Durante el bautismo, la persona recibe un nombre en honor de algún santo, el cual, desde este momento se convierte en su protector celestial. La persona ortodoxa debe conocer la vida de su santo y orarle diariamente para que él lo instruya en la vida y le ayude. El día del santo se celebraba por nuestros antecesores por medio de la Santa Comunión; este día se festejaba con más solemnidad que el día de cumpleaños.
¿Cuál es el sentido en la ortodoxia de venerar a los santos de Dios? ¿Acaso los santos en el Cielo están enterados sobre nuestras necesidades y dificultades aquí en la tierra y están realmente ellos interesados en nuestras vidas? ¿Escuchan ellos nuestras oraciones y tratan ellos de ayudarnos? ¿Existe realmente la necesidad de dirigirnos a ellos, o es suficiente rezar a Dios? Debido a que los sectarios han perdido la tradición apostólica, ellos no entienden el significado de la misión de la Iglesia de Jesucristo y por esta razón rechazan la necesidad de rezar a los santos en el Cielo. Trataremos de explicar en breve forma la enseñanza de la Iglesia sobre este tema.
La enseñanza ortodoxa sobre la veneración de los santos deriva de la deducción que todos aquellos que todavía se encuentran en el proceso de salvación o aquellos que ya están salvados, o sea, los vivos y muertos, todos ellos componen una familia unida en Dios. La Iglesia es una gran sociedad que abarca el mundo visible e invisible. Es una enorme organización universal, construida sobre un cimiento de amor, donde cada uno de nosotros debe preocuparse no sólo de sí mismo, sino también del bienestar y salvación de los demás. Los santos son aquellas personas que durante sus vidas terrenales manifestaban más amor al prójimo que los demás.
Nosotros, siendo ortodoxos, creemos que en el momento de la muerte la persona virtuosa no interrumpe el contacto con la Iglesia, pero asciende a un nivel celestial muy alto, donde reina la Iglesia Triunfante. Una vez encontrándose en el mundo espiritual, el alma de la persona virtuosa no deja de pensar, desear y sentir, y estas cualidades se manifiestan en una forma más profunda y perfecta.
La gente no ortodoxa, habiendo perdido la vívida relación con la Iglesia terrenal y Celestial, tiene un concepto muy turbio y contradictorio con respecto a la vida de ultratumba. Algunos de ellos piensan que después de la muerte, el alma de la persona entra en un estado de adormecimiento, como si se desconectara de todo que lo rodea; otros piensan que el alma de la persona, aunque sigue siendo activa después de la muerte, pierde todo el interés al mundo terrenal que ella abandonó. Otros dicen que a los santos no se les debe rezar por la razón de que los cristianos deben tener una relación directa con Dios.
¿Cuál es la enseñanza de las Santas Escrituras con respecto a los virtuosos que dejaron este mundo terrenal y sobre la fuerza de sus oraciones? En los tiempos de los apóstoles la Iglesia se percibía como una familia espiritual -la Iglesia terrenal y la Iglesia Celestial. El apóstol Paulo se dirigía a los cristianos neófitos en la siguiente forma: "Mas os habéis llegado al monte de Sión, y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles, y a la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos" (Hebr. 12:22-23). En otras palabras, ustedes, convirtiéndose en cristianos, se reunieron a esta gran familia y entraron en una íntima relación espiritual con el mundo del Cielo y los virtuosos que se encuentran allí. Las palabras de despedida del apóstol Pedro a los cristianos de Asia Menor eran: "También yo procuraré con diligencia, que después de mi fallecimiento, vosotros podáis siempre tener memoria de estas cosas" (2 Pedro 1:15); claramente testifica por medio de esta promesa que él continuará preocupándose de ellos desde aquel mundo espiritual.
La antigua práctica de dirigirse a los santos mártires y a todos los santos para que ellos nos ayuden por medio de la fuerza de la oración se estableció sobre una consciente y vívida relación con el mundo Celestial y terrenal de la Iglesia.
