Sunday, August 18, 2019

Dormición de la Santísima Virgen María ( Obispo Alejandro Mileant )

Después de la ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los Cielos, la Santísima Virgen habitualmente vivía en los dominios de Jerusalén, visitando los lugares donde predicaba y hacía milagros Su Hijo. Especialmente gustaba visitar el jardín de Getsemaní en la ladera del monte de los Olivos, el que anteriormente había pertenecido a sus ancestros y cerca del cual se encontraba la casa de Sus padres. Largamente rezaba allí, donde el Señor Jesucristo frecuentemente pasaba las noches rezando y desde donde Lo llevaron al juicio y a los sufrimientos en la Cruz. Rezaba la Santísima Virgen por la conversión a la fe del obstinado pueblo hebreo, y por las nuevas iglesias, organizadas por los apóstoles en varios países.
Y así pues en el final de una de estas oraciones se le presentó el Arcángel Gabriel, quien no era la primera vez que se le aparecía, anunciando la voluntad Divina. Iluminado de alegría, le comunicó, que dentro de tres días iba a finalizar el camino de Su peregrinaje terrenal, y Dios La llevaría a Sus eternas moradas. Después de decir esto, Le entregó una rama celestial, que brillaba con luz no terrenal. La Madre de Dios Se alegró por esta noticia, ya que ello le abría la oportunidad de reencontrarse con su Hijo.
De regreso del monte Olivos, comenzó a prepararse para partir de esta vida. Ante todo le comunicó a su hijo adoptivo, el apóstol Juan, que pronto dejaría este mundo, y después lo hizo saber también a sus cercanos.
Su pariente el apóstol Santiago (hijo de José del primer matrimonio, nombrado en el Evangelio "hermano de Jesucristo"), siendo obispo de la ciudad de Jerusalén, se ocupó de que la despedida con la Santísima Virgen, así como Su entierro se realizaran dignamente.
Al inicio del tercer día la casa de la Virgen María se colmó de parientes y conocidos, que no pudieron ocultar sus lágrimas, previendo la pronta separación. Para ese día, por la Providencia Divina, desde diferentes países llegaron los apóstoles, quienes desearon despedirse de Ella. La Madre de Dios, para consuelo de los que lloraban, prometió que, estando ante el trono de Dios, Ella permanecerá rezando por ellos, y por todos los que tengan fe, y estén diseminados por todos los países del mundo. Despidiéndose de todos, pidió que se repartieran entre los necesitados sus pequeños bienes, y que su cuerpo fuera sepultado en la cueva de Getsemaní, donde estaban sepultados sus padres, los justos Joaquín y Ana.
Llegó la hora finalmente, cuando la Madre de Dios debía presentarse ante el Señor. Ardían velas en la habitación, y sobre el lecho adornado yacía la Madre de Dios, rodeada de la gente que La amaba. De pronto, una luz inusual iluminó la habitación con la gloria Divina, y la parte superior quedó translúcida. Y he aquí, que en una luz extraordinaria, descendió del cielo el Mismo Señor Jesucristo, rodeado de Ángeles y de las almas de justos del Antiguo Testamento.
La Madre de Dios, contemplando a su Hijo, como adormeciéndose dulcemente, sin ningún tipo de sufrimientos corporales, entregó en Sus manos Su alma pura. Los apóstoles, viendo esta ascensión del alma de la Purísima Madre de Dios al cielo, siguieron con la vista largamente esto, de manera semejante a como siguieron la Ascensión del Salvador desde el monte de los Olivos. Mas tarde, recordando este acontecimiento, la Iglesia en uno de sus cánticos (acompañamiento al Zadostoinik) dice: "Los ángeles, viendo la Dormición de la Purísima, se extrañaron ¡Cómo la Virgen se arrebataba de la tierra al Cielo!"
Según relata la tradición, durante la sepultura de la Madre de Dios los apóstoles portaban el lecho, sobre el cual yacía Su Purísimo cuerpo, y una enorme cantidad de creyentes, rodeando la procesión, cantaban cánticos sagrados.
Los habitantes no creyentes de Jerusalén, perturbados por la solemne sepultura y enfurecidos por los honores, ofrecidos a la Madre de Aquel, a Quien ellos rechazaron y crucificaron, denunciaron lo que sucedía a los principales de los judíos. Estos últimos, ardiendo de furia contra todo lo que les recordaba a Jesucristo, enviaron siervos y soldados para deshacer esta procesión, y ultrajar el cuerpo de la Madre de Dios. Llegados los siervos y soldados, juntamente con los inservibles de la turba de la ciudad, se abalanzaron sobre la procesión fúnebre de los cristianos. Pero de repente sucedió un milagro inesperado: una nube con forma de corona, que había estado flotando en el cielo sobre el cuerpo de la Madre de Dios, bajó hacia la tierra y como una pared, protegió la marcha funeraria. A pesar de esto, uno de los sacerdotes hebreos de nombre Afonio, exclamando: "He aquí los honores que se le prodigan al cuerpo, que dio a luz al mentiroso, destructor de la ley de nuestros padres," — se lanzó hacia el lecho de la Madre de Dios para volcarlo. Mas apenas hubo tocado el lecho, un Ángel con espada inmaterial le cortó ambas manos. Horrorizado, Afonio cayó al suelo, lamentándose: "¡Desgraciado de mí! ¡Desgraciado de mí!" .
