Saturday, December 13, 2014

Yo quería una cosa, pero Dios tenía Su plan ( Padre Paisios del Monte Athos )



Yo quería una cosa, pero Dios tenía Su plan. Pensé entonces que la voluntad de Dios era que yo hiciera renacer el convento en Koniza. Así yo cumplía la promesa que di a la Madre de Dios cuando estuve en la guerra. "Madre de Dios, — pedí yo a Ella entonces — ayúdame hacerme monje y trabajaré tres años y ordenaré Tu convento quemado." Pero, como se aclaró luego, la causa principal que la Santísima Madre de Dios me mandara allí era la necesidad de ayudar a ochenta familias, que se fueron al protestantismo, volver a la Ortodoxia.

Dios a menudo permite que pase algo para el bien de mucha gente. Él nunca hace un sólo bien, sino tres-cuatro juntos. Y no permite nunca que pase algo malo, si de esto no salga mucho bien. Todos los errores y peligros Él usa para provecho nuestro. El bien y el mal están mezclados entre sí. Sería mejor si ellos estarían separados, pero los intereses personales humanos los intermezclan entre ellos. Sin embargo, Dios extrae provecho hasta de este embrollo. Por eso se debe creer que Dios permite que pase sólo aquello de lo cual puede resultar lo bueno, ya que Él ama a Su creación. P. ej. Él puede permitir alguna pequeña tentación para protegernos de una tentación más grande. Una vez un laico estaba en la fiesta parroquial en alguno de los monasterios del Monte Santo. Allí él tomó y quedó borracho. En el camino de vuelta del monasterio él cayó sobre el camino. Nevó y la nieve lo cubrió, pero de la respiración alcohólica en la nieve sobre él se hizo un agujero. Pasaba un hombre. Viendo un agujero en la nieve él dijo con sorpresa: "¿Qué es esto aquí, una surgente?" — y golpeó al agujero con el palo. "¡Oh!" — gritó el ebrio. Así Dios no lo dejó perecer.

Vida y obras de la Beata Xenia


Entre las personas que verdaderamente eran beatas y que se hacían pasar por necias, por amor a Cristo (para prosperar en humildad y no caer en orgullo), que han pasado un camino de autoeducación y que se dedicaron totalmente al servicio de Dios, sin lugar a dudas, a ellas también le pertenece la muy conocida y honrada por todos asceta Xenia G. Petrova del siglo XVIII, que descansa en San Petersburgo en el Cementerio de Smolensk.Lamentablemente, para las personas que honran a la Sierva de Dios Santa Xenia, no se conservó en el registro de la memoria de las personas datos sobre quien era ella, que procedencia tenia, quienes fueron sus padres, donde estudió y cual fue su formación educativa. Solo se puede suponer que Xenia, no era de procedencia humilde, pues estaba casada con Andrés G. Petrov que era una persona de rango militar, tenia el grado de coronel, y era cantor del palacio. Pero sí, la memoria de las personas guarda el recuerdo de que ella no tenia costumbres ni intereses comunes o terrenales. En efecto, no son pocas las personas que existen en el mundo, tampoco son pocas las personas que existieron en San Petersburgo, ¡es imposible poder acordarse de todas ellas! Hay entre las personas muchas y excelentes, que por sus talentos y/o servicios a la patria o a la Iglesia, fueron reconocidas durante su vida y con posterioridad a su muerte, pero no son muchas las que quedan en el registro de la memoria de las personas. Como todo lo humano, hasta las personas más reconocidas poco a poco desaparecen del recuerdo de la humanidad, quedando con el transcurso del tiempo muchas de ellas en el olvido. Solo en la memoria de la Historia quedan registradas algunas pocas personalidades muy notorias por sus servicios.

