Sunday, December 4, 2016

Akathisto a la Madre de Dios Que ablanda los Corazones Malvados




Kontaquio I

Clamemos con gran emoción a la Virgen María, enteramente más noble que todas las hijas de la tierra, Madre del Hijo de Dios, que dio la salvación al mundo. Mira nuestra vida llena de completo dolor y recuerda el sufrimiento y la pena que sufriste, tú que naciste en la tierra como nosotros, y obra con nosotros según tu misericordioso corazón, para que te clamemos:
¡Alégrate, oh afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados!

Ikos I

Un ángel anunció el nacimiento del Salvador del mundo a los pastores en Belén, y con la multitud de las huestes celestiales alabó a Dios, cantando: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz y buena voluntad entre los hombres”. Pero tú, oh Theotokos, sin tener un lugar donde reclinar tu cabeza, pues no había lugar en la posada, diste a luz a tu Hijo primogénito en una cueva y, envolviéndolo en pañales, lo acostaste en un pesebre. Conociendo la pena de tu corazón, te clamamos:

Alégrate, pues fuiste enardecida por el aliento de tu propio Hijo amado.

Alégrate, pues envolviste al Hijo eterno en pañales.

Alégrate, pues alimentaste con tu leche al que sostiene el universo.

Alégrate, pues convertiste una cueva en el cielo.

Alégrate, pues pusiste tu trono sobre los querubines.

Alégrate, pues permaneciste Virgen antes y después de tu alumbramiento.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.

Kontaquio II
Viendo a tu Hijo eterno envuelto en pañales y acostado en un pesebre, los pastores de Belén vinieron a adorarlo y contaron lo que los ángeles les habían dicho sobre el Niño. Pero María guardó todo esto en su corazón. Y después de ocho días Jesús fue circuncidado según la ley de Israel, como un hombre. Alabando tu humildad y paciencia, oh Theotokos, cantamos al Eterno y Buen Dios: ¡Aleluya!

Ikos II

Teniendo su entendimiento basado en Dios y guardando la Ley del Señor, al cuadragésimo día, cuando los días de la purificación se completaron, sus padres llevaron a Jesús a Jerusalén para que pudieran presentarlo ante el Señor y ofrecer un sacrificio por Él según el mandato del Señor. Por eso te clamamos, oh Theotokos, así:

Alégrate, pues llevaste al Creador del universo al templo de Jerusalén para cumplir la Ley.

Alégrate, pues allí te encontraste gozosamente con el anciano Simeón.

Alégrate, única Pura y bendita entre todas las mujeres.

Alégrate, pues con humildad cargaste tu cruz adornada con penas.

Alégrate, pues nunca desobedeciste la voluntad de Dios.

Alégrate, pues te revelaste como modelo de paciencia y humildad.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.



Kontaquio III

Fuiste fortalecida con el poder de lo alto, oh Theotokos, cuando escuchaste las palabras del anciano Simeón que te dijo: “Mira, este Niño está destinado a ser el ascenso y la caída de muchos en Israel. Esta es una señal de la que se hablará en contra y una espada atravesará tu alma para que los pensamientos de muchos sean revelados”. Y una gran aflicción entró en el corazón de la Theotokos y con dolor clamó a Dios: ¡Aleluya!

Ikos III

Apresurándose a destruir al Niño, Herodes ordenó matar a todos los niños de Belén y los alrededores, de dos años de edad y menores, según la edad que determinó por los Magos. Y he aquí, según el mandato de Dios, el anciano José fue informado por un ángel en un sueño de que huyera con la Santa Familia a Egipto y permaneciera allí hasta la muerte de Herodes. Por eso, con compunción, te clamamos, oh Theotokos:

Alégrate, pues llevaste toda el agitación al exilio.

Alégrate, pues todos los ídolos de la tierra de Egipto cayeron sin poder soportar el poder de tu Hijo.

Alégrate, pues permaneciste siete años entre los indignos paganos.

