Friday, August 28, 2015

La misa de réquiem


Qué debemos saber sobre ello y algunos consejos aclaratorios para los feligreses

¿Qué es la misa de réquiem?

Según las enseñanzas y la fe cristiana, la vida del ser humano no finaliza con la muerte del cuerpo, sino que el alma continúa su existencia más allá de los límites de la vida terrenal. Por esta razón, no dejamos caer en el olvido a los fallecidos después de su entierro, sino que les recordamos siempre, rezamos y mediamos por su descanso y el perdón de sus pecados.

Mientras estamos vivos podemos hacer mucho por nuestras almas: vigilar, ayunar, rezar continuamente, etc. En cuanto nos morimos, sin embargo, nada de esto podemos ya hacer. Sin embargo, si alguien le habla a Dios de los fallecidos, Dios lo oye y escucha su oración. En otras palabras, ante Dios es muy útil y provechosa la mediación. Cuando nuestros seres queridos se van de este mundo, dejan tras de sí esta petición que suena más bien a mandato: „…os pido a todos, con insistencia os pido, rezad sin cesar a Cristo-Dios por mí, para que no sea enviado, según mis pecados, al lugar de castigo, sino que me coloque donde está la luz de la vida” (Alabanza de la misa funeral). Así, pues, los difuntos piden que nos acordemos de ellos, que siempre hagamos algo para sus almas.

¿Qué podemos hacer por ello? ¡Rezar, dar limosnas y hacer obras de caridad!

La misa que se hace para los difuntos (la misa de réquiem) se llama parastas (del griegoparastasis = estar en línea con alguien, estar al lado de alguien, mediar por alguien) y significa oración de mediación ante Dios para las almas de aquellos que no están entre nosotros.

El cristiano no se olvida de sus muertos después de su entierro, sino que se preocupa de rezar por ellos, de recordar sus nombres. En la iglesia ortodoxa, los periodos para recordar individualmente a los difuntos son los siguientes:

√ A los tres días de la muerte (que suele coincidir con el día del entierro), en honor a la Sagrada Trinidad y a la Resurrección de Cristo, el tercer día;

√ A los nueve días después de la muerte, “para que el difunto sea digno de juntarse con los nueve coros de ángeles y en el recuerdo de la novena hora, cuando el Señor, antes de morir crucificado, prometió al ladrón el paraíso, que esperamos que también nuestros muertos vayan a heredar“;

√ A los cuarenta días (o seis semanas), en el recuerdo de la Ascensión del Señor, que ocurrió a los 40 días después de su Resurrección, “para que de la misma manera ascienda al cielo el alma del difunto “;

√ A los tres, seis y nueve meses, en honor a la Sagrada Trinidad;

√ A un año, según el ejemplo de los cristianos de la antigüedad, que cada año celebraban el día de los mártires y de los santos, como día de su nacimiento en la vida de más allá.

√ Cada año, hasta el séptimo año después de la muerte, la última misa anual de réquiem recordando los siete días de la creación.

¡Importante!

Para no equivocarse con respecto a los preparativos para estas misas, lo mejor es ponerse previamente en contacto con el sacerdote para acordar la fecha y la hora de la celebración religiosa de la misa.

Habitualmente, estas misas de réquiem no se hacen en cualquier día de la semana, sino sobre todo los martes, los jueves y los sábados.

Junto con los días establecidos para recordar individualmente a los muertos, la Iglesia ha establecido días de réquiem general para los muertos, como sigue: el sábado antes de empezar la cuaresma, o el sábado del Temible juicio, llamado también El recordatorio de invierno; el sábado antes del descenso del Espíritu Santo, o El recordatorio de verano; a estos la tradición ha añadido El recordatorio de otoño (entre el 26 de octubre y el 8 de noviembre); los sábados del periodo de cuaresma; la Pascua de los mansos (el lunes después del Domingo de Tomás); el Jueves de Ascensión, especialmente para los héroes; y, finalmente, el día del patrón de cada parroquia.

Todos estos días de réquiem, individual o colectivo, son momentos de viva y profunda comunión con los difuntos. Esos días deben ser respetados y cultivados, ya que solo de esta maner mantenemos vivos el culto de los muertos y su recuerdo.

Al mismo tiempo, para cada uno de nosotros, recordar a los muertos es una oportunidad para reflexionar. Sin duda, la muerte es el más seguro y, a la vez, el más terrible evento de nuestras vidas. Naturalmente, siempre lo tenemos presente y nos hace reflexionar. Nadie puede firmar ningún contrato con la vida terrenal para poder prolongarla… por tanto, pensar en la muerte, con lo más profundo de nuestras almas, nos corrige y nos hace más realistas, ¡nos mejora!

¿Qué artículos preparamos para la misa de réquiem?

La misa de réquiem está siempre precedida por la Sagrada y Divina Liturgia que se celebra en la Iglesia. Para ella, todo cristiano debe traer coliva, una rosca, vino, velas, incienso ycarbón.

Coliva (preparado de sémola de trigo hervida, endulzada con miel o azúcar; palabra sin traducción literal al español) representa el mismo cuerpo del difunto. Tiene, además, un especial significado espiritual, siendo un símbolo de la resurrección del cuerpo: tal y como el grano de trigo, para brotar y dar fruto debe ser antes enterrado, de igual forma el cuerpo humano primero se entierra, para que luego resuscite en gloria eterna. Los dulces que entran en la composición de la coliva representan la dulzura de la vida eterna, que deseamos a nuestros muertos y rezamos para que la consigan.

