Friday, April 26, 2019

Cristianos ortodoxos de todo el mundo celebraron el Viernes Santo ....

Cristianos ortodoxos de todo el mundo celebraron el Viernes Santo con una procesión a través de la Ciudad Vieja de Jerusalén, siguiendo los pasos que se dice que Jesús tomó en el camino hacia su muerte.

Miles de peregrinos, muchos con cruces de madera y al menos uno con una corona de espinas sobre su cabeza, visitaron las 14 Estaciones de la Cruz que marcaban los sitios tradicionales de la condena de Jesús hasta su crucifixión.

La policía israelí armada se alineaba en la ruta, a lo largo de la "Vía Dolorosa" o "Vía del sufrimiento", que incluye puntos en los que se dice que Jesús se encontró con su madre, había caído varias veces, recibió ayuda para cargar la cruz y se encontró con las lamentables mujeres de Jerusalén.

 Catecismo Ortodoxo 
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Monday, April 22, 2019

Gran Lunes, Martes y Miércoles


La primera parte de la Gran Semana nos presenta una colección de temas basados principalmente en los últimos días de la vida terrenal de Jesús. La historia de la Pasión, como es contada y recopilada por los evangelistas, está precedida por una serie de incidentes ocurridos en Jerusalén y una colección de parábolas, dichos y discursos centrados en la filiación divina de Jesús, el reino de Dios, la Parusía y el castigo de Jesús de la hipocresía y los oscuros motivos de los líderes religiosos. Las celebraciones de los tres primeros días de la Gran Semana están enraizados en estos incidentes y dichos. Los tres días constituyen una sola unidad litúrgica. Tiene el mismo ciclo y sistema de oración diaria. Las lecciones de la Escritura, los himnos, las conmemoraciones y las ceremonias que conforman los elementos festivos en los respectivos oficios del ciclo destacan aspectos significativos de la historia de la salvación, haciendo recordar los acontecimientos que anticiparon la Pasión y proclamando la inevitabilidad y significado de la Parusía. Es interesante señalar que los maitines de cada uno de estos días es llamado el Oficio del Novio (Akolouthia tou Nimfiou). El nombre procede de la figura central de la conocida parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13). El título “Novio” sugiere la intimidad del amor. No deja de ser significativo que el reino de Dios sea comparado a una fiesta de bodas y a una cámara nupcial. El Cristo de la Pasión es el divino Novio de la Iglesia. La imaginería connota la unión final del Amante y la amada. El título “Novio” también sugiere la Parusía. En la tradición patrística, la parábola antes mencionada está relacionada con la Segunda Venida, y está asociada con la necesidad de la vigilancia espiritual y la preparación, por la que somos capaces de guardar los mandamientos divinos y recibir las bendiciones del siglo venidero. Además, conocer algo sobre la estructura de los maitines nos ayudará a mejorar nuestra comprensión del uso de la imagen del Novio. Se ha mostrado que, tras el llamado Oficio Real y el Hexasalmo, la primera parte de los maitines, como la conocemos y la practicamos hoy, es una versión antigua del oficio monástico de Medianoche. El oficio de Medianoche está centrado principalmente en el tema de la Parusía y está unido a la noción de vigilancia. El tropario “He aquí que viene el Novio a media noche...”, que se canta al inicio de los maitines del Gran Lunes, Martes y Miércoles, une a la comunidad de fieles a esta expectación esencial: vigilar y esperar al Señor, que vendrá de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos.
Aunque cada día tiene su propio carácter distintivo y su propia conmemoración específica, comparten muchos temas comunes entre los que están los siguientes.


Conflicto, juicio y autoridad

Los últimos días fueron especialmente tristes y sombríos. La implacable hostilidad y oposición a Jesús por parte de las autoridades religiosas ha alcanzado proporciones incomparables. En medio de este penoso conflicto, Jesús reveló aspectos de su autoridad divina juzgando los planes malvados y la falsa religiosidad de sus enemigos. La beligerancia sin tregua de los adversarios de Jesús fue completamente desenmascarada en los días precedentes a la crucifixión. Los líderes de todos los partidos y facciones religiosas colaboraron y conspiraron para atraparlo, humillarlo y matarlo. Ante las trampas de sus enemigos cercanos, Jesús predijo abiertamente su muerte y su posterior glorificación. Sus palabras fueron una clara declaración de que su muerte era voluntaria y se disponía en el marco del divino plan de salvación del mundo. El poder que Él ejercía sobre sus enemigos era concedido y controlado por Dios (Juan 12:20). La Iglesia conmemora la Pasión, no como feos episodios causados por hombres viles y despreciables, sino como el sacrificio voluntario del Hijo de Dios.

El mal con su completo absurdo irrumpió violentamente sobre la Cruz, para destruir y eliminar a Jesús y negar y abolir su mensaje. Sin embargo, fue en sí mismo el mal el que se hacía fundamentalmente impotente e ineficaz a causa de la soberanía del amor y la vida de Dios. Aunque el mal asalta a los santos de Dios, no puede destruirlos.

Los relatos del Evangelio que cuentan los hechos que condujeron a la crucifixión también incluyen muchas parábolas y discursos en los que Jesús criticaba severamente a los líderes religiosos por su incredulidad, obstinación, autoritarismo e hipocresía. La severa crítica a las clases religiosas (Mateo 21:28, 23-36) es otro claro signo de la autoridad y excelencia de Jesús. Al preservar estos dichos de Jesús, los evangelistas declaran que Cristo “no es sólo un maestro único, sino también el mayor juez. Es el único con autoridad que tiene derecho a juzgar y condenar” la mala y falsa fe y actividad religiosa. Ninguna enfermedad del espíritu es más insidiosa, engañosa y destructiva que la falsa religiosidad, que puede ser definida sucintamente como legalismo y exhibicionismo religioso. Jesús lo condenó rotundamente. Advirtió contra aquellos cuyas vidas estás medidas por ceremonias en vez
de por la santidad, la misericordia y el amor de Dios, y contra aquellos cuyas malas motivaciones, intenciones e incorrecciones están vestidas con la respetabilidad de los aspectos externos de la fe y la vida religiosa. La falsa religiosidad es un cruel engaño y una traición a la auténtica fe religiosa. Los practicantes de tal fe artificial cierran el reino de los cielos a los hombres, pues ni entran ellos, ni permiten que aquellos que quieran entrar lo hagan (Mateo 23:73).


