Monday, September 7, 2015

Los pecados y las pasiones no son propias de la naturaleza del hombre... ( San Juan Clímaco )


Los pecados y las pasiones no son propias de la naturaleza del hombre, porque no es Dios el creador de las pasiones. Pero Él colocó en nuestra naturaleza muchas virtudes, entre las cuales podemos mencionar las siguientes: la misericordia (pues hasta los paganos son compasivos), el amor (porque sucede que hasta los animales derraman lágrimas ante la pérdida de un compañero), la fe (porque ella es propia de toda la gente), la esperanza (porque cuando damos en préstamo, cuando sembramos o trabajamos, esperamos recibir ganancia de esto, y cuando viajamos, — esperamos alcanzar la meta). Así, si el amor y las virtudes son inherentes a nuestra naturaleza, y el amor es el cumplimiento de la ley, entonces es claro que las virtudes no son extrañas a nuestra naturaleza. Y que se avergüencen aquellos que quieren justificar su indolencia con la falta de fuerzas.

San Juan Clímaco

                                Catecismo Ortodoxo

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Sacramento del Matrimonio


El sentido y el significado del matrimonio cristiano es fácil de apreciar especialmente en el oficio ortodoxo. A pesar de que el matrimonio es un acontecimiento gozoso en la vida de dos personas que se aman, la Iglesia les recuerda, en el umbral de su futura vida juntos, que el matrimonio no es solo deleites, sino también heroísmo, que exige de la ayuda mutua, de paciencia y de asistencia divina.

Para nosotros, ortodoxos, el matrimonio no es simplemente un rito antiguo, una costumbre hermosa, sino un sacramento, por medio del cual se pide para los esposos la bendición de Dios, su orientación y ayuda para toda su vida futura. Es por ello que el novio y la novia deben prepararse para este gran misterio con gran fuerza espiritual. El ritual del Matrimonio se divide en el Oficio de los Esposales (compromiso) y el Oficio de la Coronación o Matrimonio en si.



El Oficio de los Esponsales

Después de la Divina Liturgia el sacerdote permanece en el santuario y los dos contrayentes se sitúan en el atrio delante de las puertas. Los dos anillos están en el lado derecho del altar. El sacerdote sale por las puertas reales y se adelanta hacia donde están los contrayentes y hace la señal de la cruz tres veces sobre sus cabezas. Luego les da a cada uno velas encendidas.

Diácono: Bendice, Señor.

Sacerdote: Bendito sea nuestro Dios, eternamente, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Diácono:En paz roguemos al Señor.

Coro: Señor ten piedad. (Repitiendo este canto a cada nueva invocación).

Diácono: Por la paz que viene de lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.

- Por la paz del mundo entero, el bienestar de las Santas Iglesias de Dios y la unión de todos, roguemos al Señor.

- Por este santo templo y por los que con fe, devoción y temor de Dios entran en él, roguemos al Señor.

- Por el Episcopado Ortodoxo de la Iglesia Rusa, por nuestro Señor, su Eminencia Ilustrísima Metropolitano ..., primer jerarca..., por nuestro Señor, Ilustrísimo ..., Obispo de Buenos Aires y Sudamérica, por el honorable presbiterado y diaconado en Cristo, por todo el clero y el pueblo, roguemos al Señor.

- Por esta nación, sus autoridades y ejércitos, roguemos al Señor.

- Por el sufriente pueblo ortodoxo, y por su salvación, roguemos al Señor.

- Para que libre a su pueblo de los enemigos visibles e invisibles, y que afirme en nosotros la unidad de pensamiento, amor fraterno y devoción, roguemos al Señor.

- Por esta ciudad (o por este pueblo, o por este monasterio), por todas las ciudades y países y por los que con fe viven en ellos, roguemos al Señor.

- Por un clima propicio, por la abundancia de los frutos de la tierra y por tiempos de paz, roguemos al Señor.

- Por los que viajan por tierra, mar y aire, por los enfermos, los que sufren, los cautivos y por su salvación, roguemos al Señor.

- Por el servidor de Dios N., y la servidora de Dios N., que contraen esponsales ahora y por su salvación, roguemos al Señor.

- Para que les sean otorgados hijos que continúen su linaje, y todo lo que pidan para la salvación, roguemos al Señor.

- Para que les sean enviados el perfecto y pacifico amor y el socorro, roguemos al Señor.

- Para que se preserven en la unanimidad y en la firmeza de fe, roguemos al Señor.

- Para que sean benditos con una vida intachable, roguemos al Señor.

- Para que el Señor nuestro Dios les conceda una unión honorable y un lecho sin mancilla, roguemos al Señor.

- Para que nos libre de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor.

- Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y protégenos, ¡oh, Dios! con tu gracia.

- Conmemorando a la Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa Soberana nuestra, la Madre de Dios y Siempre Virgen María, con todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos, y los unos a los otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios.

Coro: A Ti, Señor.

Sacerdote: Porque a Ti te pertenecen toda gloria, honor y adoración, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Sacerdote: Dios eterno, que has recogido en unidad a los que estaban dispersos y has establecido para ellos el lazo inquebrantable del amor, que bendijiste a Isaac y a Rebeca y los hiciste herederos de tu promesa, bendice también a éstos tus servidores N. y N., guiándolos en toda obra buena.

Porque Tú eres Dios misericordioso que amas al hombre y te rendimos gloria a Ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Sacerdote: La paz sea con todos.

Coro: Y con tu espíritu .

Diácono: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.

Coro: A Ti, Señor.

Sacerdote: Señor Dios nuestro, que de entre las naciones tomaste por esposa a la Iglesia como a una virgen pura, bendice estos esponsales; une y guarda a éstos tus servidores en la paz y en la unanimidad.

Pues a Ti te pertenecen toda gloria, honor y adoración, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Luego tomando el sacerdote los anillos, da el de oro al hombre, y el de plata a la mujer. Dice al hombre:

El servidor de Dios, N., contrae esponsales con la servidora de Dios, N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Y a la mujer:

La servidora de Dios, N., contrae esponsales con el servidor de Dios, N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, Santo. Amén.

Al decir esto, tres veces a cada uno, hace la señal de la cruz sobre sus cabezas con el anillo, y dejando el anillo del hombre en el dedo anular de la mujer, y el de la mujer en el dedo anular del hombre, en la mano derecha. El padrino les cambia los anillos.

Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.

El sacerdote dice esta oración:

Señor Dios nuestro, que acompañaste a Mesopotamia al servidor del patriarca Abrahán, cuando éste lo envió en busca de una esposa para su amo, Isaac, y que en el pozo le hiciste reconocer en Rebeca a su esposa, bendice Tú mismo los; esponsales de éstos tus siervos, N. y N. y confirma la palabra que se han dado. Afírmalos en la unión santa que proviene de Ti. Pues Tú en el principio los hiciste hombre y mujer, y por Ti es juntada la mujer al hombre para ayudarlo y para perpetuar la raza humana. Tú mismo, Señor Dios nuestro, que has enviado sobre tu herencia tu verdad y has dado tu pacto a tus servidores nuestros padres, que son tus elegidos, de generación en generación, mira a tus servidores N. y N. y confirma y establece sus esponsales en la fe, la unanimidad, la verdad y en el amor. Pues Tú, oh Señor, has declarado que ha de darse y confirmarse una prenda en todas las cosas. Por el anillo José recibió el poder en Egipto; por el anillo fue glorificado Daniel en el país de Babilonia; por el anillo se reveló la rectitud de Tamar; por el anillo nuestro Padre celestial mostró compasión por su hijo, pues dijo: Poned un anillo en su diestra y traed el ternero cebado, matadlo y comamos y alegrémonos. Con tu diestra, Señor, armaste a Moisés en el mar Rojo; por la palabra de tu verdad fueron establecidos los cielos y los cimientos de la tierra fueron afirmados. Y la mano derecha de tus servidores será bendita por tu Verbo poderoso y por tu brazo en alto. Por eso, bendice, Señor, esta entrega de anillos con tu bendición celestial y que tu ángel camine ante ellos todos los días de su vida.

