Tuesday, September 29, 2015

Casa de oración es pues el alma en la cual la memoria de Dios es santificada continuamente.. ( San Isaac el Sirio )


 Templo de Dios es una casa de oración . Casa de oración es pues el alma en la cual la memoria de Dios es santificada continuamente. Si todos los santos son santificados por el Espíritu para que sean templos de la adorable Trinidad , [esto significa que] el Espíritu Santo les santifica manteniendo vivo [en ellos] el recuerdo de Dios. En efecto, la oración continua consiste en el recuerdo continuo de Dios. Entonces, por medio de una oración continua, los santos son santificados volviéndose morada de la acción del Espíritu Santo, como dice uno de los santos: “Acuérdate siempre de Dios y tu inteligencia estará en el cielo”.

 Si, por tanto, nuestra alma, gracias a la oración continua, se convierte en otro cielo, en el cielo no hay bien que falte, ni es atravesado por ningún mal, ni se le acerca la tentación, ni las pasiones del cuerpo y del alma, ni el recuerdo de los males, ni ninguna cosa que aflige al cuerpo, ni las tinieblas ni las vejaciones del alma. Si, en cambio, todas estas tentaciones [se abaten sobre nosotros, deducimos de esto], que esto nos sucede porque vagamos y nos alejamos del recuerdo de Dios, y es por esto que nosotros erramos cayendo en toda clase de mal. La oración, en efecto, es el resultado del recuerdo de Dios que hace cesar las causas del errar. Aquel errar por el cual nosotros sufrimos todos los males.

 Perseveremos pues en la oración, que es la forma luminosa del recuerdo del Señor, nuestro Dios: [entonces] nos abandonarán todas las tentaciones –que la providencia, en vista de la [oración], permite que sean mandadas para estropear en nosotros el recuerdo de Dios- gracias a la vehemencia de la intercesión y a la crucifixión del intelecto que esta [se realiza]. En efecto, estos carceleros –que son las tentaciones- nos empujan necesariamente a infringir la [oración]. Uno de los santos ha dicho: “Ora constantemente y el espíritu del error huirá lejos de ti” .

 Cuando por tanto nos aplicamos a la [oración] y hacemos espacio en nosotros al recuerdo del Señor por medio de nuestra oración continua dirigida a él, entonces las tentaciones se alejan, las pasiones se aquietan, Satanás es enviado lejos, las penas no encuentran espacio en nosotros, las aflicciones se marchitan; y todas las realidades adversas ceden el lugar al recuerdo de Dios del cual [gozamos] en precedencia, éstas se van y huyen ante su Señor.  Mientras tanto los ángeles celebran continuamente el misterio de su Señor en la casa en la cual se encuentra el altar del Santo. El recuerdo continuo de Dios es, en efecto, un altar establecido en el corazón por el cual todos los misterios son elevados hacia el Santo del Señor , y donde ninguna realidad contraria que hemos enumerado llega. Éstas se atemorizan ante el fulgor de la luz divina que se inflama en medio de los misterios. Y sucede así, naturalmente, que todos los adversarios son vencidos allí donde Dios es nombrado.

 Si en efecto sucediese que, también cuando nos aplicamos a la [oración], algunas de aquellas realidades salieran todavía a perturbarnos y a mostrar su impudencia siendo ocasión de molestia, [esto sería signo] de que el recuerdo continuo del Señor no lo hemos custodiado como conviene. Y así, con motivo de nuestra falta, éstas han encontrado el modo de asaltarnos. La insidia de los enemigos, en efecto, no puede acercarse a la casa del rey cuando éste está presente.

