Los pecados son el infierno. Luego, el distanciamiento entre los cónyuges es fruto de sus pecados.
El amor responde todas las preguntas: él nos da los hijos, quienes otorgan un valor inconmensurable al matrimonio y crean una unidad indestructible en la familia. Pero, les repito, tener hijos no es el propósito del matrimonio, sino una consecuencia. El propósito del matrimonio es incitarse recíprocamente a la salvación.
¡Si ponemos primero el problema del infierno, nos olvidaremos del Paraíso! No. El “infierno” es consecuencia de una vida en pecado. Los pecados son el infierno. Luego, el distanciamiento entre los cónyuges es fruto de sus pecados. Dios es justo, puede hacer lo que quiera. Pero hay una sola cosa que no puede hacer: ¡faltar a Su palabra! Porque el primer mandamiento en el Paraíso fue: “¡De este árbol no comerás!” (Génesis 2, 17). Pero el hombre comió de aquel fruto. Y la consecuencia vino inmediatamente, porque Dios no sólo es misericordioso, sino también justo (Deuteronomio 11, 27-28; 30, 15). Mas Él hace lo que sea para librarte de esa caída. Nuestras caídas, a partir de la de Adán, las enmendamos con el Sacramento de la Confesión.
No es posible hablar del demonio sin hablar de Dios. El maligno es un tolerado en la creación. Nosotros no podemos enseñarle a amar. En el amor no hay nada racional.
“¡No sé por qué amo a tal persona!”.
El amor no tiene principio ni final: es coexistente con Dios. Entonces, para superar ese enfriameitno, es necesario llevar una forma de vida cristiana.
El amor responde todas las preguntas: él nos da los hijos, quienes otorgan un valor inconmensurable al matrimonio y crean una unidad indestructible en la familia. Pero, les repito, tener hijos no es el propósito del matrimonio, sino una consecuencia. El propósito del matrimonio es incitarse recíprocamente a la salvación.
¡Si ponemos primero el problema del infierno, nos olvidaremos del Paraíso! No. El “infierno” es consecuencia de una vida en pecado. Los pecados son el infierno. Luego, el distanciamiento entre los cónyuges es fruto de sus pecados. Dios es justo, puede hacer lo que quiera. Pero hay una sola cosa que no puede hacer: ¡faltar a Su palabra! Porque el primer mandamiento en el Paraíso fue: “¡De este árbol no comerás!” (Génesis 2, 17). Pero el hombre comió de aquel fruto. Y la consecuencia vino inmediatamente, porque Dios no sólo es misericordioso, sino también justo (Deuteronomio 11, 27-28; 30, 15). Mas Él hace lo que sea para librarte de esa caída. Nuestras caídas, a partir de la de Adán, las enmendamos con el Sacramento de la Confesión.
No es posible hablar del demonio sin hablar de Dios. El maligno es un tolerado en la creación. Nosotros no podemos enseñarle a amar. En el amor no hay nada racional.
“¡No sé por qué amo a tal persona!”.
El amor no tiene principio ni final: es coexistente con Dios. Entonces, para superar ese enfriameitno, es necesario llevar una forma de vida cristiana.
Padre Arsenie Papacioc
http://catecismoortodoxo.blogspot.ca/
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