Saturday, July 30, 2016

Sobre la Dormición de la Santa Theotokos ( San Juan de Kronstadt )

 
“Magnifica, oh alma mía, el honorable traslado de la Theotokos, de la tierra al cielo” (Verso de la oda 9ª del canon).
 
Regocijémonos, amados hermanos y hermanas, pues pertenecemos a la santa Iglesia Ortodoxa, y digna y justamente glorifiquemos a la Santa Soberana Theotokos en este eminente día que está por encima de todos los días del año con una especial solemnidad. Existen en la tierra muchas sociedades y gobiernos enteros que no consideran una necesidad ni tampoco una obligación clamar y glorificar a la Reina del cielo y de la tierra, la Madre de nuestro Divino Señor Jesucristo, y a otros santos y ángeles; sirvámosle sumisa y amorosamente, como la verdadera Theotokos. Lamentablemente en Rusia, hoy en día, tenemos herejes (entre nosotros) que deshonran activamente a la Theotokos, a los santos, sus iconos, sus reliquias y sus fiestas. ¡Oh, si glorificaran unánimemente con nosotros a la digna Reina del cielo y de la tierra!.
Hoy, la Santa Iglesia glorifica solemnemente la Dormición o traslado de la Theotokos, de la tierra al cielo. Un maravilloso traslado, pues murió sin una enfermedad seria, murió pacíficamente. Su alma fue alzada en las divinas manos de Su Hijo y llevaba por encima del cielo, en compañía del dulce canto de los ángeles. Y así, su purísimo cuerpo fue llevado por los apóstoles a Getsemaní, donde fue enterrado honorablemente, y al tercer día fue resucitada y llevaba al cielo. Veis esto en el icono de la Dormición de la Theotokos. En él, se representa el cuerpo vivificante de la Theotokos yaciendo en un féretro, rodeado por los apóstoles y jerarcas, y en el centro del icono, el Señor lleva en sus manos la purísima alma de la Theotokos. El traslado de la Theotokos es un paradigma del traslado general de las almas de los cristianos al otro mundo.

Decimos que nuestros difuntos han “dormido” o han “fallecido”. ¿Qué significa esto? Esto significa que para el verdadero cristiano no hay muerte. La muerte fue conquistada por Cristo en la cruz. Pero hay un traslado, es decir, un cambio en su condición, esto es, su alma está en otro lugar, en otro tiempo, en otro mundo más allá de la tumba, es eterna, sin fin, y esto es lo que significa “dormido”. Es como si fuera un sueño temporal tras el cual, por la voz del Señor y el maravilloso sonido de la trompeta del arcángel, todos los muertos vivieran y fueran cada uno a su lugar: o bien a la resurrección de la vida, o a la resurrección de condenación (Juan 5:29). Esto es lo que los cristianos entienden por traslado. Deberíamos estar listos para este traslado, para el día de la resurrección general y del juicio, para este hecho mundial indescriptible, registrado en las Santas Escrituras.
Esta preparación para el encuentro con el Rey celestial ante el temible tribunal, tras la muerte, es esencialmente la preparación de la persona a lo largo de toda su vida. Esta preparación significa un cambio en todos sus pensamientos, y el cambio moral de todo su ser, para que el hombre se purifique y se blanquee como la nieve, lavando todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para que se adorne con todas las virtudes: arrepentimiento, mansedumbre, humildad, sencillez, simplicidad, castidad, misericordia, abstención, contemplación espiritual y amor ardiente por Dios y el prójimo.
Nuestra preparación para el encuentro con el Rey celestial, y para la heredad de la vida eterna en el cielo, debe consistir en esto. El Rey celestial desea que nuestras almas se adornen con las virtudes inmutables, que nuestras almas se preparen para que el Señor mismo pueda morar en ellas. “Y vendremos a él, y en él haremos morada” (Juan 14:23), dice el Señor sobre las almas que le aman.
Así pues, participad en las fiestas cristianas, y especialmente en la presente fiesta de la Dormición de la Theotokos, vosotros que estáis adornados con todas las virtudes y que sois trasladados al reino celestial, a Su Hijo y Dios, y proclamad a todos acerca de la preparación de las almas para que sean la morada del Señor, acerca del arrepentimiento continuo, y acerca del adorno incorruptible de la virtud cristiana. Que vuestra muerte también sea pacífica y sin vergüenza, y sirva como la promesa de una buena respuesta ante el temible juicio de Cristo. Amén.
 
San Juan de Kronstadt
 

Catecismo Ortodoxo 

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Saturday, July 23, 2016

Así a través de nuestra debilidad humana Dios desmorona los planes de lucha del enemigo . ( San Filofeo de Sinaí )


Así como satanás a través nuestro guerrea contra Dios, en aquello, que nos incita a quebrantar los mandamientos Divinos, y con esto dificulta la realización de Su Voluntad así también Dios a través nuestro destruye los planes de perdición del malo en esto, que nos ayuda a cumplir Su santa voluntad, expresada en Sus Divinos y vivificantes mandamientos. Así a través de nuestra debilidad humana Dios desmorona los planes de lucha del enemigo .