Pues eres Tú quien bendices y santificas todas las cosas, y te rendimos gloria, a Ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

E1 diácono dice esta letanía:

Ten piedad de nosotros, Dios, según tu gran misericordia, te suplicamos que nos escuches y tengas piedad.

Coro: Señor, ten piedad. (Tres veces).

- De nuevo suplicamos por nuestro Señor, Su Beatitud, el Metropolitano N., por nuestro Señor, el Reverendísimo Obispo, N., y por todos nuestros hermanos en Cristo.

- De nuevo suplicamos por los servidores de Dios, N. y N., que ahora contraen esponsales.

- De nuevo suplicamos por todos los hermanos y por todos los cristianos.

Sacerdote: Porque eres Dios misericordioso que amas al hombre y te rendimos gloria, a Ti, Padre, Hijo y Espíritu, Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén.

El Oficio de la Coronación


Si se quiere celebrar seguidamente el oficio de la Coronación, los novios entran en el templo llevando velas encendidas y precedidos por el sacerdote con el incensario. Se canta el Salmo 127 y a cada verso el coro responde:

Sacerdote: Bienaventurado todo aquel que teme al

Señor

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

- Que anda en sus caminos.

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

- Comerás el fruto de tus trabajos.

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

- Bienaventurado tú, y tendrás bien.

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

- Tu mujer será como fructífera parra en los lados de tu casa.

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

- Tus hijos como plantas de olivo en derredor de tu mesa.

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

- He aquí que así será bendito el hombre que teme al Señor.

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

- Bendigate el Señor desde Sion y veas bien de Jerusalén todos los días de tu vida.

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

- Y veas los hijos de tus hijos, y la paz sobre Israel.

Coro: Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti.

Luego el sacerdote les dice algunas palabras de instrucción, diciéndoles en qué consiste el misterio del matrimonio y como han de vivir piadosa y honorablemente en la vida conyugal.

Al concluir su homilía le pregunta al hombre:

¿Tienes tú, N., la voluntad buena y sin constreñimiento y el firme propósito de tomar por esposa a N., a quien ves aquí presente ante ti?

Y contesta el novio:Sí, reverendo Padre.

Y otra vez el sacerdote:¿No te habías comprometido con otra mujer?

E1 novio: No me había comprometido, reverendo Padre.

Entonces el sacerdote, volviéndose hacia la novia, le pregunta diciendo: Tienes tú, N., la voluntad buena y sin constreñimiento y el firme propósito d tomar por esposo a N., a quien ves aquí presente ante ti?

Y contesta la novia: Si, reverendo Padre.

Y otra vez el sacerdote: ¿No te habías comprometido con otro hombre?

La novia: No me había comprometido, reverendo Padre.

Diácono: Bendice, Señor.

Sacerdote: Bendito el Reino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Diácono: En paz roguemos al Señor.

Coro: Señor ten piedad. (Repitiendo este canto a cada nueva invocación).

Diácono: Por la paz que viene de lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al Señor.

- Por la paz del mundo entero, el bienestar de las Santas Iglesias de Dios y la unión de todos, roguemos al Señor.

- Por este santo templo y por los que con fe, devoción y temor de Dios entran en él, roguemos al Señor.

- Por el Episcopado Ortodoxo de la Iglesia Rusa, por nuestro Señor, su Eminencia Ilustrísima Metropolitano N., primer jerarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero, por nuestro Señor, Ilustrísimo N., Obispo de Buenos Aires y Sudamérica, por el honorable presbiterado y diaconado en Cristo, por todo el clero y el pueblo, roguemos al Señor.

- Por esta nación, sus autoridades y ejércitos, roguemos al Señor.

- Por el sufriente pueblo ortodoxo, y por su salvación, roguemos al Señor.

- Por esta ciudad (o por este pueblo, o por este monasterio), por todas las ciudades y países y por los que con fe viven en ellos, roguemos al Señor.

- Por un clima propicio, por la abundancia de los frutos de la tierra y por tiempos de paz, roguemos al Señor.

- Por los que viajan por tierra, mar y aire, por los enfermos, los que sufren, los cautivos y por su salvación, roguemos al Señor.

- Para que nos libre de toda aflicción, ira y necesidad, roguemos al Señor.

- Por los servidores de Dios, N. y N., que ahora se unen el uno al otro en la vida común del matrimonio, y por su salvación, al Señor roguemos.

- Para que este matrimonio sea bendito como el de Caná de Galilea, al Señor roguemos.

- Para que les sean otorgados, para su bien, la castidad y el fruto del vientre, al Señor roguemos.

- Para que se regocijen a la vista de sus hijos y de sus hijas, al Señor roguemos.

- Para que les sea dado gozar de una hermosa descendencia y vivir una vida irreprochable, al Señor roguemos.

- Para que les sean concedidas, lo mismo que a nosotros, todas sus peticiones que

son para la salvación, al Señor roguemos.

- Para que ellos y nosotros seamos de toda tribulación, ira, peligro y necesidad, al Señor roguemos.

- Ampáranos, sálvanos, ten piedad de nosotros y protégenos, ¡oh, Dios! con tu gracia.

- Conmemorando a la Santísima, Purísima, muy Bendita, Gloriosa Soberana nuestra, la Madre de Dios y Siempre Virgen María, con todos los Santos, encomendémonos nosotros mismos, y los unos a los otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios.

Coro: A Ti, ¡oh, Señor!

El sacerdote exclama: Porque a Ti te pertenecen toda gloria, honor y adoración, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.

