Wednesday, December 31, 2014

Historia del Imperio Bizantino (20)




Continuación de la (19)

Los Árabes. Mahoma y el Islam.

Mucho antes de la era cristiana, los árabes, pueblo de origen semítico, ocuparon la Península Arábiga y el desierto de Siria, continuación geográfica de la Península al norte y que se extiende hasta el Eufrates. La Península Arábiga, equivalente poco más o menos a la cuarta parte de Europa, está bordeada por el golfo Pérsico al este, el océano índico al sur y el mar Rojo al oeste, mientras al norte penetra, casi sin transición, en el desierto sirio. Las provincias más conocidas de la Península eran: 1.a, el Nedj, en la meseta central; 2.a, el Yemen o Arabia Feliz, al sur de la península; 3.a, el Hedyaz, faja estrecha a lo largo del mar Rojo, que se extendía del Yemen al norte de la península. Este árido país no era habitable en todas sus partes. Los árabes, pueblo nómada, moraban especialmente en el norte y centro de Arabia. Los beduinos se consideraban los representantes más puros y auténticos de la raza árabe y únicos poseedores de dignidad y de valores personales. A más de los beduinos nómadas había algunos sedentarios, establecidos en un corto número de ciudades y aldeas y a quienes los beduinos, errantes trataban con arrogancia cuando no con indiferencia.



(1) Bury, The Constitution of the Later Román Empire (Cambridge, 1910), p. 20. Id., Selected Essays, ed. H. Temperley (Cambridge, 1930), p. 109. Este criterio ha sido discutido por E. Steín en la Byz. Zeit., t. XXIX (1930), p. 353•

(2) Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Román Empire, c. XLVI, final.

El Imperio romano había necesariamente de entrar en conflicto con las tribus árabes de la frontera oriental siria, y se vio forzado a tomar medidas para proteger territorio ocupado por sus enemigos . Con esta intención los emperadores romanos mandaron construir una serie de fortificaciones fronterizas, el llamado “limes” sirio, análogo, en menor escala por supuesto, al famoso “limes romanus” de la frontera danubiana, que se elevó con miras a la defensa del Imperio contra las invasiones germánicas. Algunas ruinas de las principales fortificaciones romanas de la frontera siria subsisten aún hoy.

Desde el siglo antes de J.C. comenzaron a formarse Estados independientes entre los árabes de Siria. Tales Estados sufrieron mucho la influencia de las civilizaciones griega y aramaica. Así se les da a veces el nombre de reinos helenísticos áraboarameos. Entre sus ciudades, Petra se convirtió en particularmente floreciente y próspera, gracias a su ventajosa situación en el cruce de varios grandes caminos comerciales. Las magníficas ruinas de esta ciudad atraen hoy aun la atención de los historiadores y arqueólogos contemporáneos.

Desde el punto de vista de la civilización y desde el político, el más importante de todos los reinos árabosirios de la época del Imperio romano fue el de Palmira, que tuvo por soberana a la que los autores romanos y griegos llaman Zenobia. Aquella valerosa reina, mujer de cultura helenística, fundó en la segunda mitad del siglo ni después de J.C. un gran Estado, conquistando Egipto y la mayor parte del Asia Menor. Según B. A. Turaiev, ésa fue la primera advertencia de la reacción de Oriente y de la división del Imperio en dos partes, oriental y occidental. El emperador Aureliano restableció la unidad del Imperio y, en 273, la reina vencida hubo de seguir el carro del emperador triunfante a la entrada de éste en Roma. La rebelde Palmira fue destruida. Sus imponentes ruinas atraen tanto como las de Petra a los sabios y turistas contemporáneos. El famoso monumento epigráfico de Palmira, la “carta” palmiriana, grabada en una piedra enorme y que contiene preciosos informes sobre el comercio y hacienda de la ciudad, ha sido transportada a Rusia y se halla ahora en el “Ermítage” de Leningrado.

Dos dinastías árabes habían desempeñado ya cierto papel en el transcurso del período bizantino. La primera, la de los Ghasánidas de Siria, de tendencias monofisistas, vasalla de los emperadores bizantinos en algún modo, hízose muy poderosa en el siglo VI, bajo Justiniano, al cambiarse en auxiliar del Imperio bizantino en las empresas orientales de éste. Tal dinastía cesó probablemente de existir a principios del siglo VII, cuando los persas conquistaron Siria y Palestina. La segunda dinastía árabe, la de los Lajmitas, tuvo por centro la ciudad de Hira, junto al Eufrates. Por sus relaciones de vasallaje con los persas Sasánidas, era hostil a los Ghasánidas. Dejó de existir también a principios del siglo VII.

El cristianismo, bajo su forma nestoriana, tuvo en Hira un grupo de adeptos, siendo reconocido incluso por algunos miembros de la dinastía Lajmita. Ambas dinastías hubieron de defender las fronteras de su reino: los Ghasánidas junto a Bizancio; los Lajmitas junto a Persia. Habiendo al parecer dejado de existir ambos Estados vasallos en el siglo VII, cuando comenzó la expansión del Islam no había una sola organización política digna del nombre de Estado en los límites de la Península arábiga y del reino de Siria. Por otra parte existía en el Yemen, como vimos ya, un reino de sabeoshimiarítas (homeritas), fundado a fines del siglo II antes de J.C.; pero hacia 570 el Yemen fue conquistado por los persas. (1)

Antes de la época de Mahoma, los antiguos árabes estaban organizados en tribus. Lo único que engendraba entre ellos comunidad de intereses eran los lazos de sangre, y tal comunidad se manifestaba casi exclusivamente por la aplicación de principios coercitivos y caballerescos, como ayuda, protección o venganza sobre los enemigos cuando la tribu padecía algún insulto. La más ínfima circunstancia podía originar una lucha larga y sangrienta entre tribus. Se hallan alusiones a esos antiguos tiempos y costumbres en la vieja poesía árabe, así como en la tradición prosaica. La animosidad y la arrogancia presidían las recíprocas relaciones de las diferentes tribus de la Arabia preislámica.

(1) Excerpta a Theofihanis, Historia, cd. Bonn., p. 485. V. T. Nóldekc, Geschichte der Perser una Araber zur Zeit der Sasaniden (Leyden, 1879), p. 249-250.

Los conceptos religiosos de los árabes de entonces eran muy primitivos. Las tribus tenían dioses propios y objetos sagrados, como piedras, árboles, fuentes… Mediante ellos, trataban de presagiar el futuro. En ciertas regiones de Arabia predominaba el culto de los astros. Según un especialista de la antigüedad árabe, los árabes antiguos, en su experiencia religiosa, apenas superaban el fetichismo. (1) Creían en la existencia de fuerzas amigas y, con más frecuencia, enemigas, a las que llamaban “dinns” o demonios. Su concepto de un poder superior invisible, el de Alá, adolecía de gran imprecisión. Probablemente desconocían la plegaria como forma de culto, y cuando se dirigían a la divinidad su invocación era de ordinario una petición de ayuda con miras a una venganza motivada por alguna injusticia u ofensa padecida. Goldziher afirma que “los poemas préislámicos que nos han llegado no contienen alusión alguna a un impulso hacia lo divino, ni siquiera en las almas más sublimes, y no nos dan sino muy pobres indicaciones sobre su actitud ante las tradiciones religiosas de su pueblo.” (2)

(1) Goldziher, Die Religión des Islams, p. 102 (Die Kultur der Gegenwart, ed. P. Hinne-herg, Die Retigionen des Orients (1913), t. III, 1-2, Aun.).

(2) Goldziher, p. 102.