Duelo y arrepentimiento

El tono de la Gran Semana es claramente sombrío y triste. Incluso las vestiduras del altar y del sacerdote, según una antigua tradición, son negras. Sin embargo, la asamblea litúrgica no se reúne para velar a un héroe muerto, sino para recordar y conmemorar un hecho de significado cósmico: el Hijo de Dios experimentando en Su humanidad toma forma de sufrimiento a manos de hombres débiles, mal dirigidos y malignos. Lloramos nuestros pecados y estamos en silencio contrito ante el asombroso e insondable misterio de Cristo, el Dios-Hombre (Zeántropos), que lleva su kenosis a límites extremos aceptando la muerte en la Cruz (Filipenses 2:5-8). La Gran Semana nos revela la vergüenza absoluta de la Caída, las profundidades del infierno, el paraíso perdido, y la ausencia de Dios. ¡Y así nos dolemos! No hay otra forma de luchar contra nuestra rebelión y con la insondable humildad de Dios y su condescendencia excepto experimentando el quebranto del corazón. A partir de este duelo es de donde nace el arrepentimiento, para ser experimentado como el compromiso honesto del largo proceso de vida de comprender, aceptar y elegir seguir los valores de la vida cristiana.

La liturgia de los días del “Novio” representa la llamada más urgente y enfática a tal arrepentimiento (metanoia). A los fieles se les recuerda que no hay pecado mayor como el de desafiar los límites de la misericordia divina, pues Cristo da a todos el poder de matar el pecado y compartir Su victoria. En la Cruz, Jesús tiene una visión de todos aquellos por los que muere. Ve a cada uno de nosotros individualmente, salvándonos por su muerte y por su amor... Hizo esto para permitir que Dios entrara allí donde haya sufrimiento humano, incluso en el abismo de la muerte, acompañando al hombre a las profundidades del sufrimiento para levantarlo de nuevo y llevarlo de vuelta a la vida, elevándolo al cielo y poniéndolo a la derecha del Padre. El Hijo de Dios muere como hombre para que el Hijo del Hombre pueda levantarse de nuevo como Dios. El Hijo de Dios tuvo que
experimentar la angustia de la ausencia de Dios para que todos los hombres que murieran pudieran recuperar la presencia de Dios: esto es la salvación.


La Parusía

En los días y horas antes de Su pasión, Jesús habló a sus discípulos sobre la Parusía, es decir, Su segunda venida gloriosa. Nos invita también al inicio de la Gran Semana a acercarnos al misterio y a reflexionar su sentido y significado para nuestra propia vida y la vida del mundo. En la Iglesia reconocemos que la vida eterna ha penetrado en nuestra finitud. Sin embargo, también sabemos que la completa realización y revelación del reino de Dios, que ya ha comenzado a desarrollarse secretamente en el mundo, se producirá solo al final de los tiempos, en la Parusía. La Parusía es la intervención climática de Dios en la historia del cosmos. Es el Último Día, cuando Cristo vendrá en Su gloria para juzgar a los vivos y a los muertos (Mateo 16:27; 25:31). Entonces, todas las cosas serán hechas nuevas (Apocalipsis 21:5). Aunque sólo tenemos un conocimiento parcial de las cosas que pertenecen al Último Día, algunas son claras y ciertas. Los tiempos del fin aparecerán de repente y cuando menos lo esperemos (1ª Tesalonicenses 5:2-3). El momento exacto de la Parusía sólo lo conoce Dios el Padre (Mateo 24:36; Hechos 1:7). Sin embargo, según la palabra de Jesús, este dramático y decisivo hecho que marcará el repentino final de la historia, estará precedido por ciertos signos que señalarán la inminente venida del Novio. Se hace evidente por Sus palabras que la Segunda Venida no se producirá por ningún interludio idílico, sino con calamidades cósmicas sin precedentes, tribulaciones y desastres (Mateo 24:1-51; Marcos 13:1-37; Lucas 21:7-36). La devastación y desolación de los últimos días ha sido prefigurada misteriosamente en los acontecimientos terribles y espantosos que acompañaron a la crucifixión (Mateo 27:27-54). Independientemente de cuándo venga el Último Día, siempre es inminente, espiritualmente cercano en la vida del ser humano. Las incertidumbres y lo impredecible en la vida humana nos permite captar, aunque vagamente, la inminencia de la Parusía. Por ejemplo, la muerte, la indignidad final, la abominación y el enemigo, nos acecha desde el momento en el que nacemos. Para conseguir la victoria de Cristo sobre la corrupción y la muerte, debemos permanecer espiritualmente vigilantes; ser firmes en la fe; utilizar sabiamente los dones concedidos por Dios, y ser conscientes constantemente de la primacía del amor en nuestras relaciones. La vida que vivimos en la carne está llena del potencial y la oportunidad para obtener el cielo o perderlo.
La batalla decisiva contra el mal ya se ha librado y ganado. Sin embargo, la plenitud de esta victoria no será obtenida y manifestada hasta la Parusía. Hasta entonces, los esfuerzos sin sentido, inútiles y torpes del maligno intentarán robarle a la gente su dignidad y destino. Por lo tanto, estamos obligados a guardar las palabras de San Pedro, vivas en nuestra memoria y obrarlas en nuestras vidas. Escribió: “Humillaos por tanto bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os ensalce a su tiempo. Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él mismo se preocupa de vosotros. Sed sobrios y estad en vela: vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos sufren vuestros hermanos en el mundo. El Dios de toda gracia, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de un breve tiempo de tribulación, Él mismo os hará aptos, firmes, fuertes e inconmovibles” (1ª Pedro 5:6-10). La Iglesia siempre está orientada hacia el futuro, al siglo venidero. Así, es eskhaton o Último Día, que marcará el comienzo del reino de Dios en poder y gloria, forma parte de una constante referencia tanto como personas, como comunidad. “La Iglesia no muestra su identidad por lo que es, sino por lo que será.... Debemos pensar del eskhaton como el inicio de la vida de la Iglesia, el “arjé” (principio), que hace nacer a la Iglesia, le da su identidad, la sostiene e inspira en su existencia. La Iglesia existe, no porque Cristo muriera sobre la Cruz, sino porque Él se levantó de entre los muertos, lo cual significa que el reino ha venido. La Iglesia refleja el futuro, la etapa inicial de las cosas, no un hecho histórico del pasado”. Esta visión escatológica es una característica fundamental de nuestra fe. Modela la conciencia de los cristianos ortodoxos y guía la vida y actividad de la Iglesia. La Iglesia es, ante todo, una comunidad de fieles constituida por la presencia del amor de Dios. Establecida por la acción redentora de Dios, sostenida y vivificada por el Espíritu Santo, la Iglesia en oración siempre está constituida y actualizada como el Cuerpo de Cristo. Impregnada por la gozosa y abrumadora presencia de Cristo resucitado (Mateo 28:20), la Iglesia está llamada a compartir Su resurrección, la vida deificada y a anhelar y esperar la venida en plenitud de la manifestación de Su gloria y poder (2ª Pedro 3:12). El siglo venidero, (el reino de Dios), es conocido y experimentado por los fieles tanto como un don y como una promesa, es decir, algo dado y, al mismo tiempo, algo anticipado. Mediante la adoración en general, y los sacramentos en particular, experimentamos una relación personal con Dios, que infunde Su vida en nosotros. Experimentamos Sus energías increadas, tocando, sanando, restaurando, purificando, iluminando, santificando y glorificando, tanto a la vida humana como al cosmos. Participamos en los hechos salvíficos de la vida de Cristo, para ser continuamente renovados. Experimentamos
continuamente la presencia del Espíritu Santo que mora y se activa dentro de nosotros, conduciéndonos a revestirnos con la vida de la resurrección. Nuestra preparación para el reino ya ha comenzado con nuestro bautismo y crismación. Se sustenta y avanza por medio de la Eucaristía. Los sacramentos nos dan poderes por los que podemos acercarnos a Cristo y a su reino. Estos poderes son dinámicos y están destinados a ser desarrollados por nosotros. Así, nuestra preparación para el reino es un movimiento que envuelve progreso, tanto como un regreso, así como un avance hacia Dios. El progreso comienza con el regreso del hombre de su distanciamiento a su propia autenticidad. Fundamentalmente, esto significa un regreso a Cristo, el arquetipo y modelo del hombre. Al mismo tiempo, este regreso también es un progreso encaminado a Dios. “El regreso es simultáneamente también un progreso hacia adelante, y el progreso hacia adelante es un regreso. Es un regreso de la naturaleza humana a sí misma, y un progreso hacia adelante en si mismo, pero al mismo tiempo es un regreso y un progreso hacia adelante en Dios y Cristo, pues no es posible que haya desarrollo de la naturaleza humana, excepto en Dios y Cristo.... La nueva o futura era se desarrolla promoviendo la disolución o transformación de la era presente”. El siglo venidero no surgirá a partir de algún progreso evolutivo biológico o histórico, ni será simplemente el resultado de logros humanos mediante un constante avance de la civilización. Efectivamente, el nuevo mundo se está obrando por sí mismo, pero en el misterio de la fe, oculto a los sabios de este mundo (1ª Corintios 1:19-21; 2:6-9). El reino, después de todo, es de Dios y no del hombre. Sin embargo, la “era mesiánica comenzada por la Encarnación sólo puede ser establecida con la colaboración de la humanidad. Esta colaboración es llamada sinergia. Nos preparamos para la Segunda Venida, el triunfo final de la justicia y la vida sobre el maligno y la muerte, estando unidos por fe al Salvador crucificado y resucitado”. Además de estos temas compartidos, cada uno de los tres días del “Novio” tiene su propia conmemoración especial que lo distingue de los otros dos.