Sobre la coliva se coloca la Santa Cruz y se decora cuidadosamente (habitualmente con caramelitos de colores que remiten a la belleza de las obras de caridad que el difunto haya dejado como testimonio de su paso por esta vida).

La rosca se debe hacer moldeada en trenza y debe llevar gravados encima símbolos litúrgicos (la santa cruz).

Sobre la coliva y la rosca se colocan velas encendidas. La vela es el símbolo de nuestro paso por la vida. Así como ella arde y se consume, de igual manera arde y se consume nuestra vida. La vela simboliza asimismo al hombre bueno: para que la vela dé luz debe arder y poco a poco consumirse. De igual forma, los cristianos (a quienes Jesucristo les dijo “Vosotros sois la luz del mundo“), para iluminar a los de su alrededor, para ser coherentes y vivir coprrectamente su fe, deben sacrificarse, ofrecerse a sí mismos a los demás, consumirse todos los días poco a poco.

La vela se parece también a los seres humanos en su fragilidad. Se rompe con facilidad, se deshace en pedazos, y sin embargo ofrece algo que no ofrece la dureza de la piedra, ni el agua, ni la tierra: la llama, que da luz y calor al mundo.

El vino, que se vierte formando una cruz sobre la coliva (el cuerpo del difunto), representa los óleos con los que fue ungido el cuerpo del Señor.

Asimismo, es costumbre ofrecer una toalla (‘prosop’, del griego prósopon = persona) para recordar a la persona en cuyo nobre se ha ofrecido.

Hemos mencionado ya que, al lado de las oraciones, son necesarias las limosnas y las obras de caridad.

A través de la caridad se consuelan las almas de los difuntos. „La caridad limpia todos los pecados” (Tobit 12,9). Con toda seguridad, debemos ofrecer caridad y limosna a aquellos que las necesitan: al hambriento, al desnudo, al sediento. Cuando nuestro prójimo recibe limosna y caridad, se alegra y se consuela. Y si él reza por los difuntos, su oración tiene un gran poder (por ello la fórmula con la que recibimos una ofrenda o limosna en el recuerdo de una persona fallecida es ¡Que Dios le perdone!).

Aquel que da comida al hambriento, bebida al sediento, ropa al desnudo, amparo y cobijo al desamparado, sirve al Señor, porque el Señor se identifica con todos ellos. Quien visita a los enfermos y a los presos, a Dios visita. En las sagradas escrituras está escrito: „Aquel que da al pobre, le presta a Dios y Él le pagará su buena obra” (Proverbios 19,17).







¿Cuándo no se deben hacer misas de réquiem?

No se hacen misas de réquiem en los siguientes días y periodos del año:

a) Los domingos del año, ya que el domingo recuerda el día de Resurrección, por tanto es día de alegría, no de tristeza;

b) Los doce días comprendidos entre el Nacimiento del Señor y su Bautizo. Aunque en algunas iglesias se celebren por lo general misas de réquiem los domingos, está totalmente prohibido celebrarlas en los domingos del Pentecostés, para no oscurecer la alegría de la gran fiesta de Resurrección;

c) Desde el comienzo de la cuaresma hasta el primer sábado, el sábado de San Teodoro;

d) Desde el sábado de Ramos, hasta el domingo de Tomás;

e) En las fiestas grandes o imperiales;

f) Durante la cuaresma no se hacen misas de réquiem entre semana (lunes, martes, miércoles, jueves y viernes) ya que en esos días no se celebran liturgias habituales o plenas.

Otros consejos relativos a las misas de réquiem

√ Es aconsejable que las misas de réquiem se celebren después de la sagrada liturgia, porque esta es la más importante misa de mediación por los difuntos. En caso de que no sea posible siempre, por lo menos a los cuarenta días de la muerte, al año o a los siete años es recomendable que la misa de réquiem siga justo después de la sagrada liturgia.

√ Cuando se concreta la lista de los difuntos a recordar, no hace falta mencionar el tiempo transcurrido desde su muerte. Los libros de culto no mencionan nada a este respecto, y los sacerdotes no deben añadir nada, ya que no se trata de llamarle la atención al Señor sobre el tiempo transcurrido.

√ Para la misa de réquiem a los cuarenta días, llamada en algunos lugares „misa de levantamiento de Panaghia”, además de todoas las cosas que hemos mencionado, se debe preparar un ícono y una rosca. De esta rosca el sacerdote saca una parte que coloca sobre el ícono y de ella repartirá luego a los familiares del difunto;

√ En cuanto a las limosnas para los pobres, es habitual que, aparte de comida, a los cuarenta días y al año de la muerte, se repartan artículos de ropa y calzado, u objetos de uso doméstico, pero no hay razón para que esto no se haga en cualquier otro momento también, para el descanso del difunto. Existe también la costumbre de repartir la comida junto con los platos, los vasos y los cubiertos correspondientes, en número fijo (seis, doce o veinticuatro), pero las normas de la iglesia son inespecíficas a este respecto, y, en realidad, cada uno puede repartir lo que considere oportuno, ya que el número de las raciones repartidas no tiene ninguna influencia sobre el descanso y el alma del difunto en el recuerdo del cual se da la limosna;

√ Al finalizar la misa y después de la bendición de las ofrendas de comida y bebida, los presentes están obligados a comer en actitud de recogimiento, rezando mentalmente para el difunto. No se puede hablar sin medida, hacer chistes, no se come ni se bebe como en una boda. En vez de brindar, al empezar la comida, se suele decir “¡Que en paz descanse!”, y cuando uno recibe un plato de comida o un vaso de vino, no debe dar las gracias sino decir “¡Que Dios reciba!”

