El misterio de la muerte es un punto “divisorio o culminante” de nuestra vida, como el dolor, la enfermedad, etc. También es de las preguntas existenciales que nos torturan y piden solución. ¿Por qué morimos, que pasa con el hombre después de su muerte y a dónde vamos después? Por eso, la referencia sobre este gran misterio, tal como lo apocalipta=revela la Iglesia, es el punto central de los siguientes conceptos.
Los hombres de nuestra época se distinguen en dos tendencias: Una es la pretensión de olvidar la muerte. Esto se hace principalmente en los países occidentales, pero día a día intentan traspasarlo también a nosotros los ortodoxos. La enseñanza habla sobre hijos inmortales. Lo mismo ocurre en todas las actividades de nuestra vida. Se ha observado correctamente que: “Existen muchas maneras que tiene el hombre para olvidarse de la muerte y esconderse de ella. La cultura contemporánea es la más descubridora en este punto. Hiperactividad profesional, continua estimulación acústica y visible de los instintos y los sentidos (radio, televisión, etc.), la manía de huida continua con el coche, no dejan al hombre concentrarse en sí mismo y afrontar el problema de la muerte en relación con el sentido y significado de la vida. En América, por ejemplo, maquillan a los muertos para que se vean bonitos y los cementerios parecen parques, no se distinguen las cruces y los sepulcros. (Archimandrita Yeorgios, San Gregorio Athos). Por otra parte, existen hombres que quedan abatidos por el pensamiento de la muerte o se les convierte en una pesadilla. Se dejan dominar por la melancolía y desean la muerte. Esto lo padece uno a causa de la mezquindad, vileza y por el gran desconocimiento e ignorancia. De todos modos no son pocos los casos que los hombres suspiran y desean la disolución o autodestrucción. Pero creemos que la disolución o autodestrucción no es siempre la solución. Desde allí empieza otro problema mayor.
La enseñanza cristiana acepta que existen dos clases de muerte. La primera es la espiritual y la segunda la somática. La muerte espiritual es el alejamiento del hombre de Dios, el Cual es la fuente de la vida y la somática o corporal, física es el alejamiento de la psique del cuerpo. En la Iglesia enseñamos que primero fue la muerte espiritual de Adán y después la somática o corporal. Por eso sostenemos que existen hombres que viven corporalmente y están muertos espiritualmente y existen hombres que mueren corporalmente, pero viven espiritualmente, puesto que la psique de ellos tiene la Jaris (gracia) la energía increada de Dios.
¿Quién creó la muerte? Los Santos Padres enseñan que no es Dios la causa del mal. Él no ha creado la muerte. No ha creado al hombre ni mortal, ni inmortal, sino que le ha creado con la capacidad y posibilidad de hacerse inmortal. Pero el pecado que cometió, es decir, con su libre alejamiento de Dios, introdujo la muerte en nuestra vida. Dios permitió la introducción de la muerte por filantropía y amor. Para que no permanezca el mal como inmortal. ¡Imaginaos una sociedad estando llena de hombres con pazos, asesinatos, robos, etc., si fueran inmortales! No habría mayor desgracia para el hombre y la sociedad. Con el Santo Bautismo lo perecedero de nuestra naturaleza, es decir, la muerte, como medio de abolición y condena del pecado, igual que en el nacimiento impecable de Cristo, permaneció lo perecedero del cuerpo, gracias a los salvíficos pazos padecimientos, pasiones.
Así, dentro de la Iglesia se anula la muerte espiritual y se vive la primera resurrección. Con nuestra conexión con Cristo se vive la inmortalidad, porque la inmortalidad no es la vida de la psique después de la muerte, sino la superación de la muerte desde esta vida. La mayor obra de la Iglesia es ayudar a los hombres a superar la muerte, que es el más terrible enemigo que tenemos, a quien nadie puede vencer. También dentro en la Iglesia adquirimos la certeza de que en el futuro se abolirá la muerte somática con la resurrección de los cuerpos. Esta es una didascalía (enseñanza) que no existe en ninguna filosofía. La resurrección de los muertos que enseña el logos de Dios es una piedra de escándalo para cada razón humana (o la mente, intelecto racional).
Nuestra Tradición conecta estrechamente con la muerte. No pretende olvidarla. Esto lo enseñan las canciones, los poemas y las costumbres del pueblo. El hecho de que los familiares tienen toda la noche el cadáver en casa, muestra una hermandad con la muerte. La vida no es ajena a la muerte. La memoria de la muerte hace la vida más humana. La sociedad que se hermana con los muertos es más humanizada y aterrizada. Creo que la memoria de la muerte y su superación es lo que hace al hombre más humano y constituye la sociedad filántropa (amiga del hombre).
