No
hace muchos años, la abadesa de un convento de la Iglesia Ortodoxa Rusa, una
mujer de vida recta, estaba dando un sermón en la iglesia del convento, en la
fiesta de la Dormición de la Santísima Madre de Dios. Con lágrimas le suplicaba
a sus Monjas y los peregrinos que habían ido a la fiesta de aceptar
completamente y de todo corazón lo que la Iglesia nos había legado, soportando
tantos sufrimientos para preservar esta tradición sagrada durante todos estos
siglos, y no eligiendo para sí mismo lo que es “Importante”
y
lo que es “Prescindible”; por
creerse más sabio que la tradición, uno puede terminar por perder la tradición.
Por lo tanto, cuando la Iglesia nos dice a través de sus himnos e iconos que
los apóstoles se reunieron milagrosamente desde los confines de la tierra con
el fin de estar presente en el reposo y el entierro de la Madre de Dios,
nosotros, como cristianos ortodoxos, no somos libres de negarlo o
reinterpretarlo, sino que debemos creer lo que la Iglesia nos ha legado, con
sencillez de corazón.
Un
joven converso occidental, que había aprendido ruso, estaba cuando se pronunció
este sermón. Él mismo había pensado en este mismo tema después de haber visto
iconos en el estilo iconográfico tradicional que representan a los Apóstoles
mientras son transportados en las nubes para contemplar la Dormición de la
Madre de Dios; * y se hizo a sí mismo la pregunta: ¿debemos entender realmente
esto “literalmente”, como un acontecimiento milagroso, o es sólo una manera “poética”
de expresar la llegada de todos los Apóstoles para este evento … o tal vez
incluso una representación imaginativa o “ideal” de un evento que nunca ocurrió
en realidad? (Tales son, de hecho, algunas de las preguntas con las que “los
Teólogos Ortodoxos” se ocupan en nuestros días). Y por tanto,
las palabras de la recta abadesa le golpeaban el corazón, y comprendió que
había algo más profundo a la recepción y comprensión de la Ortodoxia de lo que
nos dicen nuestra propia mente y nuestros propios sentimientos. En ese
instante, la tradición le estaba siendo transmitida a él, no desde los libros,
sino desde el recipiente vivo que lo contenía; y que fue recibido, no sólo con
la mente o los sentimientos, sino con todo el corazón, que de esta manera
comenzaba a recibir su formación más profunda en la Ortodoxia.
Más
tarde este joven converso encontró, en persona o a través de la lectura, muchas
personas que habían recibido formación en teología ortodoxa. Eran los
“teólogos” de nuestros días, los que habían estado en escuelas ortodoxas y
se habían convertido “expertos” teólogos. Por lo general estaban muy
ansiosos de hablar sobre lo que era y no era Ortodoxo, lo que era importante y
lo que era secundario en la Ortodoxia misma; y varios de ellos se enorgullecían
de ser “conservadores” o “tradicionalistas” en la fe. Pero en ninguno de ellos
se sentía la autoridad de la sencilla abadesa que le había hablado a su
corazón, indocta como lo era en esa “teología”.
Y
el corazón de este converso, todavía dando sus primeros pasos en la Ortodoxia,
deseaba saber cómo creer, que quiere decir también a quién creer.
Él era una persona demasiado de su tiempo y de su propia educación para poder
simplemente negar su propia capacidad de razonar y creer ciegamente todo lo que
se le decía; y es muy evidente que la Ortodoxia no pide en absoluto esto. Los
mismos escritos de los Santos Padres son un memorial vivo del funcionamiento de
la razón humana iluminada por la gracia de Dios. Pero también era evidente que
había algo muy carente en los “teólogos” de nuestros días, que a pesar de su
lógica y de su conocimiento de los textos patrísticos, no transmiten la
sensación o sabor de la Ortodoxia, así como una simple en ignorante
teológicamente abadesa.
Nuestro
converso encontró el final de su búsqueda; la búsqueda del contacto con la
verdadera tradición viviente de la Ortodoxia en el Arzobispo
San Juan Maximovic. Pues aquí se encontró que aprendió
teología en la “vieja” escuela y al mismo tiempo era muy consciente de todas
las críticas teológicas que habían sido hechas por los críticos teológicos de
nuestro siglo, y que fue capaz de usar su aguda inteligencia para encontrar la
verdad allí donde había un conflicto. Pero él también tenía algo que ninguno de
los “teólogos” sabios de nuestro tiempo parecen poseer: la misma sencillez y
autoridad que la piadosa abadesa había transmitido al corazón del joven
buscador de Dios. Su corazón y su mente estaban ganados: no porque el Arzobispo
San Juan Maximovic se convirtió para él en un “experto
infalible”, pues la Iglesia de Cristo no reconoce nada
parecido, sino porque vio en este santo archipastor un modelo de Ortodoxia, un
verdadero teólogo cuya teología procedía de una vida santa y del total arraigo
a la tradición Ortodoxa. Cuando hablaba, podías confiar completamente en sus
palabras, aunque él distinguía cuidadosamente entre la enseñanza de la Iglesia,
que es verdadera, y su propia opinión personal, en la que podría errar, y en
consecuencia no obligaba a nadie en esta última. Y nuestro joven converso
descubrió que, a pesar de la agudeza intelectual del Arzobispo Juan y su
capacidad crítica, sus palabras estaban mucho más a menudo de acuerdo con las
de la sencilla Abadesa que con las de los sabios teólogos de nuestro tiempo.
Los
escritos teológicos del Arzobispo Juan no pertenecen a ninguna distintiva
“escuela”, y no revelan la extraordinaria “influencia” de ningún teólogo del
pasado reciente. Es cierto que el Arzobispo Juan fue inspirado a teologizar,
así como para hacerse monje y entrar en el servicio de la Iglesia, por su gran
maestro, el Metropolita Antony Khrapovitsky; y
también es cierto que el estudiante hizo suyo el énfasis del maestro en el
“retorno a los Padres” y en una teología más estrechamente ligada a la vida
espiritual y moral, que académica. Pero los escritos teológicos del
Metropolitan Antony son muy diferentes en el tono, la intención y el contenido:
estaba muy involucrado con el mundo teológico académico y con la
intelectualidad de su tiempo, y muchos de sus escritos se dedicaban a
argumentos y disculpas que serían comprensibles a estos elementos de la
sociedad que él conoció. Los escritos del arzobispo Juan, por su parte, son
bastante carentes de este aspecto apologético y disputable. No discutió,
simplemente presentó la enseñanza Ortodoxa; y cuando era necesario refutar
falsas doctrinas, como era el caso de dos largos artículos sobre la sofiología
de Bulgakov, sus palabras eran convincentes, no por la virtud de la
argumentación lógica, sino por el poder de su presentación de la enseñanza
patrística en sus textos originales. Él no habló al mundo académico o erudito,
sino a la conciencia ortodoxa incorrupta; y no habló de un “retorno a los
Padres”, porque lo que él mismo escribió era simplemente un pronunciamiento de
la tradición patrística, sin ningún intento de pedir disculpas por ello.
Las
fuentes de la teología del Arzobispo San Juan
Maximovic son muy simples: la Sagrada
Escritura, los Santos Padres (especialmente
los grandes Padres de los siglos cuarto y quinto),
y muy particularmente de los servicios divinos de la Iglesia Ortodoxa. La
última fuente, raramente utilizada en tal medida por los teólogos de los
últimos siglos, nos da una pista sobre el enfoque práctico y no-académico del
arzobispo Juan a la teología. Es obvio que estaba inmerso totalmente en los servicios
divinos de la Iglesia y que su inspiración teológica vino principalmente de
esta fuente patrística primaria que absorbió, no en las horas de su tiempo
libre apartado para hacer teología, sino en su práctica diaria de estar
presente en cada servicio divino. Prestaba especial atención en la teología
como parte integral de la vida diaria, y sin duda alguna, esto aportó mucho más
que sus estudios teológicos formales con los cuales llegó a ser teólogo.
Es
comprensible, pues, que uno no pueda encontrar en el arzobispo Juan ningún tipo
de “sistema” teológico. Para estar seguros, no protestó contra las grandes
obras de la “teología sistemática” que el siglo XIX produjo en Rusia, y las uso
en su trabajo misionero de los catecismos sistemáticos de este período (como,
en general, los grandes jerarcas de los siglos XIX y XX hicieron, tanto en
Grecia como en Rusia, viendo en estos catecismos una excelente ayuda para el
trabajo de iluminación Ortodoxa entre la gente); respecto a esto, estaba por
encima de las modas y los partidos de teólogos y estudiantes, tanto en el
pasado como en el presente, que están demasiado apegados a la forma particular
en que se presenta la teología Ortodoxa. Mostró el mismo respeto por el
Metropolita Antonio Khrapovitsky con su énfasis “antioccidental”, y por
Metropolita Pedro Mogila con su supuestamente excesiva “influencia occidental”.
Cuando los defectos de uno u otro de estos grandes jerarcas y defensores de la
ortodoxia se le presentaron, hizo un gesto de desaprobación con la mano y dijo:
“sin importancia” porque siempre tenía a la vista en primer lugar la gran
tradición patrística que estos teólogos estaban entregando exitosamente a pesar
de sus defectos. En este sentido, tiene mucho que enseñar a los teólogos
jóvenes de nuestros días, que se acercan a la teología ortodoxa en un espíritu
que a menudo es a la vez demasiado teórico y demasiado polémico y partidista.
Para
el arzobispo Juan las “categorías” teológicas de incluso el más
sabio de los estudiosos de la teología también eran “poco importante”
o más bien, eran importantes sólo en la medida en que comunicaban un
significado real y de ninguna manera merecían ser una cuestión de aprender de
memoria. Un incidente durante sus años en Shanghai revela vivamente la libertad
de su espíritu teológico: Una vez, cuando asistía a los exámenes orales de la
clase de catecismo principal de la escuela de su catedral, interrumpió la
perfectamente correcta exposición de un alumno de la lista de los Profetas
Menores del Antiguo Testamento con la brusca y tajante afirmación: “¡No hay
profetas menores!” El profesor-sacerdote de esta clase quedó
incomprensiblemente ofendido de este aparente menosprecio de su autoridad para
enseñar, pero probablemente hoy en día los estudiantes recordarán esta extraña
interrupción de las “categorías” normales del catecismo, y, posiblemente
algunos de ellos entiende el mensaje que el arzobispo Juan trató de transmitir:
con Dios todos los profetas son grandes, son “mayores”, y este hecho es más
importante que todas las categorías de nuestro conocimiento de ellos, aunque de
por sí sean aceptables (todas las categorías de nuestro conocimiento). En sus
escritos teológicos y en sus sermones también, el arzobispo Juan a menudo da un
sorprendente giro a su discurso con el cual nos descubre algún aspecto
inesperado o significado más profundo de la materia que está discutiendo. Es
obvio que para él la teología no es un simple disciplina humana y terrenal cuya
riqueza está agotada por nuestras interpretaciones racionales, o por la cual podemos
llegar “expertos” satisfechos de nosotros mismo, sino más bien algo que apunta
hacia el cielo y que debería llevar nuestras mentes a Dios y a las realidades
celestiales, que no son captadas por los sistemas lógicos de pensamiento.
