Saturday, February 6, 2016

“Oraron y ayunaron” (Hechos, 14, 23)



Como el velar, desde los tiempos bíblicos, está estrictamente ligado a la oración, igualmente sucede con otro ejercicio del cuerpo: el ayuno, que no debe, por esto, permanecer olvidado, tanto más que desde la antigüedad está ligado también a tiempos bien precisos. En occidente, sin embargo, el ayuno es conocido hoy por la mayor parte de las personas sólo en la forma secularizada del “ayuno curativo”. La “gran Cuaresma” que precede a la Pascua, por ejemplo, en la vida cotidiana de los mismos cristianos practicantes en sustancia no cambia nada. Como se ha dicho, no fue siempre así, y también en el oriente cristiano sucede aún hoy de modo diverso.





Oración y ayuno desde los tiempos antiguos están unidos recíprocamente de modo tan estrecho, que ya en la Sagrada Escritura son a menudo nombrados juntos, porque “bueno es la oración con el ayuno” [1]. La vieja profetisa Ana “servía a Dios noche y día con ayunos y oraciones” [2]; del mismo modo hacía Pablo [3] y la comunidad primitiva [4]. Esta costumbre está tan firmemente radicada en la primitiva tradición cristiana, que algunos copistas a la palabra “oración” agregaron espontáneamente la palabra “ayuno”, incluso allí donde originariamente –con probabilidad- no existía, como en Mateo 17, 21; Mc 9, 29; 1Cor 7, 5.



A primera vista podría parecer que la antigua práctica cristiana del ayuno no pueda referirse a la palabra y al ejemplo de Cristo, más bien, parece incluso contradecirlo. Seguramente Cristo ha ayunado una vez, cuarenta día y cuarenta noches en el desierto [5], y, por lo demás, por muchos era considerado más bien “un comilón y un bebedor” [6], porque no tenía temor de comer con “publicanos y pecadores”, más bien, a menudo era él mismo el que tomaba la iniciativa, tanto como para provocar la pregunta sobre los motivos por los cuales los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos “ayunaban frecuentemente y oraban”, y sus discípulos, en cambio, no [7]. ¿Han, pues, Pablo y la comunidad primitiva malinterpretado a Cristo, comportándose, en definitiva, del mismo modo que los discípulos de Juan y que los de los fariseos?



Absolutamente no, porque Cristo no despreciaba ciertamente el ayuno, así como no despreciaba la oración. Ambos les interesaba, sin embargo, preservaba a sus discípulos de todo tipo de hipocresía y de vanidosa ostentación de la propia “religiosidad”.



Cuando ayunéis, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. [8]



Vale para el ayuno, lo que vale para la oración: ciertamente ayunan también los discípulos de Cristo, pero estos lo hacen sólo por amor de Dios, no para ser vistos y alabados. Lo mismo vale para la limosna y, en el fondo, para toda práctica virtuosa. Los padres, que notoriamente eran grandes ayunadores, han tomado esto muy en serio. Si acaso, es dicho del ayuno que se debe “sellar el buen perfume de las propias fatigas [ascéticas] con el silencio”:



¡Como escondes tus pecados ante los hombres,

así esconde ante ellos también tus fatigas! [9]



Con esto, los padres estaban bien lejos de sobrevalorar el valor de las “obras” corporales y, por tanto, también del ayuno.



Se le preguntó a un anciano: “¿cómo puedo encontrar a Dios?”. Dijo: “A través de los ayunos, las vigilias, las fatigas, la misericordia y, antes que todos estos [ejercicios], a través del discernimiento. Te digo, en efecto, que muchos han atormentado su carne sin discernimiento y se han ido vacíos, sin nada. Nuestra boca huele mal por el ayuno, conocemos las Escrituras de memoria, hemos recitado todo David [es decir el Salterio], y no tenemos esto que Dios busca: el amor y la humildad” [10]



*



Cristo, pues, tenía un motivo muy concreto para no tener en cuenta algunas costumbres relativas al ayuno que por entonces era común su uso entre los “piadosos de Israel”, y eximir de ellas también a sus discípulos: la presencia del “esposo” [11]. En este breve tiempo privilegiado de su presencia estaba en juego algo más: “¡El reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el evangelio!”[12]. Cristo se servía de las comidas justamente como de un medio privilegiado para hacer conocer a todos el gozoso mensaje de la reconciliación y la llamada a la conversión: a los jefes de los fariseos [13], a los publicanos influyentes [14], como así también a los “pecadores” de todas clases [15]. El comer justamente como signo de reconciliación: también esta enseñanza han tomado muy en serio los padres del desierto.



Si tu hermano te exaspera,

condúcelo a tu casa,

y no tengas temor de entrar con él,

y comer con él tu bocado.

Haciendo esto,

en efecto, salvarás tu alma

y en el momento de la oración

te será evitado todo escándalo. [16]



Comúnmente se considera, en efecto, que “los regalos extinguen el rencor”, como ya decía el sabio Salomón [17]. Pero los padres del desierto no poseían casi nada para poder dar como regalo. Por esto “nosotros, que somos pobres, compensamos nuestra indigencia con [una invitación] a la mesa”, aconseja Evagrio [18].