Tratado sobre los ángeles, San Ignacio Briantchaninov.




Tratado sobre los Ángeles




Por San Ignacio Briantchaninov, Obispo del Caucaso y el Mar Negro.

Parte 1

Este tratado sobre los ángeles no ha sido redactado para satisfacer nuestra curiosidad, y todavía menos nuestro amor por la ciencia. Ha sido creado para nuestra salvación. Hace falta recordar que los ángeles de luz viven constantemente y sin cansarse, preocupándose por nuestro destino. Emplean toda su energía a prepararnos y hacernos merecer las bienaventuranzas eternas, durante el lapso de tiempo de nuestro peregrinaje terrestre. Los ángeles de las tinieblas, en cuanto a ellos, se consagran a llevarnos a su destino en el abismo del infierno. Es por eso que la tierra es un lugar de una guerra permanente y cruel que opone los santos ángeles y los cristianos piadosos y ortodoxos a los ángeles de las tinieblas y a los hombres que les son sumisos. Lo que está en juego de este combate no es otra cosa que el destino eterno de los hombres. La bienaventuranza celeste del siglo venidero no es accesible más que a través del verdadero cristianismo. No hay, por lo tanto, nada más esencial y más necesario que trabajar en la salvación de uno mismo. Esta salvación exige de cada cristiano que tome conocimiento de la presencia de los ángeles en tiempos oportunos, con exactitud y de manera decisiva, a fin atraer para sí la ayuda y el santo amor de los ángeles de la luz, y evitar lo más posible la influencia perniciosa de los ángeles de las tinieblas.

La palabra ángel viene del griego y significa mensajero. Los ángeles han recibido este nombre de nuestro Dios Todopoderoso a causa de su servicio por la salvación del género humano, servicio que cumplen con mucho amor y santo fervor. A este propósito, el Apóstol Pablo dice: ¿No son todos ellos espíritus servidores, enviados para servicio a favor de los que han de heredar la salvación? (Heb. 1:14). Es así, por ejemplo, que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret (Luc. 1:26) a la Toda-Santa Virgen María, para anunciarle que Dios la había elegido para ser la Madre del Logos-Dios, que iba a asumir nuestra humanidad para salvar al género humano. En otra ocasión, el ángel del Señor abrió las puertas de la prisión en las que los judíos envidiosos habían encerrado a los dos Apóstoles y, tras haberlos liberado, les dijo: id y puestos en pie en el Templo, predicad al pueblo todas las palabras de esta vida (Hech. 5:20), es decir la enseñanza de que Cristo es la Vida. Otra vez, el ángel hizo salir al Apóstol Pedro de la prisión donde Herodes le había echado después de haber matado a San Santiago, hijo de Zebedeo; el rey impío pretendía divertir al pueblo deicida por medio de una segunda ejecución que le fuera agradable. Confiado en que su milagrosa liberación no era fruto de su imaginación sino que era verídico, el Apóstol declaró: “Ahora sé verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de la mano de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos” (Hch. 12:11). No obstante el ministerio angélico no consiste exclusivamente en asegurar la salvación del género humano, pero es de ahí que recibe su nombre de boca de los hombres, y del Espíritu Santo en las Santas Escrituras.

La Santa Escritura no menciona con precisión el momento de la creación de los ángeles. La Santa Iglesia, con San Juan Damasceno, San Juan Casiano, San Basilio el Grande, San Gregorio el Teólogo, San Ambrosio de Milán, San Dimitri de Rostov, y otros padres, confiesan que tuvo lugar antes de la creación del mundo material y de los hombres.

Los ángeles fueron creados de la nada. ¡Qué gratitud, qué piedad, qué amor por su Creador han debido sentir estos seres, viéndose dotados desde su creación de tal agudeza, de tal bienaventuranza, de tal alegría espiritual!. Su ocupación en todo momento no tarda en llegar a ser la contemplación y la glorificación del Creador. El Señor mismo dice de ellos: desde que las estrellas fueron creadas, todos Mis ángeles Me glorifican y Me aclaman (Job 38:7). Estas palabras confirman que la creación de los ángeles es anterior a la del mundo visible. Al haber asistido a esta última, los ángeles glorifican de nuevo la sabiduría y el poder del Creador.

