La vigilia de la víspera del Jueves Santo está dedicada exclusivamente a la Cena de Pascua, que Cristo celebró con sus doce apóstoles. El tema principal de este día es la cena misma, en la que Cristo mandó que la Pascua del Nuevo Convenio se comiera en memoria de Él, de su Cuerpo quebrado y su Sangre derramada para la remisión de los pecados. La traición de Judas y el lavado de los pies de los discípulos por Cristo, también es el tema central de la conmemoración litúrgica de este día.
En las catedrales es costumbre que el obispo lave los pies en una ceremonia especial después de la Divina Liturgia.
En la vigilia del Jueves Santo, se lee el Evangelio de San Lucas sobre la Cena del Señor. En la Divina Liturgia, el Evangelio es una composición de todos los relatos de los evangelistas sobre el mismo hecho. Los himnos y las lecturas de este día también se refieren al mismo misterio central.
“Cuando tus gloriosos discípulos fueron iluminados en el lavado de sus pies después de la cena, el impío Judas fue oscurecido por la enfermedad de la avaricia, y te traicionó ante los jueces sin ley, oh Justo Juez. He aquí, oh amante del dinero, este hombre, a causa de la avaricia, se ha ahorcado a sí mismo. ¡Huyamos del insaciable deseo que se atrevió a tales cosas contra el Maestro! ¡Oh Señor, que te ocupas justamente de todo, gloria a Ti!” (Tropario del Jueves Santo).
“Vayamos a las regiones del Maestro, a la Mesa de al Inmortalidad, al lugar alto, con mentes elevadas, oh fieles, y comamos con deleite...”. (Oda novena del canon de Maitines).
El jueves santo, se oficia la Divina Liturgia de San Basilio junto con las Vísperas. Se lee el largo Evangelio de la Última Cena, tras las lecturas del Éxodo, Job, Isaías, y la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios (1ª Corintios 11). El siguiente himno sustituye al Himno de los Querubines en el ofertorio de la Liturgia, y sirve también como Himno de Comunión y Post-Comunión.
“A tu mística cena, oh Hijo de Dios, acéptame hoy. No revelaré el misterio a tus enemigos, ni te daré el beso de Judas, sino que como el ladrón, confieso: Acuérdate de mí, oh Señor, en Tu Reino”.
La celebración litúrgica de la Cena del Señor, el Jueves Santos, no es simplemente el recuerdo anual de la institución del sacramento de la Santa Comunión. De hecho, el simple evento de la Cena Pascual no fue simplemente la última acción del Señor de “instituir” el sacramento central de la Fe cristiana antes de Su pasión y muerte. Por el contrario, toda la misión de Cristo, y de hecho el propósito para la creación del mundo en primer lugar, es que la criatura amada por Dios, creada a Su divina imagen y semejanza, pudiera estar en la más íntima comunión con el por la eternidad, sentado con Él a su mesa, comiendo y bebiendo en su reino sin fin.
Así, Cristo, el Hijo de Dios, habla a sus apóstoles en la cena, y a todos los hombres que escuchen sus palabras y crean en Él y en el Padre que lo envió:
“No tengas temor, pequeño rebaño mío, porque plugo a vuestro Padre daros el Reino” (Lucas 12:32).
“Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Y Yo os confiero dignidad real como mi Padre me la ha conferido a Mí, para que comáis y bebáis a mi mesa y en mi reino...” (Lucas 22:28-30).
En un sentido real, es cierto decir que el Cuerpo atravesado y la sangre derramada de la que Cristo habla en su última cena con sus discípulos, no era simplemente una anticipación y adelanto de lo que estaba por venir, pero lo que estaba por venir (la Cruz, la tumba, la resurrección al tercer día, la ascensión al cielo), aconteció precisamente para que los hombres pudieran ser bendecidos por Dios para estar en santa comunión con Él por siempre, comiendo y bebiendo en la mística mesa de Su Reino, que no tendrá fin.
Así, la “Mística Cena del Hijo de Dios”, que se celebra continuamente en la Divina Liturgia de la Iglesia cristiana, es la esencia de lo que será la vida en el Reino de Dios por toda la eternidad.