Entonces el apóstol Pedro, deteniendo la procesión, le dijo: "¡Afonio! Has recibido, lo que te merecías. Convéncete pues, ahora, que el Señor es Dios de Venganza, Quien no tarda." Viendo la desesperación en el rostro de Afonio agregó: "¡Tus heridas nosotros no las podemos sanar, a menos que a ello condescendiera nuestro Señor Jesucristo, contra Quien ustedes se levantaron y mataron! Mas ni siquiera Él te sanará, hasta que no creas en Él con todo tu corazón y no confieses con tus labios, que Él es el verdadero Mesías-Cristo, Hijo de Dios."
Afonio, viendo en todo lo sucedido la acción del Mismo Dios, exclamó: "Creo que Jesús es el profetizado por los profetas, Cristo Salvador del Mundo."
Los santos apóstoles, escuchado esta confesión pública y viendo el sincero arrepentimiento de Afonio, se alegraron por su conversión a la fe. Entonces el apóstol Pedro le ordenó que se dirigiera a la Santísima Virgen en oración para pedirle perdón, y después de lo cual colocar los bordes de sus manos a sus correspondientes partes cortadas. Apenas Afonio hubo hecho esto, sus manos se unieron. Solo una delgada cicatriz en el lugar del corte recordaba lo sucedido. Luego, colmado de sentimiento de gratitud, se prosternó ante el lecho de la Purísima y en voz alta comenzó a agradecerle. Agregándose a la procesión funeraria, él la siguió, entonando himnos de alabanza.
Durante la procesión fúnebre, muchos enfermos de toda clase se acercaban al lecho de la Madre de Dios y, tocándolo, sanaban. Llegando a Getsemaní, se detuvieron y comenzaron a despedirse del cuerpo de la Madre de Dios. Era la tarde ya entrada, cuando los apóstoles pudieron colocar el cuerpo en la gruta-sepultura, y la ocluyeron con una gran piedra.
Entre el número de los apóstoles que se habían reunido no se encontraba uno de ellos, y era el apóstol Tomás. Llegando tres días después a Jerusalén, fue a Getsemaní para despedirse, aunque fuera con atraso, del cuerpo de la Santísima. Los apóstoles, que lo acompañaron hasta la gruta, se compadecieron de él y apartaron la piedra que ocluía su entrada, para que el apóstol Tomás pudiera reverenciar los santos restos mortales. Pero, entrando en la gruta, se encontraron solo con las telas de Su sepultura que exhalaban un agradable aroma, mas allí no se encontraba el cuerpo de la Madre de Dios. Consternados por tan inexplicable desaparición de Su cuerpo, decidieron, que seguramente, el Mismo Señor Dios deseó llevarse al cielo Su Santísimo Cuerpo antes de la resurrección universal.
El apóstol Tomás y otros apóstoles, besando el sudario que aún permanecía en el sepulcro, rogaron a Dios les abriera Su voluntad acerca del cuerpo de la Purísima Madre de Dios.
Después de la resurrección del Salvador, los Apóstoles tenían la costumbre de que durante las refecciones, dejaban un lugar libre en la mesa y delante de él colocaban pan en honor del Resucitado Jesucristo, para, al finalizar, levantándose, rezar y elevar ese pan, que llamaban la parte del Señor, exclamando "Grande es el nombre de la Santísima Trinidad, Señor Jesucristo, ayúdanos." Cuando al tercer día después de la Dormición de la Madre de Dios los apóstoles comenzaron a elevar el pan en nombre del Señor Jesucristo, apenas pronunciaron: "Grande es el nombre..." cuando inesperadamente la Santísima Virgen se presentó en el aire "entre nubes y Ángeles relucientes que estaban ante Ella," diciendo: "Alegraos porque con ustedes estaré por siempre." En respuesta a esto los Apóstoles exclamaron: "¡Santísima Madre de Dios, ayúdanos!" Luego de tan milagroso suceso los apóstoles comenzaron a realizar la elevación del pan en honor de la aparición de la Santísima Madre de Dios. Comían una parte del pan dejado por ellos antes del refectorio, en nombre del Señor, y la otra parte — al finalizar el refectorio — en nombre de la Madre de Dios. Esta glorificación y alabanza se conoce con el nombre de elevación de panaguia (del griego todo-santa.)
