El Bienaventurado Juan (1896-1966) es considerado por los Cristianos Ortodoxos de todos los países del mundo como el Santo más grande del siglo. Abarcando con su persona muchas y diferentes expresiones de Santidad, él era al mismo tiempo un teólogo con inspiración Divina y un pobre de espíritu; un misionero, celoso servidor de Dios y sincero servidor de los pobres; un severo asceta y el cariñoso Padre de los huérfanos. Supo, lo mismo que Moisés, salvar a sus feligreses de atropellos y persecuciones acompañándolos siempre en su estadía en la China comunista y también en su éxodo, en busca de un mundo libre donde ellos pudiesen vivir en paz. Lo mismo que a los primeros apóstoles, le fue concedido a San Juan de San Francisco el don Divino de curar las almas heridas y los cuerpos enfermos. El rezo riguroso y constante lo afirmaba en su condición del Bienaventurado Padre espiritual, representante de la gran tradición rusa de Monjes Beatos, dotados de una sabiduría y bondad excepcionales. Al penetrar a través de la cortina del tiempo Sr. del espacio, él sabia leer los pensamientos de los humanos y solía responderles antes que fuesen formuladas sus preguntas. Encontrándose ahora en el mundo de Dios, él sigue rezando por todos los que lo invocan y hasta vuelve a visitarlos, como demuestran los milagros y las curaciones que se registran ahora en todo el mundo.
En esta traducción parcial del libro El Bienaventurado San Juan de San Francisco, el Milagroso" se incluirán los datos sobre la vida del Santo y algunos testimonios de su ayuda milagrosa. A través del estudio de su vida extraordinaria y de las experiencias de ese Santo Varón, todos aquellos que no pueden permanecer indiferentes ante semejante muestra de la bendición de Dios tendrán la posibilidad de acercársele y honrarlo.
La hermandad del Reverendo Germán de Alaska durante más de veinte años y desde la muerte de nuestro amado fundador e inspirador Bienaventurado San Juan (Maksimovich), , trabaja incansablemente para difundir la buena nueva sobre su indudable santidad. La veneración, la devoción y los milagros de San Juan de San Francisco se extienden por doquier. Él sigue realzando milagros en aquellos que piden su ayuda y protección. Hace poco hemos publicado los recuerdos de uno de sus hijos espirituales y en los comentarios que hemos recibido se repetía siempre el mismo testimonio: ninguno de nuestros piadosos lectores pudo contener las lágrimas, al leer la vida del Bienaventurado San Juan. ¿Pero no han sido las mismas lágrimas que bañaban los rostros de aquellas personas que conocieron a San Juan durante su vida y su peregrinaje por este mundo, que escucharon sus oraciones, sus súplicas a Dios por todos los que sufren? - "Si" - Durante sus visitas a las cárceles, exacerbado criminales, que jamás lo habían conocido o escuchado, de pronto rompían a llorar. De Él emanaba tal fuerza, que seducía a la gente, quizás más, que sus innumerables milagros. Aquella era la fuerza del amor a Cristo, magnífico milagro, que atraía irresistiblemente, a pesar de ser inaccesible a la comprensión mundana. Nada es capaz de vencerla, porque proviene del propio Creador. Comunicándose misteriosamente con el mismo Dios, San Juan, lleno de esa fuerza del amor y la derramaba generosamente por el mundo, esto es lo que hace movilizar las almas de los creyentes, veinte años después de la muerte del Bienaventurado.
Canonizado por la Santa Iglesia Ortodoxa en 1994, su santidad, realmente, no se discutió jamás, y uno de sus hijos espirituales el Obispo Mitrofan anunciaba insistentemente la Gloria del Bienaventurado Juan, como genuino Santo de los últimos tiempos.
El Arzobispo Juan nació el 4 de junio de 1896 en la aldea de Adamovka de la provincia de Kharkov. Pertenecía a la familia de Maksimovich y recibió en el bautismo el nombre de Mijail. En su temprana niñez era enfermizo y de poco comer. Después de los estudios secundarios se inscribió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Kharkov y se recibió de abogado en 1918. Durante sus estudios universitarios el futuro Arzobispo se dedicaba quizá más a leer sobre de la vida de los Santos, que asistir a las clases, y sin embargo fue un estudiante ejemplar. Evidentemente su aspiración de imitar a los Santos se había manifestado ya en aquellos tiempos tan claramente, que el arzobispo de Kharkov, Antonio, futuro Mitropolita y primer candidato a la cátedra del Patriarca de Moscú, más tarde Primer Jerarca de la Iglesia Ortodoxa rusa en el exilio, se preocupó especialmente en acercársele para reconocerlo luego como su alumno espiritual.
En 1921, durante la guerra civil en Rusia, el futuro Santo con sus padres y sus hermanos emigró a Yugoslavia y en Belgrado en 1925 se graduó en la Facultad de Teología. En 1926 se hizo monje recibiendo el nombre de Juan y trabajó desde 1929 hasta 1934 como profesor en el Seminario Académico de Serbia "San Juan Crisóstomo" en la ciudad de Bitol. Allí, oficiaba la Santa Misa en idioma griego para las congregaciones macedonias y griegas del lugar que lo veneraban extraordinariamente.
La ciudad de Bitol pertenece a la diócesis de Okhrid que estaba dirigida en aquellos tiempos por el obispo Nikolai Velimirovich, magnífico predicador, poeta, organizador e inspirador del Movimiento Religioso Popular Serbio. Tuvo una influencia muy benigna sobre el monje Juan y le tuvo mucho aprecio y cariño. Ya entonces se escuchó decir a menudo al Obispo Nikolai: "Si quieren conocer a un santo viviente, vayan a ver al Padre Juan de Bitol."