Metropolita Ierotheos Vlajos. Noviembre 1985
De su libro “La vida después de la muerte”
Cuando se habla sobre la existencia de la psique (alma) después de la muerte, para la vida eterna, para el Juicio de los hombres en la Segunda Presencia de Cristo y tantas otras verdades que conectan con estas, se formulan muchas contradicciones y rechazos por los hombres contemporáneos, mundanizados, racionalistas y consumistas. El rechazo más previsible es el siguiente: “¿Quién ha visto estas cosas, quién ha venido de allí para decírnoslas?”. Es un pensamiento sin fundamento, una pregunta previsible y superficial. Sin ningún otro pensamiento, borramos toda una enseñanza entera de la Iglesia para estos temas. ¿En serio no ha venido nadie? Pues Cristo ha venido de allí, exclusivamente aquí, para enseñar a los de aquí qué pasa allí. Hizo milagros, resucitó muertos, sanó enfermos, etc., se sacrificó voluntariamente en La Cruz por nosotros y Resucitó…
Sin embargo, no pensamos lo mismo sobre otros temas que conectan con nuestra vida. Muchas cosas las creemos no porque las hemos visto personalmente, sino porque nos las han transmitido otros. Esto también es un tipo de fe. Si no tenemos certeza personal, pero tenemos certeza en varias personas de las que tenemos confianza. Historiadores de la antigüedad nos describen acontecimientos y nos las creemos. También los que visitan otros países nos transmiten sus impresiones y por regla general, las aceptamos, porque tenemos confianza en ellos. Lo mismo se tiene que hacer también sobre los temas de la fe cristiana. Si no tenemos percepción personal, por lo menos que admitamos los que nos transmiten estas verdades.
En la Iglesia tenemos conocimientos de todos los temas que conectan con la otra vida, porque nos lo ha revelado el Mismo Cristo. Él vino, se humanizó y nos ha revelado toda la verdad sobre Dios y el hombre. Aparte de Cristo, hay billones de personas santas, que con su vida personal certificaron estas verdades y dan su testimonio. ¿Por qué tenemos que creer en unos historiadores cuando certifican un hecho y nosotros no creer en billones de santos que certificaron las verdades de la otra vida? Principalmente los Santos, que lo certificaron y confesaron con su sangre. ¿Derrama uno la sangre y se sacrifica por cosas que no acepta y son más que la verdad?
Podemos sostener también las siguientes cosas. Nosotros consideramos la religión que simplemente traspasa el problema del hombre al futuro y habla de la vida post-muerte, en la que el hombre disfrutará de los bienes de Dios y será compensado por los esfuerzos que ha hecho. Realmente esta parte existe también. Pero principalmente debemos de ver la Ortodoxia por la perspectiva de la instrucción terapéutica. Si en el presente no queremos admitir sobre la otra vida, pues vivamos el carácter terapéutico de la Ortodoxia.
Cuanto más pasa el tiempo, tanto más comprobamos que estamos enfermos psíquicamente. Nos infestan, plagan, varios pazos (padecimientos, emociones, malos hábitos físicos, psíquicos y espirituales) y nos tienen cautivados muchas situaciones enfermizas. Esta enfermedad interior hace que no funcionemos regularmente. Las relaciones interpersonales se encuentran en una tensión continua. Las enfermedades somáticas, la mayoría de las veces, tienen la causa en las enfermedades espirituales. La Ortodoxia sana esta enfermedad interior. Toda la instrucción de la Santa Escritura y de la enseñanza de los Padres es terapéutica. Así que, hoy necesitamos la Iglesia, primero para sanarnos de las enfermedades espirituales, para sentir la comunión, la hermandad en Cristo, la paternidad de Dios, de manera que, nos serenemos y tranquilicemos interiormente y liberarnos de la ansiedad, angustia, fatiga y la inseguridad interior.
El primer fin no debe ser conversar sobre el futuro. Es cierto que el Cristiano ortodoxo correcto, cree absolutamente en Cristo y en todo lo que Él dijo. Pero nosotros, si tenemos una pequeña duda por estas cosas, debemos de empezar por el punto de terapia, concienciar a nuestro desorden interior que empecemos la instrucción terapéutica que tiene la Iglesia y entonces adquiriremos la certeza de la vida eterna. Porque al negar la vida después de la muerte y generalmente al negar las verdades de Cristo es porque estamos enfermos espiritualmente. Creo que dentro de la instrucción terapéutica eclesiástica, obtendremos la certeza sobre toda la enseñanza de la Iglesia.
Metropolita Ierotheos Vlajos
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