Un
notable historiador de la Iglesia Rusa, N. Talberg, sugirió (en la Crónica
del obispo Sawa, cap. 23) que al arzobispo Juan ha de entendersele en primer
lugar como “un loco en Cristo, que se mantuvo como tal incluso en su rango
episcopal,” y en este sentido le compara con San Gregorio el Teólogo, que
tampoco se ajustaba, de forma similar al Arzobispo Juan, con la “imagen”
estándar de un obispo. Esta “locura” (para los estándares del mundo) es lo que
le da un tono característico a los escritos tanto de San Gregorio como del
arzobispo Juan: un cierto distanciamiento de la opinión pública, lo que “todo
el mundo piensa” y por lo tanto a la no pertenencia a
ningún “partido” o “escuela”; el enfoque a las cuestiones teológicas desde un punto de vista y no académico y con ello la evasión saludable de pequeñas disputas y del espíritu pendenciero; los originales giros inesperados de pensamiento que hacen de sus escritos teológicos sobre todo una fuente de inspiración y de verdadera y profunda comprensión de la revelación de Dios.
ningún “partido” o “escuela”; el enfoque a las cuestiones teológicas desde un punto de vista y no académico y con ello la evasión saludable de pequeñas disputas y del espíritu pendenciero; los originales giros inesperados de pensamiento que hacen de sus escritos teológicos sobre todo una fuente de inspiración y de verdadera y profunda comprensión de la revelación de Dios.
Tal
vez, en lo que más se siente uno impresionado es de la absoluta simplicidad de
los escritos del Arzobispo Juan. Es obvio que él acepta la tradición ortodoxa
de forma directa y enteramente, sin pensamientos “dobles” en cuanto a cómo uno
puede creer en la tradición y seguir siendo un “sofisticado” hombre moderno. Era
consciente de la moderna “crítica”, y si se le pregunta, podía dar razones de
peso para no aceptar la crítica en la mayoría de los puntos. Estudió a fondo la
cuestión de la “influencia occidental” en la ortodoxia en los últimos siglos y
tenía una vista equilibrada de la misma, distinguiendo cuidadosamente entre lo
que debe ser rechazado como ajeno a la ortodoxia, lo que se debe evitar, pero
sin “hacer un problema mayor” de ello, y lo que puede ser aceptado como algo
que conduce a la verdadera vida ortodoxa y a la piedad (punto que es
especialmente revelador de la falta “opiniones preconcebidas” del Arzobispo
Juan Maximovic , y su comprobación mediante la profunda ortodoxia). Pero a
pesar de toda su el conocimiento y el ejercicio del juicio crítico, continuó
creyendo en la tradición ortodoxa de forma simple, justo como nos fue legada
por la Iglesia. La mayoría de los teólogos ortodoxos de nuestro tiempo, incluso
si han escapado de los peores efectos de la mentalidad protestante-reformista,
todavía ven la tradición ortodoxa a través de los espectáculos del ambiente
académico en el que están en casa, pero el arzobispo Juan estaba “en casa”,
ante todo, en los servicios de la iglesia en los que pasó muchas horas cada
día, y por lo tanto el tinte del racionalismo (no necesariamente en el mal
sentido) de incluso el mejor de los teólogos académicos era totalmente ausente
en su pensamiento. En sus escritos no hay “problemas”; por lo general sus
numerosas notas a pie de página son únicamente para informar correctamente sobre
donde encontrar la enseñanza de la Iglesia. Con respecto a esto, el Arzobispo
Juan Maximovic es absolutamente uno con la “Mente de los Padres”, y
aparece en medio de nosotros como uno de ellos, y no como un mero comentarista
de la teología del pasado.
Los escritos teológicos del Arzobispo Juan Maximovic, impresos en varias revistas de la iglesia durante cuatro décadas, aún no se han recogido en un solo libro. Aquellos que actualmente están disponibles el St. Herman of Alaska Brotherhood llenarían un volumen de algo más de 200 páginas. Sus escritos más largos pertenecen en su mayoría a sus primeros años como hieromonje en Yugoslavia, donde ya destacó como sobresaliente entre los teólogos ortodoxos. Especialmente valiosos son sus dos artículos sobre la sofiología de Bulgakov, uno de ellos revela convincentemente, de una manera muy objetiva, la total incompetencia de Bulgakov como erudito patrístico, y el otro es incluso de mayor valor como una exposición clásica de la verdadera doctrina patrística sobre la Divina Sabiduría. Entre sus últimos escritos se debe mencionar su artículo sobre la iconografía ortodoxa (donde, por cierto, se muestra mucho más consciente que su maestro, el Metropolita Antony, en la cuestión sobre la “influencia occidental” en el estilo iconográfico); la serie de sermones titulada “Tres Fiestas evangélicas”, donde se descubre el sentido profundo de algunas de las “menores” fiestas de la iglesia; y el artículo “La Iglesia: Cuerpo de Cristo”. Sus artículos cortos y sermones son también profundamente teológicos. Uno de los sermones comienza con un “Himno a Dios” de San Gregorio el Teólogo y continúa, en el mismo elevado tono Patrístico, como una acusación contra la impiedad de la inspiración contemporánea; otro sermón oral sobre el Viernes de Pasión, en 1936, nos traslada a Cristo yaciente en el sepulcro, en un tono digno del mismo Santo Padre.
Comenzamos esta serie de traducciones con la clásica exposición del Arzobispo Juan sobre la veneración ortodoxa de la Madre de Dios y los principales errores con los que la han atacado. Su capítulo más largo es una refutación clara y llamativa del dogma latino de la “Inmaculada Concepción”.
La
Veneración de la Theotoko Madre de Dios durante su vida terrena
DESDE
tiempos apostólicos y hasta nuestros días todos los que verdaderamente aman a
Cristo veneran a Aquella que le dio a luz, lo levantó y lo protegió en los días
de su juventud. Si Dios el Padre la eligió, Dios el Espíritu Santo descendió
sobre ella, y Dios el Hijo habitó en Ella, sometido a Ella en los días de Su
juventud y se preocupó por Ella cuando pendía en la Cruz ¿no debería todo el
que confiesa la Santísima Trinidad venerarla?
Ya
en los días de la vida terrenal de la Virgen María, los amigos de Cristo, los
Apóstoles, manifiestaron una gran preocupación y devoción por la Madre del
Señor, especialmente el Evangelista Juan el Teólogo, que, cumpliendo la
voluntad de su Divino Hijo, la tomó para sí mismo y se hizo cargo de ella como
una madre desde el momento en que el Señor pronunció para él desde la Cruz las
palabras: He ahí tu madre”.
El
evangelista Lucas pintó una serie de imágenes de ella, algunos junto con el
Niño Pre-eterno, otros sin Él. Cuando las sacó y se las mostró a la Santísima
Virgen, Ella las aprobó y dijo: “La Gracia de Mi Hijo estará con ellos”, y
repitió el himno que una vez cantó en la casa de Elizabeth: “Engrandece mi alma
el Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”.
Sin embargo, la Virgen María durante su vida terrenal
evitó la gloria que le pertenecía como la Madre del Señor.
Prefirió vivir en silencio y prepararse para la partida a la vida eterna. Para
el último día de su vida terrena Ella se encargó de probar que era digna del
Reino de su Hijo, y antes de morir, rezó para que su Hijo liberase su alma de
los espíritus malignos que van al encuentro de las almas de los hombres de
camino al cielo y se esfuerzan por apoderarse de ellas con el fin de llevarlas
con ellos al Hades. El Señor cumplió la oración de su madre y en la hora de su
muerte Él mismo vino del cielo con una multitud de ángeles para recibir su
alma.
Dado
que la Madre de Dios también había rezado para poder despedirse de los
Apóstoles, el Señor reunió en su muerte a todos los Apóstoles, excepto a Tomás,
y fueron llevados por un poder invisible en ese día hasta Jerusalén desde todos
los confines de la tierra habitada, donde estaban predicando, y de esta
manera estuvieron presentes en su bendito traslado a la vida eterna.
Los Apóstoles dieron sepultura a su Cuerpo Purísimo con himnos sagrados, y al tercer día se abrió la tumba con el fin de venerar una vez más los restos de la Madre de Dios junto con al apóstol Tomás, que acababa de llegar a Jerusalén. Pero no encontraron el cuerpo en la tumba y con perplejidad se dieron la vuelta y se volvieron a ir. Más tarde, durante la comida, la misma Madre de Dios se les apareció en el aire, brillando con una luz celestial, y les informó que su Hijo había glorificado su cuerpo también, y que Ella, resucitada, permanecía ante el Trono de su Hijo. Al mismo tiempo, ella prometió estar siempre con ellos, los Apóstoles.
Los Apóstoles dieron sepultura a su Cuerpo Purísimo con himnos sagrados, y al tercer día se abrió la tumba con el fin de venerar una vez más los restos de la Madre de Dios junto con al apóstol Tomás, que acababa de llegar a Jerusalén. Pero no encontraron el cuerpo en la tumba y con perplejidad se dieron la vuelta y se volvieron a ir. Más tarde, durante la comida, la misma Madre de Dios se les apareció en el aire, brillando con una luz celestial, y les informó que su Hijo había glorificado su cuerpo también, y que Ella, resucitada, permanecía ante el Trono de su Hijo. Al mismo tiempo, ella prometió estar siempre con ellos, los Apóstoles.
Los
Apóstoles saludaron a la Madre de Dios con gran alegría y comenzaron a
venerarla, no sólo como a la Madre de su amado Maestro y Señor, sino también
como su ayudante celestial, como protectora de los cristianos e intercesora de
toda la raza humana ante el Justo Juez. Y en todas partes donde el Evangelio de
Cristo fue predicado, su Purísima Madre también comenzó a ser glorificada.
Los
Primeros Enemigos de la Veneración de la Theotoko Madre de Dios.
