El Domingo del Cuaresma psalmodiamos: “hacer mención de la Segunda Presencia de nuestro Señor Jesús Cristo”. La frase “hacer mención” del Sinaxarion, asegura que el Cuerpo de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, vive la Segunda Presencia de nuestro Cristo como un “acontecimiento” y no como algo históricamente esperado. Y esto porque con la Divina Efjaristía pasamos a la realeza increada celeste, en la post-historia (después de la historia). En esta perspectiva se aborda ortodoxamente el tema: paraíso e infierno.
En los Evangelios (Mt 25) se habla sobre «βασιλεία (vasilía) realeza increada» y “fuego eterno”. Este pasaje se lee en la Divina Liturgia el Domingo de Cuaresma, y «βασιλεία (vasilía) realeza increada» es el destino del hombre por Dios. El “fuego” está “preparado” para el diablo y sus ángeles (demonios), no porque el Dios lo quiso, sino porque estos no se arrepienten (no están en metania). La«βασιλεία (vasilía) realeza increada» está “preparada” para los fieles en la voluntad de Dios. La«βασιλεία (vasilía) realeza increada, o la increada doxa-luz» es el Paraíso, y el “fuego” eterno es el infierno eterno, (Mt 16,46). Al principio de la historia el Dios llama al paraíso, a la comunión, conexión con Su Jaris (gracia energía increada). Al final de la historia el hombre afronta el paraíso y el infierno. Qué significa esto, lo veremos a continuación. Pero decimos que el tema es el más céntrico y básico de nuestra fe, la piedra angular del Cristianismo como Ortodoxia.
El logos para el paraíso y el infierno en el Nuevo Testamento es muy abundante. Cristo en el Evangelio de Luca dice al ladrón: “hoy estarás conmigo al paraíso” (Lc 23,43). Pero al paraíso se refiere también el ladrón, diciendo: “acuérdate de mí Señor… en tu realeza increada”. Porque el ladrón está en el paraíso, es decir, en la realeza increada, según san Teofilacto de Bulgaria. Apóstol Pablo confesará que ya en este mundo, “fue arrebatado al paraíso y escuchó logos inefables, increados, que no puede expresar, hablar el hombre” (2Cor 12,3-4). En el libro del Apocalipsis leemos: “Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de mi Dios” (Apo 2,7). Y Areza de Kesaria interpreta: “paraíso es la vida bienaventurada, interminable y eterna”. Paraíso-vida eterna-realeza increada y doxa-gloria increada de Dios se identifican.
Sobre el infierno: “en infierno eterno” (Mt 25,46), “en fuego eterno” (Mt 25,41), “en la tiniebla u oscuridad exterior” (Mt, 25,30), “en gehena de fuego” (Mt 5,22), “…el miedo lleva, tiene infierno” (1Jn 4,18). Con todos estos modos se expresa esto que entendemos con el término “infierno”.
Paraíso e infierno no son dos lugares distintos. Esta apreciación es idólatra. Son dos situaciones o modos que surgen de la misma fuente increada y se viven como dos experiencias distintas. O más bien, es la misma experiencia vivida distintamente por el hombre, según sus condiciones interiores. Esta experiencia es la visión, expectación de Cristo en la luz increada, dentro en Su increada doxa-gloria. Desde la Segunda Presencia y en toda la interminable eternidad, todos los hombres estarán viendo a Cristo en Su luz increada. Y entonces “los que han obrado bien, pasarán a la resurrección de la vida eterna y feliz. Y los que han obrado mal, para la resurrección de juicio y condena” (Jn 5,29). Ante el Cristo se separan los hombres, “los corderos” de los “cabritos, en Su izquierda y derecha”. Es decir, en dos grupos. Los que estarán viendo a Cristo como paraíso, “suprema gloria (luz) increada” y los que le estarán viendo como infierno “fuego consumador, sin consumirse” (Heb 12,29).
