Wednesday, January 6, 2016

Akathisto a la Santa y Gran Mártir Bárbara


Contaquio I

Oh santa y alabada gran mártir, a ti que nos has librado de multitud de males y aflicciones, nosotros te dedicamos himnos de acción de gracias y alabanza, oh novia de Cristo, que fuiste elegida por Dios de entre una familia de idólatras y llamada a la santa nación, el pueblo de la renovación. Puesto que tienes audacia ante el Señor, líbranos de toda tribulación, para que podamos clamarte con júbilo: ¡Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo!

Ikos I.

Habiendo preservado tu preciosa y amada pureza por los ángeles, oh honorable Bárbara, fuiste hecha digna de morar con los ángeles. Y ahora que cantas con ellos el himno al Dios de la Trinidad en el cielo, escúchanos, pues te cantamos estos himnos de alabanza desde la tierra:

Alégrate, oh doncella, que fuiste escogida por Dios el Padre para ser igual a Su Hijo en la forma de tu sufrimiento.

Alégrate, tú que, por el Hijo de Dios, que es Luz de luz, fuiste sacada de la oscuridad a la maravillosa luz de la fe y Su gracia.

Alégrate, pues en cuerpo y espíritu eres santa para el Espíritu Santo, que te llamó.

Alégrate, pues te preservaste sin mancha de contaminación de la carne y el espíritu.

Alégrate, pues como virgen pura fuiste desposada a Cristo, el Novio, que fue engendrado de la Virgen.

Alégrate, pues no deseaste conocer un esposo terrenal, sino sólo al celestial.

Alégrate, lirio de virginidad que creció en medio de las espinas de la idolatría.

Alégrate, flor de pureza que floreces con la gloria inefable de lo alto.

Alégrate, pues te deleitas con la fragancia de Cristo en el jardín del cielo.

Alégrate, pues por ti somos consolados por la visión de Aquel que es más hermoso que todos los hijos de los hombres.

Alégrate, pues en la tierra blanqueaste tus vestiduras en la sangre del Cordero.

Alégrate, pues en el cielo caminas tras el Cordero de Dios en el coro de las vírgenes.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio II.

Viéndose a sí misma en la elevada torre construida por su padre, Santa Bárbara pensó que era levantada hacia el cielo por la mano de Dios. Por eso, elevándose por encima de todo entendimiento en su corazón, ascendió de la oscuridad a la luz, y de los ídolos engañosos al Dios verdadero, cantándole: ¡Aleluya!

Ikos II.

La santa virgen Bárbara, queriendo entender el conocimiento incomprensible del Único Creador de todo, conversó con su propia mente, diciendo: ‘Dime, ¿cómo es posible que las oscuras esculturas de piedra crearan las luces maravillosas del cielo?’. Y con el salmista, el Creador le dijo: “Todos los dioses de la tierra son demonios, pero sólo hay un Señor y Dios que ha creado el cielo y todas sus luminarias”. Y maravillándote por este gran conocimiento, oh sabia virgen, te cantamos:

Alégrate, pues fuiste más sabia que los ancianos idólatras.

Alégrate, pues fuiste más sabia que los sabios del mundo.

Alégrate, pues Dios te reveló las cosas ocultas y secretas de Su sabiduría.

Alégrate, pues Dios el Verbo te enseñó la verdadera teología.

Alégrate, pues sobrepasaste a todos los astrólogos con la mente de Cristo.

Alégrate, pues viste más claramente que ellos la bóveda del cielo.

Alégrate, pues percibiste al Creador mismo en Su creación, como en un espejo.

Alégrate, pues llegaste a ver la Luz increada en las luminarias creadas.

Alégrate, pues ahora contemplas la luz del rostro de Dios sin un espejo.

Alégrate, pues inefablemente te alegraste por esta luz.

Alégrate, estrella noética por cuyo esplendor, como el sol, nos es revelado el semblante de Dios.

Alégrate, luna de la mente, por quien la noche del error es hecha resplandor del día.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio III.

El poder del Altísimo dio a Santa Bárbara, como en la antigüedad al profeta Ezequiel, un semblante adamantino, y poder frente a los idólatras, para que no temiera a su bestial presencia, ni se asustara por sus crueles amenazas. Por eso, oh virgen sabia, clamaste con denuedo: “Adoro a la Santa Trinidad, la Única Deidad”. Y adorándola con fe, te cantamos con alta voz: ¡Aleluya!

Ikos III.

