El escrito que hoy comentamos se refiere a la oración mental y cordial (mente y corazón). Recurriendo a autores de la Alta Edad Media, Nicodemo nos muestra el camino para conseguir la unidad, definiendo previamente en que consiste dicha unidad.
Nos indica que alcanzar dicha unidad es una conversión que califica, de acuerdo con Dionisio el Aeropagita, de MOVIMIENTO CIRCULAR y, como tal, SIN DESVIACIÓN DEL ESPÍRITU. Veamos como argumenta. Todo acto, dice, está relacionado con esencia y potencia, luego el acto del espíritu, esto es el desarrollo de sus funciones en el hombre, también debe retornar a la esencia, unírsele y reposar. Por tanto, si, cuando se libera la energía del acto espiritual que se genera en el cerebro, logramos fijar el espíritu a su esencia y a su potencia, situada ésta en el corazón, entonces conseguimos contemplar el hombre interior en su integridad. Para la mejor comprensión de lo que pretende decirnos, nos remite al símil de la circunferencia. En efecto, la circunferencia se centra en sí misma, su principio se funde con su final, ella misma es su propia entraña y no se desvía de su ser. Implícitamente, se nos está diciendo que el hombre es una serie de chispas anárquicas, buenas y malas, positivas y negativas o mejor materiales y espirituales. Si predominan las materiales, a lo que nuestra naturaleza inmersa en este mundo es ciertamente proclive, nos desequilibramos y nos separamos del espíritu y con ello de Dios. Como sabemos y veremos, todo proceso meditativo y contemplativo no deja de ser un ejercicio de atención. Hemos de estar vigilantes y favorecer el chispazo del acto espiritual y no dejarlo marchar, ubicarlo en el corazón y evitar que “se distraiga” con las cosas de este mundo, como si estuviera en un círculo.
Así, concluye Nicodemo: “(…) del mismo modo en que la periferia del círculo vuelve sobre ella misma y se une a ella misma, así el espíritu, en esta conversión, vuelve sobre sí mismo y se hace uno.” Y, por si fuera poco, aporta las palabras de Basilio: “El espíritu que no está disperso entre los objetos exteriores ni extendido sobre el mundo por los sentidos, vuelve hacia sí mismo y sube por sí mismo hacia el pensamiento de Dios” (Noms Divins, cap 4)
No conforme con esto, Nicodemo aporta algunos consejos sobre los aspectos físicos que deben apoyar el proceso. Así nos habla de la postura, del verbo interior, de la respiración, de la voluntad y de la unión.
Respecto de la postura nos indica que debemos inclinar la cabeza y apoyar el mentón sobre el pecho. Nos dice que es fundamental para los principiantes a fin de asegurar que el espíritu retorne al corazón. Aunque la expresión utilizada es un poco extrema, esta recomendación está en línea con otras prácticas meditativas orientales que pretenden favorecer el flujo energético a lo largo de la columna vertebral. Aun empleando una terminología diferente, el fundamento parece ser el mismo.
Del verbo interior dice que es lo que el espíritu encontrará en el corazón. Pero el verbo interior es la base del raciocinio, de la imaginación, del juicio,… no para, no se está quieto y, por tanto le resulta muy difícil atender al espíritu en su visita y mucho menos hacer que se quede con él. Es cuando introduce la oración del corazón, esto es utiliza un truco para conseguir que el verbo interior, la mente, se centre en una idea, en una jaculatoria. De esta forma conseguiremos que el verbo interior no se disperse en esfuerzos inútiles. Propone así la fórmula oracional: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, tened piedad de mí.”
Pero claro está, de nada servirá la repetición de una jaculatoria, si no tenemos la voluntad firme en conseguir lo que queremos conseguir. Y ¿qué es ello? Nicodemo nos asegura que es la unidad. Pero no se trata de la unidad con Dios, sino de una unidad trina que, a semejanza de la Santísima Trinidad, asegura el funcionamiento parejo y coherente del espíritu, del verbo interior y de la voluntad que, dice, son las tres partes del alma. En apoyo de su tesis aporta una cita de Gregorio Palamas el gran teólogo de la hesiquia: “Cuando la unidad del espíritu se hace trinitaria permaneciendo una, entonces se une a la mónada trina de la divinidad, cerrando toda salida a la desviación, manteniéndose por encima de la carne, del mundo y del príncipe del mundo.” Aunque ambos pensamientos tienen diferencias de matices que llegan a ser fundamentales, creo más adecuado prescindir de su análisis y concentrarnos en la conclusión. Lo que importa es conseguir un equilibrio. Tan malo como un desarrollo exagerado de las pasiones del cuerpo es el arrobamiento continuado del espíritu que nos impida vivir la experiencia de esta vida que Dios nos ha asignado.
Aunque hemos dejado para lo último la respiración, no es, por cierto, lo menos importante. Si es fundamental que el chispazo del acto espiritual prenda en nosotros para que el verbo interior centrado en la oración del corazón lo perciba y la voluntad decida fijarlo en el corazón en ese “movimiento circular” de que nos habla Dionisio, aún tenemos que controlar el cuerpo en su parte más animal. Y para ello nada mejor que recurrir a un proceso fisiológico casi automático: la respiración. El cuerpo no se entera de que respira, salvo que le falle la respiración. Cuando le falta el aire todo él centra su atención en aspirarlo. La expiración es un fenómeno más volitivo. Por tanto, si forzamos el ritmo de la respiración conseguiremos dos efectos: tener el cuerpo pendiente de la respiración, algo vital para él, y atraer la atención de la voluntad en lo que estamos haciendo. Pues bien, Nicodemo, recogiendo el sentir de los Padres Nípticos (sobrios) recomienda una respiración sometida a una “retención mesurada”. Así, en la práctica el proceso sería: Inspirar (por la nariz), expulsar el aire (aunque personalmente prefiero hacerlo por la boca más que por la nariz, hay opiniones a favor y en contra de ambas opciones) de forma suave iniciando la recitación de la jaculatoria, lenta pero no parsimoniosamente, no volviendo a inspirar hasta que hayamos terminado la oración. Si queremos aumentar la concentración en lo que estamos haciendo, utilizaremos un rosario, como si estuviéramos contando el número de veces que recitamos la oración, aunque realmente solo nos sirva como otro medio de captar nuestra atención. El “conteo” se hará en la fase aspiratoria. La jaculatoria puede recitarse mentalmente o vocalizarla tan en voz alta como nos permita el respeto a otros meditantes.
San Nicodemo el Hagiorita
Catecismo Ortodoxo
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