Wednesday, September 9, 2015

El egoísmo es una enfermedad de la personalidad, enfermedad del egó o yo. ( San Paisios )


Cristo Dios dijo: “aprended de mí que soy humilde y apacible de corazón”.
El egoísmo es una enfermedad de la personalidad, enfermedad del egó o yo. Porque si yo no tengo autoconciencia, conciencia de mí mismo, es decir, no tengo el yo o ego, entonces entendéis que la cosa es muy difícil y seria. Es decir, no tengo personalidad, estoy loco. Por lo tanto el egó-yo es lo que define la personalidad y el -ismo- es la enfermedad psíquica y espiritual. Y esta enfermedad cómo se define, es muy difícil. Es decir, cómo encontrarás el egoísmo, qué es aquello que hace el egoísmo, qué elementos, no sé, qué puedo decir, me quedo perplejo. Ni el mismo hombre puede entrar en esta pesadísima enfermedad que es la primera, quizás la única consecuencia de la caída del hombre, del pecado original. Por eso uno primero tiene que empezar obteniendo un autoconocimiento, preguntarse quién soy. Y el mejor medicamento, fármaco que destruye esta enfermedad es la Humilidad.

San Paisios


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Lo más importante es que el hombre ame a Cristo y todos los problemas se arreglan. ( San Porfirios del Monte Athos )


Lo más importante es que el hombre ame a Cristo y todos los problemas se arreglan.
También ahora el Espíritu Santo quiere entrar en nuestros corazones, igual que entonces, pero respeta nuestra libertad, no quiere transgredirla. Espera que nosotros solos le abramos la puerta, entonces entrará en nuestra psique-alma y la metamorfoseará, transformará. Cuando venga y habite el Cristo en todo el espacio de nuestra psique, entonces se marchan todos los problemas, todos los engaños y todas las aflicciones, ansiedades y depresiones. Entonces se marcha también el pecado.

San Porfirios del Monte Athos



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Oficio de Súplica por la Pacificación de las Pasiones de los Hombres