Por tanto, “el ayuno es ciertamente útil y necesario, pero depende de nuestra elección” [19]. Otra cosa es, en cambio, el mandamiento divino del amor: este deroga todas las prácticas humanas, incluso las útiles. El precepto de la hospitalidad suprime, en efecto, también las reglas del ayuno, incluso si se debiese preparar con suntuosidad la mesa seis veces al día … [20]



Una vez dos hermanos fueron a ver a un anciano. Ellos tenían la costumbre de no comer cada día. Cuando, pues, vio a los hermanos, se alegró y dijo: “el ayuno tiene su recompensa. Por otra parte, quien come por amor cumple dos mandamientos, porque abandona su propia voluntad y cumple el precepto [del amor]”. Y dio de comer a los hermanos. [21]



*



Siempre teniendo presente este precepto del amor, los discípulos de Cristo, después “que le fue quitado el esposo”, no fueron en nada inferiores a los discípulos de los fariseos y a los de Juan el Bautista en cuanto al ayuno [22], si bien estos, desde los primeros tiempos, a diferencia de los hebreos, no ayunaban los lunes y los jueves, sino el miércoles y el viernes [23].



Ya que el ayuno pertenece, al mismo tiempo, a los ritos penitenciales, está claro que, desde la antigüedad, han sido excluidos aquellos días en los cuales los cristianos hacen memoria del retorno del “esposo” Cristo.



Entre los monjes de Egipto, desde la tarde del sábado, vigilia del día del Señor, hasta la tarde siguiente, no se arrodillaban; así también, por todo el tiempo de la Quincuagésima [entre Pascua y Pentecostés], y en este período no se observaba ninguna regla del ayuno. [24]



*



Si, pues, el ayuno, como todas las otras “austeridades” corporales de este tipo, tiene sólo un valor relativo, entonces, ¿qué sentido tiene? Una primera motivación la nombra ya el salmista: este “humilla al alma” [25], al contrario, es decir, del comer que exalta al alma hasta la apostasía de Dios [26]. En efecto, el ayuno corporal recuerda al hombre, de modo sensible, “que él no vive sólo de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, del cual es deudor justamente también del pan necesario para vivir. Precisamente considerando esta experiencia, Dios había “humillado y hecho probar el hambre” al pueblo de Israel en el desierto [27].



El significado espiritual del ayuno es, pues, ante todo este: hacer humilde al alma. “Nada en efecto humilla tanto al alma como el ayuno” [28], porque hace experimentar de modo elemental la completa dependencia de Dios. Para impedir el paso a esta humildad del corazón están nuestras múltiples “pasiones”, aquellas “enfermedades del alma” que no le permiten comportarse “naturalmente”, es decir de modo conforme a la creación. El ayuno es, por tanto, un medio excelente para “cubrir” estas pasiones, como dice Evagrio explicando alegóricamente el versículo de un salmo:



El ayuno es una manta del alma, que esconde sus pasiones, es decir las infames concupiscencias y la cólera irracional. Quien, pues, no ayuna, se descubre de modo vergonzoso [29], como Noé borracho [30], al cual Evagrio alude aquí. El sentido del ayuno corporal es, por consecuencia, purificar al alma de los infames vicios e infundirles un espíritu humilde. Sin esta “pureza de corazón”, ya sólo pensar en la “verdadera oración” sería una impiedad.



Quien está [todavía] cautivado por los pecados y por los ímpetus de cólera y osa tender descaradamente al conocimiento de las cosas divinas o incluso acceder [al lugar] de la oración inmaterial, espera la reprobación del Apóstol, según el cual no está sin peligro “orar con la cabeza desnuda y no cubierta”. Tal alma, en efecto, afirma el Apóstol, “se dice que tiene una autoridad sobre la cabeza con motivo de los ángeles que están alrededor” [31], mientras se cubre con el debido pudor y humildad [32].



Además de esto, el ayuno tiene también un significado práctico.



Un estómago que languidece

está en condición de velar en oración,

un estómago lleno, por el contrario,

provoca sueño abundante [33]



Esta ventaja práctica tiene, a su vez, un objetivo espiritual, y es este el que verdaderamente cuenta:



Un espejo sucio

no refleja claramente la figura que cae sobre él,

y un espíritu vuelto obtuso por la saciedad

no acoge el conocimiento de Dios. [34]



La oración del ayunador

es una cría de águila que vuela alto,

y la del crapulón cargada de la saciedad

es arrastrada hacia abajo. [35]



El intelecto del ayunador

es una estrella que brilla en el cielo sereno,

y el del crapulón

permanece escondida en una noche sin luna.[36]



En otras palabras, a la par del velar, también el ayunar prepara el espíritu del orante a la contemplación de los divinos misterios.



Si, pues, para aquel que quiere “orar de un modo verdadero”, el ayunar es indispensable tanto como el velar, este sin embargo, como todo en la vida espiritual, “debe hacerse en los tiempos debidos y con medida”, justamente porque cada uno tiene su medida en base a sus fuerzas, a su edad y a sus condiciones de vida.



Ya que lo que es in medida y fuera de tiempo es de breve duración.

Y lo que es de breve duración es nocivo más que útil. [37].