Paraíso e infierno aquí es la misma realidad. Esto indica la figuración de la Segunda Presencia. Desde el Cristo procede un río alumbrante, con luz dorada en la parte superior, donde se encuentran los santos y en la parte inferior, como río de fuego, donde se encuentran los demonios y los no arrepentidos, los que nunca estuvieron en metania. Por eso en el Evangelio de Luca se dice: “está destinado para la caída y la resurrección de muchos o todos”. El Cristo para unos, los que Le aceptaron y siguieron la terapia del corazón que Él ha sugerido, se hace resurrección en Su vida eterna; y para los otros, los que Le negaron, en caída e infierno.
Testimonios patrísticos: San Juan el Sinaita en la Escalera dice que la luz increada de Cristo es “fuego consumador y luz que ilumina”. San Gregorio Palamás observa: “Él nos sumergirá en Espíritu Santo y fuego; es decir, lo que ilumina y lo que infierna, de modo que cada uno reciba según la disposición de su estado interior que lleva” (T. 11,498); y en otra parte dice: “La luz increada de Cristo es percibida y participada por todos, pero se recibe y es participada de distintas maneras…” (T. 2,145).
Por consiguiente, el paraíso y el infierno no son simplemente una recompensa y un castigo (sentencia). Sino la manera o modo con el que estaremos viviendo la contemplación, expectación de Cristo, según el estado de nuestro corazón. El Dios esencialmente no castiga, a pesar que por razones pedagógicas en la Santa Escritura se habla de castigo. Cuando más progresa uno espiritualmente, tanto más conoce el lenguaje de la Santa Escritura y de nuestra Tradición. El estado del hombre (limpio-sucio, arrepentido-no arrepentido, convertido-no convertido), contribuye en recibir la Luz increada como paraíso o infierno.
El problema antropológico en la Ortodoxia es cómo el hombre estará viendo eternamente a Cristo como paraíso y no como infierno. Es decir, cómo participará de Su celeste realeza increada. Y aquí se ve la diferencia del Cristianismo como Ortodoxia de las distintas religiones. Los últimos ofrecen efedemoníafelicidad y bienestar y sobre todo después de la muerte. Pero la Ortodoxia no es la búsqueda de laefdemonía, sino la terapia de la enfermedad de la religión, como constantemente predica patrísticamente el padre Yanis Romanidis. La Ortodoxia es un hospital abierto dentro en la historia, “una clínica espiritual” como dice san Juan el Crisóstomo, que ofrece la terapia del corazón (catarsis) para que uno progrese a la iluminación del Espíritu Santo y finalmente llegar a la zéosis (deificación o glorificación), el único destino u objetivo del ser humano. Este camino, como muy completamente han descrito el padre Yanis Romanidis e Ierotheo Vlajos, es la terapia del hombre, tal y como la viven todos nuestros santos.
Este sentido tiene la vida en el cuerpo de Cristo, en la Iglesia. Esta es la razón de la existencia de la Iglesia. En esto aspira toda la obra redentora de Cristo. San Gregorio Palamás dice que: “la pre-eterna voluntad de Dios para el hombre es que entre en la realeza increada; es decir, el hombre llegar a la zéosis”. Y continúa: “Pero la divina e inefable kenosis (vaciamiento), el estado teántrico (divino-humano), los sanadores y salvadores pazos (pasiones, padecimientos) y todos los misterios, es decir, toda la obra de Cristo, para este objetivo o finalidad se ha pre-economizado preventiva y sapientísimamente” (4ª homilía: Sobre Segunda Presencia).
Pero lo interesante es que no corresponden todos los hombres en esta llamada de Cristo, por eso no todos participan de la misma manera de Su doxa increada (luz increada). Esto se enseña por el Cristo en la parábola del rico y del pobre Lázaro (Lc 16). El hombre niega, rechaza el ofrecimiento de Cristo, se hace enemigo de Dios y deniega la ofrecida sotiría (sanación, redención y salvación) de Cristo; y esto es una blasfemia contra el Espíritu Santo, porque por el Espíritu Santo recibimos la llamada de Cristo. Estos son los que no se han arrepentido nunca.