Pero Xenia G. Petrova, habiendo sido la señora de un coronel, no se distinguió en nada entre el círculo de sus amistades, ni tampoco realizó servicios especiales frente a la patria o para la Iglesia, y por ello no se conservó en la memoria nada sobre sus primeros años de vida. En cambio la memoria de las personas conserva muy bien el recuerdo de que Xenia G. era una persona "necia por Cristo," devota y beata. También recuerdan nítidamente el motivo por el cual ella abandonó todo lo mundano, todos los placeres, ataduras y satisfacciones terrenales. Ese motivo fue la totalmente inesperada muerte de su amado, fornido y floreciente esposo Andrés Petrov. Este golpe inesperado repercutió tanto en Xenia, joven viuda, sin hijos de 26 años de edad, que inmediatamente, es como si se hubiese olvidado de todo lo terrenal, de todo lo humano, de todas las alegrías y satisfacciones mundanas; muchos pensaron que había perdido el juicio, la razón... Esa opinión la tenían, además, sus parientes y amigos, sobre todo, después de que ella, tomó la decisión de repartir todo su patrimonio a los pobres, inclusive su casa la regaló a su muy amiga Paraskeva Antonova. Los familiares de Xenia, pidieron a los superiores de su difunto esposo que no le permitan repartir sus bienes, dado su estado de locura. Los superiores de su cónyuge la llamaron, pero después de mantener una conversación se convencieron de que ella estaba totalmente sana, por lo cual ella podía tomar la decisión que quisiese respecto a su propiedad.

Las personas carnales, mundanas, pensaban así sobre Xenia, la servidora de Dios. Porque ellas, no comprendían el gran cambio que se realizaba en su alma después de la muerte de su cónyuge. El cambio era radical, de una persona mundana se transformó en una persona espiritual. Efectivamente la muerte de su querido esposo, en quien estaba depositada la finalidad y el interés de toda su vida, le demostraron a Xenia lo efímero, lo vano y lo revuelto de la suerte terrenal. Ella inmediatamente comprendió, que en la tierra no puede haber una felicidad verdadera, que todo lo terrenal actúa como estorbo, obstaculizando el logro de la verdadera felicidad en el cielo, con Dios. Es por ello que Xenia, la servidora de Dios, inmediatamente después de la muerte de su marido, decidió liberarse de todo lo terrenal y de todas las ataduras mundanas. Su patrimonio lo repartió entre los pobres, la casa se la regaló a Paraskeva Antonova, quedándose decididamente sin nada, para que nada la perturbe para conseguir la completa felicidad en el cielo con Dios

Para el logro de esta felicidad ella tomó un camino muy difícil y pesado, como el de hacerse pasar por "necia en Cristo." Después de vestirse con las ropas de su marido, y trató de convencer a todos de que Andrey Feodorovich, su esposo no falleció, que la que falleció era su esposa Xenia, nunca más tampoco respondía si la llamaban Xenia, pero si lo hacia con gusto, cuando la llamaban por el nombre de Andrey Feodorovich. Xenia, no tenia un domicilio determinado. Por lo general ella deambulaba por parte de San Petersburgo, y también en los alrededores de la Iglesia del Apóstol San Mateo, en donde vivía gente poco rica en viviendas de madera.

El extraño traje de la pobre y apenas calzada mujer, que no tenía donde apoyar su cabeza, el sentido alegórico de sus conversaciones, su completa humildad y mansedumbre — daban muchas veces la ocasión de que las personas malignas y los pilletes callejeros se rieran y se burlasen de la beata. Pero delante de la Beata siempre estaba la imagen del gran Sufriente — Jesucristo, que llevaba sin quejas, las humillaciones, el ultraje, la crucifixión, y la muerte. Este es el motivo por el cual la Beata soportaba todo tipo de burlas sin lamentos. Solamente una vez, cuando ella ya era considerada como taumaturga, los lugareños de San Petersburgo, la vieron muy enojada. Los galopines callejeros al ver a la Beata, comenzaron como de costumbre a burlarse, pero ella al igual que otras veces soportaba esto resignadamente. Pero los sinvergüenzas no se limitaron solo a las burlas. Viendo el desamparo y la resignación de la Beata, comenzaron a tirarle barro y piedras... Por lo visto la Beata, no tuvo más paciencia, como torbellino arremetió contra los pilluelos, amenazándolos con su palo, el cual siempre llevaba consigo. Los lugareños de esta parte San Petersburgo, al ver a la santa tan enojada se espantaron con la horrible conducta de los muchachos e inmediatamente tomaron todas las medidas para que nadie más ofenda a la Beata.