“Oraron y ayunaron” (Hechos, 14, 23) 

Catecismo Ortodoxo 

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Invitacion a la conversión -El Perdon de los Pecados ( San Cirilo de Jerusalen )



CATEQUESIS II: INVITACIÓN A LA CONVERSION 

Pronunciada en Jerusalén, trata sobre la conversión y el perdón de los pecados, y acerca del enemigo. La lectura de base es de Ezequiel 18, 20b-21: Al justo se le imputará su justicia y al malvado su maldad. En cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, vivirá sin duda, no morirá»(1).
Realidad del pecado

1. Realidad temible es el pecado y gravísima enfermedad del alma es la iniquidad: le secciona los nervios y además la dispone al fuego eterno. La maldad se da cuando hay delectación libre, un germen que lleva voluntariamente al mal. Ya el profeta señala con claridad que el pecado se comete de modo espontáneo y libre: «Yo te había plantado de la cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues ¿cómo te has mudado en sarmiento de vid bastarda?» (Jer 2, 21). La plantación es buena, pero el fruto es malo, malo por la libre voluntad: el que plantó está libre de culpa, pero la viña será aniquilada por el fuego; plantada para el bien, produjo el mal por su propio deleite. Pues, según el Eclesiastés, «Dios hizo sencillo al hombre, pero él se complicó con muchas razones» (Ecl 7, 29). Y el Apóstol dice: «Hechura suya somos, creados... en orden a las buenas obras» (Ef 2, 10). Pues siendo bueno el creador, creó «en orden a las buenas obras», pero la creatura se volvió al mal por su propio arbitrio. Grave mal es, según esto, el pecado. Pero no es irremediable: es grave para quien permanece en él. Pero es fácil de sanar a aquel que lo rechaza en la conversión. Imagínate que alguien tiene fuego en sus manos. Sin duda se abrasará mientras retenga el carbón, pero si lo arroja fuera de sí, suprime la causa de su quemadura. Pero si alguien piensa que no se quema al pecar, a ese tal le dice la Escritura: «¿Puede uno meter fuego en su regazo sin que le ardan los vestidos?» (Prov 6, 27). Así pues, el pecado abrasa los nervios del alma.
El origen del pecado en el interior del hombre

2. Pero dirá alguno ¿Qué es el pecado? ¿Es un animal, un ángel o un demonio? ¿Qué es lo que lo produce?(2). Atiende bien: no es un enemigo que te invada desde fuera, sino algo que brota de ti mismo. «Miren de frente tus ojos» (Prov 4, 25) y no experimentarás la pasión. Ten lo tuyo, no te apoderes de lo ajeno y no existirá en ti la rapiña. Acuérdate del juicio y no existirán en ti la fornicación ni el adulterio ni el homicidio ni nada que sea pecaminoso. Pero si te olvidas de Dios, comenzarás a pensar en el mal y a realizar lo ilícito.
El diablo y el pecado

3. Pero no sólo tú eres origen y autor de lo que haces: hay también un depravado instigador, el diablo(3). El tienta a todos, pero no puede con los que no consienten. Por ello dice el Eclesiastés: «Si el espíritu del que tiene poder se abate sobre ti, no abandones tu puesto»(4). Cierra tu puerta y hazlo huir lejos de ti para que no te cause daño. Pero si das entrada con indiferencia al pensamiento libidinoso, oponiéndose a tu ánimo, plantará en ti sus raíces, atará tu mente y te arrastrará hasta la cueva de los malvados. Y si acaso dices: Soy fiel, no podrán conmigo los malos deseos, aunque frecuentemente los tenga en mi ánimo. ¿Ignoras tal vez que la raíz que permanece tiempo ligada a la piedra acaba siempre rompiéndola? No aceptes siquiera el germen, porque hará añicos tu fe. Arranca de raíz el mal antes de que florezca, no sea que, actuando negligentemente desde un comienzo, tengas luego que pensar en el fuego (cf. Jer 23, 29) y en el hacha (Mt3, 10). Cúrate a tiempo la inflamación de ojos, para que no te quedes ciego y busques entonces médico.

4. Causante primero del pecado es el diablo, origen de la maldad. Esto no lo he dicho yo, sino el Señor: «Porque el diablo peca desde el principio»(5). Antes que él nadie pecó. Pero no pecó por fuerza de la naturaleza(6), como si hubiese estado obligado al pecado (en ese caso, habría incurrido en pecado quien le hubiese hecho tal), sino que, creado bueno, se convirtió en diablo tomando nombre de su actuación(7). Pues, habiendo sido arcángel(8), se le ha llamado posteriormente diablo (o calumniador, Satanás), habiéndosele considerado después así en virtud de la cosa misma. Satanás es, pues, lo mismo que adversario
(9). Las pruebas no las aporto yo, sino el profeta Ezequiel: «Eras el sello de una obra maestra y corona de hermosura, engendrado en el paraíso divino» (Ez 28, 12 var.). Y poco más abajo: «Fuiste perfecto en tu conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló en ti iniquidad» (28, 15)(10). Esto no te vino de fuera, sino que tú mismo engendraste el mal. Poco más abajo señala la causa: «Tu corazón se ha pagado de tu belleza, has sido herido por la muchedumbre de tus pecados, sí, por tus pecados. Yo te he precipitado en tierra» (28, 17 var.). Lo mismo dice el Señor en el Evangelio en el mismo sentido: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10, 18). Ya ves la consonancia entre ambos Testamentos. Al caer aquél, arrastró a muchos consigo. A quienes le siguen les sugiere malos deseos, de lo que se siguen el adulterio, la fornicación y cualquier clase de mal. Por causa suya fue expulsado nuestro primer padre Adán del paraíso y cambió éste, del que brotaban frutos admirables, por una tierra que le ofrecía espinas.
Esperanza para el pecador