Observa san Crisóstomo: “el Dios nunca se enemista, somos nosotros que nos hacemos enemigos de Él y Le denegamos”. El hombre sin metania, no arrepentido se endemonia, porque él lo escoge. Pero el Dios no lo quiere esto. San Gregorio Palamás dice: “porque esto no es mi voluntad anterior, ni os he creado para esto, ni os he preparado para el fuego; el fuego eterno inextinguible se ha encendido para los demonios que tienen inalterable la costumbre para el mal y que vosotros os habéis unido a la voluntad y opinión de ellos. Por lo tanto, voluntariamente habéis escogido convivir con los viles y mal astutos ángeles o demonios” (4ª homilía: Sobre Segunda Presencia). Es decir, es la libre elección del hombre.
El hombre rico y Lázaro ven la misma realidad, ven a Dios en Su luz increada. El rico llega a la Verdad, a la visión expectación de Cristo, pero no puede participar en esta luz increada como Lázaro: Lázaro es consolado por la luz increada, pero aquel está sufriendo y quemándose. El logos de Cristo “tiene a Moisés y los profetas”, para los que aún están en el mundo, significa que todos somos injustificables. Porque existen los Santos que tienen la experiencia de la zéosis deificación o glorificación y nos llaman a incorporarnos a la forma de vida de ellos y llegar nosotros también a la zéosis como ellos. Por lo tanto los infernados, como el rico aquel, son injustificables.
La actitud y la posición hacia el semejante, indican lo interior del hombre y por eso es el criterio del Juicio durante la Segunda Presencia (Mt 25). No significa que se pone de lado la fe del hombre en Cristo. Esta se presupone, porque la actitud frente al otro muestra que tenemos o no a Dios en nuestro interior. Los primeros Domingos del Triódion giran sobre esta actitud y posición nuestra. En el primer Domingo, el Fariseo aparentemente piadoso, se autojustifica y santifica a sí mismo y deniega, rechaza al publicano. El segundo Domingo, del hijo pródigo, repetición del aparentemente piadoso fariseo, el “hermano mayor” se entristece por el regreso (salvación) de su hermano menor. Este también aparentemente piadoso, pero con falsa piedad que no generaba agapi-amor. El tercer domingo esta actitud o posición llega a ser el criterio de nuestra vida eterna.
La experiencia del paraíso o del infierno es una experiencia irracional y superior al sentido. Es una realidad increada y no creada. Los Francos (papistas, protestantes, etc.) han creado un mito, de que el paraíso y el infierno son dos realidades creadas. Es mito de que los infernados no ven a Dios, como también el logos de la ausencia de Dios. Los Francos han tomado también el fuego del infierno como creado, por ejemplo Dante. La Tradición Ortodoxia permanece fiel en la Santa Escritura, de que los infernados estarán viendo a Dios, por ejemplo, el rico de la parábola, pero como “inextinguible fuego consumador”. Los francos escolásticos aceptaron el infierno como castigo y privación de la visión lógica de la divina esencia. Pero bíblicamente y patrísticamente, infierno es el fracaso del hombre y su negación a cooperar con la Divina Jaris (gracia, energía increada), para llegar a la resplandeciente visión, expectación de Dios (paraíso) y a la agapi desinteresada, “que no busca lo suyo” (Cor 13,8).
Por lo tanto, no hay ausencia de Dios, sino sólo Su presencia. Por eso es terrible la Segunda Presencia. Es una realidad irrevocable, en la que está establemente orientada la Ortodoxia (“espero la resurrección de los muertos…” decimos al Credo). ¡Los infernados, los que tienen el corazón duro y embotado, como los fariseos, ven eternamente el fuego como salvación! Porque el estado de ellos no es susceptible, no aceptan otra forma de salvación. Ellos también terminan y llegan al final de su camino, pero sólo los justos terminan salvados. Aquellos, los fariseos, terminan infernados. Salvación para aquellos es el infierno, puesto que en sus vidas sólo buscaron la efdemonía bienestar social y material. El rico de la parábola “disfrutó de sus bienes”. Lázaro aguantó los males con paciencia sin quejarse. Esto expresa el apóstol Pablo: “El trabajo de cada uno aparecerá claro el día del juicio, porque ese día se manifestará con fuego, y el fuego probará la obra de cada uno. Si la obra resiste la prueba del fuego, recibirá el premio; si se consume, lo perderá todo, aunque él se salvará, pero como el que escapa del fuego” (1Cor 3,13-15).
