No hables demasiado cuando reces, para que tu espíritu no se distraiga buscando palabras. Una sola palabra del publicano apaciguó a Dios y un solo grito de fe salvó al ladrón.
La locuacidad en la oración dispersa al espíritu y lo llena de imágenes, mientras que la repetición de una misma palabra le permite concentrarse.
San Juan Clímaco
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