No a todos, pero a los más fervientes y virtuosos, aún en esta vida terrenal, Dios los caracteriza como a "Sus amigos," glorificándolos por medio de los dones del Espíritu Santo y los milagros. De la misma forma Jesucristo se dirigió a los apóstoles en la Última Cena: "Vosotros sois mis amigos, si hiciéreis las cosas que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho saber" (Juan 15:14-15; Mat. 12:50). La santa historia nos ofrece una vasta cantidad de ejemplos de la cercanía espiritual, "la oración de los santos a Dios." Así, por ejemplo, Abraham pidió a Dios que Él tenga misericordia para la gente de Sodoma y Gomorra, y Dios estaba listo para cumplir su pedido, si por lo menos hubiesen existido diez virtuosos en esas ciudades (Gen. 18:16). Otra vez fue cuando Dios anuló el castigo a Abimelec, el rey de Gerar, por la oraciones de Abraham (Gen. cap. 20). La Biblia narra que Dios hablaba con el profeta Moisés cara a cara, "como un hombre que habla con su amigo." Cuando María, la hermana de Moisés, cometió un pecado y fue castigada por la lepra, Moisés rogó a Dios del perdón para ella (Éxodo 33:11; Núm. Cap. 12). Se puede también presentar otros ejemplos sobre la fuerza de la oración de los santos de Dios.
Los santos no impiden y no debilitan en la gente la necesidad de rezar directamente a Dios, nuestro Padre Celestial. Como sabemos, los abuelos no disminuyen la autoridad de los padres sobre sus niños cuando tratan de ayudarles a educarlos. Mas nada alegra tanto a los padres que observar a los hermanos mayores preocuparse de la crianza de los menores. De la misma forma nuestro Padre Celestial se alegra cuando los santos rezan por nosotros y tratan de ayudarnos. Los Santos poseen una fe más fuerte que la nuestra y se encuentran cerca de Dios, debido a la virtuosidad, que ellos con sacrificio obtuvieron aquí en la tierra. Por esta razón es muy importante que nos dirijamos a los santos como a nuestros hermanos mayores, que rezan por nosotros al lado del trono de Dios.
Todavía en la tierra, los santos veían y sabían todo aquello que para la gente común estaba cerrado. Especialmente estos dones tienen que ser muy bien conocidos para ellos en el momento de que se liberan del cuerpo físico y pasan al mundo espiritual más elevado. Por ejemplo, el apóstol Pedro pudo ver lo que sucedía en el corazón de Ananías; a Eliseo se le abrió la mala acción de Gizeo y, lo que es asombroso, que también se le abrieron todas las intenciones secretas de la corte del rey de Siria, las cuales él comunicó al rey de Israel. Algunos de los santos, a los cuales se les manifestaba en espíritu el mundo Celestial, veían muchedumbre de ángeles, otros eran dignos de contemplar la imagen de Dios (Isaías, Ezequiel); otros eran elevados hasta el tercer Cielo, y escuchaban misteriosas palabras, el sentido de las cuales no podía ser descrito, como en el caso del apóstol Paulo. Con más razón, estando presentes en el Cielo, ellos tienen la capacidad de saber todo lo que sucede aquí en la tierra y escuchar a todos aquellos que se dirigen a ellos, debido a que los santos en el Cielo se "igualan a los ángeles" (Hechos 5:3; 2 Reyes, cap. 4; 2 Reyes 6:12; Lucas 20:36). Por medio de la parábola del Señor sobre el "Rico y Lázaro," nosotros nos enteramos que Abraham, encontrándose en el Cielo, podía escuchar el llanto del rico que sufría en el infierno, a pesar del enorme precipicio que los separaba. Las palabras de Abraham: "tus hermanos tienen a Moisés y a los profetas, óiganlos," claramente nos informan que Abraham conoce la vida de la gente hebrea; los últimos aparecieron recién después de su muerte; también conoce a Moisés y sus leyes, sabe sobre los profetas y sus escrituras. Los ojos espirituales de los virtuosos en el Cielo, indudablemente son más amplios que eran aquí en la tierra. El apóstol escribe: "Ahora vemos por espejo, en obscuridad; mas entonces veremos cara a cara: ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido" (1 Cor. 13:12).
