Friday, September 25, 2015

Homilía sobre la Teofanía por San Gregorio el Teólogo (Nacianceno)




Teofanía 6/19 de Enero

Esta homilía corresponde a una serie de tres homilías predicadas por San Gregorio Nacianceno en ocasión de la Natividad de Cristo. La homilía 38 corresponde a la Natividad, la homilía 39 corresponde a la teofanía el 6 de Enero, y la homilía 40, que fue predicada al día siguiente de la teofanía y que viene a ser una continuación de la homilía 39.

HOMILÍA 39


1. De nuevo mi Jesús, de nuevo el misterio, un misterio que no es falaz ni indecente como lo son los del error y embriaguez de los griegos —de tales motejo yo a sus sacrificios y pienso que lo mismo harán todas las personas cuerdas—, sino que es un misterio sublime y divino, adecuado al supremo resplandor. Pues el sagrado día de la
luz que hoy nos ha congregado y de cuya celebración hemos sido considerados dignos tiene por objeto el Bautismo de mi Cristo, luz
verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, lleva a cabo mi purificación y presta ayuda a la luz que al principio recibimos de lo alto y que por el pecado oscurecemos y ofuscamos.

2. Escucha, por tanto, la palabra divina que resuena vehemente dentro de mí, iniciado e iniciador de estos misterios, aunque bien pudiera ser que a vosotros os suceda otro tanto. «Yo soy la luz del mundo» y, por este motivo, «acércate a El y sé iluminado y tu rostro no se avergonzará», porque estará signado con la luz verdadera.
Es tiempo de regeneración: ¡nazcamos de nuevo! Tiempo para nuestra reforma: ¡retomemos el primer Adán!. No sigamos siendo como ahora somos, ¡seamos como fuimos! «La luz resplandece en las tinieblas», es decir, en esta vida, en esta vida carnal. Es perseguida, por las tinieblas, mas no apresada. Me refiero al poder del enemigo que si, imprudente como era, atacó a quien parecía Adán, enfrentado con Dios fue vencido  para que nosotros, apartados de las tinieblas, nos acerquemos a la luz y luego lleguemos a ser luz perfecta, o sea, engendrados por la luz perfecta. ¿Advertís la gracia en este día?
¿Veis la eficacia de este misterio? ¿Acaso no sois levantados de la tierra? ¿No fuisteis, por ventura, puestos en el cielo, a la vista de todos, merced a mi voz y a mis consideraciones? Y aún más altos
seréis colocados cuando el Logos dirija por buen camino mi discurso.

3. ¿Es ésta la purificación conforme a la ley, la que es sombra, que actúa mediante purificaciones pasajeras y en virtud de las cenizas de una ternera purifica a los manchados? ¿O es, tal vez, los misterios de este linaje que celebran los griegos? Celebraciones e iniciaciones que a mí se me antojan simplezas, invenciones sombrías de los demonios, ficción de mentes desgraciadas afianzada por el paso del tiempo y cubiertas de mitos. Adoran todas estas cosas como verdaderas, las encubren como míticas. Sin embargo, si realmente son verdaderas no conviene que se les llame «mitos», ya que no son vergonzosas. En cambio, si son falsas no son dignas de respeto ni
cabe tener sobre una misma cuestión opiniones encontradas, como si estuvieran entreteniéndose con una pandilla de muchachos o en un corro de hombres privados por entero de juicio y no hablando con personas sensatas, adoradores del Logos aunque desprecien el hábil y sucio arte de la persuasión.