San Filofeo de Sinaí

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Akathisto al Espíritu Santo


Kontaquio I
Venid fieles a celebrar el descenso del Espíritu Santo que el Padre derrama sobre los Apóstoles. El cubre toda la tierra con el conocimiento de Dios haciéndonos dignos de la vida de la gracia y de la gloria del cielo. Él es el que nos santifica y nos permite exclamar:
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros.
Ikos I
Los coros de los ángeles cantan incesantemente en el cielo la gloria del Espíritu Santo, fuente de vida y luz intangible. Glorificamos con ellos al Espíritu de bondad por todos sus beneficios manifiestos u ocultos, y humildemente le suplicamos diciendo:
Ven, luz verdadera y alegría del alma.
Ven, nube de rocío y belleza indescriptible.
Ven y acepta esta ofrenda que se eleva a ti como el incienso.
Ven, Espíritu de verdad al que el mundo no puede recibir.
Ven, y haznos disfrutar con la felicidad de tu efusión. Ven, y alégranos con la abundancia de tus dones.
Ven, y establece tu morada entre nosotros.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio II
El Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles como lenguas de fuego, luz radiante y aliento poderoso, llenándolo todo de alegría. Entonces el antiguo pescador, lleno de su fuego llamó a todo el orbe a la Iglesia de Cristo. Soportando las vicisitudes con alegría y enfrentándose sin temor a la muerte violenta, los Apóstoles propagaron por todo el mundo el Evangelio por lo que cantamos diciendo:¡Aleluya!
Ikos II
Te bendecimos, Dios Espíritu Santo, porque te has derramado como fuego y rocío sobre los Apóstoles en la cámara alta de Sión. Vierte también la copa de tu sabiduría sobre los que te decimos:
Ven, santificador y protector de la Iglesia.
Ven y concede a los fieles un solo corazón y una sola alma.
Ven y transforma nuestra piedad fría y estéril.
Ven y disipa la oscuridad de la herejía, el ateismo y la masonería que se están extendiendo sobre la tierra.
Ven y se nuestro guía en el camino de la vida recta y piadosa.
Ven y edúcanos en la única Verdad
Ven sabiduría inaccesible para los sabios de este mundo.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio II
Oh misterio insondable, Espíritu de Dios Creador que formaste de la nada la belleza celestial, los órdenes angélicos y el cortejo de las estrellas brillantes. Uniste en una maravillosa unión la carne y el espíritu creando al hombre. Por ello todo ser que alienta te eleva esta alabanza: ¡Aleluya!
Ikos II
Espíritu eterno, has dado vida a todo y a todos y de ti surgió toda la belleza de la creación, desde las altas montañas a los profundos abismos. Asombrados por tu grandeza te cantamos junto a todas las creaturas diciendo:
Ven a nosotros, y llénanos de tu sabiduría.
Ven, pues Tú eres la hermosura tanto de la pequeña flor como de las estrellas lejanas.
Ven, diversidad de la indescriptible belleza eterna.
Ven y disipa la oscuridad del caos de mi alma.
Ven y transfigura mi pobre existencia con tu poder creador.
Ven y enséñame a cumplir en todo tu santa voluntad.
Ven y recréanos en Cristo.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio IV
Espíritu lleno de infinita bondad, Tú descendiste sobre la Virgen purísima, fecundando su seno purísimo y llenándola del esplendor inaccesible de Dios, haciéndola Madre del Logos, Reina de los ángeles y Fuente de nuestra salvación. Llenaste a los Profetas y Apóstoles de una fuerza sobrenatural, llenando sus corazones de la belleza celestial y dando a sus palabras una pasión ardiente que atrajera a los hombres a Dios. Llenos de este celo que convierte a los pecadores te cantamos diciendo: ¡Aleluya!
Ikos IV
Por el Espíritu Santo vivimos y existimos y en la última hora de este siglo, nos levantaremos por su poder para entrar en la Resurrección. Consejero lleno de bondad, en aquel terrible momento levántanos de nuestras tumbas, no para ser condenados sino para alegrarnos junto a los Santos y junto a nuestros padres y hermanos. Pidiendo esta gracia, suplicantes te decimos:
Ven y líbranos de la muerte espiritual.
Ven y en la hora de nuestra agonía permite podamos saciarnos con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Salvador.
Ven y concédenos llegar a nuestra última hora con una conciencia pura y así poder tener una muerte santa.
Ven y concédenos despertar de la muerte y encontrarnos con la Luz verdadera.
Ven y haznos dignos de entrar en el gozo eterno.
Ven y concédenos la incorruptibilidad espiritual.
Ven e ilumínanos transformando nuestro cuerpo mortal en inmortal.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio V
Habiendo escuchado tus divinas palabras que nos dicen: “El que tenga sed que venga a mí y beba” te suplicamos, oh Hijo de Dios y Salvador nuestro, que sacies nuestra sed espiritual y nos des el agua viva del Espíritu Santo. Vierte en nosotros el Río de la Gracia para que llenos de amor podamos cantar: ¡Aleluya!
Ikos V
Espíritu Santo y eterno, incorruptible e increado, protección de los justos y purificación de los pecadores, líbranos de toda impureza para que llenos de la luz de tu gracia podamos decirte:
Ven y concédenos el don de las lágrimas para poder llorar nuestros pecados.
Ven y enséñanos a adorar al Padre en espíritu y verdad. Ven, Verdad sublime y elimina las dudas de nuestro débil intelecto.
Ven, Tesoro de bienes, y darnos el tesoro de la pobreza de espíritu.
Ven, Dador de bienes, y restablece la frescura en tu criatura agotada.
Ven, Luz eterna, y disipa los terrores nocturnos de los demonios.
Ven, Alegría sin fin, y haz que olvidemos nuestras penas.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio VI
Alégrate, Hija de la luz, Sión madre nuestra, Novia adornada con tus joyas, Iglesia de Cristo, llena del Espíritu Santo que concede la fuerza a los confesores de la Ortodoxia, cura nuestras enfermedades, da vida a los muertos y conduce a la vida eterna a los que exclamamos llenos de alegría: ¡Aleluya!
Ikos VI
En medio de todos los problemas y peligros de este mundo, ¿Quién nos consolará? Espíritu divino, haz que desaparezcan nuestras penas, intercede por nosotros con gemidos inefables e ilumina los corazones de los que te dicen:
Ven, dulce frescura de los que penamos bajo la carga de nuestros pecados.
Ven, compañero de los cautivos y apoyo de los perseguidos.
Ven y ten piedad de los que sufren a causa de la pobreza y el hambre.
Ven y cura las pasiones de nuestro cuerpo y alma.
Ven y sacia la sed de nuestras almas con tu claridad.
Ven y acompáñanos en nuestras pruebas llenándonos de esperanza y de la alegría divina.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio VII
“El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no será perdonado ni en este mundo, ni en el futuro” dice el Señor. Escuchar estas terribles palabras nos llenan de temor por aquellos que son condenados. No permitas, oh Espíritu divino, que aceptemos las malignas palabras y que caigamos en el cisma y en la herejía. No nos permitas caer en el ateísmo ni en cualquier otro error. Antes bien permítenos cantar dentro del seno de tu santa Iglesia Ortodoxa diciendo: ¡Aleluya!
Ikos VII
Cuando el Espíritu Santo se apartó de Saúl, el terror y la angustia se instalaron en él y cayó en la desesperación. Los momentos de desaliento y dificultad llegan a aquéllos que se encuentran lejos de ti. Ayúdame a invocarte sin temor desterrando la timidez de mi alma para que así pueda cantarte:
Ven y aparta de mí la impaciencia y las murmuraciones.
Ven y protégeme de las maquinaciones de los espíritus malignos que tratan de perturbar mi alma.
Ven y calma la tormenta de la angustia.
Ven y aparta de nosotros a aquellos que nos amargan la vida.
Ven y endulza nuestros corazones cuando estemos airados.
Ven y ayuda a los que andan encorvados por el peso de su cruz.
Ven y danos el espíritu de contrición necesario para la salvación de nuestra alma.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio VIII
Dios Padre celestial, espiritualmente somos pobres y estamos enfermos, ciegos y desnudos. Necesitamos ser purificados como el oro en el crisol. Cubre nuestra desnudez y sana nuestros ojos ungiéndolos con el bálsamo de tu Espíritu Santo, que su gracia purifique nuestras almas para que regenerados podamos cantar: ¡Aleluya!
Ikos VIII
Oh Espíritu Santo, en medio de la confusión reinante entre los hombres, concédeme humildad para poder reconocer mis pecados y caídas y reconocer mi debilidad y el gran vacío existente en mi alma. Sin ti no podemos hacer nada y es por tu gracia que esperamos ser salvados. Por ellos te decimos:
Ven, pues sólo contigo podemos dirigir nuestra vida con sabiduría.
Ven y muéstranos tus caminos insondables.
Ven y se la lámpara que ilumine nuestras vidas
Ven y bendice cada una de nuestras buenas acciones.
Ven e ilumina nuestro espíritu en los momentos de duda.
Ven y concede a los hombres el don del arrepentimiento para eliminar las tribulaciones que nos amenazan.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio IX
“Tanto amó Dios al mundo, que nos envió a su Hijo único” El se encarnó por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen; el que creo el universo extendió voluntariamente sus brazos en la Cruz y con su sangre nos ha rescatado del pecado y la muerte. Toda la creación, a la espera de la gloriosa libertad de los hijos de Dios, eleva himnos de gratitud al Padre que nos ama infinitamente, al Hijo nuestro Salvador, y al Espíritu Santificador, diciendo: ¡Aleluya!
Ikos IX
El Espíritu Santo descendió sobre Cristo en forma de una paloma en el Jordán y de igual manera descendió sobre mí cuando fui introducido en la fuente bautismal. Sin embargo, la oscuridad de mis pecados ha oscurecido mi belleza. Ahora camino en medio de la noche tenebrosa en espera del rayo de luz que me traiga el amanecer.
Ven a mí que he recibido tu sello temible.
Ven y libra mi mente de la tribulación de las tentaciones.
Ven a renovar mi vida y a librarme de la esclavitud del pecado
Ven y disipa el espanto de la oscuridad.
Ven y enséñame a sentir compasión ante las desgracias de los demás.
Ven y ayúdame a amar a mi prójimo.
Ven y hazme consciente de la alegría de la salvación.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kontaquio X
El Espíritu Santo es el que ilumina la vida eterna, es El quien inspira a los mártires, consagra a los sacerdotes, corona a los justos y transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. El nos impulsa a perdonar el sufrimiento que nos causan nuestros enemigos y cuida de todos los que lo invocan diciendo: ¡Aleluya!
Ikos X
¿Quién nos separa del amor de Dios, la miseria, la angustia, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Incluso si lo perdiéramos todo, tenemos un tesoro en el cielo inagotable. Concédenos, oh Señor, amar no sólo con palabras, si no con nuestros trabajos y el esfuerzo de toda nuestra vida y salva a los que te decimos:
Ven Espíritu Santo Todopoderoso y aumenta en nosotros el don precioso de la fe.
Ven y aviva en nosotros el deseo de la oración.
Ven y haz arder nuestros corazones con el fuego de tu amor.
Ven y danos fortaleza para poder enfrentarnos al error y para poder resistir las persecuciones y escarnios.
Ven y presérvanos de las tentaciones.
Ven y llena de vida nuestros corazones con el rocío de tu gracia.
Ven, santifícanos, presérvanos y fortalécenos.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio XI
Lo que el Profeta dijo una vez el Señor lo ha cumplido:”En los últimos días, derramaré mi espíritu sobre toda carne y vuestros hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos sueños” Oh Espíritu Santo, danos tu consuelo, al menos las migajas que caen de la mesa de tus hijos, a nosotros que te cantamos diciendo: ¡Aleluya!
Ikos XI
Así como no se puede esconder el resplandor del relámpago, tampoco se puede ocultar el resplandor de la Revelación que transforma nuestra frágil naturaleza divinizándola. Haznos dignos de la misma, oh Divino Consejero, para que podamos cantarte:
Ven, Tú que nos haces partícipes de la luz de la divinidad.
Ven, Tú que nos permites contemplar anticipadamente la gloria de la Trinidad.
Ven, Fuente de agua viva que enfría el ardor de las pasiones.
Ven, porque lejos de ti no hay felicidad ni descanso.
Ven, pues haces presente en medio de nosotros el Reino de los Cielos.
Ven, Tú que alientas toda la Creación. Ven y sella nuestra alma con tu gracia.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio XII
Oh Espíritu Santo, inagotable río de la Gracia que limpia con el perdón nuestros pecados, recibe nuestras oraciones por los cismáticos, los herejes, los ateos y todos aquellos que se han apartado del seno de tu Santa Iglesia Ortodoxa. Ilumina sus corazones y condúcelos a todos al redil de Cristo, purifícalos con el fuego de tu amor de manera que puedan cantar con nosotros: ¡Aleluya!
Oh Espíritu Santo, acompáñame y asísteme durante toda mi presente vida, para que cuando llegue el momento de dejarla pueda partir sin temor a la Jerusalén celeste, donde no hay ni dolor, ni tristeza, ni llanto. Permíteme participar de la alegría de los justos y cantar junto a los coros de los ángeles. Que pueda contemplar la gloria del Señor en medio de sus elegidos. Rey Celestial, Espíritu Santo infunde en nosotros tus dones y llena de ellos a los que te decimos:
Ven Bondadoso, y despierta en nosotros la sed de la vida futura.
Ven y mueve nuestras almas con la esperanza de la vida en el siglo de la verdad.
Ven y revélanos la bondad de las promesas futuras.
Ven y revístenos del manto blanco como la nieve.
Ven y llénanos del resplandor de la Divinidad.
Ven y concédenos la gracia de poder participar en las Bodas de Cordero.
Ven y haznos dignos de reinar en tu gloria eterna
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kondaquio XIII .  se repite 3 veces.
Oh fuente de amorosa luz que nos salva, Vivificador Espíritu, infunde tu aliento en aquellos que han caído en la iniquidad. Por tu poder insondable acelera la destrucción del mal y revela el eterno triunfo de la Verdad divina. Que Dios sea todo para todos y que todas las criaturas, en el cielo y en la tierra proclamen: ¡Aleluya, aleluya, aleluya!
Oh fuente de amorosa luz que nos salva, Vivificador Espíritu, infunde tu aliento en aquellos que han caído en la iniquidad. Por tu poder insondable acelera la destrucción del mal y revela el eterno triunfo de la Verdad divina. Que Dios sea todo para todos y que todas las criaturas, en el cielo y en la tierra proclamen: ¡Aleluya, aleluya, aleluya!
Oh fuente de amorosa luz que nos salva, Vivificador Espíritu, infunde tu aliento en aquellos que han caído en la iniquidad. Por tu poder insondable acelera la destrucción del mal y revela el eterno triunfo de la Verdad divina. Que Dios sea todo para todos y que todas las criaturas, en el cielo y en la tierra proclamen: ¡Aleluya, aleluya, aleluya!
Ikos I
Los coros de los ángeles cantan incesantemente en el cielo la gloria del Espíritu Santo, fuente de vida y luz intangible. Glorificamos con ellos al Espíritu de bondad por todos sus beneficios manifiestos u ocultos, y humildemente le suplicamos diciendo:
Ven, luz verdadera y alegría del alma.
Ven, nube de rocío y belleza indescriptible.
Ven y acepta esta ofrenda que se eleva a ti como el incienso.
Ven, Espíritu de verdad al que el mundo no puede recibir.
Ven, y haznos disfrutar con la felicidad de tu efusión. Ven, y alégranos con la abundancia de tus dones.
Ven, y establece tu morada entre nosotros.
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros
Kontaquio I
Venid fieles a celebrar el descenso del Espíritu Santo que el Padre derrama sobre los Apóstoles. El cubre toda la tierra con el conocimiento de Dios haciéndonos dignos de la vida de la gracia y de la gloria del cielo. Él es el que nos santifica y nos permite exclamar:
Ven Espíritu Santo y permanece en nosotros.