La cercanía de los santos al Trono de Dios y sus oraciones por los fieles que están en la tierra podemos verla en el libro de Revelación en el cual el apóstol Juan escribe: "Y miré, y oí voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los animales, y de los ancianos; y la multitud de ellos era millones de millones" (Rev. 5:11). A continuación él describe las visiones de los jinetes, la gente que está rezando en el Cielo, los que sufren en la tierra: "Y otro ángel vino, y se paró delante del altar, teniendo un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso para que lo añadiese a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y el humo del incienso subió de la mano del ángel delante de Dios, con las oraciones de los santos" (8:3-4).
¡Es muy grande la fuerza de la oración! "Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los otros, para que seáis sanos; la oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho" (Sant. 5:16), instruía el apóstol Santiago. La oración por el prójimo es una expresión de amor hacia él; y los santos en el Cielo, orando por nosotros, nos manifiestan su amor de hermandad y preocupación.
En el Evangelio y otros libros del Nuevo Testamento encontramos muchos casos que testifican la fuerza de la oración por la demás gente. Así, por ejemplo, por el pedido del oficial del rey, el Señor curó a su hijo (Juan 4:46-53); por la súplica de la mujer cananea su hija fue liberada del demonio (Mat. 15:21-23); por el pedido del padre, el Señor curó a su hijo poseído (Marc. 9:17-25); por el pedido de los amigos, curó y perdonó al paralítico, que ellos bajaron del techo con su lecho de enfermo (Marc. 2:2-25); por la fe del centurión romano fue curado su siervo (Mat. 8:5-13). Además, la mayoría de las curaciones milagrosas del Señor, Él las realizaba a distancia, estando lejos.
Si las oraciones de la gente común tienen tanta fuerza, con más razón son las oraciones ardientes de los santos que presencian al Trono de Dios. "Y ésta es la confianza que tenemos en Él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye" (1 Juan 5:14), nos escribe Juan, el apóstol muy querido por el Señor.
Ésta es la razón por la cual la Iglesia de los tiempos más antiguos en sus enseñanzas siempre hablaba a los fieles sobre la utilidad espiritual de la oración a los santos. Esto se puede ver por medio de las liturgias antiguas y monumentos literarios. En la liturgia del apóstol Santiago nosotros leemos: "En especial conmemoramos la Santa, Gloriosa y siempre Virgen María, Bendita Madre de Dios. Recuérdate de ella Dios, y por Sus puras y santas oraciones ten misericordia y piedad de nosotros." San Ciril de Jerusalén, explicando la liturgia de la Iglesia de Jerusalén, dice: "Luego conmemoramos en la liturgia por el reposo en primer lugar: los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, para que por medio de sus plegarias, Dios reciba nuestras oraciones."
Existe una vasta cantidad de testimonios de los padres y maestros de la Iglesia, especialmente desde el cuarto siglo, sobre la veneración de los santos por la Iglesia. Pero ya desde el principio del segundo siglo, existen testimonios literarios sobre el antiguo cristianismo donde directamente se indica la fe y la oración de los santos en el Cielo por sus hermanos aquí en la tierra. Los testigos de la muerte del mártir San Ignacio el beato (principio del segundo siglo) dicen: "Volviendo a nuestros hogares llenos de lágrimas, nosotros celebramos la vigilia nocturna. Luego, después de haber dormido brevemente, unos de los nuestros de repente vieron aparecer a San Ignacio, el beato, y abrazarnos. Otros lo vieron rezando por nosotros." Otras escrituras semejantes a ésta, en las cuales se menciona la oración y ayuda de los mártires por nosotros, existen en otros relatos sobre la época de las persecuciones de los cristianos.
