos decir podría más bien disminuirla. Nuestra intención es exhortar y alentar a todo creyente en la labor de la oración. Tras esto, cada persona aprenderá por su propia experiencia lo que hemos dicho tan pobremente.

Continuad adelante, los que dudáis, los que estáis desanimados, los que tenéis dificultades, los que estáis en la ignorancia, hombres de poca fe, y los que sufrís pruebas de diferentes clases; adelante hacia el consuelo y la solución a vuestros problemas. Nuestro dulcísimo Jesús Cristo, nuestra Vida, nos ha proclamado: “Separados de Mi, no podéis hacer nada” (Juan 15:5). Así, ved que, clamándole continuamente, no estamos solos, y en consecuencia: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Filipenses 4:13). Ved el correcto sentido y la aplicación del significativo dicho de la Escritura: “Entonces sí, invócame en el día de la angustia; Yo te libraré y tú me darás gloria” (Salmos 49:15). Clamemos a Su Santo Nombre no sólo en “el día de la angustia”, sino continuamente, para que nuestras mentes puedan ser iluminadas, para que no sucumbamos en la prueba. Si alguien desea llegar incluso a lo más alto, donde le guiará la santa Gracia, deberá pasar primero por este punto inicial, y “hablará” (5) contemplándolo, cuando llegue allí.

Como epílogo a lo que se ha escrito, repetimos nuestra exhortación, o más bien nuestro aliento a todos los fieles, de que es posible y vital que se ocupen en la oración “Señor Jesús Cristo, ten piedad de mi”, la llamada “oración noética”, con una fe segura que se beneficiaran grandemente sin importar a qué nivel puedan llegar. El recuerdo de la muerte y una actitud humilde, junto con otras cosas útiles que hemos mencionado, garantizan el éxito mediante la gracia de Cristo, cuya invocación será el objetivo de esta virtuosa ocupación. Amén.

Notas
Como muchas de las palabras griegas usadas en este texto no tienen equivalencias directas en castellano, ha sido necesario añadir un pequeño glosario al final para ayudar al lector a entender con más precisión el sentido del texto.

Noético: del “Nous”, el intelecto, la mente. El intelecto en este caso no es simplemente la facultad de razonamiento del hombre, sino la facultad del corazón que es capaz de comprender las realidades naturales y espirituales mediante la experiencia directa. Es la facultad por la que se puede conocer a Dios mediante la oración. Así, la oración noética es también llamada a menudo “oración del corazón”.
“La oración”: cuando se usa con el artículo “la”, dándole oposición a un tipo general de oración, se refiere entonces a la oración de Jesús: “Señor Jesús Cristo, ten piedad de mí”. La oración de Jesús está enraizada en la antigua tradición monástica de la Iglesia, que han tomado las palabras del Nuevo Testamento.
Sobria vigilancia (En Griego, Nipsis): a menudo traducida tanto como “Sobriedad” y como “vigilancia”, y de hecho incorpora ambas. Es una seriedad no mórbida en la que el “nous”, el intelecto, mantiene un estado de alerta y conciencia de su estado inmediato.

“Monológica”: En este caso se refiere al hecho de que cuando la persona dice la oración, en el nivel de observancia humana aparece como si sólo se dijera la oración, es decir, haciendo un monólogo. La actividad de Dios normalmente permanece imperceptible, especialmente para los que están en etapas iniciales.

“Hablará”: se refiere a los numerosos casos bíblicos en los que Dios habla a los corazones y mentes de Sus justos, comunicándose directamente a los que eran puros de corazón y lo buscaban por medio de la oración.
 
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Saturday, April 21, 2018

La Paz Espiritual ( San Basilio el Grande )



La unión con Dios no se identifica con las uniones corporales, sino que las perfecciona con el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios.

Quien acepta sacrificios por el premio de Dios, no tiene que buscar aquí consuelo sino prepararse par la recompensa del Reino de Dios. Pues tenga presente que por los sacrificios recibirá la paga y por el trabajo el premio del Dios que ama al hombre. Pienso que el intrépido luchador, que una vez que salió al campo de batalla de la santidad, tendrá que soportar virilmente los golpes del enemigo con la esperanza en la gloria de la corona. Porque: "La paciencia produce virtud sólida, y la virtud sólida esperanza. Una esperanza que no defrauda porque, al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones" (Rom. 5:4-5). Porque en otro lugar el mismo Apóstol dice: "Vivan alegres por la esperanza, sean pacientes en el sufrimiento y perseverantes en la oración" (Rom. 12:12). Nos recuerda el Apóstol que nosotros seamos pacientes en las tribulaciones y alegres en esperanza. Porque la esperanza origina lo que en las almas piadosas siempre causa la alegría.

En una palabra, el alma, una vez que derrotó la melancolía, por su Creador; que se acostumbró a complacerse con la belleza, entonces ella por esta felicidad y encanto no cambiará con sentimientos visibles. Al contrario, lo que en otros es tristeza, en ella aumentará la felicidad.


San Basilio el Grande
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Monday, April 16, 2018

Todos los bienes que tenemos , son dones Divinos. ( San Paisios el Athonita )

El bondadoso Dios nos otorga generosas bendiciones y Sus acciones están dirigidas a nuestro provecho. Todos los bienes que tenemos , son dones Divinos. Él puso todo al servicio de Su criatura, el hombre. Él hizo que todo: los animales, y aves pequeños y grandes, hasta las plantas , se sacrifiquen por nosotros. Y el Mismo Dios se sacrificó para redimir al hombre. No seamos indiferentes a todo esto, no vamos a herir a Él con nuestro gran desagradecimiento y falta de sensibilidad, sino vamos a agradecer y glorificar a Él.

San Paisios el Athonita
 
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Friday, April 13, 2018

El orgullo impide al alma tener fe... ( San Siluan el Athonita )

Un alma orgullosa, aunque hubiera estudiado todos los libros, nunca conocerá a Dios, porque el orgullo no da lugar a la gracia del Espíritu Santo por la cual se conoce al Señor. El orgullo impide al alma tener fe. Tengo un consejo para un incrédulo, que diga: "Señor, si Tú existes, ilumíname y yo te serviré con toda mi alma y corazón." Y por tal humilde pensamiento y la voluntad de servir a Dios, el Señor, sin falta, lo iluminara.

San Siluan el Athonita 
 
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Monday, April 9, 2018

Penitencia es acordar con Dios una nueva vida... ( La Santa Escala de San Juan Clímaco )

Penitencia es un modo de renovar el santo Bautismo. 
Penitencia es acordar con Dios una nueva vida. Penitente es el hombre que compra humildad. Penitencia es repudio perpetuo de todo consuelo corporal. 
Penitente es aquel que permanentemente se está acusando y condenando, el cual tiene un corazón descuidado de sí mismo por el continuo cuidado de satisfacer a Dios. 
Penitencia es hija de la esperanza y destierro de la desesperación. 
Penitente es el reo que está libre de confusión por la esperanza que tiene en Dios.
 Penitencia es reconciliación con el Señor, mediante la buena obra opuesta al pecado. Penitencia es purificación de la conciencia. Penitencia es sufrimiento voluntario de toda pena. Penitente es el artífice de su propio castigo. Penitencia es una fuerte aflicción del vientre, y una vehemente aflicción, y un gran dolor del alma.