Santa Bárbara, poseyendo la sabiduría impartida de lo alto, se apresuró a los que construían el baño de su padre, y revelándoles el misterio de la Santa Trinidad, les ordenó que construyeran tres ventanas en el baño. Pues, como dijo ella, si los idólatras tienen boca pero no hablan de la gloria del verdadero Dios, entonces que los muros de piedra de este baño con sus tres ventanas den testimonio, como con tres bocas, de que hay un solo Dios que es adorado y glorificado por toda la creación en la Santa Trinidad. Por eso, oh Santa Bárbara, por este razonamiento, recibe estas alabanzas:

Alégrate, pues con las tres ventanas del baño formaste una imagen de la fuente del santo bautismo en nombre de la Toda Santa Trinidad.

Alégrate, pues te lavaste en la fuente del agua y del Espíritu, y también por tu sangre.

Alégrate, pues por las tres ventanas del baño de tu padre disipaste la oscuridad del politeísmo, que se opone a la Santa Trinidad.

Alégrate, pues por las tres ventanas hiciste brillar claramente la luz de la Trinidad.

Alégrate, pues por estas tres ventanas, el Sol de justicia, que resplandeció al tercer día en la tumba, descendió sobre ti.

Alégrate, pues por estas tres ventanas, el alba de la salvación de la Trinidad brilló sobre ti.

Alégrate, pues siempre tuviste abierto tu corazón al único Dios de la Trinidad.

Alégrate, pues cerraste tus sentidos rápidamente contra los asaltos de los tres enemigos: la carne, el mundo y el maligno.

Alégrate, pues construiste en tu alma tres ventanas noéticas: la fe, la esperanza y el amor.

Alégrate, pues por estas tres ventanas contemplaste a la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, que se levantaba en tres días, con la divinidad de la Trinidad.

Alégrate, pues el cielo te fue abierto por las tres jerarquías de ángeles.

Alégrate, pues las mansiones del cielo te recibieron jubilosamente.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio IV.

La gran tempestad de la ira de tu padre, exhalando amenazas y muerte, irrumpió contra el templo de tu alma, oh Santa Bárbara, y sin embargo fue incapaz de sacudirla, pues estaba establecida sobre la firme roca de la fe en Cristo, sobre la cual, oh virgen sabia, permaneciste inconmovible, cantando a Jesús Cristo, que te fortalecía, el himno: ¡Aleluya!

Ikos IV.

Tu padre, Dióscoro, escuchando de ti, su sabia hija, palabras inauditas concernientes a la Santa Trinidad, cerró sus oídos como un áspid sordo y, como una serpiente con colmillos venenosos, se abalanzó sobre ti con la hoja de una espada para asesinarte. Pero tú, oh Bárbara, novia de Cristo, emulando a Jesús tu Novio, que huyó ante la espada de Herodes, huiste ante la espada de Dióscoro, deseando cambiar su corazón de la rabia salvaje al amor paternal. Y nosotros honramos tu huída con estas alabanzas:

Alégrate, oh bendita, que fuiste expulsada de tu casa por causa de la justicia.

Alégrate, pues eres rica en Dios, aunque fuiste privada de las riquezas de tu padre por causa de Cristo.

Alégrate, pues de una pobreza como la tuya es el reino del cielo.

Alégrate, pues se ha preparado para ti un tesoro de bendición eterna.

Alégrate, cordera dotada de razón, que huiste del lobo maligno y tirano a Cristo, el Buen Pastor.

Alégrate, pues entraste en el redil de Su justo rebaño, que está a Su diestra.

Alégrate, paloma inocente que escapaste del cuerpo terrenal para huir hacia la protección del Águila celestial.

Alégrate, pues encontraste para ti protección en el refugio de Sus alas.

Alégrate, hija honorable del Padre celestial, pues fuiste perseguida con deshonor incluso hasta la muerte por tu padre terrenal.

Alégrate, pues fuiste llevada a la vida eterna con gloria, por el Señor inmortal de la gloria.

Alégrate, mediadora que siempre deseas esta misma vida para nosotros.

Alégrate, ferviente intercesora ante Dios por nosotros.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio V.

Fuiste como una divina estrella guiada, oh santa y gran mártir Bárbara, pues huyendo ante tu padre, le condujiste secretamente hacia el camino que conduce al Sol de justicia, Cristo Dios, que surgió de la Virgen. Aunque ciego en los ojos de su alma, con sus ojos corporales no pude verte inmediatamente huyendo de él. Atravesando una montaña de piedra, que se abrió ante ti por el mandato de Dios, te ocultaste de sus ojos en una cueva de piedra, para que de en medio de la montaña, como un pájaro, pudieras cantar a Dios, diciendo: ¡Aleluya!

Ikos V.

Los pastores que pastaban sus rebaños en lo alto de la montaña, al verte oculta entre las rocas, se maravillaron diciendo: ‘¿Quién es esta cordera racional? ¿De qué lobo huye? Y, ¡he aquí!. Dióscoro, más cruel que cualquier lobo, se apresuró a la montaña y te encontró oculta allí; y echando mano de tu virginal cabello, te arrastró hasta su casa por un camino brutal, por el que, nosotros, los fieles, te recibimos con estos himnos:

Alégrate, pues te comparaste a un cervatillo sobre las montañas.