De a poco se acostumbraron a las rarezas de Xenia y se dieron cuenta de que ella no era una simple pobre mendiga, sino que era — una persona singular. Por ello muchos comenzaron a tenerle compasión y trataban de ayudarle con algo. Esta misericordia, comenzó a mostrarse después que la ropa de su marido se fue deshaciendo, ella, empezó a usar unos harapos, y a calzar con zapatos rotos sus pies lastimados por el frío. Muchos al ver que ella apenas se cubría, y que permanecía tiritando, o que estaba mojada, comenzaron a darle ropa abrigada, calzado, limosna, pero Xenia, no aceptaba ponerse vestimenta abrigada, y toda su vida permaneció en harapos con una pollera verde y una blusa roja o al revés, con una pollera roja y una blusa verde.

Limosna tampoco recibía, solo tomaba de la gente buena unas monedas, e inmediatamente se las entregaba a personas indigentes como ella. Diariamente Xenia iba caminando errante por las sucias y sin pavimento calles de San Petersburgo y rara vez entraba en la casa de sus conocidos, comía, conversaba y luego seguía su camino. Por mucho tiempo no se supo el lugar dónde ella pasaba sus noches. No solo comenzaron a interesarse los lugareños de San Petersburgo, sino que también lo hizo la policía ya que les parecía eso algo muy extraño. Decidieron entonces averiguar el lugar donde la extraña mujer pasaba sus noches y que es lo que ella hacia.

Tanto los ciudadanos de San Petersburgo, como la policía supieron satisfacer su curiosidad, y con ello quedaron tranquilos. Resultó que Xenia, sin prestarle atención al tiempo ni a las inclemencias climáticas, se iba de noche al campo, en la cual se quedaba de rodillas hasta la madrugada hasta que salía el sol, alternando con inclinaciones de rodillas y con la cabeza hasta el suelo, haciéndolo hacia los cuatro puntos cardinales en forma alternada.

En otro momento, los obreros, que trabajaban en la construcción de la nueva Iglesia de piedra en el cementerio de Smolensk, se dieron cuenta de que alguien de noche, en horas en las cuales ellos no se encontraban, llevaba grandes montañas de ladrillos arriba de la construcción de la iglesia, los trabajadores se asombraban mucho de ello, durante mucho tiempo no comprendían, como aparecían los ladrillos arriba de la Iglesia en construcción. Por fin decidieron investigar, quien podría ser ese benefactor, trabajador incansable que todas las noches les alcanzaba los ladrillos. Resulta que ese incansable trabajador era la Beata Xenia, servidora de Dios.

Puede ser que muchos otros sacrificios realizó la Beata Xenia en este mundo durante su vida terrenal. Lamentablemente, al lado de ella no había nadie que lo testifique. Sin embargo ese camino fue muy largo. Vivió 45 años después de la muerte de su marido. Durante 45 años ella llevó una lucha incansable con el orgullo mundano y con el enemigo de la humanidad — el demonio.