La Santa Escala  de San Juan Clímaco
 
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Thursday, April 5, 2018

Gran y Santo Viernes ( Padre Alkiviadis Calivas )

En el Gran y Santo Viernes, la Iglesia recuerda el inefable misterio de la muerte de Cristo. La muerte (tormentosa, indiscriminada, universal) proyecta su cruel sombra sobre toda la creación. Es el silencioso compañero de la vida. Está presente en todo, lista para reprimir e imponer límites sobre todas las cosas. El temor a la muerte causa angustia y desesperación. Nos encadena a las apariencias de la vida y hace que la rebelión y el pecado irrumpan en nosotros (Hebreos 2:14-15). Las Escrituras nos aseguran que “no es Dios quien hizo la muerte, ni se complace en la perdición de los vivientes: creólo todo para la vida; saludables hizo las cosas que nacen en el mundo. Mas por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sabiduría 1:13-14, 2:24). El mismo autor divinamente inspirado también escribe: “Porque Dios creó inmortal al hombre, y formóle a su imagen y semejanza. Mas los impíos con las manos y con las palabras llamaron a la muerte” (Sabiduría 2:23, 1:16). La muerte es una abominación, la indignidad final, el enemigo último. No es de Dios, sino de los hombres. La muerte es el fruto natural del antiguo Adán que se alejó a sí mismo de la fuente de la vida e hizo de la muerte un destino universal, cuyo temor perpetúa la agonía del pecado. “Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, también así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). El día de la muerte de Cristo es el día del pecado. El pecado que contaminó la creación de Dios desde los albores de los tiempos, alcanzó su terrible clímax en el monte del Gólgota. Allí, el pecado y el mal, la destrucción y la muerte, vinieron solos. Hombres impíos lo clavaron en la cruz, para destruirlo. Sin embargo, su muerte condenó irrevocablemente el mundo caído, revelando su naturaleza verdadera y antinatural. En Cristo, que es el nuevo Adán, no hay pecado. Y por lo tanto, no hay muerte. Aceptó la muerte porque asumió toda la tragedia de nuestra vida. Eligió llevar su vida a la muerte, para destruirla, y para romper el dominio del mal. Su muerte es la revelación última y final de su perfecta obediencia y amor. Sufrió por nosotros el terrible dolor de la soledad y la alienación absoluta: “¡Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado!” (Marcos 15:34). Entonces, aceptó el horror último de la muerte con el grito agonizante: “Está cumplido” (Juan 19:30). Su grito fue, al mismo tiempo, una indicación de que Él tenía el control de su muerte, y de que Su obra de redención estaba cumplida, terminada, llevada a su fin. ¡Qué asombro!
Mientras nuestra muerte es una insatisfacción radical, la suya es un total cumplimiento. Jesús no vino al encuentro de la muerte con una serie de teorías filosóficas, pronunciamientos vacíos o vagas esperanzas. Se encontró con la muerte en persona, frente a frente. Rompió el puño de hierro de este antiguo enemigo por el increíble pacto de morir y vivir de nuevo. Ahuyentó su opresiva oscuridad y sus crueles sombras penetrando en los abismos más profundos del infierno. Abrió la fortaleza de la muerte y llevó a los cautivos a la expansión sin límite de la vida verdadera. Un milenio antes, Job, un hombre noble y justo que sufrió una miseria indecible, hizo esta pregunta: “Muerto el hombre, ¿podrá volver a vivir?” (Job 14:14). Pasaron eras antes de que esta cuestión fundamental recibiera una auténtica respuesta. Muchos ofrecieron teorías, pero nadie habló con autoridad. La respuesta vino del que estuvo junto a los cuerpos inmóviles de dos jóvenes, la hija de Jairo y el hijo único de la viuda, y los resucitó de los muertos (Lucas 8:41; 7:11). La respuesta vino de Aquel que se acercó a la tumba de Su amigo Lázaro que había estado muerto durante cuatro días y lo llamó de la muerte a la vida (Juan 11). La respuesta vino de Jesús, que estaba camino a su propia horrible muerte en la Cruz y que resucitó al tercer día. El día de la muerte de Cristo se ha convertido en nuestro verdadero cumpleaños. “En el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, la muerte adquiere un valor positivo. Aunque física o biológica, la muerte aún parezca reinar, ya no es la etapa final de un largo proceso destructivo. Se ha convertido en la puerta indispensable, así como el signo seguro de nuestra última Pascua, nuestro paso de la muerte a la vida, en vez de la vida a la muerte. Desde el principio, la Iglesia ha observado una conmemoración anual de los tres días decisivos y cruciales de la historia sagrada, es decir, el Gran Viernes, el Gran Sábado y el Día de Pascua. El Gran Viernes y Sábado se han conmemorado como días de profundo dolor y ayuno estricto desde la antigüedad cristiana. El Gran Viernes y Sábado dirigen nuestra atención al juicio, crucifixión, muerte y entierro de Cristo. Nos situamos en el asombroso misterio de la humildad extrema de nuestro sufriente Dios. Por lo tanto, estos días son, a la vez, días de profunda tristeza y de expectación vigilante. El Autor de la vida está en la labor de transformar la muerte en vida: “Venid, veamos a nuestra Vida yaciendo en la tumba, para que pueda dar la vida a los que están en sus tumbas yaciendo muertos” (Estíquera de maitines del Gran Sábado). Litúrgicamente, el profundo y asombroso hecho de la muerte y entierro de Dios en la carne está marcado por una especie de silencio particular, es decir, por la ausencia de celebración eucarística. El Gran Viernes y el Gran Sábado son los dos únicos días del año en el que no se celebra asamblea
eucarística. Sin embargo, antes del siglo XII se tenía la costumbre de celebrar la Liturgia de los Dones Presantificados en el Gran Viernes. El foco central del Gran Viernes está en la pasión, muerte y entierro de nuestro Señor Jesús Cristo. El comentario (ipomnima) en el Tríodo lo recoge así: “En el Gran y Santo Viernes celebramos los santos, salvíficos y asombrosos sufrimientos de nuestro Señor Dios y Salvador Jesús Cristo: los salivazos, los golpes, la flagelación, la maldición, la burla; la corona de espinas, el manto púrpura, la vara, la esponja, el vinagre y la hiel, los clavos, la lanza; y por encima de todo, la cruz y la muerte, que voluntariamente sufrió por nosotros. También conmemoramos la confesión salvadora del ladrón agradecido que fue crucificado con Él”. A causa de este énfasis en la pasión del Señor, el oficio de maitines del Gran Viernes a menudo se refiere en los libros litúrgicos con el oficio de los Santos Sufrimientos o Pasión (I Akolouthia ton Agion Pathon). Los himnos de este oficio particular son especialmente inspiradores, ricos y poderosos. Los divinos oficios del Gran Viernes, con la riqueza de sus grandes lecciones de la Escritura, la excelente himnografía y las vivas acciones litúrgicas conducen a la pasión de Cristo al centro principal de su significado cósmico. Los siguientes himnos de maitines, las Horas y las vísperas nos ayudan a ver cómo entiende y celebra la Iglesia el asombroso misterio de la pasión y muerte de Cristo. “Hoy, el que colgó la tierra sobre las aguas es colgado sobre la Cruz. El que es Rey de los ángeles está vestido con una corona de espinas. El que envuelve el cielo con las nubes, es envuelto en la púrpura de la burla. El que estableció libre a Adán en el Jordán, recibe golpes en el rostro. El Novio de la Iglesia es traspasado por clavos. El Hijo de la Virgen es atravesado con una lanza. Veneramos tu pasión, oh Cristo. Muéstranos también Tu gloriosa Resurrección” (Decimoquinta antífona). “Cuando los transgresores te clavaron a la Cruz, oh Señor de la gloria, tu les clamaste: ¿Cómo os he afligido? ¿O en qué os he enfurecido? Antes de mí, ¿quién os liberó de la tribulación? ¿Y cómo me pagáis ahora? Me habéis dado mal por bien; a cambio de la columna de fuego, me habéis clavado en la Cruz; a cambio de la nube, me habéis cavado una fosa. En vez del maná, me habéis dado hiel; en vez de agua, me habéis dado a beber vinagre. En adelante llamaré a los gentiles, y ellos me honrarán con el Padre y el Espíritu Santo”.


Hora Novena

“Un terrible y maravilloso misterio vemos suceder en este día. Aquel a quien nadie puede tocar, es apresado; el que libera a Adán de la maldición, es atado. El que prueba los corazones y los pensamientos
internos del hombre es injustamente llevado a juicio. El que cerró el abismo ha sido encarcelado. Aquel ante quien los poderes del cielo están en pie con temor, está en pie ante Pilato; el Creador es golpeado por la mano de la criatura. El que viene a juzgar a los vivos y a los muertos, es condenado a la Cruz; el Destructor del infierno es encerrado en una tumba. ¡Oh Tú, que soportas todas las cosas por tu amor compasivo, que salvaste a los hombres de la maldición, oh sufriente Señor! ¡Gloria a Ti!”.