La convicción de la santidad del difunto se confirma particularmente por medio de los siguientes testimonios: martirio por Jesucristo, la intrépida manifestación de la fe, el abnegado servicio a la Iglesia, el don de curar. En especial, cuando Dios confirma la santidad del difunto por medio de los milagros después de su muerte mediante su conmemorada oración.
Aparte de ayudarnos mediante la oración, los santos nos ayudan a conseguir la salvación por medio del ejemplo de sus vidas. El conocimiento de las vidas de los santos enriquece al cristiano con la experiencia espiritual, debido a que ellos con más fervor personificaban el Evangelio en sus vidas. Existen muchos ejemplos de la vívida fe, coraje, perseverancia y paciencia. Siendo gente igual que nosotros, y habiendo superado las más intensas tentaciones, ellos nos inspiran que con paciencia y sumisión sigamos nuestro camino hacia la salvación.
El apóstol Santiago llamaba a los cristianos para que ellos imiten con paciencia a los profetas antiguos y a Job el Mártir, para recibir una fuerte fe como el profeta Elías. El apóstol Pedro instruye a las mujeres cristianas a tomar el ejemplo de humildad y obediencia de Sara, la esposa de Abraham. San Paulo indica unos ejemplos de los sacrificios de los virtuosos en la antigüedad, comenzando de Abel y terminando con los mártires de Macabeo, tratando de convencer a los cristianos para que ellos los imiten y concluyendo estas instrucciones con las siguientes palabras: "Por tanto nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta" (Hebr. 12:1; 1 Pedro 3:6; Sant. Cap. 5).
El Señor dice: "Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mat. 5:15-16). Los santos son aquellas estrellas luminosas que nos indican el camino hacia el Reino de los Cielos.
Apreciaremos entonces la cercanía entre Dios y los santos y nos dirigiremos a ellos para que ellos nos ayuden, siempre recordando que ellos nos quieren y se preocupan de nuestra salvación. El conocimiento de la vida de los santos en nuestros tiempos es muy importante, especialmente cuando existen tantas orientaciones cristianas y el verdadero e ideal concepto cristiano es disminuido y tergiversado.
¿Cuál es el sentido en la ortodoxia de venerar a los santos de Dios? ¿Acaso los santos en el Cielo están enterados sobre nuestras necesidades y dificultades aquí en la tierra y están realmente ellos interesados en nuestras vidas? ¿Escuchan ellos nuestras oraciones y tratan ellos de ayudarnos? ¿Existe realmente la necesidad de dirigirnos a ellos, o es suficiente rezar a Dios? Debido a que los sectarios han perdido la tradición apostólica, ellos no entienden el significado de la misión de la Iglesia de Jesucristo y por esta razón rechazan la necesidad de rezar a los santos en el Cielo. Trataremos de explicar en breve forma la enseñanza de la Iglesia sobre este tema.
La enseñanza ortodoxa sobre la veneración de los santos deriva de la deducción que todos aquellos que todavía se encuentran en el proceso de salvación o aquellos que ya están salvados, o sea, los vivos y muertos, todos ellos componen una familia unida en Dios. La Iglesia es una gran sociedad que abarca el mundo visible e invisible. Es una enorme organización universal, construida sobre un cimiento de amor, donde cada uno de nosotros debe preocuparse no sólo de sí mismo, sino también del bienestar y salvación de los demás. Los santos son aquellas personas que durante sus vidas terrenales manifestaban más amor al prójimo que los demás.
Nosotros, siendo ortodoxos, creemos que en el momento de la muerte la persona virtuosa no interrumpe el contacto con la Iglesia, pero asciende a un nivel celestial muy alto, donde reina la Iglesia Triunfante. Una vez encontrándose en el mundo espiritual, el alma de la persona virtuosa no deja de pensar, desear y sentir, y estas cualidades se manifiestan en una forma más profunda y perfecta.