Alégrate, pues llegaste a Nazaret con el joven primogénito y con tu esposo.

Alégrate, pues viviste con el anciano José el carpintero en la pobreza.

Alégrate, pues pasaste tu tiempo en duras labores.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.





Kontaquio IV

Un torrente de sufrimientos cubrió a la purísima Madre cuando regresaron de Jerusalén, sin encontrar al joven Jesús en la caravana. Por esta razón regresaron para buscarlo, y después de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas. Y su Madre le preguntó: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí, tu padre y yo sufrimos grandemente por ti”. Y Jesús les respondió: ¿Por qué me buscabais? ¿No conocéis las cosas que mi Padre me ha confiado?”. Y tú, oh Purísima, guardaste estas palabras en tu corazón, clamando a Dios: ¡Aleluya!

Ikos IV

La Theotokos escuchó que Jesús viajaba por toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y sanando toda clase de enfermedades y dolencias entre la gente. Y su reputación se extendió por Siria y le llevaban toda clase de enfermos; y a los que sufrían y a los atormentados por demonios, y a los paralíticos, los sanaba. Pero Tú, oh Theotokos, conociendo la profecía, te apenaste en tu corazón, sabiendo que muy pronto llegaría el tiempo en el que Tu Hijo se presentaría como un sacrificio por los pecados del mundo. Por esta razón, te bendecimos, oh afligida Theotokos, clamando:

Alégrate, pues entregaste a tu Hijo al servicio del pueblo judío.

Alégrate, pues te entristeciste en tu corazón, pero te sometiste a la voluntad de Dios.

Alégrate, pues salvaste al mundo de la avalancha del pecado.

Alégrate, pues aplastaste la cabeza de la antigua serpiente.

Alégrate, pues te ofreciste a ti misma como sacrificio vivo a Dios.

Alégrate, oh bendita, el Señor es contigo.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.

Kontaquio V

Predicando el Reino de Dios en la tierra, Jesús expuso la arrogancia de los fariseos que se imaginaban a sí mismos como justos. Pero cuando escucharon sus parábolas entendieron que eran de ellos de quienes hablaba y trataron de arrestarlo, pero temieron al pueblo, que lo consideraba un profeta. Viendo todo esto, la Theotokos se entristeció por su Hijo y temió que lo mataran, clamando con aflicción: ¡Aleluya!

Ikos V


Algunos de los judíos, viendo la resurrección de Lázaro, acudieron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho. Y Caifás, que era el sumo sacerdote de aquel año, dijo: “Es mejor para nosotros que muera un solo hombre por el pueblo, para que no perezca toda la nación”. Desde aquel día buscaron cómo podían matarlo. Por eso te clamamos a ti, oh Purísima:

Alégrate, tú que diste a luz al Salvador del mundo.

Alégrate, fuente de nuestra salvación.

Alégrate, pues fuiste elegida desde tu nacimiento para ser la Madre de nuestro Salvador.

Alégrate, Theotokos, destinada a sufrir.

Alégrate, oh bendita, que presides como Reina del Cielo.

Alégrate, oh bendita, tú que ruegas siempre por nosotros.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.



Kontaquio VI

Una vez, uno de los predicadores del Verbo de Dios, y ahora un traidor, Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles, acudió al sumo sacerdote para traicionar a su maestro. Lo escucharon, alegrándose profundamente y prometieron darle treinta monedas de plata. Pero tú, oh Theotokos, te entristeciste por tu Hijo amado, y clamaste con pesar a Dios: ¡Aleluya!

Ikos VI

Tomando parte en la Última Cena con los discípulos, en la que Cristo les lavó los pies, revelando así un ejemplo de humildad, Cristo les dijo: “Uno de vosotros me traicionará”. Pero nosotros, sufriendo con la Theotokos, le clamamos:

Alégrate, Theotokos, que languideces con la tortura de tu corazón.

Alégrate, pues lo sufriste todo en este triste valle.

Alégrate, pues encontraste consuelo en la oración.