Cuanto
más se difundía la fe de Cristo y más se glorificaba el Nombre del Salvador del
mundo en la tierra, y junto a él más se le otorgaba también a Ella el ser la Madre
del Dios-Hombre; más se incrementaba hacia ella el odio de los enemigos de
Cristo. María era la Madre de Jesús. Ella manifestó un inaudito ejemplo de
pureza y rectitud, y por otra parte, habiendo partido de esta vida, también fue
un apoyo poderoso para los cristianos, incluso siendo invisible a los ojos
corporales. Por lo tanto, todos los que odiaban a Jesús Cristo y no creían en
Él, que no entendían Su enseñanza, o para ser más precisos, no deseaban
entenderlas como la Iglesia las entiende, que deseaban sustituir las
enseñanzas de Cristo por sus propios razonamientos humanos, todos éstos
transfirieron su odio por Cristo, por el Evangelio y por la Iglesia, a la
Purísima Virgen María. Deseaban menospreciar a la Madre, para que de esta
manera pudiesen destruir también la fe en Su Hijo, creando una falsa imagen de
ella entre los hombres con la finalidad de tener la oportunidad de reconstruir
toda la enseñanza cristiana sobre una base diferente. En el vientre de María,
Dios y el hombre se unieron. Ella fue la que sirvió a modo de escalera por la
que el Hijo de Dios descendió del cielo. Arruinar la veneración a la Madre de
Dios significaría arruinar el cristianismo desde la raíz, para destruirlo desde
sus cimientos.
Desde
el mismo comienzo, Su gloria celestial fue marcada en la tierra por un
estallido de la malicia y el odio hacia Ella por los incrédulos. Cuando,
después de Su santo reposo, los Apóstoles llevaban su cuerpo para ser enterrado
en Getsemaní, al lugar que Ella misma había elegido, Juan el Teólogo iba a la
cabeza llevando la rama del paraíso que el Arcángel Gabriel le había traído a
la Santísima Virgen tres días antes de Su dormición cuando vino del cielo para
anunciarle la proximidad de Su partida a las mansiones celestiales.
“Cuando
Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de entre un pueblo bárbaro”,
cantó
San Pedro del Salmo 113; “Aleluya”, cantó toda la asamblea de los
Apóstoles junto con sus discípulos, como por ejemplo Dionisio el Areopagita,
quien igualmente había sido transportado milagrosamente en ese momento a
Jerusalén. Y mientras se estaba cantando este himno sagrado, que fue llamado
por los judíos el “Gran Aleluya”, es decir, la gran “Alabanza al Señor”, un
sacerdote judío, Athonius (1), saltó hasta el féretro y quiso volcarlo y
tirar al suelo el cuerpo de la Madre de Dios.
El
descaro de Athonius fue castigado de inmediato: el Arcángel Miguel con una
espada invisible cortó sus manos, que quedaron colgando en el féretro. El
atónito Athonius, experimentando un dolor atormentador, consciente de su
pecado, se sumió en la oración a Jesús, a quien había odiado hasta entonces y fue
sanado inmediatamente. No tardó en aceptar el cristianismo y confesarlo ante
sus antiguos correligionarios, por medio de los cuales recibió una muerte como
mártir. Por lo tanto, el intento de ofender el honor de la Madre de Dios sirvió
para su mayor glorificación.
Los
enemigos de Cristo resolvieron no manifestar su falta de veneración por el
cuerpo de la Toda Santa desde ese momento en adelante por medio de cruda
violencia, pero sin embargo no cesó su maldad hacia ella. Al ver que el
cristianismo se estaba extendiendo por todas partes, comenzaron a extenderse
varias viles calumnias sobre los cristianos. Para ello no perdonaron el nombre
de la Madre de Cristo, y se inventaron la historia de que Jesús de Nazaret
venía de un ambiente vulgar e inmoral, y que su madre se había asociado con
cierto soldado romano.
Pero
aquí la mentira era demasiado evidente para que esta ficción pudiera atraer
seria atención. Toda la familia del prometido José, y de María misma, era bien
conocida por los habitantes de Nazaret y toda la campiña de los alrededores en
su tiempo. ¿De
dónde tiene Éste la sabiduría esa y los milagros? ¿No es Éste el hijo del
carpintero? No se llama su madre María, y sus hermanos: Santiago, José, Simón y
Judas? ¿Y sus hermanas, no están todas entre nosotros? (Mateo
13:54-55, Marcos 6:3, Lucas 4:22), dijeron sus compatriotas en Nazaret, cuando
Cristo reveló ante ellos en la sinagoga Su sabiduría de otro mundo. En los
pueblos pequeños los asuntos de familia de todo el mundo son bien conocidos; se
mantenía una vigilancia muy estricta en aquel entonces, sobre todo la pureza de
la vida matrimonial.
¿Realmente
se habría comportado la gente con respeto hacia Jesús y Le habrían llamado a
predicar en la sinagoga, si Él hubiera nacido de una cohabitación ilegítima? A
María se le habría aplicado la ley de Moisés, la cual mandaba que tales
personas fueran apedreadas hasta la muerte; y los fariseos habrían
aprovechado la oportunidad de reprochar numerosas veces a Cristo la conducta de
Su Madre. Pero el caso fue justamente lo contrario. María gozaba de gran
respeto; en Caná la Virgen María fue una invitada de honor en la boda, e
incluso cuando Su Hijo fue condenado, nadie se permitió ridiculizar o censurar
a Su Madre.
(1)Llamado
más comúnmente en Español “Jefonías”. Esta parte procede el Evangelio Apócrifo de
San Juan el Evangelista sobre la dormición de la Madre de Dios.
Los
intentos de los Judíos y herejes por deshonrar la Perpetua virginidad de
María
Los
judíos calumniadores se convencieron pronto de que era casi imposible deshonrar
la Madre de Jesús, y basándose en la información que poseían, era mucho
más fácil de probar que la vida de María era digna de elogio. Por lo tanto,
abandonaron esta calumnia, que ya había sido cogida por los paganos (Orígenes,
Contra Celso, I), y se esforzaron por demostrar al menos que María no era
virgen cuando dio a luz a Cristo. Incluso dijeron que las profecías referentes
al nacimiento del Mesías por medio de una virgen nunca existieron, y que por lo
tanto era totalmente en vano que los cristianos quisieran exaltar a Jesús por
el hecho de que una supuesta profecía se estuviera cumpliendo en Él.
Se
encontraron judíos traductores (Aquila, Símaco, Teodoción) que realizaron
nuevas traducciones del Antiguo Testamento al Griego, y en estas traducciones,
la conocida profecía de Isaías (Is. 7:14) la tradujeron de la
siguiente forma: He aquí que la mujer joven concebirá. Afirmando que la
palabra hebrea Aalma significaba “mujer joven” y no “virgen“,
como se puso en la Sagrada traducción de los Setenta Traductores [Septuaginta], donde este pasaje había sido traducido como
“He
aquí que la virgen concebirá”.
Por
esta nueva traducción querían demostrar que los cristianos, sobre la base de
una traducción incorrecta de la palabra Aalma, pensaron atribuir a María
algo completamente imposible, un nacimiento sin mediar un hombre, mientras que
en realidad el nacimiento de Cristo no había sido en nada diferente al de otros
nacimientos humanos.
Sin
embargo, la maléfica intención de los nuevos traductores se reveló con claridad
porque al comparar varios pasajes de la Biblia se hizo evidente que la palabra
Aalma significaba precisamente “virgen“.
Y, de hecho, no sólo los judíos, sino también los paganos, sobre la base de sus
propias tradiciones y diversas profecías, esperaban que el Redentor del mundo
naciera de una Virgen. Los Evangelios afirmaron claramente que el Señor Jesús
había nacido de una Virgen.
¿Cómo
será eso, pues no conozco varón? preguntó María, que había dado la promesa
de su virginidad, al Arcángel Gabriel, que le había informado del nacimiento de
Cristo.
Y
el ángel respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado
Hijo de Dios (Lucas 1:34-35).
Más
tarde, el ángel se apareció también al justo José, que quería echar a María de
su casa, al ver que Ella había concebido sin entrar en convivencia conyugal con
él. A José, el Arcángel Gabriel le dijo: No temas recibir a María
tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo,
y el ángel le recordó la profecía de Isaías sobre que una virgen concebiría (Mateo
1:18 -25).
La
vara de Aarón que germinó, la roca arrancada del monte sin manos, vista por
Nabucodonosor en un sueño e interpretado por el Profeta Daniel, la puerta
cerrada vista por el Profeta Ezequiel, y muchas otras cosas en el Antiguo
Testamento que prefiguran el nacimiento de la Virgen. Al igual que Adán fue
creado por el Logos de Dios desde la tierra virgen y sin labrar, así también el
Logos de Dios creó carne para sí de un vientre virgen cuando el Hijo de Dios se
convirtió en el nuevo Adán a fin de enmendar la caída en el pecado del Primer
Adán (San
Ireneo de Lyon, libro III).
El
nacimiento sin semilla de Cristo puede y pudo ser negado sólo por aquellos que
niegan el Evangelio, mientras que la Iglesia de Cristo desde el principio
confiesa que Cristo “se encarnó del Espíritu Santo y de la Virgen María”. Sin
embargo, el nacimiento de Dios de la Siempre Virgen fue una obstáculo para los
que querían llamarse a sí mismos cristianos pero no querían humillarse en su
mente y aceptar con celo la pureza de la vida. La vida pura de María fue un
reproche para todos aquellos que eran impuros incluso en sus pensamientos. De
manera que con el fin de mostrarse a sí mismos como cristianos, no se
atrevieron a negar que Cristo nació de una Virgen, pero comenzaron a afirmar
que María permaneció virgen sólo hasta que dio a luz a su hijo primogénito,
y llamó su nombre Jesús…..(Mateo1:25).
“Después del nacimiento de Jesús”, dijo el falso maestro Helvidio en el siglo IV, al igual que otros muchos dijeron antes y después de él, “María entró en la vida conyugal con José y tuvo de él (José) niños, que son llamados en los Evangelios los hermanos y hermanas de Cristo”. Pero la palabra “hasta” no significa que María permaneciera virgen sólo hasta un momento determinado. La palabra “hasta”, así como otras palabras similares, a menudo significan “Eternidad”. En la Sagrada Escritura se dice de Cristo: En sus días florecerá la justicia y abundancia de paz hasta que no haya luna (Sal. 71:7), pero esto no quiere decir que cuando no haya luna en el fin del mundo, cesará la justicia de Dios; más bien, será precisamente entonces cuando la justicia de Dios triunfará. Y ¿qué quiere decir cuando dice: Porque es necesario que Él reine hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies? (I Cor. 15:25). ¡¿Es que el Señor reinará sólo durante el tiempo hasta que Sus enemigos estén bajo sus pies?! Y David, en el cuarto Salmo de la Ascensión dice: Como los ojos de los siervos están fijos en las manos de sus señores; como los ojos de la sierva en las manos de su señora, así nuestros ojos están fijos en el Señor nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros (Sal. 122:2), por lo tanto, el Profeta tendrá sus ojos puestos en el Señor, hasta que obtenga la misericordia, pero después de haberla obtenido, va a dirigirla a la tierra? (San Jerónimo “Sobre la Perpetua Virginidad de Santa María”). El Salvador en el Evangelio dice a los apóstoles (Mateo 28:20): “Y mirad que yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo.” ¿Acaso el Señor, después de que el mundo llegue a su fin, abandonará a sus discípulos, y luego, cuando han de juzgar a las doce tribus de Israel sobre doce tronos, estarán privados de la comunión prometida con el Señor? (Bendito Jerónimo, op. Cit.)