5. Entonces, dirá alguno, ¿hemos perecido engañados? ¿no habrá salvación alguna? Caímos, ¿podremos levantarnos? (Jer 8, 4). Hemos quedado ciegos ¿podremos recuperar la vista? Estamos cojeando, ¿no hay esperanza de que caminemos correctamente alguna vez? Diré en resumidas cuentas: ¿No podremos alzarnos después de haber caído? (cf.Sal 41, 9) ¿Es que acaso quien resucitó a Lázaro, con hedor ya de cuatro días (Jn 11,39), no te resucitará vivo también a ti? Quien derramó su preciosa sangre por nosotros nos liberará del pecado para que no claudiquemos de nosotros mismos (cf. Ef 4, 19)(11), hermanos, cayendo en un estado de desesperación. Mala cosa es no creer en la esperanza de la conversión. Quien no espera la salvación acumula el mal sin medida; pero el que espera la curación, fácilmente es misericordioso consigo mismo. Igualmente el ladrón que no espera que se le haga gracia llega hasta la insolencia; pero, si espera el perdón, a menudo termina por hacer penitencia. Si incluso una serpiente puede mudar la piel, ¿no depondremos nosotros el pecado? También la tierra que produce espinas se vuelve feraz si se la cultiva con cuidado: ¿Acaso podremos obtener nosotros de nuevo la salvación? La naturaleza es, pues, capaz de recuperación, pero para ello es necesaria la aceptación voluntaria.
Misericordia y amor de Dios hacia el pecador

6. Dios ama a los hombres, y no en escasa medida. No digas tú entonces: He sido fornicario y adúltero, he cometido grandes crímenes, y ello no sólo una vez sino con muchísima frecuencia. ¿Me perdonará, o más bien se olvidará de mí? Escucha lo que dice el salmista: «¡Qué grande es tu bondad, Señor!» (Sal 31, 20). Tus pecados acumulados no vencen a la multitud de las misericordias de Dios. Tus heridas no pueden más que la experiencia del médico supremo. Entrégate sencillamente a él con fe; indícale al médico tu enfermedad; di tú también con David: «Sí, mi culpa confieso, acongojado estoy por mi pecado» (Sal 38,19). Y se cumplirá en ti lo que también se dice: «Y tú has perdonado la malicia de mi corazón» (Sal 32, 5)(12).

7. ¿Quieres ver el amor de Dios al hombre tú, que hace poco que vienes a las catequesis? ¿Quieres contemplar la benignidad de Dios y la enormidad de su paciencia? Mira el caso de Adán. Es el primer hombre que Dios creó, y pecó: ¿no pudo advertirle de que a continuación moriría? Pero mira lo que hace el Dios que tanto ama a los hombres. Lo arroja del paraíso (pues por el pecado no era digno de vivir allí). Y lo coloca en cualquier lugar fuera de allí (cf. Gén 3,24), para que, al ver de dónde ha caído y a dónde ha sido arrojado, consiga luego la salvación mediante la conversión. Caín, primer hombre dado a la luz, se convirtió en fratricida; maquinador del mal, autor y causante de asesinatos, y primer envidioso, quitó después de en medio a su hermano. ¿A qué pena se le condena?: «Vagabundo y errante serás en la tierra» (Gén 4, 12). Grande fue el pecado, pero leve el castigo.

8. Y ésta fue verdaderamente la clemencia de Dios, pero pequeña todavía con respecto a lo que siguió. Pues piensa en lo que sucedió en tiempo de Noé. Pecaron los gigantes y la maldad se extendió grandemente sobre la tierra (cf. Os 4, 2)(13). Por ella se provocó el diluvio: en el año quinientos profirió Dios su amenaza (cf. Gén 6, 13)(14). ¿No crees que la benignidad de Dios se extendió durante cien años cuando se podía haber infligido el castigo al momento? Todo lo alargó para dar lugar a la conversión. ¿Acaso no ves la bondad de Dios? Ni siquiera aquellos hombres, si hubiesen recobrado entonces el buen sentido, habrían notado que les faltaba la clemencia divina.

    La Bondad de Dios es mayor que el pecado

9. Hablemos ahora de aquellos que se han salvado a través de la conversión. Habrá entre las mujeres quien diga: soy una prostituta, he sido adúltera, manché mi cuerpo con toda clase de lujuria. ¿Qué posibilidad existe de salvación? Observa, mujer, el caso de Rahab, que también para ti hay salvación. Pues si la que se dedicaba a la prostitución abierta y públicamente obtuvo su salvación mediante la conversión, ¿acaso quien abusó de su cuerpo alguna vez antes de haber recibido la gracia no obtendrá la salvación por la penitencia y el ayuno? Date cuenta de cómo se  salvó, pues simplemente dijo: «Yahveh, vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra» (Jc 2, 11)(15). No se atrevía por pudor a decir que era suyo. Pero si deseas recibir el testimonio recogido en las Escrituras acerca de su salvación, tienes escrito en los Salmos: «Cuento a Rahab y a Babilonia entre los que me conocen» (Sal 87, 4). Grande es la benignidad de Dios, que en las Escrituras hace memoria incluso de las meretrices. Y no dice simplemente «cuento a Rahab y a Babilonia», sino que añadió lo de «entre los que me conocen». Así pues, los hombres y mujeres pueden obtener la salvación mediante la conversión.