Solo quedó en el conocimiento de Nuestro Señor cual era el lugar en donde la Beata Xenia, descalza y pobremente vestida, le daba descanso y paz a su cuerpo. Nosotros solo podemos asombrarnos, de cómo ella podía soportar, siendo anciana y de poca salud nuestros aguaceros otoñales que calan hasta los huesos, nuestras fuertes nevadas, que congelan a los pájaros en su vuelo, y que muchos de los jóvenes bien abrigados sienten frío. Había que tener un dominio sobrehumano de su organismo, o tener en su interior un fuego espiritual muy grande, una profunda indudable fe, ante la cual lo imposible se hace posible. No podemos considerar los sacrificios de la Beata como irrealizables o imposibles para un hombre en cuerpo, pues si recordamos a otros grandes santos de Dios, ellos también por su gran fe hacían grandes milagros incomprensibles, inalcanzables e imposibles, para el razonamiento del ser humano. La Beata Xenia poseía realmente una fe muy profunda, a través de la cual todo es posible, ya que ella, viviendo con su cuerpo en la tierra, siempre con su alma iba más allá de este mundo terrenal y estaba siempre en relación directa y vivificadora con Dios. Se ve, que esta fe era un don de Dios, El Cual le otorgó a Su Beata, el saber con anterioridad sobre determinados acontecimientos que no pueden predecirse ni imaginarse a través de la mente humana.

Friday, December 12, 2014

Sacramento de la Extremaunción O de Oleos


 

La extremaunción es un sacramento. Donde, con la unción del enfermo con óleo consagrado, se convoca la gracia de Dios sobre el enfermo para curarlo de las enfermedades corporales y espirituales.

El sacramento de la extremaunción generalmente se administra con la presencia de varios presbíteros, pero debido a ciertas urgencias puede administrarlo un presbítero solo.

Este sacramento tiene su origen al dar Nuestro señor Jesucristo a los apóstoles el poder de curar enfermedades y debilidades, ellos "ungían con óleo a muchos enfermos y los curaban" (Marcos 6:13).

 

Sobre todo habla con mucho detalle, sobre este sacramento, el apóstol Santiago: "¿Enferma alguien entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia para que oren por él, al tiempo que lo ungen con óleo en el nombre del Señor. Y la oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor le curará; y si ha cometido pecado, le será perdonado" (Santiago 5:14-15).

Los santos apóstoles no predicaban nada propio, pero enseñaban únicamente, lo que les predicó el Señor e inspiró el Espíritu Santo. El apóstol Pablo dice: "Pues os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no procede del hombre; pues ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo" (Galátas 1:11-12).

Sacramento del Sacerdocio



El sacerdocio es un sacramento, en el cual, un hombre elegido correctamente (como obispo, o sacerdote, o diácono), a través de la imposición de las manos por un obispo, recibe la gracia del Espíritu Santo para ejercer el sacro servicio en la Iglesia de Cristo.

Este sacramento se administra únicamente sobre individuos, elegidos y consagrados en el sacerdocio. Los niveles del sacerdocio son tres: diácono, presbítero (sacerdote) y obispo.

Consagrado el diácono recibe la gracia de servir ante la administración de los sacramentos.

Consagrado el sacerdote (presbítero) recibe la gracia para administrar los sacramentos.

Consagrado el obispo recibe la gracia, no solo, para administrar los sacramentos, sino para consagrar a los demás para administrar los sacramentos.

 

El sacramento del sacerdocio es una institución divina. El santo apóstol Pablo testifica que el Mismo Señor Jesucristo "otorgó a unos ser apóstoles, a otros en cambio, profetas, a otros, evangelistas, a otros,pastores y doctores, para la instrucción de los santos en orden a su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Efesios 4:11-12).

Los apóstoles, por exhortación del Espíritu Santo, administrando este sacramento, a través de la imposición de las manos, elevaban a diáconos, presbíteros y obispos.

 

Sobre los primeros diáconos elegidos e impuestas las manos se habla en el libro de los Hechos de los Apóstoles: "A los cuales presentaron ante los Apóstoles, y estos, mientras oraban, les impusieron las manos" (Hechos 6:6).