“Después del nacimiento de Jesús”, dijo el falso maestro Helvidio en el siglo IV, al igual que otros muchos dijeron antes y después de él, “María entró en la vida conyugal con José y tuvo de él (José) niños, que son llamados en los Evangelios los hermanos y hermanas de Cristo”. Pero la palabra “hasta” no significa que María permaneciera virgen sólo hasta un momento determinado. La palabra “hasta”, así como otras palabras similares, a menudo significan “Eternidad”. En la Sagrada Escritura se dice de Cristo: En sus días florecerá la justicia y abundancia de paz hasta que no haya luna (Sal. 71:7), pero esto no quiere decir que cuando no haya luna en el fin del mundo, cesará la justicia de Dios; más bien, será precisamente entonces cuando la justicia de Dios triunfará. Y ¿qué quiere decir cuando dice: Porque es necesario que Él reine hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies? (I Cor. 15:25). ¡¿Es que el Señor reinará sólo durante el tiempo hasta que Sus enemigos estén bajo sus pies?! Y David, en el cuarto Salmo de la Ascensión dice: Como los ojos de los siervos están fijos en las manos de sus señores; como los ojos de la sierva en las manos de su señora, así nuestros ojos están fijos en el Señor nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros (Sal. 122:2), por lo tanto, el Profeta tendrá sus ojos puestos en el Señor, hasta que obtenga la misericordia, pero después de haberla obtenido, va a dirigirla a la tierra? (San Jerónimo “Sobre la Perpetua Virginidad de Santa María”). El Salvador en el Evangelio dice a los apóstoles (Mateo 28:20): “Y mirad que yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo.” ¿Acaso el Señor, después de que el mundo llegue a su fin, abandonará a sus discípulos, y luego, cuando han de juzgar a las doce tribus de Israel sobre doce tronos, estarán privados de la comunión prometida con el Señor? (Bendito Jerónimo, op. Cit.)
Asimismo,
es incorrecto pensar que los hermanos y hermanas de Cristo eran los hijos de Su
Santísima Madre. Los nombres de “hermanos” y “hermanas” tienen varios
significados. Estas palabras quieren dar a entender que hay un cierto
parentesco entre las personas o una cercanía espiritual; se utilizan a veces en
un sentido amplio, y otras veces en un sentido más estricto. En cualquier
caso, a la gente se le llama hermanos o hermanas si tienen un padre y una
madre comunes, o si sólo tienen en común un padre o una madre; o incluso si
tienen diferentes padres y madres, si sus padres (habiendo enviudado) han
entrado en un matrimonio (Hermanastros); o
si sus padres están ligados por un cercano grado de parentesco.
En
el Evangelio no se puede ver en ninguna parte que los que son llamados hermanos
de Jesús fueran o se les pudiera considerar como hijos de su Madre. Por el
contrario, se sabía que Santiago y otros fueron los hijos de José, el desposado
con María, que era un viudo con hijos de su primera esposa. (San Epifanio de
Chipre, Panarion, 78.) De igual manera, la hermana de Su madre,
María, mujer de Cleofás, que estuvo con ella al pie de la Cruz del Señor (Juan
19:25), también
tuvo hijos, que a la vista de tal parentesco cercano con pleno derecho podrían
llamarse también hermanos del Señor. Que los llamados hermanos del Señor no
eran los hijos de su madre es claramente evidente por el hecho de que el Señor confió
a Su madre antes de Su muerte a su amado discípulo Juan. ¿Por qué habría de
hacerlo si Ella tuviera otros hijos aparte de Él? Ellos mismos se habrían
ocupado de ella. Los hijos de José, el supuesto padre de Jesús, no se
consideraban obligados a hacerse cargo de alguien que consideran como su
madrastra, o al menos no tenían para Ella tanto amor como los hijos de sangre
tienen por sus padres, y eso es lo que el Juan adoptado tenía por Ella.
Por lo tanto, un cuidadoso estudio de la Sagrada Escritura revela con toda claridad la insustancialidad de las objeciones contra la Siempre Virginidad de María y ponen en evidencia a los que enseñan de manera diferente.
Por lo tanto, un cuidadoso estudio de la Sagrada Escritura revela con toda claridad la insustancialidad de las objeciones contra la Siempre Virginidad de María y ponen en evidencia a los que enseñan de manera diferente.
La
Herejía Nestoriana y el Tercer Concilio Ecuménico
Cuando
todos esos que se habían atrevido a hablar en contra de la santidad y la pureza
de la Santísima Virgen María se silenciaron, entonces se dirigieron sus ataques
en un intento de destruir su veneración como Madre de Dios. En el siglo
quinto, el Arzobispo de Constantinopla, Nestorio, comenzó a predicar que María
había dado a luz sólo al hombre Jesús, en quien la Divinidad había tomado
morada y en quien habitó como en un templo. Al principio Nestorio permitió a su
presbítero Anastasio predicar tal enseñanza y más tarde él mismo comenzó a
enseñar abiertamente en la iglesia que a María no se le debería llamar “Theotokos” (Madre y Deípara de Dios), ya que no había dado a luz al Dios-Hombre.
Consideraba
denigrante para él, el tener que adorar a un niño envuelto en telas y acostado
en un pesebre.
Tales
sermones evocaron, al principio, una perturbación y un malestar general por la
pureza de la fe, sobre todo en Constantinopla, pero más tarde se extendió el
rumor de la nueva enseñanza por todas partes. San Proclo,
el
discípulo de San Juan Crisóstomo, que era entonces obispo de Cícico y más
tarde fue Arzobispo de Constantinopla, dio un sermón en la iglesia, en
presencia de Nestorio, en el que confesó que el Hijo de Dios nació en la carne
de la Virgen, quién en verdad es la Theotokos (Deípara y Madre de
Dios),
pues ya en el seno de la Purísima, en el momento de su concepción, la Divinidad
se unió con el niño concebido del Espíritu Santo; y este Niño, a pesar de que
nació de la Virgen María sólo en Su naturaleza humana, ya nació como verdadero
Dios y verdadero Hombre.
Nestorio se negó obstinadamente a cambiar su doctrina, diciendo que había que distinguir entre Jesús y el Hijo de Dios, que María no debería ser llamada la Theotokos, sino Cristotokos (Deípara de Cristo), ya que el Jesús que nació de María fue sólo el Cristo hombre (que significa Mesías, el ungido), al igual que a los ungidos de Dios de la antigüedad, los profetas, sólo siendo superior en la plenitud de la comunión con Dios. La enseñanza de Nestorio por lo tanto constituía una negación de toda la economía de Dios, porque si de María no nació más que un hombre, entonces no fue Dios quien sufrió por nosotros, sino un hombre.
Nestorio se negó obstinadamente a cambiar su doctrina, diciendo que había que distinguir entre Jesús y el Hijo de Dios, que María no debería ser llamada la Theotokos, sino Cristotokos (Deípara de Cristo), ya que el Jesús que nació de María fue sólo el Cristo hombre (que significa Mesías, el ungido), al igual que a los ungidos de Dios de la antigüedad, los profetas, sólo siendo superior en la plenitud de la comunión con Dios. La enseñanza de Nestorio por lo tanto constituía una negación de toda la economía de Dios, porque si de María no nació más que un hombre, entonces no fue Dios quien sufrió por nosotros, sino un hombre.
San
Cirilo, Arzobispo de Alejandría, al enterarse de la enseñanza de Nestorio y de
los trastornos evocados en la iglesia por dicha enseñanza en Constantinopla,
escribió una carta a Nestorio, en la que trató de persuadirlo para que aceptase
la enseñanza que la Iglesia había confesado desde sus orígenes, y a no
introducir nada nuevo en esta enseñanza. Además, San Cirilo escribió al clero y
al pueblo de Constantinopla animándoles a que fueran firmes en la fe ortodoxa y
a no temer las persecuciones por Nestorio contra los que no estaban de acuerdo
con él. San Cirilo también escribió informando de todo a Roma, al santo
Papa Celestino, quien con todo su rebaño fue entonces firme en la Ortodoxia.
San
Celestino por su parte escribió a Nestorio y le pidió que predicase la fe
Ortodoxa, y no la suya. Pero Nestorio se mantuvo sordo a toda persuasión y respondió
que lo que él predicaba era la fe Ortodoxa, mientras que sus oponentes eran
herejes. San Cirilo escribió de nuevo a Nestorio y le compuso doce anatemas, es
decir, un enunciado en doce párrafos sobre las principales diferencias
con respecto a la enseñanza Ortodoxa de la doctrina predicada por Nestorio,
declarando la excomunión de la Iglesia para todo aquel que rechazase incluso
uno sólo de los párrafos que había compuesto.
Nestorio
rechazó la totalidad del texto compuesto por San Cirilo y escribió su propia
exposición de la doctrina que predicaba, igualmente en doce apartados,
anatemizando (es decir, excomulgando de la Iglesia) a todo aquel que no los
aceptase. El peligro hacia la pureza de la fe fue creciendo todo el tiempo. San
Cirilo escribió una carta a Teodosio el Joven, que estaba reinando por aquel
entonces, a su esposa Eudoquia (Eudoxia) y a la hermana del Emperador,
Pulqueria, rogándoles de que se preocupasen de los asuntos eclesiásticos y que
restringieran la herejía.
Se
decidió entonces convocar un Concilio Ecuménico, en el que los jerarcas,
reunidos de los confines del mundo, debían decidir si la fe predicada por
Nestorio era Ortodoxa. Como lugar para el Concilio, que sería el Tercer
Concilio Ecuménico, eligieron la ciudad de Éfeso, en la cual la Santísima
Virgen María habitó una vez junto al Apóstol Juan el Teólogo. San Cirilo reunió
a sus compañeros obispos de Egipto y junto con ellos viajó por mar a Éfeso.
Desde Antioquía por tierra vino Juan, arzobispo de Antioquía, con los obispos
orientales. El Obispo de Roma, San Celestino, no podía ir y le pidió a San
Cirilo que defendiera la fe Ortodoxa, y además de su mano envió a dos obispos y
al presbítero de la Iglesia Romana Felipe, a quien también le dio instrucciones
precisas en cuanto a qué decir. A Éfeso llegó igualmente Nestorio y los obispos
de la región de Constantinopla, de Palestina, Asia Menor y Chipre.