Fue el Logos de Dios que creó los ángeles, como seguidamente hizo con el mundo visible. En Él han sido creadas todas las cosas, en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo ha sido creado para Él y por Él (Col. 1:16). Por los nombres de Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades, el Apóstol designa diversas órdenes angélicas. La Santa Iglesia reconoce tres, cada coro (o jerarquía) estando a su vez dividida en tres sub-órdenes. La primera jerarquía está constituida por Serafines, Querubines y Tronos; la segunda por Dominaciones, Virtudes y Potestades; la tercera por Principados, Arcángeles y Ángeles. La enseñanza sobre estas divisiones del mundo angélico proviene de San Dionisio el Areopagita, discípulo de San Pablo. Este último, como acabamos de ver, nombra ciertas órdenes en sus escritos. Según la visión del Santo Profeta Isaías, son los Serafines de seis alas los que se encuentran más próximos del trono de Dios: Vi al Señor sentado en un trono alto y excelso y las faldas de su vestido llenaban el Templo. Encima de Él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro, con dos los pies, y con dos volaban. Y clamaban unos a otros, diciendo: “Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria.”(Is. 6:1-3). Detrás de los Serafines, se encuentran alrededor del trono de Dios los sabios Querubines de innombrables ojos, después vienen los Tronos, y, en el orden citado aquí, los otros coros angélicos. Los ángeles permanecen cerca del trono de Dios en un gran temor mezclado con respeto, temor suscitado por la indecible grandeza de Dios. No se trata, de ninguna manera, de un temor (de pecador arrepentido) que ensombrece el amor, sino más bien de un temor que perdura desde el origen de los siglos, un don del Espíritu Santo, ya que Dios es terrible (su magnitud) para aquellos que están alrededor de Él. La contemplación ininterrumpida de la inconmensurable grandeza de Dios, sumerge a los ángeles en un éxtasis de bienaventuranza, y en una embriaguez que se exprime por una incesante glorificación. Arden de amor por Dios, y encuentran en el olvido de ellos mismos un júbilo inagotable e infinito.

Parte 2

Cada orden angélica recibe dones del Espíritu Santo, el espíritu de la razón y la sabiduría, el espíritu del discernimiento y de la firmeza, el espíritu del temor de Dios. Esta diversidad de dones espirituales y la diferencia de grados de perfección no produce de ninguna manera en los ángeles, sentimientos de competición o de envidia, ¡nada más lejos de eso!. Su voluntad es una, como dijo San Arsenio el Grande, y todos, llenos de consolación y de gracia divina, ignoran la miseria. Dotados de la misma cantidad que los otros de gracia y de voluntad, lo ángeles de las órdenes inferiores obedecen con amor y fervor a los ángeles de las órdenes superiores como a la voluntad divina. Según el ejemplo citado por San Dimitri de Rostov,“vemos claramente en el libro del Profeta Zacarías que, mientras que un ángel conversaba con el profeta, otro ángel fue a ordenarle de anunciar a Zacarías lo que iba a suceder en Jerusalén. De la misma forma, el profeta Daniel muestra un ángel ordenando a otro de comentar una visión al profeta”.

“¿Cuál es la causa de nuestra lucha, de nuestra caída en la muerte y de nuestro fin en la corrupción? Al principio, no estábamos destinados a eso. Esta causa hay que buscarla a través de la indocilidad de Adán (que condujo a la transgresión del mandamiento divino) y después, seguidamente, en nuestro comportamiento malvado y en el mal uso de nuestro libre arbitraje con respecto a la fe. ¿Y cuál es la causa de nuestra renovación, de nuestra inmortalidad y de nuestra incorruptibilidad? Es la unión de nuestra voluntad a la de Cristo, y la obediencia a Dios, Padre de nuestro Señor Jesús Cristo (el segundo Adán), es decir, el cumplimiento de Sus mandamientos. El Señor ha dicho: Yo no he hablado por Mí mismo, sino que el Padre, que me envió, me prescribió lo que debo decir y enseñar; y sé que su precepto es vida eterna. Lo que Yo digo, pues, lo digo como el Padre me lo ha dicho (Jn. 12:49-50). Igual que con nuestros ancestros y sus sucesores, la presunción es la raíz y la madre de todos los males, en el Nuevo Adán, el Dios-Hombre Jesús Cristo y todos aquellos que desean vivir en Él, la humildad es el comienzo, la fuente y el fundamento de todos los bienes. Y bien, esta actitud es precisamente la de los coros sagrados angélicos que son, por tanto, superiores a nosotros…” (San Calisto e Ignacio, en la Filocalía).

Los ángeles son generalmente calificados como Poderes Celestiales o Armada Celestial. Su jefe es el Archiestratega Miguel que forma parte de los siete espíritus que permanecen delante de Dios. Estos siete ángeles son Miguel o Missail (aquel que se asemeja a Dios), Gabriel o Gabrail (el poder de Dios), Rafael o Rufail (la misericordia de Dios), Salafael o Salaatail (la oración de Dios), Uriel o Uryil (la luz de Dios), Yegudiel o Yeghudil (la gloria de Dios), Barakael o Barakail (la bendición de Dios). Se les llama tanto ángeles como arcángeles. San Dimitri de Rostov los incluye en la orden de los Serafines.

Los ángeles, y los hombres después de ellos, fueron creados a imagen y semblanza de Dios. Como en el hombre, la imagen de Dios en el ángel consiste en la inteligencia que engendra y resguarda el pensamiento; de esta inteligencia procede el espíritu que actúa en sinergía con el pensamiento y lo vivifica. Esta imagen, invisible en el ángel como en el hombre, es la impronta del Prototipo. Dirige al ángel en totalidad, como lo hace por el hombre.