Gran Lunes

En el Gran Lunes conmemoramos a José el Patriarca, el amado hijo de Jacob. Figura importante del Antiguo Testamento, la historia de José se cuenta en la sección final del Libro del Génesis (caps. 37-50). A causa de sus cualidades excepcionales y su extraordinaria vida, nuestra tradición litúrgica y patrística retrata a José como “tipos Christou”, es decir, como un prototipo, prefiguración o imagen de Cristo. La historia de José ilustra el misterio de la providencia de Dios, promesa y redención. Inocente, casto y justo, su vida nos da testimonio del poder del amor y la promesa de Dios.
La lección que debemos aprender de la vida de José, puesto que conduce a la redención final traída por la muerte y resurrección de Cristo, se resume en las palabras que dirigió a sus hermanos que previamente le habían traicionado: “‘No temáis. ¿Estoy yo acaso en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo dispuso para bien para cumplir lo de hoy, a fin de conservar la vida de mucha gente. Así, pues, no temáis; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros niños’. Y los consoló, hablándoles al corazón” (Génesis 50:19-21). La conmemoración del noble, bendito y santo José nos recuerda que en los grandes hechos del Antiguo Testamento, la Iglesia reconoce las realidades del Nuevo Testamento. Así mismo, en el Gran Lunes la Iglesia conmemora el acontecimiento de la maldición de la higuera (Mateo 21:18-20). En la narración del Evangelio se dice que este acontecimiento sucedió al día siguiente de la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén (Mateo 21:18; Marcos 11:12). Por esta razón, encuentra su sitio en la liturgia del Gran Lunes. El episodio también es muy revelante para la Gran Semana. Junto al acontecimiento de la purificación del templo, este episodio es otra manifestación del divino poder y autoridad de Jesús, y también una revelación del juicio de Dios sobre la incredulidad de las clases religiosas judías. La higuera es símbolo de Israel que se vuelve estéril por su incapacidad de reconocer y recibir a Cristo y Sus enseñanzas. La maldición de la higuera es una parábola en acción, un gesto simbólico. Su sentido no debe perderse por nadie en ninguna generación. El juicio de Cristo sobre los infieles, incrédulos, impenitentes y sin amor será cierto y decisivo en el último día. Este episodio deja claro que el cristianismo nominal no sólo es inadecuado e insuficiente, sino que también es despreciable e indigno del reino de Dios. La genuina fe cristiana es dinámica y fructífera. Impregna a todo el ser y causa un cambio. La fe viva, verdadera e inalterable hace al cristiano consciente del hecho de que ya es un ciudadano del cielo. Por tanto, su forma de pensar, sentir, actuar y ser debe reflejar esta realidad. Los que pertenecen a Cristo deben vivir y caminar en el Espíritu, y el Espíritu hará surgir frutos en ellos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo (Gálatas 5:22-25).