Sobre la imposición de las manos se dice: "Ordenaron presbíteros en cada una de las Iglesias, y ellos (apóstoles Pablo y Bernabé) después de haber orado y ayunado los encomendaron al Señor, en Quién habían creído" (Hechos 14:23).

En las epístolas a Timoteo y Tito, a quienes el apóstol Pablo ordenó como obispos, se dice: "Por este motivo te recuerdo (al obispo Timoteo) que reavives la gracia de Dios que está en ti por imposición de mis manos" (2 Timoteo 1:6). "La causa por la que te dejé (al obispo Tito) en Creta es para que arregles lo que falta y establezcas presbíteros en cada ciudad, conforme te ordené" (Tito 1:5). Dirigiéndose a Timoteo, el apóstol Pablo dice: "No impongas las manos a nadie con precipitación; ni te hagas cómplice de pecados ajenos. Consérvate puro" (1 Timoteo 5:22). "Contra un presbítero no admitas acusación, si no está respaldada por dos o tres testigos" (1 Timoteo 5:19).

De estas epístolas vemos, que los apóstoles legaron a los obispos el poder de ordenar presbíteros a través de la imposición de las manos y juzgar a presbíteros, diáconos y clérigos.

Acerca de los clérigos el apóstol Pablo, en su epístola al obispo Timoteo, escribe: "Por eso es preciso que el obispo sea irreprensible..... los diáconos deben ser decentes... (1 Timoteo, 3:2-8).

Sacramento del Matrimonio


 

El matrimonio es un sacramento en el cual libremente (ante el sacerdote y la Iglesia) los esposos se prometen mutua fidelidad, se bendice este unión como símbolo de la unión espiritual de Cristo con la Iglesia, y se solicita y se recibe la gracia de Dios para la mutua ayuda, unanimidad y para la bendición del nacimiento y cristiana crianza de los hijos.

El matrimonio fue establecido por Dios aun en el Paraíso. Con la creación de Adán y Eva, "los bendijo Dios y les dijo: multiplicaos y propagaos, y poblad la tierra y poseedla" (Génesis 1:28).

 

Jesucristo santificó el matrimonio con Su presencia en las Bodas de Cana y ratificó su divina consolidación diciendo:" al principio el Creador los hizo varón y mujer (Génesis 1:27). Y que dijo: Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne (Génesis 2:24). De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre (Mateo 19:4-6).

El santo apóstol Pablo dice: "Por esto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Gran Misterio es este, pero yo lo digo referido a Cristo y a la Iglesia" (Efesios 5:31-32).

 

La unión de Jesucristo con la Iglesia se basa en el amor de Cristo hacia la Iglesia, y la total devoción de la Iglesia a la voluntad de Cristo. A partir de esto el marido tiene la obligación de amar desinteresadamente a su mujer, y la mujer está obligada voluntariamente, es decir con amor, a obedecer al marido.

"Maridos," dice el apóstol Pablo, "amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella... amar a sus esposas como a su propio cuerpo (Efesios 5:25-28). Las mujeres sométanse a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es la cabeza de la Iglesia, y él es el Salvador de su cuerpo" (Efesios 5:22-23).

Por ello los esposos (marido y mujer) tienen la obligación de guardar, durante toda su vida, mutuo amor y respeto, mutua devoción y fidelidad.

Una vida familiar buena y cristiana es la fuente de la felicidad propia y de la sociedad. La familia es el origen de la Iglesia de Cristo.

El sacramento del Matrimonio no es obligatorio para todos, pero los individuos, que voluntariamente quedan solteros, están obligados a llevar una vida pura, casta y activa, la cual de acuerdo a la enseñanza de la Palabra de Dios, es mas elevada que la matrimonial, y es uno de los mas elevados actos cristianos (Mateo 19:11-12; 1 Corintios 7:8-9, 26-34, 37, 40).

Sacramento de la Eucaristía, O Comunión



La Eucaristía es un sacramento, en el cual el creyente (el cristiano ortodoxo), bajo la forma de pan y vino, toma (prueba) el propio Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y a través de este sacramento se une con Cristo y comulga con la vida eterna.