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Sunday, July 17, 2016

¿por qué Dios permite el sufrimiento con enfermedades terribles de los justos y virtuosos? ( Archimandrita Epifanios Theodoropoulos )


 Pregunta: Elder, ¿por qué Dios permite el sufrimiento con enfermedades terribles de los justos y virtuosos?


 Respuesta: Para también son limpiados por los rastros mínimos de sus pasiones y para toman una corona más grande en el cielo. Además una vez que en Su amado Hijo permitido a sufrir y morir en la Cruz, qué decir para la gente, que, incluso lo más santos que sean, tienen suciedad y manchas de pecados?

Archimandrita Epifanios Theodoropoulos


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Vida de San Apóstol Pablo


Vida, obra y sufrimientos del santo y glorioso Apóstol Pablo, digno de toda alabanza

Antes de convertirse en apóstol, San Pablo se llamaba Saulo. Nacido en Tarso, Cilicia, era de raza judía y pertenecía a la tribu de Benjamín. Sus nobles padres vivieron en principio en Roma y a continuación se establecieron en Tarso, con el título honorífico de ciudadanos de Roma. Por ese motivo, Pablo recibió el calificativo de “romano”. Se puede señalar aquí que entre su familia se contaba al primer mártir, Esteban. En su juventud, sus padres lo enviaron a Jerusalén para que aprendiera los libros sagrados y la Ley de Moisés, bajo la dirección del célebre maestro Gamaliel. En el transcurso de sus estudios, tuvo como compañero a su amigo Bernabé, que también se convertiría en apóstol de Cristo. Tras haber estudiado profundamente la Ley de sus padres, mostró por ella un celo ardiente, y se unió a los fariseos.

En esta época, los santos apóstoles propagaban la Buena Nueva de Cristo en Jerusalén y en las ciudades y regiones de los alrededores, suscitando grandes discusiones con los fariseos, los saduceos, los escribas y los doctores de la ley. Estos predicadores del cristianismo fueron odiados y perseguidos rápidamente por todos estos judíos. Saulo odiaba igualmente a los santos apóstoles, y ni siquiera quería escucharlos predicar a Cristo. Discutía con Bernabé, convertido en apóstol, y no cesaba de blasfemar contra la Verdad. Cuando su familiar, San Esteban, fue lapidado por los judíos, no sólo no mostró ningún pesar viendo vertida la sangre inocente de su propia familia, sino que aprobó el asesinato y guardó las espaldas de los judíos que habían golpeado al mártir. Habiendo recibido así, plenos poderes de los sacrificadores y ancianos, Saulo persiguió a la Iglesia de Cristo, haciendo irrupción en las casas de los fieles, arrastrando a hombres y mujeres a prisión.