4. Nosotros nada tenemos que ver ni con la estirpe ni con los hurtos de Zeus, el tirano de los cretenses —aunque a los griegos les moleste esta interpretación . Ni con los estruendos, aplausos y
danzas armadas de los Curetes, destinados a ocultar los sollozos del dios para que pase inadvertido a su padre, odiador de sus hijos.
Pues indigno era que quien debía ser devorado como una piedra llorase igual que un niño. No se trata aquí de las mutilaciones de los frigios, de sus flautas16, de los Coribantes, ni de todo aquello que, estando fuera de sí, hacen los iniciados en los misterios de Rea en honor de la madre de los dioses. A nosotros no nos es raptada ninguna muchacha, ni tenemos Deméter que ande errante, ni sacamos a relucir Celeos, Tritolemos, ni dragones, ni, en fin, tantas otras cosas que aquella hace y padece. Me avergüenzo de poner a la
luz del día la nocturna celebración de los misterios y de hacer de la vergüenza un misterio. Eleusis conoce tales cosas y también los iniciados en esos misterios, silenciosos y realmente dignos de
silencio. Nada tenemos que ver con Dioniso, ni con el muslo que sufre dolores de parto al alumbrar a un feto no llegado a término , ni, por
ende, con la cabeza que ya antes había parido otro feto. Ni con un dios afeminado y su coro de borrachos, ejército de disolutos, ni con la
necedad de los tebanos que lo veneran, ni con el rayo adorado de Semele. Tampoco con los obscenos misterios de Afrodita, engendrada de forma vergonzosa, y según la opinión de sus propios adoradores, también vergonzosamente venerada. Ni con ciertos Falos e Itífalos, depravados de aspecto y hechos. Tampoco con los
asesinos de extranjeros de Taúride, ni con la sangre de los adolescentes espartanos desgarrados con látigos, que se derrama sobre los altares. Adolescentes adoradores de una diosa, virgen por
más señas, que sólo se comportaban virilmente ante una cosa: el mal. Pues en unas solas personas se juntaban el honor a la molicie y la veneración del coraje.

5. ¿Dónde dejas el canibalismo de Pélope, gracias al cual se sacian los hambrientos dioses, y su hospitalidad cruel e inhumana?
¿Dónde las horribles y sombrias apariciones de Hécate? ¿Dónde los oráculos y los vaticinios subterráneos de Trofonio, las necias parlerías del roble de Dodona, las astutas mañas del trípode de
Delfos, el agua de la fuente de Castalia, que presagiaba el futuro? Ninguno de éstos fue capaz de adivinar su propio porvenir: el silencio. En nada tenemos los sacrificios de los magos, ni los
augurios fundados en el examen de visceras. En nada la astrología y la genealogia de los caldeos quienes, incapaces de conocerse a sí mismos y de saber qué son y qué serán, vinculan nuestro futuro a los movimientos celestes. Nuestras fiestas no guardan relación alguna con las orgías de los tracios de las que, según es fama, derivan las
prácticas religiosas de los cultos. Ni con las celebraciones y misterios de Orfeo, a quien los griegos admiran por su sabiduría, atribuyéndose la invención de la lira con cuyo tañido atraía a sí todas las cosas. Ni con el justo castigo que Mitra impone a los iniciados en sus misterios. Ni con los descuartizamientos de Osiris o con cualquier otro suplicio venerado por los egipcios. Ni con los
infortunios de Isis, ni con los machos cabríos adorados por los mendesios, ni con el pesebre de Apis, el buey cebado por la necedad de los habitantes de Menfis, ni con las injurias con que se
honra al Nilo, el dador de frutos, como le llaman, rico en espigas y que mide la felicidad por cubos de agua.

6. Y paso por alto el culto tributado a los reptiles y a las bestias salvajes, así como el precio pagado a la obscenidad. Cada uno de éstos tenía ceremonias y fiestas propias, sólo les era común la insensatez. Dado que deseaban ser impíos hasta el extremo y
apartarse por completo de Dios, entregándose a la adoración de ídolos producto de su arte, creación de sus manos, nada mejor podían apetecer las personas sensatas sino que aquellos honrasen y
venerasen sus cosas tal y como lo hacían, de suerte que, como dice San Pablo, recibieran por recompensa un premio adaptado al error que adoraban: que a causa de sus divinidades se hicieran tanto más despreciables cuanto más las honraban. Detestables eran por su error. Más aún por la vileza de lo que adoraban y veneraban. De
manera que llegaban a ser más necios que los objetos de su adoración, superándolos en necedad tanto cuanto ellos los superaban en vileza.