La vida nómada de los beduinos era naturalmente desfavorable al desenvolvimiento de lugares fijos consagrados a un culto religioso, aunque fuese en una forma primitiva. Pero al lado de los beduinos estaban los habitantes sedentarios de las ciudades y aldeas nacidas y desarrolladas junto a los caminos de tráfico, sobre todo a lo largo de las rutas caravaneras que iban de sur a norte, es decir, del Yemen a Palestina, Siria y la Península del Sinaí. La más rica de las ciudades que bordeaban este camino era La Meca (Maceraba, en los antiguos escritos), famosa ya mucho antes de Mahoma. Seguíala en importancia Yathrib, la futura Medina, harto más al norte. Aquellas ciudades constituían excelentes etapas para las caravanas mercantiles que iban de norte a sur y viceversa. Había muchos judíos entre los mercaderes de La Meca y Yathrib, así como entre los habitantes de otras zonas de la Península, cual el Yemen y el Hedyaz septentrional. Desde las provincias romanobizantinas de Palestina y Siria, al norte, y desde Abisinia, al sur, acudían a la península numerosos cristianos. La Meca se convirtió en el principal centro de contacto de la desigual población de la península. Desde época muy remota poseía la ciudad un santuario, la Kaaba (el Cubo) cuyo carácter original no era específicamente árabe. Consistía en una construcción de piedra, de 35 pies de altura, que encerraba el principal objeto de culto, la piedra negra. La tradición declaraba que aquella piedra era un don del cielo y asociaba la elevación del santuario al nombre de Abraham. Gracias a su ventajosa situación, La Meca era visitada por mercaderes de todas las tribus árabes. Ciertas leyendas afirman que, para atraer más visitantes a la población, se habían colocado en el interior de la Kaaba ídolos de diversas tribus, a fin de que los miembros de cada tribu pudiesen adorar su divinidad favorita durante su estancia en La Meca. El número de peregrinos aumentaba constantemente, siendo en especial considerable durante el período sacro de la “Tregua de Dios,” práctica que garantizaba más o menos la inviolabilidad territorial de las tribus que enviaban representantes a La Meca. La época de las fiestas religiosas coincidía con la feria grande de La Meca, feria en que los mercaderes árabes y extranjeros efectuaban sus transacciones comerciales, las cuales dejaban a la ciudad enormes provechos. La ciudad enriquecióse muy de prisa. Hacia el siglo V de J.C. empezó a dominar en La Meca la poderosa tribu de los Koraichitas. Los intereses materiales de los ávidos moradores de La Meca no se descuidaban y a menudo las colectas sagradas utilizábanse por ellos para satisfacción de sus intereses egoístas. Según un sabio, “con la dominación de la nobleza, encargada de cumplir las ceremonias tradicionales, la ciudad tomó un carácter materialista, arrogante y plutocrático. No cabía encontrar allí profundas satisfacciones religiosas.” (1)

Bajo la influencia del judaísmo y del cristianismo, que los árabes tuvieron múltiples ocasiones de conocer en La Meca, aparecieron, incluso antes de Mahoma, algunos individuos realmente inspirados por ideales religiosos muy diversos del árido ritual de las viejas costumbres idolátricas. Los conceptos de aquellos modestos apóstoles aislados se distinguían por su aspiración hacia el monoteísmo y su aceptación de una vida ascética. Pero todos se contentaron con su experiencia propia, sin influir ni convertir a quienes les rodeaban.

Quien unificó a los árabes y fundó una religión universal fue Mahoma, primero humilde predicador de la penitencia, profeta después y más tarde jefe de una comunidad política.

Mahoma nació hacia el 570. Pertenecía al clan Hachimita, uno de los más pobres de la tribu Koraíchita. Sus padres murieron siendo él muy joven y hubo de ganarse la vida trabajando. Fue, pues, conductor de camellos en las caravanas mercantiles de la acaudalada viuda Jadidya. Al casarse con ésta mejoró mucho su situación material. Era hombre de temperamento nervioso y enfermizo.



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Historia del Imperio Bizantino (19)




Continuación de la (18)

La Época de la Dinastía de Heraclio (610-717).

La Dinastía de Heraclio y su Origen.

La dinastía formada por Heraclio y sus inmediatos sucesores en el trono de Bizancio fue, probablemente, de origen armenio. Al menos así podemos deducirlo de un texto del historiador armenio del siglo VII., Sebeos, fuente valiosa para la época de Heraclio. Sebeos escribe que la familia de Heraclio estaba emparentada con la famosa casa armenia de los Arsácidas. (1) Esta declarado queda en cierta medida contradicha por los testimonios de varias fuentes respecto a la dorada cabellera rubia de Heraclio. (2) Heraclio reinó del 610 al 641. DC su primera mujer, Eudocia, tuvo un hijo, Constantino, quien solo reinó, a la muerte de su padre, algunos meses, muriendo también el 641. Se le conoce en la historia por el nombre de Constantino III (el nombre de Constantino II reservado a uno de los hijos de Constantino el Grande). A la muerte de Constantino III, el trono fue ocupado durante varios meses por Heracleonas (Heracleon] hijo de Heraclio y de su segunda mujer Martina.


Fue depuesto en el otoño de año 641, y el hijo de Constantino III, Constante II, fue proclamado emperador y reinó de 641 a 668, Es probable que la forma griega de su nombre, Consta: (en latín “Constans”), fuese un diminutivo de Constantino, su nombre oficial ya que en las monedas bizantinas, en los documentos oficiales de este período en Occidente, e incluso en algunas fuentes bizantinas, se le llama Constantino Parece que Constante fue el nombre que le dio el pueblo. Tuvo por sucesor a su hijo, el enérgico Constantino IV, ordinariamente llamado Pogonato, es decir “el Barbudo” (668-685).

(1) Sebeos, Historia del emperador Heraclio, t. XXXII (trad. del armenio. San Peterburgo, 1862), p. 129 (en ruso), íd.. Historia de Heraclio (trad. por F. Macler, París, 1904), página 108.

(2) V. Pernice, L’lmperatore Eraclio (Florencia, 1905), p. 44.

Pero hoy se tiene casi la certeza de que el sobrenombre de Pogonato no debe atribuirse a ese emperador, sino a su padre, Constante II. (1) Con la muerte de Constantino IV (685), termina el mejor periodo de la dinastía heracliana. El último emperador de la dinastía, Justiníano II, el Rhinometa (“Nariz Cortada”), hijo de Constantino IV, reinó dos veces, de 685 a 695 y de 705 a 711, El período de Justiniano II, notable por sus numerosas atrocidades, no ha sido bastante estudiado. Parece razonable suponer que las persecuciones del emperador contra los representantes de la nobleza no tuvieron por causa pura arbitrariedad, sino el secreto descontento de aquellos aristócratas, que se negaban a aceptar la política autoritaria y autocrática del emperador y procuraban destronarle. Fue depuesto en 695, cortándosele la nariz y la lengua (2) y desterrándosele a Querson, en Crimea, de donde logró huir, refugiándose al lado del Kan de los kázaros, con cuya hermana había de casar. Más tarde, ayudado por los búlgaros, pudo recuperar el trono, y su vuelta a la capital fue señalada por crueles represalias contra los que habían contribuido a. su caída. Su tiranía provocó, en 711, una revolución durante la cual Justiníano y su familia fueron asesinados. El 711 acabó, pues, la dinastía heracliana. En el intervalo entre los dos reinados de Justiniano II, ocuparon el trono el jefe militar Leoncio (695-698), originario de Isauria, y Apsimar, que a su exaltación al purpurado tomó el nombre de Tiberio III (698-705). Ciertos eruditos ven en Apsimar un hombre de origen godo-griego. (3) Tras la sangrienta deposición de Justiniano II, en 711, el trono bizantino fue ocupado, en seis años, por tres emperadores ocasionales: el armenio Bardanes o Filípico (711-714), Artemio, rebautizado con el nombre de Anastasio al coronarse (Anastasio II, 714-715) (4) y Teodosio III (715-717). La anarquía reinante en el Imperio desde 695 concluyó en 717 con el advenimiento del famoso León III, cuyo reinado abrió un nuevo periodo en la historia de Bizancio.

(1) V. E. W. Brooks, Who was Constantinc Pogonatus? (Byzantinische Zeits., t. XVII (1908), p. 460-462).

(2) La mutilación no fue tan completa que le impidiese hablar.

(3) Bury, A History of the Later Román Empire (i.a cd.), t. II, p. 354.

(4) La fecha de 714 ha sido establecida por G. Ostrogorsky en Die Chronologie des Theophanes im 7. und 8. Jahrhundert. Byz. Neugr. Jahrbücher, t. VII (1930), p. 33-34 y 47-48.

Los Eslavos Ante los Muros de Constantinopla. Las Campañas Contra los Persas.

Heraclio fue un emperador muy capaz y activo. Tras la tiranía de Focas pareció, en cierto modo, un soberano ejemplar. Según el poeta contemporáneo Jorge de Pisidía, quien describió en versos excelentes las campañas del nuevo emperador contra los persas y la invasión de los avaros, Heraclio declaraba que “el poder debe brillar más por el amor que por el terror.” (1)

(1) Jorge de Pisidia, De expeditione pérsica, vers. 90-91, ed. Bonn, p. 17.

Al llegar Heraclio al trono la situación del Imperio era grave en extremo. Los persas amenazaban por el este, los avaros y eslavos por el norte, y en el interior reinaba la más completa anarquía tras el desgraciado gobierno de Focas. El nuevo emperador no tenía recursos pecuniarios ni fuerzas militares suficientes. Este conjunto de cosas explica los hondos trastornos que conmovieron el Imperio en la primera parte del reinado de Heraclio.