Estíqueras de vísperas

“Por tu propia voluntad fuiste encerrado en la carne, en la tumba, y sin embargo, en Tu divina naturaleza permaneces Incircunscrito y sin límites. Has silenciado el lamento del infierno, y has vaciado sus palacios. Has honrado este sábado con Tu divina bendición con Tu gloria y Tu resplandor”.


Aposticas de vísperas Observaciones generales

En la moderna práctica litúrgica, la Iglesia celebra tres oficios divinos durante el Gan Viernes: los maitines, las Grandes Horas y las Grandes Vísperas


Los maitines del Gran Viernes

Por razones que ya hemos mencionado antes, los maitines del Gran Viernes se celebran con anticipación en la noche del Gran Jueves. Este oficio es el más largo de los oficios divinos actualmente en uso en la Iglesia. Estructuralmente, son maitines de un día de ayuno modificado con muchas y diferentes características únicas que le dan su propia identidad especial y carácter. La primera característica sobresaliente y única de este oficio es que contiene una serie de doce lecturas de la Pasión. A causa de esto, los maitines son conocidos en la piedad popular como el Oficio de los Doce Evangelios (Akolouthia ton Thodeka Evagelion). Las doce perícopas se leen en varios intervalos durante el largo oficio. La primera perícopa, del Evangelio de San Juan (13:21, 18:1) cuenta el relato del discurso del Señor con los discípulos en la Cena Mística. Las diez siguientes perícopas tratan de los relatos de los sufrimientos del Señor como son contados en los
Evangelios. La última perícopa expone un relato sobre el entierro del Señor y el sellado de la tumba. La respuesta después de cada Evangelio es una variación de la usual: “Gloria a tu longanimidad, Señor, Gloria a Ti”. El centro de nuestra alabanza es la paciencia de nuestro Dios. Esta fórmula litúrgica diferente significa la profunda reverencia con la que nos acercamos a la maravilla de la condescendencia divina. Otra característica notable de este oficio es la solemne procesión con la gran cruz del santuario, conocida en el lenguaje litúrgico como “Estavromenos”: El Crucificado. Después del quinto Evangelio, en la decimoquinta antífona, el sacerdote saca la cruz del Santuario en una procesión solemne y la pone en medio de la Iglesia. Este rito es relativamente nuevo. Se originó en la Iglesia de Antioquía y fue introducido en la Iglesia de Constantinopla en el año 1864 durante el gobierno patriarcal de Sofronio. A partir de ahí, encontró camino en todas las iglesias de habla griega. La práctica fue autentificada y formalizada para su inclusión en el Tipicón de 1888. El rito tiene sus raíces en una antigua práctica litúrgica de la Iglesia de Jerusalén. Se nos dice en documentos de finales del siglo IV, que existía la costumbre en Jerusalén de mostrar la reliquia de la verdadera Cruz en la Iglesia de la Resurrección durante el Gran Viernes. La procesión de la cruz se ha convertido en el punto central del oficio. De ahí que en el lenguaje popular a menudo se refiera a este oficio como el Oficio del Crucificado (I Akolouthia tou Estavromenou). A continuación se dirá más sobre la procesión. Otra característica de este oficio de maitines es la inclusión de un grupo de quince antífonas, es decir, un conjunto de himnos que fueron utilizados una vez como respuestas a un número correspondiente de Salmos. Los salmos se suprimieron hace mucho tiempo. Sólo han permanecido en uso los troparios de las antífonas. El himno más célebre del oficio de maitines, es el himno de la antífona decimoquinta, “Simeron krepatai epi xilou...”, “Hoy, el que colgó la tierra sobre las aguas, es colgado en la Cruz...”. Otra característica de este oficio es la inclusión de las Bienaventuranzas (Makarismoi). Son cantadas después del sexto Evangelio. Los himnos son intercalados entre los versos de las Bienaventuradas.


Las Grandes Horas (I Megali Ori)

Además de las Vísperas y los Maitines, el ciclo diario de la adoración contiene las Completas (Apodeipnon) y el Oficio de Medianoche (Mesoniktikon) y el Oficio de las Horas. Estos últimos oficios tienen sus raíces en las prácticas devocionales de los primeros cristianos, y especialmente en la adoración común de las comunidades monásticas.
Cada una de las cuatro Horas tiene un nombre numérico, derivado de una de las principales horas del día o intervalos del día como se conocían en la antigüedad: Primera (Proti, correspondiente a nuestra salida del sol); Tercia (Triti, nuestra media mañana o 9 de la mañana); Sexta (Ekti, nuestro mediodía); y Novena (Enati, nuestra media tarde o 3 de la tarde). Cada hora tiene un tema particular, y algunas veces un sub-tema, basado en algunos aspectos de los acontecimientos de los hechos de Cristo y la historia de la salvación. Los temas generales de las Horas son: la Venida de Cristo, la verdadera luz (Primera); el descenso del Espíritu Santo (Tercia); la pasión y crucifixión de Cristo (Sexta); la muerte y entierro de Cristo (Novena). La oración central de cada Hora es la Oración del Señor. Además, cada Hora tiene un conjunto de tres salmos, himnos, una oración común, y una oración distintiva para la Hora. Se producen pequeñas variaciones en el Oficio de las Horas en los días festivos, así como en los días de ayuno. Por ejemplo, en lugar del tropario regular, se leen los apolitikios de la fiesta, y en caso del Gran Ayuno, se añaden al final las oraciones penitenciales. Sin embargo, se produce un cambio radical en el Oficio de las Horas durante el Gran Viernes. El contenido se altera y se expande con un conjunto de troparios y lecturas de las Escrituras (profecía, epístola y Evangelio), para cada hora. Además, dos de los tres salmos en cada una de las horas se sustituyen con salmos que reflejan temas del Gran Viernes. Mientras que el salmo fijado y establecido del oficio refleja el tema de la Hora particular, los salmos variables reflejan el tema del día. En su versión expandida, estas Horas son llamadas las Grandes Horas. Son conocidas también como las Horas Reales. Los oficios de las Horas regulares se encuentran en el Horologion. Sin embargo, el oficio de las Grandes Horas del Gran Viernes, se encuentra en el Tríodo. Originalmente, cada Hora se leía en el momento adecuado del día. En una segunda etapa de desarrollo, la Hora Primera se añadió a los maitines, la Tercia y Sexta se leían juntas al final de la mañana, y la Novena precedía a las Vísperas. En un último desarrollo, las cuatro Horas del Gran Viernes se reagruparon juntas y se leen seguidas en la mañana del Gran Viernes como un solo oficio.