7. Los hijos de los griegos y sus demonios diviértanse con estas cosas que acarrean su desgracia y, divididos por la diversidad de
opiniones e imágenes vergonzosas, dirijan a ellas el honor digno de Dios. Todo esto comenzó a suceder desde el punto en que fuimos expulsados del árbol de la vida por haber comido su fruto en
momentos que no era oportuno ni conveniente. Al instante los demonios asaltaron a los hombres incitándoles para que, como débiles que eran, se olvidaran de guiarse por la razón y abrieran las
puertas a las pasiones. Pues, envidiosos y enemigos del hombre o, mejor dicho, hechos tales por su maldad, no querían permitir que los
hombres, una vez hechos terrenos por su caída desde el cielo a la tierra, alcanzasen los bienes celestes. Ni llevaban tampoco a bien ser
desposeídos de su gloria y condición de primeros. Por ello persiguieron a la naturaleza humana, para injuriar en ella a la imagen de Dios. Y como no elegimos observar la ley, fuimos dejados al
albedrío de nuestro error; como nos equivocamos, obtuvimos la deshonra conveniente al objeto de nuestra veneración. No sólo es indigno que habiendo sido creados para las buenas obras, para la alabanza del Creador, para imitar a Dios en la medida en que nos es posible, nos hayamos convertido en instigadores de toda suerte de
pasiones que devoran al hombre interior y lo consumen miserablemente, sino que también es igualmente indigno que inventemos dioses patronos de las pasiones, a fin de que la comisión
de los pecados no sea considerada una necedad, sino algo divino.
Pues algunos pretenden justificarse con el ejemplo de aquellos a quienes adoran.

8. Mas como a nosotros, por beneficio divino, se nos ha concedido huir del error supersticioso y permanecer en la verdad y servir a Dios vivo y verdadero y estar por encima de la creación, sobrepasando a cuanto está sometido al tiempo y al movimiento, conocemos a Dios y meditamos sobre las cosas divinas. Y comenzamos nuestra
meditación por donde más conviene hacerlo. El punto de arranque más adecuado nos fue indicado por Salomón al decir: «principio de la Sabiduría: adquiere la Sabiduría». ¿A qué se refiere con «principio de la Sabiduría»? Al temor. TEMOR/COMPLA:
En efecto, no es menester que quien se inicia en la contemplación desemboque en el temor, aunque una contemplación sin mesura podría empujar hasta el precipicio. Lo que resulta necesario es que
mediante el temor, quien contempla se instruya en los principios básicos, se purifique y, por así decirlo, se disponga para elevarse a las alturas. Allí donde existe temor, se da también la observancia de los mandatos; cuando está presente la observancia de los mandatos, se encuentra la purificación de la carne, esto es, de la nube que
obnubila al alma y no le permite ver la luz divina en toda su pureza donde hay, en fin, purificación, hay iluminación. Esta constituye la plenitud del deseo para quienes aspiran a las cosas o a la cosa más grande, o a lo que está por encima de lo que es grande.

9. Por este motivo, en primer lugar cada uno debe purificarse y luego acostumbrarse a ser puro, si no queremos que nos suceda lo mismo que a Israel, que no soportaba la gloria de Moisés y, por
ende, éste debía usar un velo. O si no queremos exponernos a sentir y decir aquello que Manóaj cuando se le presentó Dios en una visión: «mujer, vamos a morir porque hemos visto a Dios». O, como Pedro en la barca, tendremos que apartarnos del Señor porque no somos dignos de su presencia (mas cuando hablo de Pedro ¿de quién hablo? De aquel que anduvo sobre las aguas). O
quedaremos ciegos como le sucedió a Saulo, cuando antes de ser purificado de las persecuciones, habló con el perseguido, o sea, con
un breve resplandor de la gran luz. O si no estamos dispuestos a hacer como el centurión que, aunque pretendía una curación, no se abrevió a recibir en su casa al médico por un temor digno de
alabanza. Diga también alguno de nosotros, todavía no purificado, que es centurión con mando sobre muchos vicios y soldados del César, es decir, del dueño del mundo, de los que andan a ras de tierra: «no soy digno de que entres bajo mi techo». Sólo cuando vea a Jesús, cuando, aun siendo pequeño en edad espiritual, se suba como Zaqueo a una higuera por la mortificación de estos miembros de barro y la superación del cuerpo de humillación, sólo entonces podrá recibir en su casa al Logos y escuchar de El: «hoy ha venido la
salvación a esta casa». Reciba entonces la salvación y produzca frutos perfectos, distribuyendo y desprendiéndose por completo de
cuanto había adquirido deshonestamente.