En 611, los persas emprendieron la conquista de Siria, ocupando Antioquía, la ciudad más importante de las provincias orientales bizantinas. Damasco no tardó en caer en manos persas. Conclusa la conquista de Siria, los persas marcharon sobre Palestina y el 614 cercaron Jerusalén, que resistió veinte días. Pasados éstos, las torres de ataque y los arietes persas abrieron brecha en las murallas y, según una fuente, “los malditos enemigos invadieron la ciudad con rabia semejante a la de bestias furiosas o dragones irritados.” (1) La ciudad fue entregada al pillaje y los santuarios cristianos destruidos. La iglesia del Santo Sepulcro, erigida por Constantino el Grande, fue incendiada y saqueados sus tesoros. Los cristianos sufrieron vejaciones intolerables cuando no la muerte. Los judíos de Jerusalén se pusieron al lado de los persas, participando en las matanzas, en las cuales, según algunas fuentes, perecieron sesenta mil cristianos. Muchos tesoros fueron transportados a Persia desde la ciudad santa. Una de las reliquias más veneradas de la Cristiandad, la Santa Cruz, fue llevada a Ctesifonte. Entre los prisioneros enviados a Persia estaba Zacarías, patriarca de Jerusalén. (2)

Esta devastadora conquista de Palestina por los persas y el pillaje de Jerusalén representan un momento crítico de la historia de la provincia palestiniana. Kondakov dice: “Fue un desastre inaudito, tal como no había existido desde la toma de Jerusalén bajo el reinado de Tito. Pero esta vez no se pudo poner remedio a tal calamidad. Nunca más la ciudad conoció período análogo a la brillante época del reinado de Constantino. Desde entonces la ciudad y sus monumentos declinaron de manera continua, paso a paso, y las mismas Cruzadas, tan ricas en consecuencias y en diversos provechos para Europa, no provocaron sino turbación, confusión y degeneración en la vida de Jerusalén. La invasión pérsica tuvo como efecto un cambio inmediato de la situación creada por la artificial importación de la civilización grecorromana a Palestina. La invasión arruinó la agricultura, despobló las ciudades, aniquiló gran número de conventos y monasterios, detuvo el desarrollo del comercio. Aquella invasión libertó a las tribus merodeadoras árabes de las convenciones que las trababan y del miedo que las retenía, y así comenzaron a fundar la unidad que hizo posibles las grandes invasiones del período posterior… Palestina entra de tal suerte en ese período turbulento que sería lícito calificar de medieval sí no se hubiese prolongado hasta nuestros días.”(3)

La facilidad con que los persas señorearon Siria y Palestina se explica en parte por las condiciones religiosas de la vida de aquellas provincias. La mayoría de los pobladores, sobre todo en Siria, no compartía la doctrina ortodoxa oficial sostenida por el gobierno de Constantinopla. Los nestorianos, y después los monofisistas, que habitaban en aquellas regiones, vivían duramente oprimidos, según vimos, por el gobierno de Bizancio, y por tanto preferían la dominación de los persas, adoradores del fuego, entre quienes los nestorianos gozaban de una libertad religiosa relativamente grande.

(1) Antíoco Estrategos, Toma de Jcrusalen por los persas en 614 (tr. del georgiano por N. Marr), San Petersburgo, 1909), p. 15 (en ruso). Trad. inglesa de F. C. Conybeare, Antíochus Strategos’ account of the sack of Jerusalem in 614 (English Histórica! Rcvieiv, t. XXV (1910), p. 506).

(2) H. Vinccnt y F. M. Abel. Jerusalem: recherches de íopographie, d’archéoiogie ct d’histoire (París, 1926), t. II, fase. IV, p. 926-928.

(3) N. P. Kondakov, Viaje arqueológico por Siria y Palestina (San Petersburgo, 1904), páginas 173-174 (en ruso).

La invasión persa no se limitó a Siria y Palestina. Parte del ejército tras cruzar toda el Asia Menor y tomar Calcedonia (a orillas del mar de Marmara, junto al Bósforo), acampó cerca de Crisópolis, hoy Escútari, frente a ( Constantinopla, mientras otro ejército persa se preparaba a conquistar Egipto, Alejandría cayó, probablemente el 618 ó 619. En Egipto, lo mismo que en Palestina, la población monofisista no apoyó con calor al gobierno bizantino y aceptó con júbilo el dominio persa.

Para el Imperio bizantino la pérdida de Egipto fue desastrosa. Egipto era en efecto, según ya vimos, el granero de Constantinopla, y una suspensión de los suministros de grano egipcio debía obrar gravemente sobre el estado económico de la capital.

A la vez que el Imperio bizantino sufría tan pesadas pérdidas en el sur y el este, a causa de las guerras pérsicas, surgía en el norte otro peligro, que constituía también una seria amenaza. Las hordas ávaro eslavas de la Península Balcánica, conducidas por el Kan de los avaros, se dirigían hacia el sur, saqueando y devastando las provincias septentrionales. Llegaron hasta la misma Constantinopla, donde chocaron con los muros de la ciudad. Esta vez la expedición se limitó a incursiones que procuraron al kan de los avaros numerosos prisioneros y rico botín, que condujo al norte. (1)

Tales movimientos de pueblos dejaron huellas en los escritos de un contemporáneo de Heraclio, Isidoro, obispo de Sevilla, quien observa en su crónica que “Heraclio entró en el sexto (o quinto) año de su reinado, al principio cual los eslavos conquistaron Grecia a los romanos y los persas se apodera; de Siria, Egipto, y gran número de provincias.” (2)

(1) Según toda verosimilitud, esta invasión avárica se produjo el 617. V. N. Baynes, The date of the Avar surprise (Byz. Zcit., t. X XI (1912), p. 110-128).

(2) La cronología de Isidoro no es muy segura. Isidoro de Sevilla, Chronica Majora

Tras alguna vacilación, el emperador decidió atacar a los persas. Dada la penuria del tesoro, Heraclio apeló a las riquezas de los templos de la capital y las provincias, ordenando que se transformasen aquellos bienes en monedas de oro y plata. Como Heraclio previera, el peligro que en el norte hacía correr al Imperio el Kan de los avaros se alejó mediante el pago de una gruesa suma de dinero y la entrega de rehenes distinguidos. Y después, en la primavera del 622, el emperador se trasladó al Asia Menor, donde reclutó muchos soldados, instruyéndolos en el arte de la guerra durante varios meses. La guerra contra los persas, que tenía por fin secundario la recuperación de la Santa Cruz y de la ciudad de Jerusalén, asumió formas de Cruzada.

Los historiadores modernos creen probable que Heraclio sostuviera tres campañas contra los persas entre los años 622 y 628, todas coronadas por brillantes éxitos para las armas bizantinas. El poeta contemporáneo Jorge de Písidia compuso en ocasión de esos triunfos el Epinikion (Canto de victoria) titulado La Heracliada, y en uno de sus poemas sobre la creación, el Hexámeron o “Seis días,” aludió a la guerra de seis años en que Heraclio venció a los persas. Un historiador del siglo XX, F. I. Uspenski, compara la expedición de Heraclio a las gloriosas conquistas de Alejandro Magno.(1) Heraclio se aseguró la ayuda de las tribus caucásicas y la alianza de los kázaros. Uno de los principales escenarios de las operaciones militares fueron las provincias persas del norte, fronterizas al Cáucaso.

En ausencia del emperador, ocupado en conducir los ejércitos a aquellas lejanas expediciones, la capital corrió un serio peligro. El kan de los avaros, rompiendo el acuerdo concluido con el emperador, marchó sobre Constantinopla (626) con inmensas hordas de avaros y eslavos. Había llegado también a un pacto con los persas, quienes enviaron parte cíe su ejército a Calcedonia. Las hordas ávaroeslavas sitiaron Constantinopla, que conoció durante mucho tiempo la mayor ansiedad. Pero la guarnición logró rechazar la ofensiva y al cabo hizo huir al enemigo. Cuando los persas supieron que el kan avaro, fracasando en su tentativa, se alejaba de Constantinopla, retiraron sus tropas de Calcedonia y las enviaron a Siria. La victoria de Bizancio sobre el kan avárico en 626 fue uno de los factores principales del debilitamiento del reino de los avaros. (2)

Hacia la misma época (624). Bizancio perdió sus últimas posesiones en España. La conquista de tales posesiones fue concluida por el rey visigodo español Suintila. Sólo quedaron en manos del emperador las Baleares.(3)

(1) F. I. Uspenski, t. I, p. 684. (en ruso).