E1 sacerdote dice esta oración en voz alta:

Dios inmaculado, Autor de toda la creación, que por amor al hombre transformaste en una mujer el costato de Adán, nuestro primer padre, y los bendijiste Y les dijiste: Creced y multiplicaos, y dominad la tierra, y los hiciste un solo miembro por medio de la unión, y por esta razón dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne, y que no separe el hombre lo que Dios ha unido, Tú que bendijiste a tu servidor Abrahán abriendo el seno de Sara, y a él le hiciste padre de muchas naciones; que le diste a Isaac Rebeca y bendijiste su maternidad; que uniste a Jacob con Raquel y de él hiciste surgir los doce patriarcas; que casaste a José con Asenet y por fruto del alumbramiento les diste a Efrén y a Manasés; que aceptaste a Zacarías y a Isabel e hiciste de su hijo el Precursor; que de la estirpe de Jesé, según la carne, hiciste brotar a la que es siempre Virgen, y de ella te encarnaste y de ella naciste para la salvación de la raza humana; que por tu inefable gracia y la multitud de tus bondades estuviste presente en Caná de Galilea, y allí bendijiste la boda, para manifestar que según tu voluntad el matrimonio y la procreación son legitimos. Tú mismo, santísimo Señor, recibe las súplicas de nosotros tus siervos. Como allí estuviste presente, está presente también aquí, con tu invisible protección. Bendice este matrimonio y concede a tus servidores N. y N. una vida pacifica, largura de días, el amor mutuo en el lazo de paz, la castidad, una posteridad que viva largamente, la gracia sobre sus hijos y la carona nunca marchita de la gloria. Hazlos dignos de ver a los hijos de sus hijos. Conserva su lecho sin mancilla y vierte sobre ellos el rocío de los cielos, y dales la abundancia de la tierra. Colma su morada de trigo, vino y aceite y toda suerte de bienes, para que distribuyan a quienes estén en la necesidad, concediéndoles a los que están aquí presentes con ellos todas sus peticiones que son para la salvación.

Porque Tú eres Dios de misericordia, de compasión y de amor a los hombres, y te rendimos gloria, a Ti, con tu Padre, que es sin comienzo y tu Santísimo Espíritu Bueno y Vivificador, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.

El sacerdote dice esta oración en voz alta:

Bendito eres, Señor Dios nuestro, Sacerdote del matrimonio místico e inmaculado y Legislador de la unión corporal y Guardián de la incorruptibilidad, y Dispensador de las buenas cosas de la vida, Tú mismo, Maestro, que en el principio hiciste al hombre y le pusiste como rey sobre la creación y dijiste: No es bueno que el hombre esté solo en la tierra, creémosle una ayuda para él; y tomandolo de su costado, formaste de el una mujer, de la que Adán dijo al verla: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne, ésta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada; por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre y se allegará a su mujer, y serán una sola carne, y no separe el hombre lo que Dios ha unido, Tú mismo ahora, Maestro, Señor Dios nuestro, envía tu gracia celestial también sobre éstos tus siervos, N. y N., y concede que ésta tu servidora sea obedient en todo a su marido, y que éste tu servidor sea cabeza de su esposa (como Cristo de su Iglesia), y que vivan según tu voluntad. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Abrahán y Sara. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Isaac y Rebeca. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Jacob y a todos los patriarcas. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a José y Asenet. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Moisés y Séfora. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Joaquin y Ana. Bendícelos, Señor Dios nuestro, como bendijiste a Zacarías e Isabel. Presérvalos, Señor Dios nuestro, como preservaste a Noé en el arca. Presérvalos, Señor Dios nuestro, como preservaste a Jonás en el vientre de la ballena. Presérvalos, Señor Dios nuestro, como preservaste del fuego a los tres santos jóvenes, enviándoles el rocío del cielo, y que conozcan el júbilo que sintió la bienaventurada Elena cuando descubrió la preciosa Cruz. Acuérdate de ellos, Señor Dios nuestro, como te acordaste de Enoc, de Sem y de Elías. Acuérdate de ellos, Señor Dios nuestro, como te acordaste de los cuarenta santos mártires, mandándoles desde el cielo su corona. Acuérdate también, Señor Dios nuestro, de sus padres que los han criado, pues la oración de los padres hace firmes los cimientos de los hogares. Acuérdate, Señor Dios nuestro, de tus servidores el padrino y la madrina, que han acudido a tomar parte en esta alegría. Acuérdate, Señor Dios nuestro, de tu servidor N. y de tu servidora N. y bendícelos. Dales del fruto del cuerpo, hermosos hijos, concordia de alma y cuerpo. Exáltalos como los cedros del Líbano, como una viña de vigorosos sarmientos. Dales cosechas buenas que les provean de todo en abundancia, para que multipliquen las buenas obras que son agradables a tus ojos; y que vean a los hijos de sus hijos como renuevos de olivo en derredor de su mesa siendo agradables a tu mirada, fulguren cual astros en el cielo, es decir en ti, Señor nuestro, a quien pertenecen toda gloria, honor y adoración con tu Padre, que es sin comienzo, y con tu Vivificador Espíritu, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.

Y el sacerdote dice también esta oración en voz alta:

Dios santo, que hiciste al hombre con el polvo de la tierra, que formaste a la mujer con uno de sus costados y la juntaste al hombre como una ayuda, porque era agradable a tu magnificencia que el hombre no estuviese solo en la tierra. Tú mismo, Señor, extiende ahora tu mano desde tu santa morada y une a tu servidor N. y a tu servidora N., pues es por ti que el hombre se une a la mujer. Júntalos en la unanimidad; corónalos en una carne, concediéndoles del fruto del vientre y el disfrute de hermosos hijos.

Porque tuyo es el dominio, y tuyos son el reino y el poder y la gloria, del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Y después del Amén, el sacerdote toma las coronas. Primero corona al novio, diciendo: El servidor de Dios, N. es coronado para la servidora de Dios, N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Luego corona a la novia, diciendo: La servidora de Dios, N. es coronada para el servidor de Dios, N., en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Luego los bendice tres veces, diciendo cada vez: Señor Dios nuestro, corónalos de gloria y honor.

Diácono: Sabiduría.

Luego el lector lee el proquimeno de la Epístola, Salmo 20, tono 8:

Pusiste en sus cabezas coronas de oro precioso; te pidieron vida y les diste largura de días.

Verso: Porque les darás una bendición por los siglos de los siglos, los alegrarás con júbilo por tu Rostro.

Diácono: Sabiduría.

Lector: Lectura de la Epístola de Pablo a los efesios. (v. 20-23)

Diácono: Atendamos.

Lector:

Hermanos: Dad gracias siempre por todas las cosas a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; y é1 es Salvador del cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a si gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa y sin mancha. Los maridos también deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a si mismo se ama. Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y regala, como también Cristo a la Iglesia; porque somos miembros de su cuerpo, de su carne, y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer, y serán dos en una carne. Este misterio es grande: mas yo digo esto respecto a Cristo y a la Iglesia. Cada uno empero de vosotros de por si, ame también a su mujer como a si mismo; y la mujer reverencie a su marido.

Sacerdote: Paz a ti. Diácono: Sabiduría.

Coro: Aleluya.

Verso, Salmo 11: Tú, oh Señor, nos guardarás y nos preservarás de esta generación para siempre.

Diácono: Sabiduría. Estemos de pie. Escuchemos el santo Evangelio.

Sacerdote: Paz a todos.

Coro: Y con tu espíritu .

Sacerdote: Lectura del santo Evangelio según Juan.

Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.

E1 sacerdote lee, selección seis:

El tercer día hiciéronse unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fue también llamado Jesús y sus discípulos a las bodas. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: no tienen vino. Dijole Jesús: Mujer, !qué nos va a mí y a ti? aun no ha venido mi hora. Su madre dice a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajuelas de piedra para agua, conforme a la purificación de los judíos, que cabían en cada una dos o tres cántaros. Díceles Jesús: Henchid estas tinajuelas de agua. E hinchieronlas hasta arriba, Y díceles: Sacad ahora y presentad al maestresala. Y presentáronle. Y como el maestresala gusto el agua hecha vino, que no sabia de donde era (mas lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), el maestresala llama al esposo, y le díce: Todo hombre pone primero el buen vino, y cuando están satisfechos, entonces el que es peor; mas tú has guardado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él.

Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.

Diácono: Digamos todos con toda nuestra alma y con todo nuestro espíritu, digamos:

Coro: Señor, ten piedad.

- Señor omnipotente, Dios de nuestros padres, te suplicamos que nos escuches y tengas piedad,

Coro: Señor, ten piedad.

- Ten piedad de nosotros, Dios, según tu gran misericordia, te suplicamos que nos escuches y tengas piedad.

Coro: Señor, ten piedad. (Tres veces).

- De nuevo suplicamos por piedad, vida paz, salud, salvación y visitación para los servidores de Dios, N. y N. y menciona a cuantos desea.

Coro: Señor, ten piedad. (Tres veces).

Exclamación: Porque eres Dios misericordioso que amas al hombre, y Te rendimos gloria, a Ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos,

Coro: Amén.

Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.

E1 sacerdote dice esta oración:

Señor Dios nuestro, en tu economía salvadora, te dignaste manifestar Por tu presencia en Caná de Galilea que el matrimonio era honorable, asimismo ahora, Señor, preserva en la paz y en la concordia a tus siervos, que te has complacido en unir uno al otro. Haz que sea honorable su matrimonio. Preserva su lecho sin mancilla. Complácete en que vivan juntos en pureza, concediéndoles llegar a una opulenta ancianidad, con corazón puro y en la observancia de tus mandamientos.

Pues eres nuestro Dios, Dios; de misericordia y de salvación, y Te rendimos gloria, a Ti con tu Padre que es sin comienzo y con tu Santísimo Espíritu Bueno y vivificador, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Diácono: Socórrenos, sálvanos, ten piedad de nosotros, y guárdanos, Dios, por tu gracia.

Coro: Señor, ten piedad.

- Que este día entero sea perfecto, santo, pacífico y sin pecado, al Señor pidamos

Coro: Concédelo, Señor.

- Un ángel de paz, guia fiel y custodio de nuestras almas y cuerpos, al Señor pidamos.

- Perdón y remisión de nuestros pecados y ofensas, al Señor pidamos.

- Cuanto es bueno y útil para nuestras almas y la paz del mundo, al Señor pidamos.

- Que el tiempo restante de nuestra vida se concluya en paz y penitencia, al Señor pidamos.

- Un fin cristiano de nuestra vida, exento de dolor y de vergüenza, pacífico y una buena defensa ante el temible tribunal de Cristo pidamos.

- Habiendo pedido la unión de la fe y la comunión del Espíritu Santo, encomendémonos nosotros mismos, unos a otros, y toda nuestra vida a Cristo Dios.

Coro: A Ti, Señor.

El sacerdote exclama: Y concédenos, Maestro, que con confianza y sin condenación podamos atrevernos a llamarte, Dios celestial y Padre, y a decirte:

El pueblo:

Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre, venga a nos el tu reino, hágase tu voluntad as! en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del maligno.

E1 sacerdote exclama: Porque tuyos son el reino y el poder y la gloria, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre, y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Sacerdote: Paz a todos. Coro: Y con tu espíritu .

Diácono: Inclinad vuestras cabezas; ante el Señor.

Coro: A Ti, Señor.

Entonces es traída la copa común. El sacerdote la bendice y recita la siguiente oración:

Diácono: Roguemos al Señor.

Coro: Señor, ten piedad.

Sacerdote: Oh Dios, que has creado todas las cosas por tu poder, que has establecido el mundo, y que has coronado todas las cosas creadas por ti, bendice ahora con tu bendición espiritual esta copa común que se da a los que están unidos para la vida común del matrimonio.

Porque bendito es tu nombre y glorificado tu reino, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

El sacerdote toma entonces la copa en las manos y da de beber tres veces, primero al hombre y luego a la mujer. Seguidamente conduce a los recién casados y a los padrinos, quienes sostienen las coronas sobre sus cabezas, en forma circular tres veces alrededor de la mesa que está en el centro de la iglesia.

El sacerdote o el coro canta los Troparios, mientras tanto, tono 5:

Isaías, regocíjate; la Virgen concibió y dio a luz a Emanuel, Dios y Hombre; Oriente es su nombre, a quien engrandecemos bendiciendo a la Virgen.

Vosotros, santos mártires, que habéis luchado la buena batalla y habéis, recibido vuestras coronas, rogad, al Señor que salve nuestras almas. (tono 7)

Gloria a Ti, oh Cristo Dios, Blasón de los apóstoles y Gozo de los mártires, que han predicado la Trinidad consubstancial. (tono 7)

Luego, quitando la corona del esposo, el sacerdote dice:

Sé exaltado, esposo, como Abrahán, y sé bendito como Isaac, y multiplícate como Jacob. Camina en paz, cumpliendo con justicia los mandamientos de Dios.

Y al quitar la corona de la esposa, dice:

Y tú, esposa, sé exaltada como Sara, y regocíjate como Rebeca, y multiplícate como Raquel. Alégrate en tu esposo, guardando los preceptos de la ley, porque lo quiso Dios.

Diácono: Roguemos al Señor. Coro: Señor, ten piedad.

Y el sacerdote recita esta oración:

Dios, Dios nuestro, que fuiste a Caná de Galilea y allí bendijiste el matrimonio, bendice asimismo a éstos tus siervos, que, por tu providencia, se han unido para la vida común del matrimonio. Bendice sus entradas y sus salidas, llena su vida de bienes, recibe sus coronas en tu reino, conservándolas intachables, inmaculadas e inexpugnables por los siglos de los siglos.

Coro: Amén.

Sacerdote: La paz sea con todos.

Coro: Y con tu espíritu .

Diácono: Inclinad vuestras cabezas ante el Señor.

Coro: A Ti, Señor.

Y el sacerdote dice:

Que os bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Trinidad santísima, consubstancial y vivificadora, Divinidad y Realeza única, y os conceda larga vida, hermosos hijos y progreso en la vida y en la fe, y os colme de lo bueno de la tierra y os haga dignos de los bienes de la promesa, por las intercesiones de la santa Theotocos y de todos los Santos.

Coro: Amén.

Luego todos se acercan a felicitarlos, y los recién casados se besan. E1 sacerdote luego pronuncia la despedida final. En la práctica actual esto se hace después de la despedida final.

Diácono: Sabiduría. Santísima Theotocos, sálvanos.

Coro: Más honorable que los Querubines e incomparablemente más gloriosa que los Serafines, tú que sin corrupción has engendrado a Dios Verbo, verdadera Teotocos, te engrandecemos.

Sacerdote: Gloria a Ti, Cristo Dios Esperanza nuestra, gloria a Ti.

Coro: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén. Señor, ten piedad. tres veces Bendice.

E1 sacerdote pronuncia la despedida:

El que por su presencia en Caná de Galilea manifestó que el matrimonio es un. estado honorable, Cristo verdadero Dios nuestro, por las intercesiones de su inmaculada Madre, de los santos, gloriosos y alabadisimos Apóstoles, de los santos Reyes coronados por Dios e iguales a los Apóstoles, Constantino y Elena, del. santo y gran mártir Procopio, y de todos los Santos, tenga piedad de nosotros y nos salve, porque es bueno y ama a los hombres.