10. Ciertamente, el Logos es por su naturaleza terrible para quienes no son dignos de El y por su amor a los hombres, comprensible para cuantos estuvieran bien dispuestos, es decir, los que han arrojado de sus almas al espíritu impuro y material y las han barrido y adornado con el conocimiento. No han dejado al alma ociosa e inactiva, dando lugar a que con mayor aparato se apoderaran de ella los siete espíritus malignos, iguales en número a los espíritus de la verdad. Tanto más se desea algo, cuanto más difícil es su consecución. Sino que, para apartar el mal y que obrase el bien, han acogido a Cristo tanto como les ha sido posible, a fin de que las fuerzas del mal no pudiesen dominarlos de nuevo al encontrarlos vacíos, llegando a ser la situación segunda peor que la
primera64, porque el asalto ha sido más impetuoso y la vigilancia mayor y más difícil de sorprender. Mas si hemos custodiado nuestra alma con todo esmero y hemos dispuesto nuestro corazón para el
ascenso y limpiado nuestro barbecho para sembrar en el la justicia y si, según comenta Salomón, David y Jeremías, nos hemos iluminado con la luz del conocimiento, podremos hablar de la Sabiduría de Dios escondida en el misterio e iluminar también a los demás. Entre tanto, habremos de purificarnos e iniciarnos en el Logos para procurarnos todo el bien posible, haciéndonos semejantes a Dios y recibiendo al Logos cuando venga a nosotros, a fin de que no sólo lo admitamos en nosotros sino que teniéndolo en abundancia, podamos también mostrarlo a otros.

11. Purificado ya con la palabra nuestro auditorio, ¡ea! meditemos acerca de la fiesta de hoy y celebrémosla con el ánimo de quien ama la fiesta y a Dios. Dado que el punto capital de la fiesta es la
conmemoración de Dios, evoquémosle. Pues entiendo que el clamor de quienes celebran la fiesta allá arriba, es decir, en el lugar donde está la morada de los que saltan de júbilo, ese clamor, digo, no es otra cosa que un himno de gloria a Dios entonado por quienes han sido considerados dignos de habitar tal lugar. Que nadie se sorprenda si mi discurso repite cosas ya dichas: no sólo hablaré sobre las mismas cosas, sino que emplearé idénticas palabras, mientras mi lengua y mi corazón y mi pensamiento tiemblan al referirme a Dios. Os ruego además, que vosotros por vuestra parte adoptéis una actitud santa y digna de alabanza.

 TRI/NACIANCENO:
Mientras yo esté hablando de Dios, vosotros debéis dejaros iluminar por la luz que es una y tres. Tres, de acuerdo con la diversidad de
condiciones, esto es, de personas, o de hipóstasis, si alguno prefiere este término, que no discutiremos sobre palabras cuando todas ellas
expresan una misma idea. Una, conforme a la unidad de sustancia o naturaleza divina. Esta única, se divide de forma indivisa, se une, por así decirlo, separadamente. Porque la naturaleza divina es una en tres y la trinidad constituye una unidad. En las tres se halla la naturaleza divina o, por ser más exacto, las tres constituyen la
naturaleza divina. Olvidémonos de cualquier superioridad o insuficiencia: no hagamos de la unidad una confusión y de la diversidad una división. Queden lejos de nosotros tanto la
confusión de Sabelio, cuanto la división de Arrio, errores ambos opuestos diametralmente entre sí pero merecedores de una condenación semejante. ¿A qué viene reunir equivocadamente a Dios o separarlo mediante una desigualdad?