Diácono: Bendice, Señor
Sacerdote: Bendito sea nuestro Dios en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos
de los siglos.
Coro: Amén.
Clero: Gloria a Ti, nuestro Dios, gloria a Ti.
Coro (Tono VI): Oh Rey Celestial, Consolador, Espíritu de la Verdad, que estás en todas
partes y llenas todas las cosas, Tesoro de todo lo bueno, y Dispensador en la Vida, ven
y mora en nosotros, purifícanos de toda mancha y salva nuestras almas, Oh
Bondadoso.
Lector: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros (3 veces).
Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos. Amén.
Oh, Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Oh, Señor, perdona nuestros
pecados. Oh, Soberano, absuelve nuestras transgresiones; Oh, Santo, mira y sana
nuestras debilidades por Tu nombre.
Señor, ten piedad (3 veces).
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos Amén.
Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Vénganos Tu
Reino, hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan sustancial nuestro,
dánoslo hoy, y perdona nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores, y no nos dejes caer en tentación, más líbranos del maligno.
Sacerdote: Porque Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Lector: Señor, ten piedad (12 veces).
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos. Amén.
Venid, adoremos al Rey nuestro Dios.
Venid, adoremos y prosternémonos ante Cristo Rey, nuestro Dios.
Venid, adoremos y prosternémonos ante Cristo mismo, Rey y Dios nuestro.
Salmo 142
Señor, escucha mi oración; esclarece mi ruego en tu verdad: óyeme en tu verdad y no
entres en juicio con tu siervo, porque ningún viviente será justificado ante Ti. Porque
ha perseguido el enemigo a mi alma, ha echado mi vida por tierra. Me ha colocado en
lugares obscuros, como a los muertos del siglo. En mi se ha angustiado mi espíritu y
dentro de mí se ha turbado mi corazón. Me he acordado de los días antiguos, he
meditado sobre todas tus obras, sobre los hechos de tus manos reflexionaba. He
tendido mis manos a Ti: mi alma a Ti como tierra sin agua. Óyeme prontamente Señor,
mi espíritu ha desfallecido. No apartes de mí tu rostro para que no sea semejante a los
que descienden a la fosa. Hazme oír al alba tu misericordia porque en Ti he puesto mi
esperanza. Dime por cual camino iré porque con ímpetu he adherido mi alma a Ti.
Sácame de entre mis enemigos, Señor, porque a Ti he acudido. Enséñame a hacer tu
voluntad, porque Tu eres mi Dios, Tu Espíritu bueno me guiará a tierra de rectitud.
Por tu nombre, Señor, me vivificarás según tu verdad, sacarás de la tribulación mi
alma. Y por tu misericordia destruirás a mis enemigos y vencerás a todos los que
atribulan a mi alma, porque yo, siervo tuyo soy.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos. Amén. Aleluya, aleluya, aleluya, gloria a Ti, oh Dios (3 veces).
La Gran Letanía
Diácono: En paz, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por la paz que viene de lo alto y la salvación de nuestras almas, roguemos al
Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por la paz del mundo entero, la estabilidad de las Santas Iglesias de Dios y
la unión de todos, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por este Santo Templo y por los que entran en él con fe, devoción y temor
de Dios, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por nuestro Gran Soberano y Padre, Su Santidad el Patriarca N., por
nuestro Señor Reverendísimo el Metropolitano N., Primado de la Iglesia Rusa en el
Exterior, por Nuestro Señor Ilustre Obispo N., por el honorable presbiterado y
diaconado en Cristo, por todo el clero y el pueblo, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por este país, por sus autoridades y por todos los que con fe y piedad moran
en él, y por todos los países, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por la tierra rusa preservada por Dios y por su pueblo ortodoxo, tanto en la
patria y como en la diáspora, y por su salvación, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Para que Él libre a Su pueblo de enemigos visibles e invisibles, y nos
confirme en la unidad, el amor fraternal y la piedad, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por esta ciudad (pueblo, aldea o monasterio), por todas las ciudades y países, y
por todos los fieles que habitan en ellas, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por un clima propicio, por la abundancia de los frutos de la tierra y tiempos
de paz, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Por los que viajan por tierra, mar y aire, por los enfermos, los afligidos, los
cautivos y por su salvación, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Para que Él escuche desde Su Santa Iglesia los sollozos y lamentos de Sus
siervos, que han sido encadenados y esclavizados por los inicuos, y que claman a Él con
pena y dolor; y que rescate sus vidas desde la corrupción, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Para que desarraigue de nosotros el odio, la rivalidad y las otras pasiones
que destruyen el amor fraternal, y siembre en nuestros corazones el amor sincero,
roguemos al Señor.
Diácono: Para que nos libre de toda aflicción, ira, peligro y necesidad, roguemos al
Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Ampáranos, sálvanos, tennos misericordia y protégenos, oh Dios, por tu
gracia.
Coro: Señor, ten piedad.
Diácono: Conmemorando a nuestra santísima, purísima, bendita y gloriosa Soberana,
la Madre de Dios y siempre Virgen María, y a todos los Santos, encomendémonos
nosotros mismos y mutuamente los unos a los otros y toda nuestra vida a Cristo Dios.
Coro: A Ti, Señor.
Sacerdote: Porque a Ti es debida toda gloria, honor y adoración, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Diácono: En el Tono 6, Dios es Señor, y se nos ha revelado, bendito el que viene en
nombre del Señor. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su
misericordia.
Coro: Dios es Señor, y se nos ha revelado, bendito el que viene en nombre del Señor.
Diácono: Todos los pueblos me rodeaban, en el nombre del Señor los rechacé.
Coro: Dios es Señor, y se nos ha revelado, bendito el que viene en nombre del Señor.
