Wednesday, March 30, 2016

La Encarnación del Hijo de Dios y Su venida al mundo, alienta firmemente a los pecadores al arrepentimiento. ( San Tikon de Zadonsk )


La Encarnación del Hijo de Dios y Su venida al mundo, alienta firmemente a los pecadores al arrepentimiento. ¿Por quién vino Cristo al mundo?. Por los Pecadores. ¿Con qué fin?. Para su salvación. ¡Oh, cuán querida era nuestra salvación para Dios!. Él mismo vino al mundo, oh pecadores, para nuestra salvación.

¡Escuchad, oh Pecadores, y entended! Dios vino al mundo por nuestra salvación, y vino con nuestra imagen. ¡Oh, verdaderamente es grande el misterio de la piedad!. Dios se apareció en la carne: “Señor, ¿qué es el hombre para que de él te ocupes, el hijo del hombre para que pienses en él?” (Salmos 143:3).

Es verdaderamente maravillosa la gracia de Dios para con el hombre, y también es maravillosa esta obra Suya. Previendo esto, el profeta Le clamó con temor y terror: “He oído tu anuncio, oh Señor, y quedé lleno de temor. Ejecuta, Señor, tu obra” (Habacuc 3:2). Pecadores, tengamos en mente esta gran obra de Dios, que Él obró por nosotros, y arrepintámonos. Recordemos cómo nació de una Virgen por nosotros, y se hizo niño y fue alimentado con la leche de su madre. El Invisible se manifestó, y el que era sin principio, tuvo un principio; el que era intangible se volvió tangible y fue envuelto en pañales como un niño: “Y el Verbo se hizo carne” (Juan 1:14).

Recordemos cómo, siendo aún un niño, huyó de los asesinos del rey Herodes. Recordemos cómo vivió en la tierra y fue un desconocido, cómo fue de un sitio a otro y obró por el bien de nuestra salvación. Recordemos como Él, que es inaccesible para los querubines y los serafines, tuvo compañía con los pecadores; cómo Él, que tiene el cielo como Su trono y la tierra como el escabel de Sus pies, y que habita en la luz inaccesible, no tuvo lugar donde recostar Su cabeza; cómo Él, que era rico, se hizo pobre, para que por Su pobreza, nosotros fuéramos ricos.

Recordemos cómo Él, que se reviste a Sí mismo con la luz como con una vestidura, se revistió con la vestidura de la corrupción. Cómo Él, que da alimento a toda carne, comió el pan terrenal. Cómo el Todopoderoso se hizo débil, y Él, que da fortaleza a todos, trabajó.

Recordemos como Él, que está por encima de todo honor y gloria, fue blasfemado, maldecido y burlado por los labios de los transgresores.

Recordemos cómo Él se afligió, sufrió, penó, lloró y se llenó de horror. Recordemos cómo fue vendido y traicionado por un discípulo ingrato y fue abandonado por el resto de los discípulos; cómo fue atado y llevado a juicio; cómo fue juzgado por los transgresores. Fue vilipendiado. Fue azotado. Fue vestido con la vestidura de la burla, fue aclamado con burla como Rey: “Salve, rey de los judíos” (Juan 19:3). Fue coronado con una corona de espinas, golpeado en la cabeza con una caña, y escuchó de Su pueblo desenfrenado: “¡Muera!, ¡Muera!, ¡Crucifícalo!” (Juan 19:15). Fue llevado a la crucifixión entre dos malhechores y murió sobre la Cruz.

Todo esto hizo el Hijo de Dios para nuestra salvación. Oh pecadores, en Adán perdimos nuestra salvación y toda nuestra bienaventuranza, pero Cristo, el Hijo de Dios, por la buena voluntad de Su Padre celestial, nos lo ha devuelto todo. Consideremos entonces, oh pecadores, si la Sangre de Cristo, vertida por nuestra salvación, y todo Su sufrimiento, no nos clama. Arrepintámonos, y no seamos privados de la salvación eterna, pues sin arrepentimiento, no hay salvación para nadie. Pero sin embargo, el miserable pecador aún no entiende.