10. Y aunque todo el pueblo hubiese pecado, ello no supera a la benignidad divina. El pueblo había frabricado un becerro, pero Dios no se arrepintió de su clemencia. Negaron los hombres a Dios, pero Dios no se negó a sí mismo (cf. 2 Tim 2, 13). «Entonces ellos exclamaron: "Estos son tus dioses, Israel"» (Ex 32, 4); y sin embargo, según su modo de actuar, el Dios de Israel los custodió. Tampoco fue el pueblo el único que pecó, pues también peco Aarón, el sumo sacerdote. Moisés, en efecto, dice: «También contra Aarón estaba Yahvé violentamente irritado... Intercedí también entonces en su favor y Dios le perdonó» (Dt 9, 20). Ya Moisés, suplicando en favor del sumo sacerdote pecador, suavizó la ira de Dios. ¿Y Jesús, el Hijo único que ora por nosotros, no aplacará a Dios? No le impidió a Aarón, a pesar de su culpa, que llegase a ser sumo sacerdote. ¿Te obstaculizará a ti que, por provenir de los gentiles, entres en la salvación? Haz igualmente penitencia tú también, oh hombre: no se te negará la gracia. Adopta después una vida irreprensible: Dios ama verdaderamente a los hombres y nadie puede explicar su clemencia a causa de su dignidad personal: incluso aunque se juntasen todas las lenguas de los hombres, ni siquiera así podrían explicar una parte de su benignidad, es decir, ni siquiera una parte de lo que se ha escrito acerca de la benignidad de Dios para con los hombres. Pero tampoco sabemos además cuánto perdonó a los ángeles, pues también a ellos les perdona, pues realmente sólo existe uno que esté sin pecado, el que nos libra de éste, Jesús(16). Pero ya se ha dicho suficiente acerca de los ángeles.
El ejemplo de la conversión de David

11. Pero si lo deseas, te presentaré también otros ejemplos que se refieren a nosotros: piensa en el bienaventurado David, claro ejemplo de conversión. Gravemente pecó cuando, después de acostarse, paseó en las horas de la tarde por la terraza mirando descuidadamente y cayendo en su debilidad humana (cf. 2 Sam 11, 2). Cometió el pecado, pero, al confesarlo, no desapareció totalmente el brillo de su alma. Se presentó el profeta Natán, que le corrigió diligentemente y fue el médico de sus heridas (cf. 2 Sam 12, 1-1 5a). «Se ha airado el Señor y has pecado»(17). Esto se lo decía un particular al rey. Pero el rey, pese a la dignidad de la púrpura, no se indignó. Pues no tenía en cuenta a quien hablaba, sino al que le había enviada a éste. No le cegó la cohorte de soldados que le rodeaba, pues pensaba en el ejército de los ángeles del Señor y temblaba «como si viese al invisible». Y respondió al enviado, o más bien, al Dios que le enviaba: «He pecado contra el Señor» (2 Sam 12, 13). Ya ves la sumisión y la confesión del rey: ¿Acaso alguien le había declarado convicto? ¿Había muchos que conociesen el delito? El hecho se había producido rápidamente, pero el profeta se había presentado pronto como acusador. Apenas producida la ofensa, se confiesa el pecado. Al ser reconocido con claridad y sencillez, fue sanado rapidísimamente. Pues el profeta Natán, que le había conminado, le dice al momento: «También Yahvé perdona tu pecado» (ibid). Observa cómo cambia muy rápidamente el Dios que ama a los hombres. Dice, no obstante: «Provocando (a Dios), has provocado a los enemigos del Señor» (2 Sam 12, 14, según versiones). Tenias muchos enemigos a causa de la justicia, pero te protegía la castidad. Pero cuando has descuidado esta protección, tienes a tus enemigos en pie para alzarse contra ti. Esta fue la forma como le consoló el profeta.

12. Pero el bienaventurado David, a pesar de haber oído lo de que «Dios ha perdonado tu pecado», no descuidó hacer penitencia aunque fuese rey, sino que, en lugar de la púrpura, se vistió de saco, y se sentaba no en asientos de oro, sino sobre ceniza y en el suelo18. Pero no sólo se sentaba en la ceniza, sino que también se alimentaba de ella, como dice él mismo: «El pan que como es la ceniza» (Sal 102, 10). Su ojo lujurioso lo colmó de lágrimas, según dice: «Baño mi lecho cada noche, inundo de lágrimas mi cama» (Sal 6, 7). Cuando los príncipes le exhortaban a que probase el pan, no asintió y continuó su ayuno hasta el séptimo día (2 Sam 12, 17-20). Si el rey se manifestaba así, ¿no harás lo mismo tú que eres un simple particular? Después de la rebelión de Absalón, al ofrecérsele (al rey) diversos caminos para la huida, eligió hacerlo a través del monte de los Olivos (2 Sam 15, 23), como invocando en su mente al Libertador, que desde aquí había de ascender a los cielos(18)(19). Y como le hiriese Semeí con duras maldiciones, respondió: «Dejadlo»(20), pues sabía que a quien perdona se le dará el perdón(21).
Otros ejemplos de penitencia