Indudablemente uno se daba cuenta cada vez más que el padre Juan era un ser extraordinario. Los estudiantes del seminario fueron los primeros que descubrieron aquello, fue quizá uno de los logros ascéticos más grandes del futuro arzobispo Juan: primero se supo que se quedaba despierto hasta la madrugada recorriendo los pasillos de la residencia estudiantil, luego se descubrió que no dormía prácticamente más que dos o tres horas acurrucado e incomodo en un sillón o acostado en el piso frente a los Iconos.
El mismo, más tarde, confesó que desde que se hizo monje no quiso acostarse a dormir en una cama. Ese tipo de práctica ascética es poco frecuente aunque es reconocida por la tradición ortodoxa cristiana. El fundador de la vida monástica, el Santo del siglo IV, Paisio el Grande, recibió según la leyenda de las manos del ángel el estatuto de la vida monacal comunitaria, escuchó las siguientes palabras referentes al sueño de los monjes: "Y ellos (los monjes) no deben dormir acostados, pero tu debes hacerles unos asientos, que tengan un apoyo para la cabeza" (regla 4).
Algunos seminaristas hablaban mucho del Padre Juan, de su profesor excepcional, que rezaba siempre, oficiaba todos los días la Santa Misa o por lo menos comulgaba diariamente, ayunaba rigurosamente, jamás dormía acostado y con el auténtico amor paternal los conducía hacia los elevados ideales de la Cristiandad.
En 1934 el Padre Juan recibió el título de Obispo, a pesar de su resistencia; el argumento que él presentó como la causa de su negativa era su defecto de habla, pero al futuro arzobispo le contestaron solamente, que el profeta Moisés tuvo el mismo defecto. La Quirotonía Episcopal se celebró el 28 de Mayo de 1934.
El Metropolita Antonio escribió así al Arzobispo Demetrio de la diócesis de Shanghai en el lejano oriente... "Les envío mi lugar - como mi propia alma, como mi corazón - al obispo Juan. Este pequeño hombre enfermizo, de apariencia casi infantil, es el ejemplo de la severidad y el rigor ascético, en estos tiempos de total debilidad espiritual."
A fines de noviembre el Obispo Juan llegó a Shanghai justo para la celebración de la fiesta de la Virgen María y encontró la catedral levantada a medias y muchas discusiones entre las jurisdicciones eclesiásticas. Lo primero que hizo fue unir a los fieles, también contactarse con los griegos, los serbios y los ucranianos para coordinar la instrucción catequista en todas las escuelas ortodoxas de Shanghai y también para organizar la ayuda activa a las múltiples necesidades de los refugiados rusos que habían huido de la U. R. S. S.
Jamás aceptaba invitaciones mundanas, pero siempre se le podía encontrar en los lugares más inhóspitos donde recogía a los enfermos y a los niños huérfanos para llevárselos al asilo que él mismos había instaurado, primero con sólo ocho niños de distintas edades, para llegar a tener después centenares de niños muy bien atendidos. Durante su estadía en Shanghai más de 3500 niños pasaron por su asilo y con la llegada de los comunistas organizó la evacuación de sus niños y de todos sus fieles, en general, primero hacia las Islas Filipinas y luego hacia los Estados Unidos.
Muy pronto los feligreses tuvieron la plena evidencia del extraño ascetismo de su Buen Pastor. Su vida se basaba en el ayuno y en la oración. Comía una sola vez por día - a las 11 de la noche - durante la cuaresma aceptaba solamente panecillos del altar. Rezaba toda la noche y cuando el sueño lo vencía, apoyaba su cabeza en el piso y dormitaba unas pocas horas. Todas las mañanas, fuese cual fuese la temperatura del ambiente, tomaba una ducha fría antes de oficiar la misa más temprana, luego oficiaba la Liturgia completa y a la noche las vísperas, otro oficio divino.
Muchas veces estando enfermo sus fieles trataban de disuadirlo para que se quedara en reposo; así sucedió cuando se le hinchó mucho una pierna y los médicos temían que se formara una gangrena, si el Obispo Juan no se internaba en el hospital Se internó por fin, pero a la tarde apareció otra vez en la catedral para oficiar la misa en vísperas de un día festivo. Durante la jornada siguiente se deshinchó totalmente la pierna y el peligro pasó.
Las sotanas que llevaba el Obispo estaban hechas de una tela china, la más barata: en verano o invierno, calzaba zapatillas o sandalias, siempre sin medias. Muchas veces andaba simplemente descalzo, porque le había regalado sus sandalias a algún mendigo. A veces oficiaba la misa descalzo y fue severamente reprendido por ello.
Ya se sabia entonces que el Obispo Juan además de ser un asceta justo y bienaventurado se encontraba tan cerca de Dios, que poseía el don de clarividencia y sus oraciones le permitían hacer milagros.
He aquí el testimonio de una parroquiana, Lidia Lew, que habla de la grandeza espiritual del Obispo Juan. "Escribí una carta al Obispo, sin conocerlo, pidiendo ayuda para una viuda con hijos y también consejos para mis problemas. No recibí ninguna contestación. Pasó un año. De pronto, llega el Obispo Juan a la ciudad de Hong Kong, donde yo vivía en aquellos tiempos y lo recibimos todos en el templo con mucho júbilo. Yo estaba entre la muchedumbre: de pronto el Obispo buscando con la mirada, me encuentra y me dice : " Es usted, la que me había escrito una carta. Quede muy, sorprendida, porque él no me había conocido antes. Durante el sermón que el Obispo Juan pronunció después de la misa, mi madre y yo observamos durante un rato largo la aureola de luz que envolvía la figura del Obispo; al comentarlo, nos dimos cuenta que muchos fieles vieron lo mismo. Mi marido, que estaba más lejos del altar, también lo vio."