(2) V. Pernice, ob. cit., p. 141-148. Kulakovski, t. III, p. 76-87.

(3) F. Corres, Die byzantinischen Besitzungen and den Küsten des spanischwestgothichen Reichcs (554-624) (Byz. Zeít., t. XVI (10.07), P- 53°•532)• E- Bouchier, Spain under thie Román Empire (Oxford, 1914), p. 59-60•

A fines del año 627 Heraclio deshizo por completo a los persas en una batalla sostenida no lejos de las ruinas de la antigua Níníve (en las cercanías de la actual Mossul, sobre el Tigris), y avanzó hacia el interior de las provincias centrales de Persia. Cayó en sus manos un rico botín. El emperador envió a Constantinopla un largo y triunfal manifiesto describiendo sus éxitos militares sobre los persas y anunciando el final y brillante desenlace de la guerra. (1) Su mensaje fue leído desde el púlpito de Santa Sofía. Entre tanto, el rey persa, Cosroes fue destronado y muerto, y el nuevo soberano, Kavad-Siroes, entabló tratos de paz con Heraclio. Por las estipulaciones del nuevo acuerdo los persas devolvía: al Imperio bizantino las provincias que le habían conquistado, es decir, Siria Palestina y Egipto, y reintegraban la Santa Cruz. Heraclio volvió, victorioso, a Constantinopla y a poco se encaminó a Jerusalén con su mujer, Martina, llegando el 21 de marzo del 630. (2) La Santa Cruz, devuelta por los persas, fue situada en su antiguo lugar, con gran júbilo de todo el mundo cristiano. Un historiador armenio contemporáneo (Sebeos) escribe en esta ocasión: “Hubo mucha alegría aquel día a su entrada en Jerusalén: ruido de lloros y suspiros, abundantes lágrimas, una inmensa llama en los corazones, un desgarramiento de las entrañas del rey, de los príncipes, de todos los soldados y habitantes de la ciudad; y nadie podía cantar los himnos del Señor a causa del grande y punzante enternecimiento del rey y de toda la multitud. El la restableció (la cruz) en su lugar y repuso todos los objetos eclesiásticos cada uno en su sitio, y distribuyó a todas las iglesias y a los moradores de la ciudad presentes y dinero para el incienso.”(3)

Es interesante notar que la victoria de Heraclio sobre los persas está mencionada en el Corán, donde leemos: “Los griegos fueron vencidos por los persas… pero después de su derrota los vencieron a su vez, pasados pocos años.” (4)

(1) Ese manifiesto se conserva en el Chronicon Paschale, p. 737-734. Su traducción completa al italiano se halla en A. Pernice. L’Impera-tore Eraclio (Florencia, 1905), p. 167-71.

(2) Esta fecha ha sido recientemente descubierta en el relato georgiano de Antíoco Estrategos, La toma de Jerusalén por los persas en 614, traducido por N. Marr (San Petcrsburgo, 1909) p. 65 (en ruso), y traducción inglesa de F. Conybcare en English Historical Review, tomo XXV (1910), p. 516.

(3) Sebeos, Historia del emperador Herraclio, traducida del armenio por Patkanov, capítulo XXIX, p. 111 (en ruso). Trad. del armenio y anotada por F. Macler (París, 1904). página 91. En la ultima frase arriba citada, los dos traductores, en vez de “presentes” dicen “bendición.” V. Kulakovski, t. III (Kiev, 1915), p. 118, (en ruso).

(4) Corán, XXX, i, sección titulada Los griegos.

La guerra pérsica de Heraclio representa para Bizancio una fecha trascendente de su historia. De las dos principales potencias que alegaban pretensiones universales en la Alta Edad Medía, es decir, Persia y Bizancio, la primera perdió entonces su importancia, trocándose en un Estado débil y dejando en breve de tener existencia política a consecuencia de las invasiones árabes. En cambio, el victorioso Imperio bizantino dio un golpe mortal a su sempiterno enemigo, recuperó sus perdidas provincias orientales, devolvió a la Cristiandad la Santa Cruz y todo ello mientras libraba a la capital de la formidable amenaza de las hordas ávaroeslavas. El Imperio bizantino parecía en la cúspide de su gloria y pujanza. El historiador italiano Pernice escribe al propósito: “En 629 la gloria de Heraclio está en su apogeo; la luz de su genio ha disipado la obscuridad suspendida sobre el Imperio; ante los ojos de todos parece abrirse una era gloriosa de grandeza y paz. El temido enemigo de siempre, Persia, está abatido en definitiva; en el Danubio, la potencia de los avaros declina rápidamente. ¿Quién, pues, podía resistir a las armas bizantinas? ¿Quién podía amenazar al Imperio?.” (1)

El soberano de la India envió a Heraclio una felicitación tras la victoria bizantina sobre los persas, remitiéndole a la vez gran cantidad de piedras preciosas. (2) Dagoberto, rey de los francos, expidió a Bizancio enviados extraordinarios y concluyó con Heraclio una paz perpetua. (3) Y en 630 Borana, reina de los persas, concluyó, parece que por oficios de un embajador especial, una paz en regla con Heraclio. (4)

(1) Pernice, ob. cit., p. 179.

(2) Teófanes, Chronographia, ed. de Boor, p. 335.

(3) Chronicarum quae dicuntur Fredcgarii Scholastid, IV, 62 (Man. Germ. Hist. Scriptores rerum merovingarum, t. II (1888), p. 131). V. también Gesta Dagoberti I. regís Francorum, 24 (Ibíd-, p. 409).

(4) Cronica Minora, I, trad. por I. Guidi {París, 1903), p. 26 (Corpus scriptorum christianoritm orientatium. Scriptores Syri, ser. III, t. (5) Agapio de Menbidj, Historia Universal, t. II (2), p. 453 (193), ed. por. Vasiliev. Patr. Orient., t. VIII (1912). Miguel el Sirio, trad. por A. Chabot, t. II, p. 420. V. T. Nóldeke, Geschtchte der Perser und Araber zur Zett der Sasaniden (aus Tabari) (Leipzig, 1879), p. 391-392. Del mismo: Aufsatze zur persischert Geschichte (Leipzig. 1887), p. 129.

Tras el feliz desenlace de la guerra persa, Heraclio, en 629, tomó por primera vez el nombre oficial de “basileo.” Tal nombre existía hacía siglos en Oriente, y sobre todo en Egipto, y desde el siglo IV habíase hecho corriente en las zonas de lengua griega del Imperio, pero sin ser reconocido todavía como título oficial. Hasta el siglo VII, el equivalente griego del latino “imperator” había sido la palabra “autocrator” , es decir, “autócrata,” que etimológicamente no correspondía al sentido de “imperator.” El único soberano extranjero a quien el emperador bizantino consentía en titular basileo era el rey de Persia (salvo también el remoto monarca abisinio). Bury escribe: “Mientras hubo en el exterior un gran basileo independiente del Imperio romano, los emperadores se abstuvieron de adoptar un título que hubieran compartido con otro monarca. Pero cuando ese monarca hubo sido reducido a la condición de vasallo dependiente y dejó de existir competencia entre ambos Imperios, el emperador indicó al mundo su victoria tornando oficialmente el título que oficiosámente se le daba siglos hacía.” (1) En las provincias recuperadas — Siria, Palestina, Egipto,— donde había una proporción dominante de monofisitas, se presentó otra vez el angustioso e importantísimo problema de la actitud del Gobierno hacia los monofisistas. Por otra parte, la larga y persistente lucha de Heraclio contra los persas, a pesar de su éxito final, produjo un momentáneo debilitamiento del poder militar del Imperio bizantino, como consecuencia de las fuertes pérdidas en hombres y dinero. Además, el Imperio no obtuvo el período de calma que necesitaba tanto. En efecto, a poco de la guerra pérsica apareció una amenaza formidable y completamente inesperada, cuya gravedad no se comprendió bien al principio: el peligro árabe. Los árabes abrieron una nueva era de la historia del mundo al invadir los territorios del Imperio bizantino y de Persia.