 La divinidad, sin embargo, habita en el hombre no con la [propia] naturaleza, desde el momento que su naturaleza no es circunscribible, y no puede ser ni circunscripta ni encerrada en un lugar. De ella están llenos el cielo y la tierra y no hay lugar que pueda contenerla . Está en efecto en todo lugar y de cada lugar está lejos: [es lejana] por la incircunscribilidad y la excelencia de su naturaleza, pero [está en cada lugar] por las realidades incomprensibles realizadas para nosotros. Se afirma que Dios habita en un lugar mediante la voluntad y el actuar de su fuerza, como está escrito: Habitaré en ellos y en estos caminaré ; es decir: “Mostraré en ellos la fuerza de mi actuar”. Como también está escrito que [Dios] cubrió el templo de Jerusalén o la tienda erigida por Moisés .


8. Cuando la casa de [Dios] fue edificada y llevada a cumplimiento por Salomón, se afirma que su Shekinah la cubrió y llenó la casa con su magnificencia, y los sacerdotes salieron del Santo, ante la Shekinah del Señor, ya que no podían prestar servicio en cuanto la casa entera estaba llena de la nube de la magnificencia del Señor . Este fue el signo de que Dios se complació de aquella [casa] y la tomó por morada. Así sucede también en el alma, que ha sido edificada mediante lo que es excelente, cuando al momento de la oración siente esta nube que cubre el intelecto en oración.


 Esto sucede de manera invisible, y [el orante] no es capaz de terminar la recitación de su oración. Por esto él se aquieta ante la magnificencia del Señor que a través de la intuición se revela al intelecto y es reducido al silencio en el asombro: ¡esto es entonces el signo que el Señor se ha complacido de él y lo cubre! Lo mismo vio Ezequiel cuando le fue mostrado en revelación la construcción del templo: tan pronto aquella casa que fue construida ante él -que le era mostrada como revelación divina- fue llevada a cumplimiento, ve también la Shekinah  divina que cubre la casa y era llena de ella.


En la visión que veía estaba cómo la obra divina que era impresa en él, por medio de aquella admirable vista que, antes que fuese realizada, le fue dado ver. E, incluso estando él físicamente en Babilonia, veía la revelación en Jerusalén, que estaba alejada alrededor de trecientas parsahe  de camino. Le fue así mostrado a Aquel que entró [en la] casa y la Shekinah de Dios que la cubría. Como [él mismo] dice: Me condujo a la puerta que miraba al oriente ; había en efecto un hombre que le mostraba todas estas cosas por revelación: era un ángel que le hablaba. [Este] dijo: Pon en tu corazón todo lo que yo te muestro, ya que es para mostrártelo que he venido .


 Mediante estos [ejemplos] se nos dan a conocer dos cosas: que todas las revelaciones de los santos les han sido concedidas mediante la mediación de los ángeles y que éstos, [es decir los ángeles], les instruían hasta que uno no se había acercado a la revelación de la visión divina; y lo segundo es que las revelaciones angélicas preceden a la revelación divina y la condición realizada en los [santos] gracias a la acción del Espíritu Santo, como también aquí se nos da a conocer . Por esto [Ezequiel] dice:Me condujo a la puerta que mira al oriente y he aquí la gloria del Dios de Israel que venía del camino del oriente y su voz era como la voz de muchas aguas . También aquella revelación que [Dios] le mostró es según el orden de aquí abajo. Dice en efecto: la tierra ha resplandecido de la gloria; y continúa: yo caí sobre mi rostro y la gloria del Señor entró en la casa . Y también, en otro lugar, dice: el patio interno fue colmado por la nube, la gloria de Dios se elevó por encima de los querubines y la casa fue colmada por la nube . Y también: el patio interno fue colmado por la gloria del Señor ; y otras cosas semejantes, que las Escrituras dan a conocer acerca de cuanto es obrado según el orden de la Shekinah, cuya fuerza cubre el [lugar] reservado al Nombre de la santidad de [Dios] y en la cual su memoria es santificada en todo tiempo. Así [las Escrituras], con el fin de instruir, muestran mediante una visión clara esto que la gloria de [Dios] obra.