El
décimo día de las calendas de Julio, según el cómputo romano, es decir, el 22
de junio del año 431, en la Iglesia de Efeso de la Virgen María, los obispos
reunidos, encabezados por el obispo de Alejandría, Cirilo, y el obispo de
Éfeso, Memnon, tomaron sus lugares. En medio de ellos se colocó un Evangelio
como signo de la invisible dirección del Concilio Ecuménico por Cristo mismo. Al
principio, se leyó el Símbolo de Fe, que había sido compuesto por el Primer y
Segundo Concilios Ecuménicos; entonces se leyó ante el Concilio la Proclamación
Imperial que fue traída por los representantes de los emperadores Teodosio y
Valentiniano, Emperadores de Oriente y de las partes Occidentales del
Imperio.
Habiéndose
escuchado la Proclamación Imperial, comenzó la lectura de los documentos, y se
leyeron las Epístolas de Cirilo y Celestino a Nestorio, así como las respuestas
de Nestorio. El Concilio, por boca de sus miembros, reconoció la enseñanza de
Nestorio como impía y la condenó, declarando a Nestorio como privado de su Sede
y del sacerdocio. Se compuso un decreto al respecto, que fue firmado por cerca
de 160 participantes del Concilio; y puesto que algunos de ellos representaban
también a otros obispos que no tuvieron la oportunidad de estar personalmente
en el Concilio, el decreto del Concilio fue en realidad una decisión de más de
200 obispos, que tenían sus sedes en distintas regiones de la Iglesia en ese
tiempo, y testificaron que confesaban la Fe, que desde la antigüedad se había
mantenido en sus localidades.
Así,
el decreto del Concilio fue la voz de la Iglesia Ecuménica, que expresó con
claridad su fe en que Cristo, nacido de la Virgen, es verdadero Dios que se
hizo Hombre; y en tanto que María dio a luz al perfecto Hombre, que fue al
mismo tiempo, perfecto Dios, Ella con razón debe ser reverenciada como THEOTOKOS.
Al
final de la sesión su decreto fue inmediatamente comunicado a la gente que
estaba esperando. El conjunto de Éfeso se alegró cuando se enteró de que la
veneración de la Santísima Virgen había sido defendida, pues era especialmente
venerada en esta ciudad, de la que había sido residente durante su vida
terrenal y patrona después de su partida a la vida eterna. La gente recibió a
los Padres en éxtasis cuando volvieron a sus casas durante la noche después de
la sesión. Les acompañaron a sus hogares con antorchas encendidas, mientras
quemaban incienso en las calles. Por todas partes se oían saludos de felicidad,
glorificaciones a la Siempre Virgen, y las virtudes de los Padres que habían
defendido el nombre de la Theotokos
contra los herejes. El decreto del Concilio se expuso en las calles de Éfeso.
El
Concilio celebró cinco sesiones más los días 10 y 11 de Junio; 16, 17 y 22 de
julio; y el 31 de agosto. En estas sesiones se expusieron, en seis canónes, las
medidas de acción en contra de aquellos que se atrevieran a difundir la
enseñanza de Nestorio y/o cambiar el decreto del Concilio de Éfeso.
En
la queja de los obispos de Chipre contra las pretensiones del obispo de
Antioquía, el Concilio decretó que la Iglesia de Chipre debía preservar su
independencia en el gobierno de la Iglesia, que había poseído desde los
Apóstoles, y que, en general, ninguno de los obispos debería tomar para sí
mismos regiones que previamente habían sido independiente de ellos, “no sea que
con el pretexto del sacerdocio, el orgullo por el poder terrenal nos haga
apropiarnos de ello, y para que no perdamos, arruinando poco a poco, la
libertad que nuestro Señor Jesús Cristo, el libertador de todos los hombres,
nos dio por Su Sangre.”
Asimismo,
el Concilio confirmó la condena de la herejía Pelagiana, que enseñó que el
hombre puede salvarse por sus propias fuerzas, sin la necesidad de contar con
la gracia de Dios. Decidió también ciertos asuntos de gobierno de la iglesia, y
dirigió epístolas a los obispos que no habían asistido al Concilio, anunciando
sus decretos y exhortando a todos a permanecer en guardia por la Fe Ortodoxa y
la paz de la Iglesia. Al mismo tiempo, el Concilio reconoció que la enseñanza
de la Iglesia Ecuménica Ortodoxa había sido plena y lo suficientemente clara
estableciendo el Símbolo Niceno-Constantinopolitano de la Fe, y por eso mismo
no compuso un nuevo Símbolo de la Fe y prohibió en el futuro “el componer otra
Fe”, es decir, componer otros Símbolos de la Fe o realizar cambios en el
Símbolo que había sido confirmado en el Segundo Concilio Ecuménico.
Este
último decreto fue violado varios siglos más tarde por los cristianos de
Occidente cuando, al principio en lugares aislados, y luego a lo largo de toda
la Iglesia romana, se añadió en el Símbolo de Fe que el Espíritu Santo procede
“y del Hijo”, siendo, además, dicha adición aprobada por los papas de Roma
desde el siglo XI, a pesar de que hasta ese momento sus predecesores,
comenzando por San Celestino, se mantuvieron firmes en la decisión del
Concilio de Éfeso, que fue el Tercer Concilio Ecuménico, y lo cumplieron.
Así,
la paz que había sido destruida por Nestorio se instaló una vez más en la
Iglesia. La verdadera Fe se defendió y las falsas enseñanzas se acusaron.
El
Concilio de Éfeso se venera con razón como ecuménico, al mismo nivel que los
Concilios de Nicea y Constantinopla que le precedieron. En él estuvieron
presentes representantes de toda la Iglesia. Sus decisiones fueron aceptadas
por toda la Iglesia “de un extremo a otro de la tierra”. En él también se
confesó la enseñanza que nos había sido legada desde tiempos Apostólicos. El
Concilio no creó una nueva enseñanza, sino que testificó en alta voz la verdad
que algunos habían tratado de sustituir por una invención. Se estableció una
confesión más precisa sobre la Divinidad de Cristo, que nació de la Virgen. La
creencia de la Iglesia y su juicio sobre esta cuestión se expresó tan
claramente que nadie podría desde ese momento en adelante atribuir a la Iglesia
sus propios falsos razonamientos. En el futuro, podrían surgir otras cuestiones
que exigieran la decisión de toda la Iglesia, pero no la cuestión de si
Jesucristo era Dios.
Los
Concilios posteriores basaron sus decisiones en los decretos de los concilios
que los habían precedido. No compusieron un nuevo Símbolo de Fe, sino que sólo
dieron una explicación del mismo. En el Tercer Concilio Ecuménico hubo una
firme y clara confesión de la enseñanza de la Iglesia sobre la Madre de Dios.
Anteriormente los Santos Padres acusaron a los que habían calumniado la vida
inmaculada de la Virgen María; y ahora en cuanto a los que trataban de
disminuir su honor fue proclamado a todos que: “El que no confiesa que el Emmanuel
sea verdadero Dios y, por tanto, a la Santísima Virgen como la Theotokos,
ya que dio a luz, según la carne, al Logos que procede de Dios el Padre y que
se hizo carne, sea anatema (separado de la Iglesia) “(Primer Anathema
de San Cirilo de Alejandría).
Intentos
de iconoclastas por disminuir la Gloria de la Reina de los cielos; Son
avergonzados
Después
del tercer concilio ecuménico, los cristianos comenzaron aún con más fervor,
tanto en Constantinopla como en otros lugares,a apresurarse en poner sus esperanzas
en la mano intercesora de la Madre de Dios y pudieron comprobar que no fue en
vano.Ella manifestó su ayuda con innumerables personas enfermas, indefensas, y
en desgracia. Muchas veces apareció como defensora de Constantinopla
frente a los enemigos externos; una vez incluso mostró, a San Andrés el loco en
Cristo, su maravillosa protección sobre el pueblo que estaba rezando por la
noche en el templo de Blanquerna.
La
Reina del Cielo les dio a los emperadores bizantinos la victoria en las
batallas, por lo que tenían la costumbre de tomar con ellos, en sus campañas,
Su Icono de la Hodigitria (Guía). Fortaleció a los ascetas
y a los celosos de la vida cristiana en sus batallas contra las pasiones y
debilidades humanas. Iluminó e instruyó a los Padres y Maestros de la Iglesia,
incluyendo al mismo San Cirilo de Alejandría cuando estuvo dudando en reconocer
la inocencia y santidad de San Juan Crisóstomo. La Virgen Purísima puso
en boca de los compositores de la Iglesia grandes himnos, en numerosas
ocasiones incluso haciendo grandes cantantes de renombre a hombres poco
talentosos que no tenían don de la canción, pero que se mostraban grandes y
piadosos trabajadores como fue el caso de
San
Romano el Melodo. ¿Es, por tanto, sorprendente que los cristianos se
esforzaran en magnificar el nombre de su constante Intercesora?
Se establecieron fiestas en su honor, se le dedicaron maravillosos himnos, y
Sus imágenes fueron reverenciadas.
Pero
la malicia del príncipe de este mundo, armó a los hijos de la apostasía una vez
más para elevar batalla contra el Emanuel y Su Madre en esta misma
Constantinopla, que reverenciaba entonces, de la misma forma que hizo
anteriormente Éfeso, a la Madre de Dios como su intercesora. No atreviéndose al
principio a hablar abiertamente en contra del Campeón General, deseaban
disminuir su glorificación prohibiendo la veneración de los iconos de Cristo y
de Sus santos, llamando a esto el culto a los ídolos. La Madre de Dios,
entonces, fortaleció también a los celosos de la piedad en la batalla por la
veneración de las imágenes, manifestando muchas señales a través de sus
iconos y curando la mano cortada de San Juan de Damasco, que escribió en
defensa de los iconos.
La
persecución contra los que veneraban a los Iconos y a los Santos terminó de
nuevo con la victoria y triunfo de la Ortodoxia, pues la veneración dada a los
iconos asciende a los que están representados en ellos; y los santos de Dios
son venerados como amigos de Dios por la gracia Divina que habitaba en ellos,de
acuerdo con las palabras del Salmo: “Lo más preciado para mí son Tus amigos”.La
Purísima Madre de Dios fue glorificada con un honor especial en la tierra y en
el cielo, y
Ella, incluso en los días en los que se burlaban de los santos iconos,
manifestó a través de ellos tantos maravillosos milagros que aún hoy los
recordamos con contrición. El himno “En Ti toda la creación se regocija, Oh Tú
que eres llena de gracia”, y el icono de las Tres Manos nos recuerdan la
curación de San Juan Damasce no a través de este icono; la representación del
icono de la Madre de Dios de Iveron nos recuerda la milagrosa liberación de los
enemigos por este icono, que fue arrojado al mar por una viuda que no pudo
salvarlo.
Ninguna
persecución en contra de los que veneran a la Madre de Dios y a todo lo que
está ligado a Su memoria,pudo disminuir el amor de los cristianos por Su
Intercesora. Se estableció la norma de que cada serie de himnos en los Oficios
Divinos debía terminar con un himno o un verso en honor de la Madre de Dios (son los llamados
“Theotokia”). Muchas veces al año, los
cristianos de todos los rincones del mundo se reúnen en la iglesia, como ya
hacían anteriormente, para alabar su nombre,darle gracias por el favor
mostrado, y para implorar misericordia.