Las Grandes Vísperas

En la tarde del Gran Viernes, llevamos a cabo el oficio de las Grandes Vísperas con gran solemnidad. Este oficio de Vísperas concluye el recuerdo de los acontecimientos de la pasión del Señor, y nos conduce a la expectación vigilante mientras contemplamos el misterio del descenso del Señor al hades, el tema del Gran Sábado.
En el lenguaje popular, el Oficio de Vísperas del Gran Viernes es llamado a menudo “La Apocathelosis”, un nombre derivado de la recreación litúrgica del descendimiento de Cristo de la Cruz. El oficio se caracteriza por unos dramáticos hechos litúrgicos: el descenso o “Apocathelosis”, (literalmente el “desclavado”), y la procesión del Epitafios (Epitafios, es decir, el icono que representa el entierro de Cristo envuelto en una larga tela). El rito de la Apocathelosis se originó en la Iglesia de Antioquía. Durante el transcurso del siglo IX, llegó a Constantinopla, y de ahí, pasó gradualmente a la Iglesia de Grecia. En Constantinopla recibió la forma en que lo conocemos hoy. Antes de la introducción de la solemne procesión del Estavromenos en los Maitines y el rito de la Apocathelosis en las Vísperas, las iglesias practicaban dos rituales muy simples. Primero, en la decimoquinta antífona de los Maitines, se llevaba un icono de la crucifixión hasta el proskynetarion que estaba en medio de la iglesia. Segundo, en el oficio de Vísperas, el Epitafios era llevado en procesión solemne al Kouvouklion. En la Iglesia de Antioquía, estos dos rituales se desarrollaron en diferentes líneas. Primero, en vez de un icono, se llevaba en procesión una gran cruz durante los maitines. Se puso sobre la cruz una figura móvil de Cristo crucificado. Segundo, en el oficio de Vísperas, el Epitafios se llevaba en procesión en el momento indicado y se ponía en el Kouvouklion. Entonces, la figura de Cristo crucificado era bajada de la cruz y puesta en el Kouvouklion. La figura se cubría con una tela y flores. Al final, se ponía el Evangelio en el Kouvouklion. Estos ritos recibieron una nueva forma cuando pasaron a la Iglesia de Grecia. El rito de la Apocathelosis fue magnificado y acentuado especialmente por la inclusión de la lectura del Evangelio en el oficio de Vísperas. Mientras el sacerdote entonaba los pasajes de la lección que narra el hecho del descendimiento, el diácono desclavaba al Crucificado. La figura de Cristo crucificado era bajada de la cruz y cubierta con una nueva vestidura de lino. La figura era recibida por el sacerdote, y llevada al santuario y puesta sobre la santa mesa. Después de esto el sacerdote concluía la lectura del Evangelio. Esta representación dramática del Descenso se ha convertido en una práctica preeminente en la Iglesia griega. La procesión con el Epitafios es el segundo acto litúrgico significativo de este oficio. Parece ser que este rito se desarrolló alrededor del siglo XV. En algunas descripciones del ritual, la procesión tiene lugar durante las aposticas, mientras que en otros tiene lugar en el apolitikion. Según el mandato del texto patriarcal, la procesión del Epitafios tiene lugar en las aposticas. Muchas descripciones de la procesión presuponen una presencia de varios clérigos. Miremos una de esas descripciones. El Epitafios es incensado por el sacerdote mayor. Luego es levantado por otros cuatro sacerdotes que lo
llevan por encima de la cabeza del sacerdote mayor. Este toma el Libro del Evangelio. El diácono precede llevando el incensario. Sin embargo, es obvio que este elaborado ritual no puede ser hecho por un solo sacerdote, como es el caso de muchas parroquias de hoy en día. Por esta razón, el ritual se ha simplificado en la práctica litúrgica actual. Cuando están presentes dos clérigos, ambos llevan el Epitafios. El sacerdote mayor precede llevando el Evangelio en una mano y el Epitafios sobre su cabeza en la otra. El segundo sacerdote o el diácono lleva el otro final del Epitafios sobre su cabeza. Si sólo hay un sacerdote, lleva el Epitafios sobre su cabeza y lleva el Evangelio en la otra mano. Dos acólitos van detrás de él llevando los otros dos extremos el Epitafios. También es propio que el Epitafios sea llevado por cuatro acólitos por encima de la cabeza del sacerdote. Sin embargo, este hecho es muy raro en el uso normal. El Epitafios es llevado por en alto, por encima de la cabeza, como signo de profunda reverencia. El Evangelio. Es importante en este punto decir algo sobre la forma en que es llevado el Evangelio en la procesión del Epitafios del Gran Viernes. En la tradición litúrgica de nuestra Iglesia, el Evangelio está considerado como el icono principal de Cristo. Por lo tanto, cuando comenzaron a desarrollarse los rituales de la pasión, se dio especial atención al Libro del Evangelio por la forma en la que estaba adornado. Mucho antes de que el Epitafios fuera introducido en la Liturgia del Gran Viernes, era el Evangelio, cubierto con el aer, lo que se llevaba el procesión. El aer simbolizaba el sudario. Para ilustrar aún más la muerte de Cristo, el Evangelio se llevaba en posición horizontal en el hombro derecho del celebrante, en vez de la habitual posición vertical. El icono. En el Gran Viernes, además de la cruz y el Epitafios, se expone el icono conocido como “Ajra Tapeinosis” (La Extrema Humildad). Este icono representa el cuerpo muerto de Cristo crucificado en posición vertical en la tumba con la Cruz en el fondo. Combina dos asombrosos hechos del Gran Viernes, la crucifixión y el entierro de Cristo.


Ayuno. El Gran Viernes es un día de ayuno estricto, un día de Xerofagia

Preparaciones litúrgicas. Antes del oficio, el sacerdote se ha asegurado de que: el Epitafios esté preparado; el kouvouklion (el templete donde se pondrá el epitafios) esté decorado; haya abundantes flores para distribuir a los fieles; y de que se compre un nuevo paño de lino blanco para usarse en la Apocathelosis. También prepara una bandeja con pétalos de rosas y un frasco que contenga agua de rosas o cualquier otra agua fragante, que se usará tras la procesión del Epitafios.
El Estavromenos. La Cruz, puesta en medio de la iglesia en los maitines, permanece allí durante los oficios del Gran Viernes. Sin embargo, para hacer espacio para el kouvouklion, se debería mover más cerca del santuario antes del oficio de Vísperas. Al final del oficio de los maitines del Gran Sábado, la Cruz se devuelve a su lugar habitual en el santuario. Por costumbre, la corona de flores permanece en la cruz hasta la Apódosis (final) de Pascua. Sin embargo, las velas se quitan. El Kouvouklion se decora antes del oficio de vísperas. Tras la lectura del Evangelio y antes de la procesión del Epitafios, se mueve en medio de la iglesia frente a la cruz. La cruz y el Kouvouklion se ponen frente a las Puertas Reales en medio de la iglesia. La distribución de las flores: en la práctica actual, las flores se distribuyen normalmente al final de los maitines del Gran Sábado. Sin embargo, en algunas parroquias se ha hecho habitual distribuir las flores también al final de las vísperas del Gran Viernes, especialmente a los niños, que no pueden estar presentes hasta el último oficio. 
 
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El Gran y Santo Viernes (Viernes Santo)

Los maitines del Viernes Santo se celebran generalmente el jueves por la noche. La principal característica de este oficio es la lectura de los Doce Evangelios, que son todos relatos de la pasión de Cristo. La primera de estas doce lecturas es Juan 13:31; 18:1. Es el discurso más largo de Cristo con sus apóstoles y termina con la llamada gran oración sacerdotal. El Evangelio final cuenta sobre el sellado de la tumba y el establecimiento de los guardias (Mateo 27:62-66).

La lectura de los Doce Evangelios de la pasión de Cristo, se sitúan entre las diferentes partes del oficio. La himnología está relacionada con los sufrimientos del Salvador y se inspira en gran medida de los Evangelios, las escrituras proféticas y los salmos. Las bienaventuranzas del Señor se añaden al oficio después de la lectura del sexto evangelio, y se da un énfasis especial a la salvación del ladrón, que reconoció el Reino de Cristo.

Las Horas del Viernes Santo repiten los Evangelios de la Pasión de Cristo, con el añadido en cada Hora de las lecturas proféticas del Antiguo Testamento con relación a la redención de los hombres, y de las cartas de San Pablo, relativas a la salvación del hombre mediante los sufrimientos de Cristo. Los salmos utilizados también son de un marcado carácter profético: por ejemplo, los salmos 2, 5, 22, 109, 139....

No hay Divina Liturgia el Viernes Santo, por la razón obvia de que está prohibida la celebración eucarística en los días de ayuno de Cuaresma. 
 
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El Gran y Santo Jueves


La vigilia de la víspera del Jueves Santo está dedicada exclusivamente a la Cena de Pascua, que Cristo celebró con sus doce apóstoles. El tema principal de este día es la cena misma, en la que Cristo mandó que la Pascua del Nuevo Convenio se comiera en memoria de Él, de su Cuerpo quebrado y su Sangre derramada para la remisión de los pecados. La traición de Judas y el lavado de los pies de los discípulos por Cristo, también es el tema central de la conmemoración litúrgica de este día.