13. Ves que es cosa buena el confesar. Y ves que es la salvación para los que se convierten. También Salomón había caído (I Re 11, 4), pero, ¿cuál es la razón de decir: «Después hice penitencia»(22)? También Ajab, rey de Samaria era un malvado adorador de ídolos, de notoria maldad, asesino de profetas, impío, codicioso de campos y viñas ajenas (I Re 20-21). Pero cuando hizo perecer a Nabot por instigación de Jezabel, y una vez llegado el profeta Elías que quiso amenazarle, rasgó sus vestidos y se vistió de saco. ¿Qué dice entonces el Dios misericordioso a Elías?: «¿Has visto cómo Ajab se ha humillado en mi presencia?» (I Re 21, 29), como queriendo calmar el genio del profeta inclinándolo hacia el penitente. Y dice: «No traeré el mal en vida suya» (ibid.; para todo el episodio, cf. 1 Re 21, 17-29). Y aunque el rey, después del perdón, no habría de apartarse del pecado, Dios le perdona incondicionalmente, no porque desconociese el futuro, sino concediendo su misericordia en el momento en que está mostrando la conversión. Propio de un juez justo es dictar sentencia ajustada a cada uno de los hechos.

14. En otra ocasión estaba en pie Jeroboam ofreciendo sobre un altar sacrificios a los ídolos: su mano sufrió una parálisis por haber mandado apresar al profeta que le recriminaba. Pero al experimentar por sí mismo la potestad de aquel hombre, exclamó: «Aplaca, por favor, el rostro de Yahvé tu Dios» (1 Re 13,6; cf. 13, 1ss). Y en virtud de esta palabra le fue restablecida totalmente la mano. Pero si un profeta curó a Jeroboam, ¿acaso no podrá Cristo liberarte sanándote de tus pecados? También Manasés cometió numerosos crímenes: fue el que hizo matar a Isaías, se contaminó con todo género de idolatrías y llenó a Jerusalén de muertes de inocentes (2 Re 21, 16). Pero, conducido cautivo a Babilonia, por la experiencia de su propio mal utilizó la medicina de la conversión. Pues dice la Escritura que Manasés se humilló profundamente en presencia del Dios de sus padres y «oró a él y Dios accedió, oyó su oración y le concedió el retorno a Jerusalén, a su reino» (2 Crón 33, 12, 13). Si éste, que había hecho aserrar al profeta(23), se salvó mediante la conversión, ¿no te salvarás también. tú, que no has cometido nada tan grave?
Confiar en la posibilidad de la conversión. Ezequías

15. No desconfíes sin motivo de la fuerza de la conversión. ¿Quieres saber realmente la fuerza que tiene la penitencia? ¿Quieres conocer a fondo esta fortísima espada de la salvación y aprender el valor que tiene la confesión?(24). Por la conversión aniquiló Ezequías a ciento ochenta y cinco mil enemigos (2 Re 19, 35). Y esto es realmente admirable, pero es poco en comparación con el hecho de haber cambiado mediante la conversión la sentencia divina que ya había sido pronunciada contra él. Pues Isaías le había dicho en su enfermedad «Da órdenes acerca de tu casa, porque vas a morir y no vivirás» (2 Re 20, 1). Y no había, pues, expectativas, una vez que el profeta había dicho «vas a morir». Sin embargo, no revocó Ezequías su conversión, acordándose de lo que está escrito: «Por la conversión y calma seréis liberados» (Is 30, 15)(25). Se volvió a la pared y elevando desde el lecho su mente al cielo (el grosor de las paredes no podía impedir sus devotas preces), exclamó: «¡Señor, acuérdate de mí!» (cf. Is 38, 3), como si dijera: «Para mi salud me basta que te acuerdes de mí, tú que no estás sometido al tiempo, sino que has creado las leyes de la vida. La razón de nuestra vida no está en el origen ni el tamaño de cada uno de los astros, como algunos sueñan, sino que eres tú quien rige la vida y su duración según los planes de tu voluntad». A causa del anuncio del profeta (cf. Is 38, 1 ) había perdido (Ezequías) la esperanza de vivir, pero el tiempo de su vida le fue prorrogado en quince años, de lo que se le ofreció como signo el retroceso del sol (38, 8). El sol volvió atrás por Ezequías. E igualmente llegó a faltar el sol a causa de Cristo, no retrocediendo sino apagándose(26), mostrando así la diferencia entre Ezequías y Jesús. Pero si aquel pudo anular la sentencia de Dios, ¿no podrá Jesús conceder el perdón de los pecados? Apártate de ellos y llóralos en tu alma; cierra las puertas y ora para que te sean perdonados (cf. Mt 6), de modo que Dios sofoque las llamas ardientes que brotan de ti, pues la confesión(27) puede extinguir el fuego y amansar a los leones.
Los tres jóvenes y Nabucodonosor

16. Pero si no crees, piensa en lo que les sucedió a Ananías y a sus compañeros. ¿Cuántos sextarios de agua(28) se necesitaban para apagar una llama que se elevaba hasta los cuarenta y nueve codos (Dan 3, 47)? Pero donde más alta era la llama, allí se derramó la fe como si fuese un río, y señalaban el remedio de los males: «Eres justo en todo lo que nos has hecho... Sí, pecamos, obramos inicuamente» (Dan 3, 27, 29). Y la penitencia disolvió las llamas. Pero si desconfías de que la conversión pueda apagar el fuego de la gehenna, aprende de lo que les sucedió a Ananías y a sus compañeros. Aunque algún oyente agudo podrá decir: «Dios los liberó entonces justamente». Puesto que no quisieron dar culto al ídolo, les concedió Dios la fuerza y el poder. Y como verdaderamente fue así, pasaré ahora a otro ejemplo de conversión.

