Los ideales de la vida monástica
Cuando los primeros ascetas se retiraban del mundo al desierto buscaban alejarse de muchos bienes mundanos: matrimonio, riqueza, y actividad independiente. El celibato no admitía grados, sino que era absoluto. En la pobreza, sin embargo, hubo la modificación reseñada anteriormente en relación a la vida idiorrítmica. Pero incluso en este caso la pobreza se mantuvo en su esencia, pues la propiedad de los monjes idiorrítmicos jamás alcanzaba para llevar una vida de comodidad. Por último, la obediencia, ya sea a un abad o al padre espiritual del desierto, el abba, constituía una inquietud primordial para los monjes. El espíritu egoísta e independiente representaba el mundo secular, por ello debía ser eliminado por completo. Es decir el joven asceta debía renunciar a su mala voluntad por Dios en la persona de su padre espiritual, para transformarla en una buena voluntad. Este punto queda reflejado de modo pintoresco por una anécdota en la que un abba, deseando poner a prueba el progreso de su hijo espiritual, le preguntó si veía los cuernos - que no existían – de una bestia de carga que en ese momento pasaba; y contestó sin titubeos, "Sí, los veo, abba".
La observancia de estas tres virtudes la asumían los novicios por medio de un juramento especial, durante el cual se les tonsuraba. La formulación de este voto coincidió con la fundación del sistema cenobítico, y la base escrituraria y doctrinal del monasticismo fue elaborada poco después. Sin ello, el monasticismo corría el peligro de desviarse en la dirección de los itinerantes mesalinianos. De este modo se logró el sometimiento del monasticismo a la Iglesia, y el encauzamiento de su poder en un sentido que fuera útil a la Iglesia. Este sometimiento fue confirmado por Justiniano e incorporado a las leyes (Nearai, 5,i.67,i).
Pero no son éstos tres los únicos vicios que costituyen una amenaza para la integridad moral de los ascetas. En la aretología posterior, otros vicios, juntos con los citados, constituyen los ocho pecados capitales: gula, fornicación, avaricia, ira, tristeza, abatimiento, vanidad y orgullo. Las pasiones correspondientes a estos pecados se deben amortiguar para alcanzar un estado de ausencia de pasión. El autoexamen y la autocensura, especialmente antes de acostarse, proporcionan al monje unas armas poderosas, cuando se dispone a enfrentarse a los demonios. Pero su arma principal es la oración – la oración continua e intensa. La vida entera de los monjes está dominada por este teorema con Dios; "la vida entera es un momento para orar" (Basilio, Discurso ascético, P.G, xxxi, 877).
La jornada de los monjes está dividida en tres periodos de ocho horas: uno para rezar, uno para descansar y otro para trabajar. El trabajo intenso persigue un triple objetivo: asegurar su sustento, ayudar a sus compañeros, y evitar los malos pensamientos que acechan la conciencia humana especialmente cuando se está ocioso. Los productos de la artesanía y del arte de los monjes han sido siempre de una calidad excepcional y por ello continúan estando muy solicitados, en particular sus pinturas y tallados. Del mismo modo, las obras de la literatura clásica cristiana se han conservado gracias a las copias realizadas en los talleres de los monasterios.
Las actividades filantrópicas de los monjes estaban relacionadas con su trabajo. Como ya hemos visto, esta devoción por las actividades benéficas fue promovida y sistematizada en primer lugar por Basilio el Grande. En la época posterior a él era inconcebible un monasterio que no dispusiera de espacio para huéspedes, de hospital ni de escuela. Podemos mencionar como ejemplo el caso del monasterio del Pantocrátor en Constantinopla, fundado en el s. XII, que disponía de hospital con médicos para hombres y para mujeres, y cuya organización recuerda la de los modernos hospitales. Estaba dividido en cuatro secciones: médica, quirúrgica, ginecológica y enfermería de ojos y oídos. Hoy en día aún se pueden apreciar reminiscencias de esta actividad filantrópica. Los beduinos que viven cerca del monasterio del Sinaí no hacen nunca su propio pan, sino que se les proporciona gratuitamente en el monasterio de Santa Catalina; y aquellos que visitan cualquier monasterio ortodoxo reciben hospitalidad gratuita. Los monjes que se dedicaban a trabajar, como hemos indicado con anterioridad, y compaginaban la lucha para liberarse de las pasiones con el servicio a los necesitados fueron llamados en los primeros tiempos activos (praktikoi). Pero además de la actividad, hay un estadio superior en la escala de la perfección monástica: la contemplación (theoria), el esfuerzo por la comunión directa con Dios. Esta diferenciación de las actividades de los monjes se encuentra ya en un poema de Gregorio el Teólogo:
" "Preferirás actividad o contemplación"
Contemplación es la ocupación de los perfectos,
Acción pertenece a los muchos.
Ambas son buenas y queridas;
Elige la que se ajuste a ti."
El silencio ha sido una condición indispensable para el asceta en su búsqueda de la perfección. Por silencio se entiende paz interior y la relativa quietud exterior a través de la cual se eliminan las pasiones. Este estado fue llamado en el último periodo brillante de la teología mística bizantina "hesicasmo".
El silencio estaba unido inseparablemente a la ascesis cristiana. Los esfuerzos de los primeros monjes en esta dirección adoptaron la forma de un silencio balbuceante y permanente cuando las circunstancias lo requerían. Se dice que el abba Poimen afirmó: "Quien habla por el amor de Dios actúa correctamente; y quien permanece en silenco por el amor de Dios actúa del mismo modo correctamente". (Dichos de los Padres, 721). En cualquier caso, el elemento del silencio, si bien no predominara excesivamente en el pensamiento monástico, recibió más tarde un mayor énfasis debido a su conexión con la oración interior. Se consideró que la oración, como producto de la disposición del corazón, no necesitaba ser expresada oralmente, por cuanto que tal expresión, al producir estímulos externos, podría interrumpir la concentración sobre el objeto de la oración. De este surgió la oración interior y mental, que cristalizó en la breve oración de Jesús, repetida sin cesar.
Rodeados por el absoluto, por el silencio espiritual, los ojos espirituales de los monjes "contemplativos" se abren. Se hacen merecedores de visiones y disfrutan de experiencias espirituales difíciles de describir. Viven en un estado de iluminación continua de la visión de la luz, y de comunión con las cosas de la luz. La palabra "luz" y otros términos relacionados se encuentran en casi todas las páginas de las obras de Simeón Teólogo y de Gregorio Palamás. Esta luz es parte de Dios. Mediante una paradójica fusión de lo histórico y lo metahistórico, la experiencia de la deificación (theosis) se hace posible aquí y ahora. La luz que vieron los discípulos de Cristo en el Monte Tabor, la luz que los hesicastas ven hoy, y la calidad luminosa del mundo venidero, constituyen tres fases del mismo acontecimiento espiritual, fusionados en una realidad supratemporal.
La unilateral denominación de "contemplativos" ha contribuido a que se olvidara la faceta de misión social de la vida monástica en el este, en contraste con el desarrollo de los acontecimientos en el oeste. Pese a los repetidos intentos realizados, la reorganización de la vida monástica basado en los antiguos principios, en especial en la norma de Basilio el Grande, no llegó a cuajar, debido a que estos intentos estaban limitados en cuanto a objetivo e intensidad. Sin olvidarse de la "contemplación", a la que tanto deben la devoción y la literatura religiosa, es necesario hacer hincapié una vez más en la actividad y fundar monasterios que promuevan los ideales cristianos dentro de la sociedad organizada de la humanidad.
No comments:
Post a Comment
Note: Only a member of this blog may post a comment.