Gibbon habla de este empuje árabe en los términos siguientes: “Mientras el emperador triunfaba en Constantinopla o en Jerusalén, una obscura ciudad de los confines de Siria era puesta a saco por los sarracenos, quienes destrozaron los ejércitos que avanzaban en socorro de la población, incidente trivial e irrisorio de no haber preludiado una revolución formidable. Aquellos saqueadores eran los apóstoles de Mahoma, su fanático valor había surgido en el desierto, v en los últimos ocho años de su reinado, Heraclio perdió, a manos de los árabes, las mismas provincias que había obligado a los persas a devolverle.”(2)



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Historia del Imperio Bizantino. (18 )




Continuación de la (17)

La Cuestión de los Eslavos en Grecia.

La penuria de fuentes relativas a las invasiones eslavas en la Península balcánica en la segunda mitad del siglo VI ha dado origen a una teoría que sostiene la completa eslavización de Grecia. Tal teoría, nacida a principios del segundo cuarto del siglo XIX, ha provocado vivas controversias científicas.

Entre 1830-30, toda Europa se apasionó, con profunda simpatía, por la causa de los griegos, que habían empuñado la bandera de la insurrección contra los turcos. Tras una resistencia heroica, aquellos hombres, que luchaban por la libertad, lograron la independencia, creando, con ayuda de las potencias europeas, un reino griego separado. Europa, entusiasmada, vio en aquellos héroes a los hijos de la antigua Hélade, reconociendo en ellos las características de Leónidas, de Epaminondas y de Filopomeno.


Mas entonces se elevó, en una pequeña ciudad alemana, una voz que advirtió a la consternada Europa que por las venas de los habitantes del nuevo Estado griego no corría una sola gota de verdadera sangre helena; renueva el magnánimo impulso europeo en pro de los hijos de la sagrada Hélade se fundaba en un equívoco y que el antiguo elemento griego había desaparecido hacía mucho, siendo substituido por elementos etnográficos nuevos y completamente extraños a Grecia, ya que su origen era principalmente eslavo y albanés. El hombre que pública y valerosamente osó proclamar tan nueva teoría, que quebraba en sus fundamentos las creencias de la Europa de entonces, era Fallmerayer, a la sazón profesor de Historia general en un liceo alemán.

Leemos en el primer tomo de su libro Geschichte dar Halbinsel Morca Wdhrend des Mittelalters (“Historia de la península de Morca en la Edad Media”), obra publicada en 1830: “La raza helénica, en Europa, está completamente aniquilada. La belleza del cuerpo, los vuelos del espíritu, la sencillez de las costumbres, el arte, la palestra, las ciudades, la campiña, el lujo de las columnas y de los templos, el nombre mismo del pueblo han desaparecido del continente griego. Una doble capa de ruinas y de fango dejadas por dos razas nuevas y diferentes recubre las tumbas de los antiguos griegos. Las inmortales creaciones del espíritu de la Hélade y algunas ruinas antiguas sobre el suelo natal constituyen hoy el único testimonio de la existencia, en el pasado, del pueblo heleno. Y sin esas ruinas, sin esos montículos funerarios y esos mausoleos, sin su suelo y sin la desgraciada suerte de sus habitantes, sobre quienes los europeos de nuestra época han derramado, en un impulso de humana ternura, su admiración, sus lágrimas y su elocuencia, menester sería decir que sólo un vano espejismo, una imagen sin alma, un ser colocado fuera de la naturaleza de las cosas, ha emocionado las fibras más íntimas de sus corazones. Porque no hay una sola gota de verdadera sangre helena, pura de toda mezcla, en las venas de la población cristiana de la Grecia moderna. Una tempestad terrible dispersó sobre toda la extensión comprendida entre el Ister y los más apartados rincones del Peloponeso, una raza nueva, emparentada con el gran pueblo eslavo. Los eslavos-escitas, los arnauta-ilirios, los hijos de los países hiperbóreos, parientes de sangre de servios y búlgaros, dálmatas y moscovitas, tales son los pueblos que hoy llamamos griegos y cuyo origen hacernos remontar, con gran sorpresa de ellos mismos, a Feríeles y Filopomeno… La población, de rasgos eslavos, de cejas en forma de media luna, de pómulos pronunciados, de los pastores de las montañas albanesas, no es, a buen seguro, la posteridad de sangre de Narciso, de Alcibíades y de Antinoo. Sólo una imaginación romántica y desbordada puede en nuestros días soñar en el renacimiento de los helenos antiguos, con su Sófocles y su Platón.” (1)

Fallmerayer pensaba que las invasiones eslavas del siglo VI habían producido en el Imperio bizantino una situación tal que éste, sin haber perdido una sola provincia, no podía considerar como sus súbditos propiamente dichos sino los habitantes de las provincias costeras y de las ciudades fortificadas. La aparición de los avaros en Europa habría sido un hecho histórico de máxima importancia para Grecia, puesto que con ellos llegaron también los eslavos, impulsados por los primeros a la conquista del sacro suelo de la Hélade y el Peloponeso.

Fallmerayer fundaba principalmente su teoría en las indicaciones que se hallan en Evagrío historiador eclesiástico de fines del siglo VI, y el cual escribe en su historia: “Los avaros, habiéndose aproximado dos veces a las fortificaciones llamadas Murallas Largas, se apoderaron de Singidunum (Belgrado), de Anchialo y de toda Grecia, con otras ciudades y fortalezas, poniéndolo todo por doquier a sangre y fuego, en un momento en que las más de las fuerzas del Imperio estaban peleando en Oriente.” (2)

(1) Fallmerayer, db. cit., t. I, p. HI-XIV.

(2) Evagrio, Hist. ecl., VI, 10, ed. Bidez y Parmentier, p. 228.

La expresión “toda Grecia” permite a Fallmerayer hablar del exterminio de los griegos en el Peloponeso. Que Evagrio hable de “avaros” no le obstaculiza, ya que entonces avaros y eslavos practicaban juntos sus incursiones. Fallmerayer sitúa esa invasión concreía en el 589. Pero tal invasión, dice, no exterminó por completo a los griegos. Según Fallmerayer, el golpe final a la población griega lo asestó la peste, llegada de Italia el 746. Se halla mención de ese acontecimiento en un famoso pasaje de aquel escritor coronado del siglo x que se llamó Constantino Porfirogónito. Hablando del Peloponeso en una de sus obras, este autor observa que, después de aquella terrible peste, “todo el territorio fue eslavizado y se transformó en bárbaro.” (1) Según Fallmerayer, el año de la muerte del emperador Constantino Coprónímo (775) puede considerarse como la fecha en que el desolado país se pobló de eslavos, esta vez de manera completa y definitiva, comenzando poco a poco a cubrirse de ciudades y aldeas nuevas. (2)

En una obra posterior, Fallmerayer extiende sus conclusiones al Ática, sin aducir pruebas sólidas. En el segundo tomo de su Historia de la península de Morea presenta una nueva teoría “albanesa,” según la cual los grecoeslavos que habitaban Grecia fueron reemplazados y sometidos por colonos albaneses en el segundo cuarto del siglo XIV con lo que, según él, la revolución griega del siglo XIX ha sido, en realidad, obra de albaneses.

El primer adversario serio de Fallmerayer fue el historiador alemán Carlos Hopf. Éste había estudiado con agudeza el problema del establecimiento de los eslavos en Grecia, y en 1867 publicó una Historia de Grecia desde el principio de la Edad Media hasta nuestros días. Pero Hopf cae en otro extremo al querer disminuir a toda costa el papel del elemento eslavo en Grecia. Según él, las colonias eslavas en Grecia no existieron sino del 750 al 807. Antes de 750 Grecia no tuvo tales colonias. Respecto a la “eslavización” del Ática, Hopf demostraba que la teoría de Fallmerayer fundábase en un documento apócrifo. (3)

La abundante literatura sobre este tema, aunque a menudo contradictoria y divergente, nos permite llegar a las siguientes conclusiones: hubo en Grecia colonias eslavas muy importantes a partir de fines del siglo VI, pero su fundación no produjo la eslavización total del país ni el exterminio de los griegos. Además, diversas fuentes mencionan la presencia de eslavos en Grecia, sobre todo en el Peloponeso, durante toda la Edad Media y hasta el siglo VI. (4) La fuente más importante relativa a los principios de la eslavización de la Península balcánica — las Actas de San Demetrio — no ha sido utilizada debidamente por los sabios, incluyendo a Fallmerayer y Hopf.(5)

(1) Constantino Porfirogénito, De Thematibus, II, 53. Constantino emplea un verbo inusitado, de suerte que los historiadores traducen, ora “todo el país fue eslavizado,” ora “fue esclavizado.” Yo entiendo que es más correcta la traducción dada en el texto de este libro.

(2) Fallmerayer, t. I, p. 208:210.