Dios ama tanto al hombre que reveló Su maravillosa providencia para él, para que se arrepintiera, y así, fuera salvado, pero el pecador aún no entiende.

Cristo, el Hijo de Dios, le muestra Su venida al mundo en el Evangelio. Le presenta Su negación voluntaria, Su pobreza voluntaria, Su humildad voluntaria y profunda, Sus obras, penas, tribulaciones, tristezas, sufrimientos y muerte, e incluso una muerte en la Cruz. Y le dice: “Hombre, cargué todo esto sobre Mí, y lo soporté por ti y por tu salvación. Pero descuidas tu salvación, y no te preocupas ni piensas que debes arrepentirte y abandonar tus pecados, para poder hacer uso de Mi Sangre y vivir”.

Pero el pecador, aun cuando escucha esta lastimera y dulce voz de Cristo en el Evangelio, aún no entiende. Cristo promete no recordar sus pecados y transgresiones cuando vuelva a Él, pero el pecador aún no entiende. Cristo lo llama hacia Él y le promete descanso, pero el pecador no entiende. Permanece sin corregir, como estaba, y transgrede como transgredía antes. Hace malas obras, como las hacía antes; ama la oscuridad como la amaba antes; odia la luz, como la odiaba antes; y por esta razón no viene hacia la Luz, sino que permanece con el maligno, el príncipe de la oscuridad.

Oh pobres pecadores, despertad y volved en sí. Si no lo hacéis, la Sangre de Cristo derramada por vosotros clamará contra vosotros para retribución. Escuchad lo que el profeta de Dios os canta en la persona de Dios: “Yo te pediré cuentas y te lo echaré en cara” (Salmos 49:21), esto es, todas vuestras malas obras, palabras, pensamientos, intenciones y empresas os seguirán en el otro mundo y aparecerán en el Juicio universal de Cristo, y recibiréis la justa recompensa por ellas. No deseáis arrepentiros ahora para vuestro beneficio y ser así salvados por la gracia de Cristo; entonces, os arrepentiréis, pero demasiado tarde y en vano. “Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará” (Efesios 5:14). Bendito sea Dios por los siglos.

¿En Quién buscamos la salvación?

Estableced vuestra salvación solamente en Cristo Jesús, el Salvador del mundo. Si verdaderamente creéis que sufrió y murió por vosotros, y que es vuestro Salvador, entonces amadlo con todo vuestro corazón, obedecedlo y complacedlo, como vuestro Salvador, y poned y confirmad toda vuestra esperanza de salvación solamente en Él. Indefectiblemente debemos hacer buenas obras como cristianos, pero debemos pedir y esperar la salvación, sólo de Cristo.

San Tikon de Zadonsk


                                      Catecismo Ortodoxo 

                            http://catecismoortodoxo.blogspot.ca

De Qué Forma el Espíritu Penetra en el Corazón. ( San Nicodemo el Hagiorita )