No contento con perseguir a los fieles de Jerusalén, se dirigió a Damasco con las cartas de los sacrificadores. Respirando amenazas y derramamiento de sangre, tenía la intención de localizar a los hombres y mujeres que creían en Cristo, para apoderarse de ellos y conducirlos encadenados a Jerusalén. Esto sucedía durante el reinado del emperador Tiberio.

Cuando Saulo se aproximaba a Damasco, una luz procedente del cielo brilló repentinamente cerca de él. Cayó en tierra y escuchó una voz que decía:

-Saulo, Saulo, ¿por qué Me persigues?.

Presa del pánico, respondió:

-¿Quién eres, Señor?.

-Soy Jesús, a quien persigues.

Temblando de espanto, Saulo añadió:

-Señor, ¿qué quieres que haga?.

-Levántate, entra en la ciudad, y te dirán lo que tienes que hacer.

Los soldados que acompañaban a Saulo se atemorizaron al escuchar esta voz sin ver a nadie. Cuando Saulo se levantó, no veía nada. Sus ojos carnales fueron cegados, pero sus ojos espirituales comenzaban a abrirse. Se le llevó por la mano hasta Damasco, donde permaneció tres días en constante oración, sin ver, ni comer, ni beber.

En Damasco, vivía el santo apóstol Ananías. El Señor se le apareció en una visión, ordenándole que fuera a buscar a Saulo a la casa de un cierto Judas, para darle la luz a sus ojos carnales por la imposición de manos, y a sus ojos espirituales, por el bautismo. Ananías respondió igualmente:

-Señor, he escuchado a mucha gente hablar de este hombre y decir todo el mal que ha hecho a Tus santos en Jerusalén. Ha venido aquí con plenos poderes de los grandes sacerdotes para encadenar a todos los que invoquen Tu Nombre.

-Ve sin temor, pues él es el vaso que he elegido para llevar Mi Nombre ante las naciones paganas, los reyes y los hijos de Israel. ¡Le diré lo que tendrá que sufrir por Mi Nombre!.

Obedeciendo el mandato del Señor, Ananías fue en busca de Saulo y le impuso las manos. Una especie de escamas cayeron de sus ojos. Bautizado al instante, fue lleno del Espíritu Santo, que le santificó para el ministerio apostólico. Su nombre fue cambiado por el de Pablo.

Pablo predicó pronto a Jesús Hijo de Dios en las sinagogas. Todos los que le escuchaban, se asombraban: “¿No es este el que perseguía en Jerusalén a los que invocaban el Nombre de Jesús?. ¿No había venido aquí para apresarlos y conducirlos antes los principales sacrificadores?”.

Con el tiempo, Pablo tomaba mayor seguridad y perturbaba a los judíos de Damasco, demostrándoles que Jesús es el Cristo. Llenos de cólera, se aliaron para matarlo e hicieron vigilar noche y día las puertas de la ciudad para que no pudiera escapar. Pero Ananías y los discípulos de Damasco se enteraron del complot. Lo condujeron de noche a las murallas de la ciudad y lo hicieron descender por ella en una cesta.

Pablo abandonó Damasco por Arabia, así como lo escribió más tarde a los gálatas: “Desde aquel instante no consulté más con carne y sangre, ni subí a Jerusalén, a los que eran apóstoles antes que yo, sino que me fui a Araba, de donde volví otra vez a Damasco. Después, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para conversar con Cefas” (Gálatas 1: 16-18).

En Jerusalén, Pablo deseaba encontrarse con los discípulos del Señor, pero estos le temían, sin poder creer que fuera de los suyos. Finalmente, se encontró con el santo apóstol Bernabé, que conoció su conversión, regocijándose de este cambio, y lo condujo ante los apóstoles. Pablo les contó como había visto a Cristo en el camino a Damasco, lo que Él le había dicho, y cómo se enardeció por el Nombre de Jesús. Su relato llenó de un santo gozo a los apóstoles y glorificaron al Señor Jesús Cristo.

En Jerusalén, San Pablo intervino en la controversia con los judíos y los griegos. Un día, mientras hacía oración en el templo, tuvo un éxtasis y vio al Señor, que le decía:

-Apresúrate a salir de Jerusalén, pues no recibirán aquí tu testimonio sobre Mí.

-Los judíos saben muy bien que yo hacía encarcelar a los que creían en Ti, y que los hacía golpear en las sinagogas. Saben también que cuando se derramó la sangre de Esteban, Tu testigo, yo estaba presente, aprobé su muerte y guardé las espaldas de los que le asesinaron.

-Ve, te enviaré lejos de aquí, a las naciones.

Después de esta visión, aunque él hubiese preferido quedarse aún algunos días más en Jerusalén para gozar de la vista y de la conversación con los apóstoles, Pablo debía partir, pues aquellos con los que había hablado sobre Cristo estaban furiosos y pretendían matarlo. Los hermanos lo condujeron, pues, a Cesarea, desde donde partió para Tarso.

Pablo predicó la Palabra de Dios en esta ciudad hasta la llegada de Bernabé, que le condujo a Antioquía. Permaneció allí un año entero enseñando a la Iglesia, y convirtió a Cristo a mucha gente, a quien se les dio el nombre de “cristianos”. Después de este año, Pablo y Bernabé regresaron a Palestina para anunciar a los santos apóstoles que la gracia de Dios obraba en Antioquía, lo cual alegró mucho a la Iglesia de Jerusalén. Traían consigo los numerosos dones de los fieles de Antioquía para los hermanos pobres o enfermos de Judea. En efecto, según la profecía de San Agabo (uno de los Setenta y Dos), una gran hambruna se había declarado bajo el reinado del emperador Claudio.

A continuación, Pablo y Bernabé abandonaron nuevamente Jerusalén para ir a Antioquía, donde vivieron cierto tiempo en ayuno y oración, celebrando la Divina Liturgia y predicando la Palabra de Dios, hasta que el Espíritu Santo los enviara a predicar a las naciones. El Espíritu Santo declaró en efecto a los ancianos de la Iglesia de Antioquía: “Apartadme a Bernabé y Pablo para la obra a la que les He llamado”. Después de haber ayunado y rezado, les impusieron las manos y los dejaron partir.

Llenos del Espíritu Santo, descendieron a Seleúcida y se embarcaron para Chipre. En Salamina, anunciaron el Evangelio en las sinagogas. Habiendo atravesado la isla hasta llegar a Pafos, se encontraron con un mago y falso profeta judío llamado Elimas o Barjesús, que vivía con el procónsul Sergio Paulo, un hombre prudente. Este procónsul hizo llamar a Pablo y Bernabé y manifestó su deseo de escuchar la Palabra de Dios. Habiendo escuchado a los apóstoles, creyó. Pero Elimas se interpuso y buscaba apartarlo de la fe. Entonces Pablo, lleno del Espíritu Santo, miró al mago y dijo: “Oh, hombre lleno de toda clase de engaño y maldad, hijo del diablo. ¿No dejarás de pervertir los rectos caminos del Señor?. He aquí ahora está la mano del Señor sobre ti, y quedarás ciego, sin poder ver el sol durante un tiempo”. La oscuridad y las tinieblas cayeron sobre el mago, que buscó a alguien que lo guiase. Pero he aquí, el procónsul creyó en la enseñanza del Señor. Numerosas personas creyeron así, y la Iglesia de Cristo se engrandeció (ver Hechos 13:4-12).

Pablo y sus compañeros se embarcaron en Pafos, camino de Perge de Pisidia, desde donde partieron para Antioquía de Pisidia (que no hay que confundir con Antioquía la Grande, de Siria). Allí, predicaron a Cristo. Como numerosas personas creían, los judíos envidiosos incitaron a los ancianos de la ciudad (que vivían en la impiedad griega) para que expulsaran a los santos apóstoles de la ciudad y de sus límites. Estos últimos, sacudiendo el polvo de sus pies, se dirigieron a Iconio, donde predicaron con seguridad, conduciendo a la fe a una multitud de judíos y de griegos, no sólo por sus palabras, sino también por los signos y milagros que realizaban sus manos. Allí fue donde convirtieron a Santa Tecla, la virgen, que se convirtió en novia de Cristo. Los incrédulos judíos incitaron de nuevo a los griegos y a los jefes para que expulsaran a los apóstoles y los lapidaran. Sin embargo, estos últimos se apercibieron del asunto y pudieron escapar a Licaonia, a Listra, a Derbe y a sus alrededores, donde también predicaron.