Diácono: No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor.
Coro: Dios es Señor, y se nos ha revelado, bendito el que viene en nombre del Señor.
Diácono: Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.
Coro: Dios es Señor, y se nos ha revelado, bendito el que viene en nombre del Señor.
Troparios
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros; porque pecadores como somos
no podemos presentarte ninguna excusa, sólo ofrecemos a nuestro Soberano esta
oración: ¡Ten piedad de nosotros!
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Ten piedad de nosotros, Señor, porque en Ti ponemos nuestra esperanza; no levantes
tu ira contra nosotros, no te acuerdes de nuestras iniquidades; míranos con
misericordia y líbranos de nuestros enemigos, porque Tú eres nuestro Dios y nosotros
somos tu pueblo, somos todos obra de tus manos e invocamos tu nombre.
Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
¡Bendita Madre de Dios! Ábrenos las puertas de la misericordia para que nosotros, que
ponemos en Ti toda nuestra esperanza no perezcamos, sino que por tu intercesión
seamos libres de toda calamidad, porque Tú eres la Salvación del pueblo cristiano.
Apóstol
Diácono: Atendamos.
Sacerdote: Paz a vosotros.
Lector: Y a Tu espíritu.
Diácono: Sabiduría, Proquímenon en Tono 6°, Salva, oh Señor, a Tu pueblo y bendice
a Tu heredad.
Coro: Salva, oh Señor, a Tu pueblo y bendice a Tu heredad.
Diácono: A Ti, oh Señor, clamaré. Oh Dios mío, no desdeñes mi llamado.
Coro: Salva, oh Señor, a Tu pueblo y bendice a Tu heredad.
Diácono: Salva, oh Señor, a Tu pueblo.
Coro: Y bendice a Tu heredad.
Diácono: Sabiduría.
Lector: Lectura de los Hechos de los Apóstoles [Hechos 12: 1-11]
Diácono: Atendamos.
Lector: Por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para
maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan. Al ver que
esto les gustaba a los judíos, llegó también a prender a Pedro. Eran los días de los
Azimos. Le apresó, pues, le encarceló y le confió a cuatro escuadras de cuatro
soldados para que le custodiasen, con la intención de presentarle delante del pueblo
después de la Pascua. Así pues, Pedro estaba custodiado en la cárcel, mientras la
Iglesia oraba insistentemente por él a Dios. Cuando ya Herodes le iba a presentar,
aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos
cadenas; también había ante la puerta unos centinelas custodiando la cárcel. De
pronto se presentó el Ángel del Señor y la celda se llenó de luz. Le dio el ángel a Pedro
en el costado, le despertó y le dijo: "Levántate aprisa." Y cayeron las cadenas de sus
manos. Le dijo el ángel: "Cíñete y cálzate las sandalias." Así lo hizo. Añadió: "Ponte el
manto y sígueme." Y salió siguiéndole. No acababa de darse cuenta de que era
verdad cuanto hacía el ángel, sino que se figuraba ver una visión. Pasaron la
primera y segunda guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad.
Esta se les abrió por sí misma. Salieron y anduvieron hasta el final de una calle. Y de
pronto el ángel le dejó. Pedro volvió en sí y dijo: "Ahora me doy cuenta realmente de
que el Señor ha enviado su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de
todo lo que esperaba el pueblo de los judíos."
Sacerdote: Paz a ti, Lector.
Lector: Y a tu Espíritu.
Diácono: Sabiduría.
Lector: Aleluya en el Tono 5°.
Coro: Aleluya (3 veces).
Lector: Levántate, ¿Por qué te dormiste, oh Señor?
Coro: Aleluya (3 veces).
Lector: Por Tu causa estamos muertos todo el día.
Coro: Aleluya (3 veces).
Evangelio
Diácono: Para que seamos dignos de escuchar el Santo Evangelio, roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad (3 veces).
Sacerdote: Sabiduría. De pie. Escuchemos el santo Evangelio. Paz a todos.
Coro: Y a tu espíritu.
Sacerdote: Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (Lc. 11: 5-13)
Coro: Gloria a Ti, Señor, gloria a Ti.
Diácono: Atendamos.
Sacerdote: El Señor le dijo a sus discípulos: dijo también: "Si uno de vosotros tiene
un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes,
porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", y aquél,
desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y
yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos", os aseguro, que si no se
levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le
dará cuanto necesite." Yo os digo: "Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y
se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le
abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un
pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros,
siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo
dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!"
Letanía Aumentada
Diácono: Digamos todos, del fondo de nuestra alma y con toda nuestra mente,
digamos:
Coro: Señor, ten piedad (En ruso: Góspodi, pomílui)
Diácono: Señor Todopoderoso, Dios de nuestros padres, Te suplicamos nos escuches
y tengas piedad.
Coro: Señor, ten piedad
Diácono: Ten piedad de nosotros, oh Dios, según tu gran misericordia, te suplicamos
nos escuches y tengas piedad.
Coro: Señor, ten piedad (tres veces)
Diácono: Roguemos también por nuestro Gran Soberano y Padre, Su Santidad el
Patriarca N., por nuestro Señor Reverendísimo el Metropolitano N., Primado de la
Iglesia Rusa en el Exterior, por Nuestro Señor Ilustre Obispo N., y por toda nuestra
hermandad en Cristo.
Coro: Señor, ten piedad (tres veces)
Diácono: Rogamos otra vez por este país, por sus autoridades y por todos los que con
fe y piedad moran en él, y por todos los países.
Coro: Señor, ten piedad (tres veces)
Diácono: Roguemos también por los bienaventurados y dignos de eterna memoria
Santísimos Patriarcas Ortodoxos, por los piadosos Zares y Zarinas, por los fundadores
de este santo templo (o: de este santo monasterio) y por todos los ya fallecidos padres y
hermanos ortodoxos que yacen aquí y en cualquier parte del mundo.
Coro: Señor, ten piedad (tres veces)
Tras estas acostumbradas peticionesm el Diácono entona la siguiente.
Diácono: Con los ojos de Tu misericordia, Oh Señor que amas a la humanidad, mira
con compasión las lágrimas, suspiros, gemidos y aflicción de Tus fieles siervos, así