Al Obispo le agradaba visitar a los enfermos y lo hacia diariamente, confesándolos y haciéndolos comulgar. Sí el estado del enfermo se tornaba critico, el Obispo Juan se acercaba a cualquier hora, de día o de noche, para rezar al lado de su cama. He aquí uno de los milagros que sus oraciones han hecho posible: Ludmila Dimitrievna Sadkovskaia como muy buena deportista practicaba equitación con muchoentusiasmo. Una vez se cayó mal del caballo, golpeándose fuerte la cabeza. La encontraron sin conocimiento y en el hospital un concilio de médicos declaró que su estado era critico, que no podría pasar la noche; casi no tenia pulso, tenía graves heridas en la cabeza y unos pedacitos de huesos de cráneo rotos se incrustaron en el cerebro. Moriría durante la operación, o si sobreviviría a la intervención quirúrgica, quedaría ciega, sorda y muda.
La hermana de esta mujer, después de haber escuchado todo eso, lloró amargamente, pero corrió a buscar al Obispo Juan suplicándole que hiciera todo lo posible para salvar a su hermana. El Obispo llegó al hospital, pidió que lo dejasen sólo con la enferma y rezó durante más de dos horas al lado de su lecho. Luego llamó al médico jefe del hospital y pidió que se hiciera una revisación completa de la enferma. Los médicos se asombraron al comprobar que el pulso de la enferma se había normalizado totalmente y permitía que se cumpliera la intervención quirúrgica. La única exigencia del cirujano era que la intervención se hiciera en presencia del Obispo Juan. La operación tuvo éxito y al despertar la enferma sorprendió a todos los que la rodeaban, pidiendo agua para beber. Ella además oía y veía todo, y sigue viviendo hasta ahora, sana y salva. La testigo la conoce desde hace 30 años.
El Obispo visitaba las cárceles, oficiaba la misa utilizando solamente una pequeña mesa común. Pero lo que era más difícil para el Pastor - era visitar a los alienados y a los poseídos (el Obispo los distinguía inmediatamente) - no le preocupaba al Obispo Juan porque su fuerza espiritual le daba una gran seguridad y los enfermos mentales comulgaban muy pacíficos, escuchaban sus sermón y esperaban sus visitas con gran impaciencia y alegría.
El Obispo fue un hombre de gran temple. Durante la ocupación Japonesa las autoridades niponas ejercían grandes presiones sobre la emigración rusa a través de los representantes del comité ruso. Dos presidentes del comité lucharon contra la influencia japonesa y los dos fueron asesinados. La colonia rusa tuvo mucho miedo y en ese momento el Obispo Juan a pesar de las amenazas de algunos partidarios de los japoneses, se proclamó presidente de la colonia rusa.
Era peligroso en aquellos tiempos andar de noche y durante la ocupación japonesa la gente prefería quedar en casa cuando oscurecía. Sin embargo, el Obispo Juan siguió como siempre visitando a sus enfermos; aliviando a los necesitado a cualquier hora, de día o de noche, y nunca tuvo dificultades.
Terminaba la Segunda Guerra Mundial y cada vez más se trataba de presionar a los Obispos Rusos en el exilio para que se sometiesen a las autoridades eclesiásticas recién elegidas en la Unión Soviética. La elección del patriarca en la U.R.S.S. era un acto paradójico, la falsedad del hecho saltaba a la vista, pero la situación era difícil y en el Lejano Oriente de los seis rusos en exilio, cinco se sometieron a las autoridades soviéticas y solamente el sexto, el Obispo Juan, (quien desde el año 1946 tenía el rango de Arzobispo) permaneció fiel a la Iglesia Rusa en Exilio.
A los emigrados rusos no les quedaba otra solución más que irse de Shanghai y del extremo oriente en general y el Arzobispo Juan tomó a su cargo el cuidado de su rebaño y llevó a buen fin el traslado de más de diez mil personas a los Estados Unidos de América.
En 1949 en la isla de Tubabao, en las Filipinas, en el Campamento Internacional para los Refugiados se encontraban cerca de cinco mil refugiados rusos de China. La isla se encuentra en la ruta de los tifones de esta época del año que azotan ese sector del Océano Pacifico. Durante los 27 meses de la existencia de dicho campamento una sola vez apareció la amenaza del tifón y tampoco llegó a desencadenarse, porque se había desviado a tiempo. Cuando uno de los refugiados habló de su miedo a los tifones con las autoridades Filipinas, ellos le contestaron: "vuestro hombre Santo bendice el campamento por tos cuatro costados y todas las noches del año." Hablaban del Arzobispo Juan, porque mientras el estaba allí, ningún tifón se había acercado a la isla. Pero cuando el campamento casi dejo de existir y la mayoría de los refugiados se trasladaron a Estados Unidos y a Australia, quedando solamente cerca de 200 personas, un tifón muy fuerte azoto a la isla de Tubabao.
Al terminar la misión de ayudar a sus feligreses a salir de la China, en 1951, se le ofreció al Arzobispo Juan un nuevo campo de acción. El Sinodo de los Obispos de la Iglesia Ortodoxa Rusa en exilio lo designa primero para la catedral de París y luego para Bruselas, Bélgica. Estando en Europa Occidental, el Arzobispo demuestra el profundo interés no sólo en la diáspora rusa, también en toda la población del lugar. Incluyedo en su jurisdicción a las Iglesias Ortodoxas Holandesa y Francesa, defendiéndolas y ayudándolas a crecer. Oficia en ese entonces la Santa Misa Ortodoxa en francés y en holandés, como antes decía la misa en griego y en chino, (como más tarde lo hará en inglés).
