Monday, October 19, 2015

El corazón puro percibe a Dios y lo descubre, mientras que el corazón fatuo no lo ve, incluso cuando se le indica. ( San Nectario de Egina )


El corazón puro percibe a Dios y lo descubre, mientras que el corazón fatuo no lo ve, incluso cuando se le indica.

Es evidente que la incredulidad es un fruto malvado de un corazón malvado; el corazón puro y sin argucia descubre a Dios en todo, lo discierne en todo, y cree siempre sin dudar en su existencia. Cuando el hombre de corazón puro ve el mundo de la naturaleza, es decir, el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas, y observa los sistemas que los constituyen, la multitud infinita de estrellas en el cielo, la innumerable cantidad de pájaros, de cuadrúpedos y de toda especie animal sobre la tierra, la variedad de plantas, la abundancia de los peces del mar, queda inmediatamente estupefacto y clama con el profeta David: ¡Cuán variadas son tus obras, oh Señor! Todo lo hiciste con sabiduría” (Salmos 103:24). Tal hombre, impulsado por un puro corazón, descubre a Dios igualmente en la gracia de la Iglesia de la cual, el hombre de malvado corazón se aleja. El hombre de puro corazón cree en la Iglesia, admira su vida espiritual, descubre a Dios en los misterios, en las alturas de la teología, en la luz de las revelaciones divinas, en las verdades de las enseñanzas, en los mandamientos de la ley, en el cumplimiento de los santos, en la buena obra, en cada don perfecto, y en general en la totalidad de la creación. Es justa, pues, la palabra del Señor en sus Bienaventuranzas con relación a los que tienen el corazón puro: “Bienaventurados los de corazón puro, porque verán a Dios” (Mateo 5:8).


San Nectario de Egina

                                 Catecismo Ortodoxo 

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