como miraste a Israel cuando estaban en Egipto, y los libraste prontamente, porque
con el corazón contrito te suplicamos con ahinco: ¡Escúchanos y ten piedad!
Coro: Señor, ten piedad (tres veces)
Sacerdote: Escúchanos, Dios salvador nuestro, esperanza de aquellos que moran en
los confines de la tierra y de los que están lejos sobre el mar, se indulgente, oh Señor,
con nuestros pecados y ten piedad de nosotros, pues tú eres un Dios lleno de
misericordia y de amor por los hombres, y te damos gloria, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
La Oración
Diácono: Roguemos al Señor.
Coro: Señor, ten piedad.
Sacerdote: Oh Señor que eres el Único rico en piedad, que con la amante infinitud de
Tu bondad has oído las súplicas de tus indignos y pecadores siervos, dirigiéndonos a
todos hacia nuestro bien, guiando nuestra vida con Tu sabia Providencia siempre
deseando nuestra salvación;
Tú que por naturaleza eres longánimo y grande en misericordia; Tú que castigas y
sanas otra vez;
Tú que reprendes al hombre con dulzura y amor, no para destruir la obra de Tus
manos, sino para devolverla a su bondad primigenia y a su nobleza original, destruidas
por la debilidad de nuestro entendimiento y por los consejos del gran maldito;
Tú que deseas restaurarlas, y buscas cómo Tu Omnipotencia ha de rescatar lo
quebrantado tras la caída;
Dígnate Tú Mismo, Oh Todopoderoso Señor, a mirarnos a nosotros pecadores y a
escuchar nuestra súplicas.
La multitud de nuestras iniquidades nos ha dejado sin valor ni arrojo, y no osamos
siquiera rogar por el perdón de nuestras trasgresiones.
Pero sabiendo de Tu amor por la humanidad, Tu bienquerencia, Tu suprema
misericordia, longanimidad, rectitud y extraordinaria bondad, y confiando en la
profundidad de ellos y en lo abismal de Tu benevolencia, elevamos nuestras manos
hacia Ti y fervientemente gritamos en alta voz:
Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos actuado sin justicia, porque hemos
olvidado Tus mandamientos, hemos seguido nuestras viles ideas , y hemos llevado una
vida no digna del Evangelio de Cristo, de Sus sufrimientos y Su humillación
voluntariamente aceptada para nuestra salvación, de manera que nos hemos
convertido en oprobio para quienes de verdad Te aman.
Hemos horrorizado a Tus sacerdotes y a Tu gente, nos hemos apartado y no damos
frutos; ninguno ha actuado con justicia y rectitud, ni siquiera uno.
Nos separamos de Tu compasión, Tu amor por la humanidad, y de la benevolencia de
Tu misericordia, nuestro Dios, por causa de nuestra maldad y de la bajeza de los
emprendimientos vividos.
Tú eres longánimo; nosotros merecemos azotes.
Conocemos Tu benevolencia, aunque seamos ignorantes.
Nos han golpeado con suavidad considerando las cosas a las que hemos ofendido.
Tú eres imponente; ¿quién puede oponerse a Ti?
Tú has hecho temblar las montañas; y ¿Quién puede argumentar contra la fuerza de Tu
brazo?
Si Tú cierras los cielos ¿Quién los puede abrir?
Y si Tú cerrases Tus compuertas ¿Quien lo sobreviviría?
Es cosa fácil a Tus ojos empobrecer y enriquecer, dar vida y matar, enfermar y sanar;
Tu menor deseo es obra ya realizada.
Te has puesto iracundo, y nosotros cometimos afrentas; ninguno de los antiguos habló,
confesando.
El tiempo está contra nosotros diciendo: hemos pecado, y Tú te has enfurecido con
nosotros; por eso nos convertimos en oprobio para nuestros vecinos.
Has apartado Tu rostro, y nos envuelve la deshonra.
Pero calma Tu cólera, Oh Señor; absuelve, Oh Señor; ten piedad, Oh Señor; y no nos
desampares por completo a causa de nuestra iniquidad, ni castigues a otros con
nuestras lacras.
Concede que nos purifiquemos a través del sufrimiento de otros. ¿Quiénes son esos?
Naciones que no Te conocen y reinos que no obedecen Tus leyes.
Pero nosotros somos Tu pueblo y la vara de Tu herencia.
Por tanto, refórmanos, pero en bondad y no en Tu ira, no hagas que nos apoquemos,
no vaya a ser que nos envilezcamos mas que todo lo que vive en la tierra; porque Tu
misericordia es inefable, Tu amor por la humanidad es insuperable, y la riqueza de Tu
bondad es incalculable;
Y, confiando en ello, rogamos y suplicamos, doblando la rodilla de nuestros corazones:
Cesa de herirnos con el filo de Tu furia, te suplicamos con ahínco, como en lo viejos
tiempos de David, Tú obras en conformidad a Tu pueblo, si mostramos el debido
arrepentimiento;
Pero como Tú eres todo bondad, deja de lado Tu enojo y calma tu justa furia, y concede
la sanación a los que sufren, fortaleza a los debilitados y presérvalos en buena salud.
Aleja de Tu pueblo todo dolor y enfermedad; libera a todos del temor de sufrirlas,
manteniéndolos libres de ataques de sus anteriores dolencias, y con Tu brazo
todopoderoso mantenlos incólumes frente a la miseria cruel y la aflicción perniciosa:
En verdad el furor de Tu ira nos ha sacudido y acongojado a todos.
Y a pesar de que no nos alejamos por completo de nuestros actos inicuos, Tú Mismo
libéranos de la conciencia maligna, y concédenos el poder agradarte en toda buena
obra.
Por las oraciones de la Purísima Madre de Dios, la Siempre Virgen María, quien Te dio
a luz sin haber conocido hombre, y por la intercesión de los santos ángeles que
contemplan a Dios y de todos los santos.
Exclamación: Porque Tú eres pozo y manantial de misericordia y fuente inagotable de
benevolencia, y elevamos gloria a Ti, y a Tu Padre sin comienzo y a Tu santísimo,
bueno y vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Coro: Amén.
Despedida
Diácono: Sabiduría.
Sacerdote: Santísima Madre de Dios, sálvanos.
Coro: Tú eres más venerable que los Querubines e incomparablemente más gloriosa
que los Serafines a ti que sin mancha diste a luz al Verbo de Dios y que
verdaderamente eres la Madre de Dios, a ti te celebramos.
Sacerdote: Gloria a Ti, oh Cristo, esperanza nuestra, gloria a Ti.
Coro: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos. Amén. Señor ten piedad (3 veces), Bendice.
Sacerdote: Cristo, verdadero Dios nuestro, por las oraciones de su Purísima Madre,
de San N., y de todos los santos y de los santos y justos progenitores de Dios Joaquín y
Ana, se apiade y nos salve, por su bondad y amor a la humanidad.
Coro: Amén.