Toda su vida el Bienaventurado Arzobispo Juan se interesó y respetó profundamente la vida de los Santos, sus conocimientos en esta materia parecían ilimitados. Estando en Europa, él puso su atención en los Santos europeos que se honraron antes de la separación de las iglesias Ortodoxa y Católica y cuyos nombres, en muchos casos no habían sido incluidos en los calendarios ortodoxos, a pesar de ser muy respetados por la población lugareña. El Arzobispo Juan buscó sus imágenes, anotó sus biografías y presentó toda una lista con descripciones detalladas al Sinodo de la Iglesia Ortodoxa.
Lo mismo que en China, en la Europa Occidental la gente comenzó poco a poco a darse cuenta de que del Arzobispo se podía esperar siempre cualquier sorpresa. Esto pasaba porque él fundaba su vida sobre la base de la Ley Divina, sin pensar hasta que punto sus actos pudiesen parecer impredecibles, incluso sorprendentes a los ojos de las personas que se dejaban guiar por los criterios puramente mundanos
Su reconocimiento como Santo comenzaba a extenderse tanto entre los fieles ortodoxos, como entre la gente perteneciente a otras religiones. En una de las iglesias católicas muy importantes de la ciudad de París el párroco trataba de convencer a los jovenes feligreses con estas palabras: "Ustedes exigen pruebas, dicen que no existen ahora ni milagros ni santos en el mundo. Para qué voy a buscar demostraciones teóricas, cuando hoy mismo, en estos días, ustedes pueden ver caminando por las calles de París a un Santo - Saint Jean Pieds-Nus - (San Juan Pies Descalzos) - un Santo de la Iglesia Ortodoxa Cristiana."
Muchos testimonios demuestran la real existencia de los milagros producidos por los rezos del Bienaventurado San Juan: él como "instrumento de Dios," según sus palabras, elevaba las oraciones con tanta insistencia y fuerza, que siempre tuvo - y sigue teniendo también hoy a través de sus fieles - "la respuesta Divina."
Al Bienaventurado Arzobispo Juan no se le recuerda como a una persona severa, sino todo los contrario muy dulce, cordial y alegre, hasta un poco así, como llamaban a los Santos más queridos en la antigua Rusia - un ser que no teme parecer ridículo ante los demás, en su amor y alegría hacia la humanidad, y a través de su amor a Jesús, hacia todos los seres vivientes.
En el Bienaventurado San Juan, esa especial alegría en Cristo se manifestaba especialmente cuando se trataba de los niños. El Arzobispo Juan siempre estaba dispuesto a prestar su ayuda a todos los niños más carenciados, sea quien sea, lo que a la gente le afectadamente gravemente y muchas veces los hipócrita no aceptaban este proceder y lo criticaban severamente. Aparentes excentricidades y extravagancias se explicaban a la larga, siempre estaban Justificadas por algunas reales exigencias del espíritu piadoso del futuro Santo. Se necesitaba sólo un poco de amor y de bondad - imitando la gran bondad del propio San Juan de San Francisco para comprenderlo y venerarlo como se lo merecía.
La vida del Arzobispo Juan era básicamente espiritual y si por su causa se perturbaba de alguna forma el orden establecido de las cosas, era sólo para que la gente despertara de su inercia espiritual, para que recordara que existe la "Justicia más elevada que la de este mundo."
Se recuerda un episodio especial, que aconteció durante la estadía del Arzobispo Juan en San Francisco; California (1963) y que refleja varios aspectos de su Santidad: su intrepidez espiritual basada en la Fe absoluta; su capacidad de ver el futuro y poder atravesar con su mirada los límites del espacio; la fuerza de su oración que indudablemente hacía milagros. El caso fue contado por la señora L. Lew y las palabras exactas del Arzobispo Juan fueron ratificadas por el señor T., que se menciona mas abajo. "En San Francisco mi marido, tuvo un accidente automovilístico, se encontraba muy enfermo y sufría muchísimo. Yo conocía muy bien la fuerza de las oraciones del Arzobispo Juan y pensaba: "Si pudiera invitar al Arzobispo para que rezara por mi marido, seguro que mi marido se aliviaría.". Pero no me atrevía a hacerlo, porque sabía cuantos problemas tenía el Arzobispo en este momento. Habían pasado dos días y de pronto aparece en nuestra casa el propio Arzobispo Juan acompañado por el señor B.T., quien lo traía en su auto. El Bienaventurado Arzobispo Juan permaneció en nuestra casa muy poco tiempo, pero yo creía firmemente que mi marido mejoraría. Era justo el momento más difícil de su crisis y al día siguiente hubo un cambio brusco y su salud comenzó a mejorar. Mas tarde me encontré en una reunión con el señor B.T. quien me contó que estaba llevando al Arzobispo Juan en su auto camino al aeropuerto, cuando de pronto el Arzobispo le dijo: "Vamos en seguida a la casa de la familia Lew." El señor T. le contestó, que llegarían tarde al avión. Entonces el Arzobispo le dijo "Usted quiere responsabilizarse por la vida de un hombre" No quedaba otra cosa que llevar al Arzobispo Juan a donde el quería ir.
La autoridad del Bienaventurado San Juan no se basaba en sus características exteriores, su aspecto era enclenque, frágil, caminaba encorvado, no era ambicioso, no poseía ni agudeza mental ni don de la palabra. Fue gracias a la elevada y pura espiritualidad, a la enorme Fe y a la Bondad sublime, que él se destacó entre los importantes Jerarcas de la Iglesia Ortodoxa Rusa de este siglo y llegó a ser un Santo verdadero. En él resplandeció la beatitud perfecta.