 En cuanto a aquellas expresiones [en las cuales se dice que Dios] “mora” y “habita” , no [debe entenderse que esto suceda] con su naturaleza, sino es con su gloria y su obrar que Él habita en el lugar reservado a su santidad. [Es así que], sea [que habite] en un edificio hecho por manos [de hombre] y [en] realidades no dotado de razón, llamadas utensilios de su santuario, sea [que habite] en los templos racionales que son las almas. Son, en efecto, la fuerza y el obrar [de Dios] que santifican y separan de las otras almas a aquella alma en la cual el Señor es santificado por medio del recuerdo de Él. Por tanto, es gracias a la manifestación de una revelación y del conocimiento de los misterios en ésta revelados, y no por medio de la inhabitación de la naturaleza [de Dios en nosotros], que nosotros deseamos este bien y en todo tiempo santificamos nuestros miembros, junto a nuestra alma, en las alabanzas de Dios.


 ¡Nos santificamos por tanto a nosotros mismos con el recuerdo continuo de Él, que nos es posible mediante la oración! Nos volvemos templos santos por medio de la oración, para acoger en nosotros mismos la adorable acción del Espíritu, como dice el Apóstol: Todo es purificado y santificado por medio de la palabra de Dios y de la oración ; en efecto, el recuerdo de Dios, que es custodiado aquí abajo y la invocación del Nombre del Señor santifican [todo] y alejan toda mancha y toda fuerza extraña. . Se ha dicho también: En todo lugar te acordarás de mi Nombre, vendré a ti y te bendeciré . Nosotros nos acordaremos por tanto continuamente de Dios y nuestra boca será bendecida, como dijo hace un tiempo un santo a algunos seglares que estaban sentados: “¡Levantaos y saludad a los solitarios para que seáis bendecidos! Sus bocas, en efecto, son santas, desde el momento en que hablan continuamente con Dios” .


 ¡Ved, por tanto, como es hecha digna de santidad la boca que en todo momento habla con Dios [como] es santificado el corazón en el cual continuamente el Nombre del Señor es bendecido! ¡Bendice continuamente a Dios en tu corazón para ser bendecido y no dejes de bendecirlo! Santifica tu alma y todos tus miembros bendiciéndolo, diciendo: Bendice al Señor, alma mía; y todos mis huesos, su Nombre santo ; y también: Te alabo, mi Señor, mi Rey, etc. . 17. Pronuncia con tu boca su alabanza y no te canses jamás de glorificarlo, y [así] su magnificencia y su gloria llenarán tu alma. Sea exaltado Dios en tu corazón en todo momento y no seas jamás saciado de su magnificencia y de sus bendiciones, y tampoco de aquella gloria que el Profeta ve morar sobre Jerusalén, y [así] tu alma será colmada. Dice [Ezequiel]: La tierra ha resplandecido de su gloria . Y también [alguien ha dicho]: “Acuérdate siempre de Dios y tu inteligencia será un cielo” .
 

Aspiremos por tanto a esta magnificencia, para [ser] templos de Dios, por medio del recuerdo continuo de Él, en las oraciones y las alabanzas, como dice el santo obispo Basilio: “La oración pura es la que realiza en el alma el recuerdo continuo de Dios. Así nosotros seremos templos para Dios, porque él mora en nosotros por medio del recuerdo continuo con el cual nosotros nos acordamos de Él” . De esta gloria celeste son hechos dignos los que son casa de oración ; y el templo en el cual mora la memoria continua del Señor resplandece hasta el punto en que los rayos que por él [emanan] irradian y resplandecen también a lo lejos.
 

 ¡El recuerdo continuo de Dios es el misterio del mundo futuro en el cual nosotros recibimos plenamente aquí abajo la gracia entera del Espíritu y [de tal modo] el recuerdo de Dios no se alejará más de nosotros aquí abajo, porque así nosotros somos su templo en plenitud! Los santos sobre la tierra han deseado ardientemente este misterio de la alegría futura, con aquella avidez persistente, típica de la oración; [han deseado] ser hechos dignos de ella, por medio de la gracia y de la misericordia de Cristo, nuestra esperanza , junto a todos sus santos, por los siglos de los siglos. Amén.