Había allí un cojo de nacimiento que no podía andar. Por el Nombre de Cristo lo pusieron de pie, y de un salto, anduvo. Ante este milagro, el pueblo proclamó en alta voz en lengua licaonia: “Los dioses han descendido entre nosotros con forma humana”. Llamaron a Bernabé, Zeus, y a Pablo, Hermes, y los jóvenes trajeron toros y coronas para ofrecerles sacrificio. Viendo esto, Pablo y Bernabé desgarraron sus vestiduras y gritaron a la multitud: “¿Por qué obráis así?. Somos hombres de la misma naturaleza que vosotros”. Y les hablaron del Dios único, Creador de la tierra y del mar, que ofrece la lluvia del cielo y las estaciones fértiles, que da alimento en abundancia y llena de júbilo el corazón de los hombres. Pero a pesar de estas palabras, continuaron en su empeño de ofrecerles un sacrifico.

Mientras permanecieron el Listra, los judíos venían de Iconio y de Antioquía para incitar a la multitud para que se apartaran de los apóstoles acusándolos de mentirosos. Los incitaron a tal extremo que condujeron a los habitantes a cometer un gran mal: lapidaron a Pablo, que era quien hablaba, y lo dejaron por muerto en el exterior de la ciudad. Sin embargo, pudo levantarse, volver a la ciudad y encontrar a Bernabé, con quien partió a la mañana siguiente para Derbe. Después de haber predicado allí la Buena Nueva e instruido a numerosas personas, regresaron a Listra, a Iconio y a Antioquía de Pisidia, fortificando las almas de los discípulos y exhortándolos a permanecer firmes en la fe. Rezando y ayunando, nombraron a ancianos para cada Iglesia y los encomendaron al Señor en quien habían creído. A continuación, atravesaron Pisidia para dirigirse a Panfilia, anunciaron la Palabra del Señor en Perge y después bajaron a Atalía. Desde allí, se embarcaron hacia Antioquía de Siria, donde el Espíritu les había enviado al principio de su misión para predicar la Palabra del Señor. En Antioquía, reunieron  la Iglesia y contaron lo que Dios había hecho de ellos y de los paganos que se habían convertido a Cristo.

Poco tiempo después, los judíos conversos y los griegos de Antioquía tuvieron una discusión sobre la circuncisión. Unos decían que era imposible salvarse sin ser circuncidados, y los otros encontraban esto muy triste. Pablo se dirigió a Jerusalén con Bernabé para tratar esta cuestión con los apóstoles y los ancianos, anunciándoles cómo Dios había abierto a los paganos las puertas de la fe, noticia que alegró mucho a los hermanos de Jerusalén. Los santos apóstoles y los ancianos se reunieron entonces y decidieron abrogar la circuncisión del Antiguo Testamento, en adelante inútil ante la gracia. Mandaron abstenerse de la carne sacrificada a los ídolos y de la impudicia, y de no ofender en nada al prójimo.

Tras esto, enviaron de vuelta a Pablo y Bernabé a Antioquía con Judas y Silas, donde permanecieron bastante tiempo antes de separarse de nuevo para ir a los paganos. Bernabé se dirigió a Chipre con Marcos, son pariente. En cuanto a Pablo, eligió a Silas y partió a las ciudades de Siria y Cilicia para fortificar las Iglesias. Llegados a Derbe y Listra, tuvo que circuncidar a su discípulo Timoteo a causa de las murmuraciones de los judíos. Desde allí, llegó a Frigia y Galacia, después atravesó Misia hasta Troas, con la intención de llegar a Bitinia, cosa que el Espíritu Santo no le permitió hacer.

Cuando Pablo estaba en Troas con sus discípulos, tuvo una visión nocturna: un hombre que tenía apariencia de macedonio se puso ante él para rogarle que viniera a ayudar a su país. Pablo comprendió que el Señor lo llamaba allí para predicar la Buena Nueva.

Habiendo abandonado Troas con sus discípulos, Pablo llegó a Samotracia, y después, a Neapolis. Llegó después a la ciudad de Filipos, en Macedonia, donde vivían romanos. Allí bautizó a una vendedora de tejidos de púrpura llamada Lidia, después de haberle enseñado la fe en Cristo. Ella lo invitó a permanecer en su casa con sus discípulos.

Un día, cuando Pablo se dirigía a la iglesia con sus discípulos para la oración, una joven vino a su encuentro. Esta joven estaba poseída por un espíritu maligno adivinador, del que sus amos sacaban provecho. Siguiendo a Pablo y a sus compañeros, ella gritaba: “Estos hombres son siervos del Dios Todopoderoso que nos anuncian el camino de salvación”. Ella acosó a Pablo de esta forma durante numerosos días. Este, sobrepasado, terminó por darse la vuelta y expulsar al espíritu invocando el Nombre de Cristo. Los amos de la muchacha, viendo evaporarse la fuente de sus ganancias, atraparon a Pablo y Silas y los condujeron ante los príncipes y los estrategas diciendo: “Estos hombres perturban la ciudad. Son judíos que enseñan costumbres que, para nosotros los romanos, no conviene ni aceptar ni seguir”. Los estrategas arrancaron sus vestiduras y los hicieron azotar, ocasionándoles numerosas heridas, y después los llevaron a prisión. Hacia media noche, mientras rezaban, la prisión tembló, las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se rompieron. Viendo esto, el carcelero creyó en Cristo y condujo a los prisioneros a su casa, lavó sus heridas y se hizo bautizar con toda su casa. A continuación, les preparó una comida, tras lo cual regresaron todos a la prisión. Por la mañana, los estrategas se arrepintieron de haber hecho golpear a inocentes y enviaron hombres para que los liberaran, dándoles la posibilidad de partir donde quisieran. Pero Pablo les dijo: “Después de habernos golpeado públicamente y sin juicio, a nosotros, que somos ciudadanos romanos, nos condujeron a prisión. Y he aquí que ahora, nos hacen salir en secreto. ¡No será así!. ¡Que vengan ellos mismos a liberarnos”. Los mensajeros regresaron ante los estrategas para contarles las palabras de Pablo. Estos tuvieron miedo sabiendo que los prisioneros a quienes habían golpeado eran ciudadanos romanos. Vinieron, pues, a suplicarles que abandonaran la ciudad. Al abandonar su celda, Pablo y sus compañeros se dirigieron a la casa de Lidia donde habían permanecido tras su llegada; consolaron a los hermanos que estaban allí reunidos y los abrazaron. Y después, partieron hacia Anfípolis y Apolonia.

Después, llegaron a Tesalónica donde convirtieron a una gran multitud de personas, predicando la Buena Nueva. Los judíos celosos reunieron a algunos hombres malvados y atacaron la casa de Jasón donde habitaban los apóstoles. Sin haberlos encontrado, se apoderaron de Jasón y de algunos hermanos, y los arrastraron ante los magistrados. Los acusaron de oponerse al Cesar invocando a otro Rey llamado Jesús. Y Jasón pudo liberarse de esta calamidad. Por su parte, los santos apóstoles se ocultaron esperando poder abandonar la ciudad de noche para dirigirse a Berea. Pero también allí, el celo maligno de los judíos no dejaba a Pablo en paz. En efecto, los judíos de Tesalónica supieron que Pablo también predicaba la Palabra de Dios en Berea, y vinieron para sublevar a la gente contra él. El santo apóstol tuvo que huir de nuevo en dirección al mar, no por temor a la muerte, sino porque los hermanos le rogaban insistentemente que preservara su vida para la salvación de la multitud. Silas y Timoteo permanecieron en Berea para reafirmar la fe de los prosélitos, pues los judíos únicamente querían la cabeza de Pablo.

