Monday, July 27, 2015

Sobre la necesidad de un arrepentimiento


Sobre la necesidad de un arrepentimiento anterior, de un divorcio de nuestras iniquidades precedentes para acercarnos al sacramento, escuchen las palabras de San Juan Bautista y del príncipe de los Apóstoles a aquellos que debían ser bautizados: "Haced dignos frutos de penitencia, exclama el primero, y no comencéis a decir: nosotros tenemos a Abraham como padre" (San Lucas 2:8). Y el segundo, respondiendo a las preguntas que se le dirigían: "Haced penitencia, y que cada uno de vosotros sea bautizado en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Hechos 2:38).

Ahora bien, aquel que hace una verdadera penitencia no vuelve a cometer las faltas de las que se arrepintió. Es por ello que se nos hace decir: "Yo renuncio a ti, satanás" para que no caigamos nuevamente bajo su dominio. En este momento imitamos a los pintores, ellos despliegan primero sus telas, las rodean de líneas, dibujan las figuras, tal vez la imagen de un rey; pero antes de aplicar los colores, con toda libertad, borran, agregan, cambian y trasponen los trazos equivocados o mal logrados. Pero, una vez aplicados los colores, no son ya libres de borrar y volver a comenzar; ellos arruinaron su cuadro, pecaron contra las reglas de su arte.

Sigan este ejemplo y contemplen su alma como un retrato que deben pintar. Antes de que el Espíritu Santo venga a pasar allí su divino pincel, borren sus malos hábitos. ¿Tienen el hábito de jurar, de mentir, de proferir palabras ultrajantes o deshonestas, de dedicarse a bufonerías o a cualquier otra acción prohibida? Destruid entonces ese hábito para no volver a él después del bautismo. El agua santa borra el pecado, pero son ustedes los que deben corregir los hábitos pecaminosos. Los colores están aplicados, la imagen real resplandece por el efecto del color, no borren más, no hagan desgarros ni manchas en la belleza que Dios les dio.

Repriman entonces la cólera, extingan las llamas del furor y si alguien los injuria y los ultraja, persíganlo con sus lágrimas y no con su indignación; con su piedad y no con su resentimiento, y no digan: "Estoy herido en mi alma." La injuria no llega a nuestra alma, a menos que nosotros nos la hagamos a nosotros mismos. He aquí la prueba. Les robaron su bien. ¿Han sido heridos en el alma? No, sólo en su fortuna. El robo, en efecto, no perjudicó su alma, incluso les fue ventajos a; pero ustedes, que no olvidan su cólera, serán castigados por haber conservado la memoria de esa ofensa. Si alguien los ha despreciado o insultado, ¿qué daño le hizo a su alma, e incluso a su cuerpo? Pero si se rindieron a los insultos o al desprecio, entonces ustedes dañaron su propia alma y sus palabras recibirán un día su castigo.

¿Hablé de pobres, de esclavos, de hombres abyectos? Las mismas cadenas no pueden quitarnos la facultad para ser virtuosos. Por ejemplo, si alguno de sus compañeros irritado los entristeció, perdónenlo. ¿Es que se los impide la cautividad, la pobreza, la abyección? No, ellas mas bien los ayudan pues contribuyen a la reprensión de su orgullo que se rebela. ¿Ven a otro tener éxito en sus negocios? No sean envidiosos; la pobreza no se opone a ello. ¿Se trata de orar? Háganlo con modestia y recogimiento; la pobreza no pone ningún obstáculo. Sean agradecidos, agrables con todos, reservados, honestos; tales virtudes no necesitan ayudas extrañas. He aquí el mérito de la virtud, ella no necesita riquezas, poder, gloria ni nada semejante; un alma santificada basta, ella no pide nada más.

Tal es el poder de la Gracia, si alguien es rengo, ciego, mutilado, o agobiado por la más extrema enfermedad; nada impide que la Gracia lo visite. Sólo necesita un alma que la reciba con todo su afecto, y no preste ninguna atención a las ventajas exteriores. Aquellos que enrolan soldados en la milicia profana, buscan la belleza en la talla y el vigor de la constitución física; pero tales ventajas no bastan para el servicio, es necesario, además, la libertad: todo esclavo es rechazado. El Rey de los Cielos no hace pesquisa semejante, admite en su ejército a los esclavos, a los inválidos, sin enrojecer por ello. ¿Puede haber una bondad, una obligación más grande?

A nosotros sólo se nos demanda aquello que está en nuestro poder, pero el mundo reclama aquello que no está a nuestra disposición. Efectivamente ¿acaso la libertad o la esclavitud dependen de nosotros, lo mismo que la altura o la brevedad de la talla, o vejez, o cualquier otro accidente semejante? En cambio, depende sólo de nuestra voluntad practicar la bondad, la dulzura y otras virtudes. Dios sólo exige de nosotros aquello que está en nuestro poder, y la razón es fácil de comprender: no es por interés, sino por bondad que nos llama a gozar de Su Gracia. Los reyes de la tierra, por el contrario, sólo atraen a aque llos cuyos servicios le son útiles en las guerras materiales y visíbles , Dios somete a los suyos a la prueba de combates espirituales e invisibles.

Sobre la necesidad de un arrepentimiento.


D.H.

Catecismo Ortodoxo

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