Justos y no arrepentidos pasan por el “fuego” increado. Pero uno pasa intachable y el otro se quema. Se “salva” como cuando uno pasa dentro del fuego. Eutimio Zigavinós dice en relación: “El Dios es como fuego que ilumina a los limpios y quema, oscurece a los sucios, obscenos”. Y Teodórito de Chipre dice: Se salvará del fuego el que pasará la prueba, o sea, tal como uno pasa del fuego; y el que tiene cubierta o protección adecuada no se quema, y el que no pasa el fuego pero queda chamuscado.
Por lo tanto, el fuego del infierno no tiene relación con el purgatorio de los francos, ni es creado, tampoco castigo, ni una situación intermedia. Una consideración de este tipo es pasar la responsabilidad a Dios. La responsabilidad es totalmente nuestra, es la aceptación o denegación de la terapia (redención o salvación) ofrecida por el Dios. La “muerte espiritual” es una visión expectación de la divina luz increada o de la divina doxa-gloria increada pero como fuego ardiente.
El apóstol Pablo en los Corintios dice: “Sobre este fundamento uno puede construir con oro, plata, piedras preciosas, maderas, caña y paja. El trabajo de cada uno aparecerá claro el día del juicio, porque ese día se manifestará con fuego, y el fuego probará la obra de cada uno. Si la obra resiste la prueba del fuego, recibirá el premio; si se consume, lo perderá todo, aunque él se salvará, pero como el que escapa del fuego. ¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo” (1Cor 3,12-17).
Las percepciones e interpretaciones escolásticas, que a través de Dante han pasado también en parte en nuestro espacio, tienen consecuencias que llegan a apreciaciones idólatras. Esto se hace a causa de no haber discernimiento entre creado e increado. También la negación de la eternidad del infierno, en el sentido de apocatástasis-restablecimiento de todos o con el sentido de Dios bueno (Bon Deu). El Dios realmente es bondadoso (Mt 8,17), puesto que ofrece la terapia y salvación para todos. “El Dios quiere que todos se sanen y se salven…” (1Tim 2,4). Pero es terrible el logos de nuestro Cristo, que se escucha en los entierros: “Yo no puedo hacer por mí mismo nada; según lo que oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque yo no busco hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Jn 5,30). Además, es falso también “el juicio divino” que se aplica en este caso. Finalmente todo se remonta a Dios (salvará o infernará), sin tener en cuenta la “sinergia” como factor de la salvación. (Sinergia; cooperación energía de la voluntad humana con la energía de la voluntad divina, co-energía).
Sotiría (terapia, redención y salvación) sólo es posible en los términos de sinergia-cooperación del hombre con la Divina Jaris (gracia, energía increada). Es la aceptación de la llamada de Dios. El ladrón se salvó porque puso la llave “acuérdate de mí Señor”. También es idólatra la percepción sobre el Dios enfadado contra el hombre pecador, en cambio el Dios como hemos dicho “nunca se enemista”. Esta es la percepción judicial, de la nomenclatura mundana sobre el Dios que conduce también en aplicación de castigos o penitencias en la confesión y no como fármacos, medios terapéuticos.
