Monday, August 3, 2015

La Fe y la Iglesia.


La Fe cristiana — es un fenómeno especial, excepcional entre otros estados espirituales. Como la fe está inculcada directamente al alma, abarca todas sus tres capacidades: la inteligencia, la voluntad y el sentimiento, y representa una fuerza activa, hablando con mayor exactitud, — resulta ser la puerta por donde entran las grandes y benéficas fuerzas del Espíritu Santo. La fuerza extraordinaria de la fe cristiana se ha manifestado en la poderosa acción en el mundo de las prédicas de los Apóstoles de Cristo. Luego fue atestiguada por la fuerza del espíritu de miles de mártires por la fe, en todas partes del mundo donde se difundió el cristianismo. Más tarde, con el correr de los siglos, la fe se expresaba por medio de las vidas elevadas e influencia sobre el medio ambiente de los santos padres y ascetas de la Iglesia Cristiana. Esta poderosa acción de la fe siempre ha sido y será la expresión de la ayuda de la Gracia Divina, entregada a la Iglesia por el mismo nuestro Señor Jesucristo.

También nosotros estamos conectados a la Santa Iglesia de Cristo por medio del Sacramento del Bautismo. Desde la más temprana infancia se nos esta habilitada la entrada de la fe para que accione la Gracia Divina. Y que Dios nos ayude a seguir teniendo fuerte esta fe. Sin embargo, sucede que por las diferentes causas, esa conexión con el cuerpo de la Iglesia resulta ser demasiado superficial, los conocimientos sobre las dogmas de la fe recibidos en la infancia resultan elementales y después tampoco siguen creciendo ni ahondándose; sucede a menudo, que el criticismo de la mente, o así llamados "lobos mentales," — especialmente en la pubertad, — rompen la unión del hombre con la fe y la Iglesia. En toda una serie de Estados contemporáneos las nueva generación carece hasta de la posibilidad misma de recibir el Sacramento del Bautismo, y en caso de que lo reciba, no tiene posibilidades de conocer la esencia de aquella fe, en la que ha sido bautizado.

Pero he aquí, imaginémoslo, que para la gente en semejante situación, para los que no buscan la fe, se abre de pronto esa posibilidad. Entonces aparece ante nosotros ese problema: ¿dónde encontraremos el apoyo para la fe, dónde está aquella fuerza de Fe que llena el alma de paz y de alegría, y es el guía hacia la vida eterna?

Encontrándose en este estado de alma, aquel que busca se expone a la tentación de tratar de encontrar otros caminos, halla de pronto ideas reformatorias en la ortodoxia que están como flotando en el aire contemporáneo y que encuentran eco en la actual literatura filosófico-religiosa.

Es necesario abstenerse de la desviación semejante. Hay que tener plena confianza en la Iglesia, en aquel inalterable aspecto suyo y nuestra comprensión de ella, cómo ha permanecido desde los comienzos de su existencia hasta nuestros días. Hay que tomar en cuenta, también aquello, de que no existe la manera aislada, individual de abordar la elevada meta de la fe o la vida en la fe. Hay sólo un camino común, el camino a través de la Iglesia y dentro de la Iglesia. Pero que no consiste sólo en compartir exteriormente la vida de una parroquia, sino exige compenetrarse de las riquezas espirituales de la Iglesia, donde las antiguas tradiciones de la fe y de la vida cristiana se mantienen sin transgresiones, y en particular, exige la participación más plena posible en el ámbito de oraciones y la vida religiosa eclesiástica, donde misteriosamente se cumple la real unión de nosotros, los cristianos que viven en la tierra en medio de un mundo pecaminoso, — con la incalculable cantidad de santos de todos los siglos de la Iglesia Celestial, con esta nube luminosa cuya respiración en Su Santidad vivifica y fortalece nuestra fe.

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