Cuando nosotros buscamos la gloria y cuando ella sin ser llamada nos viene por si sola de los otros y cuando buscamos algo gracias a la vanagloria, acordémonos entonces de nuestro luto (según Dios), de la oración con temor a Dios y contrición o quebrantamiento, y así expulsaremos la desvergonzada vanagloria; por supuesto también si cultivamos la oración realmente. De otra manera, pongamos en nuestro pensamiento la memoria de nuestra muerte. Y si aún persiste, tengamos miedo por lo menos de la vergüenza y el descrédito que sigue esta gloria, puesto que: “cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,14). “Será humillado” no sólo en la otra vida sino seguro también en la presente.
San Juan el Sinaita
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