Los que conocían y amaban al Bienaventurado Juan tuvieron como primera reacción después de la noticia de su muerte súbita, la seguridad que ésto no podía ser. Y no fue lo súbito de este hecho la causa de semejante reacción, sino algo mucho más importante, entre todos los que estaban muy cerca de él surgió una irrazonable seguridad, "que este Pilar de la Iglesia, este Santo Pastor siempre accesible para sus fieles jamás desaparecería." Nunca llegarían los tiempos cuando no se podría recurrir a su consejo ni a su protección. En un sentido determinado, espiritual esta seguridad se había justificado. Pero una de las realidades de este mundo es que todo ser viviente deberá morir algún día.
El arzobispo Juan estaba preparado para enfrentarse con esa realidad. Mientras todos los demás esperaban de él muchos años aun de beneficiosos servicios a favor de la Santa Iglesia Ortodoxa, él ya se estaba preparando para afrontar su propia muerte, la que presintió por lo menos unos meses antes y supo con seguridad en que día exactamente eso debería suceder.
El director del asilo de los huérfanos, donde el Arzobispo vivía mencionó en una conversación que dentro de tres años se celebraría el congreso diocesano (corría el año 1966), a lo que el Arzobispo Juan contestó: "Yo ya no estaré aquí para ese entonces." En Mayo de 1966, una mujer que conocía al Arzobispo Juan desde haría más de 12 años, lo escuchó decir: "Muy pronto, a fines de junio, moriré pero no en San Francisco, sino en la ciudad de Seatle. En las vísperas de su viaje a Seatle, cuatro días antes de su muerte, el Arzobispo Juan sorprendió al hombre para quién estaba oficiando una misa de gracias, diciéndole : "Ya nunca más besaras mi mano." El mismo día de su muerte, después de terminar el oficio de la Liturgia, se quedó en el altar rezando unas tres horas, luego, sin tener ningún signo de enfermedad o abatimiento, se fue a una habitación de la casita que está al lado de la iglesia después de un rato se escuchó un ruido de una caída, entraron en la habitación, lo levantaron y lo sentaron en la silla que también le servía para dormitar. En poco tiempo se murió, sin ningún sufrimiento, ni dolor, ante el milagroso Icono de la Virgen Santa de Kursk.
La tumba del Arzobispo Juan se encuentra en la capilla, debajo de la Catedral Rusa Ortodoxa de San Francisco, California, U.S.A.. Es el comienzo de un nuevo capítulo en la biografía del Santo. Lo mismo que San Serafín de Sarov (uno de los Santos más venerados por los fieles ortodoxos), quien dejó como precepto a sus hijos espirituales considerarle vivo después de su muerte y al visitar su tumba, confiarle todos sus preocupaciones y dolores, nuestro Arzobispo San Juan de Francisco sigue escuchándonos y ayudando a los que honran su memoria. Muchísima gente, la que lo conoció en vida y la que supo de sus santidad y de sus milagros mucho más tarde, lo vieron en extraordinarios sueños, que tienen especiales significados o contienen predicciones; muchas personas dieron testimonios de haber sido escuchados por el Santo y ayudados por él. Uno de los testimonios cuenta, que en sueños se le apareció San Juan de San Francisco vuelto a la vida, rodeado de luz y muy feliz y le dijo: "Avísales a todos los fieles, que yo, a pesar de haber muerto, estoy vivo"
Ha pasado muy poco tiempo para poder comprender plenamente el hecho, de que nosotros, simples pecadores que vivimos en este violento siglo, fuimos testigos de un acontecimiento magnífico, como la vida y la muerte de un Santo.
El Arzobispo Juan se ha reunido ahora con el Eterno Dios y nosotros rezando por la paz de su alma bendita, no podemos menos que recordar esas palabras del Evangelio: "El buen hombre del buen tesoro de su corazón saca bien; y el mal hombre del mal tesoro de su corazón saca mal; porque de la abundancia del corazón habla su boca." (San Lucas, 6.45). Todos los que tuvieron la dicha de conocer a San Juan San Francisco atestiguan que él guardó siempre esas palabras en su alma.
Una vez se ha dicho: "La oración es labor pastoral. Durante una jornada, seis horas hay que dedicarle al oficio de la misa; otras seis a las buenas acciones y seis al descanso."
San Juan fundó el Asilo de Huérfanos ''San Tijón Zadonski' y tomó parte en la enseñanza del catecismo ortodoxo en todos los colegios rusos. Su dedicación especial le exigió la educación de los huérfanos del asilo.
El decía siempre, que la prueba espiritual más difícil para los huérfanos resulta ser el advenimiento de las grandes festividades cristianas, como las vísperas de la Navidad o la espera de la Resurrección de Cristo. Los huérfanos se dan cuenta cuantos cuidados reciben los niños de sus madres y de sus padres en esos días, y se sienten carenciados. Por eso El Arzobispo Juan prefirió siempre tener su vivienda fija en los asilos que había fundado, porque trató de ser padre y madre para sus amados niños huérfanos. Era aparentemente severo, pero su bondad vencía todos los obstáculos, a él le gustaba organizar fiestas para sus chicos con grandes árboles de Navidad y representaciones música; les conseguía los instrumentos musicales y en los asilos tenían unas pequeñas orquestas bastante buenas. Los pupilos del asilo "San Tijón Zadonski" querían tanto al Arzobispo Juan que se olvidaban totalmente de su orfandad. Ellos sabían que el Santo era su verdadero padre y su protección para siempre
Una vez, en Shanghai, se enfermó una niña de unos 6 a 7 años. Al internarla en el hospital de los Monjes Ortodoxos y el médico, un tal D. I. Kasahov diagnosticó una peritonitis aguda. Los cirujanos no le dieron ninguna esperanza a la madre, porque no era posible que la niña pudiera soportar la operación. Pero la madre rogó a los doctores que hiciesen la operación de todos modos y se dirigió inmediatamente a la casa del Arzobispo Juan para rezar junto con él. El Arzobispo se dirigió con ella a la Catedral y allí frente al altar, rezaron juntos durante muchas horas. Ya amanecía cuando el Arzobispo bendijo a la madre y le dijo que se fuera tranquila a casa porque la niña iba a estar bien.