12. «Para nosotros no hay más que un Dios Padre, de quien todo procede, y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas» y un solo Espiritu Santo en el que todas las cosas están.
Los términos «de quien», «por quien», «en el que» no afirman distinción de naturaleza, pues de ser así no podría alterarse el orden ni la disposición de tales partículas. Sino que mediante la definición
de la naturaleza de una persona, se obtiene la caracterización del conjunto de la naturaleza, sin que ello implique confusión. Que las tres personas se unen en una sola naturaleza resulta obvio a quien lea con detenimiento lo escrito por el Apóstol: «De El, por El y para El son todas las cosas, a El la gloria por los siglos. Amén». El Padre es padre y no tiene principio, porque no proviene de nadie. El Hijo es hijo y tiene principio, porque proviene del Padre. Mas si por
«principio» entiendes algo inserto en el tiempo entonces habrás de negar que El tenga principio, ya que es El quien ha creado el tiempo y, por tanto, no puede someterse a lo temporal. El Espiritu Santo es realmente espíritu y proviene del Padre, pero no por generación como el Hijo, sino por procesión, si se nos concede inventar esa
palabra para expresarnos con alguna claridad. Ni el haber engendrado supone algo contrario a la condición de no engendrado del Padre, ni contra la condición de engendrado del Hijo supone algo
su procedencia de quien no ha sido engendrado. ¡No podria ser de tra manera! Ni el Espiritu Santo se transforma en Padre o Hijo porque proceda de ambos y sea Dios. Aunque los impíos se resistan
a creerlo, la peculiaridad de la persona es inmutable. Pues, en efecto, ¿cómo seria peculiaridad si se moviera y transformara? Quienes consideran la peculiaridad de no ser engendrado o la de serlo como reductibles a la naturaleza de dioses que tienen el mismo nombre se verán forzados a reconocer que Adán y Set pertenecen a naturalezas distintas, ya que el primero no nació de carne, sino que fue creado
por Dios, y el segundo nació de Adán y Eva. En resumen, un solo Dios en tres Personas y tres Personas en un solo Dios, tal y como ya hemos dicho.

13. Siendo así las cosas, según las hemos expuesto, era necesario que no fueran los únicos adoradores los seres superiores, sino que
convenia que hubiera también adoradores terrenales, para que todo se llenase de la gloria de Dios, pues suyo era todo. Por tal motivo fue
creado el hombre honrado con la mano y la imagen divinas. Ahora bien, cuando el hombre se apartó miserablemente del Dios que lo había creado, no hubiera sido digno de Dios desinteresarse de su criatura. ¿Qué sucedió entonces? ¿Cuál es el gran misterio que nos
atañe? Las naturalezas se renuevan y Dios se hace hombre. El que cabalga sobre el cielo más alto hacia el oriente de su propia gloria y esplendor, es glorificado en el occidente de nuestra simpleza y
humildad y el Hijo de Dios acepta ser Hijo del Hombre y ser así llamado. No porque cambiase lo que era, que es inmutable, sino porque adquiría lo que no era, por amor al hombre, a fin de que lo
incompresible fuera comprendido. Se nos unió mediante la carne, que actuaba de velo, pues no es propio de la naturaleza creada y corruptible llevar la pureza de la naturaleza divina. Por tanto, se
mezcló lo que no podia mezclarse. No sólo Dios con lo que tiene origen, la mente con la carne, lo que está por encima del tiempo con el tiempo, lo que no admite limite con lo mensurable, sino también el nacimiento con la virginidad, la deshonra con lo que excede a todo honor, lo impasible con lo sometido a toda suerte de sentimientos, lo inmortal con lo corruptible. Y el autor del mal que, tras engañarnos con el espejuelo de una naturaleza divina, se creía invencible, es
engañado por la apariencia de carne, de manera que, creyendo atacar a Adán, tropezó con quien era Dios al mismo tiempo. Asi el nuevo Adán salvaba al antiguo, así se rompía la atadura de la
carne, así, la carne era condenada a muerte por la carne.