“Feliz el que pueda comer en el reino de Dios” (Lucas 14:15).
“Dichosos los convidados al banquete nupcial del Cordero” (Apocalipsis 19:9).
En las catedrales es costumbre que el obispo lave los pies en una ceremonia especial después de la Divina Liturgia.
En la vigilia del Jueves Santo, se lee el Evangelio de San Lucas sobre la Cena del Señor. En la Divina Liturgia, el Evangelio es una composición de todos los relatos de los evangelistas sobre el mismo hecho. Los himnos y las lecturas de este día también se refieren al mismo misterio central.
“Cuando tus gloriosos discípulos fueron iluminados en el lavado de sus pies después de la cena, el impío Judas fue oscurecido por la enfermedad de la avaricia, y te traicionó ante los jueces sin ley, oh Justo Juez. He aquí, oh amante del dinero, este hombre, a causa de la avaricia, se ha ahorcado a sí mismo. ¡Huyamos del insaciable deseo que se atrevió a tales cosas contra el Maestro! ¡Oh Señor, que te ocupas justamente de todo, gloria a Ti!” (Tropario del Jueves Santo).
“Vayamos a las regiones del Maestro, a la Mesa de al Inmortalidad, al lugar alto, con mentes elevadas, oh fieles, y comamos con deleite...”. (Oda novena del canon de Maitines).
El jueves santo, se oficia la Divina Liturgia de San Basilio junto con las Vísperas. Se lee el largo Evangelio de la Última Cena, tras las lecturas del Éxodo, Job, Isaías, y la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios (1ª Corintios 11). El siguiente himno sustituye al Himno de los Querubines en el ofertorio de la Liturgia, y sirve también como Himno de Comunión y Post-Comunión.
“A tu mística cena, oh Hijo de Dios, acéptame hoy. No revelaré el misterio a tus enemigos, ni te daré el beso de Judas, sino que como el ladrón, confieso: Acuérdate de mí, oh Señor, en Tu Reino”.
La celebración litúrgica de la Cena del Señor, el Jueves Santos, no es simplemente el recuerdo anual de la institución del sacramento de la Santa Comunión. De hecho, el simple evento de la Cena Pascual no fue simplemente la última acción del Señor de “instituir” el sacramento central de la Fe cristiana antes de Su pasión y muerte. Por el contrario, toda la misión de Cristo, y de hecho el propósito para la creación del mundo en primer lugar, es que la criatura amada por Dios, creada a Su divina imagen y semejanza, pudiera estar en la más íntima comunión con el por la eternidad, sentado con Él a su mesa, comiendo y bebiendo en su reino sin fin.
Así, Cristo, el Hijo de Dios, habla a sus apóstoles en la cena, y a todos los hombres que escuchen sus palabras y crean en Él y en el Padre que lo envió:
“No tengas temor, pequeño rebaño mío, porque plugo a vuestro Padre daros el Reino” (Lucas 12:32).
“Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Y Yo os confiero dignidad real como mi Padre me la ha conferido a Mí, para que comáis y bebáis a mi mesa y en mi reino...” (Lucas 22:28-30).
En un sentido real, es cierto decir que el Cuerpo atravesado y la sangre derramada de la que Cristo habla en su última cena con sus discípulos, no era simplemente una anticipación y adelanto de lo que estaba por venir, pero lo que estaba por venir (la Cruz, la tumba, la resurrección al tercer día, la ascensión al cielo), aconteció precisamente para que los hombres pudieran ser bendecidos por Dios para estar en santa comunión con Él por siempre, comiendo y bebiendo en la mística mesa de Su Reino, que no tendrá fin.
Así, la “Mística Cena del Hijo de Dios”, que se celebra continuamente en la Divina Liturgia de la Iglesia cristiana, es la esencia de lo que será la vida en el Reino de Dios por toda la eternidad.
“Feliz el que pueda comer en el reino de Dios” (Lucas 14:15).
“Dichosos los convidados al banquete nupcial del Cordero” (Apocalipsis 19:9).
Catecismo Ortodoxo
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