Alégrate, alegría de los que sufren.

Alégrate, pues nos rescatas del fango del pecado.

Alégrate, vasija llena de la gracia del Espíritu Santo.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.

Kontaquio VII

Deseando mostrar su amor por la raza humana, el Señor Jesucristo bendijo y partió el pan en la Mística Cena, y lo dio a sus discípulos y apóstoles, diciendo: “Tomad, comed, esto es Mi Cuerpo”. Y tomando el cáliz, y dando gracias, se lo dio diciendo: “Bebed todos de él, pues esta es Mi Sangre de la Nueva Alianza que es derramada por muchos para la remisión de los pecados”. Dando gracias al Dios compasivo por su inefable misericordia con nosotros, le cantamos: ¡Aleluya!.

Ikos VII

El Señor reveló un nuevo signo de su misericordia a sus discípulos cuando prometió enviarles al Consolador, el Espíritu de la Verdad, que descendería del Padre y sería testigo de Él. Y a ti, oh Theotokos, santificada de nuevo el día de Pentecostés por el Espíritu Santo, te clamamos:

Alégrate, mansión del Espíritu Santo.

Alégrate, cámara nupcial brillantemente iluminada.

Alégrate, amplia morada de Dios el Verbo.

Alégrate, pues nos abriste las puertas el paraíso por tu alumbramiento.

Alégrate, pues nos revelaste el signo de la misericordia divina.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.

Kontaquio VIII

Nos es a la vez extraño y triste escuchar cómo traicionó Judas Iscariote a su Maestro y Señor con un beso. Y después, la multitud, los soldados y los siervos de los judíos arrestaron a Jesús, lo ataron y lo condujeron primero ante Ananías y luego ante el sumo sacerdote Caifás. Pero tú, oh Theotokos, esperando la sentencia de muerte de tu amado Hijo, clamaste a Dios: ¡Aleluya!

Ikos VIII

Los judíos llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio, ante Pilato, diciendo que era un criminal. Pero Pilato, después de preguntarle, les dijo que no encontraba ningún crimen en Él. Y nosotros te clamamos con compunción, oh Theotokos, que viste la calumnia de tu Hijo:

Alégrate, tú, cuyo corazón se rompió por la pena.

Alégrate, pues vertiste lágrimas por tu Hijo.

Alégrate, pues viste a tu amado Niño llevado a juicio.

Alégrate, pues lo sufriste todo sin quejarte, como una verdadera sierva del Señor.

Alégrate, a pesar de tu llanto y tu lamento.

Alégrate, oh Reina del Cielo, que aceptas las oraciones de tus siervos.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.

Kontaquio IX

Todas las generaciones te bendicen, pues eres más honorable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines, nuestra Señora y Madre de nuestro Redentor, pues tu alumbramiento ha regocijado al mundo entero. Pero sufriste el gran dolor final cuando viste a tu amado Hijo insultado, azotado y sentenciado a muerte. Por esta razón te presentamos nuestra sincera alabanza, oh Purísima, cantando a Dios Todopoderoso: ¡Aleluya!

Ikos IX

Los grandes oradores no son capaces de describir todos los sufrimientos que padeciste, oh Salvador nuestro, como cuando los soldados te colocaron una corona de espinas en tu cabeza y te revistieron con una túnica púrpura diciendo: “Salve, Rey de los judíos”, y te abofeteaban en la cara. Pero nosotros, oh Theotokos, reconociendo tu sufrimiento, te clamamos:

Alégrate, pues viste a tu hijo inmolado por nosotros.

Alégrate, pues lo viste vestido de púrpura y llevando una corona de espinas.

Alégrate, pues viste torturado a Aquel que alimentaste con tu leche.

Alégrate, pues sufriste Su pasión junto a Él.

Alégrate, pues viste a todos sus discípulos abandonarlo.

Alégrate, pues lo viste condenado por el juicio de los injustos.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.