Alégrate, pues amaste las cosas celestiales más que las terrenales, ascendiendo a ellas con tu corazón.

Alégrate, pues fuiste liberada del pozo de la perniciosa idolatría.

Alégrate, pues te apresuraste a la montaña de la adoración a la Trinidad.

Alégrate, pues pasaste a través de las piedras, escapando de la persecución de los duros de corazón.

Alégrate, pues en medio de las rocas encontraste la roca de Cristo, que te hizo firme.

Alégrate, pues entraste en una cueva de piedra para ver a Cristo, que fue puesto en un sepulcro de piedra.

Alégrate, pues ya Lo contemplas sentado en un trono de gloria.

Alégrate, pues los cabellos de tu cabeza fueron arrancados y echados por tierra por Cristo, que cuida de que no se pierda ningún cabello de los hombres.

Alégrate, pues tus cabellos son contados por Cristo mediante tu coronación en el cielo.

Alégrate, pues teñiste tus cabellos con sangre aquí en la tierra, como si fueran flores.

Alégrate, pues transformaste el trenzado de tu velo sangriento en una corona de oro para ti.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio VI.

Imitando corporalmente a los predicadores portadores de Dios, los apóstoles de Cristo, predicaste a Cristo, el verdadero Dios, frente a tus atormentadores, y por Su causa, oh Santa Bárbara, sufriste terribles heridas, el desgarro de tu cabello y el ser lacerada con fragmentos afilados de cerámica. Luego, encarcelada en una mazmorra, te regocijaste allí en Cristo Jesús, como en una cámara nupcial, cantándole: ¡Aleluya!

Ikos VI.
Cristo el Señor, que hizo brillar la luz del verdadero conocimiento divino en tu corazón, también hizo resplandecer la luz de Su propio semblante divino en tus ojos, y como tu amado Novio, viniendo a ti, Su inocente novia, en prisión a medianoche, te visitó cariñosamente, sanó tus heridas, e inefablemente alegró tu alma con el resplandor de Su semblante. Y a nosotros los fieles nos enseñó a cantarte estas alabanzas:

Alégrate, pues fuiste golpeada sin misericordia por Cristo, que sufrió golpes por nuestra causa.

Alégrate, pues aniquilaste al enemigo invisible soportando los golpes.

Alégrate, pues llevaste las heridas de nuestro Señor sobre tu cuerpo.

Alégrate, pues por el mismo Señor sanó todas las heridas de tu cuerpo.

Alégrate, pues el Señor, la Luz del mundo, Se reveló a ti cuando estabas en prisión.

Alégrate, pues el Médico del alma y del cuerpo te visitó cuando estabas enferma.

Alégrate, pues entraste en la cámara nupcial del cielo con esplendor por medio de una prisión terrenal.

Alégrate, pues tejiste un vestido nupcial para ti con tu sangre.

Alégrate, pues por ti los pecadores son sanados de muchas heridas.

Alégrate, pues todos los que acuden a ti son sanados de toda enfermedad.

Alégrate, rápida desatadora de los lazos del pecado.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio VII.

Cuando el tirano irracional deseaba alcanzar su deseo, y aún más intentaba, con entrañables palabras, alejarte del verdadero Dios y dirigirte a los falsos ídolos, oh Santa Bárbara, tú, como virgen sabia, le prometiste diciendo: “Harás el duro diamante tan blando como la cera, antes que alejarme de Cristo mi Dios, y por Él, y con el Padre y el Espíritu Santo, confieso que son el Único y Verdadero Dios, y Lo glorifico, lo adoro y lo alabo cantando: ¡Aleluya!”.

Ikos VII.

El bestial tirano mostró un nuevo furor de inhumanidad cuando mandó que tú, oh santa y gran mártir Bárbara, fueras suspendida de un árbol, y tu cuerpo fuera suspendido sobre ganchos de hierro, y que tus costados fueran quemados con velas encendidas, y aún más, que tu cabeza fuera cortada con un hacha. Recordando reverentemente este sufrimiento sobrenatural, con alabanzas te bendecimos así:

Alégrate, pues fuiste suspendida de un árbol por causa de Cristo, que fue crucificado en una Cruz.

Alégrate, pues tus costados fueron desollados por causa de Cristo, cuyo costado fue atravesado por una lanza.

Alégrate, pues encendiste el fuego del amor por Dios en tu corazón.

Alégrate, pues fuiste quemada con velas ardientes por Él.

Alégrate, pues fuiste más dura que el diamante en tu inviolable sufrimiento.

Alégrate, pues fuiste más fuerte que un pilar de piedra en tu indudable valor.