                                 Catecismo Ortodoxo 

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Historia del Bautismo


Los Padres de la Iglesia no han dejado de explotar ciertos valores precristianos y universales del simbolismo acuático, aun tomándose la libertad de enriquecerlos con nuevas significaciones en relación con la existencia histórica de Cristo. Para Tertuliano (De bautismo, III-V), el agua ha sido, antes que nada, "el asiento del Espíritu Santo, que la prefería entonces a los demás elementos... Fue esta primera agua la que dio origen al viviente para que no hubiera motivo de asombro si con el bautismo las aguas siguen produciendo vida... Todas las especies de agua, por efecto de la antigua prerrogativa que las distinguió en el origen, participan, por tanto, en el misterio de nuestra santificación, una vez que se ha invocado a Dios sobre ellas. Al punto de hacerse la invocación, el Espíritu Santo desciende del cielo, se detiene sobre las aguas que santifica con su presencia, y santificadas de este modo se impregnan del poder de santificar a su vez... Las aguas que daban remedio a los males del cuerpo curan ahora el alma; deparaban antaño la salud temporal, restauran ahora la vida eterna..."


El "hombre viejo" muere por inmersión en el agua y da nacimiento a un nuevo ser regenerado. Este simbolismo lo expresa admirablemente Juan Crisóstomo (Homil. in loh., XXV, 2), quien, a propósito de la rnultivalencia simbólica del bautismo, escribe: "Representa la muerte y la sepultura, la vida y la resurrección... Cuando sumergimos nuestra cabeza en el agua como en un sepulcro, el hombre viejo queda inmerso, sepultado por completo, cuando salimos del agua, el hombre nuevo aparece simultáneamente".


Como se ve, las interpretaciones aducidas por Tertuliano y Juan Crisóstomo armonizan perfectamente con la estructura del simbolismo acuático. Sin embargo, intervienen en la valoración cristiana de las Aguas ciertos elementos nuevos ligados a una "historia", en este caso la Historia sagrada. Hay, ante todo, la valoración del bautismo como descenso al abismo de las Aguas para sostener un duelo con el monstruo marino. Este descenso tiene un modelo: el de Cristo en el Jordán, que era al mismo tiempo un descenso a las Aguas de la Muerte. Como escribe Cirilo de Jerusalén, "el dragón Behemoth, según Job, estaba en las Aguas y recibía al Jordán en su garganta. Mas como era preciso romper las cabezas del dragón, Jesús, habiendo descendido a las Aguas, encadenó al fuerte, para que adquiriésemos la facultad de caminar sobre los escorpiones y las serpientes".


Viene a continuación la valoración del bautismo como repetición del Diluvio. Según Justino, Cristo, nuevo Noé, habiendo salido victorioso de las Aguas, se erigió en jefe de una raza. El Diluvio prefigura tanto el descenso a las profundidades marinas como el bautismo. "El Diluvio era, pues, una imagen que el bautismo acaba de realizar... Lo mismo que Noé se enfrentó con el Mar de la Muerte, en el cual la humanidad pecadora fue aniquilada y salió de él, recién bautizado desciende a la piscina bautismal para enfrentarse con el Dragón del mar en un combate supremo y salir victorioso".