Los ángeles son seres limitados en el tiempo y el espacio, y poseen en consecuencia un aspecto exterior que les es propio. En efecto, sólo la nada y el infinito están desprovistos de aspecto exterior. El ser infinito es invisible e ilimitado, y la nada, no teniendo existencia propia, está desprovista de aspecto exterior. Al contrario, los seres limitados, independientemente de su talla y de su sutileza, son circunscritos en el espacio y poseen en consecuencia un aspecto exterior que les es propio, que nuestros ojos ordinarios no pueden, en principio, distinguir. Por ejemplo, no podemos ver los límites de gas y de vapores, incluso si existen (los gases ocupan un espacio preciso correspondiente a su elasticidad, su capacidad de compresión o descompresión). Dios solo, el Ser Eterno, está desprovisto de aspecto. Con respecto a nosotros, los ángeles parecen ser espíritus incorporales. Pero ¿cómo tomar como referencia al hombre en su estado de caída, si buscamos una concepción justa de los mundos visible e invisible? Nosotros ya no somos aquello que éramos en el momento de nuestra creación, incluso si, regenerados por el arrepentimiento, llegamos a ser otros que aquellos que éramos en el momento de la sumisión a las pasiones. Somos, por lo tanto, un instrumento de medida inconstante y falso. Es solamente según este instrumento que los ángeles pueden ser calificados como espíritus inmateriales e incorporales. San Juan Damasceno dice en otra parte: “ los ángeles son calificados como incorporales e inmateriales con respecto a nosotros. Pero en realidad, de cara a Dios, ante el cual nada puede ser comparado, todo es ordinario y material. Sólo la Divinidad es verdaderamente inmaterial e incorporal”.

San Macario el Grande enseña que los ángeles tienen un cuerpo finito y una apariencia exterior de hombre. Esto es confirmado por todos los santos que han visto ángeles y que han podido conversar con ellos. Cuando San Andrés el Loco en Cristo fue arrebatado al cielo, el ángel que le acompañaba le tendió la mano dos veces. A la hora de su muerte, Santa Teodora vio dos ángeles que se asemejaban a dos fuertes jóvenes de cabellos de oro.

Por todas partes en las Santas Escrituras, los ángeles se presentan bajo un aspecto humano: delante de Abraham cerca del roble de Mambré, delante de Lot en Sodoma. Cuando los sodomitas rodeaban la casa de Lot para romper las puertas, los “hombres” extendieron la mano, hicieron entrar a Lot en la casa y volvieron a cerrar la puerta. Después como Lot y su familia tardaban en abandonar Sodoma, los “hombres” les agarraron por la mano, a él, a su mujer y a sus dos hijas, y les llevaron.

Cuando Moisés, abandono Madián para regresar a Egipto a liberar a los israelitas de la servidumbre del Faraón, un ángel de Dios fue a su encuentro en un alto y quiso matarle. Séfora, la mujer de Moises, entendiendo que la causa de la cólera del ángel era que su hijo estaba incircunciso, se apresuró a cumplir el rito. Después, postrándose ante los pies del ángel, le dijo: “esposo de sangre”, y el ángel les dejó (Ex. 4:24-26).

Un ángel apareció con una espada en la mano al falso profeta Balaam para impedirle ir a ponerse de acuerdo con Balaq, que por entonces viajaba sobre un asna en compañía de dos esclavos. Viendo al ángel en medio de la ruta con una espada en la mano, el asna abandonó el camino y partió por un campo, atrayendo los golpes de bastón de su maestro. El ángel se situó entonces en un lugar tan estrecho que no era posible esquivarle: el asna se derrumbó bajo Balaam que la golpeaba cruelmente. Entonces, Dios abrió los ojos de Balaam que, viendo al ángel con la espada en la mano, cayó delante de él cara en tierra (Nm. 22:22-35).

Josué, que se encontraba a la cabeza del pueblo de Israel por hacerle entrar en la tierra prometida, vio cerca de Jericó un “hombre” con una espada en la mano. Le dijo: ¿eres tú de los nuestros o de nuestros enemigos?, el ángel le respondió: Soy el jefe de la armada del Señor (Josué 5:13-14).

Como un ángel se apareció a Gedeón con un bastón en la mano, hizo falta que éste último le viera cumplir un milagro y hacerse invisible para que comprendiera que había estado con un ángel (Juec. 6:12).

La mujer de Manoa (la madre del poderoso Sansón) vio un ángel. Dijo a su marido: Un hombre de Dios ha venido a mí, este era un temible ángel de Dios. No le he preguntado de dónde venía ni cuál era su nombre. Cuando el ángel se le apareció de nuevo, ella llamó a su marido. Sin sospechar que fuera un ángel del Señor, Manoa le pregunta: ¿Eres tú quien ha hablado con mi mujer? A continuación, los esposos ofrecieron un sacrificio y vieron a su huésped elevarse entre las llamas del altar. Entonces comprendieron que se trataba de un ángel. (Juec. 13).

El profeta Daniel llama “hombre” al ángel que se le apareció (Da. 9:21). Contando su visión, dijo: alcé mis ojos y miré, y vi a un varón vestido de lino blanco y ceñidos los lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como el crisólito, su rostro parecía un relámpago, sus ojos eran como antorchas de fuego, sus brazos y sus pies tenían el brillo de bronce bruñido y el rumor de sus palabras era parecido al estruendo de un gran gentío.(Dan. 10:5-6). Según el comentario de los Padres, y concretamente el de San Juan Casiano, este ángel era Gabriel.