Alégrate, pues con el hacha que te decapitó, te forjaste una corona del reino celestial.

Alégrate, pues con este mismo hacha también fue cortada la cabeza de tu enemigo.

Alégrate, pues sufriste en la tierra por Cristo y por su causa.

Alégrate, pues con Él y en Él eres glorificada en el cielo.

Alégrate, poderosa vencedora sobre todos nuestros enemigos.

Alégrate, ayuda veloz en medio de nuestras desgracias.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio VIII.


Contemplando el asombroso e increíble sufrimiento de Santa Bárbara, Juliana, recta fiel entre las mujeres, se maravilló grandemente por cómo una joven doncella con un cuerpo juvenil podía sufrir tan valerosamente tales tormentos por causa de Cristo. Y ella, llena de lacrimosa compunción, clamó con acción de gracias a Cristo Dios: ¡Aleluya!

Ikos VIII.

El dulcísimo Jesús era toda tu dulzura, todo tu deseo, oh Santa Bárbara; pues dulcemente, por Su causa, soportaste amargos tormentos, diciendo: “¿No he de beber la copa de los sufrimientos que mi amado Esposo me ha dado?”. Por tanto, te mostraste como una copa que vierte la dulzura de las maravillosas curaciones sobre los que te claman así:

Alégrate, tú que lanzaste la amargura de la idolatría a la aflicción del Hades.

Alégrate, pues amaste la dulzura celestial de Jesús Cristo.

Alégrate, vasija noética que contiene el maná que es alimento para obrar la Voluntad de Dios.

Alégrate, pues llenas a los fieles con el deseo por las buenas acciones.

Alégrate, río lleno con el agua de la gracia de Dios.

Alégrate, fuente rebosante de la efusión de milagros.

Alégrate, pues como una abeja, esquivaste el vil humo de los sacrificios idólatras.

Alégrate, pues con dulzura te apresuraste al fragante perfume del miro de Cristo.

Alégrate, pues fuiste como un panal por las heridas que cubrían todo tu cuerpo.

Alégrate, pues las gotas de tu sangre eran para el dulcísimo Cristo, más dulces que la miel.

Alégrate, pues tu memoria es dulcísima para todos los fieles.

Alégrate, pues tu nombre es muy honorable para toda la Iglesia de Cristo.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio IX.

Todos los ángeles se alegraron con gran gozo, contemplando tu valerosa fuerza, oh santa e invencible mártir Bárbara. Y los rangos de los ángeles, viendo al antiguo enemigo, el orgulloso príncipe de la oscuridad, con todas sus huestes demoníacas e idólatras, siendo avergonzados por ti, que sólo eras una simple virgen, y vencidos y abatidos bajo tus pies, clamaron a Dios con poderosa voz: ¡Aleluya!

Ikos IX.

Los más elocuentes oradores son incapaces de contar la magnitud de tus penosos sufrimientos, con la retórica de sus lenguas, oh Bárbara. Pues, ¿quién puede describir cuán grande era tu pena cuando tus pechos eran cortados? ¿Quién puede contar el oprobio de tu virginal rostro cuando, desnuda, fuiste conducida por toda la ciudad por tus inicuos atormentadores? Por el simple recuerdo de tu gran dolor, nos disponemos a decir con compunción:

Alégrate, planta buena y fértil del jardín de Cristo.

Alégrate, verdadera vid de la viña de Cristo.

Alégrate, pues ofreciste tus dos pechos cortados aun como si fueran racimos de uvas, en honor al Señor.

Alégrate, pues de ellos vertiste tu sangre, como vino de compunción.

Alégrate, pues te despojaste de tus vestiduras por causa de Cristo, que fue desnudado.

Alégrate, pues fuiste llevada por la ciudad para que se burlaran de ti, por causa de Aquel que fue llevado por la cuidad de Jerusalén para que se burlaran de Él.

Alégrate, pues en tu desnudez fuiste vestida por un ángel con una vestidura espléndida.

Alégrate, pues fuiste cubierta con un velo y hecha invisible a los ojos avergonzados.

Alégrate, pues fuiste una maravillosa visión para los ángeles y los hombres.

Alégrate, pues por tu paciencia asombraste incluso a los mismos atormentadores.

Alégrate, pues el Señor vio tus sufrimientos desde lo alto.

Alégrate, pues el Juez mismo de la contienda alabó tu valor.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio X.


Deseando salvar tu alma, no cuidaste de tu cuerpo, oh Santa Bárbara. Pues cuando la condena a muerte por la espada fue dictada contra ti, yendo con alegría bajo su borde afilado, como bajo una hermosa corona, cantaste a Dios, que te fortalecía en la lucha de tu martirio: ¡Aleluya!

Ikos X.