En las catedrales es costumbre que el obispo lave los pies en una ceremonia especial después de la Divina Liturgia.

En la vigilia del Jueves Santo, se lee el Evangelio de San Lucas sobre la Cena del Señor. En la Divina Liturgia, el Evangelio es una composición de todos los relatos de los evangelistas sobre el mismo hecho. Los himnos y las lecturas de este día también se refieren al mismo misterio central.

“Cuando tus gloriosos discípulos fueron iluminados en el lavado de sus pies después de la cena, el impío Judas fue oscurecido por la enfermedad de la avaricia, y te traicionó ante los jueces sin ley, oh Justo Juez. He aquí, oh amante del dinero, este hombre, a causa de la avaricia, se ha ahorcado a sí mismo. ¡Huyamos del insaciable deseo que se atrevió a tales cosas contra el Maestro! ¡Oh Señor, que te ocupas justamente de todo, gloria a Ti!” (Tropario del Jueves Santo).

“Vayamos a las regiones del Maestro, a la Mesa de al Inmortalidad, al lugar alto, con mentes elevadas, oh fieles, y comamos con deleite...”. (Oda novena del canon de Maitines).

El jueves santo, se oficia la Divina Liturgia de San Basilio junto con las Vísperas. Se lee el largo Evangelio de la Última Cena, tras las lecturas del Éxodo, Job, Isaías, y la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios (1ª Corintios 11). El siguiente himno sustituye al Himno de los Querubines en el ofertorio de la Liturgia, y sirve también como Himno de Comunión y Post-Comunión.

“A tu mística cena, oh Hijo de Dios, acéptame hoy. No revelaré el misterio a tus enemigos, ni te daré el beso de Judas, sino que como el ladrón, confieso: Acuérdate de mí, oh Señor, en Tu Reino”.

La celebración litúrgica de la Cena del Señor, el Jueves Santos, no es simplemente el recuerdo anual de la institución del sacramento de la Santa Comunión. De hecho, el simple evento de la Cena Pascual no fue simplemente la última acción del Señor de “instituir” el sacramento central de la Fe cristiana antes de Su pasión y muerte. Por el contrario, toda la misión de Cristo, y de hecho el propósito para la creación del mundo en primer lugar, es que la criatura amada por Dios, creada a Su divina imagen y semejanza, pudiera estar en la más íntima comunión con el por la eternidad, sentado con Él a su mesa, comiendo y bebiendo en su reino sin fin.

Así, Cristo, el Hijo de Dios, habla a sus apóstoles en la cena, y a todos los hombres que escuchen sus palabras y crean en Él y en el Padre que lo envió:

“No tengas temor, pequeño rebaño mío, porque plugo a vuestro Padre daros el Reino” (Lucas 12:32).

“Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Y Yo os confiero dignidad real como mi Padre me la ha conferido a Mí, para que comáis y bebáis a mi mesa y en mi reino...” (Lucas 22:28-30).

En un sentido real, es cierto decir que el Cuerpo atravesado y la sangre derramada de la que Cristo habla en su última cena con sus discípulos, no era simplemente una anticipación y adelanto de lo que estaba por venir, pero lo que estaba por venir (la Cruz, la tumba, la resurrección al tercer día, la ascensión al cielo), aconteció precisamente para que los hombres pudieran ser bendecidos por Dios para estar en santa comunión con Él por siempre, comiendo y bebiendo en la mística mesa de Su Reino, que no tendrá fin.

Así, la “Mística Cena del Hijo de Dios”, que se celebra continuamente en la Divina Liturgia de la Iglesia cristiana, es la esencia de lo que será la vida en el Reino de Dios por toda la eternidad.

“Feliz el que pueda comer en el reino de Dios” (Lucas 14:15).

“Dichosos los convidados al banquete nupcial del Cordero” (Apocalipsis 19:9). 
 
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Tuesday, April 3, 2018

Gran Lunes, Martes y Miércoles


La primera parte de la Gran Semana nos presenta una colección de temas basados principalmente en los últimos días de la vida terrenal de Jesús. La historia de la Pasión, como es contada y recopilada por los evangelistas, está precedida por una serie de incidentes ocurridos en Jerusalén y una colección de parábolas, dichos y discursos centrados en la filiación divina de Jesús, el reino de Dios, la Parusía y el castigo de Jesús de la hipocresía y los oscuros motivos de los líderes religiosos. Las celebraciones de los tres primeros días de la Gran Semana están enraizados en estos incidentes y dichos. Los tres días constituyen una sola unidad litúrgica. Tiene el mismo ciclo y sistema de oración diaria. Las lecciones de la Escritura, los himnos, las conmemoraciones y las ceremonias que conforman los elementos festivos en los respectivos oficios del ciclo destacan aspectos significativos de la historia de la salvación, haciendo recordar los acontecimientos que anticiparon la Pasión y proclamando la inevitabilidad y significado de la Parusía. Es interesante señalar que los maitines de cada uno de estos días es llamado el Oficio del Novio (Akolouthia tou Nimfiou). El nombre procede de la figura central de la conocida parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13). El título “Novio” sugiere la intimidad del amor. No deja de ser significativo que el reino de Dios sea comparado a una fiesta de bodas y a una cámara nupcial. El Cristo de la Pasión es el divino Novio de la Iglesia. La imaginería connota la unión final del Amante y la amada. El título “Novio” también sugiere la Parusía. En la tradición patrística, la parábola antes mencionada está relacionada con la Segunda Venida, y está asociada con la necesidad de la vigilancia espiritual y la preparación, por la que somos capaces de guardar los mandamientos divinos y recibir las bendiciones del siglo venidero. Además, conocer algo sobre la estructura de los maitines nos ayudará a mejorar nuestra comprensión del uso de la imagen del Novio. Se ha mostrado que, tras el llamado Oficio Real y el Hexasalmo, la primera parte de los maitines, como la conocemos y la practicamos hoy, es una versión antigua del oficio monástico de Medianoche. El oficio de Medianoche está centrado principalmente en el tema de la Parusía y está unido a la noción de vigilancia. El tropario “He aquí que viene el Novio a media noche...”, que se canta al inicio de los maitines del Gran Lunes, Martes y Miércoles, une a la comunidad de fieles a esta expectación esencial: vigilar y esperar al Señor, que vendrá de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos.
Aunque cada día tiene su propio carácter distintivo y su propia conmemoración específica, comparten muchos temas comunes entre los que están los siguientes.


Conflicto, juicio y autoridad

Los últimos días fueron especialmente tristes y sombríos. La implacable hostilidad y oposición a Jesús por parte de las autoridades religiosas ha alcanzado proporciones incomparables. En medio de este penoso conflicto, Jesús reveló aspectos de su autoridad divina juzgando los planes malvados y la falsa religiosidad de sus enemigos. La beligerancia sin tregua de los adversarios de Jesús fue completamente desenmascarada en los días precedentes a la crucifixión. Los líderes de todos los partidos y facciones religiosas colaboraron y conspiraron para atraparlo, humillarlo y matarlo. Ante las trampas de sus enemigos cercanos, Jesús predijo abiertamente su muerte y su posterior glorificación. Sus palabras fueron una clara declaración de que su muerte era voluntaria y se disponía en el marco del divino plan de salvación del mundo. El poder que Él ejercía sobre sus enemigos era concedido y controlado por Dios (Juan 12:20). La Iglesia conmemora la Pasión, no como feos episodios causados por hombres viles y despreciables, sino como el sacrificio voluntario del Hijo de Dios.

El mal con su completo absurdo irrumpió violentamente sobre la Cruz, para destruir y eliminar a Jesús y negar y abolir su mensaje. Sin embargo, fue en sí mismo el mal el que se hacía fundamentalmente impotente e ineficaz a causa de la soberanía del amor y la vida de Dios. Aunque el mal asalta a los santos de Dios, no puede destruirlos.