La gente no ortodoxa, habiendo perdido la vívida relación con la Iglesia terrenal y Celestial, tiene un concepto muy turbio y contradictorio con respecto a la vida de ultratumba. Algunos de ellos piensan que después de la muerte, el alma de la persona entra en un estado de adormecimiento, como si se desconectara de todo que lo rodea; otros piensan que el alma de la persona, aunque sigue siendo activa después de la muerte, pierde todo el interés al mundo terrenal que ella abandonó. Otros dicen que a los santos no se les debe rezar por la razón de que los cristianos deben tener una relación directa con Dios.
¿Cuál es la enseñanza de las Santas Escrituras con respecto a los virtuosos que dejaron este mundo terrenal y sobre la fuerza de sus oraciones? En los tiempos de los apóstoles la Iglesia se percibía como una familia espiritual -la Iglesia terrenal y la Iglesia Celestial. El apóstol Paulo se dirigía a los cristianos neófitos en la siguiente forma: "Mas os habéis llegado al monte de Sión, y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles, y a la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos" (Hebr. 12:22-23). En otras palabras, ustedes, convirtiéndose en cristianos, se reunieron a esta gran familia y entraron en una íntima relación espiritual con el mundo del Cielo y los virtuosos que se encuentran allí. Las palabras de despedida del apóstol Pedro a los cristianos de Asia Menor eran: "También yo procuraré con diligencia, que después de mi fallecimiento, vosotros podáis siempre tener memoria de estas cosas" (2 Pedro 1:15); claramente testifica por medio de esta promesa que él continuará preocupándose de ellos desde aquel mundo espiritual.
La antigua práctica de dirigirse a los santos mártires y a todos los santos para que ellos nos ayuden por medio de la fuerza de la oración se estableció sobre una consciente y vívida relación con el mundo Celestial y terrenal de la Iglesia.
No a todos, pero a los más fervientes y virtuosos, aún en esta vida terrenal, Dios los caracteriza como a "Sus amigos," glorificándolos por medio de los dones del Espíritu Santo y los milagros. De la misma forma Jesucristo se dirigió a los apóstoles en la Última Cena: "Vosotros sois mis amigos, si hiciéreis las cosas que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho saber" (Juan 15:14-15; Mat. 12:50). La santa historia nos ofrece una vasta cantidad de ejemplos de la cercanía espiritual, "la oración de los santos a Dios." Así, por ejemplo, Abraham pidió a Dios que Él tenga misericordia para la gente de Sodoma y Gomorra, y Dios estaba listo para cumplir su pedido, si por lo menos hubiesen existido diez virtuosos en esas ciudades (Gen. 18:16). Otra vez fue cuando Dios anuló el castigo a Abimelec, el rey de Gerar, por la oraciones de Abraham (Gen. cap. 20). La Biblia narra que Dios hablaba con el profeta Moisés cara a cara, "como un hombre que habla con su amigo." Cuando María, la hermana de Moisés, cometió un pecado y fue castigada por la lepra, Moisés rogó a Dios del perdón para ella (Éxodo 33:11; Núm. Cap. 12). Se puede también presentar otros ejemplos sobre la fuerza de la oración de los santos de Dios.
Los santos no impiden y no debilitan en la gente la necesidad de rezar directamente a Dios, nuestro Padre Celestial. Como sabemos, los abuelos no disminuyen la autoridad de los padres sobre sus niños cuando tratan de ayudarles a educarlos. Mas nada alegra tanto a los padres que observar a los hermanos mayores preocuparse de la crianza de los menores. De la misma forma nuestro Padre Celestial se alegra cuando los santos rezan por nosotros y tratan de ayudarnos. Los Santos poseen una fe más fuerte que la nuestra y se encuentran cerca de Dios, debido a la virtuosidad, que ellos con sacrificio obtuvieron aquí en la tierra. Por esta razón es muy importante que nos dirijamos a los santos como a nuestros hermanos mayores, que rezan por nosotros al lado del trono de Dios.