Kontaquio X

Queriendo salvar a Jesús, Pilato dijo a los discípulos: “Tenemos la costumbre de liberar a un prisionero durante la fiesta de la Pascua. “¿Queréis que libere al Rey de los judíos?”. Todos clamaron diciendo: “No a él, sino a Barrabás”. Alabamos la gran misericordia del Padre celestial, que amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito a la muerte en la cruz para redimirnos de la muerte eterna y por eso le clamamos: ¡Aleluya!

Ikos X

Sé una muralla y una fortaleza para nosotros, oh Señora, pues estamos sobrecargados por las penas y los sufrimientos. Pues tú misma sufriste escuchando a los judíos clamar: “Crucifícalo, crucifícalo”. Escúchanos ahora clamando ante ti: Alégrate, Madre de misericordia, que enjugas las lágrimas de los que sufren cruelmente.

Alégrate, pues nos concedes lágrimas de un sincera compunción.

Alégrate, pues salvas a los pecadores perdidos.

Alégrate, protección de los cristianos que no pueden ser avergonzados.

Alégrate, pues nos salvas de nuestras pasiones.

Alégrate, pues concedes consuelo a los corazones destrozados.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.

Kontaquio XI

Ofrecemos un himno de sincera congoja al Salvador del mundo por su pasión voluntaria y porque llevó su cruz al Gólgota para ser crucificado. Ante la cruz de Jesús estaba su Madre, María de Cleofás y María Magdalena. Pero Jesús, viendo a su Madre y a su discípulo amado allí, le dijo a su discípulo: “He ahí a tu madre”. Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa. Pero tú, oh Theotokos, viendo a tu Hijo y Señor en la cruz quedaste desolada, y clamaste a Dios en las alturas: ¡Aleluya!

Ikos XI

“Oh Hijo mío y Dios Pre-Eterno, Creador de todo. Oh Señor, ¿cómo pudiste soportar el sufrimiento en la cruz?”. Así, la Virgen pura clamó diciendo: “Por tu asombroso nacimiento, oh Hijo mío, he sido exaltada por encima de todas las madres, pero ¡ay de mi!. Ahora, cuando te veo, mi vientre arde en su interior”. Por eso vertemos lágrimas recordándote, y le clamamos:

Alégrate, pues fuiste privada del gozo y la alegría.

Alégrate, pues viste la pasión voluntaria de tu Hijo en la cruz.

Alégrate, pues viste a tu Hijo amado profundamente herido.

Alégrate, oh cordera, viendo a tu Hijo como un cordero llevado al matadero.

Alégrate, pues viste al Liberador de las heridas del alma y del cuerpo, cubierto de heridas.

Alégrate, pues viste a tu Hijo resucitado de entre los muertos.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.



Kontaquio XII

Oh misericordioso Salvador, concédenos misericordia, exhalando tu Espíritu desde la cruz y borrando la multitud de nuestros pecados. “He aquí, mi dichosa luz, mi Dios, se ha extinguido en la Cruz”, clamó la Virgen con gran angustia. “Oh José, dirígete a Pilato, acércate a él y pídele bajar a tu Maestro de la cruz”. “Viendo tu cuerpo herido, desnudo y sin gloria sobre la cruz, oh mi Niño, una espada atravesó mi alma según la profecía del anciano Simeón”, dijo la Theotokos, cantando: ¡Aleluya!

Ikos XII

Alabando tu misericordia, oh Amante de la humanidad, nos inclinamos ante tu generosa misericordia, oh Maestro. La Purísima dijo: “Deseando salvar a tus criaturas, te has entregado a la muerte”. Pero por tu resurrección, oh Salvador, ten misericordia de todos nosotros, mientras nos dirigimos cantando a tu purísima Madre:

Alégrate, pues viste al bondadoso Señor muerto y sin respiración.

Alégrate, pues besaste el cuerpo de tu amado Hijo.

Alégrate, pues viste a tu Divina Luz como un cadáver herido y desnudo.