El sacramento de la Santa Eucaristía lo instituyó el Mismo Señor Jesucristo durante la Ultima Cena, en vísperas de Sus sufrimientos y muerte. El Mismo realizó este sacramento: "tomó pan, y dio gracias (a Dios Padre por todas sus bondades hacia el género humano), lo partió y lo sirvió a sus discípulos diciendo: Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía. Del mismo modo, tomando el cáliz y dando gracias se los sirvió, diciendo: Este cáliz es la Nueva Alianza en Mi Sangre, que es derramada por vosotros y por muchos y por el abandono de los pecados. Haced esto en memoria mía" (Mateo 26:26-28; Marcos, 14:22-24; Lucas 22:19-24; 1 Corintios 11:23-25).

 

De este modo Jesucristo, estableciendo el sacramento de la Eucaristía, ordenó a sus discípulos realizarlo siempre: "Esto hacedlo en mi memoria."

En sus reuniones con la gente Jesucristo dijo: "Os lo aseguro, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis Su sangre, no tendréis vida en vosotros. Quién come Mi carne y bebe Mi sangretiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque Mi carne es verdadera comida y Mi sangre verdadera bebida. Quién come Mi carne y bebe Mi sangre permanece en Mí y Yo en él" (Juan 6:53-56).

De acuerdo al mandamiento de Cristo, el sacramento de la Eucaristía se realiza constantemente en la Iglesia de Cristo y se realizará hasta el fin de los siglos en el oficio religioso, denominado Liturgia, durante el cual el pan y el vino, con la fuerza y la acción del espíritu Santo, se transforma, o se transubstancia en el Verdadero Cuerpo y Verdadera Sangre de Cristo.

 

Para la comunión se utiliza un único pan, puesto que todos los creyentes en Cristo, forman Su único cuerpo, cuya cabeza es el Mismo Cristo. "Puesto que el pan es uno, muchos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos de un único pan" (1 Corintios 10:17).

Los primeros cristianos comulgaban cada domingo, pero ahora no todos tienen una vida tan pura, para poder comulgar tan asiduamente. Sin embargo, la Santa Iglesia indica que se debe tomar la comunión cada cuaresma y nunca menos de una vez por año.

Para su preparación a la comunión los cristianos deben prepararse con la abstinencia, la oración, reconciliarse con el prójimo y luego con la confesión, es decir con la limpieza de su conciencia con el Sacramento de la Contrición.

La palabra eucaristía proviene del griego y significa "agradecimiento."

Sacramento de la Penitencia


 

La penitencia es el sacramento en el cual el fiel confiesa (oralmente) sus pecados a Dios en presencia del sacerdote y recibe a través del mismo el perdón de los pecados del Mismo Señor Jesucristo.

Jesucristo dio a los santos apóstoles y a través de ellos a todos los sacerdotes el poder de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les son perdonados, a quienes se los retengáis, les serán retenidos" (Juan 20:22-23).

Aún San Juan el Bautista, preparando a la gente para recibir al Salvador, predicaba: "un bautismo de penitencia para perdón de los pecados. Y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados" (Marcos 1:4-5).

 

Los santos apóstoles, recibiendo para ello el poder del Señor, administraban el sacramento de la penitencia: "Muchos de los que habían creído venían a confesar y manifestar sus prácticas" (Hechos 19:18).

Para recibir el perdón de los pecados, de los que se confiesan se requiere: reconciliarse con el prójimo, verdadera angustia por haber pecado y confesión oral de ellos, firme propósito de corregir su vida, fe en Jesucristo y esperanza en Su misericordia.

En casos especiales sobre los penitentes se impone la "epitimia" (palabra griega: prohibición), que consiste de obras piadosas y ciertas privaciones, orientadas a alejar costumbres pecaminosas.