Coro: Amén


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Segundo Escalón: del Desapego ( San Juan Clímaco )


1. Aquel que en verdad ama al Señor, que en verdad desea gozar del Reino de los cielos, que en verdad se duele de sus pecados, que en verdad está herido con la memoria de las penas del infierno y del juicio eterno, que en verdad está animado por el temor de su propia muerte, a ninguna cosa de este mundo amará desordenadamente: no se fatigará con los cuidados del dinero ni la hacienda, ni de los padres, ni de los hermanos, ni de cosa alguna mortal y terrena. Mas, habiendo rechazado toda atadura y aborrecido todos los cuidados concernientes a esas cosas, y más todavía a su propia carne, desnudo y ligero seguirá a Cristo elevando siempre sus ojos al cielo en espera del socorro según las palabras del Profeta: “Yo no me turbé siguiéndote a ti, pastor mío; nunca deseé el día ni el reposo del hombre.”

2. Grandísima confusión es, por cierto, la de aquellos que después de haber sido llamados, no por hombres sino por Dios, después de haber abandonado todo lo que antes enumeré, se preocupan por alguna otra cosa que tampoco les será de utilidad en la hora de la necesidad, es decir en el momento de la muerte. A esto llamó el Señor: “mirar atrás y no ser digno del Reino de los Cielos” (Lc. 9:62).

3. El Señor conocía muy bien nuestra fragilidad en los comienzos, y cuan fácilmente nos volvemos al siglo cuando tenemos conversación familiar con personas del siglo. Por tal motivo, al que le pidió: “Señor, dame licencia para ir a enterrar a mi padre,” Él le respondió: “Deja a los muertos enterrar a sus muertos” (Mt. 8:22).

4. Suelen los demonios, después que hemos dejado el mundo, incitarnos a felicitar a algunos seculares misericordiosos y compasivos, haciéndonos creer que ellos son bienaventurados y nosotros miserables, por carecer de las virtudes que aquellos tienen. Esto lo hacen los demonios a fin de que esta adúltera y falsa humildad nos vuelva al mundo, y si permanecemos en la religión, para que vivamos desconsolados y desconfiando.

5. Hay quienes desprecian a los hombres que viven en el mundo por soberbia y presunción. Hay otros que, no por soberbia, sino a fin de escapar de este abismo de desconsuelo y desconfianza, a fin de concebir una esperanza y alegrarse por haber sido apartados del mundo, tienen en poco las costumbres de los que viven en él.

6. Quienes deseamos correr rápida y alegremente por este camino, estimándolo en lo que merece, miremos con atención la condena que el Señor pronunció contra todos aquellos que viven en el mundo, y que estando vivos están muertos, al decir: “Deja a los que están en el mundo, y están muertos, sepultar a los que están muertos corporalmente” (cf. Mt. 8:22).

7. Y oigamos lo que el Señor dijo al joven que había guardado casi todos los mandamientos: “Una cosa te falta: ve y vende todos tus bienes, y dalos a los pobres, y hazte, por amor de Dios, pobre y necesitado de la ajena misericordia.”

8. No fueron las riquezas la causa de que aquel joven dejase de recibir el bautismo; se engañan quienes suponen que por tal motivo le mandaba el Señor que vendiera su hacienda. No era esta la causa, sino querer elevarlo a la altura del estado de nuestra profesión.

9. Para conocer su gloria debería bastarnos este argumento: quienes viviendo en el mundo se ejercitan en ayunos, vigilias, trabajos y aflicciones semejantes, cuando vienen a la vida monástica como a una escuela de virtud, tienen en menos aquellos primeros ejercicios suponiéndolos como falsos y fingidos.

10. Yo he visto que muchas y diversas plantas de virtud sembradas por aquellos que viven el mundo -las cuales eran regadas con el agua cenagosa de la vanagloria, escardadas por la ostentación y abonadas con el estiércol de las alabanzas humanas — al ser trasplantadas en tierra desierta y apartada de la vista y de la compañía de los hombres, se secaban por carecer del agua maloliente de la vanidad. Ya que las plantas que aman esa humedad no pueden producir frutos en el suelo seco y árido de los ejercicios.

11. Aquel que haya logrado aborrecer al mundo, ése estará libre de la tristeza del mundo. Pero aquel que tiene todavía afición por las cosas del mundo, no estará del todo libre de esta pasión, ya que ¿cómo dejaría de entristecerse cuando se viera privado de lo que ama?

12. Para con todas las cosas tenemos necesidad de gran templanza y vigilancia. Más, por encima de todas ellas, debemos esforzarnos por alcanzar esta libertad y la pureza de corazón. Pues he conocido algunos hombres, los cuales viviendo en el mundo con muchos cuidados y ocupaciones, con muchas congojas y mucha vigilia, escaparon de los movimientos y ardores de la propia carne. Pero estos mismos, al entrar en los monasterios, al vivir libres de esos cuidados, se dejaron corromper, torpe y miserablemente, por el ardor del cuerpo.

13. Velemos sobre nosotros mismos, no nos suceda que royendo caminar por el camino estrecho y dificultoso, lo estemos haciendo por el camino largo y espacioso y así vivamos engañados. Camino estrecho es la aflicción del bien, la perseverancia en las vigilias, el agua con medida y el Pan con parsimonia, absorber la purificante poción de las humillaciones, soportar la mortificación de nuestra voluntad, el sufrimiento de las ofensas, el menosprecio de nosotros mismos, la paciencia sin murmuración, el tolerar las injurias, el no indignarse contra los que nos infaman, el no quejarse de los que nos desprecian, el no replicar cuando nos condenan. Bienaventurados los que caminan por esta senda, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

14. Ninguno entrará a la celeste cámara nupcial para recibir la corona que recibieron los grandes santos, a no ser aquel que hubiera cumplido con la primera, con la segunda y con la tercera renunciación, a saber: en la primera ha de renunciar a todas las cosas que están fuera de él, como son los padres, los parientes, los amigos y todo lo demás; en la segunda ha de renunciar a su propia voluntad; en la tercera, por fin, ha de renunciar a la vanagloria que algunas veces suele acompañar a la obediencia, porque a este vicio están más sujetos los que viven en compañía que los que moran en soledad.

15. “Salid, dice el Señor por medio de Isaías (Is. 52:11), salid de allí, no toquéis nada inmundo.” Porque, ¿cuál de los hombres del mundo ha hecho jamás milagros? ¿quién resucitó a los muertos y arrojó a los demonios? ¡Atended! Estas son las insignias de los verdaderos monjes, las cuales el mundo no merece recibir. Porque si él las mereciese, superfluos serían nuestros trabajos y la soledad de nuestro apartamiento.

16. Cuando después de nuestra renunciación los demonios encienden nuestro corazón con el recuerdo de nuestros padres y hermanos, entonces, principalmente, debemos tomar contra ellos las armas de la oración, y a nuestro turno encender nuestro corazón con el recuerdo del fuego eterno para apagar con su fuego la llama dañosa de aquel otro fuego.

17. Si alguien, creyéndose libre de ataduras se entristece en su corazón al verse privado de algún objeto, él está por completo en manos de la ilusión.