14. Yo, que presido esta celebración, y vosotros y cuanto está en el mundo y por encima del mundo hemos celebrado, según convenía, la Natividad de Cristo. Corrimos con la estrella, adoramos con los
Magos, con los pastores fuimos iluminados, lo glorificamos junto con los ángeles, como Simeón lo tomamos en brazos, con Ana, aquella anciana y casta mujer, lo alabamos. Gracias fueron dadas
a quien vino a su patria como extranjero, pues así glorificó a quienes realmente éramos extranjeros. Mas ahora nos hallamos ante una nueva acción de Cristo y ante un nuevo misterio. No puedo sofocar mi entusiasmo. Me siento lleno de Dios. Poco falta para que anuncie el Evangelio como Juan, que si bien no soy yo el Precursor, vengo también del desierto. Cristo es iluminado: comportémonos así nosotros. Cristo es bautizado: sumerjámonos también nosotros para que juntamente con El salgamos del agua.
Es bautizado Jesús. ¿Esto sólo? ¿O también es necesario considerar el resto de sus acciones? ¿Quién es el bautizado? ¿Por quién? ¿Cuándo? ¿Siendo puro es bautizado por Juan cuando da inicio a las señales divinas? ¿Qué hemos de aprender? ¿Cómo debemos instruirnos con este acontecimiento? Debemos purificarnos, ser
humildes y anunciar su palabra en la madurez de la edad física y espiritual. Aludo a quienes improvisan la administración del Bautismo, no la preparan, no procuran que, mediante la disposición para recibir la gracia, se logre la seguridad que otorga el Bautismo.
Pues si la Gracia, que de Gracia se trata, confiere el perdón de los pecados, urge prevenirse para no recaer en el antiguo vómito. En segundo lugar, me refiero a quienes se alzan contra quienes administran los misterios, en el caso de que se distingan por una especial dignidad. Por fin, aludo en tercer lugar a quienes presumen de su juventud y piensan que toda edad es buena para enseñar o
para asumir un cargo presbiteral. Se purifica Jesús: ¿despreciarás tú la purificación? Es purificado por Juan: ¿te rebelarás tú contra quien te enseña el Evangelio? Tenía treinta años, ¿enseñarás a los
ancianos tú, que aún eres imberbe? ¿Crees que para enseñar no se requiere el respeto que dispensan la edad y la forma de ser?
Entonces acuden al caso de Daniel o al de cualquier otro juez joven, y tales ejemplos corren de boca en boca. En efecto, nunca falta
justificación a quien quiere obrar injustamente. Mas la excepción no ha de ser hecha ley en la Iglesia. Una golondrina no hace primavera, ni un solo trazo hace al geómetra, ni una sola travesía al buen marino.

15. Juan bautiza y se le acerca Jesús, quizá para santificar al que bautiza, en cualquier caso, es evidente que para santificar a todo el antiguo Adán, sumergiéndolo consigo en el agua del Bautismo.
Pero antes que a éstos y por su causa, santifica al río Jordán. Como era espíritu y carne, comienza por el espíritu y el agua. Juan se resiste y Jesús le convence. «Soy yo quien tiene necesidad de ser
bautizado por ti»93, dice la luz al sol, la voz al Logos, el amigo al esposo, el que está por encima de todos los nacidos de mujer, al Primogénito de toda criatura, el que saltó de alegría en el vientre
de su madre al adorado cuando estaba aún en el seno materno, el Precursor que precedería a quien se muestra y habrá de mostrarse. «Soy yo quien tiene necesidad de ser bautizado por ti». Y añade también: «en favor tuyo». Pues sabía que sería
bautizado con el martirio o que, como Pedro, no lavaría sólo suspies. Y sigue: «¿y vienes tú a mí?» También esto es profético:
sabía que, tras Herodes, enloquecería Pilatos y de ese modo Cristo seguiría a aquel que ya antes había sido muerto. ¿Qué contesta Jesús? «Déjame ahora», esto se ajusta a lo convenido.
Conocía bien que, poco después, El bautizaría al Bautista. ¿Qué significa el bieldo? La purificación. ¿Y el fuego? La destrucción de lo mudable y el fervor del Espíritu. ¿Y el hacha?
Que será arrancada el alma que permanezca estéril tras recibir el estiércol. ¿Qué significa la espada? El corte hecho por el Logos, la división establecida entre lo peor y lo mejor, la que separa al creyente del incrédulo, la que enfrenta al hijo, a la hija, a la esposa, con el padre, la madre, la suegra, la que distingue las cosas nuevas y recientes de las viejas y sombrías. ¿Qué significa la correa de la sandalia, esa que no osas desatar tú que bautizas a Jesús, que vienes del desierto y no te alimentas, que eres el nuevo Elías, incluso superior al profeta, pues has visto al profetizado, tú, mediador del Antiguo y el Nuevo Testamento? ¿Qué significan todas estas cosas? Se trata, tal vez, de explicaciones sobre la venida de Cristo y su Encarnación, explicaciones cuya interpretación no es fácil, ni siquiera en lo fundamental y ello no sólo para cuantos son aún carnales e infantiles en Cristo, sino también para los que, como Juan, están ya en el Espíritu.