Os diré ahora... como debéis guardar vuestro espíritu, es decir, el acto (energía) de vuestro espíritu y vuestro corazón. Sabéis que todo acto mantiene una relación natural con la esencia y la potencia que lo ejercita y que (una vez ejecutado) retorna naturalmente hacia ella para unírsele y reposar. Por eso una vez que se ha liberado el acto del espíritu - que tiene por órgano al cerebro - de todos los objetos exteriores del mundo por medio de la guardia sobre los sentidos y la imaginación, deberéis llevar nuevamente este acto (energía) a su esencia y a su potencia propia. En otros términos llevaréis el espíritu al centro del corazón -que es, como hemos dicho, el órgano de la esencia y de la potencia del espíritu- y contemplaréis entonces, mentalmente, al hombre interior en su integridad. Esta conversión del espíritu, los principiantes acostumbran practicarla, según la enseñanza de los santos Padres «sobrios», inclinando la cabeza y apoyando el mentón sobre el pecho. Que el retorno del espíritu al corazón esté exento de desviaciones.
Dionisio el Areopagita, en su pasaje sobre los tres movimientos del alma, llama, a esta conversión, el movimiento circular y sin desviación del espíritu. Del mismo modo en que la periferia del circulo vuelve sobre ella misma y se une a ella misma, así el espíritu, en esta conversión, vuelve sobre si mismo y se hace uno. Por eso Dionisio, el más excelente de los teólogos, ha dicho: «El movimiento circular del alma, consiste en su entraña en ella misma por el desprendimiento de los objetos exteriores y en la unificación de sus potencias intelectuales, la que le es conferida por su ausencia de desviación, como en un circulo» (Noms divins, cap. 4). Por su lado, el gran Basilio nos dice: «El espíritu que no está disperso entre los objetos exteriores ni extendido sobre el mundo por los sentidos, vuelve hacia si mismo y sube por si mismo hacia el pensamiento de Dios» (Carta 1).
El espíritu, una vez en el corazón, no se detenga solamente en la contemplación, sin hacer nada más. Allí encontrará la razón, el verbo interior gracias al cual razonamos y componemos obras, juzgamos, examinamos y leemos libros íntegros en silencio, sin que nuestra boca profiera una palabra. Que vuestro espíritu, entonces, habiendo encontrado el verbo interior, sólo le permita pronunciar la corta oración llamada monológica: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, tened piedad de mi».
Pero esto no basta. Debéis, además, poner en movimiento la potencia volitiva de vuestra alma, en otros términos, decir esta oración con toda vuestra voluntad, con toda vuestra potencia, con todo vuestro amor. Más claramente, que vuestro verbo interior aplique su atención, tanto con su vista mental como con su oído mental, a esas únicas palabras, y mejor aún, al sentido de las palabras. Así, permaneciendo sin imágenes ni figuras, sin imaginar ni pensar ninguna otra cosa, sensible o intelectual, exterior o interior, se producirá algo bueno. Pues Dios está más allá de todo lo sensible y lo inteligible. Por lo tanto, el espíritu que quiere unirse a Dios por la oración debe salir también de lo sensible y de lo inteligible y trascenderlo para obtener la unión divina. De allí, las palabras del divino Nilo (Evagrio): «En la oración, no te figures la divinidad, no dejes a tu espíritu sufrir la impronta de una forma cualquiera, permanece en cambio, inmaterial ante el Inmaterial, y tú comprenderás» (Acerca de la oración, 56). Que vuestra voluntad se aplique enteramente, por el amor, a las palabras de la oración, de ese modo vuestro espíritu, vuestro verbo interior y vuestra voluntad, esas tres partes del alma, serán uno y la unidad comprenderá a los tres. De este modo el hombre, que es la imagen de la santa Trinidad, adhiere y se une a su prototipo. Según la expresión de ese gran héroe y doctor de la oración y de la sobriedad mental, Gregorio Palamas de Tesalónica: «Cuando la unidad del espíritu se hace trinitaria permaneciendo una, entonces se une a la mónada trina de la divinidad, cerrando toda salida a la desviación, manteniéndose por encima de la carne, del mundo y del príncipe del mundo» (Acerca de la oración, 2).
Razones por las cuales se debe retener la respiración durante la oración