18. Cuando los jóvenes, después de haberse entregado a los deleites y vicios de la carne quieren entrar en la religión, procuren ejercitarse con toda atención y vigilancia en estos trabajos, para que no venga a ser peor su fin que su comienzo (cf. Mt. 12:45). Muchas veces el puerto, que suele ser la causa de la salud, lo es también de peligros. Esto lo saben muy bien aquellos que navegan por este mar espiritual. Y es cosa miserable ver perderse los navíos en el puerto, cuando estuvieron salvos en medio de la mar.



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Las Trampas del demonio - San Silvano el Athonita


El amor por las cosas mundanas hace que el alma esté vacía, luego se entristece y se hace rebelde, y no quiere orar a Dios. Entonces, el enemigo, al ver que el alma no está en Dios, la sacude y libremente pone en la mente todo lo que quiera, y mueve al alma de un pensamiento en otro, y así el día entero el alma permanece en tal desorden que no puede ver con pureza a Dios.

San Silvano el Athonita



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Pensamientos pecaminosos ( Antiguo Patericon )


Cierto monje preguntó a uno de los ancianos: ¿Por qué mis pensamientos siempre se inclinan a la impureza, de modo que no me dan descanso ni siquiera por una hora, y mi alma está afligida? El anciano le dijo: “Si los demonios inspiran pensamientos en ti, entonces no los consientas. Su naturaleza es tentar constantemente, y aunque nunca dejan de hacerlo, no te pueden obligar a pecar. Depende de tu propia voluntad el escucharles o no.” El hermano dijo al anciano: “¿Qué debo hacer? Soy débil y la pasión me conquista.” El anciano le dijo: “Defiéndete contra ellas, y cuando comiencen a hablarte, no les respondas, y ora a Dios: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí.”

Antiguo Patericon


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Primer Escalón: de la Renunciación ( San Juan Clímaco )


1. Dios. Nuestro Señor y Rey, que es bueno, más que bueno y enteramente bueno - es cosa muy conveniente, cuando uno se dirige a los servidores de Dios, comenzar nuestra oración con su santo nombre-, tuvo por bien honrar a todas las criaturas racionales que Él creó, con la dignidad del libre albedrío. Entre estas criaturas, unas son sus amigos, otras sus fieles servidores, otras sus servidores inútiles, otras le son extrañas y otras, por fin, son sus totalmente impotentes adversarios.

2. Amigos de Dios, venerado Padre, según nosotros lo entendemos — ignorantes y rudos como somos -, son aquellas substancias intelectuales e incorporales que lo rodean. Sus fieles servidores son aquellos que en todo, infatigablemente y sin hesitar, hacen Su santísima voluntad. Sus servidores inútiles son aquellos que, habiendo sido lavados con el agua del Santo Bautismo, no cumplen el compromiso contraído. Nosotros consideramos como extraños y enemigos de Dios a todos aquellos que viven sin el bautismo o cuya fe está plagada de errores. Sus adversarios, finalmente, son aquellos que, no contentos con haber sacudido de sí el yugo de la ley de Dios, persiguen con todas sus fuerzas a quienes procuran guardarla.

3. Extendernos acerca de cada una de estas categorías requeriría, llegado el caso, un tratado especial, y no conviene a mi ignorancia disertar ahora tan largamente sobre este tema.

Hablaremos entonces, a continuación, acerca de aquellos que, justamente, merecen ser llamados fidelísimos siervos de Dios. Ellos, con la potentísima fuerza de su caridad, son quienes nos impulsan a tomar esta carga. Por obediencia a ellos extendemos sin dilaciones nuestra ruda mano, y tomando de la suya la pluma de la enseñanza, la humedecemos en la tinta de la humildad, oscura y resplandeciente a la vez, para escribir con ella sobre sus blancos y humildes corazones como sobre un pergamino, o mejor, como sobre espirituales tablas, las palabras de Dios, que son, en verdad, divinas simientes, y según este principio:

4. Dios es la vida y la salvación de todos los seres dotados de libre albedrío; de los fieles y de los infieles, de los justos y de los pecadores, de los piadosos y de los impíos, de aquellos que están sometidos por sus pasiones y de aquellos que alcanzaron la impasibilidad, de los monjes y de los seculares, de los sabios y de los ignorantes, de los sanos y de los enfermos, de los jóvenes y de los viejos, y como la efusión de la luz, como la visión del sol, como la alternancia de las estaciones, a todos beneficia, ya que "Dios no hace acepción de personas" (Rom. 2:11).

5/9. Y para definir algunos de los vocablos que más hacen a nuestro propósito, decimos que impío es aquel ser racional y mortal que se aparta voluntariamente del camino, y que considera a su propio Creador, Siempre — existente, como no existente. Inicuo es aquel que interpreta la ley divina según su propio sentido pervertido, que se cree poseedor de la fe cuando en verdad profesa una herejía que se opone a Dios. Cristiano es aquel que, tanto como le es posible a un hombre, imita a Cristo en palabras, en obras y en pensamientos, creyendo firmemente en la Santísima Trinidad. Amigo de Dios es aquel que usa debidamente, y en forma ordenada, las cosas naturales, sin dejar jamás, en cuanto ello está en sus manos, de hacer el bien. Continente es aquel que, puesto en medio de tentaciones y trampas, trata de imitar la forma de ser de quienes han trascendido todo eso.

10/14. Monje: esta es la condición y el estado de los incorporales en un cuerpo material y sucio; monje es aquel que lleva los ojos del alma puestos siempre en Dios, y hace oración en todo tiempo, en todo lugar y en toda actividad, monje es una perpetua contradicción y violencia ejercidas sobre la propia naturaleza, y una vigilantísima e infatigable guarda de los sentidos; monje es un cuerpo casto, una boca pura y un espíritu iluminado; monje es un alma afligida y triste, que tanto en el sueño como en la vigilia, se ocupa sin cesar con el recuerdo de la muerte sin dejar jamás de ejercitarse en la virtud.

15/16. Renunciación y menosprecio del mundo, es odio voluntario, negación de la propia naturaleza, a fin de alcanzar aquello que está por encima de la naturaleza. Todos los que abandonan y desprecian los bienes de esta vida, suelen hacer esto por la gloria del Reino por venir, por la memoria de sus pecados, o tan sólo por amor de Dios. Si alguien hiciese esto, y no por alguna de estas causas, no sería razonable su renunciación. Sea cual fuere el fin y el término de nuestra vida, tal será el premio que recibiremos de Cristo, juez y remunerador de nuestros trabajos.

17. Quien desee aliviarse de la carga de sus pecados, debe imitar a los que están sobre las sepulturas llorando a los muertos — derramando continuas y fervientes lágrimas, y gemidos profundos en lo íntimo de su corazón — hasta que venga Cristo, quite la piedra del monumento, que es la ceguera y dureza del corazón, y libere a Lázaro, que es nuestra alma, de las ataduras de sus pecados, y mande a sus ministros (que son los ángeles), cutiéndoles: "Desatadlo de las ataduras de sus vicios y dejadlo ir hacia la bienaventurada impasibilidad" (Cf. Jn. 11:44).