Gran Martes

En el Gran Martes, la Iglesia nos llama a recordar dos parábolas, que están relacionadas con la Segunda Venida. Uno es la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13); la otra es la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30). Estas parábolas señalan la inevitabilidad de la Parusía y se ocupan de temas tales como la vigilancia espiritual, la mayordomía, la responsabilidad y el juicio.
De estas parábolas, aprendemos al menos dos cosas básicas. Primero, el Día del Juicio será igual a la situación en el que las damas de honor (o vírgenes) de la parábola se encontraron a sí mismas: algunas preparadas, y otras no. El tiempo en que uno se decide por Dios es ahora y no en un punto indefinido en el futuro. Si “el tiempo no espera a nadie”, ciertamente la Parusía no es una excepción. La tragedia de la puerta cerrada ‘es que son las personas las que la cierran, no Dios. La exclusión de la fiesta de bodas, es la exclusión del reino por nuestra propia mano. Segundo, se nos recuerda que la vigilancia y la preparación no significan un rendimiento fatigoso, una elaboración sin espíritu de obligaciones formales y vacías. Ciertamente no significa inactividad y pereza. Significa alerta espiritual, atención y vigilancia. La vigilancia es la profunda determinación personal a encontrar y hacer la voluntad de Dios, acogiendo todo mandamiento y virtud, y guardando la mente y el corazón de todo pensamiento y acción maligna. La vigilancia es el intenso amor de Dios. San Hesiquio el Sacerdote lo describe con estas palabras: “Por su Encarnación, Dios nos dio el modelo para una vida santa y nos volvió a llamar de nuestra antigua caída. Además de muchas otras cosas, nos enseñó, tan débiles como somos, que debemos luchar contra los demonios con humildad, ayuno, oración y vigilancia. Pues cuando, tras su bautismo, se fue al desierto y el maligno vino a él como si fuera simplemente un hombre, comenzó su lucha espiritual ayunando y ganó la batalla por este medio, y sin embargo, siendo Dios, y Dios de dioses, no tuvo necesidad de tal medio. Ahora voy a decirte en un lenguaje sencillo y directo lo que considero como tipo de vigilancia que gradualmente purifica la mente de los pensamientos apasionados. Un tipo de vigilancia consiste en examinar muy de cerca cada imagen mental o provocación, pues sólo por medio de una imagen mental puede Satanás fabricar un pensamiento maligno e insinuarlo a la mente para llevarlo por el mal camino. Un segundo tipo de vigilancia consiste en liberar el corazón de todos los pensamientos, manteniendo profundamente en silencio e inmóvil, y en oración. Un tercer tipo consiste en acudir continua e insistentemente al Señor Jesús Cristo pidiendo ayuda. Un cuarto tipo es tener siempre el pensamiento de la muerte en la mente. Estos tipos de vigilancia, hijo mío, actúan como porteros y barra de acceso a los malos pensamientos. Otro tipo que, junto con los demás, también es efectivo, es fijar la mirada en el cielo y no prestar atención a nada material”.


Gran Miércoles

En el Gran Miércoles, la Iglesia invita a los fieles a centrar su atención en dos figuras: la mujer pecadora que ungió la cabeza de Jesús poco antes de la pasión (Mateo 26:6-º3), y Judas, el discípulo que traicionó al Señor. La primera reconoció a Jesús como Señor, mientras que el último se apartó del Maestro. La primera fue hecha libre, mientras que el otro se convirtió en esclavo. La primera heredó el reino, mientras que el otro cayó en la perdición. Estas dos personas ponen ante nosotros preocupaciones y temas relacionados con la libertad, el pecado, el infierno y el arrepentimiento. El sentido completo de estas cosas sólo se puede entender en el contexto y por la perspectiva de la verdad esencial de nuestra existencia humana. La libertad pertenece a la naturaleza y al carácter del ser humano porque ha sido creado a imagen de Dios. El hombre y su verdadera vida se define por su Arquetipo increado que, según los padres griegos, es Cristo. La grandeza última del hombre, en palabras de un teólogo “no encuentra en su ser la mayor existencia biológica, animal racional o política, sino en su ser como animal deificado, en el hecho que constituye una existencia creada que ha recibido el mandato de convertirse en un dios”. En el análisis final, el hombre se vuelve auténticamente libre en Dios, en su habilidad para descubrir, aceptar, perseguir, disfrutar y profundizar en la relación filial que Dios le confiere. La libertad no es algo extraño y accidental, sino intrínseco a la genuina vida humana. No es un artilugio del ingenio y la sabiduría humana, sino un don divino. El hombre es libre, porque su ser ha sido sellado con la imagen de Dios. Ha sido revestido y posee cualidades divinas. Refleja en sí mismo a Dios, que como alguien ha dicho, revela en sí mismo una existencia personal, un distintivo y una libertad”. La verdad última del hombre se encuentra en su vocación para convertirse en una existencia personal consciente, un dios por la gracia. El ejercicio elemental de la libertad radica en la decisión y el deseo consciente de cumplir la vocación para ser una persona o negarlo, para convertirse en un ser de comunión o en una entidad de muerte, para ser un santo o un demonio. Puesto que el hombre es capaz de resistir a Dios y alejarse de Él, puede disminuir y desfigurar la imagen de Dios en Él a límites extremos. Es capaz de hacer un mal uso, abusar, distorsionar, pervertir y degradar los poderes y cualidades naturales con los que ha sido revestido. Es capaz de pecar. El pecado lo convierte en un fraude y en un impostor. Limita su vida al nivel de la existencia biológica, robándole el esplendor y la capacidad divina. Carente de fe y juicio moral, el hombre es capaz de convertir la libertad en libertinaje, rebelión, intimidación, y esclavitud. El pecado es más que romper las reglas y transgredir los mandamientos. Es el rechazo voluntario de una relación personal con el Dios vivo. Es una separación y una alienación, un camino de muerte, “una existencia que no llega a buen término”, usando las palabras de San Máximo el Confesor. El pecado es la negación de Dios y el alejamiento del cielo. Es la seducción,
abducción y cautiverio del alma por medio de provocaciones del maligno, por el orgullo y los placeres insensatos. El pecado es la luz convertida en oscuridad, el heraldo del infierno, el fuego eterno y las tinieblas de afuera. “El infierno”, según un teólogo, “es la libre elección del hombre, es cuando se encarcela a sí mismo en una carencia agonizante de vida, y deliberadamente rechaza la comunión con la amorosa bondad de Dios, la verdadera vida”. Pecar es perder la marca, no darse cuenta de la vocación y destino de uno. El pecado trae el desorden y la fragmentación. Disminuye la vida y causa que las partes más puras y nobles de nuestra naturaleza terminen como pasiones, es decir, facultades e impulsos que se han distorsionado, estropeado, violado, y finalmente se han hecho ajenas a la verdad misma. El pecado no es sólo una disposición. Es una elección deliberada y un hecho. Del mismo modo, el arrepentimiento no es simplemente un cambio de actitud, sino una elección de seguir a Dios. Esta elección implica un cambio radical, existencial, que está más allá de nuestra capacidad para cumplirlo. Es un don revestido por Cristo, que nos lleva a Él por medio de Su Iglesia, para perdonarnos, sanarnos y restaurarnos en su totalidad. El don que nos da es un corazón nuevo y puro. Tras haber experimentado este tipo de reintegración, así como el poder de la libertad espiritual que procede de ella, nos damos cuenta de que una verdadera vida virtuosa es más que el despliegue ocasional de la moralidad convencional. La impresión exterior de la virtud no es más que vanidad. La verdadera virtud es la lucha por la verdad y la elección deliberada de nuestra propia libre voluntad de ser imitadora de Cristo. Entonces, en palabras de San Máximo, “Dios, que anhela la salvación de todos los hombres y desea su deificación, marchita su engreimiento como la higuera estéril. Hace esto de modo que prefieran ser justos en realidad en vez de en apariencia, desechando el manto de moralidad hipócrita y persiguiendo genuinamente una vida virtuosa en la forma en la que el Logos divino desea. Entonces, vivirán con reverencia, revelando el estado de su alma a Dios en vez de desplegar la apariencia externa de una vida moral a sus prójimos”. El proceso de sanación y restauración de nuestra naturaleza dañada, robada, herida y caída está en curso. Dios es misericordioso y paciente con Su creación. Acepta a los pecadores arrepentidos tiernamente y se regocija por su conversión. Este proceso de conversión incluye la purificación e iluminación de nuestra mente y corazón, para que nuestras pasiones puedan ser educadas continuamente en vez de ser erradicadas, transfiguradas y no suprimidas, utilizándolas positivamente y no de forma negativa. El acto de arrepentimiento no es ninguna clase de ejercicio morboso y triste. Es un hecho y una empresa que produce regocijo, que libera la conciencia del peso y la ansiedad del pecado y regocija al alma en la
verdad y el amor de Dios. El arrepentimiento comienza con el reconocimiento y renuncia a los malos caminos. De este dolor interior se procede al reconocimiento verbal de los pecados concretos ante Dios y el testigo de la Iglesia. “Siendo consciente, tanto del propio pecado como del perdón que Dios le extiende”, el pecador arrepentido se vuelve libremente hacia Dios en una actitud de amor y confianza. Entonces centra su yo más verdadero y profundo, su corazón, continuamente en Cristo, para ser igual a Él. Experimentando el amor de Dios como libertad y transfiguración (2ª Corintios 3:17-18), autentifica su propia existencia personal y muestra preocupación que surge del corazón, y compasión y amor por los demás. “He pecado más que la prostituta, oh piadoso Señor, y sin embargo nunca te he ofrecido el fluir de mis lágrimas. Pero en silencio me postro ante Ti y con amor beso tus purísimos pies, suplicándote que como Maestro me concedas la remisión de los pecados, y clamo a Ti, oh Salvador: ‘Líbrame de la inmundicia de mis obras’”. Mientras la mujer pecadora trajo miro perfumado, el discípulo fue a un encuentro con los transgresores. Ella se regocijó por verter lo más preciado, él se apresuró a vender al que está por encima de todo precio. Ella reconoció a Cristo como Señor, él se apartó del Maestro. Ella fue liberada, pero Judas se hizo esclavo del enemigo. Lamentable fue la falta de amor de él. Grande fue el arrepentimiento de ella. Concédeme también tal arrepentimiento, oh Salvador, Tú que sufriste por amor a nosotros, y sálvanos.
Catecismo Ortodoxo
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Monday, April 15, 2019