Pero,
¿podría el adversario de los cristianos, el diablo, que anda rondando
como león rugiente, buscando a quien devorar (I
Pedro 5:8), permanecer siendo un espectador indiferente
a la gloria de la Inmaculada? ¿Podría reconocer su derrota y dejar de
librar guerras contra la verdad a través de los hombres que hacen su voluntad?
Y así, cuando todo el universo resonaba con la buena noticia de la fe de
Cristo, cuando en todas partes se invocaba el nombre de la Toda Santa, cuando
la tierra estaba llena de iglesias, cuando las casas de los cristianos se
adornaban con iconos que la representan, entonces apareció y se comenzó a
difundir una nueva falsa enseñanza sobre la Madre de Dios. Esta falsa enseñanza
es peligrosa en el hecho de que muchos no llegan a comprender inmediatamente en
qué medida socava la verdadera veneración de la Madre de Dios.
Celo
no conforme al Conocimiento (Romanos 10:2)
La
corrupción por parte de los latinos, por medio del recién inventado dogma de la
“Inmaculada Concepción”, de la verdadera veneración de la Santísima Madre de
Dios y Siempre Virgen María.
Cuando
fueron reprendidos aquellos que censuraban la vida inmaculada de la Santísima
Virgen, así como aquellos que negaban Su Perpetua Virginidad, aquellos que
negaban Su dignidad como Madre de Dios, y aquellos que desdeñaban Sus iconos,
cuando la gloria de la Madre de Dios había iluminado el universo entero,
apareció una enseñanza que aparentemente exaltaba extremadamente a la Virgen
María, pero que en realidad negaba todas sus virtudes.
Esta enseñanza es la llamada “Inmaculada Concepción de la Virgen
María”,y
fue aceptada por los seguidores del trono papal de Roma. La enseñanza es esta:
“la Toda bendecida Virgen María en el primer instante de su concepción, por la
gracia especial de Dios Todopoderoso y por un privilegio especial, por el bien
de los futuros méritos de Jesús Cristo, Salvador del género humano, fue
preservada exenta de toda mancha de pecado original “(Bula del Papa Pío IX en
relación con el nuevo dogma). En otras palabras, la Madre de Dios desde su
misma concepción fue preservada del pecado original y, por la gracia de Dios,
se colocó en un estado en el que era imposible para ella tener pecados
personales.
Los
cristianos no habían oído hablar de esto antes del siglo IX, cuando por primera
vez el abad de Corvey, Pascasio Radbertus, expresó la opinión de que la
Santísima Virgen fue concebida sin pecado original. Al principio, desde el
siglo XII, esta idea comenzó a extenderse entre el clero y los fieles de la
iglesia occidental, que ya se había alejado de la Iglesia Universal y por lo
tanto ya había perdido la gracia del Espíritu Santo.
Sin
embargo, no todos los miembros de la iglesia de Roma estaban de acuerdo con la
nueva enseñanza. Hubo una diferencia entre los teólogos más renombrados de
Occidente, los pilares, por así decirlo, de la Iglesia latina. Tomás de Aquino
y Bernardo de Claraval lo censuraron decisivamente, mientras que Duns Escoto lo
defendía. De los maestros, esta división llegó a sus discípulos: los monjes
dominicos latinos, siguiendo a su maestro Tomás de Aquino, predicaron en contra
de la doctrina de la Inmaculada Concepción, mientras que los seguidores de Duns
Scoto, los franciscanos, se esforzaron por implantarlo en todas partes. La
batalla entre estas dos corrientes continuó durante el transcurso de varios
siglos. Tanto en uno como en otro lado había entre sus filas, aquellos que eran
considerados entre los católicos como las más grandes autoridades.
No
fue de ayuda para decidir la cuestión el hecho de que varias personas
declararan que habían tenido una revelación de lo alto concerniente al tema en
disputa. La monja Bridget [de Suecia], renombrada en el siglo XIV entre los
católicos, habló en sus escritos acerca de las apariciones que tuvo de la Madre
de Dios, la cual le había dicho que había sido concebida inmaculadamente, sin
pecado original. Pero su contemporánea, la aún más famosa ascética Catalina de
Sienna, afirmó que en su Concepción la Santísima Virgen participó en el pecado
original, y que concerniente a esto, ella había recibido una revelación de
Cristo mismo (Véase el libro de A. Lebedev Arcipreste, Diferencias en la
Enseñanza de la Santísima Madre de Dios en las Iglesias de Oriente y Occidente).
Así
pues, no hubo sobre el fundamento de los escritos teológicos, ni sobre el
fundamento de manifestaciones milagrosas que se contradecían entre sí, algo que
pudiera hacer distinguir al rebaño latino, por un largo tiempo, donde estaba la
verdad. Los papas romanos hasta Sixto IV (final del siglo XV) se mantuvieron al
margen de estas disputas, y sólo este Papa en 1475 aprobó un servicio en el
cual se expresó con claridad la doctrina de la Inmaculada Concepción; y varios
años más tarde prohibió una condena a los que creían en la Inmaculada
Concepción. Sin embargo, incluso Sixto IV todavía no se había decido a afirmar
que esa fuera la enseñanza inquebrantable de la Iglesia; y por esa razón,
habiendo prohibido la condena de los que creen en la Inmaculada Concepción,
tampoco condenó a los que creían lo contrario.
Mientras
tanto, la enseñanza de la Inmaculada Concepción obtenía cada vez más
partidarios entre los miembros de la iglesia romana. La razón de esto fue el
hecho de que parecía más piadoso y agradable a la Madre de Dios el hecho de
darle tanta gloria como fuera posible. La lucha de la gente por glorificar a
nuestra intercesora celestial, por un lado, y la desviación de los teólogos
occidentales en especulaciones abstractas que llevaron sólo a una verdad
aparente (escolástica), por otro lado, y finalmente, el patrocinio de los
papas de Roma después de Sixto IV, todo esto llevó a que la opinión sobre la
Inmaculada Concepción que fue expresada por Pascasio Radbertus en el siglo IX,
fuera ya la creencia general de la Iglesia latina en el siglo XIX. Sólo
quedaba proclamarlo definitivamente como enseñanza de la iglesia, lo cual fue
hecho por el Papa romano Pío IX durante un servicio solemne el 8 de diciembre de
1854, cuando declaró que la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen era un
dogma de la Iglesia Romana. Así, la iglesia romana añadió otra desviación más a
la enseñanza que se había confesado mientras era miembro de la Iglesia Católica
y Apostólica, cuya fe ha sido mantenida hasta ahora inalterada y sin cambio por
la Iglesia Ortodoxa. La proclamación del nuevo dogma satisfizo las grandes
masas de personas que pertenecían a la iglesia de Roma, que con sencillez de
corazón pensaron que la proclamación de la nueva enseñanza en la iglesia
serviría para mayor gloria de la Madre de Dios, a quien por este nuevo dogma
estaban haciendo un regalo, por así decirlo. También satisfizo la vanagloria de
los teólogos occidentales que defendieron y trabajaron en ello. Pero sobre todo
la proclamación del nuevo dogma fue rentable para el mismo trono romano, ya que
después de haber proclamado el nuevo dogma por su propia autoridad, a pesar de
que siguió el dictado de las opiniones de los obispos de la iglesia romana, el Papa
romano por este mismo hecho se apropió abiertamente para sí mismo el derecho de
cambiar la enseñanza de la iglesia romana y situó su propia voz por encima del
testimonio de la Sagrada Escritura y de la Tradición.Una consecuencia directa
de esto fue el hecho de que, a partir de entonces, los papas romanos fueran
“infalibles”en materia de fe, que de hecho este mismo Papa Pío IX proclamó
igualmente como dogma de la Iglesia de Roma en 1870.
Así
fue la enseñanza de la cambiada Iglesia de Occidente después de haber
abandonado la comunión con la Verdadera Iglesia. Se introdujeron en la
misma, nuevas y recientes enseñanzas, pensando que con esto glorificaría aún
más la Verdad, pero en realidad distorsionándola. Mientras que la Iglesia
Ortodoxa confiesa humildemente lo que ha recibido de Cristo y de los apóstoles,
la iglesia romana se atreve a añadir a la misma, a veces desde
un celo no conforme al conocimiento (cf.
Rom. 10:2), y a veces desviándose en las palabrerías profanas y
en las objeciones de la seudociencia.
(I
Tim. 6:20). No podía ser de otra forma. Que
las puertas del infierno no prevalecerán contra la
Iglesia (Mateo
16:18) fue
una promesa que se hizo únicamente a la Verdadera Iglesia Universal; pero a los
que se han alejado de ella se cumplen las palabras: como el sarmiento no
puede por sí mismo llevar fruto, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en Mi (Juan 15:4).
Es
cierto que en la definición del nuevo dogma se dice que no se está
estableciendo una nueva enseñanza, sino que sólo se proclama como parte de la
iglesia lo que siempre existió en ella y que fue sostenido por muchos Santos
Padres, extractos de cuyos escritos se citan. Sin embargo, todas las
referencias citadas sólo hablan de la santidad excelsa de la Virgen María y de
su carácter inmaculado, y se le dan diferentes nombres que definen su pureza
y su poder espiritual; pero en ninguna parte hay palabra alguna que haga
referencia al carácter inmaculado de su concepción. Mientras tanto,
estos mismos Santos Padres en otros sitios dicen que sólo Jesús Cristo es
completamente puro de todo pecado, mientras que todos los hombres, que nacen de
Adán, son dados a luz con una carne sujeta a la ley del pecado.
Ninguno
de los antiguos Santos Padres dice que Dios, de forma milagrosa, purificó a la
Virgen María mientras todavía estaba en el seno materno; y sin embargo muchos
indican directamente que la Virgen María, al igual que el resto de los hombres,
soportó una batalla contra el pecado, de la que obtuvo la victoria sobre las
tentaciones y que posteriormente se salvó gracias a su Divino Hijo.
Los
comentaristas de confesión latina igualmente dicen que la Virgen María fue
salvada por Cristo. Pero entienden esto en el sentido de que María fue
preservada de la mancha del pecado original en vista de los futuros méritos de
Cristo (Bula sobre el Dogma de la Inmaculada Concepción). La Virgen María, de
acuerdo con sus enseñanzas, recibió de forma anticipada, por así decirlo, el
don que Cristo había traído a los hombres por medio de Sus sufrimientos y Su
muerte en la Cruz. Por otra lado, al hablar de los tormentos que la Madre de
Dios tuvo que soportar al pie de la Cruz de Su Hijo Amado, y en general de
todas las penas con las que se llenó la vida de la Madre de Dios, las
consideran una adición a los sufrimientos de Cristo y consideran a María como
nuestra Corredentora.