Pablo se embarcó en un navío que partía hacia Atenas. Constatando que la ciudad estaba llena de ídolos, se irritó por ver que tantas almas se perdían. Así pues, se puso a debatir con los judíos en las sinagogas y con los griegos y sus filósofos en las plazas públicas. Estos últimos lo condujeron al Areópago (así es como se llamada el lugar situado cerca del templo de Ares, donde se pronunciaban las condenas a muerte). Algunos tenían en mente escuchar novedades, pero otros, como lo dijo San Juan Crisóstomo, esperaban la ocasión para entregarlo a juicio, a los sufrimientos y a la muerte, en caso de que vinieran a escuchar de su boca algo que mereciera el castigo. Entabló su discurso con una alusión a un altar de Atenas dedicado a un Dios desconocido, y les habló del verdadero Dios al que no conocían, diciendo: “El Dios al que veneráis sin conocerlo, es al que yo os anuncio”. Y les presentó al Dios que había creado el mundo entero. Después abordó el tema del arrepentimiento, del juicio y de la resurrección de los muertos. Al escuchar hablar de la resurrección de los muertos, algunos se burlaron, pero otros quisieron saber más… Al final de este discurso, Pablo abandonó el Areópago sin condena, y la Palabra de Dios se apropió de algunas almas: algunos hombres se unieron en efecto al apóstol, entre los cuales estaba Dionisio el Areopagita, una mujer honorable llamada Damaris, y otros, que pidieron recibir el bautismo.

Pablo abandonó a continuación Atenas para dirigirse a Corinto, donde permaneció en casa de un judío llamado Aquilas. Timoteo y Silas vinieron de Macedonia para unirse a él y juntos predicaron la Palabra. Aquilas y su mujer Priscila eran fabricantes de tiendas. Pablo conocía su oficio y pudo así ganar su alimento y el de sus compañeros mediante el trabajo de sus manos. Como lo diría más tarde a los Tesalonicenses: “De nadie comimos pan de balde, sino que con fatiga y cansancio trabajamos noche y día para no ser gravosos a ninguno de vosotros” (2ª Tesalonicenses 3:8). Cada sábado, discutía con los judíos en las sinagogas, demostrando que Jesús es verdaderamente el Cristo, el Mesías. Pero los judíos se oponían y le injuriaban, y por eso terminó por sacudir sus vestiduras y dijo: “¡Que vuestra sangre caiga sobre vuestra cabeza!. ¡Yo soy inocente!. ¡Desde ahora iré a los gentiles!”. Cuando se apresuraba a abandonar Corinto, el Señor se le apareció de noche en una visión y le dijo: “No temas, pues Yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad”. Así pues, Pablo permaneció un año y seis meses en Corinto y enseñó la Palabra de Dios a los judíos y griegos. Muchos se hicieron bautizar, y notablemente Crispo, jefe de la sinagoga, que creyó en el Señor con toda su familia. Pero algunos judíos se pusieron de acuerdo para atacar a Pablo y traicionarlo en el tribunal del hermano del filósofo Séneca, el procónsul Galión, que declaró: “Si hubiera cometido alguna injusticia, lo habría juzgado, pero no puedo tomar partido en las controversias sobre las palabras de vuestra ley”. Y los expulsó del tribunal sin juzgar a Pablo. Este permaneció aún mucho tiempo en Corinto, y después se despidió de los hermanos y se embarcó para Siria con sus compañeros. Aquilas y Priscila le siguieron, y se aproximaron a Éfeso.

Allí, predicaron la Palabra de Dios. Pablo realizó numerosos milagros, no sólo imponiendo las manos a los enfermos, sino también por medio de tejidos empapados en su sudor. Se aplicaban estos tejidos sobre enfermos, que eran así sanados de sus enfermedades o bien eran liberados de los demonios. Viendo esto, algunos exorcistas judíos ambulantes decidieron invocar a su vez el Nombre de Jesús para liberar a una persona poseída por espíritus malignos. Dijeron: “Te conjuramos por este Jesús del que predica Pablo”. Pero los espíritus malignos respondieron: “ Conocemos a Jesús y sabemos quién es Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois?”. Y el poseído se lanzó sobre ellos, los dominó, los golpeó y los hirió de tal forma que huyeron desnudos. Esta anécdota fue conocida en todo Éfeso, sembrando el miedo entre los judíos, si bien el Nombre de Jesús fue magnificado y numerosas personas creyeron en Él. Así mismo, se encontraba un cierto número de los que habían practicado el arte de la magia, pero puesto que creyeron, reunieron sus libros de magia y los quemaron ante los ojos de todos. Se calcula que el valor de estos libros estaba sobre las cincuenta mil piezas de plata. Así, la Palabra de Dios crecía con poder.

Después de esto, Pablo concibió el proyecto de dirigirse a Jerusalén y precisó: “ Después de ir allí, tengo que visitar también Roma”. Abandonó, pues, Éfeso tras una estancia de tres años, que se terminó con importantes desórdenes provocados por los adoradores de Artemisa. Después se dirigió a Tróade con sus compañeros y permaneció allí siete días. Mientras estaban en esta ciudad, los discípulos se reunieron el primer día de la semana para la fracción del pan, tras lo cual Pablo tuvo con ellos una larga conversación que se prolongó hasta medianoche. La habitación en la que tuvo lugar la reunión estaba fuertemente iluminada; un hombre se durmió en el borde de una ventana, cayó desde el tercer piso y murió. Pablo descendió, se recostó sobre él, y tomándolo en sus brazos dijo: “No os inquietéis. Su alma está en él”. Subió de nuevo a la habitación y trajo al joven vivo. La conversación se prolongó hasta el alba y Pablo partió después de haberse despedido de los fieles. Llegado a Mileto, envió a buscar a los ancianos de la Iglesia de Éfeso, pues no quería detenerse en exceso allí para no retrasar más su llegaba a Jerusalén. Cuando los ancianos llegaron, les dijo: “Tened cuidado de vosotros y velad por todo el rebaño del cual el Espíritu Santo os ha establecido obispos, y apaciguad la Iglesia que el Señor se adquirió por su propia Sangre!. Y les dijo que se introducirían lobos crueles en medio de ellos tras su partido. Les habló igualmente del viaje que pretendía realizar: “Voy a Jerusalén, encadenado en el Espíritu Santo, sin saber qué me espera. El Espíritu Santo sólo me ha prevenido de que me esperan cadenas y tribulaciones. Sin embargo considero mi vida como nada, siendo lo importante cumplir con alegría mi carrera y el ministerio que he recibido del Señor”. Y después añadió: “Ahora, ninguno de vosotros me volverá a ver más”, por lo cual todos lloraron y se echaron a su cuello, lo abrazaron y se afligieron tras haber dicho que ya no verían más su rostro, y lo acompañaron hasta su barco. Dio a cada uno un último beso y comenzó su viaje. Tras haber atravesado numerosas ciudades y regiones costeras, y haber atracado en numerosas islas, se dirigió a Tolemaida y después llegó a Cesarea. Allí se alojó en casa del apóstol San Felipe, uno de los siete diáconos, donde recibió la visita de un profeta llamado Ágabo. Este tomó el cinturón de Pablo, se ató las manos y los pies y dijo: “Así habla el Espíritu Santo. Los judíos de Jerusalén atarán así al hombre al que pertenece este cinturón. Lo entregarán en manos de los gentiles”. Al decir esto, los hermanos, llorando, rogaron a Pablo que no fuera a Jerusalén. Pero este respondió: “¿Por qué  tenéis que llorar y destrozar mi corazón?. No sólo quiero ser atado, sino que estoy dispuesto a morir en Jerusalén por el Nombre del Señor Jesús”. Los hermanos dejaron de insistir y terminaron diciendo: “Hágase la voluntad de Dios”.