17. ¿Qué opinión tienes acerca de Nabucodonosor? ¿No has oído por las Escrituras que fue sanguinario y fiero como un león? ¿No has oído que sacó los huesos de los reyes de sus sepulcros para arrojarlos al aire? (cf.Jer 8, 1ss)? ¿No has oído que se llevó al pueblo al destierro y que cegó los ojos del rey tras hacerle contemplar la degollación de sus hijos? (2. Re 25, 7) ¿Y que destrozó a los querubines? No me refiero a los querubines que sólo con la mente se contemplan. ¡Quita esta idea de tu cabeza! Me refiero a los querubines que estaban esculpidos, pero también al propiciatorio desde el cual Dios hablaba (cf. Ex 25, 1718, 22). También profanó el velo del santuario. Tomando el incensario, lo llevó al templo de los ídolos(29). Transformó todos los objetos de la ofrenda, arrasó el templo desde sus cimientos. Mereció innumerables castigos por los reyes muertos y por los santos a los que injurió. Y puesto que había reducido al pueblo a servidumbre y había colocado los vasos sagrados en los templos de los ídolos, ¿acaso no era digno de padecer mil muertes?

18. Has visto la magnitud de los crímenes. Vuélvete ahora a la clemencia de Dios. Era (Nabucodonosor) como una fiera: vivía de modo solitario y tenía que ser golpeado para ser domesticado. Tenía las garras de un león, con las cuales agarraba a los santos, y las crines de los leones. Era, en efecto, un león rápido y rugiente. Comía heno como el buey y era como un jumento que no sabía quien le había dado el reino(30). Su cuerpo se cubrió de rocío, pero no creyó al ver el fuego apagado por ese mismo rocío. ¿Y que es lo que sucedió?: «Al cabo del tiempo fijado, yo, Nabucodonosor, levanté los ojos al cielo... y bendije al Altísimo, alabando y exaltando al que vive eternamente» (Dan 4, 31). Cuando reconoció al Altísimo y dirigió a Dios estas palabras de su ánimo agradecido, se arrepintió de sus acciones confesando su propia debilidad. Dios le restituyó entonces el honor del reino.
Exhortación final

19. ¿Qué, pues? A Nabucodonosor, que tantos males había hecho, Dios le dio, al haber confesado, el perdón y el reino: y a ti, si te conviertes, ¿no te dará el perdón de los pecados y el reino de los cielos, si te conduces dignamente? Dios es clemente, pronto en perdonar y tardo para la venganza. Así pues, que nadie desespere de su propia salvación. Pedro, el príncipe de los apóstoles, negó tres veces al Señor ante una sierva cualquiera. Pero, tocado por el arrepentimiento, lloró amargamente: al llorar, manifiesta la conversión íntima del corazón; y por ello no sólo recibió el perdón por su negación, sino que también conservó la dignidad de Apóstol.
20. Hay, pues, hermanos, multitud de pecadores que se convirtieron y consiguieron la salvación, confesad también vosotros ardientemente al Señor para que recibáis el perdón de los pecados precedentes y, hechos dignos del don celestial, podáis heredar el reino de los cielos con todos los santos, en Cristo Jesús, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén(31)