Todavía en la tierra, los santos veían y sabían todo aquello que para la gente común estaba cerrado. Especialmente estos dones tienen que ser muy bien conocidos para ellos en el momento de que se liberan del cuerpo físico y pasan al mundo espiritual más elevado. Por ejemplo, el apóstol Pedro pudo ver lo que sucedía en el corazón de Ananías; a Eliseo se le abrió la mala acción de Gizeo y, lo que es asombroso, que también se le abrieron todas las intenciones secretas de la corte del rey de Siria, las cuales él comunicó al rey de Israel. Algunos de los santos, a los cuales se les manifestaba en espíritu el mundo Celestial, veían muchedumbre de ángeles, otros eran dignos de contemplar la imagen de Dios (Isaías, Ezequiel); otros eran elevados hasta el tercer Cielo, y escuchaban misteriosas palabras, el sentido de las cuales no podía ser descrito, como en el caso del apóstol Paulo. Con más razón, estando presentes en el Cielo, ellos tienen la capacidad de saber todo lo que sucede aquí en la tierra y escuchar a todos aquellos que se dirigen a ellos, debido a que los santos en el Cielo se "igualan a los ángeles" (Hechos 5:3; 2 Reyes, cap. 4; 2 Reyes 6:12; Lucas 20:36). Por medio de la parábola del Señor sobre el "Rico y Lázaro," nosotros nos enteramos que Abraham, encontrándose en el Cielo, podía escuchar el llanto del rico que sufría en el infierno, a pesar del enorme precipicio que los separaba. Las palabras de Abraham: "tus hermanos tienen a Moisés y a los profetas, óiganlos," claramente nos informan que Abraham conoce la vida de la gente hebrea; los últimos aparecieron recién después de su muerte; también conoce a Moisés y sus leyes, sabe sobre los profetas y sus escrituras. Los ojos espirituales de los virtuosos en el Cielo, indudablemente son más amplios que eran aquí en la tierra. El apóstol escribe: "Ahora vemos por espejo, en obscuridad; mas entonces veremos cara a cara: ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido" (1 Cor. 13:12).
La cercanía de los santos al Trono de Dios y sus oraciones por los fieles que están en la tierra podemos verla en el libro de Revelación en el cual el apóstol Juan escribe: "Y miré, y oí voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los animales, y de los ancianos; y la multitud de ellos era millones de millones" (Rev. 5:11). A continuación él describe las visiones de los jinetes, la gente que está rezando en el Cielo, los que sufren en la tierra: "Y otro ángel vino, y se paró delante del altar, teniendo un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso para que lo añadiese a las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y el humo del incienso subió de la mano del ángel delante de Dios, con las oraciones de los santos" (8:3-4).
¡Es muy grande la fuerza de la oración! "Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los otros, para que seáis sanos; la oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho" (Sant. 5:16), instruía el apóstol Santiago. La oración por el prójimo es una expresión de amor hacia él; y los santos en el Cielo, orando por nosotros, nos manifiestan su amor de hermandad y preocupación.
En el Evangelio y otros libros del Nuevo Testamento encontramos muchos casos que testifican la fuerza de la oración por la demás gente. Así, por ejemplo, por el pedido del oficial del rey, el Señor curó a su hijo (Juan 4:46-53); por la súplica de la mujer cananea su hija fue liberada del demonio (Mat. 15:21-23); por el pedido del padre, el Señor curó a su hijo poseído (Marc. 9:17-25); por el pedido de los amigos, curó y perdonó al paralítico, que ellos bajaron del techo con su lecho de enfermo (Marc. 2:2-25); por la fe del centurión romano fue curado su siervo (Mat. 8:5-13). Además, la mayoría de las curaciones milagrosas del Señor, Él las realizaba a distancia, estando lejos.
Si las oraciones de la gente común tienen tanta fuerza, con más razón son las oraciones ardientes de los santos que presencian al Trono de Dios. "Y ésta es la confianza que tenemos en Él, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye" (1 Juan 5:14), nos escribe Juan, el apóstol muy querido por el Señor.