(3) Hopf, Gesch. Griech. vom Beginn des Mitt. bis auf unsere Zeit, t. I (Leipzig, 1867), p. 103-119.

(4) A. Vasiliev, Los eslavos en Grecia (Vizantiiski Vrcmennik, t. V, 1898, p. 416-438, en ruso). Sobre el siglo IX, F.” Dvornik, I.os eslavos, Bizancio y Roma en el siglo IX (París, 1926), P- 41-45•

(5) Se hallará un capítulo muy interésenle sobre la importancia de las Actas de San Demetrio en H. Gelzer, Die Génesis der byzantinischen Themenvefaassung (Leipzig, 1899), página 42-64. V. O. Tafrali, Thessalonique des origines au XIV siecle. (París, 1919), p. 101.

Los sabios han discutido a menudo la originalidad de la teoría de Fallmerayer, cuya opinión, en rigor, no era una novedad. Ya antes de él se había hablado del influjo eslavo en Grecia. Fallmerayer se redujo a expresar su opinión de manera directa y tajante. Hace poco un sabio ruso ha expuesto el criterio de que el verdadero instigador de la teoría de Fallmerayer fue el eslavista Kopitar, sabio vienes del siglo XIX. Kopitar desarrolló en sus escritos la idea de que el elemento eslavo había tenido importante papel en la formación de la nueva nación griega. En verdad, Kopitar no profundizaba con detalle su teoría, porque no deseaba emitir una paradoja anticientífica y chocar a sus contemporáneos. (1)

“Las proposiciones extremas de la teoría de Fallmerayer — dice Petrovski — no pueden hoy defenderse, después del profundo estudio que se ha hecho del problema; pero la teoría en sí, expuesta por el autor de manera tan armoniosa y aguda, merece con buen derecho atraer la atención de los mismos historiadores que 110 admiten esa teoría en su integridad o parcialmente.” (2) Y, de hecho, tal teoría, a pesar de sus evidentes exageraciones, ha cumplido una gran misión en la ciencia histórica, dirigiendo la atención de los sabios sobre una cuestión interesante pero no por eso obscura que es el problema de los eslavos en Grecia durante la Edad Media. Finalmente, los escritos de Fallmerayer adquieren una importancia histórica general más considerable aun si se tiene en cuenta que el autor es el primer sabio que puso su atención en las transformaciones etnográficas experimentadas en la Edad Media, no sólo por Grecia, sino por la Península balcánica en general.



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Historia del Imperio Bizantino. (17)




Continuación de la (16)

Los Sucesores Inmediatos de Justiniano. Su Política Religiosa. Mauricio. Persia. Los Eslavos y los Avaros. Creación de los Exarcados.

Tan pronto como la poderosa personalidad de Justiniano desapareció de escena, todo el sistema artificial que mantenía el Imperio en un equilibrio provisional, se derrumbó. “A su muerte —dice Bury,— los vientos se escaparon de sus límites; los elementos de disociación comenzaron su obra; el sistema artificial se debilitó y la metamorfosis del Imperio, seguramente empezada hacía mucho, pero velada por los asombrosos acontecimientos del agitado reino de Justiniano, principió a manifestarse rápidamente y en su desnudez.” (3)

El período comprendido entre el 565 y el 610 constituye una de las épocas más desoladas de la historia bizantina. La anarquía, la miseria, las calamidades se desencadenaron en todo el Imperio. Las turbulencias entonces reinantes llevaron a decir a Juan de Efeso, el historiador del reinado de Justino II, que el fin del mundo se aproximaba. (4) Finlay escribe sobre aquella época: “Quizá no haya habido en la historia período en que la sociedad se haya encontrado en tal universal estado de desmoralización.”(5)

(1) Procopio, De aedificiis, IV, 4, 1 (Bonn, p. 277; Haury. t. III, p. 2, 116).

(2) A. Vasiliev, Los godos en Crimea (Informes de lα Academia de la historia da la civilización económica, t. V (1927), p. 180-81, en ruso).

(3) Bury, t. II, p. 67.

(4) Juan de Efeso, EccJ. fííst., I, 3 (Trad. por Payne Smith, p. 3).

(5) Finlay, A History of Greece, ed. por Tozer (Oxford, 1877), t. I, p. 298.

Los sucesores inmediatos de Justiniano fueron Justino II el Joven (565-578), Tiberio II (578-582), Mauricio (582-602) y Focas (602-610). El más eminente de estos cuatro emperadores fue Mauricio, soldado enérgico y jefe experimentado. Una mujer, Sofía, la decidida esposa de Justino II, ejerció gran influencia en los asuntos públicos, recordándonos en esto a Teodora.

Los hechos más salientes de la política exterior de los citados emperadores fueron la guerra contra los persas, la lucha contra eslavos y avaros en la península balcánica y la conquista de Italia por los lombardos. Desde el punto de vista interior ha de notarse la política rigurosamente ortodoxa de estos emperadores y la creación de los dos exarcados.

La paz de cincuenta años convenida con Persia por Justiniano fue denunciada bajo Justino II, quien se negó a continuar el pago de la suma anual estipulada. La hostilidad común de bizantinos y turcos contra los persas condujo al desarrollo de relaciones muy interesantes entre los dos primeros de dichos pueblos. Los turcos habían aparecido poco antes en el Asia Occidental y en las proximidades del Caspio. Ocupaban los países comprendidos entre China y Persia y veían en ésta su principal enemiga. Una embajada turca franqueó los montes del Cáucaso y tras largo viaje llegó a Constantinopla, donde obtuvo inmejorable acogida. Se comenzó a pensar en una especie de alianza ofensivo-defensiva contra Persia, entre turcos y bizantinos. Al respecto es de notar la propuesta turca al Gobierno bizantino: servir a los turcos de intermediarios en el comercio de la seda entre China y Bizancio, sin pasar por Persia. O sea que los turcos proponían a los bizantinos lo que había deseado Justiniano, con la sola diferencia de que el último había querido llegar a su fin por vía marítima y meridional y los turcos, bajo Justino II, proponían la septentrional y terrestre. Pero las negociaciones turcobizantinas no condujeron a la conclusión de una alianza efectiva seguida de una acción concertada contra los persas, porque Bizancio, hacia el 570, estaba más directamente interesada en los asuntos occidentales y sobre todo en los de Italia, que los lombardos habían invadido. Además, las fuerzas militares turcas no parecían muy considerables a Justino. En todo caso, el resultado de aquellos tratos bizantinoturcos fue hacer más tirantes aún las relaciones de Bizancio con Persia.(1)

Durante los reinados de Justino, Tiberio y Mauricio, se sostuvo guerra con Bizancio. Hubo de abandonarse el asedio de Nisibe, y Darás, plaza fortificada fronteriza, pasó a manos del enemigo. Además de esta derrota en el frente oriental, Bizancio sufrió en sus provincias de la península balcánica una invasión de los avaros, llegados de allende el Danubio. La pérdida de Darás produjo gran impresión sobre el débil Justino, quien enloqueció. Un cronista sirio (2) del siglo XII, citando, naturalmente, una fuente anterior, nota: “Sabiendo que Darás había sido tomado… el emperador fue afligido. Mandó cerrar las tiendas y cesar el comercio.”(3) La emperatriz Sofía obtuvo, el 574, una tregua de un año, comprada por 45.000 piezas de oro.

La guerra sostenida bajo Tiberio (4) y Mauricio fue más feliz para el Imperio bizantino, favorecido por los disturbios interiores surgidos en Persia en torno a la posesión del trono. El tratado de paz concluido por Mauricio tuvo gran importancia para el Imperio. La Armenia persa y la Mesopotamia oriental, con la ciudad de Darás, se cedían a Bizancio; el humillante tributo anual qué debía pagarse a los persas se anulaba, y, en fin, el Imperio, libre del peligro persa, podía concentrarse en los asuntos de Occidente y sobre todo en las incesantes invasiones de eslavos y avaros en la Península balcánica. (1)

(1) Bury, 1. II (Londres, 1889), p. 97. Kulakovski. p. 350. E. Stein. Studien, p. 21.

(2) Crónica de Miguel el Sirio, tratl. por J. B. Chabot. t. II (París, 1901). P- 312

(3) Sobre esa guerra, v. Bury, t. II, p. 93-101: Kulakovski, i. II, p.(111-69; Stein, Stlidien, p. 38-55.

(4) Sobre esta guerra v. Stcin, Studien. p. ,”8-8ti (bajo Tiberio cesar) y 87-102 (bajo Ί iberio augusto).

(5) Sobre la guerra pérsica bajo Tiberio y Mauricio, v. Bury, t. II. p.95-101. Kulakovski, t. II, p. 383-394, 426-446.