La humildad y el esfuerzo hacia Dios son las virtudes fundamentales de los Cristianos. ( San Juan Maximovitch )

La gracia de Dios siempre asiste al que lucha, pero esto no quiere decir que el luchador es siempre un vencedor, a veces las criaturas no tocaron a los correctos y de ninguna manera los tocan siempre. Nos es la victoria ni la postura de vencedor, lo que importa sino la labor del esfuerzo y veneración a Dios. Grande es el Apóstol Pablo, cuando pide por el Señor muchas veces (‘tres veces’) diciendo que un mensajero de Satanás lo hiere con ataques difíciles y adversos a su espíritu. El Señor lo deja en esa condición: "Te basta mi gracia" (2 Cor. 12:7-9) — y se le provee suficiente gracia y dones. El Señor quiere para el apóstol el esfuerzo que limpia su alma.

Lo que es importante en el estado del alma es el esfuerzo hacia Dios, y no la estatura del vencedor. "Mi poder triunfa en la debilidad" (2 Cor. 12:9). Que el hombre pueda encontrarse en un estado de debilidad no quiere decir que ha sido abandonado por Dios. El Señor Jesucristo, de acuerdo con la visión mundana, estaba en problemas pero cuando el mundo pecaminoso lo consideró totalmente destruido, en realidad el salía victorioso de la muerte y del reino de los muertos. El Señor no nos prometió posiciones de ganadores como recompensa de virtudes, pero nos dijo: "En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor, yo he conquistado el mundo" (Jn. 16:33). El poder de Dios es efectivo cuando una persona pide por su ayuda, reconociendo la debilidad y el pecado de su naturaleza. Por ello, la humildad y el esfuerzo hacia Dios son las virtudes fundamentales de los Cristianos.
 
San Juan Maximovitch 

Catecismo Ortodoxo 
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Friday, April 12, 2019

La Cáscara de Muerte: la Hipocresía Por el San Nikolai Velimirovich

Qué bellamente decoran los huevos nuestra gente en los Balcanes. El tiempo más bonito para decorar es la Pascua. Se hace de esta forma para aumentar la alegría de la Pascua. Para hacer a sus huéspedes más felices. A veces los huevos pintados son verdaderas obras de arte. Si los huevos de colores se dejan reposar demasiado tiempo, se pudren por dentro, y desprenden un olor insoportable, o al final se terminan por secarse por completo.

Es entonces cuando la cáscara de colores contiende dentro de sí la propia muerte.