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¿Qué es Paraíso e infierno en la Tradición Ortodoxa.....


El Domingo del Cuaresma psalmodiamos: “hacer mención de la Segunda Presencia de nuestro Señor Jesús Cristo”. La frase “hacer mención” del Sinaxarion, asegura que el Cuerpo de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, vive la Segunda Presencia de nuestro Cristo como un “acontecimiento” y no como algo históricamente esperado. Y esto porque con la Divina Efjaristía pasamos a la realeza increada celeste, en la post-historia (después de la historia). En esta perspectiva se aborda ortodoxamente el tema: paraíso e infierno.

En los Evangelios (Mt 25) se habla sobre «βασιλεία (vasilía) realeza increada» y “fuego eterno”. Este pasaje se lee en la Divina Liturgia el Domingo de Cuaresma, y «βασιλεία (vasilía) realeza increada» es el destino del hombre por Dios. El “fuego” está “preparado” para el diablo y sus ángeles (demonios), no porque el Dios lo quiso, sino porque estos no se arrepienten (no están en metania). La«βασιλεία (vasilía) realeza increada» está “preparada” para los fieles en la voluntad de Dios. La«βασιλεία (vasilía) realeza increada, o la increada doxa-luz» es el Paraíso, y el “fuego” eterno es el infierno eterno, (Mt 16,46). Al principio de la historia el Dios llama al paraíso, a la comunión, conexión con Su Jaris (gracia energía increada). Al final de la historia el hombre afronta el paraíso y el infierno. Qué significa esto, lo veremos a continuación. Pero decimos que el tema es el más céntrico y básico de nuestra fe, la piedra angular del Cristianismo como Ortodoxia.
El logos para el paraíso y el infierno en el Nuevo Testamento es muy abundante. Cristo en el Evangelio de Luca dice al ladrón: “hoy estarás conmigo al paraíso” (Lc 23,43). Pero al paraíso se refiere también el ladrón, diciendo: “acuérdate de mí Señor… en tu realeza increada”. Porque el ladrón está en el paraíso, es decir, en la realeza increada, según san Teofilacto de Bulgaria. Apóstol Pablo confesará que ya en este mundo, “fue arrebatado al paraíso y escuchó logos inefables, increados, que no puede expresar, hablar el hombre” (2Cor 12,3-4). En el libro del Apocalipsis leemos: “Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de mi Dios” (Apo 2,7). Y Areza de Kesaria interpreta: “paraíso es la vida bienaventurada, interminable y eterna”. Paraíso-vida eterna-realeza increada y doxa-gloria increada de Dios se identifican.

Sobre el infierno: “en infierno eterno” (Mt 25,46), “en fuego eterno” (Mt 25,41), “en la tiniebla u oscuridad exterior” (Mt, 25,30), “en gehena de fuego” (Mt 5,22), “…el miedo lleva, tiene infierno” (1Jn 4,18). Con todos estos modos se expresa esto que entendemos con el término “infierno”.
Paraíso e infierno no son dos lugares distintos. Esta apreciación es idólatra. Son dos situaciones o modos que surgen de la misma fuente increada y se viven como dos experiencias distintas. O más bien, es la misma experiencia vivida distintamente por el hombre, según sus condiciones interiores. Esta experiencia es la visión, expectación de Cristo en la luz increada, dentro en Su increada doxa-gloria. Desde la Segunda Presencia y en toda la interminable eternidad, todos los hombres estarán viendo a Cristo en Su luz increada. Y entonces “los que han obrado bien, pasarán a la resurrección de la vida eterna y feliz. Y los que han obrado mal, para la resurrección de juicio y condena” (Jn 5,29). Ante el Cristo se separan los hombres, “los corderos” de los “cabritos, en Su izquierda y derecha”. Es decir, en dos grupos. Los que estarán viendo a Cristo como paraíso, “suprema gloria (luz) increada” y los que le estarán viendo como infierno “fuego consumador, sin consumirse” (Heb 12,29).

Paraíso e infierno aquí es la misma realidad. Esto indica la figuración de la Segunda Presencia. Desde el Cristo procede un río alumbrante, con luz dorada en la parte superior, donde se encuentran los santos y en la parte inferior, como río de fuego, donde se encuentran los demonios y los no arrepentidos, los que nunca estuvieron en metania. Por eso en el Evangelio de Luca se dice: “está destinado para la caída y la resurrección de muchos o todos”. El Cristo para unos, los que Le aceptaron y siguieron la terapia del corazón que Él ha sugerido, se hace resurrección en Su vida eterna; y para los otros, los que Le negaron, en caída e infierno.