Alégrate, pues pusiste a la Luz del mundo en la tumba.

Alégrate, pues envolviste su cuerpo en un sudario nuevo.

Alégrate, pues contemplaste su Resurrección de entre los muertos.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.


Kontaquio XIII se repite 3 veces

Oh alabadísima Madre, aplastada por los dolores en la cruz de tu Hijo y Dios, acepta nuestras lágrimas y expresiones de pesar y sálvanos de todo sufrimiento, aflicción y muerte eterna, a los que esperamos en tu inefable ternura y clamamos a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Oh alabadísima Madre, aplastada por los dolores en la cruz de tu Hijo y Dios, acepta nuestras lágrimas y expresiones de pesar y sálvanos de todo sufrimiento, aflicción y muerte eterna, a los que esperamos en tu inefable ternura y clamamos a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Oh alabadísima Madre, aplastada por los dolores en la cruz de tu Hijo y Dios, acepta nuestras lágrimas y expresiones de pesar y sálvanos de todo sufrimiento, aflicción y muerte eterna, a los que esperamos en tu inefable ternura y clamamos a Dios: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Kontaquio I

Clamemos con gran emoción a la Virgen María, enteramente más noble que todas las hijas de la tierra, Madre del Hijo de Dios, que dio la salvación al mundo. Mira nuestra vida llena de completo dolor y recuerda el sufrimiento y la pena que sufriste, tú que naciste en la tierra como nosotros, y obra con nosotros según tu misericordioso corazón, para que te clamemos:
¡Alégrate, oh afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados!

Ikos I

Un ángel anunció el nacimiento del Salvador del mundo a los pastores en Belén, y con la multitud de las huestes celestiales alabó a Dios, cantando: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz y buena voluntad entre los hombres”. Pero tú, oh Theotokos, sin tener un lugar donde reclinar tu cabeza, pues no había lugar en la posada, diste a luz a tu Hijo primogénito en una cueva y, envolviéndolo en pañales, lo acostaste en un pesebre. Conociendo la pena de tu corazón, te clamamos:

Alégrate, pues fuiste enardecida por el aliento de tu propio Hijo amado.

Alégrate, pues envolviste al Hijo eterno en pañales.

Alégrate, pues alimentaste con tu leche al que sostiene el universo.

Alégrate, pues convertiste una cueva en el cielo.

Alégrate, pues pusiste tu trono sobre los querubines.

Alégrate, pues permaneciste Virgen antes y después de tu alumbramiento.
Alégrate, afligida Theotokos, cambia nuestras penas en júbilo y ablanda los corazones de los hombres malvados.



Oración a la Santísima Madre “Ablanda los corazones malvados”

Oh afligida Theotokos, más exaltada que todas las siervas, según tu pureza y por la multitud de los sufrimientos padecidos en la tierra. Escucha nuestras súplicas y ablanda los corazones de los malvados hombres, y protégenos bajo el amparo de tu misericordia. Pues no conocemos otro refugio y otra ardiente intercesora a parte de ti, mas como tienes gran confianza ante el que nació de Ti, ayúdanos y sálvanos por tus oraciones, para que sin ofensa podamos alcanzar el Reino celestial donde, con los santos, cantaremos el himno tres veces santo a Único Dios Todopoderoso en la Santa Trinidad, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Tropario, tono 5

Ablanda nuestros corazones, oh Theotokos, y extingue los ataques de los que nos odian, y libera todo el asedio de nuestras almas. Pues contemplando tu santo icono, nos llenamos de compunción por tus sufrimientos y tu amorosa bondad con nosotros, y besamos tus heridas. Nos atemorizamos por las dagas con las que te herimos. Oh Madre de la compasión, por la crueldad de nuestros corazones, no dejes perecer en la crueldad de corazón a los que están cerca de nosotros. Pues tú eres en verdad la que ablanda los corazones malvados.

Catecismo Ortodoxo 

http://catecismoortodoxo.blogspot.ca