Ésta es la razón por la cual la Iglesia de los tiempos más antiguos en sus enseñanzas siempre hablaba a los fieles sobre la utilidad espiritual de la oración a los santos. Esto se puede ver por medio de las liturgias antiguas y monumentos literarios. En la liturgia del apóstol Santiago nosotros leemos: "En especial conmemoramos la Santa, Gloriosa y siempre Virgen María, Bendita Madre de Dios. Recuérdate de ella Dios, y por Sus puras y santas oraciones ten misericordia y piedad de nosotros." San Ciril de Jerusalén, explicando la liturgia de la Iglesia de Jerusalén, dice: "Luego conmemoramos en la liturgia por el reposo en primer lugar: los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, para que por medio de sus plegarias, Dios reciba nuestras oraciones."
Existe una vasta cantidad de testimonios de los padres y maestros de la Iglesia, especialmente desde el cuarto siglo, sobre la veneración de los santos por la Iglesia. Pero ya desde el principio del segundo siglo, existen testimonios literarios sobre el antiguo cristianismo donde directamente se indica la fe y la oración de los santos en el Cielo por sus hermanos aquí en la tierra. Los testigos de la muerte del mártir San Ignacio el beato (principio del segundo siglo) dicen: "Volviendo a nuestros hogares llenos de lágrimas, nosotros celebramos la vigilia nocturna. Luego, después de haber dormido brevemente, unos de los nuestros de repente vieron aparecer a San Ignacio, el beato, y abrazarnos. Otros lo vieron rezando por nosotros." Otras escrituras semejantes a ésta, en las cuales se menciona la oración y ayuda de los mártires por nosotros, existen en otros relatos sobre la época de las persecuciones de los cristianos.
La convicción de la santidad del difunto se confirma particularmente por medio de los siguientes testimonios: martirio por Jesucristo, la intrépida manifestación de la fe, el abnegado servicio a la Iglesia, el don de curar. En especial, cuando Dios confirma la santidad del difunto por medio de los milagros después de su muerte mediante su conmemorada oración.
Aparte de ayudarnos mediante la oración, los santos nos ayudan a conseguir la salvación por medio del ejemplo de sus vidas. El conocimiento de las vidas de los santos enriquece al cristiano con la experiencia espiritual, debido a que ellos con más fervor personificaban el Evangelio en sus vidas. Existen muchos ejemplos de la vívida fe, coraje, perseverancia y paciencia. Siendo gente igual que nosotros, y habiendo superado las más intensas tentaciones, ellos nos inspiran que con paciencia y sumisión sigamos nuestro camino hacia la salvación.
El apóstol Santiago llamaba a los cristianos para que ellos imiten con paciencia a los profetas antiguos y a Job el Mártir, para recibir una fuerte fe como el profeta Elías. El apóstol Pedro instruye a las mujeres cristianas a tomar el ejemplo de humildad y obediencia de Sara, la esposa de Abraham. San Paulo indica unos ejemplos de los sacrificios de los virtuosos en la antigüedad, comenzando de Abel y terminando con los mártires de Macabeo, tratando de convencer a los cristianos para que ellos los imiten y concluyendo estas instrucciones con las siguientes palabras: "Por tanto nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta" (Hebr. 12:1; 1 Pedro 3:6; Sant. Cap. 5).
El Señor dice: "Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mat. 5:15-16). Los santos son aquellas estrellas luminosas que nos indican el camino hacia el Reino de los Cielos.
Apreciaremos entonces la cercanía entre Dios y los santos y nos dirigiremos a ellos para que ellos nos ayuden, siempre recordando que ellos nos quieren y se preocupan de nuestra salvación. El conocimiento de la vida de los santos en nuestros tiempos es muy importante, especialmente cuando existen tantas orientaciones cristianas y el verdadero e ideal concepto cristiano es disminuido y tergiversado.
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