16. Sale Jesús del aguar. J/BAU: Consigo lleva levantado el mundo y ve cómo se abren los cielos que Adán se había cerrado a sí mismo y a cuantos de él descendieran, como había cerrado también
el Paraíso con flameante espada. El Espíritu da testimonio de la naturaleza divina de Jesús: acude a encontrarse con su igual. Y otro tanto la voz del cielo, pues de allí procedía Aquél de quien se da
testimonio. El Espíritu se manifiesta corporalmente en forma de paloma, honrando así al cuerpo, honrado ya antes por Dios mediante la deificación. Por otra parte, ya desde antiguo la paloma estaba acostumbrada a anunciar el final del diluvio. Claro que si tú estimas la naturaleza divina atendiendo al peso y al volumen, te ha de parecer insignificante el Espíritu, pues se presenta en forma de paloma. ¡Ah, mezquino para contemplar tales grandezas! Incluso cuentas con la posibilidad de despreciar el reino de los cielos, que es comparado con un grano de mostaza. Y, por supuesto, advertirás que el enemigo aventaja en grandeza a Jesús, porque aquel recibe los nombres de «monte alto», «Leviatán» y rey de lo que se halla en las aguas, mientras que Jesús es el cordero, la perla, la gota y otros nombres semejantes.
17. Es decoroso que en la fiesta del Bautismo del Señor nos aprestemos para sufrir un poco por Aquél que por nosotros asumió una cierta forma, fue bautizado y crucificado. ¡Ea! Consideremos
las diversas maneras en que puede recibirse el Bautismo, para que así nos vayamos de aquí purificados. Bautizó Moisés, pero en elagua. Y antes aún, en la nube y en el mar. Como nota San Pablo, esto era una figura: el mar era figura del agua del Bautismo; la nube, del Espiritu; el maná, del pan de vida; la bebida, de la bebida divina. También Juan bautizó. Mas ya no lo hizo a la
manera de los judíos, puesto que no bautizaba sólo con agua, sino además en función del arrepentimiento. No obstante, no era todavía enteramente espiritual, pues no bautizaba en nombre del Espiritu Santo. Por último, bautiza Jesús y lo hace en el nombre del Espiritu. Este es el bautismo perfecto. Detengámonos un poco en
este punto: ¿cómo es posible que no sea Dios Aquél gracias al cual llegas tú a ser dios?. Aún conozco un cuarto tipo de bautismo:
aquel que se obtiene por el testimonio y la sangre. Cristo también fue bautizado según este cuarto modo, que es mucho más venerable que los anteriores, porque no admite ser mancillado después con mancha alguna. Por fin diré que hay todavía un quinto bautismo.
LAGRIMAS/BAU Es el de las lágrimas. Este resulta en extremo penoso, pues riega cada noche con lágrimas el propio lecho y el estrado. Este es propio de aquel cuyas llagas son fétidas, que
camina llorando y entristecido y reproduce el arrepentimiento de Manasés y la humillación con que Ninive alcanzó el perdón. Es el bautismo perteneciente a quien pronuncia en el templo las palabras del publicaNo, que es juzgado por contraposición con la arrogancia del fariseo. El bautismo propio de quien, como la cananea, se
ampara en la misericordia y suplica migajas, esto es, el alimento de un perro hambriento.