Testimonios patrísticos: San Juan el Sinaita en la Escalera dice que la luz increada de Cristo es “fuego consumador y luz que ilumina”. San Gregorio Palamás observa: “Él nos sumergirá en Espíritu Santo y fuego; es decir, lo que ilumina y lo que infierna, de modo que cada uno reciba según la disposición de su estado interior que lleva” (T. 11,498); y en otra parte dice: “La luz increada de Cristo es percibida y participada por todos, pero se recibe y es participada de distintas maneras…” (T. 2,145).

Por consiguiente, el paraíso y el infierno no son simplemente una recompensa y un castigo (sentencia). Sino la manera o modo con el que estaremos viviendo la contemplación, expectación de Cristo, según el estado de nuestro corazón. El Dios esencialmente no castiga, a pesar que por razones pedagógicas en la Santa Escritura se habla de castigo. Cuando más progresa uno espiritualmente, tanto más conoce el lenguaje de la Santa Escritura y de nuestra Tradición. El estado del hombre (limpio-sucio, arrepentido-no arrepentido, convertido-no convertido), contribuye en recibir la Luz increada como paraíso o infierno.
El problema antropológico en la Ortodoxia es cómo el hombre estará viendo eternamente a Cristo como paraíso y no como infierno. Es decir, cómo participará de Su celeste realeza increada. Y aquí se ve la diferencia del Cristianismo como Ortodoxia de las distintas religiones. Los últimos ofrecen efedemoníafelicidad y bienestar y sobre todo después de la muerte. Pero la Ortodoxia no es la búsqueda de laefdemonía, sino la terapia de la enfermedad de la religión, como constantemente predica patrísticamente el padre Yanis Romanidis. La Ortodoxia es un hospital abierto dentro en la historia, “una clínica espiritual” como dice san Juan el Crisóstomo, que ofrece la terapia del corazón (catarsis) para que uno progrese a la iluminación del Espíritu Santo y finalmente llegar a la zéosis (deificación o glorificación), el único destino u objetivo del ser humano. Este camino, como muy completamente han descrito el padre Yanis Romanidis e Ierotheo Vlajos, es la terapia del hombre, tal y como la viven todos nuestros santos.

Este sentido tiene la vida en el cuerpo de Cristo, en la Iglesia. Esta es la razón de la existencia de la Iglesia. En esto aspira toda la obra redentora de Cristo. San Gregorio Palamás dice que: “la pre-eterna voluntad de Dios para el hombre es que entre en la realeza increada; es decir, el hombre llegar a la zéosis”. Y continúa: “Pero la divina e inefable kenosis (vaciamiento), el estado teántrico (divino-humano), los sanadores y salvadores pazos (pasiones, padecimientos) y todos los misterios, es decir, toda la obra de Cristo, para este objetivo o finalidad se ha pre-economizado preventiva y sapientísimamente” (4ª homilía: Sobre Segunda Presencia).
Pero lo interesante es que no corresponden todos los hombres en esta llamada de Cristo, por eso no todos participan de la misma manera de Su doxa increada (luz increada). Esto se enseña por el Cristo en la parábola del rico y del pobre Lázaro (Lc 16). El hombre niega, rechaza el ofrecimiento de Cristo, se hace enemigo de Dios y deniega la ofrecida sotiría (sanación, redención y salvación) de Cristo; y esto es una blasfemia contra el Espíritu Santo, porque por el Espíritu Santo recibimos la llamada de Cristo. Estos son los que no se han arrepentido nunca.

Observa san Crisóstomo: “el Dios nunca se enemista, somos nosotros que nos hacemos enemigos de Él y Le denegamos”. El hombre sin metania, no arrepentido se endemonia, porque él lo escoge. Pero el Dios no lo quiere esto. San Gregorio Palamás dice: “porque esto no es mi voluntad anterior, ni os he creado para esto, ni os he preparado para el fuego; el fuego eterno inextinguible se ha encendido para los demonios que tienen inalterable la costumbre para el mal y que vosotros os habéis unido a la voluntad y opinión de ellos. Por lo tanto, voluntariamente habéis escogido convivir con los viles y mal astutos ángeles o demonios” (4ª homilía: Sobre Segunda Presencia). Es decir, es la libre elección del hombre.

El hombre rico y Lázaro ven la misma realidad, ven a Dios en Su luz increada. El rico llega a la Verdad, a la visión expectación de Cristo, pero no puede participar en esta luz increada como Lázaro: Lázaro es consolado por la luz increada, pero aquel está sufriendo y quemándose. El logos de Cristo “tiene a Moisés y los profetas”, para los que aún están en el mundo, significa que todos somos injustificables. Porque existen los Santos que tienen la experiencia de la zéosis deificación o glorificación y nos llaman a incorporarnos a la forma de vida de ellos y llegar nosotros también a la zéosis como ellos. Por lo tanto los infernados, como el rico aquel, son injustificables.