La madre muy esperanzada se dirigió al hospital y allí el doc. Kasakov le avisó que la operación fue un éxito y que nunca tuvo un caso similar en toda su práctica. El médico le dijo entonces, que eso tuvo que ser un milagro, a lo que la madre contestó que el Arzobispo Juan había rezado toda la noche por la niña y que le había asegurado que todo andaría bien.
En las islas Filipinas el Arzobispo Juan acompañaba a sus feligreses procurando conseguirles permisos para emigrar a los Estados Unidos o a Australia. Tenía la costumbre de visitar a los enfermos en la isla de Ghuian, entregándoles unos pequeños Iconos y también los Evangelios. Un día se escucharon unos tremendos gritos en una de las salas y una enfermera rusa le explicó al Arzobispo que esos gritos venían del antiguo hospital militar norteamericano, donde habían internado a una enferma desahuciada porque molestaba a otros enfermos. La enfermera rusa no le aconsejaba al Arzobispo visitarla porque enferma despedía un hedor nauseabundo. "No tiene importancia," le contestó San Juan Al acercarse a la enferma, el Arzobispo apoyó la cruz en su cabeza y comenzó a rezar. Luego la confesó y le dio los Santos Sacramentos. Cuando el Arzobispo se iba, la enferma dejó de gritar, sólo se quejaba muy despacito. Pasaron semanas, y un día, cuando alguien traía en su jeep al Arzobispo a la clínica, del portón salió corriendo una mujer se tiró a los pies de San Juan llorando agradecida. Era aquella enferma desahuciada por la que había rezado el Bienaventurado Arzobispo Juan.
En 1968, dos años después del fallecimiento de San Juan, una mujer, Anna Petrovna Lushnikova, dio estos testimonios sobre la vida y los milagros del Arzobispo Juan de San Francisco.
Esta señora era profesora de canto y fonoaudiología. Al llegar a China, a la ciudad de Shanghai, el Arzobispo Juan llamó en seguida su atención por el defecto de pronunciación que tenía y se habló de que tenía un defecto congénito, de que tenía dañado el paladar y otras cosas similares. Pero la profesora de canto comprendió en seguida cual era el problema y fue a ver al Arzobispo Juan para ofrecerle su ayuda. Según su opinión, el Arzobispo estaba muy debilitado y esa misma debilidad no le permitía mover bien su mandíbula inferior, lo que le impedía pronunciar bien las palabras. La profesora le mostró como hay que respirar, como hay que articular las sílabas, etc. El Arzobispo empezó a tomar clases con ella regularmente, donde con mucha humildad canturreaba las vocales, hasta que su pronunciación mejoró considerablemente. Pero cada vez que el Arzobispo se dedicaba al ayuno prolongado, el defecto aparecía otra vez. La profesora se esforzó mucho para solucionar el problema y al tratarlo tan de cerca, se dio cuenta de su extraordinaria beatitud y se transformó en su hija espiritual.
En 1945 - en Shanghai - contó Anna Petrovna - "yo estaba herida y me moría en el Hospital Francés. Yo sabia que me estaba muriendo y llamé al Arzobispo para que él me diera los últimos Sacramentos. Eso fue a las 10 u 11 de la noche. Afuera se habla desencadenado una gran tormenta, con fuerte viento y lluvia. Yo estaba agonizando y sufría horrores. Se acercaron a mi lecho unos médicos y enfermeras para avisarme que el Arzobispo no podría venir, estábamos en tiempos de guerra, regia el toque de queda y el hospital de noche permanecía cerrado, así que yo tendría que esperar hasta la mañana siguiente. Pero yo seguía clamando: "Que venga el Arzobispo," "Que venga el Arzobispo," pero ya nadie podía comunicarse con él. De pronto, en medio de la feroz tormenta aparece el Arzobispo Juan, mojado hasta los huesos y se acercó a mi cama. Como su aparición me pareció milagrosa, yo lo tocaba preguntando si era una aparición o una realidad. El se sonrió apaciblemente y me aseguró que era "real," tomando mi confesión y dándome los Santos Sacramentos. Me dormí profundamente, el sueño duró 18 horas. En la misma sala había otra enferma, que observó toda la ceremonia de la Santa Comunión y escuchó hablar al Arzobispo. Sin embargo, la gente del hospital no me creyó diciendo que hospital permaneció cerrado de noche y que el Arzobispo no ha podido visitarme. No le creyeron tampoco a la otra señora, mi vecina de cama, pero yo me sentía mucho mejor, y además la enfermera que vino arreglar mi cama, encontró debajo de la almohada un papel de 20 dolares, que había dejado evidentemente el Arzobispo Juan, porque sabía que yo había quedado sin dinero y mi deuda con el hospital era grande. Más tarde él mismo lo confirmó, Desde aquel momento yo empecé a sanarme. Ahora tengo el único deseo de que el Arzobispo Juan diga la misa en mi entierro. Su deseo se ha cumplido, porque una persona muy allegada al Arzobispo Juan soñó una noche, ya después de la muerte del Arzobispo, que la señora Anna Fetrovna se encontraba en un ataúd altamente levantado, en la nueva Catedral de la ciudad de San Francisco y el mismo Arzobispo Juan, con su manto y con el incensario en las manos oficia una Misa de Requiem por el alma de su ex-maestra Anna acompañado por las magníficas voces del coro. Tanto la persona que tuvo ese sueño, como todos los demás conocidos y amigos de la señora Anna se sorprendieron mucho, el día siguiente fue la fiesta de Transfiguración de Cristo; al saber que la dicha señora había fallecido esa noche en su domicilio. Era como si el Arzobispo Juan, en las vísperas de la fiesta de Transfiguración de Cristo, había celebrado la Misa de Requiem por su maestra Anna, encontrándose él ya en el otro mundo, "Mundo Transfigurado."