Después, Pablo subió a Jerusalén con sus discípulos, entre los cuales se encontraba Trófimo de Éfeso, un griego convertido a Cristo. En Jerusalén fue recibido con amor por el santo apóstol Santiago, hermano del Señor y por todos los fieles de la Iglesia. En aquellos días, los judíos de Asia vinieron a Jerusalén para la fiesta. Odiaban a Pablo y se alzaron en su contra en toda Asia. Habiéndolo visto en la ciudad en compañía de Trófimo de Éfeso, fueron a buscar a los principales sacerdote, a los escribas y a los ancianos, acusándolo de destruir la ley de Moisés al ordenar no circuncidar y predicar por todas partes a Cristo crucificado. Todos se alborotaron entre sí. El día de la fiesta, los judíos de Asia lo vieron en el templo, lo acusaron, sublevaron al pueblo contra él y lo apresaron, clamando: “Pueblo de Israel, socorrednos!. He aquí al que predica en todas partes contra nuestro pueblo, contra la ley, contra este lugar, y blasfema. Igualmente ha profanado este santo lugar introduciendo a griegos”. Pensaban en efecto que Pablo había entrado en el templo con Trófimo. Toda la ciudad se alborotó, la gente acudió y se apoderaron de Pablo, lo arrastraron fuera del templo y cerraron las puertas detrás de él. Su intención era matarlo en el exterior para no manchar el lugar santo. En ese momento, el tribuno de la cohorte que guardaba la ciudad supo que toda Jerusalén se había sublevado. Acudió con sus soldados y los centuriones. Viendo a los soldados y al tribuno, la gente dejó de golpear a Pablo. El tribuno ordenó que lo detuvieran, y lo atasen con cadenas, y le preguntó qué mal había cometido. La gente pedía matarlo. El tumulto era tal, que el tribuno no podía entender la falta de Pablo. Así pues, hizo conducir al prisionero a su fortaleza. Los soldados obedecieron, atravesando esta multitud que reclamaba la muerte. Entonces, cuando llegaron a lo alto, Pablo pidió al tribuno autorización para decir unas palabras al pueblo. Pablo se dirigió al pueblo en lengua hebrea, diciendo: “Hermanos y padres. Escuchad lo que ahora os digo como defensa….”. Y les habló de su celo de antaño por la ley de Moisés. Luego contó cómo, en el camino hacia Damasco, fue iluminado por una luz celestial y vio al Señor que lo envió a los gentiles. Pero el pueblo ya no quiso escuchar más tiempo y gritaron al tribuno: “Hazlo desaparecer de la tierra. No es digno de vivir”. Gritaban, agitaban sus vestiduras al aire y exigían con furor la muerte de Pablo. El tribuno hizo entrar a este en la fortaleza y le hizo azotar para saber por qué motivo clamaba el pueblo contra él. Mientras se le azotaba, Pablo se dirigía al centurión que estaba a su lado:

-“¿Os está permitido azotar a un ciudadano romano sin haberlo juzgado?”.

Tras estas palabras, el centurión se acercó al tribuno y le dijo:

-“¿Qué vas a hacer?. Este hombre es ciudadano romano”.

El tribuno se acercó a Pablo y le dijo:

-“¿Eres romano?”.

-“Sí”.

-“Con mucho dinero adquirí este derecho de ciudadanía”, dijo el tribuno.

-“Yo lo soy de nacimiento”.

Tras esto, el tribuno hizo desatar a Pablo. A la mañana siguiente, convocó a los principales sacerdotes y a los ancianos e hizo llamar al prisionero. Fijando la mirada en el sanedrín, Pablo dijo:

-“Hermanos. Me he comportado con buena conciencia ante Dios hasta este día”.

Tras estas palabras, el sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban cerca de Pablo que le golpearan en la boca. Entonces Pablo le dijo:

-“Dios te golpeará a ti, pared blanqueada. Te sientas para juzgarme siguiendo la ley y violas la ley ordenando golpear a un inocente”.

Pablo contempló que esta asamblea estaba compuesta por fariseos y saduceos y por eso clamó ante el sanedrín:

-“Hermanos. Soy fariseo e hijo de fariseos. Es por causa de la esperanza en la resurrección de los muertos por lo que soy juzgado”.

Cuando dijo esto, se alzó una viva discusión entre fariseos y saduceos y la asamblea se dividió. Los saduceos decían que no hay resurrección, ni ángeles ni espíritus, mientras que los fariseos afirmaban lo contrario. No tardó en elevarse un gran clamor, pues los fariseos evitaban encontrar ningún mal en este hombre mientras que los saduceos pensaban lo contrario, y se produjo una gran discordia. El tribuno, temiendo que Pablo fuera despedazado, ordenó hacerlo salir y conducirlo a la fortaleza. A la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo: “Ten valor. Así como has dado testimonio de Mí en Jerusalén, también tendrás que dar testimonio de Mí en Roma”.

Al día siguiente, algunos judíos urdieron un complot e hicieron voto de abstenerse de alimento y bebida hasta que hubieran matado a Pablo. Eran más de cuarenta hombres. Habiendo conocido el asunto, el tribuno envió a Pablo con buena escolta a Cesarea, a casa del gobernador Félix. Los sacerdotes, también advertidos, se dirigieron a Cesarea para calumniar a Pablo ante el gobernador. Más aun así, no consiguieron obtener su muerte, pues no podían imputarle ninguna falta que justificara tal sentencia. Sin embargo, el gobernador envió a Pablo a la prisión para agradar a los judíos. Pasaron dos años así, hasta que Félix fue sustituido por Porcio Festo. Los principales sacerdotes pidieron al nuevo gobernador que enviara a Pablo a Jerusalén, preparando una emboscada para matarlo en el camino. Festo preguntó a Pablo si quería dirigirse a Jerusalén para ser juzgado allí, y este respondió: “Me encuentro aquí ante el tribunal de Cesar, donde debo ser juzgado. Si he cometido algún crimen que merezca la muerte, no rechazo morir. Pero si no se encuentra en mí ninguna culpa por tales acusaciones, entonces nadie puede entregarme a ellos, por lo que apelo al Cesar”. Después de esto, Festo deliberó con el consejo y declaró a Pablo: “Has apelado al Cesar, pues ante el Cesar irás”.

Algunos días más tarde, el rey Agripa llegó a Cesarea y pidió ver a Pablo. Una vez ante él y Festo, Pablo habló del Señor Jesús Cristo, y les contó como había sido conducido a la fe. Puesto que Agripa le decía: “Por poco me convences para hacer de mí un cristiano”, Pablo replicó: “Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino todos los que me escuchan hoy, llegaran a ser tales como yo soy, a excepción de estas cadenas”. Tras estas palabras, el gobernador, el rey y su corte se retiraron, diciéndose unos a otros: “Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la prisión”. Agripa dijo a Festo: “Este hombre podría haber quedado en libertad, si no hubiera apelado al Cesar”. Así pues, se decidió enviar a Pablo a Roma ante el Cesar, y fue enviado con otros prisioneros al cargo del centurión Julio, de la cohorte Augusta. Embarcaron en un navío y comenzó el viaje.