Dióscoro, no siendo ya tu padre, sino tu cruel atormentador, oh Santa Bárbara, se volvió más duro de corazón que un muro de piedra. Y así, cuando escuchó tu condena a muerte por la espada, no solo no se lamentó por tu muerte, sino que él mismo, con su propia espada, cortó tu santa cabeza en el lugar de ejecución, y así, según la profecía del Señor, el maldito padre llevó a su hija a la muerte. En este día de tu bienaventurado reposo, acepta de nosotros estos himnos de alabanza:

Alégrate, pues inclinaste tu cabeza bajo la espada por causa de Cristo, la Cabeza de la Iglesia.

Alégrate, pues te entregaste a muerte a manos de tu inhumano, terrenal y corruptible padre, por causa de tu amor por el Padre celestial e inmortal, que ama a la humanidad.

Alégrate, pues terminaste dignamente el camino del martirio.

Alégrate, pues hasta tu muerte, guardaste diligentemente la fe en Cristo, tu Esposo.

Alégrate, pues te ceñiste para la batalla contra las huestes de los abismos más profundos.

Alégrate, pues fuiste situada por Cristo el Vencedor en lo más alto de la gloria de la victoria.

Alégrate, pues fuiste coronada en la tierra con el yelmo de la buena voluntad de Dios.

Alégrate, pues fuiste adornada en el cielo con la flor de la incorrupción.

Alégrate, hermosura y jactancia de las vírgenes.

Alégrate, adorno y regocijo de los mártires.

Alégrate, firme ayuda de los fieles.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio XI.

Aunque nuestros himnos de alabanza se contaran por millares, sabemos que no son suficientes para alabarte como es debido, oh santa y alabada mártir Bárbara. Sin embargo, gracias a los dones que Dios nos concede abundantemente por tu intercesión, cantamos a Dios con labios agradecidos, que es glorificado en ti por medio de sus bondades: ¡Aleluya!

Ikos XI.

Te contemplamos con los ojos de nuestro espíritu, oh santa virgen Bárbara, pues eres una lámpara portadora de luz puesta en el candelero celestial ante el trono de la Santa Trinidad. Por lo tanto, a ti que iluminas la oscuridad nocturna de nuestros pecados, con los rayos de tus oraciones, y nos guías hacia el radiante camino de la salvación, es digno que te honremos con estas alabanzas:

Alégrate, rayo de la luz noética que entraste a la luz sin ocaso.

Alégrate, estrella noética de la mañana que te has alzado para iluminar el día sin declive.

Alégrate, miro fragante que perfumas la Iglesia de Cristo.

Alégrate, incensario de oro que ofreces a Dios el incienso de la oración a nuestro favor.

Alégrate, frasco inagotable de curaciones.

Alégrate, tesoro abundante de los dones de Dios.

Alégrate, copa que derrama el abundante gozo de la casa de Dios.

Alégrate, vasija que recibes de la plenitud de Cristo la dulzura de todos los bienes celestiales.

Alégrate, diamante que adorna el anillo de tu matrimonio inmortal con Cristo.

Alégrate, corona de belleza puesta en manos del Señor.

Alégrate, pues el Señor de los ejércitos, el Rey de la gloria, ha puesto sobre ti la gloria y el esplendor.

Alégrate, pues el Rey de reyes y Señor de señores te ha dado Su propio reino y dominio.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio XII.

Dios te ha concedido la gracia de preservar y proteger de la enfermedad repentina y de la muerte súbita a los que con fe, amor y reverencia te conmemoran y honran tus honorables sufrimientos. No nos prives tampoco de esta gracia, oh buena virgen Bárbara, para que sanos de cuerpo y espíritu, podamos, en esta vida y en la vida venidera, cantar a Dios por ti: ¡Aleluya!

Ikos XII.


Alabamos tus valientes luchas, honramos tus sufrimientos, alabamos tu longanimidad, bendecimos tu santo final, glorificamos el invencible valor que mostraste en tu débil cuerpo, por lo cual has sido glorificada en el cielo y en la tierra, oh santa y justa victoriosa gran mártir Bárbara, y honrando tus hazañas y tus sufrimientos triunfales, te dedicamos estos himnos de alabanza:

Alégrate, pues amorosamente han sido recibida en la morada divina por las huestes angélicas.

Alégrate, pues has sido conducida gozosamente a la cámara nupcial del cielo por el coro de las vírgenes.

Alégrate, pues fuiste acompañada por las huestes de los mártires bajo una corona de gloria en medio del sonido del regocijo.

Alégrate, pues recibiste la bienvenida del Señor de parte de todos los habitantes del cielo.

Alégrate, pues grande es tu recompensa en el cielo.

Alégrate, pues tu gozo es perdurable en el esplendor de los santos.

Alégrate, nuestra poderosa ayuda contra los enemigos visibles e invisibles.