Los relatos del Evangelio que cuentan los hechos que condujeron a la crucifixión también incluyen muchas parábolas y discursos en los que Jesús criticaba severamente a los líderes religiosos por su incredulidad, obstinación, autoritarismo e hipocresía. La severa crítica a las clases religiosas (Mateo 21:28, 23-36) es otro claro signo de la autoridad y excelencia de Jesús. Al preservar estos dichos de Jesús, los evangelistas declaran que Cristo “no es sólo un maestro único, sino también el mayor juez. Es el único con autoridad que tiene derecho a juzgar y condenar” la mala y falsa fe y actividad religiosa. Ninguna enfermedad del espíritu es más insidiosa, engañosa y destructiva que la falsa religiosidad, que puede ser definida sucintamente como legalismo y exhibicionismo religioso. Jesús lo condenó rotundamente. Advirtió contra aquellos cuyas vidas estás medidas por ceremonias en vez
de por la santidad, la misericordia y el amor de Dios, y contra aquellos cuyas malas motivaciones, intenciones e incorrecciones están vestidas con la respetabilidad de los aspectos externos de la fe y la vida religiosa. La falsa religiosidad es un cruel engaño y una traición a la auténtica fe religiosa. Los practicantes de tal fe artificial cierran el reino de los cielos a los hombres, pues ni entran ellos, ni permiten que aquellos que quieran entrar lo hagan (Mateo 23:73).


Duelo y arrepentimiento

El tono de la Gran Semana es claramente sombrío y triste. Incluso las vestiduras del altar y del sacerdote, según una antigua tradición, son negras. Sin embargo, la asamblea litúrgica no se reúne para velar a un héroe muerto, sino para recordar y conmemorar un hecho de significado cósmico: el Hijo de Dios experimentando en Su humanidad toma forma de sufrimiento a manos de hombres débiles, mal dirigidos y malignos. Lloramos nuestros pecados y estamos en silencio contrito ante el asombroso e insondable misterio de Cristo, el Dios-Hombre (Zeántropos), que lleva su kenosis a límites extremos aceptando la muerte en la Cruz (Filipenses 2:5-8). La Gran Semana nos revela la vergüenza absoluta de la Caída, las profundidades del infierno, el paraíso perdido, y la ausencia de Dios. ¡Y así nos dolemos! No hay otra forma de luchar contra nuestra rebelión y con la insondable humildad de Dios y su condescendencia excepto experimentando el quebranto del corazón. A partir de este duelo es de donde nace el arrepentimiento, para ser experimentado como el compromiso honesto del largo proceso de vida de comprender, aceptar y elegir seguir los valores de la vida cristiana.

La liturgia de los días del “Novio” representa la llamada más urgente y enfática a tal arrepentimiento (metanoia). A los fieles se les recuerda que no hay pecado mayor como el de desafiar los límites de la misericordia divina, pues Cristo da a todos el poder de matar el pecado y compartir Su victoria. En la Cruz, Jesús tiene una visión de todos aquellos por los que muere. Ve a cada uno de nosotros individualmente, salvándonos por su muerte y por su amor... Hizo esto para permitir que Dios entrara allí donde haya sufrimiento humano, incluso en el abismo de la muerte, acompañando al hombre a las profundidades del sufrimiento para levantarlo de nuevo y llevarlo de vuelta a la vida, elevándolo al cielo y poniéndolo a la derecha del Padre. El Hijo de Dios muere como hombre para que el Hijo del Hombre pueda levantarse de nuevo como Dios. El Hijo de Dios tuvo que
experimentar la angustia de la ausencia de Dios para que todos los hombres que murieran pudieran recuperar la presencia de Dios: esto es la salvación.


La Parusía

En los días y horas antes de Su pasión, Jesús habló a sus discípulos sobre la Parusía, es decir, Su segunda venida gloriosa. Nos invita también al inicio de la Gran Semana a acercarnos al misterio y a reflexionar su sentido y significado para nuestra propia vida y la vida del mundo. En la Iglesia reconocemos que la vida eterna ha penetrado en nuestra finitud. Sin embargo, también sabemos que la completa realización y revelación del reino de Dios, que ya ha comenzado a desarrollarse secretamente en el mundo, se producirá solo al final de los tiempos, en la Parusía. La Parusía es la intervención climática de Dios en la historia del cosmos. Es el Último Día, cuando Cristo vendrá en Su gloria para juzgar a los vivos y a los muertos (Mateo 16:27; 25:31). Entonces, todas las cosas serán hechas nuevas (Apocalipsis 21:5). Aunque sólo tenemos un conocimiento parcial de las cosas que pertenecen al Último Día, algunas son claras y ciertas. Los tiempos del fin aparecerán de repente y cuando menos lo esperemos (1ª Tesalonicenses 5:2-3). El momento exacto de la Parusía sólo lo conoce Dios el Padre (Mateo 24:36; Hechos 1:7). Sin embargo, según la palabra de Jesús, este dramático y decisivo hecho que marcará el repentino final de la historia, estará precedido por ciertos signos que señalarán la inminente venida del Novio. Se hace evidente por Sus palabras que la Segunda Venida no se producirá por ningún interludio idílico, sino con calamidades cósmicas sin precedentes, tribulaciones y desastres (Mateo 24:1-51; Marcos 13:1-37; Lucas 21:7-36). La devastación y desolación de los últimos días ha sido prefigurada misteriosamente en los acontecimientos terribles y espantosos que acompañaron a la crucifixión (Mateo 27:27-54). Independientemente de cuándo venga el Último Día, siempre es inminente, espiritualmente cercano en la vida del ser humano. Las incertidumbres y lo impredecible en la vida humana nos permite captar, aunque vagamente, la inminencia de la Parusía. Por ejemplo, la muerte, la indignidad final, la abominación y el enemigo, nos acecha desde el momento en el que nacemos. Para conseguir la victoria de Cristo sobre la corrupción y la muerte, debemos permanecer espiritualmente vigilantes; ser firmes en la fe; utilizar sabiamente los dones concedidos por Dios, y ser conscientes constantemente de la primacía del amor en nuestras relaciones. La vida que vivimos en la carne está llena del potencial y la oportunidad para obtener el cielo o perderlo.
La batalla decisiva contra el mal ya se ha librado y ganado. Sin embargo, la plenitud de esta victoria no será obtenida y manifestada hasta la Parusía. Hasta entonces, los esfuerzos sin sentido, inútiles y torpes del maligno intentarán robarle a la gente su dignidad y destino. Por lo tanto, estamos obligados a guardar las palabras de San Pedro, vivas en nuestra memoria y obrarlas en nuestras vidas. Escribió: “Humillaos por tanto bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os ensalce a su tiempo. Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él mismo se preocupa de vosotros. Sed sobrios y estad en vela: vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos sufren vuestros hermanos en el mundo. El Dios de toda gracia, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de un breve tiempo de tribulación, Él mismo os hará aptos, firmes, fuertes e inconmovibles” (1ª Pedro 5:6-10). La Iglesia siempre está orientada hacia el futuro, al siglo venidero. Así, es eskhaton o Último Día, que marcará el comienzo del reino de Dios en poder y gloria, forma parte de una constante referencia tanto como personas, como comunidad. “La Iglesia no muestra su identidad por lo que es, sino por lo que será.... Debemos pensar del eskhaton como el inicio de la vida de la Iglesia, el “arjé” (principio), que hace nacer a la Iglesia, le da su identidad, la sostiene e inspira en su existencia. La Iglesia existe, no porque Cristo muriera sobre la Cruz, sino porque Él se levantó de entre los muertos, lo cual significa que el reino ha venido. La Iglesia refleja el futuro, la etapa inicial de las cosas, no un hecho histórico del pasado”. Esta visión escatológica es una característica fundamental de nuestra fe. Modela la conciencia de los cristianos ortodoxos y guía la vida y actividad de la Iglesia. La Iglesia es, ante todo, una comunidad de fieles constituida por la presencia del amor de Dios. Establecida por la acción redentora de Dios, sostenida y vivificada por el Espíritu Santo, la Iglesia en oración siempre está constituida y actualizada como el Cuerpo de Cristo. Impregnada por la gozosa y abrumadora presencia de Cristo resucitado (Mateo 28:20), la Iglesia está llamada a compartir Su resurrección, la vida deificada y a anhelar y esperar la venida en plenitud de la manifestación de Su gloria y poder (2ª Pedro 3:12). El siglo venidero, (el reino de Dios), es conocido y experimentado por los fieles tanto como un don y como una promesa, es decir, algo dado y, al mismo tiempo, algo anticipado. Mediante la adoración en general, y los sacramentos en particular, experimentamos una relación personal con Dios, que infunde Su vida en nosotros. Experimentamos Sus energías increadas, tocando, sanando, restaurando, purificando, iluminando, santificando y glorificando, tanto a la vida humana como al cosmos. Participamos en los hechos salvíficos de la vida de Cristo, para ser continuamente renovados. Experimentamos
continuamente la presencia del Espíritu Santo que mora y se activa dentro de nosotros, conduciéndonos a revestirnos con la vida de la resurrección. Nuestra preparación para el reino ya ha comenzado con nuestro bautismo y crismación. Se sustenta y avanza por medio de la Eucaristía. Los sacramentos nos dan poderes por los que podemos acercarnos a Cristo y a su reino. Estos poderes son dinámicos y están destinados a ser desarrollados por nosotros. Así, nuestra preparación para el reino es un movimiento que envuelve progreso, tanto como un regreso, así como un avance hacia Dios. El progreso comienza con el regreso del hombre de su distanciamiento a su propia autenticidad. Fundamentalmente, esto significa un regreso a Cristo, el arquetipo y modelo del hombre. Al mismo tiempo, este regreso también es un progreso encaminado a Dios. “El regreso es simultáneamente también un progreso hacia adelante, y el progreso hacia adelante es un regreso. Es un regreso de la naturaleza humana a sí misma, y un progreso hacia adelante en si mismo, pero al mismo tiempo es un regreso y un progreso hacia adelante en Dios y Cristo, pues no es posible que haya desarrollo de la naturaleza humana, excepto en Dios y Cristo.... La nueva o futura era se desarrolla promoviendo la disolución o transformación de la era presente”. El siglo venidero no surgirá a partir de algún progreso evolutivo biológico o histórico, ni será simplemente el resultado de logros humanos mediante un constante avance de la civilización. Efectivamente, el nuevo mundo se está obrando por sí mismo, pero en el misterio de la fe, oculto a los sabios de este mundo (1ª Corintios 1:19-21; 2:6-9). El reino, después de todo, es de Dios y no del hombre. Sin embargo, la “era mesiánica comenzada por la Encarnación sólo puede ser establecida con la colaboración de la humanidad. Esta colaboración es llamada sinergia. Nos preparamos para la Segunda Venida, el triunfo final de la justicia y la vida sobre el maligno y la muerte, estando unidos por fe al Salvador crucificado y resucitado”. Además de estos temas compartidos, cada uno de los tres días del “Novio” tiene su propia conmemoración especial que lo distingue de los otros dos.