18. Todos cuantos deseamos salir de Egipto y de la dominación del Faraón, tenemos necesidad (después de Dios), de algún Moisés que nos sirva de mediador para con Él, de alguien que, guiándonos por este camino con la ayuda de sus obras y de su oración, eleve por nosotros sus manos a Dios, para que logremos atravesar el mar de los pecados y podamos volver la espalda a Amalee, príncipe de los vicios, quien engañó a algunos que, confiados en sí mismos, creyeron que no tenían necesidad de guía.

19. Los que salieron de Egipto tuvieron a Moisés como guía, y los que huyeron de Sodomía, tuvieron como guía un ángel. Los primeros, los que salieron de Egipto, son aquellos que procuran sanar las enfermedades de su alma con la ayuda del médico espiritual; mas los segundos, los que huyeron de Sodomía, son aquellos que, llenos de inmundicias y torpezas corporales, desean fervientemente verse libres de ellas.

Éstos tienen necesidad, si me es permitido expresarme así, de un ángel, o por lo menos de un hombre que se asemeje a un ángel. Pues la eficacia de la medicina debe ser proporcional a la corrupción de nuestras llagas.

20-21. Aquellos que, revestidos de esta carne mortal desean emprender la ascensión al cielo, deberán necesariamente hacerse violencia y sufrir sin cesar (cf. Mt. 11:12), sobre todo al comienzo de su renunciación, hasta que la inclinación al placer de su corazón insensible se vea transformada en una disposición estable de amor por Dios y por la pureza gracias a una compunción manifiesta. Grandes y penosos esfuerzos serán necesarios, en efecto, y muchas penas secretas, sobre todo después de una vida de negligencia, para lograr que nuestro intelecto, semejante a un niño goloso y regañón, a fuerza de dulzura, de simplicidad y de celo, pueda amar tan sólo la vigilancia y la pureza. Mientras tanto, será menester mucho coraje. Si dominados por las pasiones, débiles como somos, nos presentamos ante Cristo con una fe viva, con nuestras flaquezas y nuestra impotencia espiritual, confesándolas ante él, nosotros obtendremos, ciertamente, su asistencia más allá de nuestros merecimientos, y alcanzaremos Su favor y Su gracia si con eso procuramos sumirnos en el abismo de la humildad.

22. Todos los que osan emprender este combate, duro, áspero, y al mismo tiempo fácil, deben saber que les será preciso arrojarse al fuego a fin de hacer que el fuego inmaterial habite en ellos. Que cada cual, por lo tanto, se pruebe a sí mismo, que coma de este pan celestial con amargura, que beba de este cáliz suavísimo con lágrimas, no sea que el combate se torne su juicio y su condenación. Si es verdad que no todos los bautizados alcanzan la salvación, miremos con atención por temor a que este peligro se haga extensivo a quienes profesan la religión.

23. Aquellos que emprenden este combate deben renunciar a todo y menospreciarlo todo, reírse de todo y rechazarlo todo, a fin de poseer un fundamento sólido. Este buen fundamento está sustentado por tres columnas: inocencia, ayuno y templanza, y todos los que se vuelven niños en Cristo deben comenzar por allí, tomando ejemplo de los que son niños en edad — en quienes no se puede encontrar perversidad ni disimulo, codicia desmedida ni vientre siempre insatisfecho, fuego de lujuria ni ardor salvaje en sus cuerpos — , porque conforme a la leña de los manjares se producen los incendios.

24. Es, en verdad, una cosa odiosa y peligrosa el hecho de que aquel que comienza, lo haga con flojedad y blandura, pues suele ser esto el indicio de la caída venidera. Por tal causa es en extremo provechoso comenzar con gran ánimo y fervor, aun cuando más tarde se deba en cierta medida reducir este rigor. Porque aquellas almas que comenzaron su combate en forma varonil para después debilitarse, pueden encontrar, en el recuerdo de su antigua virtud y diligencia, un estímulo y un azote que los lleve nuevamente al rigor pasado y les permite renovar sus alas.

25. Cuando el alma se traiciona a sí misma y pierde este benéfico y deseable fervor, que investigue, procurando encontrar la causa que la llevó a perderlo, y que con ella se trabe en combate con todo su celo, ya que no podrá recuperarlo si no lo introduce a través de la misma puerta por la cual salió.

26. Aquel que renuncia al mundo movido por un sentimiento de temor es semejante al incienso cuando se quema: al principio huele bien, mas termina transformándose en humo. Aquel que renuncia al mundo con la esperanza de una recompensa se asemeja a la piedra del molino que muele siempre del mismo modo. Pero aquel que renuncia al mundo por amor a Dios adquiere desde el comienzo el fuego interior, y este fuego, como si estuviera en medio de un gran bosque, se transforma en un gran incendio.

27. Algunos, sobre ladrillos edifican en piedras, otros, sobre la tierra levantan columnas, otros, marchan lentamente durante un tiempo; luego, al calentarse sus músculos y sus articulaciones, aceleran su paso. Aquel que posee inteligencia comprenderá este discurso simbólico. Los primeros, los que sobre ladrillos asientan piedras, son los que a partir de excelentes obras de virtud se levantan a la contemplación de las cosas divinas; sin embargo, al no estar fundados sobre la humildad y la paciencia, caen ante el embate de la tempestad. Los segundos, los que sobre la tierra levantan columnas, son los que sin haber pasado por los ejercicios y trabajos de la vida monástica, quieren volar a la vida solitaria, siendo fácil presa de los enemigos invisibles por carecer de virtud y de experiencia. Los terceros, los que avanzan paso a paso, son los que caminan con humildad y obediencia. A ellos les infunde el Señor el espíritu de Caridad, por el cual son encendidos e impulsados para terminar prósperamente su camino.

28. Puesto que es un Dios y un Rey el que nos llama a su servicio, corramos hacia El ardientemente, para no arriesgarnos — si el plazo de nuestra vida por ventura fuera breve — a morir de hambre por encontrarnos sin frutos en la hora de la muerte. Procuremos agradar a nuestro Rey y Señor, como los soldados al suyo, ya que al final de esta gloriosa milicia nos será exigida una cuenta exacta de nuestros servicios.

29. Temamos a Dios, al menos como algunos temen a las fieras. Me ha tocado ver, en efecto, a ciertos hombres que si bien no dejaron de hurtar por temor a Dios, sí lo hicieron por temor a los perros que ladraban. De este modo, lo que no terminó en ellos por temor a Dios, acabó por temor a los perros.

30. Amemos a Dios, al menos como amamos a nuestros amigos. Porque también he visto muchas veces que algunos, habiendo ofendido a Dios y provocando su ira con maldades, ningún cuidado tuvieron por recobrar su amistad. Esos mismos hombres en cambio, habiendo suscitado con una pequeña ofensa el enojo de un amigo, trabajaron luego con toda diligencia a fin de reconciliarse con el ofendido, y presentaron todo tipo de excusas y confesaron su culpa, e involucraron en todo esto a parientes y amigos ofreciéndoles muchas dádivas y presentes.

31. En los comienzos de la renunciación, la práctica de las virtudes requerirá de nosotros muchas penas y muchos esfuerzos. Más, después de haber realizado algún progreso, esa práctica no nos costará tanta pena, o apenas un poco. Y cuando nuestra mentalidad terrestre haya sido consumida y vencida por nuestro celo, entonces las practicaremos todas con gozo, con fervor, con amor y con un ardor divino.