Según
el comentario de los teólogos latinos, “María está asociada con nuestro
Redentor como Corredentora” (ver Lebedev, op. Cit. P. 273). “En el acto de
Redención, Ella, de cierta manera, ayudó a Cristo” (Catecismo del Dr. Weimar).
“La Madre de Dios”, escribe el Dr. Lentz, “llevó el peso de su martirio no sólo
con valentía, sino también con alegría, a pesar de que tenía el corazón roto”
(mariología del Dr. Lentz). Por esta razón, ella es “un complemento de la
Santísima Trinidad”, y “al igual que su Hijo es el único intermediario elegido
por Dios entre Su Majestad ofendida y el hombre pecador, así
también, la Jefa Mediadora colocada por Él entre Su Hijo y nosotros, es
la Santísima Virgen”. “En tres aspectos, como Hija, como Madre y como Esposa de
Dios, la Santísima Virgen es exaltada con cierta igualdad con el Padre, con
cierta superioridad sobre el Hijo y con cierta cercanía con el Espíritu Santo”
(“La Inmaculada Concepción “, Malou, obispo de Brouges).
Así,
de acuerdo a la enseñanza de los representantes de la teología latina, la
Virgen María, en la obra de Redención, es colocada cara a cara con el mismo
Cristo y exaltada a una igualdad con Dios.Ya no se podría ir más
lejos.Si todo esto nose había formulado definitivamente como dogma de la
iglesia romana hasta ese momento, por medio del papa romano Pío IX, que dio el
primer paso en esta dirección, se mostró la dirección para el futuro desarrollo
de dicha enseñanza que posteriormente sería reconocida por toda su iglesia, y
por lo tanto, indirectamente confirmó la enseñanza antes citada sobre la
Virgen María.
Así,
la iglesia romana, en sus esfuerzos por exaltar a la Virgen Santísima, va por
el camino de Su completa deificación. E incluso hoy en día sus autoridades
llaman a María “un complemento de la Santísima Trinidad”, es de esperar, por lo
tanto, que se venere a la Virgen como a Dios. Dichas autoridades están
construyendo un nuevo sistema teológico usando como cimientos la doctrina
filosófica de Sofía, La sabiduría, como un tipo de poder
especial que vincula la Divinidad y la creación. Del mismo modo,
desarrollando la enseñanza de la dignidad de la Madre de Dios, desean ver en
Ella una Esencia de lo que correspondería a una especie de punto medio entre
Dios y el hombre. En cierto modo son más moderados que los teólogos latinos,
pero en otros, si me disculpas, ya los han superado. Al tiempo que niegan la
doctrina de la Inmaculada Concepción y de la ausencia del pecado original,
también enseñan la ausencia total de cualquier pecado personal en la persona de
la Virgen María, viendo en ella una intermediaria entre el hombre y Dios, como
a Cristo: en la persona de Cristo apareció en la tierra la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad, el Logos Pre-eterno, el Hijo de Dios;
mientras que el Espíritu Santo se manifiesta a través de la Virgen María.
En
palabras de uno de los representantes de esta tendencia (1), cuando
el Espíritu Santo vino a morar en la Virgen María, Ella adquirió “una vida
diádica, humana y divina, es decir, se deificó completamente, puesto que en su
ser hipostático se manifestó la vivificadora y creadora revelación del Espíritu
Santo “(Arcipreste Sergei Bulgakov, La Zarza que arde sin consumirse “the
Unburnt Bush”, 1927, p. 154). “Ella es la perfecta manifestación de la Tercera
hipóstasis” (Ibid., p.175), criatura creada, y al mismo tiempo no siendo más
una criatura”(P.191). Este esfuerzo hacia la deificación de la Madre de Dios ha
de ser observado principalmente en Occidente, donde al mismo tiempo, por un
lado,varias sectas de carácter protestante están teniendo gran éxito, junto con
las principales ramas del protestantismo, el Luteranismo y el Calvinismo, que
en general niegan la veneración de la Madre de Dios y su advocación en la
oración.
Pero
podemos decir con las palabras de San Epifanio de Chipre: “Se hace un daño
equiparable en ambas herejías, tanto cuando los hombres degradan a la Virgen
como cuando, por el contrario, la glorifican más allá de lo debido” (Panarion
“contra los coliridianos”). Este Santo Padre acusa a los que le dan
una adoración casi divina: “Deja que María mantenga su honor, pero vayamos a
ofrecer adoración al Señor” (misma fuente). “A pesar de que María es un
instrumento escogido, fue una mujer por naturaleza, no distinguiéndose en nada
de las demás. Aunque la historia de María y la Tradición relatan que se le
anunció a su padre Joachim en el desierto, “Tu mujer ha concebido,” esto no se
hizo sin unión marital ni sin semilla de hombre” (misma fuente). “No
hay que venerar a los santos por encima de lo debido, sino que se debería
reverenciar a su Soberano. María no es Dios, y no ha recibido el cuerpo del
cielo, sino de la unión del hombre y la mujer; y conforme a la promesa, como
Isaac, de que ella fue dispuesta a participar en la Divina Economía. Pero, por
otro lado, no dejes que nadie se atreva a ofender irreflexivamente a la
Santísima Virgen” (San Epifanio,” Contra los
Antidicomarionitas “).
La
Iglesia Ortodoxa, aunque exaltando grandemente a la Madre de Dios en sus himnos
de alabanza, no se atreve a atribuirle lo que no ha sido nunca expuesto sobre
ella ni en la Sagrada Escritura ni en la Tradición. “La verdad es ajena a
toda exageración, así como a toda subestimación. Le da a todo su justa medida
así como su lugar apropiado” (Obispo Ignacio Brianchaninov).
Al glorificar el caracter inmaculado de la Virgen María y la valiente manera en
la que soportó sus penas durante su vida terrenal, los Padres de la Iglesia,
por su parte, rechazaron la idea de que fuese intermediaria entre Dios y el
hombre en el sentido de la Redención conjunta con Ellos de la raza humana.
Hablando
de la preparación de la Santísima Virgen María para morir junto a su Hijo y
sufrir con Él por el bien de la salvación de todos, el famoso Padre de la
Iglesia de Occidente, San Ambrosio, obispo de Milán, añade: “Pero los
sufrimientos de Cristo no necesitaban ningún tipo de ayuda, como el Señor mismo
profetizó acerca de esto mucho antes: Miré, mas no había quien
me auxiliase, busqué, pero nadie vino a sostenerme. Mi brazo les salvó, y mi
cólera sobrevino (Is. 63:5). “(San Ambrosio, “En cuanto a la crianza
de la Virgen y sobre la Siempre Virginidad de María Santísima”, cap. 7).
Este mismo Santo Padre enseña acerca de la universalidad del pecado original, del cual sólo Cristo es una excepción. “De todos los nacidos de mujer, no hay uno sólo que sea perfectamente santo, aparte de Nuestro Señor Jesús Cristo, quien de un modo nuevo y especial de alumbramiento inmaculado, no experimentó corrupción terrenal” (San Ambrosio, Comentario sobre Lucas, cap. 2). “Sólo Dios está sin pecado. Todos los nacidos en la forma usual de la mujer y el hombre, es decir, de la unión carnal, quedan bajo el juicio del pecado. En consecuencia, Él, que no tiene pecado, no fue concebido de esta manera” (San Ambrosio, Ap. Aug. “sobre el matrimonio y la concupiscencia”). “Un solo Hombre, el intermediario entre Dios y el hombre, está libre de las ataduras del nacimiento pecaminoso, porque nació de una virgen, y porque al haber nacido no experimentó la mancha del pecado” (San Ambrosio, ibid. , Libro 2: “Contra Juliano”).
Otro
reconocido maestro de la Iglesia, especialmente venerado en Occidente, el
bienaventurado Agustín, escribió: “En cuanto a los demás hombres, excluyendo
a Aquel que es la piedra angular, no veo para ellos posibilidad alguna de poder
llegar a ser templos de Dios y para que Dios more en ellos aparte del
renacimiento espiritual, que necesariamente debe ser precedido por el
nacimiento carnal.
Por
lo tanto, no importa lo mucho que pensemos acerca de las embarazadas y de los
niños que aún están en los vientres maternos; ya estimemos que son o que no son
capaces de recibir algún modo de santificación, y ya deduzcamos esto del
Evangelista Juan, quien aún antes de ser dado a luz exultó en el gozo, cosa que
no pudo realizarse sino por obra del Espíritu Santo, o ya lo deduzcamos de
Jeremías, a quien dice el Señor: Antes de que salieses del seno te
santifiqué (Jer. 1:5), no
importa cuánto pueda esto servirnos o no como base para pensar que los niños en
esta condición son capaces de adquirir cierta santificación, en cualquier caso,
no cabe duda de que la santificación por la cual todos nosotros juntos y cada
uno de nosotros por separado nos hacemos templos de Dios sólo es posible para
aquellos que hayan renacido espiritualmente, y dicho renacimiento siempre
presupone un nacimiento. Sólo aquellos que ya hayan nacido, pueden unirse con
Cristo y permanecer en unión con este Cuerpo Divino que hace a Su Iglesia el
templo viviente de la Majestad de Dios” (Bendito Agustín,
Carta 187).
Las
citas anteriores de los antiguos maestros de la Iglesia testifican que en el
mismo Occidente la enseñanza que ahora se extiende, ya fue rechazada.
Incluso después de la apostasía de la Iglesia Occidental, Bernard, que en
Occidente fue reconocido como una gran autoridad, escribió, “Estoy asustado
viendo como algunos de vosotros deseáis cambiar el estado de asuntos
importantes, introduciendo un nuevo festival desconocido para la Iglesia,
en desacuerdo con la razón, injustificado por la antigua tradición. ¿Realmente
somos más doctos y más piadoso que nuestros padres? diréis: «Se debe glorificar
a la Madre de Dios tanto como sea posible.» Esto es cierto, pero la
glorificación dada a la Reina del Cielo exige discernimiento. Esta Virgen Real
no tiene necesidad de falsas exaltaciones, pues posee para sí misma verdaderas
coronas de gloria y signos de dignidad. Glorifica la pureza de su carne y la
santidad de su vida. Maravíllate en la abundancia de dones de esta Virgen;
venera su Divino Hijo; exalta a aquella que concibió sin conocer concupiscencia
y dio a luz sin conocer dolor. Pero, ¿qué más se podría añadir a estas
dignidades? La gente dice que se debería venerar la concepción que precedió al
glorioso alumbramiento; pues si no hubiera precedido la concepción, el
nacimiento tampoco habría sido glorioso. Pero, ¿qué diríamos si alguien por la
misma razón exigiera el mismo tipo de veneración para el padre y la madre de la
Santísima Virgen María? Se podría igualmente exigir lo mismo para sus abuelos y
bisabuelos, hasta el infinito. Por otra parte, ¿cómo puede no haber
pecado en un lugar donde se produjo concupiscencia? Tanto más, no vayamos a
decir que la Santísima Virgen fue concebida del Espíritu Santo y no del hombre.