Gran Lunes

En el Gran Lunes conmemoramos a José el Patriarca, el amado hijo de Jacob. Figura importante del Antiguo Testamento, la historia de José se cuenta en la sección final del Libro del Génesis (caps. 37-50). A causa de sus cualidades excepcionales y su extraordinaria vida, nuestra tradición litúrgica y patrística retrata a José como “tipos Christou”, es decir, como un prototipo, prefiguración o imagen de Cristo. La historia de José ilustra el misterio de la providencia de Dios, promesa y redención. Inocente, casto y justo, su vida nos da testimonio del poder del amor y la promesa de Dios.
La lección que debemos aprender de la vida de José, puesto que conduce a la redención final traída por la muerte y resurrección de Cristo, se resume en las palabras que dirigió a sus hermanos que previamente le habían traicionado: “‘No temáis. ¿Estoy yo acaso en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo dispuso para bien para cumplir lo de hoy, a fin de conservar la vida de mucha gente. Así, pues, no temáis; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros niños’. Y los consoló, hablándoles al corazón” (Génesis 50:19-21). La conmemoración del noble, bendito y santo José nos recuerda que en los grandes hechos del Antiguo Testamento, la Iglesia reconoce las realidades del Nuevo Testamento. Así mismo, en el Gran Lunes la Iglesia conmemora el acontecimiento de la maldición de la higuera (Mateo 21:18-20). En la narración del Evangelio se dice que este acontecimiento sucedió al día siguiente de la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén (Mateo 21:18; Marcos 11:12). Por esta razón, encuentra su sitio en la liturgia del Gran Lunes. El episodio también es muy revelante para la Gran Semana. Junto al acontecimiento de la purificación del templo, este episodio es otra manifestación del divino poder y autoridad de Jesús, y también una revelación del juicio de Dios sobre la incredulidad de las clases religiosas judías. La higuera es símbolo de Israel que se vuelve estéril por su incapacidad de reconocer y recibir a Cristo y Sus enseñanzas. La maldición de la higuera es una parábola en acción, un gesto simbólico. Su sentido no debe perderse por nadie en ninguna generación. El juicio de Cristo sobre los infieles, incrédulos, impenitentes y sin amor será cierto y decisivo en el último día. Este episodio deja claro que el cristianismo nominal no sólo es inadecuado e insuficiente, sino que también es despreciable e indigno del reino de Dios. La genuina fe cristiana es dinámica y fructífera. Impregna a todo el ser y causa un cambio. La fe viva, verdadera e inalterable hace al cristiano consciente del hecho de que ya es un ciudadano del cielo. Por tanto, su forma de pensar, sentir, actuar y ser debe reflejar esta realidad. Los que pertenecen a Cristo deben vivir y caminar en el Espíritu, y el Espíritu hará surgir frutos en ellos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo (Gálatas 5:22-25).


Gran Martes

En el Gran Martes, la Iglesia nos llama a recordar dos parábolas, que están relacionadas con la Segunda Venida. Uno es la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13); la otra es la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30). Estas parábolas señalan la inevitabilidad de la Parusía y se ocupan de temas tales como la vigilancia espiritual, la mayordomía, la responsabilidad y el juicio.
De estas parábolas, aprendemos al menos dos cosas básicas. Primero, el Día del Juicio será igual a la situación en el que las damas de honor (o vírgenes) de la parábola se encontraron a sí mismas: algunas preparadas, y otras no. El tiempo en que uno se decide por Dios es ahora y no en un punto indefinido en el futuro. Si “el tiempo no espera a nadie”, ciertamente la Parusía no es una excepción. La tragedia de la puerta cerrada ‘es que son las personas las que la cierran, no Dios. La exclusión de la fiesta de bodas, es la exclusión del reino por nuestra propia mano. Segundo, se nos recuerda que la vigilancia y la preparación no significan un rendimiento fatigoso, una elaboración sin espíritu de obligaciones formales y vacías. Ciertamente no significa inactividad y pereza. Significa alerta espiritual, atención y vigilancia. La vigilancia es la profunda determinación personal a encontrar y hacer la voluntad de Dios, acogiendo todo mandamiento y virtud, y guardando la mente y el corazón de todo pensamiento y acción maligna. La vigilancia es el intenso amor de Dios. San Hesiquio el Sacerdote lo describe con estas palabras: “Por su Encarnación, Dios nos dio el modelo para una vida santa y nos volvió a llamar de nuestra antigua caída. Además de muchas otras cosas, nos enseñó, tan débiles como somos, que debemos luchar contra los demonios con humildad, ayuno, oración y vigilancia. Pues cuando, tras su bautismo, se fue al desierto y el maligno vino a él como si fuera simplemente un hombre, comenzó su lucha espiritual ayunando y ganó la batalla por este medio, y sin embargo, siendo Dios, y Dios de dioses, no tuvo necesidad de tal medio. Ahora voy a decirte en un lenguaje sencillo y directo lo que considero como tipo de vigilancia que gradualmente purifica la mente de los pensamientos apasionados. Un tipo de vigilancia consiste en examinar muy de cerca cada imagen mental o provocación, pues sólo por medio de una imagen mental puede Satanás fabricar un pensamiento maligno e insinuarlo a la mente para llevarlo por el mal camino. Un segundo tipo de vigilancia consiste en liberar el corazón de todos los pensamientos, manteniendo profundamente en silencio e inmóvil, y en oración. Un tercer tipo consiste en acudir continua e insistentemente al Señor Jesús Cristo pidiendo ayuda. Un cuarto tipo es tener siempre el pensamiento de la muerte en la mente. Estos tipos de vigilancia, hijo mío, actúan como porteros y barra de acceso a los malos pensamientos. Otro tipo que, junto con los demás, también es efectivo, es fijar la mirada en el cielo y no prestar atención a nada material”.