Mirándolos dulcemente Ella dijo: "¡Alegráos! ¡Desde ahora en adelante Yo estaré siempre con ustedes!" Alegrados con Su promesa, Le replicaron: "¡Santísima Madre de Dios, ayúdanos!"
La desaparición de Su cuerpo y Su subsiguiente aparición a los apóstoles les dio a entender que la Madre de Dios fue resucitada al tercer día por su Hijo el Señor Dios Jesucristo y ascendida con su Purísimo cuerpo a la gloria de los cielos. Así, por la expresión del canto eclesiástico, el sepulcro de la Madre de Dios se convirtió en la "escalera hacia los cielos."
Todos los acontecimientos milagrosos sucedidos en la Dormición de la Purísima Madre de Dios, entre ellos Su resurrección y ascenso a los Cielos, San Damasceno los refiere a la antigua tradición de la Iglesia de Jerusalén. En su palabra sobre esta festividad él dice, que el emperador Marciano y la emperatriz Pulkeria les pidieron al obispo de Jerusalén Juvenal y a los padres del cuarto concilio Universal de Jalkidon, que les comunicaran los datos acerca de los hechos acaecidos en la honorable Dormición de la Purísima y Siempre Virgen María. La Iglesia tiene fe que el cuerpo de la Madre de Dios fue llevado al cielo, y así La glorifica en sus cánticos: "Vencidas las leyes de la tierra fueron en Ti, Purísima Virgen, después de dar a luz permaneciste Virgen, la muerte uniste a la vida: permaneciendo desde el nacimiento Virgen y después de la muerte viva, Madre de Dios, salvas siempre a Tu heredad.
Troparion Tono 1: 
Oh Madre de Dios en el alumbramiento conservaste la virginidad, en Tu Dormición no abandonaste al mundo, siendo Madre de la Vida, Te trasladaste a la vida (eterna) y por Tus oraciones salvas de la muerte a nuestras almas.

Kondaquion Tono 2:  
Incansable en Sus oraciones, Madre de Dios, y en su intercesión esperanza inquebrantable; no ha sido retenida por el sepulcro ni la muerte, porque siendo la Madre de la Vida fue trasladada a la vida por Aquel que se encarnó de su vientre virginal.
¿Cuantos años de vida terrenal vivió la Madre de Dios? Algunos padres de la Iglesia aseveran que Ella vivió hasta una edad muy avanzada. Los historiadores de la Iglesia Epifanio (monje del siglo X, quien compuso la vida de la Purísima Virgen María, sobre la base de los datos de la tradición antigua), Jorge Quedrin, (monje del siglo II, compuso la crónica desde el comienzo del mundo hasta el año 1059) consideran que la Santísima Madre de Dios vivió setenta y dos años.
Esta presuposición se basa en los hechos siguientes: San Dionisio Areopagita, obispo de Atenas, estuvo presente, entre otros, en la sepultura de la Madre de Dios. Él fue convertido a Cristo por el apóstol Pablo en el año 52, D.C. Durante cerca de tres años él acompañó al apóstol Pablo, luego de lo cual viajó a Jerusalén para visitar a la Madre de Dios. Después de esto el apóstol Pablo lo nombró obispo de Atenas, y pudo llegar a Jerusalén para la sepultura de la Madre de Dios recién en el año 57 después de Cristo. Y como Nuestro Señor Jesucristo nació cuando la Virgen María tenía 15 años, en consecuencia, los años de vida sobre la tierra de la Madre de Dios serían aproximadamente unos 72 años. Esta edad la confirma también el famoso profesor Porfirio, de acuerdo a datos encontrados en Atenas en manuscritos antiguos.
La festividad de la Asunción de la Madre de Dios se conmemora desde los tiempos antiguos del cristianismo, y ya en el siglo IV era una celebración universal, como lo testifica Gregorio de Tursk, y especialmente por el hecho, de que ya se la cita en todos los calendarios antiguos. En el siglo V fueron escritos "stijiri" (canción de alabanza para la festividad) por Anatolio, patriarca de Constantinopla y en el siglo VIII — dos cánones, atribuidos a Cosme Sviatograd y Juan Damasceno. Al principio se festejaba el 18 de Agosto. Su festejo universal el día 15 de Agosto fue establecido por voluntad del emperador Mauricio (Desde el Año 582). El ayuno en honor de la Madre de Dios se estableció en el siglo XII en el concilio de Constantinopla, durante el Patriarcado de Lucas, desde el 1 al 15 de Agosto, y la fiesta de la Asunción continúa durante nueve días.
