Sunday, September 6, 2015

La Confesión - San Ignacio Briantchaninov


Para los Santos Padres, la herida del pecado no queda restringida a un miembro particular, sino que contamina el ser entero. Al abarcar el cuerpo y el alma, toma posesión de todas las fuerzas y propiedades del hombre. Al prohibir a Adán y Eva de probar el árbol del conocimiento del bien y del mal, Dios calificó esa gran úlcera de muerte: “¡El día que comas, morirás!” (Gen. 2:17). Y de hecho, tan pronto como hubieron comido del fruto prohibido, nuestros ancestros sintieron la muerte eterna. Sus miradas se hicieron carnales, vieron que estaban desnudos. La toma de conciencia de la desnudez de sus cuerpos revela la repentina desnudez de sus almas que acababa de perder la belleza de la inocencia sobre la cual reposaba el Espíritu Santo. Las miradas revelaron la vergüenza de sus almas que escondió de ahí en adelante todos los componentes del pecado: el orgullo, la impureza, la tristeza, la acedia, la desesperación… ¡Qué herida más grande fue la muerte del alma! ¡Qué vetustez irreparable fue la pérdida de la re-semblanza de Dios! ¡ El Apóstol llama a esta gran pena la ley del pecado y el cuerpo mortal (Rom. 7: 24-25). El espíritu y el corazón, una vez traídos a la muerte, se dirigieron completamente a la tierra, sirviendo de forma sumisa a los deseos corruptibles de la carne. Se oscurecieron y se volvieron pesados, hasta volverse carne. La carne no fue más capaz de entrar en relación con Dios, ya no pudo más heredar la belleza eterna y celestial (1 Cor. 6:50). Esta gran pena se apoderó del género humano entero, volviéndose algo exclusivo que alteró el estado de cada persona.

Examinando mi úlcera, observando mi inmersión en la muerte, he obtenido una amarga tristeza. Estoy perplejo, ¿Qué hacer? ¿Seguiré el ejemplo del antiguo Adán, que viendo su desnudez se afano por esconderse de Dios? ¿Me justificaré como él rechazando la falta sobre el pecado? ¡Es inútil esconderse de Aquel que todo lo ve! ¡Es inútil justificarse delante de Aquél que siempre vence cuando debe juzgar!

En vez de con hojas, me revestiré con lágrimas de arrepentimiento. En vez de justificación, ofreceré un sincero reconocimiento de mis faltas. Revestido de lágrimas de arrepentimiento, me presentaré delante de Dios. ¿Dónde Le encontraré? ¿En el paraíso? Pero he sido expulsado, el Querubín que guarda el acceso (al paraíso) no me dejará entrar. ¡La misma pesadez de mi carne me clava a la tierra, mi prisión!

¡Valor!, pecador e hijo de Adam. ¡La luz ha surgido de tu prisión, dios ha descendido al lugar de tu exilio a fin de elevarte a tu patria celestial perdida! ¿Quieres conocer el bien y el mal? ¡Él te deja este conocimiento!. ¿Quieres ser como Dios? ¡Tu alma se hace semejante al diablo y tu cuerpo al de las bestias! Pero al unirte a Él, Dios te hace dios por Su gracia, ¡Él te perdona tus pecados!, ¡y no es suficiente! Él extirpa de tu alma la raíz del mal, la contaminación pecaminosa, el infierno sembrado por el diablo. Él te hace poseedor del remedio para sanarte del pecado tantas veces como caigas a causa de tu debilidad. Ese remedio, es la confesión de los pecados. ¿Quieres despojarte del viejo Adán, a ti a quien el Santo Bautismo ya ha revestido del nuevo Adán, pero que las iniquidades cometidas han vuelto a sumergirte con la vestidura de la muerte? ¿Quieres, tú que te has esclavizado al pecado por la violencia de los hábitos, recuperar la libertad y la santidad? ¡Sumérgete en la humildad!

¡Vence la vergüenza presuntuosa que te enseña a fingir maliciosamente e hipócritamente la justicia, hundiéndote cada vez más en la muerte del alma! ¡Rechaza el pecado! ¡Hazle la guerra por una confesión sincera! ¡He aquí el remedio que debe preceder a todos los demás! Sin eso, la oración, las lágrimas, el ayuno y todos los otros remedios son insuficientes, insatisfactorios e inconsistentes. ¡Orgullosos, id pues con vuestro padre espiritual para encontrar a sus pies la misericordia del Padre Celestial! Sólo la confesión sincera y frecuente puede liberarte de tus habitudes pecaminosas, haz tu arrepentimiento fértil, y tu enmienda sólida y verdadera.

Escribo estas líneas instructivas, llenas de exhortaciones y llamadas al orden, acusándome a mí mismo durante unos de estos breves y raros momentos de compunción donde los ojos del alma se abren al conocimiento de sí mismo. ¿Es posible que tú, que vas a leer estas líneas con fe y amor en Cristo, encuentres alguna cosa útil, que suscitará un suspiro de corazón, una oración del alma? Tu alma de tanto sufrir la voluntad del pecado, vio asiduamente delante de sí, el océano de perdición. El descanso está en un solo refugio: la confesión de sus caídas y de sus pecados.


                 Catecismo Ortodoxo 

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