Gran Miércoles

En el Gran Miércoles, la Iglesia invita a los fieles a centrar su atención en dos figuras: la mujer pecadora que ungió la cabeza de Jesús poco antes de la pasión (Mateo 26:6-º3), y Judas, el discípulo que traicionó al Señor. La primera reconoció a Jesús como Señor, mientras que el último se apartó del Maestro. La primera fue hecha libre, mientras que el otro se convirtió en esclavo. La primera heredó el reino, mientras que el otro cayó en la perdición. Estas dos personas ponen ante nosotros preocupaciones y temas relacionados con la libertad, el pecado, el infierno y el arrepentimiento. El sentido completo de estas cosas sólo se puede entender en el contexto y por la perspectiva de la verdad esencial de nuestra existencia humana. La libertad pertenece a la naturaleza y al carácter del ser humano porque ha sido creado a imagen de Dios. El hombre y su verdadera vida se define por su Arquetipo increado que, según los padres griegos, es Cristo. La grandeza última del hombre, en palabras de un teólogo “no encuentra en su ser la mayor existencia biológica, animal racional o política, sino en su ser como animal deificado, en el hecho que constituye una existencia creada que ha recibido el mandato de convertirse en un dios”. En el análisis final, el hombre se vuelve auténticamente libre en Dios, en su habilidad para descubrir, aceptar, perseguir, disfrutar y profundizar en la relación filial que Dios le confiere. La libertad no es algo extraño y accidental, sino intrínseco a la genuina vida humana. No es un artilugio del ingenio y la sabiduría humana, sino un don divino. El hombre es libre, porque su ser ha sido sellado con la imagen de Dios. Ha sido revestido y posee cualidades divinas. Refleja en sí mismo a Dios, que como alguien ha dicho, revela en sí mismo una existencia personal, un distintivo y una libertad”. La verdad última del hombre se encuentra en su vocación para convertirse en una existencia personal consciente, un dios por la gracia. El ejercicio elemental de la libertad radica en la decisión y el deseo consciente de cumplir la vocación para ser una persona o negarlo, para convertirse en un ser de comunión o en una entidad de muerte, para ser un santo o un demonio. Puesto que el hombre es capaz de resistir a Dios y alejarse de Él, puede disminuir y desfigurar la imagen de Dios en Él a límites extremos. Es capaz de hacer un mal uso, abusar, distorsionar, pervertir y degradar los poderes y cualidades naturales con los que ha sido revestido. Es capaz de pecar. El pecado lo convierte en un fraude y en un impostor. Limita su vida al nivel de la existencia biológica, robándole el esplendor y la capacidad divina. Carente de fe y juicio moral, el hombre es capaz de convertir la libertad en libertinaje, rebelión, intimidación, y esclavitud. El pecado es más que romper las reglas y transgredir los mandamientos. Es el rechazo voluntario de una relación personal con el Dios vivo. Es una separación y una alienación, un camino de muerte, “una existencia que no llega a buen término”, usando las palabras de San Máximo el Confesor. El pecado es la negación de Dios y el alejamiento del cielo. Es la seducción,
abducción y cautiverio del alma por medio de provocaciones del maligno, por el orgullo y los placeres insensatos. El pecado es la luz convertida en oscuridad, el heraldo del infierno, el fuego eterno y las tinieblas de afuera. “El infierno”, según un teólogo, “es la libre elección del hombre, es cuando se encarcela a sí mismo en una carencia agonizante de vida, y deliberadamente rechaza la comunión con la amorosa bondad de Dios, la verdadera vida”. Pecar es perder la marca, no darse cuenta de la vocación y destino de uno. El pecado trae el desorden y la fragmentación. Disminuye la vida y causa que las partes más puras y nobles de nuestra naturaleza terminen como pasiones, es decir, facultades e impulsos que se han distorsionado, estropeado, violado, y finalmente se han hecho ajenas a la verdad misma. El pecado no es sólo una disposición. Es una elección deliberada y un hecho. Del mismo modo, el arrepentimiento no es simplemente un cambio de actitud, sino una elección de seguir a Dios. Esta elección implica un cambio radical, existencial, que está más allá de nuestra capacidad para cumplirlo. Es un don revestido por Cristo, que nos lleva a Él por medio de Su Iglesia, para perdonarnos, sanarnos y restaurarnos en su totalidad. El don que nos da es un corazón nuevo y puro. Tras haber experimentado este tipo de reintegración, así como el poder de la libertad espiritual que procede de ella, nos damos cuenta de que una verdadera vida virtuosa es más que el despliegue ocasional de la moralidad convencional. La impresión exterior de la virtud no es más que vanidad. La verdadera virtud es la lucha por la verdad y la elección deliberada de nuestra propia libre voluntad de ser imitadora de Cristo. Entonces, en palabras de San Máximo, “Dios, que anhela la salvación de todos los hombres y desea su deificación, marchita su engreimiento como la higuera estéril. Hace esto de modo que prefieran ser justos en realidad en vez de en apariencia, desechando el manto de moralidad hipócrita y persiguiendo genuinamente una vida virtuosa en la forma en la que el Logos divino desea. Entonces, vivirán con reverencia, revelando el estado de su alma a Dios en vez de desplegar la apariencia externa de una vida moral a sus prójimos”. El proceso de sanación y restauración de nuestra naturaleza dañada, robada, herida y caída está en curso. Dios es misericordioso y paciente con Su creación. Acepta a los pecadores arrepentidos tiernamente y se regocija por su conversión. Este proceso de conversión incluye la purificación e iluminación de nuestra mente y corazón, para que nuestras pasiones puedan ser educadas continuamente en vez de ser erradicadas, transfiguradas y no suprimidas, utilizándolas positivamente y no de forma negativa. El acto de arrepentimiento no es ninguna clase de ejercicio morboso y triste. Es un hecho y una empresa que produce regocijo, que libera la conciencia del peso y la ansiedad del pecado y regocija al alma en la
verdad y el amor de Dios. El arrepentimiento comienza con el reconocimiento y renuncia a los malos caminos. De este dolor interior se procede al reconocimiento verbal de los pecados concretos ante Dios y el testigo de la Iglesia. “Siendo consciente, tanto del propio pecado como del perdón que Dios le extiende”, el pecador arrepentido se vuelve libremente hacia Dios en una actitud de amor y confianza. Entonces centra su yo más verdadero y profundo, su corazón, continuamente en Cristo, para ser igual a Él. Experimentando el amor de Dios como libertad y transfiguración (2ª Corintios 3:17-18), autentifica su propia existencia personal y muestra preocupación que surge del corazón, y compasión y amor por los demás. “He pecado más que la prostituta, oh piadoso Señor, y sin embargo nunca te he ofrecido el fluir de mis lágrimas. Pero en silencio me postro ante Ti y con amor beso tus purísimos pies, suplicándote que como Maestro me concedas la remisión de los pecados, y clamo a Ti, oh Salvador: ‘Líbrame de la inmundicia de mis obras’”. Mientras la mujer pecadora trajo miro perfumado, el discípulo fue a un encuentro con los transgresores. Ella se regocijó por verter lo más preciado, él se apresuró a vender al que está por encima de todo precio. Ella reconoció a Cristo como Señor, él se apartó del Maestro. Ella fue liberada, pero Judas se hizo esclavo del enemigo. Lamentable fue la falta de amor de él. Grande fue el arrepentimiento de ella. Concédeme también tal arrepentimiento, oh Salvador, Tú que sufriste por amor a nosotros, y sálvanos.
Catecismo Ortodoxo
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