El misterio del paraíso-infierno se vive también en la vida de la Iglesia en el mundo. En los misterios de nuestra Iglesia Ortodoxa se realiza la participación del fiel en la Jaris (gracia, energía increada), para que sea operada la Jaris en nuestra vida, en nuestro camino en Cristo. Principalmente en la Divina Efjaristía, lo increado, la divina Comunión, se convierte en nuestro interior paraíso o infierno, según nuestro estado. Principalmente la participación en la divina comunión o efjaristía es una participación en el paraíso o al infierno dentro en la historia. Por eso la participación en la divina comunión o efjaristía está conectada y unida con toda la trayectoria espiritual del fiel. Cuando vamos a comulgar sucios y sin metania (confesión) entonces nos infernamos (quemamos). Se convierte la Divina Efjaristía en “infierno” y “muerte espiritual”. No porque se convierte en algo de esto, sino porque nuestra suciedad no la puede recibir como “paraíso”; dado que la divina comunión o efjaristía, según san Ignacio el Teoforo se llama “fármaco de la inmortalidad”; sucede exactamente lo mismo que un fármaco o medicamento. Si nuestro organismo no tiene condiciones a recibirlo, entonces el fármaco opera y trae efectos negativos y en vez de sanar, mata. No porque la culpa es del fármaco, sino del estado de nuestro organismo. Se debe decir que si no aceptamos al cristianismo como un proceso terapéutico y los misterios como fármacos, medicamentos espirituales, entonces estamos conducidos a la religiosidad o enfermedad de la religión, es decir, en convertir el cristianismo en idolatría. Y esto desgraciadamente se hace frecuentemente, cuando entendemos el cristianismo como “religión” (a conveniencia de los hombres no como apocálipsis).
Además, la vida presente, es valorizada de la luz de la dualidad paraíso/infierno. “Buscad y pedir primero la realeza increada de Dios y su justicia…” (Mt 6,33), nos aconseja el Cristo. Nuestra vida debe ser una constante preparación para la participación al “paraíso”, es decir, comunión con lo Increado (Jn 17,3). Y esto comienza desde este mundo. Por eso dice el Apóstol Pablo: “Ahora es el tiempo propicio, ahora es el día de la salvación” (2Cor 6,2). Cada momento de nuestra vida tiene una importancia salvífica. O ganamos la eternidad, la comunión eterna con el Dios o la perdemos. Por eso las religiones y los cultos orientales que predican reencarnaciones son injustas con el hombre. Porque traspasan el problema en otras vidas, naturalmente inexistentes. Pero sólo una vida existe, nos salvamos o nos perdemos. El cristiano escoge continuamente lo que consiste en su salvación; en esta vida ganamos el paraíso o lo perdemos y resultamos al infierno. Esto es el criterio de la vida cristiana. Por eso san Juan el Evangelista dice: “El que cree en él, no es juzgado, pero el que no cree ya ha sido juzgado y auto-condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios, el hombre incrédulo por sí sólo libremente se ha eliminado de la sanación y la salvación” (Jn 3,18).
Por lo tanto, la obra de la Iglesia no es “mandar” al paraíso o al infierno, sino preparar al hombre para el juicio final. La obra del Clero es terapéutica y no moral o eticoplástica, en el sentido mundano del término. La esencia de la vida en Cristo se mantiene en los monasterios, cuando naturalmente son ortodoxos, o sea, patrísticos. El propósito de la terapia ofrecida por la Iglesia no es hacer buenos hombres, sino ciudadanos de la celeste realeza increada. Estos son los Confesores y los Mártires, los verdaderos fieles, los Santos.
Pero así se inspecciona también nuestra misión apostólica. ¿Dónde llamamos? ¿A la Iglesia-Hospital/Centro terapéutico o a una ideología que se llama cristianismo? En vez de terapia, buscamos por costumbre asegurar un lugar en el “paraíso”. Por eso nos ocupamos de cultos y no de terapia. Esto por supuesto no significa denegación del culto. Pero sin ascesis o vida ascética que es praxis de terapia, el culto solo no puede sanarnos y santificarnos o divinizarnos; porque la jaris (gracia, energía increada) que procede del culto queda inactiva. La Ortodoxia no promete que manda al hombre en algún infierno o en algún paraíso, pero tiene la fuerza, tal y como se ve en las reliquias incorruptibles y perfumadas de sus santos (incorruptibilidad=zéosis), preparan al hombre de modo que vea eternamente la Increada Jaris y Realeza increada de Cristo como paraíso y no como infierno. Amín.
Protopresbítero Gheorgios Metalinós
Rector de la Universidad Teológica de Atenas
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