Pero, sin salirnos aún del rito bautismal, tambien pone a Cristo en parangón con Adán. El paralelo Adán-Cristo ocupa ya un lugar considerable en la teología de San Pablo. "Por el bautismo -afirma Tertuliano-, el hombre recupera la semejanza con Dios" (De bapt., V). Para Cirilo, "el bautismo no es sólo purificación de los pecados y gracia de la adopción, sino también antitypos de la Pasión de Cristo". La desnudez bautismal, asimismo, comporta una significación ritual y metafísica a la vez: es el abandono del "viejo vestido de corrupción y de pecado del cual el bautizado se despoja, siguiendo a Cristo, ese vestido con que se había revestido Adán después del pecado", pero también significa el retorno a la primitiva inocencia, a la condición de Adán antes de la caída. ¡Oh cosa admirable! -escribe Cirilo-. Estabais desnudos ante los ojos de todos sin sentir vergüenza. Es que en verdad llevabais en vosotros la imagen del primer Adán, que estaba desnudo en el Paraíso sin sentir vergüenza".


Según este puñado de textos, se da uno cuenta del sentido de las innovaciones cristianas: por una parte, los Padres buscaban correspondencias entre los dos Testamentos; por otra, mostraban que Jesús había cumplido realmente las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Pero conviene observar que estas nuevas valoraciones del simbolismo bautismal no contradicen el simbolismo acuático difundido universalmente. Todo reaparece en él: Noé y el Diluvio tienen como correlato, en innumerables tradiciones, el cataclismo que puso fin a la "humanidad" ("sociedad") con la sola excepción de un hombre que habría de convertirse en el Antepasado mítico de una nueva humanidad. Las "Aguas de la Muerte" son un leitmotiv de las mitologías paleo-orientales, asiáticas y de Oceanía. El Agua "mata" por excelencia: disuelve, borra toda forma. Y precisamente por esto es rica en "gérmenes", es creadora. El simbolismo de la desnudez bautismal tampoco es privilegio exclusivo de la tradición judeo-cristiana. La desnudez ritual equivale a la integridad y a la plenitud; el "Paraíso" implica la ausencia de "vestidos", es decir, ausencia de "desgaste" (imagen arquetípica del Tiempo). Toda desnudez ritual implica un modelo intemporal, una imagen paradisíaca.


Los monstruos del abismo reaparecen en multitud de tradiciones: los héroes, los iniciados, descienden al fondo del abismo para enfrentarse con los monstruos marinos; se trata de una prueba típicamente iniciática. Ciertamente, en la historia de las religiones, abundan las variantes: a veces los dragones montan la guardia alrededor de un "tesoro", imagen sensible de lo sagrado, de la realidad absoluta; la victoria ritual (iniciática) contra el monstruo-guardián equivale a la conquista de la Inmortalidad. El bautismo es, para el cristiano, un sacramento por haber sido instituido por Cristo. Pero no por ello deja de recoger el ritual iniciático de la prueba (lucha contra el monstruo), de la muerte y la resurrección simbólicas (el nacimiento del hombre nuevo). No decimos que el cristianismo o el judaísmo hayan tomado en "préstamo" tales mitos o símbolos de las religiones de los pueblos vecinos; no era necesario: el judaísmo era heredero de una prehistoria y de una larga historia religiosa donde todas esas cosas existían ya. Incluso no era necesario que tal o cual símbolo fuera conservado "despierto", en su integridad, por el judaísmo. Bastaba con que sobreviviera un grupo de imágenes, aunque fuera oscuramente, desde los tiempos premosaicos. Tales imágenes y tales símbolos eran capaces de recobrar, en cualquier momento, una poderosa actualidad religiosa.


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Diálogo entre Virgen Madre de Dios y su Hijo, Señor Jesús, que tiene lugar en el camino de la cruz


Venid todos, celebremos a Aquél que fue crucificado por nosotros. María le vio atado en la Cruz: «Bien puedes ser puesto en Cruz y sufrir—le dijo Ella—; pero no por eso eres menos Hijo mío y Dios mío».