En el reinado de Focas se inició una nueva guerra contra los persas, que tuvo considerable importancia para el Imperio bizantino. De ella hablaremos después, ya que sólo concluyó bajo el reinado de Heraclio. Después de La muerte de Justiniano ocurrieron graves sucesos en la Península balcánica. Las fuentes sólo dan sobre esos hechos datos fragmentarios.

Ya indicamos que, bajo Justiniano, los eslavos hacían frecuentes incursiones en dicha península, avanzando bastante hacia el sur e incluso amenazando a veces Tesalónica. Muerto Justiniano, continuaron tales incursiones. Pero entonces muchos eslavos quedáronse en las provincias bizantinas y gradualmente fueron ocupando la península. En su invasión les ayudaron las avaros, pueblo de origen turco, que vivía entonces en Panonia. Eslavos y avaros amenazaron la capital y las orillas del mar de Mármara y el Egeo, penetraron en Grecia y llegaron hasta el Peloponeso. La noticia de aquellas invasiones bárbaras se difundió hasta Egipto, donde Juan, obispo de Nikíu, escribía, en el siglo VII, bajo Focas, lo siguiente: “Se refiere, respecto al Imperio romano, que los reyes de aquel tiempo, con los bárbaros, pueblos extranjeros, y los ilirios, asolaban las ciudades de los cristianos y conducían cautivos a los habitantes. Sólo se salvó la ciudad de Tesalónica, porque sus muros eran sólidos y, gracias a la protección de Dios, los pueblos extranjeros no lograron apoderarse de ella, pero toda la provincia fue despoblada.” (1) En 1830, un sabio alemán pretendió que a fines del siglo VI los griegos habían sido completamente destruidos por los eslavos. Después discutiremos esta teoría. Digamos de momento que para el estudio del problema del establecimiento de los eslavos en la Península balcánica debemos apelar sobre todo a las “Actas” del mártir Demetrio, protector de Tesalónica, uno de los principales centros eslavos de la Península. Uno de los autores del libro de los Milagros, de San Demetrio, fue Juan, arzobispo de Tesalónica, que vivió en. la primera mitad del siglo VII. Esa fuente contemporánea nos da una verdadera fuente de informes sobre las invasiones ávaroeslavas en la Península balcánica. Según tal fuente, Tesalónica fue sitiada dos veces en vano, a fines del siglo VI, por eslavos y avaros. (2)

(1) Crónica de Juan, obispo de Nikiu, traducida del etíope por Zotenberg, c. CIX, página 550 (Notices et extraits des manuscrits de la Bibliothéque nationale, t. XXIV, 1883), The Chronicle of John, bishop of Nikiu, translated by R. H. Charles (London, 1916), cap. CIX, 8, p. 175-76).

(2) Véase, por ejemplo, O. Trafali, Thessaloniquc des origines au XIV siecle (París, 1919), páginas 101-108. Las Actas de Demetrio se publicaron en Acta Sanctorium, t. IV, p. 104 y sig., y Migne, Patr. Gr., 116, col. 1204 y sigtes. y 1326 y sigtes.

A fines del siglo VI y principios del VII prosiguió el empuje de eslavos y avaros hacia el sur, sin que los bizantinos pudiesen contenerlo. Ello motivó en la Península importantes cambios etnográficos, ya que se encontró ocupada, en su mayoría, por eslavos advenedizos. Ciertas fuentes, al referirse a este período, hablan de los avaros como si fuesen eslavos. Esto se explica porque los escritores contemporáneos tenían informes harto vagos sobre las tribus nórdicas y confundían a eslavos y avaros, viendo que ambos pueblos practicaban juntos sus incursiones.

Muerto Justiniano, Italia no fue protegida lo suficiente contra las invasiones de sus enemigos, y por tanto, cayó fácil y rápidamente en manos de un nuevo pueblo bárbarogermánico: los lombardos, quienes habían aparecido en las inmediaciones de aquellos países sólo pocos años después del aniquilamiento del reino ostrogodo por Justiniano.

A mediados del siglo VI, los lombardos, de concierto con los avaros, destruyeron el reino fundado por la tribu bárbara de los gépidos (Gepidae) sobre el Danubio central. Más tarde, acaso por temor a sus propios aliados, los lombardos pasaron de Panonia a Italia mandados por su rey “konung” Alburno. Les acompañaban sus mujeres e hijos y sus tropas comprendían tribus diversas, entre las cuales resaltaban por su número las sajonas.

La tradición popular ha cometido la injusticia de acusar al anciano gobernador de Italia y antiguo general de las tropas de Justiniano, Narsés, de haber llamado a Italia a los lombardos. Semejante acusación debe considerarse desprovista en absoluto de fundamento. A raíz de la exaltación de Justino II al trono, Narsés se retiró a causa de su avanzada edad y falleció en Roma.

En 568 los lombardos invadieron el norte de Italia. Avanzaban como una horda salvaje, devastando cuantas localidades atravesaban. Eran arríanos de religión. No tardaron en someter la Italia septentrional, que tomó el nombre de Lombardía. El gobernador bizantino, falto de bastantes fuerzas para resistir a los lombardos, permaneció al amparo de los muros de Ravena. Los bárbaros, luego de conquistado el norte de Italia, se dirigieron hacia el sur, eludiendo Ravena. Sus numerosas hordas se esparcieron por casi toda la Península y ocuparon con la mayor facilidad, las ciudades, carentes de defensa. Así llegaron al sur de Italia, tomando Benevento. Si bien no entraron en Roma, ésta se halló rodeada de bárbaros por el norte, el este y el sur. Los bárbaros cortaban toda comunicación entre Ravena y Roma, de suerte que la última no podía contar con socorros del gobernador bizantino de Ravena. Y menos con la ayuda de los emperadores de Constantinopla, más lejanos todavía y atravesando a la sazón, según vimos, uno de los períodos más críticos y turbados de la historia del Oriente. Así, pronto asistió Italia a la fundación de un gran reino germánico: el lombardo. El emperador Tiberio, y más aun Mauricio, trataron de hacer alianza con el rey de Austrasia, Childeberto II (570-595), a fin de inclinarle a emprender las hostilidades contra los lombardos y arrojarlos de Italia. El emperador y el rey cambiaron varias embajadas y el Mauricio envió a Childeberto o a su madre, Brunequilchi, cincuenta mil piezas de oro (“solidi”), adoptando, además, a Childeberto, que así pasó a ser su hijo, como Justiniano adoptara a Teodoberto. Pero los esfuerzos de Mauricio para asegurarse el auxilio australiano fracasaron repetidas veces. Childeberto envió sus tropas a Italia, mas fue con la intención de recuperar las antiguas posesiones francas y no de conquistar Italia para Mauricio. Más de un siglo y medio había de pasar antes de que los reyes francos, llamados esta vez por el Papa y no por el emperador, destruyesen la dominación lombarda en Italia. (1) Abandonada a su destino, Ronta hubo de sufrir varios asedios lombardos, pero halló un defensor en la persona del Papa, quien, por la fuerza de las cosas, se vio obligado a ocuparse, no sólo de la vida espiritual de su grey romana, sino de organizar la defensa de la ciudad contra los lombardos. Por entonces — fines del siglo VI — tuvo la Iglesia romana a su cabeza uno de sus hombres más eminentes: el Papa Gregorio I el Grande. El tal había pasado seis años como “apocrisiarius” o nuncio del Papa en Constantinopla, sin llegar a aprender ni siquiera los rudimentos de la lengua griega, pero, pese a su ignorancia en ese punto, mostró conocer perfectamente, al llegar al Pontificado, la vida y la política del Imperio. (2)

(1) Bury, t. II, p. 160-66. G. Rcverdy, Le relation de Childcbcrt II et Byzance (Revue Historicjue, t. CXIV (1913), p. 61-85).

(2) Sobre la residencia de Gregorio I en Constantinopla, v. D. Dudden, Grégoire le Grand,, sa place dans l’histoire et la pensée, t. I (Londrcs, 1905, cap. VI, p. 123-157. Es probable que Gregorio fuese llamado a Roma el 586 (ob. dt., p. 156-157).

La conquista de Italia por los lombardos demostró con toda evidencia el fracaso de la política exterior de Justiniano en Occidente, donde el Imperio no poseía fuerzas bastantes para conservar el reino ostrogodo sometido. Por otra parte, las invasiones lombardas pusieron los cimientos a la progresiva separación de Italia y del Imperio bizantino, así como del debilitamiento de la influencia del emperador en Italia.