NOTAS
[1] El tema de la catequesis es la conversión que se requiere antes del bautismo. La catequesis exhorta a la penitencia que pide el artículo del Credo «un único bautismo de conversión para el perdón de los pecados». Cf. sobre este particular la cat. 18, núm. 22. Es necesario también señalar que en ciertos códices se dice «trata sobre la conversión y el perdón de los pecados», pero en la explicación frontal del tema no se añade «acerca del enemigo», es decir, el diablo. Realmente el examen de la catequésis aclara que el tema es esencialmente la conversión y el perdón de los pecados, no siendo el diablo aquí más que un tema secundario.
[2] Cf cat. 4, núm. 21.
[3] Cat. 4, núms. 21, 24.
[4] Ecl. 10, 4, que completa el consejo con las palabras: «que la flema libra de graves yerros». Es la versión de la Biblia de Jerusalén, y el versiculo parece ser de por si un consejo de prudencia ante los errores de la autoridad. La interpretación que hace el texto de la catequesis supone otro contexto diferente, el de la tentación, pero la intención es válida: mantenerse firme en las dificultades de la tentación.
[5] En realidad la frase no es del Evangelio, sino de 1 Jn 3, 8: «Quien comete el pecado es del Diablo, pues el diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo». Pero en una línea semejante sí existe en Jn 8, 44, puesta en boca de Jesús, esta afirmación: «Este (el diablo) era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira».
[6] Probablemente, al negar la posibilidad de pecar «por fuerza (mejor, «por necesidad») de la naturaleza», como si el pecado fuese una exigencia ontológica del ser del diablo, está pensando Cirilo en la afirmación al respecto extendida entre gnósticos y maniqueos (cf. PG 33, 386, nota 8).
[7] La palabra griega diábolos, significa «calumniador», «detractor», «acusador», funciones que realiza sobre y contra el hombre.
[8] Esta idea del origen angélico del diablo se repite también en Cirilo, por ejemplo, en cat. 8, n. 4.
[9] Variante también posible: «Satanás significa pues diablo» (o calumniador). De hecho, en las versiones griegas de la Biblia la expresión hebrea «Satán» se traduce a menudo por diábolos.
[10] El oráculo profético se refiere propiamente a la caída del rey de Tiro. En realidad, el pasaje entero, Ez 28, 1-19, es un poema-oráculo contra aquel. Una nota de la Biblia de Jerusalén a 28, 11, donde comienza la predicción de la mencionada caída, señala: «Por una acomodación espontánea, la tradición cristiana ha aplicado a menudo este poema a la caída de Lucifer».
[11] Esta versión de Ef 4, 19, es más próximo a la traducción que hace la Vulgata del versículo, examinando el cual y su contexto se percibe la idea paulina de que, privado el hombre del contacto con Cristo, se termina por caer en una situación de desenfreno que perjudica al mismo ser humano como tal: Ef 4, 17. Es una idea afín a Rom 1, 18-32.
[12] Todo el Salmo 32 es importante como expresión del perdón tras el reconocimiento del pecado. El versículo 5, completo, señala: «Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: "Me confesaré a Yahveh de mis rebeldías". Y tu absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado».
[13] A la iniquidad extendida sobre Israel, según Oseas, hace aquí referencia la edición de PG 33, 391, nota 62. Pero más bien habría que pensar en Gén. 6, 1-4, pasaje sobre el que tiene un indudable valor sintético la nota general de la Biblia de Jerusalén.
[14] La mención del año «quinientos» y «seiscientos» se refiere a años de la vida de Noé, si se toman al pie de la letra Gén 5, 32 y 7, 6.
[15] Comentario de este versículo: «Rajab se ha salvado por su fe, Hb 11, 31, y justificado por sus obras, Sant 2,25. Esta extranjera, que con su fe y su caridad consigue la salvación de toda su casa, se ha convertido entre los Padres en imagen de la Iglesia».
[16] Sobre la difícil afirmación de Cirilo acerca del pecado de los ángeles, cf. PG 33, 394-395.
[17] Esas palabras no son propiamente de la Escritura. Según PG 33, 396, pueden ponerse en relación con Isaías 64, 4: «He aquí que estuviste enojado, pero es que fuimos pecadores», en el contexto de una meditación-súplica a la vista de la historia de Israel.
[18] Interpretación de 2 Sam 12, 16.
[19] Cirilo hace aquí alusión a Lc 24, 50-51, la Ascensión, en combinación con Hech 1,12: «... se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos».
[20] Más exactamente: «Dejadle que maldiga, pues se lo ha mandado Yahvé» (2 Sam 16, 11).
[21] Cf. de hecho 2 Sam 16, 12: «Acaso Yahvé mire mi aflicción (tal vez «mi falta») y me devuelva Yahvé bien por las maldiciones de este día».
[22] La frase es traducción tanto del original griego como de la versión latina. Parece hacer referencia a Prov 24, 32, pero aquí Cirilo, como observa PG 33,390, utiliza un débil y complicado argumento para hablar de la conversión de Salomón, interpretando como tal el contexto por Prov 24, 30-34.
[23] Es una traducción judía la que menciona esta forma de martirio de Isaías, aunque los datos no son plenamente seguros.
[24] La «confesión» mencionada aquí es la confesión de fe. Debe tenerse en cuenta que tras la «entrega», traditio del Símbolo de la fe tiene que venir la «confesión» de fe en la «devolución» o redditio del Credo. Cirilo se refiere a la fuerza que tiene la confesión de la fe en el camino que conduce a la iniciación cristiana.
[25] Por otra parte, la enfermedad, la curación y el subsiguiente cántico de acción de gracias de Ezequías aparece también en Is 38.
[26] Sobre Ezequías cf. también Eclo 48, 26. En el caso de Jesús, cf. el oscurecimiento del sol en Mc 15, 33 par.
[27] El tema al que se apunta sigue siendo la confesión de fe que se hará en la devolución del credo.
[28] Sextario: medida de capacidad equivalente a poco más de medio litro en nuestro sistema de medidas.
[29] Cf. una descripción general en Dan 1,2.
[30] Es la afirmación de que el poder viene de Dios. Cf. cat. 8, n. 5. Sobre el tema, en el Nuevo Testamento, cf.Jn 19, 11 y Rom 13, 1-8.
[31] Las ediciones de las catequesis de Cirilo de Jerusalén, presentan con frecuencia un segundo ejemplar de esta     segunda catequesis, deducido de los códices existentes y en parte a base de conjeturas sobre los mismos (por ejemplo, PG 33,407-424). No se ha creído aquí necesario ofrecer ninguna de esas versiones, porque son variantes que probablemente se deben a que están transcritas en ocasiones diferentes en que se pudo pronunciar la misma catequesis sobre la conversión.

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