El día de la Resurrección de Cristo, cuando las mujeres miróforas se presentaron de buena mañana en el santo sepulcro (una caverna cavada en la montaña), vieron en el interior dos hombres vestidos de blanco (Luc. 24:4), hombres que el Santo Evangelista Juan llama ángeles (Jn. 20: 12). Durante la Ascensión de Cristo, los dos “hombres” vestidos de blanco que se aparecieron a los Apóstoles eran, según lo dicho por San Juan Crisóstomo y por toda la Iglesia, santos ángeles (Hch. 1:10).

En el Nuevo Testamento, las apariciones de los ángeles a los santos son siempre apariciones de personajes en forma humana. Y después de todo, ¿por qué no tendrían las Santas Potestades Celestiales una apariencia exterior humana, puesto que el Logos-Dios mismo se dignó a encarnarse bajo esta forma y ascender así al cielo para sentarse sobre el trono del Altísimo, a la derecha del Padre, a fin de recibir la adoración de los ángeles?

Los extractos de la Escritura citados anteriormente, ponen en evidencia la razón por la cual los ángeles permanecen escondidos a nuestras miradas humanas, no se trata aquí de la incapacidad de nuestros ojos humanos a verles, sino de nuestra caída. La Escritura dijo claramente que Dios abrió los ojos del falso profeta Balaam y que éste vio al ángel que había visto igualmente el asna como señal de Dios.

Antaño, los enemigos de Israel rodearon la ciudad donde vivía el profeta Eliseo. Al salir de buena mañana de la casa, su servidor vio un ejército de caballeros y de carros alrededor de la ciudad. Se atemorizó y entró a la casa del profeta diciendo: ¿qué vamos a hacer ahora, señor mío?. Eliseo le dijo: No tengas miedo. El ejército que lucha por nosotros es más grande que el que lucha por ellos. Entonces Eliseo oró y dijo: Señor, abre los ojos de mi siervo para que pueda ver. El Señor abrió los ojos del joven y el siervo vio que la montaña estaba llena de carros de fuego y caballos que rodeaban a Eliseo. (2 Reyes 6: 15-17). De la misma forma, los ojos del avaro se abrieron por la oración de San Andrés y vio al ángel de las tinieblas. Resumiendo, un examen atento de las Escrituras y de los textos patrísticos muestra que nuestra decadencia nos impide ver los ángeles, pero que los ojos de los santos que alcanzan un alto nivel de perfección (y que por lo tanto no pueden ser engañados por los ángeles de las tinieblas) se abren sobre el mundo de los espíritus. Así sucedió con San Antonio el Grande, San Macario el Grande, San Macario de Alejandría, San Nifonte de Cesarea, que alcanzaron en el transcurso de su larga vida monástica una extrema pureza.

Como un anciano entró en la celda de Juan Colobos, vio un ángel abanicar al santo dormido. El ángel se alejó. Cuando Juan se despertó, preguntó a su discípulo: “¿Alguien ha venido mientras dormía?”. El discípulo respondió diciendo que el anciano N…había ido. Así Juan comprendió que este anciano había alcanzado el mismo nivel que él, y había visto al ángel. La anécdota muestra que hace falta alcanzar un cierto estado de pureza y santidad para ver a los ángeles. De todas formas, incluso si pocos cristianos lo alcanzan, es posible sin eso el ser santo, como dijo San Macario el Grande. Es así que ciertos santos fueron dignos de ver ángeles una vez o raras veces en sus vidas, mientras que otros no fueron dignos nunca de ello, a pesar de que sus mentes estaban parcialmente o completamente abiertas a la compresión de las Escrituras. Por la providencia divina, ocurre que gente perfectamente indigna o llevando una vida muy ordinaria pueda ver ángeles, como fue el caso de Balaam. Es verosímil que antes de la caída, Adán y Eva estaban en comunión con los ángeles de luz y conversaban con ellos. El Redentor ha ofrecido esta comunión a la humanidad en general, y en particular a los cristianos que llevan una vida piadosa. Estos últimos se comunican con los ángeles por el pensamiento y los sentimientos íntimos, y aquellos que están totalmente purificados alcanzar verles.


Parte 3

Tras la muerte (como más tarde tras la resurrección general), todos los cristianos dignos de la bienaventuranza eterna entran en comunión estrecha con los ángeles y los ven, puesto que sus almas (y más tarde sus cuerpos glorificados e inmortales) son similares a la de los ángeles, según el testimonio del Evangelio. Para que los hombres puedan ver a los ángeles, es necesaria una transformación interna, transformación en la cual los ángeles no tienen por su parte ninguna necesidad. En el siglo venidero, tras la resurrección de los muertos, los hombres serán como los ángeles de Dios en el Cielo (Mt. 22:30). Serán parecidos a los ángeles y serán hijos de Dios, siendo hijos de la Resurrección (Luc. 20:36). De estas palabras del Salvador y de otros extractos de las Santas Escrituras, se destaca que la morada de los ángeles se encuentra en el cielo, y particularmente en el tercer cielo donde los ángeles más elevados permanecen ante el trono de Dios, rodeados de la innumerable armada celestial (Is. 6; Apo. 4:5). Sin embargo, todos los ángeles no han guardado su dignidad original. Numerosos fueron aquellos que cayeron. Les conocemos ahora bajo los horribles nombres de satán, diablo, demonios, ángeles de las tinieblas y ángeles caídos.

La caída de los ángeles caídos es anterior a la del hombre: cuando nuestros ancestros estaban todavía en el Paraíso, los ángeles caídos, ya expulsados del cielo, erraban en el aire, siendo el dominio de los demonios exiliados y tenebrosos. Los ángeles caídos fueron en antaño encontrados culpables en el cielo de una revuelta contra Dios.