Más terrible es la imagen que Jesús da sobre los hipócritas, que son como “sepulcros blanqueados, que por fuera tienen bella apariencia, pero por dentro están llenos de osamentas de muertos y de toda inmundicia.” (Mateo 23:27)

“Cuidad de no practicar vuestra justicia a la vista de los hombres con el objeto de ser mirados por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.” (Mateo 6: 1)

La justicia querida por Dios, como Jesús mismo reveló en el Monte, es la siguiente: la misericordia, la oración, la confianza y la fe en Dios como el único Soberano, no preocuparse por el mañana, el buscar antes que nada la Realeza de Dios, teniendo fe en que recibirás de Dios lo que Le pidas, que encontrarás lo que buscas, que abrirás una puerta cerrada; y también: no juzgar con juicio severo, y no medir con falsa medida, para que así no te sea devuelto; no buscar la paja en ojo ajeno, mientras hipócritamente ocultas la viga en tu propio ojo; hacer a tu prójimo todo aquello que desearías que hicieran contigo; no tener miedo del camino angosto pues es un camino santo y puro que lleva a la vida, por el contrario alejarse volando del camino ancho y tranquilo que conduce a la muerte; dar buenos frutos a Dios tu Anfitrión, que te plantó como un buen árbol; no enorgullecerte de tus buenas acciones, sino hacerlo todo “conforme a la voluntad de Mi Padre que está en los Cielos”; cumpliendo todas las palabras de Cristo, y de esa manera, construyéndote una casa por la eternidad como un hombre prudente que no edificó su casa sobre la arena, sino sobre la roca, para que ni las aguas torrenciales, ni los vientos, ni las tormentas pudieran dañarla. (Mateo 6,7 y Lucas 6:48) Los fariseos, los escribas, y los hipócritas hacen todo lo contrario de estas Palabras y de la Sabiduría de Dios. Cuando dan limosna, lo hacen en lugares donde se reúne gente y en las calles, y no lo hacen por la gloria de Dios, ni para ayudar a los pobres, sino sólo para ser vistos por los hombres.

Cuando oran a Dios, oran en las calles, de nuevo sólo para ser vistos por los hombres.

Cuando ayunan, ponen sus caras tristes, descuidadas y pálidas, de nuevo para que puedan ser vistos por los hombres. Por desgracia, lo hacen todo sólo para ser vistos por los demás, ya que supuestamente son misericordiosos, orantes y grandes ayunadores.

Hacían todo esto, y lo hacen hoy en día, por dos razones: para recibir de los hombres gloria y dinero. Con Dios, ni siquiera cuentan, como si ni siquiera existiera. En verdad, los hipócritas son, en última instancia, los hombres más impíos (sin Dios, ateos). Engañan a la gente dándoles lo que les apetece, siendo ese su generoso pago. De Dios, no tienen nada que esperar, porque no Le han agradecido con ninguna de sus obras, sino que sólo han incurrido en Su ira.

Sobre ese pueblo de hipócritas dice el Señor “se me acerca (sólo) con su boca y (sólo) con sus labios me honra, mientras su corazón está lejos de Mí.” (Isaías 29:13)

Si no están cumpliendo con la voluntad de Dios Padre, entonces están cumpliendo con la voluntad de “el padre de todas las mentiras.” El padre de todas las mentiras, el diablo, les enseñó que es normal, natural y razonable hacerlo, y que otros antes que ellos también hicieron lo mismo, y vivieron muy bien, recibiendo del hombre gloria y riquezas. Ese es el camino hollado por el mundo, del cual no deberían pasar, a pesar de lo que haga el mundo. Ellos, miserables como son, no sienten cuánto Satanás les ha engañado con tales mentiras, y lo mucho que les ha contaminado y secado sus corazones hasta el punto de que incluso los ángeles de Dios vuelven sus rostros del hedor de sus almas.

Todo su aspecto, su apariencia física arreglada, es sólo una cáscara de color de muerte, una tumba encalada. Cuando les llegue a ellos, lo que llamamos muerte, por desgracia, todo lo que realmente les llegará es la confirmación y el sello de su ya largo pasado, su alma muerta.




Pero tú, no seáis como los hipócritas, eso fue lo que Cristo enseñó a la gente. No seáis como los hipócritas cuando les deis caridad, “Pero cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha.” (Mateo 6: 2,3)

No seáis hipócritas cuando oréis a Dios. “Tú, al contrario, cuando quieras orar entra en tu aposento, corre el cerrojo de la puerta, y ora a tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.” (Mateo 6: 5-13)

No seáis como los hipócritas cuando ayunéis. “Más tú, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, a fin de que tu ayuno no sea visto, no de las gentes, sino de tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará” (Mateo 6: 16-18) “Nada hay oculto que no haya de manifestarse, ni ha sido escondido sino para que sea sacado a la luz.” (Marcos 4:22)


Dios te revelará grandes secretos en el momento en el que menos lo esperes. Los profetas y justos lo sabían, pero los escribas y los fariseos no lo hacían, y aún siguen sin hacerlo.

Los profetas y justos temieron a Dios, y amaron a su pueblo, mientras que los fariseos y los escribas, hipócritas, no temen a Dios, y detestan a su propio pueblo.

Jesús siente compasión por su pueblo, hasta las lágrimas siente compasión por ellos, a quien los príncipes de los sacerdotes y gobernantes engañan, abusan, y se aprovechan de su piedad. (Mateo 15: 32) En Su sermón anterior, Cristo declara abiertamente la guerra contra la hipocresía (del pueblo de Israel).

Como el Hijo de Dios moraba entre los hombres, y el tiempo pasaba, Él aumenta esta guerra contra la hipocresía, humillándola, y contra la hipocresía de los líderes religiosos de la época, humillándoles en sus propias caras, y delante de todo Su pueblo.

Nunca humilló a ningún pecador tanto como humilló a los hipócritas. Por último, la humillación de Jesús a la hipocresía, cuando se encontraba cerca del final de su estancia terrenal, se tornó terriblemente atronadora. No debería sorprender a los que tienen conocimiento, que Jesús no habló a una sola generación, la generación de Su vida terrenal, sino a todas las generaciones hasta el fin de los tiempos.

Mientras humillaba a los judíos hipócritas cara a cara, también estaba humillando a todos hipócritas de todos los tiempos y todas las generaciones.