En su política religiosa, los sucesores de Justiniano favorecieron a los ortodoxos, y los monofisistas sufrieron en ciertos momentos persecuciones muy severas. Así sucedió durante Justino II. Es interesante examinar las relaciones del Imperio bizantino y la Iglesia romana bajo Mauricio y Focas. La Iglesia romana, representada por Gregorio el Grande, se pronunció contra el título de “ecuménico” asumido por el patriarca de Constantinopla. En carta a Mauricio, Gregorio acusaba a Juan el Ayunador de excesivo orgullo.

“Me veo obligado — escribía el Papa — a lanzar una gran voz, diciendo: O témpora! O more! Cuando toda Europa ha caído en poder de los bárbaros, cuando las ciudades son destruidas, las fortalezas arrasadas, las provincias despobladas; cuando el hombre ya no labora el suelo, cuando los adoradores de ídolos están desencadenados y reinan para perdición de los fieles, en este momento los sacerdotes, que deberían tenderse, llorando, en tierra y cubrirse de cenizas, ambicionan nuevos títulos profanos, orgullosos de esa gloría vana. ¿Es que en este asunto, muy pío emperador, defiendo mi propia causa? ¿Es que vengo una ofensa personal? No; defiendo la causa de Dios todopoderoso y la causa de la Iglesia universal. Debe ser abatido aquel que ofenda a la santa Iglesia universal, aquel en el corazón del cual arraigue el orgullo, quien quiera ponerse por encima de la dignidad de vuestro Imperio con su título particular.” (1)

(1) Gregorio el Grande. Epístolas, V. so (Migue, Part. ¡al., 77, col. 746-77). Mon Gcrm. Hist. Epist., t. I, p. 322 (v. 37). (Por oposición, aplicóse a sí mismo el titulo de “Servís servorum Dei,” con el cual se han iniciado todas las cartas pontificias, desde entonces, hasta 1869. —.V. del R.)

Pero el Papa no fue atendido y por algún tiempo se abstuvo de enviar representantes Constantinopla. Cuando el 602 estalló una revolución en la capital contra Mauricio, y Focas fue proclamado emperador, Gregorio le dirigió una carta poco apropiada en forma y fondo al destinatario, tirano absurdo exaltado al trono bizantino. Véase un párrafo de la carta de Gregorio:

“Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos… Que el Cielo se regocije; que la tierra se estremezca de alegría (Salmos, 95: 2). Que todo el pueblo del Imperio, profundamente entristecido hasta este día, se congratule de vuestras excelentes acciones… Que cada uno se goce en la libertad al fin devuelta bajo el cetro del pío emperador. Porque he aquí la diferencia que existe entre los reyes de otras naciones y los emperadores; y es que los reyes reinan sobre esclavos, mientras los emperadores del Estado romano reinan sobre hombres libres.” (1) Sin duda la actitud del Papa produjo impresión en Focas, porque el segundo sucesor de Gregorio en el trono pontifical obtuvo que Focas prohibiese al patriarca de Constantinopla llamarse “ecuménico,” así como una declaración según la cual “el trono apostólico del bienaventurado apóstol Pedro era la cabeza de todas las Iglesias.” (2)

(1) Epístolas de Gregorio el Grande, XIII, 31 (Migne, 77, col. 1281-82). Mon. Germ., Hist. Ep. t. II, p. 397 (XIII, 34)•

(2) Bonifacio III. Líber Pontificalis, ed. L. Duchesne (París, 1886), t. I? p. 316.

De esta manera, mientras en sus empresas exteriores e interiores Focas sufría fracasos y provocaba la irritación de sus subditos, sus relaciones con Roma, fundadas en concesiones por parte del emperador, fueron durante todo su reinado amistosas y apacibles. Para conmemorar tan buenas disposiciones entre Roma y Bizancio, el exarca de Ravena hizo erigir en el Foro romano una columna, que todavía existe hoy, con una inscripción en honor de Focas. Las conquistas lombardas en Italia motivaron importantes cambios en la administración de este país.

Cambios tales, con la reforma análoga y contemporánea de la administración del África del Norte, constituyen la base del régimen de los “temas” que se desarrolló a continuación en todo el Imperio.

Las autoridades bizantinas de Italia no podían oponer resistencia suficiente a los lombardos, que se habían adueñado de dos tercios de la Península. En tales circunstancias, y ante el grave peligro que amenazaba a Italia, el Gobierno bizantino decidió fortificar su poder concentrando en manos de los gobernadores las funciones civiles y militares. Al frente de la administración bizantina en Italia fue puesto un gobernador militar con el título de exarca, con residencia en Ravena y al que quedaron subordinados todos los funcionarios civiles. La creación del exarcado de Ravena data de fines del siglo VI, época del emperador Mauricio. La concentración de funciones administrativas y judiciales en manos de la autoridad militar no significaba la supresión inmediata de los funcionarios civiles, que seguían existiendo, paralelos a las autoridades militares, aunque subordinados a ellas. Sólo más tarde las autoridades civiles, según toda probabilidad, desaparecieron, siendo substituidas por las militares. El exarca, como representante de la autoridad imperial, introdujo en su gobierno los rasgos, de esencia imperial, del cesaropapismo, convirtiéndose en arbitro de los asuntos religiosos del exarcado. El exarca, provisto de poderes ilimitados, gozaba de honores imperiales; su palacio de Ravena se llamaba sagrado (Sacrum Palatium, nombre dado tan sólo a las residencias imperiales); cuando el exarca llegaba a Roma se le acogía como a un emperador y el Senado, el clero y el pueblo iban a su encuentro en procesión solemne, extramuros de la ciudad. Todos los asuntos militares, la administración civil, lo judicial y lo financiero dependían del exarca. (1)

Si el exarcado de Ravena debió su creación a la invasión de los lombardos en Italia, el de África del Norte, creado en lugar del antiguo reino vándalo, comenzó a existir en virtud de un peligro análogo, provocado por los lugareños africanos, moros o bereberes, que se sublevaban a menudo contra las tropas bizantinas de ocupación. Los orígenes del exarcado de África, o de Cartago, como se le llama con frecuencia, por el lugar de residencia del exarca, remóntase también a Mauricio. El exarcado de África recibió igual organización que el de Ravena y el exarca africano poseía iguales ilimitadas prerrogativas que su colega italiano. (2)

De cierto, sólo la necesidad forzó al emperador a crear funciones administrativas de poderes tan ilimitados como los del exarca, quien, si lo deseaba y concurrían algunas circunstancias favorables, podía cambiarse en un muy peligroso rival del emperador. Pronto veremos, en efecto, cómo el exarca de África alzó el estandarte de la revuelta contra Focas y cómo el hijo del exarca se convirtió, en 610, en emperador.

Los exarcas de África, hábilmente escogidos por Mauricio, gobernaron el país con talento y lo defendieron con energía y éxito contra los levantamientos de los indígenas; pero los exarcas de Ravena no lograron conjurar el peligro lombardo.

El bízantinísta francés Diehl (3) tiene razón al ver en los exarcados el origen de la organización de los temas (provincias o distritos militares), es decir, la reforma territorial del Imperio bizantino, reforma que a partir del siglo VII comenzó a ser aplicada progresivamente a todo el territorio y cuyo rasgo distintivo fue la preponderancia del poder militar sobre el civil.

(1) Diehl, Études sur l’admirüstration byzantine dans l’exarchat de Ravenne (568-751), Páiís, 1888, p. 3-51,

(2) V. Diehl, L’Afrique Byzantine (París, 1896), p. 453-502.

(3) Diehl, Études byzantines (París, 1903), p. 277 (Origen del régimen de temas).

Así como las invasiones de lombardos y moros causaron cambios tan importantes en Occidente a fines del siglo VI, así las invasiones de persas y árabes habían de producir, algún tiempo después, análogas reformas en Oriente, y las de eslavos y búlgaros otras semejantes en la Península balcánica.

La desgraciada política exterior de Focas ante avaros y persas y el sanguinario terror con que esperaba salvar su situación, provocaron el levantamiento de Heraclio, exarca de África. Cuando Egipto se unió al sublevado, la flota africana, a las órdenes del llamado también Heraclio, hijo del exarca y destinado a ser el futuro emperador, marchó hacia la capital, la cual abandonó a Focas, declarándose por Heraclio. Focas, hecho prisionero, fue ejecutado y Heraclio ascendió al trono el 610, inaugurando una nueva dinastía.



http://www.diakonima.gr/2009/10/16/historia-del-imperio-bizantino-17/