El instigador de este amotinamiento fue uno de los más bellos de los querubines, más rico que los otros en dones divinos. El Espíritu Santo inspiró al profeta Isaías de llorar su caída: ¡Cómo caíste del cielo, astro brillante, hijo de la aurora! ¡Cómo fuiste echado por tierra, tú, el destructor de las naciones! Tú que dijiste en tu corazón: “Al cielo subiré; sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono; me sentaré en el Monte de la Asamblea, en lo más recóndito del Septentrión; subiré a las alturas de las nubes; seré como el Altísimo.” Pero ahora has sido precipitado al scheol, a lo más profundo de la tierra (Is 14:12-15).

Dios condenó al profeta Ezequiel a llorar sobre el rey de Tiro, que la Biblia compara al querubín caído, y nombrado más allá “querubín” en el texto citado por San Juan Casiano. San Andrés de Creta y San Juan Casiano ven en este rey al principal ángel caído. Es a él a quien los llantos inspirados del profeta hacen inmediatamente pensar: Y vino a mí la palabra del Seór, diciendo: Hijo de hombre, entona una elegía sobre el rey de Tiro, y dile: Así habla el Señor: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y de acabada hermosura. Vivías en el Edén, jardín de Dios; toda clase de piedras preciosas formaban tu vestido: el sardio, el topacio, el diamante, el crisólito, el ónice, el jaspe, el zafiro, el carbuncio, la esmeralda y el oro. Tus tambores y tus flautas estuvieron a tu servicio en el día en que fuiste creado. Eras un querubín ungido para proteger; Así Yo te había constituido; estabas en el monte santo de Dios y caminabas en medio de piedras de fuego. Perfecto fuiste en tus caminos desde el día de tu creación, hasta que fue hallada en ti la iniquidad. Con el gran aumento de tu comercio llenóse tu corazón de violencias y pecaste; por tanto te profané (echándote) del monte de Dios; y te destruí, oh querubín protector, de en medio de las piedras de fuego. Engrióse tu corazón a causa de tu hermosura; corrompiste tu sabiduría con tu esplendor; por eso, te arrojé al suelo y te di en espectáculo a los reyes. Por la multitud de tus maldades, y por las injusticias de tu comercio profanaste tu santidad; por eso hice salir fuego de en medio de ti, un fuego que te consumió, y te convertí en ceniza sobre la tierra, ante los ojos de todos lo que te ven. (Ez. 28: 11-18). Estas palabras del profeta no serían de ninguna forma atribuidas al rey de Tiro. Esta ciudad fue fundada por los paganos y siguió en la iniquidad de forma permanente. Es, por lo tanto, imposible que su rey haya sido garantía de la perfección, una corona de la belleza, ni que haya sido puesto en el Paraíso entre los querubines. No debe parecer extraño que el Señor pida llantos por el ángel caído. Nuestro Dios, en su infinita bondad, nos revela así su gran misericordia y su compasión por la criatura perdida. El hombre mismo, cuando la gracia sobrenatural del Espíritu Santo lleva en él una abundante misericordia, no puede no compadecerse por todas las criaturas sumisas a la perdición, aunque sean los enemigos más empedernidos del género humano, es decir los demonios. Engañado y endurecido por su orgullo y su presunción, el querubín caído sedujo y entrenó para seguirle a multitud de ángeles, y entre ellos a numerosos ángeles de grados superiores de la jerarquía celeste. El archiestratega Miguel se elevó de inmediato contra satán revelado que se convirtió libremente en el padre y jefe del mal, y hubo una guerra en el cielo. Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón. Y el dragón y sus ángeles combatieron pero no fueron los más fuertes y su lugar no fue hallado en el cielo (Apo. 12: 7-8). Su cola arrastró al tercio de las estrellas del cielo y los echó sobre la tierra (Apo. 12:4). El número de adeptos del sedicioso es tan importante que la Escritura, que compara aquí a los ángeles con las estrellas del cielo, evalúa a aquellos que se dejaron arrastrar por la cola de la serpiente (es decir, que consintieron obedecerle) al tercio de los astros celestes. Bajo señal de Dios, satán fue precipitado de lo alto del cielo con sus adeptos. Al mismo tiempo, los santos ángeles que permanecieron fieles a Dios fueron afirmados en el bien por la gracia divina, y se hicieron completamente impermeables al mal, que no era el caso anteriormente. Tras aquello, el combate entre los ángeles de la luz y los ángeles de las tinieblas no disminuye, puesto que estos últimos, en su incansable testarudez, no cesan de armarse contra Dios. La caída del diablo fue instantánea y rápida: Yo veía, dijo el Logos Eterno, a Satanás caer como un relámpago del cielo (Luc. 10:18). Por tanto, esta pronta caída no le hizo consciente de su impotencia ni de la Omnipotencia de Dios, tanto su entenebrecimiento como su caída interior eran profundas. Privado de la gracia de Dios, perdió la integridad de su propia naturaleza y fue profundamente deteriorado, a tal punto que las Escrituras le comparan a los animales, e incluso al más malvado y al más astuto de entre ellos: la serpiente. Es así como se le califica tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento (Gen. 3:1 ; Apo. 12:9).