La emperatriz Santa Pulkeria, esposa de Mauricio, colocó las telas sepulcrales de la Madre de Dios en el magnifico templo de Vlagerna, construido por ella en la ciudad de Constantinopla. El cinto de la Madre de Dios lo dejó en el templo de Jalcoprad, también ubicado en Constantinopla. En el templo de la Odigitria la santa Pulkjeria colocó la imagen de la Madre de Dios, que fue pintada, según la tradición, por el Apóstol San Lucas.
La Iglesia glorifica a la Madre de Dios, como mas honorabilísima que los querubines e inigualablemente mas gloriosa que los serafines, Quien ahora, como Reina, comparece a la derecha del Hijo, y, tomando bajo Su protección al género humano, intercede por él clemencia ante el Señor. Junto con esto, con el acontecimiento de la dormición de la Madre de Dios la Iglesia nos enseña, que la muerte no significa la aniquilación de nuestra existencia, sino, solamente nuestro pasaje de la tierra hacia el cielo, de lo perecedero — a la eterna inmortalidad. A este propósito fundamental, desde el siglo IV, se le agrega otra intención — la de descubrir el extravío de los herejes, que negaban la naturaleza humana de la Santísima Madre de Dios y aseguraban por eso, que no se podía hablar de una muerte de la Madre de Dios. Así era el extravío de los "coliridianos," herejes del siglo VI.
La santa Iglesia llama la terminación de la vida terrenal de la Madre de Dios, como "Dormición" y no como muerte, ya que la muerte como destructora del cuerpo no La tocó. Ella (la Virgen) sólo "se adormeció" para despertarse inmediatamente a la gloriosa vida eterna y después de tres días, con el cuerpo incorruptible, establecerse en la morada celestial. En los cánticos de este día la Iglesia invita a los creyentes a alegrarse; inculcando que en el admirable fallecimiento de la Madre de Dios, para consuelo de todos, se manifestó con especial solemnidad la fuerza del Señor, Quien con Su muerte y resurrección quebró el aguijón de la muerte y para Sus fieles, de espantosa la convirtió en alegre y feliz; porque la Santísima Madre de Dios "se adormeció en la muerte como en un sueño corto, despertando rápidamente de ella y se despojó de los ojos, como de una somnolencia, de la muerte sepulcral, percibiendo en la luz del rostro del Señor la vida y gloria eternas." Además, nosotros debemos alegrarnos que la Santísima Virgen, luego de Sus crueles aflicciones y sufrimientos sobre la tierra, recibió en el mundo superior la recompensa por Sus virtudes. Con esto se nos enseña un nuevo significado de la muerte, proporcionado por El resucitado del sepulcro: siendo hasta entonces un castigo por el pecado, la muerte se hizo ahora testigo de la virtud y de la recompensa de las hazañas realizadas durante la vida (Apocal. 14:13).
Debemos regocijarnos, de que la Santísima Virgen allá, en los cielos, con Todo Su Ser compareció ante el Trono de la vivificante Trinidad. Siendo aquí, en la tierra, humilde, ella se presentó en el cielo incomparablemente mas honorable que los querubines, más gloriosa que los serafines, la más luminosa entre todos los justos, no sólo sierva del Señor Dios, sino también Reina de la tierra y del cielo, Señora de las fuerzas superiores y de la gente, colmada de todos los dones Divinos, mar de gracias Divinas, manantial de todos los dones espirituales y corporales, gozo para todos los afligidos, Intercesora de los ofendidos, Saciadora para los hambrientos, visitadora para los enfermos, consuelo y cobertura de los débiles, apoyo de la vejez, protectora de las viudas y huérfanos... A Su Madre, cuando ella implora ante el Señor, Él no puede negarle nada. Ella es la única esperanza de los pecadores, socorro de los desesperados, intercesora inmutable ante el Creador, pronta defensora, amparo del mundo, manantial de misericordia, puerta de clemencia Divina. Observad la historia de la Iglesia, la historia de nuestros antepasados, recorred los templos consagrados en honor de Su nombre, enumerad Sus iconos milagrosos, recorred todo el mundo — siempre encontraréis incontable cantidad de pruebas de Su potestad e ilimitada misericordia. Es por ello que en la Iglesia Ortodoxa, no hay servicios divinos, ni oficios, ni oraciones en las cuales la Iglesia no refuerce sus pedidos con el nombre y las plegarias hacia la Santísima Soberana Nuestra, la Madre de Dios, donde no agradeciera, no exaltara con cánticos a la invencible Generala, nuestra diligente Intercesora y Madre Bienaventurada, siempre Virgen María.


Obispo Alejandro Mileant
Catecismo Ortodoxo
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