Alégrate, mediadora del gozo, la gracia y la gloria eterna.

Alégrate, sanadora de nuestras enfermedades espirituales y corporales.

Alégrate, pues nos otorgas las bendiciones terrenales y celestiales de la salvación.

Alégrate, pues por ti esperamos ser preservados de la muerte súbita y eterna.

Alégrate, pues por ti aguardamos con ilusión adquirir la vida eterna.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio XIII (Este contaquio se repite tres veces)

Oh sufriente y alabadísima santa gran mártir Bárbara. Acepta nuestra súplica presente, líbranos de todas las enfermedades del alma y del cuerpo, de los enemigos visibles e invisibles y presérvanos del tormento eterno por tu mediación agradable a Dios, para que contigo, en la tierra de los vivos, podamos cantar a Dios por siempre: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Oh sufriente y alabadísima santa gran mártir Bárbara. Acepta nuestra súplica presente, líbranos de todas las enfermedades del alma y del cuerpo, de los enemigos visibles e invisibles y presérvanos del tormento eterno por tu mediación agradable a Dios, para que contigo, en la tierra de los vivos, podamos cantar a Dios por siempre: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

Oh sufriente y alabadísima santa gran mártir Bárbara. Acepta nuestra súplica presente, líbranos de todas las enfermedades del alma y del cuerpo, de los enemigos visibles e invisibles y presérvanos del tormento eterno por tu mediación agradable a Dios, para que contigo, en la tierra de los vivos, podamos cantar a Dios por siempre: ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!





(Se repite el ikos y el contaquio I) Ikos I.


Habiendo preservado tu preciosa y amada pureza por los ángeles, oh honorable Bárbara, fuiste hecha digna de morar con los ángeles. Y ahora que cantas con ellos el himno al Dios de la Trinidad en el cielo, escúchanos, pues te cantamos estos himnos de alabanza desde la tierra:

Alégrate, oh doncella, que fuiste escogida por Dios el Padre para ser igual a Su Hijo en la forma de tu sufrimiento.

Alégrate, tú que, por el Hijo de Dios, que es Luz de luz, fuiste sacada de la oscuridad a la maravillosa luz de la fe y Su gracia.

Alégrate, pues en cuerpo y espíritu eres santa para el Espíritu Santo, que te llamó.

Alégrate, pues te preservaste sin mancha de contaminación de la carne y el espíritu.

Alégrate, pues como virgen pura fuiste desposada a Cristo, el Novio, que fue engendrado de la Virgen.

Alégrate, pues no deseaste conocer un esposo terrenal, sino sólo al celestial.

Alégrate, lirio de virginidad que creció en medio de las espinas de la idolatría.

Alégrate, flor de pureza que floreces con la gloria inefable de lo alto.

Alégrate, pues te deleitas con la fragancia de Cristo en el jardín del cielo.

Alégrate, pues por ti somos consolados por la visión de Aquel que es más hermoso que todos los hijos de los hombres.

Alégrate, pues en la tierra blanqueaste tus vestiduras en la sangre del Cordero.

Alégrate, pues en el cielo caminas tras el Cordero de Dios en el coro de las vírgenes.

Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo.

Contaquio I.

Oh santa y alabada gran mártir, a ti que nos has librado de multitud de males y aflicciones, nosotros te dedicamos himnos de acción de gracias y alabanza, oh novia de Cristo, que fuiste elegida por Dios de entre una familia de idólatras y llamada a la santa nación, el pueblo de la renovación. Puesto que tienes audacia ante el Señor, líbranos de toda tribulación, para que podamos clamarte con júbilo: ¡Alégrate, oh Bárbara, gentil novia de Cristo!



Oraciones a la Santa Gran Mártir Bárbara


Primera oración

Oh santa, gloriosa y alabadísima Bárbara, gran mártir de Cristo. Nosotros, los que nos reunimos en este divino templo, que nos inclinamos ante el relicario de tus reliquias (ante tu icono), y lo veneramos con amor, bendecimos con alabanzas los sufrimientos de tu martirio y así también a Cristo, el Juez de toda causa, y te suplicamos, oh renombrada mediadora de nuestros deseos, que ruegues con nosotros y en nuestro nombre a Dios, que es suplicado en Su misericordia, para que nos escuche misericordiosamente implorar Su bondad, y no rechace atender las peticiones que le presentamos sobre lo necesario para nuestra salvación y vida, para que nos conceda un fin cristiano, libre de pena y vergüenza, pacífico y en comunión con los divinos misterios, para que nos conceda su gran misericordia a los que, encontrándonos en medio de toda clase de tribulación y circunstancia adversa, necesitamos de Su amor por la humanidad y Su ayuda, para que por la gracia de Dios y tu ferviente intercesión, podamos permanecer siempre sanos de cuerpo y alma, y podamos glorificar al Dios de Israel, que es maravilloso en Sus santos, y que no nos quite Su ayuda, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Segunda oración.