Había un muchacho muy enfermo, hijo de una señora judía procedente de Rusia, que no mejoraba con ningún tratamiento. La madre estaba desesperada, escuchó decir que los rusos tienen a su "padrecito Juan," quien oficia en la Catedral y cuyas oraciones ayudaron a curar a muchas personas. La madre se dirigió a la Catedral para esperar allí que el Bienaventurado Arzobispo Juan terminara la misa. Entonces ella se acercó y le pidió al padrecito Juan que rezara por su hijo, llamándole Miguel, para que el Arzobispo no se diera cuenta que el chico era judío. El Bienaventurada Arzobispo Juan la miró atentamente y le dijo : " Rezaré por el niño Moisés (el chico se llamaba realmente Moisés)." Desde aquel momento comenzó la convalecencia del niño enfermo. Ese es el testimonio del señor Vsevolod Alexandrovich Reier, de Brasilia.
He aquí un testimonio de la señora Alejandra Lavrentievna J. quien se encontraba hace muchos años atrás, en un hospital muy enferma Le hablaron del Obispo Juan y ella recibió luego una nota donde le avisaban la próxima visita del Obispo. Al encontrarse en medio de una enorme sala, entre 40 o 50 enfermas, ella se sintió incómoda y algo avergonzada ante las señoras francesas que la rodeaban, porque el Obispo, quien la había confesado y le dio los Santos Sacramentos estaba muy mal vestido casi andrajosamente, además descalzo. Después de haber comulgado, la señora se dio cuenta de que su vecina le quería decir algo Y entonces escuchó : "¡Que feliz debe sentirse usted, por tener a un Confesor semejante! Mi hermana vive en los Versalles y cuando sus niños están enfermos, ella los coloca en la calle, por la que camina habitualmente el Obispo Juan, y le ruega que les imparta su bendición. Y los niños se alivian siempre, inmediatamente después de haberla recibido. Nosotros lo llamamos Santo.
Si tiene usted la ocasión de escuchar a los feligreses que han vivido cerca o lo conocieron mucho al Bienaventurado Arzobispo Juan, cada uno de ellos le confesará que ha sido el feligrés más querido, más apreciado por el San Juan el Milagroso. Todos ellos creen fervientemente, que están en lo cierto. Y cómo no lo van a creer, si el Arzobispo Juan los miraba a cada uno con tanto amor, que cualquiera se sentía único, su criatura, su todo. Tan sincera era su preocupación por todos nosotros, que sus palabras : "Ustedes son mis hijos eran absolutamente creíbles"
El Bienaventurado San Juan el Milagroso vivió entre nosotros como un auténtico ejemplo de la espiritualidad suprema, dirigida siempre hacia Dios, pero sin olvidarse de la profunda piedad y amor hacia los seres vivientes. San Juan de San Francisco es el don de Santidad, que Dios nos proporcionó para aliviar nuestra pesada carga de dolores y desilusiones.
Lo conocieron y lo veneraron en todo el mundo. En la ciudad de París, Francia, el jefe del movimiento de los trenes en la estación principal de los ferrocarriles demoraba, la salida del tren esperando el arribó del Arzobispo ruso. En todos los hospitales de las grandes ciudades europeas conocían muy bien a ese Arzobispo que permaneció noches enteras rezando al lado de un enfermo o de un moribundo. Rogaban por su presencia los enfermos graves de todos los credos, ortodoxos, católicos, protestantes u otros, porque cuando él rezaba, el Dios Misericordioso lo escuchaba. San Juan amaba mucho a los niños, se interesaba siempre por ellos, por su educación espiritual, les escribía, les mandaba pequeños presentes. La mirada de Santo, siempre tan profunda, cálida y luminosa, penetraba en el alma misma de las personas cuando le miraban directamente a los ojos, esa mirada se tornaba especialmente bondadosa al observar a los niños Fue una mirada inolvidable, el cuerpo de un asceta semejante parecía la corteza de un árbol seco, pero todos los que percibían su mirada directa, sentían como seres más queridos de la tierra.
El Bienaventurado Arzobispo Juan murió el día sábado 2 de Julio de 1966, a las 15.50 hs. La muerte fue súbita para todos los que le rodeaban, pero no para él. El Santo se había ya preparado porque tenia consciencia de su pronta muerte, así como lo tuvieron también los grandes Santos a lo largo de toda la historia de la Iglesia de Cristo. Durante seis días su cuerpo permaneció en la Catedral Ortodoxa Rusa de San Francisco acompañado por muchos Obispos e innumerables fieles. Se oficiaban permanentemente misas por su alma y las palabras de algunos Arzobispos, ante el ataúd abierto, al decir sus sermones, ya se referían a la evidente santidad del fallecido Bienaventurado Arzobispo Juan. El 7 de Julio llegó de Nueva York, el Mitropolita de la Iglesia Ortodoxa Rusa en exilio Monseñor Filaret, y en la misa por el difunto llamó al Arzobispo Juan "el ejemplo de un ascetismo y de la firmeza y severidad espiritual inaudibles para nuestra época."