¿Por qué Jesús golpeó tan fuertemente y sin piedad alguna especialmente a la hipocresía? Eso es debido a que la hipocresía es una mentira satánica, la hipocresía es satánica desde el principio; esa es la mala hierba que Satanás ha sembrado en todos los cultivos de Dios en la tierra: en el corazón del hombre, en su casa, en su matrimonio, en su grupo de amigos, de su pueblo y nación, en la política y el comercio, en la tristeza y en la alegría, en todas partes, en todas las épocas y civilizaciones. Ni una sola civilización logró erradicar la mala hierba de la hipocresía, sino que la mala hierba enraizada echó a perder a muchas de ellas (civilizaciones). Si una civilización brilló con gloria hacia el resto, como la europea y la japonesa, no quiere decir que destruyeran la hipocresía, sino sólo que la ocultaron con mayor habilidad debajo de su caparazón en el que no estaba escrito el nombre de Jesucristo, como lo está en los huevos de Pascua en los Balcanes. Más bien, sus marcas: su cortesía, sus modales, su sofisticación, son palabras de las cuales los demonios no tienen miedo, y la mala hierba de la hipocresía, sin traba alguna, crece desenfrenada.

Jesucristo, el Logos de Dios encarnado, anunció al principio dos guerras: contra Satanás, y contra la hipocresía. La gente Le amaba, y Le honraba con gran respeto y temor de Dios, como Su Salvador “Porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas de ellos.” (Mateo 7:29)


De las Obras Completas del Obispo Nikolai [En serbio], libro 12, P. 825.
 
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Sunday, April 7, 2019

A menudo Le pedimos a Dios distintas cosas, pero El no nos contesta. ( San Paisios el Athonita )


A menudo Le pedimos a Dios distintas cosas, pero El no nos contesta. Para que El conteste nuestros pedidos y nos de lo que le pedimos, debemos, en primer lugar, tener humildad. Todos nosotros, tanto niños, como adultos, tenemos mucho egoísmo y no aceptamos ni indicaciones, ni observaciones. Todo lo sabemos, y todos somos sabios. Cuando en nosotros reina el egoísmo, alcanza un mínimo pretexto para una gran disputa. Abrimos la puerta a Satanás, y él entra en nuestro hogar y lo destruye.

No presten atención a lo que ven o escuchen en aquel momento. Su consejo no nos ayudará y todavía más avivara el fuego. Solo aguanten un poco, oren, y cuando el otro se calme, será posible la comprensión mutua. El pescador no pesca durante la tormenta, espera que se calme el mar.

San Paisios el Athonita
 
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Tuesday, April 2, 2019

Oración para los que se Preparan para celebrar los Divinos Misterios ( San Ambrosio de Milán )

Oh Señor Jesús Cristo, Tú que eres el verdadero Sumo Sacerdote y Obispo de nuestras almas, y que en el altar de la Cruz te ofreciste a Dios el Padre para ser un sacrificio puro y sin mancha por nosotros, miserables pecadores, y que igualmente nos has dado a comer Tu carne y a beber Tu Sangre, y que estableciste este Misterio por el poder del Espíritu Santo, diciendo: Haced esto en memoria de Mí.

Te suplico por Tu misma preciosa Sangre, el rescate de nuestra salvación.

Te suplico por ese maravilloso e inefable amor que nos concedes a nosotros (miserables e indignos pecadores), lavándonos y purificándonos de todos nuestros pecados en Tu propia Sangre.

Enseña a Tu indigno siervo, a quien entre tus muchas misericordias has concedido compartir los beneficios de Tu Sacerdocio (Y esto, no por mis méritos, sino sólo por Tu abundante misericordia).

Enséñame, te lo suplico, por tu Espíritu Santo, a acercarme a tan gran Misterio, como es digno y justo, con reverencia y honor, y en toda piedad y santo temor.

Disponme por Tu gracia a creer y entender siempre, a sentir y sostener con firmeza, a hablar y a pensar, con relación a este santo Misterio para que Te sea agradable y provechoso para mi alma.

Que Tu Espíritu Santo entre en mi corazón, para que sin pronunciar palabra ni sonido pueda hablar allí toda Tu verdad, y que Él mismo, oculto bajo el velo de la santidad, sobrepase el entendimiento del hombre.

Por Tu gran misericordia, concédeme tomar parte en este santo Misterio con pureza de corazón e integridad de mente.

Líbrame con la atenta e infalible guardia de Tus benditos ángeles, para que por su poderosa protección, los enemigos de la bondad puedan ser desterrados de allí.

Por el poder de este gran Misterio y por la mano de ese santo ángel a quien me has enviado, aleja de mí y de todos tus siervos el espíritu de un duro corazón, el espíritu de orgullo y vanagloria, el espíritu de envidia y blasfemia, el espíritu de fornicación e inmundicia, el espíritu de duda e infidelidad. Confunde a los que nos persiguen y destruye a los que se apresuran a destruirnos.

Oh Rey de las vírgenes, amante de la castidad y la pureza, vierte sobre mí el rocío celestial de Tu bendición, extingue en mi carne cualquier resto ardiente de deseo lujurioso, para que pueda permanecer en continua castidad, tanto de cuerpo como de alma.

Mortifica en mis miembros todas las motivaciones de la carne, todas las afecciones desordenadas, todos los deseos de concupiscencia. Y concédeme verdadera y permanente castidad, y todos los dones que Te sean agradables. Concédeme así ofrecerte este Sacrificio de Alabanza y Acción de gracias con pureza de cuerpo y limpieza de corazón.

¡Pues quién puede entender qué dolor de corazón y qué fuente de lágrimas son necesarios!

¡Qué reverencia y temor, qué castidad corporal y pureza de corazón es requerido!

Y sin embargo sólo así debemos acercarnos a servir en este divino y celestial Sacrificio. Pues en él, Tu Carne es comida verdaderamente y Tu sangre es bebida verdaderamente. Aquí, las cosas de abajo y las de encima, las terrenales y las celestiales, son hechas una sola. Aquí, siempre están presentes tus santos ángeles. Aquí, en un maravilloso e inefable orden Te has constituido a la vez como Sacrificio y Sacerdote.

¡Quién puede ser digno de ofrecer este Sacrificio menos Tú, Todopoderoso Dios, que dignamente obras lo que haces! Yo sé, oh Señor, y conozco con seguridad, y a Tu bondad lo confieso, que no soy digno de acercarme a tan gran Misterio, a causa de mis graves pecados y de mi gran negligencia. Pero sé, y verdaderamente creo con todo mi corazón, y confieso con mi boca, que Tú puedes hacerme digno de realizarlo, pues sólo Tú puedes justificar y santificar a los pecadores.

Oh Dios mío, te suplico, por Tu poder Todopoderoso, que me concedas a mí, pecador, tomar parte dignamente en este Sacrificio. Y que con él me concedas temor y temblor, pureza de corazón y un torrente de lágrimas, regocijo espiritual y regocijo celestial. Concede que mi alma pueda sentir Tu bendita Presencia, y la guardia de Tus santos ángeles alrededor mío.