18. Por mi parte, yo reconozco que, como hombre que soy, soy un animal voluble y de frágil naturaleza. Acepto el bautismo de buen grado, venero a quien me lo ha concedido y procuro que los demás participen de él, mostrándome misericordioso para poder alcanzar misericordia. Pues me sé rodeado de debilidad y recuerdo que seré medido según midiere. Mas ¿qué dices, qué dispones tú, nuevo fariseo, puro de nombre, que no de comportamiento, que nos echas a la cara las doctrinas de Novato mas te dejas llevar también por sus debilidades? ¿No aceptas el arrepentimiento? ¿No das lugar a los lamentos? ¿No te mueven a llanto las lágrimas ajenas? ¡Que no topes con un juez como tú! ¿No respetas la misericordia de Jesús, que soportó nuestras enfermedades, cargó con nuestros dolores y
vino no por los justos, sino por los pecadores, para conducirlos a penitencia, que prefirió la misericordia al sacrificio y manda perdonar los pecados hasta setenta veces siete? ¡Bendita
arrogancia la tuya si es pureza y no vanidad, que pone preceptos que superan la capacidad humana y aniquila con la desesperación el deseo de enmienda! Son malas por igual una absolución imprudente y una condenación que no admita el arrepentimiento. La primera suelta las riendas por completo. La segunda ahoga con su violencia.
Muéstrame tu pureza y aceptaré tu severidad. Mas mucho me temo que, estando tú lleno de heridas, no admitas la posibilidad de curación. ¿No aceptas el arrepentimiento de David, gracias al cual
conservó la gracia que le había sido profetizada? ¿Rechazas al gran Pedro, que durante la Pasión del Salvador se dejó arrastrar por un sentimiento meramente humano? Le perdonó Jesús, sin
embargo, y mediante tres preguntas y tres respuestas sanó su triple negación. ¿No es acaso prueba de que le aceptó el que llegara a la perfección merced a su muerte en el martirio? También esto es propio de tu presunción. ¿Tampoco aceptarás a aquél que en Corinto
transgredió la Ley? Mas Pablo con la enmienda de su vida ratificó su caridad. Y éste fue el motivo: «para que no se viera consumido por excesiva tristeza» si era castigado con excesivo rigor. ¿No toleras el matrimonio de las viudas jóvenes argüyendo que, por su edad, son fáciles de conquistar? Pablo sí osó hacerlo. Claro que tú, sin
duda, eres su maestro, pues has alcanzado el cuarto cielo, has visto otro paraíso y escuchado palabras secretas y has rodeado tu evangelio con un gran círculo.

19. Mas tú podrías decir: «tales cosas no proceden después del Bautismo». ¿En qué te basas? Pruébalo o no lo condenes. Si la cuestión es ambigua sea nuestra guía la misericordia. Según tú dices, Novato «no recibió a quienes habían cometido apostasía en el momento de la persecución». ¿Y qué? Actuó ciertamente con
rectitud si los tales no se habían arrepentido. Tampoco yo acepto a quienes no se someten o no lo hacen dignamente o no compensan el mal con su enmienda. Cuando los acepto asigno a cada uno de ellos el puesto que le convienen. Mas si Novato no admitió a quienes se consumían en llanto por su pecado, no seré yo quien le imite. ¿Por qué he de tomar como norma la crueldad de quien no condenaba la avaricia, que es una forma de idolatría, y sin embargo castigaba cruelmente la fornicación, como si él no fuera de carne y hueso?
¿Qué decís? ¿Os han convencido nuestras palabras? Poneos entonces junto a nosotros que somos hombres. Exaltemos todos juntos al Señor. Que ninguno de nosotros, por mucha confianza que tenga en sí mismo, ose decir: «nadie me toque, yo soy puro», ni «¿quién como yo?». Hacednos partícipes de vuestro esplendor. ¿No
os hemos persuadido? Lloraremos, entonces, por vosotros. Quienes lo deseen vengan por nuestro camino, que es el de Cristo. Quienes no, vayan por el suyo. Tal vez en el otro mundo sean bautizados con fuego, padeciendo el último Bautismo, el más penoso y largo, el que devora la materia como pasto y consume la ligereza de todos los males.

20. Honremos hoy nosotros el Bautismo de Cristo y celebrémoslo bien, no deleitándonos con el vientre sino alegrándonos espiritualmente. Mas ¿cómo podremos deleitarnos? «Lavaos, sed
puros». Si sois de color púrpura por el pecado o de un tono menos sanguinolento, volveos blancos como la nieve. Mas si sois del color escarlata y casi perfectos en la sangre, alcanzad la blancura
de la lana. En cualquier caso, purificaos y aumentad vuestra pureza, porque nada alegra a Dios tanto como la corrección y la salvación del
hombre. En favor de él fue dada toda palabra y todo misterio, para que actuara como luz del mundo, como fuerza vivificadora para el resto de los hombres, para que colocados como luces perfectas junto a la gran luz, seáis iniciados en la luz que proviene del cielo, iluminados de una forma más pura y clara por la Trinidad, de quien
recibís ahora el único resplandor de la única naturaleza divina en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


                                  Catecismo Ortodoxo 

                     http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/

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