Desde el primer día de la vigilia uno se daba cuenta de que esto no era simplemente la despedida con de un Jerarca de la Iglesia, se percibía claramente la existencia de un misterio - el misterio de la Santidad. Todos los presentes estaban firmemente convencidos de haber venido al sepelio de un Santo. Durante los seis calurosos días de verano, cuando se velaban sus restos, el cuerpo del Bienaventurado Juan estaba intacto. Se apreciaba una increíble y enorme efusión de amor, había un sentimiento de orfandad por la desaparición de un ser extraordinario, muy cercano y muy amado por todos los que vinieron a despedirlo. El Obispo Ignacio, muy venerado en el pasado por todos los creyentes ortodoxos, en su obra "Los pensamientos sobre la muerte" escribe: "¿Habrá visto usted alguna vez el cuerpo de un Justo, a quien le ha abandonado su alma? El no despide hedores nauseabundos, uno no teme acercársele. Durante sus sepelio la tristeza se transforma en una alegría inusitada. Este es el signo de la Gracia Divina que el muerto obtuvo estando aún en vida."
Aquí no termina la historia de la vida y de los milagros de San Juan de San Francisco, porque en su persona se debe venerar a un Santo de significancia universal que permanece vivo en las almas como el nexo entre los seres humanos y el Reino de Dios.
Milagros de San Juan después de su muerte
Mencionaremos algunos ejemplos de la ayuda benéfica que proporcionó nuestro San Juan de San Francisco después de su muerte.
Así escribe el señor Vladimir Raash de St. Paul, Minmnesota, en abril de 1981:"¡Muchas gracias por mandarme siempre el óleo curativo del candil que se encuentra en la capilla mortuoria del Bienaventurado San Juan, nuestro querido Arzobispo, cuya pronta canonización y glorificación estamos esperando con impaciencia! Queremos dar el testimonio de la ayuda milagrosa que le proporcionó la aplicación del óleo curativo sobre las escaras que tuvo en el rostro mi madre y que ningún remedio le había podido sanar hasta ahora. Después de haber aplicado en dichas heridas, durante dos días, pedacitos de algodón embebidos en el óleo curativo, las profundas escaras han desaparecido totalmente y su rostro volvió a tener la piel limpia y sana de antes. Yo mismo use los algodoncitos embebidos en óleo para curar las llagas que tuve en las piernas, estas fueron desapareciendo, en pocos días, totalmente.
En 1984 un muchacho de 17 años Timoteo Lockhead, hijo de una rumana cristiana ortodoxa y de un escocés convertido, comenzó a sufrir de pronto, sin causa aparente, fuertes ataques y tuvo que ser internado inconsciente en un hospital canadiense. Los médicos encontraron en su organismo muchas células malignas cuya existencia se debía a un defecto congénito en el desarrollo de su cerebro. La opinión de los médicos era terminante: Timoty debía haber muerto hace unos años atrás, su enfermedad era incurable. Los padres desesperados recurrieron a los sacerdotes, sus consejeros espirituales, pidiéndoles que recen por su hijo enfermo. Uno de los sacerdotes tenía en su poder una botellita con el óleo del candil, siempre ardiente de la capilla mortuoria de San Juan de San Francisco. El sacerdote llevó la botellita con el óleo al hospital, donde quería oficiar una misa por la salud del muchacho, pero justo entonces el monitor que indicaba el estado del corazón del enfermo mostró la inexistencia total del pulso el corazón de Timoty dejó de latir, se moría.
El sacerdote destapó rápidamente la botellita con el óleo mojó con la cabeza del muchacho, haciendo la cruz con la mano y pidiendo con lágrimas la pronta intervención del "Santo... Oh, milagro de los milagros!." El corazón de Timoty volvió a latir, cesó el ataque y el muchacho abrió los ojos. Los médicos quedaron atónitos, Timoty se durmió tranquilo y al día siguiente al despertar, pidió volver a casa. Lo dejaron por si acaso, tres días más en el hospital; se hicieron otras radiografías del cerebro de Timoty y no se hallaron más aquellas células malignas. Lo único que se podía observar eran pequeñas incrustaciones de calcio que según los médicos no representaban mayor peligro. Hoy Timoty ya se graduó y sigue además como lector de Salmos en su Iglesia. ¡Gracias a Dios y al Bienaventurado San Juan!."
"Quisiera dar testimonio sobre el milagro que tuvo que ver con el óleo curativo del candil que se encuentra en la capilla mortuoria del Bienaventurado San Juan de San Francisco" - nos cuenta la señora Ketty Langston, de Toronto, Canadá, el día 31 de diciembre de 1986. "El mes pasado, después de haber levantado mucho peso, tuve el desplazamiento de una vértebra y por consiguiente una hernia de disco. Jamás tuve dolores tan fuertes en la espalda, como en aquel momento. Eso había sucedido a la mañana y yo aguanté el dolor durante todo el día, esperando que pasara el mal momento; pero el alivio no llegaba y tuve que recurrir, de noche ya, a uno de los mejores cirujanos de la ciudad. Según su opinión, yo tenía una inflamación muy fuerte y había que aplicar hielo. Antes de acostarme mi marido John untó mi espalda con el óleo curativo de la capilla mortuoria de San Juan y yo me dormí. Unas horas más tarde me desperté y me di cuenta que habla sólo un cierto entumecimiento en mi espalda, nada más. ¡El dolor agudo había desaparecido! Cuando visité al cirujano el día siguiente, él se mostró muy sorprendido y me dijo que no tenía nada que hacer con mi vértebra, porque todo ya estaba en orden. Me sentí tan agradecida a San Juan y a Dios quien había escuchado a su santo que rezo por mi pobre pecadora."
¡Gracias a Dios y a Su Santo el Bienaventurado San Juan el Milagroso.
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