Pues yo, oh Señor, teniendo devoto recuerdo de Tu santa pasión, me acerco a Tu altar. Aunque pecador, me acerco al Sacrificio que Tú has instituido, y que nos has mandado ofrecerte en Tu memoria y para nuestra salvación.

Te suplico, Dios Todopoderoso, que lo recibas para beneficio de Tu santa Iglesia, y por el pueblo que rescataste con Tu propia Sangre.

Y puesto que Tú concedes disponer Tu Sacerdocio sobre los hombres pecadores, y puesto que concedes a cada sacerdote como mediador entre Ti y Tu pueblo, te suplico que donde no encuentres el testimonio de las buenas obras en ellos, no quites aún el oficio y ministerio que has depositado en su cargo, para que el Precio de su Redención, por el que has concedido ofrecerte una perfecta Oblación y Santificación, no se pierda a causa de ninguna indignidad nuestra.

Y además, oh Señor, elevo ante Ti (si te dignas mirarnos favorablemente por eso):

Las tribulaciones de los pueblos y los peligros de las naciones,

El gemido de los presos y las tristezas de los huérfanos,

Las necesidades de los que viajan,

Las carencias de los enfermos,

La depresión de los cansados,

La debilidad de los ancianos,

Las aspiraciones de los jóvenes,

Las resoluciones de las doncellas,

Y los lamentos de las viudas.

Pues Tú, oh Señor, tienes misericordia de todos los hombres y no aborreces nada de lo que creaste.

Recuerda cuán frágil es nuestra naturaleza, pues Tú eres nuestro Padre, Tú eres nuestro Dios. No te enojes con nosotros a pesar de que lo merecemos, y no alejes Tu misericordia de nosotros. Pues no presentamos nuestras súplicas ante Ti porque seamos justos, sino porque Tú eres compasivo.

Aleja de nosotros nuestras iniquidades, y en Tu misericordia enciende en nosotros el fuego de Tu Espíritu Santo.

Quita nuestro corazón de piedra, y concédenos un corazón de carne, para que podamos amarte, quererte, deleitarnos en Ti, seguirte y regocijarte.

Te suplicamos, oh Señor, que por tu misericordia muestres la luz de Tu rostro sobre Tu siervos que realizan este sagrado oficio, en honor a Tu Nombre. Y para que sus súplicas no sean en vano, ni sus peticiones no queden sin efecto, pon en sus mentes oraciones que Te sean agradables de escuchar y cumplir.

También te rogamos, oh Señor, Padre santo, por las almas de los fieles que han partido de este mundo; que este confortable Sacramento pueda ser su salvación, salud, regocijo y alivio. Oh Señor mi Dios, concédeles en este día un festín en abundancia en Ti, el Pan Vivo, que hiciste descender del cielo y concede la vida al mundo.

Concédeles comer Tu Carne, santa y bendita, que es el Cordero inmaculado que quita los pecados del mundo; incluso la Carne que tomaste del vientre, santo y glorioso, de la bendita Virgen María, por la operación del Espíritu Santo. Concédeles beber de esta fuente de amor que fluía de Tu sagrado costado, atravesado por la lanza del soldado para que siendo aliviados y santificados, restaurados y confortados, puedan regocijarse dándote alabanzas y gloria.

Te suplico, oh Señor, que por tu misericordia envíes sobre el pan que va a serte ofrecido, la plenitud de Tu bendición y los poderes santificadores de Tu Divinidad. Haz descender también, oh Señor, la invisible e incomprensible majestad de Tu Espíritu Santo, como lo enviaste una vez sobre el mismo sacrificio de nuestros padres y ancestros, para que pueda hacer realmente de nuestras oblaciones Tu Cuerpo y Tu Sangre.

Y puesto que soy tan indigno, enséñame a acercarme a este santo Misterio con pureza de corazón y con un piadoso dolor por mis pecados, con reverencia y asombro. Por eso, acepta con amor y gentileza este Sacrificio de mis manos para la salvación de los hombres, tanto vivos como difuntos.

También te suplico, oh Señor, que por este mismo sagrado Misterio de Tu Cuerpo y Sangre, que es entregado diariamente en Tu santa Iglesia como alimento y bebida, seamos lavados y santificados, y hechos partícipes de Tu Todopoderosa Divinidad; concédeme tus santas virtudes, para que siendo revestido con ellas, pueda acercarme a Tu altar con una buena conciencia, para que este sacramento celestial pueda serme vida y salvación.

Pues Tú, que siempre eres santo y bendito, has dicho: “El Pan que yo os doy es mi Carne para la vida del mundo: Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo. El que coma de este Pan, vivirá para siempre”.

Oh Pan de dulzura, concede la salud a mi gusto, para que pueda percibir las delicias de Tu amor. Líbrame de lo mundano para que sólo pueda encontrar la dulzura en Ti.

¡Oh Pan de pura blancura, que contiene todas las delicias y todos los sabores agradables! ¡Oh Tú, que siempre nos revitalizas y nunca escaseas! Concede que mi corazón pueda alimentarse de Ti, y que la profundidad de mi alma pueda llenarse con la dulzura de Tu sabor. Los ángeles se alimentan en Ti con abundancia. Concédeme que yo, un peregrino y un forastero, pueda alimentarme de Ti en la medida que pueda. Y así, concede que no fracase en mi viaje, con tal provisión que me espera.

¡Oh Pan santo, puro y vivo, que bajó del cielo y dio la vida al mundo!

Ven a mi corazón, y purifícame de toda contaminación, tanto de la carne como del espíritu.

Entra en mi persona, y sana y límpiame por dentro y por fuera.

Sé la protección y la salud permanente de mi cuerpo y de mi alma.

Aleja de mi todos los enemigos que me acechan.

Concédeme que pueda alzarme a la presencia de Tu poder.

Concédeme que siendo defendido en todo por Ti, pueda andar en el camino recto hacia Tu Reino.

Pues allí ya no te contemplaremos como en un misterio igual que en este tiempo presente, sino que te veremos frente a frente, cuando entregues el reino a Dios el Padre, y Dios sea todo en todos.

Y en aquel día me satisfarás con maravillosa plenitud, para que ya no tenga más hambre ni sed por siempre, oh Jesús, que con el mismo Dios el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas, en el mundo sin fin.

Amén.
 
Catecismo Ortodoxo
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