32. Cuanto más dignos de alabanza son aquellos que desde el comienzo abrazan las virtudes y cumplen los mandamientos de Dios con alegría y devoción, tanto más dignos son de piedad los que, después de haber vivido largo tiempo de este modo, dejan de hacerlo, y si por ventura lo hacen, es con mucho trabajo y pesar.

33. Cuidémonos de sentir aversión o de condenar aquellas renuncias al mundo que parecen ser solamente fruto de una combinación de circunstancias. Porque he visto algunos hombres que habiendo huido hacia el exilio, involuntariamente reencontraron en esas tierras a su soberano; y fueron tomados a su servicio y contados entre sus caballeros, y recibidos a su mesa y en su palacio. He visto también que muchos granos caídos por azar sobre la tierra, germinaban y daban luego abundantes y excelentes frutos; y del mismo modo he visto lo contrario. He visto algunos que al ir a la casa del médico por un motivo cualquiera, acertaron a recibir en ella la salud que no tenían, recuperando la vista ya casi perdida. Es así como muchas veces lo involuntario resulta más seguro y más eficaz que aquello que se hace con un propósito determinado.

34. Que ninguno, bajo el pretexto de la multitud y gravedad de sus pecados, se declare indigno de profesar la vida monástica, y que no crea el que si así lo hace, que está procediendo con humildad, ya que por amor al placer, él "busca excusas en sus pecados." Cuando la corrupción es grande, a fin de drenar totalmente la infección, se hace necesario un tratamiento enérgico.

35. Si un rey mortal y terreno nos convoca a su servicio y a su milicia, no hay nada que nos detenga ni buscamos excusas para no acudir. Antes, dejadas todas las cosas, corremos a servir y a obedecer con suma alegría. Por lo tanto, cuando el Rey de reyes, el Señor de los señores, el Dios de dioses nos llame a su celestial servicio, debemos estar atentos a fin de no recusarnos por pereza y negligencia, pues en ese caso nos encontraremos sin excusas ante su gran tribunal.

36. Es posible avanzar, aunque dificultosamente, aun estando encadenado por los asuntos del mundo y su cuidado, ya que también pueden caminar, con impedimento y trabajo, quienes llevan grilletes en sus pies. El célibe, retenido en el mundo solamente por los negocios y su cuidado, se asemeja al que tiene sus manos esposadas. Así, cuando él desea entregarse a la vida monástica o solitaria, puede hacerlo libremente. Aquel que está casado, en cambio, es semejante al que lleva tanto sus manos como sus pies encadenados.

37. Me preguntaron cierta vez unos negligentes que vivían en el mundo: ¿cómo podríamos nosotros, morando con nuestras mujeres y cercados por el cuidado de nuestros negocios, vivir la vida monástica? A los cuales yo respondí: Todo el bien que pudiereis hacer, hacedlo; no injuriéis a nadie, no digáis mentiras ni toméis lo ajeno, no os levantéis contra nadie ni queráis mal a nadie; frecuentad las iglesias y los sermones, usad de misericordia con los necesidades, no escandalicéis ni deis mal ejemplo a nadie, no os empeñéis en suscitar discordias sino en deshacerlas, y contentaos con el uso legítimo de vuestras mujeres, porque si esto hiciereis no estaréis lejos del reino de Dios.

38. Aprestémonos para el buen combate con amor y alegría, sin dejarnos intimidar por nuestros enemigos. Porque ellos ven muy bien, a pesar de no ser vistos por nosotros, la figura de nuestras almas, y si nos vieran acobardados y medrosos, con mayor furia se lanzarían contra nosotros. Por lo tanto, con gran coraje, alcemos nuestras armas contra esos picaros, que no atacan a los combatientes resueltos.

39. En su deseo de adaptar el combate a nuestras fuerzas, suele el Señor suavizar las primeras batallas de los principiantes y de los nuevos guerreros, a fin de que ellos no retornen al mundo espantados por la grandeza del peligro. Gozaos, por lo tanto, siempre en el Señor, y tomad esto como una señal de su llamado y de su amor por vosotros.

40. Pero también suele suceder que el mismo Señor, cuando desde un principio ve a las almas generosas, en su deseo de coronarlas cuanto antes les apareja las más fuertes batallas.

41. El Señor oculta a los ojos de los hombres del siglo las dificultades de esta milicia — que desde otro punto de vista es fácil- porque si ellas fueran conocidas, no habría quien quisiese abandonar el mundo.

42. Ofrenda a Cristo los trabajos de tu juventud y podrás gozar en la vejez el tesoro de la impasibilidad, ya que son los bienes acumulados durante la mocedad los que nos reconfortan y alimentan en la debilidad de nuestra vejez. Trabajemos los jóvenes ardientemente, y corramos con sobriedad y vigilancia, ya que la hora incierta de la muerte nos aguarda en todo instante. Nuestros enemigos son en verdad perversos, astutos, poderosos, invisibles, desprovistos de todo impedimento corporal y nunca duermen; ellos tienen el fuego en sus manos y se esfuerzan por incendiar el templo vivo de Dios.

43. Que nadie en su juventud preste atención a los demonios que suelen decir: "No maltrates a tu carne, para no caer en la dolencia y en la enfermedad" pues de este modo ellos hacen al hombre blando y piadoso consigo mismo. Son muy pocos en efecto, en estos tiempos que corren, los que mortifican en todo a su carne, aunque algunos se abstienen de muchos y delicados manjares. Tal es una de las principales astucias de nuestro adversario: hacernos blandos y flojos al principio de nuestra profesión, para que después el fin sea semejante al comienzo.

44. Quienes verdaderamente se han resuelto a servir a Cristo — con la ayuda de los Padres espirituales y a partir del conocimiento que tienen de ellos mismos — deben buscar, antes que cualquier otra cosa, un lugar, un modo de comportarse, una forma de vivir y aquellos ejercicios que les sean apropiados. Porque no a todos conviene la vida cenobítica, particularmente por causa de la gula; del mismo modo, tampoco la vida eremítica es para cualquiera, en este caso, por causa de la ira. Que cada cual examine, ahora, el estado que más le conviene. .

45. El estado monástico, de una manera general, comprende tres modos de vivir. El primero es de vida solitaria, el de los monjes llamados anacoretas; el segundo es el que adoptan dos o tres monjes que comparten la soledad; el tercero es el de los que viven en la obediencia del monasterio: "Que nadie se desvíe ni a derecha ni a izquierda, dice el Sabio (Pr. 4:27), más siga el camino real" (Num. 20:17). Entre estos tres géneros de vida, el del medio es para muchos el más conveniente, pues está escrito: "¡ay del solo, que si cae (en la tristeza espiritual, en la negligencia, en la somnolencia, en la pereza o en la desesperación) no tiene quien lo levante!" (Ecl. 4:10) en cambio "donde están dos o tres congregados» en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt. 18:20).

46. ¿Cuál es el monje fiel y sabio? Monje fiel y sabio será aquel que haya conservado íntegro su fervor hasta el fin de su vida, sin haber dejado de acrecentar, día tras día, fuego sobre fuego, fervor sobre fervor, deseo sobre deseo y celo sobre celo.




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