Yo digo decididamente que el Espíritu Santo descendió sobre ella, pero no que
el Espíritu Santo vino con Ella.”
“Yo
digo que la Virgen María no podía ser santificada antes de su concepción, por
cuanto ella no existía. Si, aún más, no podía ser santificada en el momento de
su concepción a causa del pecado que es inseparable a la concepción, entonces
sólo queda por creer que fue santificada después de ser concebida en el vientre
de su madre. Esta santificación, si aniquilase el pecado, sólo
santificaría su nacimiento, pero no su concepción. A nadie le ha sido dado el
derecho de ser concebido en santidad; sólo el Señor Jesús Cristo fue concebido
por el Espíritu Santo, y sólo Él es Santo desde su misma concepción.
Excluyéndole a Él, es a todos los descendientes de Adán a los que debe ser
referido lo que uno de ellos dice de sí mismo, tanto con sentimiento de
humildad como por reconocimiento de la verdad: he aquí que fui concebido en
iniquidad (Sal. 50:7) ¿Cuánto
puede uno pretender que esta concepción sea santa, cuando no intervino el
Espíritu Santo, sin mencionar que vino de concupiscencia? La Santísima Virgen,
por supuesto, rechaza esa gloria que, evidentemente, glorifica el pecado. Ella
no puede en modo alguno justificar una innovación inventada pese a la enseñanza
de la Iglesia, una innovación que es la madre de la imprudencia, la hermana de
la incredulidad, y la hija de frivolidad” (Bernard, Epístola 174, citado,
así como referencias del Bendito Agustín, de Lebedev).
Las palabras citadas anteriormente revelan claramente tanto la novedad como lo
absurdo del nuevo dogma de la Iglesia romana.
La
enseñanza de la impecabilidad completa de la Madre de Dios (1) no se
corresponde con la Sagrada Escritura, donde se menciona en repetidas ocasiones
la impecabilidad del Único Mediador entre Dios y los hombres, el
hombre Cristo Jesús (I Tim 2:5); y en Él no hay pecado (I
Juan 3:5); Él, que no hizo pecado, y en cuya boca no se halló engaño
(I
Pedro 2:22); Uno que, a semejanza nuestra, ha sido tentado en todo,
aunque sin pecado (Hebreos 4:15); Por
nosotros hizo Él pecado a Aquel que no conoció pecado (II
Cor. 5:21). Pero
con respecto al resto de los hombres se dice, ¿quién puede sacar cosa
limpia de lo inmundo? Nadie lo puede (Job 14:4). Dios da la evidencia
del amor con que nos ama, por cuanto, siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros. Mucho más, pues, siendo ahora justificados por su sangre, seremos por
Él salvados de la ira. Pues, si como enemigos fuimos reconciliados con Dios por
la muerte de su Hijo, mucho más después de reconciliados seremos salvados por
su vida. (Romanos
5:8-10).
(2)
Esta enseñanza también contradice la Sagrada Tradición, que está
contenida en numerosos escritos Patrísticos, en los que se menciona la santidad
excelsa de la Virgen María desde su mismo nacimiento, así como su purificación
por medio del Espíritu Santo durante Su concepción de Cristo, pero no en Su
propia concepción por Santa Ana. “No hay nadie que no tenga mancha delante
de Ti, aunque su vida no sea más que un día, sólo en Ti está la salvación,
Jesús Cristo Dios nuestro, Tú que apareciste en la tierra sin pecado, y en
Quien ponemos toda nuestra confianza para obtener la misericordia y el perdón
de los pecados” (San Basilio el Grande, Tercera Oración de Vísperas de
Pentecostés).
“Pero cuando Cristo vino a través de una pura, virginal, no desposada,
temerosa de Dios, Madre sin mancha, sin matrimonio y sin padre, y en la medida
en que convenía que Él naciera, purificó la naturaleza femenina, rechazó la
amargura de Eva y derrocó las leyes de la carne“(San Gregorio el Teólogo,”
Elogio de la virginidad “). Sin embargo, incluso entonces, como ya comentaron
los Santos Basilio el Grande y Juan Crisóstomo, (ella) no fue colocada en un
estado en el que era incapaz de pecar, sino que continuó teniendo cuidado de su
salvación y venció todas las tentaciones (San Juan Crisóstomo, Comentario sobre
Juan, Homilía 85, San Basilio el Grande, Epístola 160).
(3)
La enseñanza de quela Madre de Dios fue purificada antes de su nacimiento, y
así pudo nacer de ella el Puro Cristo, no tiene sentido porque si el Puro Cristo
pudiera nacersólo sila Virgen naciera pura (Sin Mancha), también
sería necesario que sus padres fueran puros del pecado original,y ellos,
a su vez, tendrían que haber nacido de padres purificados, y continuaría así
hasta llegar a la conclusión de que Cristo no podría haber se encarnadoa menos
que todos sus antepasados enla carne, hasta Adáninclusive,hubieransido
purificados previamente del pecado original.Pero entonces no habríahabido
ninguna necesidad dela En carnación de Cristo, ya que Cristo descendió a la
tierra con el fin de aniquilarel pecado.
(4)
La enseñanza de que la Madre de Dios fue preservada del pecado original,
asimismo como la enseñanza de que fue preservada por la gracia de Dios de los
pecados personales, hace a Dios despiadado e injusto; porque si Dios
pudiera preservar a la Virgen María del pecado y purificarla antes de su
nacimiento, entonces ¿por qué, pues, no purifica a otros hombres antes de su
nacimiento, sino que les deja en el pecado? De ello se desprende que
Dios salva a los hombres al margen de su voluntad, predeterminando a algunos,
antes de su nacimiento, a la salvación.
(5)
Esta enseñanza, que aparentemente tiene el objetivo de exaltar a la Madre de
Dios, en realidad niega por completo todas Sus virtudes. Después de todo, si
María, aún en el vientre de Su madre, cuando ni siquiera podía desear nada, ya
fuera bueno o malo, fue preservada por la gracia de Dios de toda impureza, y
después por esa misma gracia fue preservada del pecado, incluso después de su
nacimiento, entonces,¿en qué consiste Su mérito? Si Ella pudo haber sido
colocada en el estado de ser incapaz de pecar, y por lo tanto no pecó, entonces
¿para qué la glorificó Dios? si Ella, sin ningún tipo de esfuerzo, y sin haber
tenido ningún tipo de impulsos por el pecado, se mantuvo pura, entonces ¿por
qué fue coronada más que cualquier otra persona? No hay victoria si no hay
adversario.
La
rectitud y la santidad de la Virgen María se manifestó en el hecho de que,
siendo”humana con pasiones como nosotros”, de tal manera amó a Dios y de tal
manera se entregó a Él, que por Su pureza fue exaltada muy por encima del resto
de la raza humana. Para ello, después de haber sido previamente conocida y
elegida, fue digna de ser purificada por el Espíritu Santo que vino sobre Ella,
y de concebir a Aquel que es el Salvador del mundo. La enseñanza de la
impecabilidad dada por la gracia a la Virgen María niega Su victoria sobre las
tentaciones; de una vencedora que es digna de ser coronada con coronas de
gloria, esto la convierte en un instrumento ciego de la Providencia de Dios.
Esto
no es una forma de exaltarla y de darle mayor gloria, sino un menosprecio a Su
persona, por medio de este “regalo” que le fue dado por el Papa Pio IX y por el
resto de personas que pensaron que podían glorificar a la Madre de Dios
buscando nuevas “verdades”. La Santísima Virgen María ya fue
grandemente glorificada por Dios mismo, tanto ha sido exaltada Su vida en la
tierra y Su gloria en el cielo, que ninguna invención humana podría añadir nada
a Su honor y gloria.
Todo
lo que la gente inventa por su propia cuenta sólo oscurece Su rostro de sus
ojos. Hermanos, mirad, pues, no haya alguno que os cautive por medio de
la filosofía y de vana falacia, fundadas en la tradición de los hombres sobre
los elementos del mundo, y no sobre Cristo, escribió el apóstol
Pablo por medio del Espíritu Santo (Col. 2:08).
Tal
“vana falacia” es la enseñanza de la Inmaculada Concepción por Santa Ana de
la Virgen María, que a primera vista se la exalta, pero que en realidad la
menosprecia. Al igual que toda mentira, es una semilla del “Padre de las
mentira” (Juan
8:44),
el
diablo, que con dicha enseñanza ha logrado blasfemar a la Virgen María. Junto
con dicha enseñanza también deben ser rechazadas todas las otras enseñanzas que
vienen de la misma o que se parecen a ella. El esfuerzo por exaltar a la
Santísima Virgen a una igualdad con Cristo le atribuye torturas maternas en la
Cruz e igual importancia a los sufrimientos de Cristo, así pues el Redentor y
la “Corredentora” sufrieron por igual, de acuerdo a las enseñanzas papistas, o
incluso que “la naturaleza humana de la Madre de Dios en el cielo junto al
Dios-Hombre Jesús conjuntamente revela la imagen completa del hombre” (Arcipreste S.
Bulgakov, The Unburnt Bush, p. 141), esto también es una vana
falacia y una seducción de la filosofía. En Cristo Jesús, no hay varón y
mujer (Gálatas
3:28),
Cristo ha redimido a toda la raza humana; por lo tanto, en Su Resurrección
igualmente hizo “bailar de alegría a Adán y regocijó a Eva” (Kontakio
del Domingo de los Tonos Primero y Tercero), y por su Ascensión el
Señor levantó a la totalidad de la raza humana.
Del
mismo modo que la Madre de Dios es un “complemento de la Santísima Trinidad” o
una “cuarta hipóstasis”; que “el Hijo y la Madre son una revelación del Padre a
través de la segunda y tercera Hipóstasis”; que la Virgen María es “una
criatura que ha dejado de ser una criatura” todo esto es el fruto de la vana y
falsa sabiduría que no está satisfecha con lo que la Iglesia ha sostenido desde
tiempos Apostólicos y que además se esfuerza en glorificar a la Santísima
Virgen más de lo que Dios la ha glorificado.
He
aquí las palabras de San Epifanio de Chipre cumplirse: “Algunos insensatos en su opinión sobre la Siempre Virgen
se han esforzado y se esfuerzan por ponerla en el lugar de Dios” (San
Epifanio, “Contra los Antidikomarionites”). Pero lo que se le ofrece
a la Virgen de forma insensata, en lugar de alabarla, se torna blasfematorio; y
la Toda Inmaculada rechaza la mentira por ser la Madre de la Verdad (Juan
14:6).
(1) La tendencia de los
Sofistas.
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