Dado que vuestro espíritu -el acto de vuestro espíritu - tiene por costumbre extenderse y dispersarse sobre los objetos sensibles y exteriores del mundo, es necesario que, al pronunciar esta santa oración, no respiréis continuamente como se acostumbra según la naturaleza. Retened un poco vuestra
respiración hasta que vuestro verbo interior haya dicho una vez la oración. Entonces respirad, según la enseñanza de los Padres.
* * *
Porque la retención mesurada de la respiración atormenta, comprime y, además, hace penar al corazón que no recibe el aire reclamado por su naturaleza. El espíritu, por su lado, gracias a este método, se recoge más fácilmente y retorna al corazón, por causa, a la vez, del esfuerzo, del dolor del corazón y del placer que nace de ese recuerdo vivo y ardiente de Dios. Pues Dios procura placer y alegría a aquellos que lo recuerdan según las palabras: «Cuando de Dios me acuerdo, gimo» (Sal 76, 4). Aristóteles señaló, por otra parte, que el espíritu se localiza y se recoge en el órgano que experimenta la sensación de pena o de placer.
* * *
Porque la retención mesurada de la respiración vuelve sutil al corazón endurecido y pesado. Los elementos húmedos del corazón, convenientemente comprimidos, calentados, se vuelven más tiernos, más sensibles, humildes, mejor dispuestos para la compunción y más aptos para derramar fácilmente las lágrimas. El cerebro también se utiliza y, al mismo tiempo, el acto del espíritu se hace uniforme, transparente y más apto para la unión que procura la iluminación sobrenatural de Dios.
* * *
La retención mesurada de la respiración comprime y hace sufrir al corazón, y la pena y el dolor le hacen vomitar el anzuelo envenenado del placer y del pecado que había tragado. Según el adagio de los antiguos médicos, lo contrario cura a lo contrario, de allí las palabras de Marco: «El recuerdo de Dios es una pena de Cristo abrasada por la piedad» «cualquiera que olvida a Dios se hace amigo del placer e insensible»; y aún, «el espíritu que ora sin distracción comprime al corazón»; y «a un corazón contrito y humillado, Dios no lo desprecia».
* * *
Mediante esta retención mesurada de la respiración, todas las otras potencias del alma se unen también y vuelven al espíritu y, por el espíritu, a Dios, lo que es admirable. Así el hombre ofrece a Dios toda la naturaleza sensible e intelectual, de la que él es el lazo y la síntesis según Gregorio de Tesalónica (Vida de san Pedro, el Atonita).
Afirmo además, que son los principiantes quienes, cuando oran, tienen mayor necesidad de esta retención mesurada de la respiración. Puesto que, si bien pueden penetrar en el corazón a través del verbo interior y permanecer allí, cuando llega el momento de hacer reentrar al espíritu en el corazón, y fijarlo con mayor celo - sobre todo en la etapa de la guerra con las pasiones y los pensamientos- y, por ese retorno orar más integralmente, deben hacerlo recurriendo a la retención mesurada de la respiración.
Tal es, en resumen, la célebre oración a la cual los santos Padres han dado el nombre de oración mental y cordial. Si deseáis saber más, leed en el libro de la santa Filocalia el tratado de san Nicéforo, el discurso de Gregorio de Tesalónica sobre los santos hesicastas y la Centuria de Calixto e Ignacio Xanthopoulos.
Os exhorto calurosamente, fuera de la lectura de las siete horas canónicas cotidianas fijadas por la antigua legislación de la Iglesia, a dedicaros a esta oración cordial y mental y hacer de ella vuestra obra incesante y perpetua. A pronunciar en vuestro corazón el nombre, suave y amable entre todos, de Jesús, a pensar en Jesús en vuestro espíritu, a desear a Jesús y amarlo con vuestra voluntad. A dirigir hacia Jesús todas las potencias de vuestra alma. A buscar cerca de Jesús la misericordia en toda contrición y humildad. Si os es imposible, a causa de las preocupaciones y las inquietudes de este mundo dedicaros a ello sin cesar, por lo menos fijaos una hora o dos, de preferencia hacia la tarde y en un lugar tranquilo y oscuro, para consagraros a esta santa y espiritual ocupación.

Filocalia

                                   Catecismo Ortodoxo 

                    http://catecismoortodoxo.blogspot.ca