Oh sabia y gentil Bárbara, gran mártir de Cristo. Bendita eres tú, pues la carne y la sangre no te reveló las cosas trascendentes de la sabiduría de Dios, sino Dios, el Padre celestial, que te tomó para Si como hija amada, y que, por causa de la fe, fuiste abandonada, expulsada y asesinada por tu padre infiel. En lugar de una herencia corruptible de bienes terrenales, Él te concedió la incorrupción de la carne; coronó tu martirio con el descanso en el reino celestial; sesgó tu vida terrenal y pasajera mediante la muerte por Su causa, y te glorificó con el honor de que tu alma fuera contada entre los coros de los espíritus celestiales, y mandó que tu cuerpo fuera puesto en tierra en su angélico templo, y que los ángeles lo preservaran por completo, honrado y milagroso. Bendita eres, oh virgen, que fuiste desposada con Cristo, el Hijo de Dios, el Esposo celestial, quien deseando tenerte como el Amante de tu hermosura, por Él te esforzaste por adornarte con todo el sufrimiento, las heridas, con el desmembramiento de tu cuerpo y con tu decapitación, como un precioso ornamento, para que así, como fiel esposa, unida indisolublemente, en cuerpo y alma, a Cristo, tu Cabeza y Esposo, pudieras decir: “He encontrado a quien mi cuerpo y mi alma ha amado. Me he aferrado a Él y no lo he abandonado”. Bendita eres tú, pues el Espíritu Santo moró en ti, por lo que, siendo enseñada a discernir las cosas espirituales mediante las cosas de la mente, rechazaste a todos los espíritus de la maldad, viendo a los ídolos como perniciosos, y habiendo llegado al conocimiento del Único Dios, el Espíritu, como buena adoradora, quisiste adorarlo en espíritu y en verdad, diciendo: “Adoro a la Trinidad, la única Deidad”. Por eso, en nuestro nombre, suplica a esta Santa Trinidad, a quien glorificaste en tu vida y muerte, por medio de tu confesión y sufrimiento, oh intercesora nuestra, para que también nosotros, por medio de las tres virtudes de la fe, la esperanza y el amor, podamos adorar siempre a esta misma Santa Trinidad. Tenemos una lámpara de fe, pero está vacía del aceite de las buenas acciones. Tú, oh virgen sabia, que tienes como lámpara tu cuerpo sufriente lleno de sangre y cubierto de heridas, danos de este aceite, llenando la lámpara de nuestras almas, para que nos sea concedido entrar en la cámara nupcial contigo. Somos extranjeros en la tierra, como lo fueron nuestros padres. Por eso, oh heredera de las bendiciones eternas y bendita comensal del banquete en el reino del cielo, a ti que se te concedió ser recibida en el divino banquete durante tu vida, suplica para que cuando partamos de este mundo, podamos recibir el viático, y cuando al final durmamos el sueño de la muerte, podamos ser acompañados por ti, fortalecidos por la gracia del divino Cuerpo y Sangre de los Misterios, y con la fortaleza de este Alimento, podamos viajar por el largo camino de la muerte hasta las montañas del cielo, y allí, podamos ser hechos dignos de contemplar contigo a Dios en la Trinidad, a quien por la fe, percibiste por medio de las tres ventanas del baño de tu padre, por los siglos de los siglos. Amén.