Tras su caída, el principal ángel caído se convirtió en el jefe de los espíritus que él mismo había arrastrado a la perdición, y estos últimos le asisten desde entonces en el reino de las tinieblas y del mal. Los diversos dones naturales de los ángeles de luz perduran en los ángeles de las tinieblas. Más grandes son los dones, más grande es el mal, puesto que estos seres están únicamente dirigidos hacia el mal. Los Padres enseñan que entre los demonios, se puede distinguir al maestro supremo, a los príncipes, los subordinados, los demonios más o menos poderosos, más o menos malvados. Satán es una palabra hebraica que significa enemigo o adversario; diablo es el equivalente en griego. La palabra griega demonio significa espíritu o genio, pero no se emplea más que para señalar al ángel caído. Estas palabras corresponden todas con el ruso.

Los ángeles de las tinieblas expulsados del cielo se instalaron bajo los cielos, en un lugar que la Escritura y los Padres llaman “aire”. Esto es por lo que los habitantes de este espacio se llaman también espíritus, poderes y príncipes del aire.

El jefe de los ángeles caídos no se limitó a su propia caída, provocó también la del hombre, tras la cual su situación se deterioró todavía más: fue completamente rechazado, totalmente extranjero a todo el bien y privado de toda posibilidad de regresar al bien.

Antes de la caída de Adán, ya erraba en compañía de los otros demonios en el desierto situado bajo los cielos, presa de un terrible y tenebroso vacío interior debido a la privación de la gracia divina. La primera pareja humana disfrutaba de las bienaventuranzas del Paraíso y Dios en su inefable misericordia, permitió a satán penetrar en el Paraíso a fin de ver la bienaventuranza de las nuevas criaturas creadas y, si era posible, regresar a la bienaventuranza, reconocer su pecado, y arrepentirse, lo que constata lo fácil que era para el Creador de reemplazar una criatura que se había hecho a sí misma indigna libremente por una criatura razonable y aguda. El caso del ángel caído no estaba en ese momento completamente perdido. Desgraciadamente, cuando visitó el Edén, envidió terriblemente a los hombres nuevos creados y se empleó a hacerles salir del Paraíso, para incorporarles a ellos y a sus descendientes, a la asamblea innumerable de demonios. Su proyecto triunfó y los hombres rechazaron obedecer a Dios, y se sumaron a su homicida. Su nombre de homicida le fue dado por las Santas Escrituras porque el hombre, inmediatamente privado de la gracia divina tras su caída, moría por su alma. Este nuevo estado no le permitió más de permanecer en el Paraíso. Una vez precipitado a la tierra, maldito a causa de su pecado, se sumó al diablo y engendró otros hombres cuya alma fue igualmente llevada a la muerte por el demonio, y que se sumaron también a él. El castigo infligido a los hombres a través de Adán es terrible!. Pero el castigo del ángel caído, su homicida, fue todavía más terrible!. En efecto, el hombre conservó todavía su esperanza de salvación, porque se había equivocado, y se dio cuenta de su pecado nada más cometerlo. Por el contrario el diablo, este consciente criminal empedernido, perdió toda esperanza de salvación. El Señor dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto, serás maldita como ninguna otra bestia doméstica o salvaje. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; éste te aplastará la cabeza, y tú le aplastarás el calcañar”. (Gen. 3:14-15).

La primera parte de esta sentencia abajó al diablo al grado del género animal, es decir, que le privó de todos los pensamientos elevados que conducen a las criaturas razonables al conocimiento de su destino. Todas las fuerzas de su ser son en adelante dirigidas hacia el mal y al éxito criminal del siglo presente. El pensamiento de su caída le es extraño, se enorgullece de su estado, se regocija de sus crímenes, añade sin tregua otros nuevos a los antiguos, no retrocede ante ninguna fechoría, conspira la pérdida de hombres, progresa en la blasfemia y en su animosidad hacia Dios. Y aún peor, se vanagloria y enorgullece de todo ello. Toda la asamblea de demonios comparte su estado, lo reconoce como soberano absoluto, y reniegan de Dios, el Verdadero Soberano.

La segunda parte de la sentencia no es menos terrible para el orgulloso espíritu de las tinieblas. Puesto que soñaba con ser igual a Dios, se dijo que su victoria sobre el hombre no estaba completa, que se puso enemistad entre él y el Hijo de la Mujer, y que la posteridad de este hombre que menosprecia, le aplastará la cabeza. En este combate, todas las oportunidades de victoria están, por lo tanto, a favor del hombre, incluso si el diablo mantiene todavía la posibilidad de ganar una batalla hiriendo el talón de su adversario. Sobre la tierra, la visión de las serpientes nos recuerda concretamente la maldición pronunciada por Dios contra la antigua serpiente. El Nuevo Testamento califica al diablo de antigua serpiente, para distinguirla de las serpientes terrestres que terminan desapareciendo de la superficie de la tierra por la muerte. Esta antigua serpiente existe en efecto inmutablemente hasta el presente. Para su muerte eterna, el diablo espera la segunda venida de Cristo.

Después de la caída de Adán, la actividad espiritual de los hombres está íntimamente ligada a la de los ángeles caídos y a la de los ángeles de la luz. El hombre es el objeto de sus incesantes combates. Se encuentra constantemente situado, por así decirlo, entre la esperanza de la salvación conducida por los ángeles y una eventual perdición tramada por los ángeles caídos.



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