Como una oveja que ve a su pequeño arrastrado al matadero, así María le seguía, rota de dolor. Como las otras mujeres, Ella iba llorando: «¿Dónde vas Tú, Hijo mío? ¿Por qué esta marcha tan rápida? ¿Acaso hay en Caná alguna otra boda, para que te apresures a convertir el agua en vino? ¿Te seguiré yo, Niño mío? ¿O es mejor que te espere? Dime una palabra, Tú que eres el Logos; no me dejes así, en silencio, oh Tú, que me has guardado pura, Hijo mío y Dios mío».

«Yo no pensaba, Hijo de mi alma, verte un día como estás: no lo habría creído nunca, aun cuando veía a los impíos tender sus manos hacia Ti. Pero sus niños tienen aún en los labios el clamor: ¡Hosanna!, ¡seas bendito! Las palmas del camino muestran todavía el entusiasmo con que te aclamaban. ¿Por qué, cómo ha sucedido este cambio? Oh, es necesario que yo lo sepa. ¿Cómo puede suceder que claven en una Cruz a mi Hijo y a mi Dios?».

«Oh Tú, Hijo de mis entrañas: vas hacia una muerte injusta, y nadie se compadece de Ti. ¿No te decía Pedro: aunque sea necesario morir nunca te negaré? Él también te ha abandonado. Y Tomás exclamaba: muramos todos contigo. Y los otros, apóstoles y discípulos, los que deben juzgar a las doce tribus, ¿dónde están ahora? No está aquí ninguno; pero Tú, Hijo mío, mueres en soledad por todos. Abandonado. Sin embargo, eres Tú quien les ha salvado; Tú has satisfecho por todos ellos, Hijo mío y Dios mío».

Así es como María, llena de tristeza y anonadada de dolor, gemía y lloraba. Entonces su Hijo, volviéndose hacia Ella, le habló de esta manera: «Madre, ¿por qué lloras? ¿Por qué, como las otras mujeres, estás abrumada? ¿Cómo quieres que salve a Adán, si Yo no sufro, si Yo no muero? ¿Cómo serán llamados de nuevo a la Vida los que están retenidos en los infiernos, si no hago morada en el sepulcro? Por eso estoy crucificado, Tú lo sabes; por esto es por lo que Yo muero».

«¿Por qué, lloras, Madre? Di más bien, en tus lágrimas: es por amor por lo que muere mi Hijo y mi Dios».

«Procura no encontrar amargo este día en el que voy a sufrir: para esto es para lo que Yo, que soy la dulzura misma, he bajado del cielo como el maná; no sobre el Sinaí, sino a tu seno, pues en él me he recogido. Según la profecía de David: esta montaña recogida soy Yo; lo sabe Sión, la ciudad santa. Yo, que siendo el Logos, en ti me hice carne. En esta carne sufro y en esta carne muero. Madre, no llores más; di solamente: si Él sufre, es porque lo ha querido, Hijo mío y Dios mío».

Respondió Ella: «Tú quieres, Hijo mío, secar las lágrimas de mis ojos. Sólo mi Corazón está turbado. No puedes imponer silencio a mis pensamientos. Hijo de mis entrañas, Tú me dices: si Yo no sufro, no hay salvación para Adán… Y, sin embargo, Tú has sanado a tantos sin padecer. Para curar al leproso te fue suficiente querer sin sufrir. Tú sanaste la enfermedad del paralítico, sin el menor esfuerzo. También hiciste ver al ciego con una sola palabra, sin sentir nada por esto, oh la misma Bondad, Hijo mío y Dios mío».

El que conoce todas las cosas, aun antes de que existan, respondió a María: «Tranquilízate, Madre: después de mi salida del sepulcro, tú serás la primera en verme; Yo te enseñaré de qué abismo de tinieblas he sido librado, y cuánto ha costado. Mis amigos lo sabrán: porque Yo llevaré la prueba inscrita en mis manos. Entonces, Madre, contemplarás a Eva vuelta a la Vida, y exclamarás con júbilo: Son mis padres!, y Tú les has salvado, Hijo mío y Dios mío».


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