La actitud y la posición hacia el semejante, indican lo interior del hombre y por eso es el criterio del Juicio durante la Segunda Presencia (Mt 25). No significa que se pone de lado la fe del hombre en Cristo. Esta se presupone, porque la actitud frente al otro muestra que tenemos o no a Dios en nuestro interior. Los primeros Domingos del Triódion giran sobre esta actitud y posición nuestra. En el primer Domingo, el Fariseo aparentemente piadoso, se autojustifica y santifica a sí mismo y deniega, rechaza al publicano. El segundo Domingo, del hijo pródigo, repetición del aparentemente piadoso fariseo, el “hermano mayor” se entristece por el regreso (salvación) de su hermano menor. Este también aparentemente piadoso, pero con falsa piedad que no generaba agapi-amor. El tercer domingo esta actitud o posición llega a ser el criterio de nuestra vida eterna.
La experiencia del paraíso o del infierno es una experiencia irracional y superior al sentido. Es una realidad increada y no creada. Los Francos (papistas, protestantes, etc.) han creado un mito, de que el paraíso y el infierno son dos realidades creadas. Es mito de que los infernados no ven a Dios, como también el logos de la ausencia de Dios. Los Francos han tomado también el fuego del infierno como creado, por ejemplo Dante. La Tradición Ortodoxia permanece fiel en la Santa Escritura, de que los infernados estarán viendo a Dios, por ejemplo, el rico de la parábola, pero como “inextinguible fuego consumador”. Los francos escolásticos aceptaron el infierno como castigo y privación de la visión lógica de la divina esencia. Pero bíblicamente y patrísticamente, infierno es el fracaso del hombre y su negación a cooperar con la Divina Jaris (gracia, energía increada), para llegar a la resplandeciente visión, expectación de Dios (paraíso) y a la agapi desinteresada, “que no busca lo suyo” (Cor 13,8).

Por lo tanto, no hay ausencia de Dios, sino sólo Su presencia. Por eso es terrible la Segunda Presencia. Es una realidad irrevocable, en la que está establemente orientada la Ortodoxia (“espero la resurrección de los muertos…” decimos al Credo). ¡Los infernados, los que tienen el corazón duro y embotado, como los fariseos, ven eternamente el fuego como salvación! Porque el estado de ellos no es susceptible, no aceptan otra forma de salvación. Ellos también terminan y llegan al final de su camino, pero sólo los justos terminan salvados. Aquellos, los fariseos, terminan infernados. Salvación para aquellos es el infierno, puesto que en sus vidas sólo buscaron la efdemonía bienestar social y material. El rico de la parábola “disfrutó de sus bienes”. Lázaro aguantó los males con paciencia sin quejarse. Esto expresa el apóstol Pablo: “El trabajo de cada uno aparecerá claro el día del juicio, porque ese día se manifestará con fuego, y el fuego probará la obra de cada uno. Si la obra resiste la prueba del fuego, recibirá el premio; si se consume, lo perderá todo, aunque él se salvará, pero como el que escapa del fuego” (1Cor 3,13-15).

Justos y no arrepentidos pasan por el “fuego” increado. Pero uno pasa intachable y el otro se quema. Se “salva” como cuando uno pasa dentro del fuego. Eutimio Zigavinós dice en relación: “El Dios es como fuego que ilumina a los limpios y quema, oscurece a los sucios, obscenos”. Y Teodórito de Chipre dice: Se salvará del fuego el que pasará la prueba, o sea, tal como uno pasa del fuego; y el que tiene cubierta o protección adecuada no se quema, y el que no pasa el fuego pero queda chamuscado.

Por lo tanto, el fuego del infierno no tiene relación con el purgatorio de los francos, ni es creado, tampoco castigo, ni una situación intermedia. Una consideración de este tipo es pasar la responsabilidad a Dios. La responsabilidad es totalmente nuestra, es la aceptación o denegación de la terapia (redención o salvación) ofrecida por el Dios. La “muerte espiritual” es una visión expectación de la divina luz increada o de la divina doxa-gloria increada pero como fuego ardiente.

El apóstol Pablo en los Corintios dice: “Sobre este fundamento uno puede construir con oro, plata, piedras preciosas, maderas, caña y paja. El trabajo de cada uno aparecerá claro el día del juicio, porque ese día se manifestará con fuego, y el fuego probará la obra de cada uno. Si la obra resiste la prueba del fuego, recibirá el premio; si se consume, lo perderá todo, aunque él se salvará, pero como el que escapa del fuego. ¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo” (1Cor 3,12-17).

Las percepciones e interpretaciones escolásticas, que a través de Dante han pasado también en parte en nuestro espacio, tienen consecuencias que llegan a apreciaciones idólatras. Esto se hace a causa de no haber discernimiento entre creado e increado. También la negación de la eternidad del infierno, en el sentido de apocatástasis-restablecimiento de todos o con el sentido de Dios bueno (Bon Deu). El Dios realmente es bondadoso (Mt 8,17), puesto que ofrece la terapia y salvación para todos. “El Dios quiere que todos se sanen y se salven…” (1Tim 2,4). Pero es terrible el logos de nuestro Cristo, que se escucha en los entierros: “Yo no puedo hacer por mí mismo nada; según lo que oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque yo no busco hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Jn 5,30). Además, es falso también “el juicio divino” que se aplica en este caso. Finalmente todo se remonta a Dios (salvará o infernará), sin tener en cuenta la “sinergia” como factor de la salvación. (Sinergia; cooperación energía de la voluntad humana con la energía de la voluntad divina, co-energía).