El camino no estuvo exento de dificultades, a causa de los vientos adversos. Llegados a un lugar cerca de Creta, llamado “Buenos Puertos”, Pablo conoció el futuro y sugirió detenerse allí para pasar el invierno. Pero el centurión prefirió escuchar el consejo del piloto y del patrón, y continuaron su camino. De nuevo en alta mar, se alzó una tempestad muy violenta. No se vio ni el sol ni las estrellas durante dos semanas, hasta el punto de perder toda idea del lugar en el que se encontraban. A merced de las olas, desesperados, los viajeros no comían nada, esperando la muerte. El navío contaba con unas doscientas setenta y seis almas. Una noche, Pablo los consoló: “Amigos, más valdría que me hubierais escuchado y no haber abandonado Creta. Pero aun así, os exhorto a no perder el valor, pues ninguno de vosotros perecerá. Sólo se perderá el barco. Esta noche, un ángel de Dios se me ha aparecido y me ha dicho: ‘¡No temas, Pablo, pues es necesario que comparezcas ante Cesar y he aquí que Dios te ha preservado junto con todos los que navegan contigo!’. Por eso, amigos, tened valor. Confío en Dios y se hará como ha dicho”. Después, los exhortó a tomar un poco de alimento y añadió: “No temáis, porque ningún cabello de vuestras cabezas se perderá”. Habiendo dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios y comió. Todos, reconfortados, tomaron algo de alimento. Como se alzaba el día, vieron tierra sin saber de qué lugar se trataba. Dirigieron el barco hacia la costa. Llegados cerca de la orilla, la nave encalló. La proa, apresada en un arrecife, quedó inmóvil, mientras que l popa se balanceaba con violencia a merced de las olas. Los soldados se dispusieron a matar a los prisioneros a fin de que ninguno huyera, pero el centurión, que quería salvar a Pablo, les impidió ejecutar su deseo y ordenó a los que sabían nadar que se echaran al agua los primeros para llegar a tierra. Los otros abandonaron la nave a continuación, algunos en botes, otros en tablones. Todos llegaron vivos a tierra. Supieron que la isla a la que habían llegado se llamaba Malta. Los nativos que vivían en la isla les mostraron una gran humanidad. Hicieron un gran fuego a causa del frío y de la lluvia que caía, para que los náufragos se calentaran. Mientras Pablo reunía ramas para avivar el fuego, una víbora, huyendo del calor, le mordió en la mano. Cuando los nativos vieron a la serpiente en su mano, se dijeron: “Seguramente, este es un asesino y la justicia de Dios no ha querido dejarlo vivo aunque haya escapado del mar”. Pero Pablo sacudió la serpiente en el fuego sin sufrir ningún mal. La gente esperaba que se hinchara y muriera por el efecto del veneno. Pero tras esperar mucho tiempo sin que pasara nada, cambiaron de opinión y pensaron que tenían trato con un dios.

El personaje principal de la isla, un cierto Publio, recibió a los náufragos y se ocupó de ellos durante tres días. Su padre, que sufría de fiebre y disentería, se hallaba en cama. Entrando en su casa, Pablo rezó al Señor, le impuso las manos y lo sanó. Después de esto, los demás enfermos de la isla acudieron y fueron sanados por Pablo. Permanecieron tres meses en la isla, y después tomaron otro navío que les condujo a Siracusa, y de allí a Regio y a Pozzuoli, tras lo cual llegaron a Roma.

Conociendo la llegada de Pablo, los hermanos de Roma vinieron a su encuentro hasta el Foro Apio y a Tres Tabernas. Pablo se regocijó al verlos, y dio gracias a Dios. En Roma, el centurión que acompañaba a los prisioneros desde Jerusalén los envió a los demás a prisión, y permitió a Pablo permanecer en una casa particular, bajo la custodia de un soldado. Pablo residió en Roma dos años, recibiendo a los que venían a visitarlo y predicando el Reino de Dios y todo lo que concierne a nuestro Señor Jesús Cristo, sin obstáculo y con gran valor.

Todo lo que hemos contado aquí de la vida y las obras de San Pablo, procede de los Hechos de los Apóstoles, escrito por San Lucas. Él mismo habla de sus sufrimientos ulteriores en la carta a los Corintios: “En los trabajos más que ellos, en prisiones más que ellos, en heridas muchísimo más, en peligros de muerte muchas veces más: recibí de los judíos cinco veces cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado, tres veces naufragué, una noche y un día pasé en el mar, en viajes muchas veces (más que ellos)” (2ª Corintios 11:23-26)´. Así como recorrió la tierra y el mar en todas sus dimensiones durante sus viajes, contempló al Autor Divino siendo elevado hasta el tercer cielo. Pues el Señor, para consolar a su Apóstol de las penosas labores soportadas en Su Nombre, le reveló los bienes celestes que el ojo no ha visto, y le hizo escuchar palabras inefables que el hombre no puede escuchar ni pronunciar.

Eusebio de Panfilia, obispo de Cesarea de Palestina, copió los Hechos de la Iglesia. Nos ha dejado el relato de las últimas obras de San Pablo. Cuenta que tras haber sido encarcelado dos años en Roma, fue finalmente declarado inocente, y liberado. A continuación, predicó la Palabra de Dios, tanto en Roma como en otras regiones de occidente.

San Simeón Metafraste cuenta que tras su encarcelamiento, San Pablo permaneció algunos años en Roma predicando a Cristo, luego abandonó la capital para emprender viaje a la Galia, a España e Italia, iluminando con la luz de la fe a numerosos gentiles de los que sacó del error de los ídolos. Mientras estuvo en España, una noble y rica mujer que había escuchado hablar de la predicación de los apóstoles, quiso verlo, y exhortó a su esposo Probo a invitarle a su casa. Cuando San Pablo entró en su morada, esta mujer, llamada Jantipa (Xantipa), vio sobre la frente de Pablo esta inscripción en letras de oro: “Pablo, apóstol de Cristo”.Habiendo visto que nadie podía verlo, se echó con temor a sus pies, confesó a Cristo como el único Dios verdadero, y pidió el bautismo. Así pues, ella lo recibió, junto con su marido Probo, toda su casa, la del gobernador de la ciudad, y numerosas personas.

Tras haber visitado estos países occidentales y haberlos iluminado con la luz de la santa Fe, Pablo regresó a Roma, donde escribió una carta a su discípulo Timoteo, diciendo: “Porque yo ya estoy a punto de ser derramado como libación, y el tiempo de mi disolución es inminente. He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. En adelante me está reservada la corona de la justicia, que me dará el Señor, el Juez justo, en aquel día” (2ª Timoteo 4:6-8).

El suplicio del santo apóstol es descrito de formas diferentes por los diversos autores eclesiásticos. Nicéforo Kallisto, en su libro de historia eclesiástica, capítulo 56, escribe que San Pablo sufrió el mismo año y el mismo día que el santo apóstol Pedro, ayudando a este a vencer al mago Simeón. San Simeón Metafraste cuenta, en cuanto a él, que San Pablo sufrió muchos años después de la muerte de Simón el mago, por haber convertido a dos concubinas de Nerón a una vida pura. Otros autores dicen bien que los apóstoles sufrieron el mismo día, un 29 de junio, pero con un intervalo de un año: Pablo al año siguiente de la crucifixión de Pedro. Se cuenta también que Pablo fue muerto por haber exhortado a las mujeres y a las vírgenes a llevar un vida casta y pura.

Sea lo que sea, puesto que San Pablo y San Pedro vivieron muchos años juntos en Roma y en occidente, es muy posible que Pablo viniera a ayudar a Pedro en Roma en su combate contra el mago Simeón durante el transcurso de su primera estancia en Roma, y después, durante el transcurso de su segunda estancia, lo ayudara de nuevo en su obra de salvación enseñando tanto a hombres como mujeres a llevar una vida casta y pura. Estas exhortaciones enfurecieron al emperador Nerón, hombre impío y malvado, aunque hizo buscarlos para matarlos. Pedro, como extranjero, fue crucificado, y Pablo, como ciudadano de Roma, fue condenado a la decapitación, pues no convenía que muriese de forma vergonzosa. No se sabe si murieron el mismo año, pero en todo caso, sus muertes tuvieron lugar un veintinueve de junio.

Cuando la santa cabeza de Pablo fue cortada, salió sangre y leche. Los fieles tomaron su santo cuerpo para ponerlo en el mismo lugar que el de San Pedro. Así es como murió el vaso escogido por Cristo, el maestro de los gentiles, el predicador universal, el visionario de las alturas celestiales y de los bienes del paraíso, ofreciendo a los ángeles y a los hombres un espectáculo asombroso. Gran asceta y gran sufridor, Pablo llevó en su cuerpo las marcas de su Señor, él, el príncipe de los apóstoles, y fue puesto de nuevo, esta vez sin su cuerpo, en el tercer cielo, para ser presentado a la Luz Trinitaria con su colaborador y amigo, este otro príncipe de los apóstoles, el santo apóstol Pedro. Abandonaron así la Iglesia que clama a Dios por la Iglesia victoriosa, y festejaron con aclamaciones el gozo del testimonio y de la adoración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Dios Uno en la Trinidad, a Quien conviene que nosotros pecadores, ofrezcamos honor, gloria, adoración y gratitud, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

(Sinaxario de San Dimitri de Rostov, 29 de junio)

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