Tercera oración

Oh santa virgen y gran mártir Bárbara, nosotros, que estamos afligidos, acudimos a ti, como fuente de rápida curación y maravillosa ayuda, e inclinándonos ante tus santas reliquias, te rogamos: mira las heridas de nuestra carne y el escarnio de nuestros pecados; contempla la enfermedad de nuestras almas y, llena de tu habitual misericordia y benevolencia, apresúrate a sanarnos. Escucha la voz de nuestras súplicas, no desdeñes el gemido ofrecido por nuestros corazones quebrantados, y atiende nuestro clamor, pues tú eres nuestro refugio. Suplica en nuestro nombre a la santa, consubstancial e indivisible Trinidad, a quien representante con las tres ventanas del baño de la casa de tu padre, y ruega por nosotros, Sus pecadores e impenitentes siervos, para que ahora tenga misericordia de nosotros, y también, en la hora de nuestra muerte. Póstrate ante el Padre celestial, para que nos eleve hasta Su glorificación, pues estamos postrados por todos nuestros pecados y aplastados en tierra, y así nos conceda un corazón siempre elevado, meditando en lo celestial, y no en lo terrenal. Ruega a Cristo, el Hijo de Dios, que escuchó tu oración y sufrimiento en prisión, para que nos guíe rápidamente hacia los caminos de los mandamientos de Dios, (pues somos perezosos en la oración y estamos en medio del abatimiento, como en una prisión), y nos conceda un ferviente deseo de orar incesantemente. Clama al Espíritu Santo, la Fuente inagotable de pureza, que te glorificó, oh pura virgen, en tu lucha y sufrimiento, y que te protegió de la vergüenza con Sus alas, para que cree en nosotros un corazón puro, pues estamos avergonzados y somos impuros, y renueve un espíritu recto en nosotros. Y lo que es más, que nos convoque y nos haga capaces de luchar ardientemente con una vida pura, y nos fortalezca haciendo buenas obras. Creemos que puedes obtener todo esto de la Santa Trinidad, oh santa y gran mártir Bárbara, pues, si lo deseas, puedes ayudarnos en gran manera, pues glorificaste a Dios en los milagros de tus sufrimientos. Y sabemos, oh santa virgen, que nada es imposible para ti, y por eso te suplicamos que no desdeñes nuestras lágrimas y suspiros. Por eso, caemos postrados ante tus preciosas reliquias (tu santo icono), inclinándonos en espíritu ante ti, que moras en el cielo, y susurramos devotamente en oración: que tus oídos escuchen la voz de nuestra súplica, que tu sufrimiento corporal cure la multitud de nuestras pasiones corporales y espirituales, que tu cabeza, que se inclinó ante la espada, conceda sobre nuestras cabezas el agua de la purificación de los pecados, que tus cabellos, arrancados sin piedad, nos unan al amor de Dios, que tus labios puros sellen nuestros labios contra las habladurías ociosas y los abran siempre para proclamar la alabanza del Señor, que tus ojos, que contemplaron la luz de la Trinidad, contemplen nuestro deseo de hacer el bien, para que también nosotros podamos evitar nuestra mirada de la visión de las cosas vanas, y tengamos siempre en mira la bienaventuranza del cielo, que tus manos cortadas nos hagan siempre dignos de extender nuestras manos hacia el Altísimo, para que no puedan ser engañadas con la falsedad, que tus pechos, tan cruelmente cortados, sean para nosotros un pilar de fortaleza frente al enemigo, que tus pies, que se apresuraron con una lámpara brillante hacia el Esposo divino en la morada de Dios, afirmen nuestros pies para que siempre se apresten a hacer el bien, para que la ley del Señor pueda ser una lámpara para nuestros pies y una lumbrera en nuestro camino, que tus heridas nos liberen de las heridas del pecado, que tu sangre, vertida abundantemente durante tu tormento, limpie nuestra alma y cuerpo de toda impureza, que tu muerte nos conceda no morir sin confesión y arrepentimiento. Pues si en tal beneficio fuiste glorificada, incluso en esto eres aún más glorificada, pues en todo lugar ponemos nuestra esperanza en ti y te suplicamos que nos ayudes a escapar de la muerte súbita. Así, líbranos incluso a nosotros, desgraciados como somos, de esto, oh virgen pura y gran mártir Bárbara, y por tus muchas y poderosas intercesiones y oraciones, haznos dignos de morar a la diestra de Cristo, el Hijo de Dios, y escuchar la voz que dijo: “Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”. Amén.
Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros. Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Santísima Trinidad, ten piedad de nosotros. Señor, purifícanos de nuestros pecados. Maestro, perdona nuestras transgresiones. Santo, visítanos y cura nuestras dolencias por tu nombre.

Señor, ten piedad, Señor ten piedad, Señor ten piedad.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre. Venga a nosotros tu Majestad, hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo. El pan sobreesencial dánosle hoy; perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos introduzcas en la tentación, mas líbranos del maligno.
Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Bendice, padre.
Aquél, que es bendito os bendiga, Cristo, Dios nuestro, en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén. Oh Cristo nuestro Dios, fortalece en la santa y verdadera fe a todos los cristianos piadosos y ortodoxos, así como a esta santa asamblea por los siglos de los siglos.


¡Santísima Madre de Dios, sálvanos!
Tú más venerable que los querubines, e incomparablemente más gloriosa que los serafines, que sin mancha engendraste a Dios el Verbo, a Ti verdadera Madre de Dios, te magnificamos.
¡Gloria a Ti, Cristo Dios nuestro, esperanza nuestra, gloria a Ti!
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. Señor ten piedad, Señor ten piedad, Señor ten piedad. Padre, bendice.
Que Cristo, nuestro verdadero Dios, por las plegarias de su Madre Santísima, toda pura e inmaculada, de los santos gloriosos Apóstoles, de los santos y justos antepasados del Señor, Joaquín y Ana, de Santa Bárbara y de todos los Santos, tenga piedad de nosotros y nos salve, porque él es bueno y amante de la humanidad.
Amén.

Catecismo Ortodoxo
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