Sotiría (terapia, redención y salvación) sólo es posible en los términos de sinergia-cooperación del hombre con la Divina Jaris (gracia, energía increada). Es la aceptación de la llamada de Dios. El ladrón se salvó porque puso la llave “acuérdate de mí Señor”. También es idólatra la percepción sobre el Dios enfadado contra el hombre pecador, en cambio el Dios como hemos dicho “nunca se enemista”. Esta es la percepción judicial, de la nomenclatura mundana sobre el Dios que conduce también en aplicación de castigos o penitencias en la confesión y no como fármacos, medios terapéuticos.
El misterio del paraíso-infierno se vive también en la vida de la Iglesia en el mundo. En los misterios de nuestra Iglesia Ortodoxa se realiza la participación del fiel en la Jaris (gracia, energía increada), para que sea operada la Jaris en nuestra vida, en nuestro camino en Cristo. Principalmente en la Divina Efjaristía, lo increado, la divina Comunión, se convierte en nuestro interior paraíso o infierno, según nuestro estado. Principalmente la participación en la divina comunión o efjaristía es una participación en el paraíso o al infierno dentro en la historia. Por eso la participación en la divina comunión o efjaristía está conectada y unida con toda la trayectoria espiritual del fiel. Cuando vamos a comulgar sucios y sin metania (confesión) entonces nos infernamos (quemamos). Se convierte la Divina Efjaristía en “infierno” y “muerte espiritual”. No porque se convierte en algo de esto, sino porque nuestra suciedad no la puede recibir como “paraíso”; dado que la divina comunión o efjaristía, según san Ignacio el Teoforo se llama “fármaco de la inmortalidad”; sucede exactamente lo mismo que un fármaco o medicamento. Si nuestro organismo no tiene condiciones a recibirlo, entonces el fármaco opera y trae efectos negativos y en vez de sanar, mata. No porque la culpa es del fármaco, sino del estado de nuestro organismo. Se debe decir que si no aceptamos al cristianismo como un proceso terapéutico y los misterios como fármacos, medicamentos espirituales, entonces estamos conducidos a la religiosidad o enfermedad de la religión, es decir, en convertir el cristianismo en idolatría. Y esto desgraciadamente se hace frecuentemente, cuando entendemos el cristianismo como “religión” (a conveniencia de los hombres no como apocálipsis).

Además, la vida presente, es valorizada de la luz de la dualidad paraíso/infierno. “Buscad y pedir primero la realeza increada de Dios y su justicia…” (Mt 6,33), nos aconseja el Cristo. Nuestra vida debe ser una constante preparación para la participación al “paraíso”, es decir, comunión con lo Increado (Jn 17,3). Y esto comienza desde este mundo. Por eso dice el Apóstol Pablo: “Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de la salvación” (2Cor 6,2). Cada momento de nuestra vida tiene una importancia salvífica. O ganamos la eternidad, la comunión eterna con el Dios o la perdemos. Por eso las religiones y los cultos orientales que predican reencarnaciones son injustas con el hombre. Porque traspasan el problema en otras vidas, naturalmente inexistentes. Pero sólo una vida existe, nos salvamos o nos perdemos. El cristiano escoge continuamente lo que consiste en su salvación; en esta vida ganamos el paraíso o lo perdemos y resultamos al infierno. Esto es el criterio de la vida cristiana. Por eso san Juan el Evangelista dice: “El que cree en él, no es juzgado, pero el que no cree ya ha sido juzgado y auto-condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios, el hombre incrédulo por sí sólo libremente se ha eliminado de la sanación y la salvación” (Jn 3,18).

Por lo tanto, la obra de la Iglesia no es “mandar” al paraíso o al infierno, sino preparar al hombre para el juicio final. La obra del Clero es terapéutica y no moral o eticoplástica, en el sentido mundano del término. La esencia de la vida en Cristo se mantiene en los monasterios, cuando naturalmente son ortodoxos, o sea, patrísticos. El propósito de la terapia ofrecida por la Iglesia no es hacer buenos hombres, sino ciudadanos de la celeste realeza increada. Estos son los Confesores y los Mártires, los verdaderos fieles, los Santos.

Pero así se inspecciona también nuestra misión apostólica. ¿Dónde llamamos? ¿A la Iglesia-Hospital/Centro terapéutico o a una ideología que se llama cristianismo? En vez de terapia, buscamos por costumbre asegurar un lugar en el “paraíso”. Por eso nos ocupamos de cultos y no de terapia. Esto por supuesto no significa denegación del culto. Pero sin ascesis o vida ascética que es praxis de terapia, el culto solo no puede sanarnos y santificarnos o divinizarnos; porque la jaris (gracia, energía increada) que procede del culto queda inactiva. La Ortodoxia no promete que manda al hombre en algún infierno o en algún paraíso, pero tiene la fuerza, tal y como se ve en las reliquias incorruptibles y perfumadas de sus santos (incorruptibilidad=zéosis), preparan al hombre de modo que vea eternamente la Increada Jaris y Realeza increada de Cristo como paraíso y no como infierno. Amín.

Protopresbítero Gheorgios Metalinós

Rector de la Universidad Teológica de Atenas


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